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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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Esperanza.

 

 

Minato no sabía que su piel sufría por el frío hasta que percibió una sábana mullida cayendo en sus hombros. Fugaku la acomodó cerca de su cuello y se sentó a su lado. Minato no sabía que era prisionero de un dolor enloquecedor hasta que descubrió las lágrimas que resbalaban por su rostro, todavía temiendo descansar en la misma cama dos noches seguidas a causa de las pesadillas.

—Lo siento, lo siento tanto... —murmuró el rubio, abrazándose a sí mismo con la tela, escondiéndose de la mirada oscura de su esposo.

—No fue tu culpa —respondió el otro, obligándole a abandonar el egoísmo de su lejanía y apretándolo contra su pecho, apoyando la mejilla en sus cabellos de sol.

Los sollozos en el aire ni siquiera llegaban a susurros, el viento fresco de la noche que prometía una tormenta casi los apaciguaba con dulzura. Casi.

El matrimonio había estado esperando su primer bebé. Cuando Minato se le había acercado una tarde para decirle que iban a ser padres, Fugaku cayó a sus pies y lo reverenció con amor, pasión y maravilla. Vivieron meses donde la dicha y el nerviosismo gobernaban en sus corazones; estaban completamente aterrados del porvenir, pero tan extraordinariamente felices que podrían haber tomado el mundo si hubieran querido.

La alegría fue tan intensa, que la pérdida provocó una tristeza monstruosa que pudo haberlos matado a ambos. En un instante, Minato estaba buscando su almuerzo en el trabajo tranquilamente... y en el otro yacía inconsciente en el suelo. Al siguiente, abría sus ojos solo para reconocer el techo de un hospital. Por supuesto que el Uchiha estaba justo a su lado cuando lo buscó a su alrededor, pero pronto vislumbró la muerte implacable en sus ojos negros, dándole la noticia sin decir una palabra. En ese momento, Fugaku no dudó en acompañarle en la cama del hospital, para abrazarse a él y amortiguar su quebranto.

Justo como intentaba hacerlo esta noche, en el patio de su casa, con las estrellas como testigos.

—Lo siento —repitió aquella voz exhausta, aquella voz que se creía segura de cargar con la culpa de haber perdido a su bebé.

—No fue tu culpa —repitió el moreno, acariciándole la espalda pero tomando su barbilla y forzándolo a aguantar su mirada—. Esto... suele suceder, probablemente hubo un problema con los cromosomas, es bastante común. A veces sucede en el primer trimestre pero-

—Ya basta, detente...

—Dime qué hacer.

—Solo abrázame.

Fugaku no podía permitir que Minato creyera que había sido responsabilidad suya. Necesitaba que confiara en él y no en los demonios de culpabilidad que querían arrebatarle la cordura lentamente, porque sabía que Minato era capaz de destruirse a sí mismo si se convencía de que había sido responsable del aborto. Su trabajo o su cuerpo; la razón era lo de menos. O peor, si llegaba a creer que Fugaku lo culpaba por la pérdida. Nada de eso era verdad.

—¿Qué estás pensando? —se aventuró a preguntar el Uchiha luego de unos minutos de silencio.

—Quería que tuviéramos una niña —dijo Minato, construyendo la oración con extremo cuidado mientras respiraba con esfuerzo contra el pecho de su moreno, incapaz de dejar de llorar—. Yo quería eso... para ti. Y lo sé, sé que era... que era una niña. Quería darte una niña.

—Ya me das todo de ti mismo, todos los días. Y me haces locamente feliz —insistió su compañero, frustrado consigo por no saber qué hacer o qué decir para arreglar sus corazones rotos.

—Habrías sido muy lindo con ella... Ella te habría adorado tanto como yo, lo sé. Rubia, de ojos azules, para que pudieras vestirla de azul y naranja —Minato sonrió por la idea, aún en medio de las lágrimas, mordiéndose el labio de vez en vez.

—¿Por qué estás tan seguro de que quiero una chica?

—Por la manera en que veías la ropa de niñas en la sección de bebés, por como acariciaste uno de esos diminutos vestidos.

—Bueno, la ropa para señoritas siempre ha sido más diversa y bonita.

—No me mientas...

—No te miento. Me gustaría tener una hija pero con gusto amaré a un hijo, estoy seguro. Minato, mírame —suplicó a su rubio una vez más, sentándolo en su regazo—. Me honraste el día en que te casaste conmigo, a pesar de todas las personas que te aconsejaron que no lo hicieras. Les habría hecho caso si hubiera sabido que te haría sufrir así, pero soy muy egoísta. Cualquier persona habría escapado de mí al cabo de un año, pero cada día que paso contigo siento que soy una mejor persona. Mientras te tenga en mi vida, y me dejes estar en la tuya, sé que podemos superar lo que sea.

—¿A mí? —replicó el aludido con amargura.

—Sí, a ti con tu loca fascinación por las películas de miedo, con tus inapropiadas muestras de amor en la calle y tu paciencia solo igualable a tu amor.

—Eres tan cursi —sonrió Minato, genuinamente, aunque sea un poquito.

—Es porque te sonrojas fácilmente —bromeó Fugaku y aprovechó para limpiarle la cara con ternura—. Cada partícula de ti es perfecta, te lo juro.

—No digas eso...

—Lo repetiré hasta que me creas. Los doctores dijeron que tuvimos mala suerte, corroboraron que eres completamente saludable y yo también, así que no me he rendido. Si algún día quieres volver a intentarlo, con gusto estaré ahí para que hagamos muchos bebés.

—¿Muchos?

—Todos los que tú quieras. Cuando estés listo. Y si no te sientes listo mañana, ni en un año, ni nunca, siempre podemos adoptar. Tu felicidad es la mía.

Minato sonrió un poquito más al recordar que, efectivamente, Fugaku gustaba de hacer un bebé con muchísimo amor.

Sin decir nada, se acobijó nuevamente entre los brazos del otro y se rodeó de su aroma y su fuerza. Sabía que Fugaku también sufría más allá de su comprensión, que se mantenía firme para que no perdieran el rumbo, que también él necesitaba un refugio para soportar la tempestad.

Nunca lo amó tanto como lo amaba en ese momento, nunca fue tan admirable a sus ojos, tan adorada su presencia en medio de todas sus sangrantes heridas; por no perder la esperanza, ni en él ni en la posibilidad de ser una enorme y feliz familia.

 

Notas finales:

No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños,
porque la vida es tuya y tuyo tambien el deseo,
porque lo has querido y porque te quiero.

Porque existe el vino y el amor, es cierto,
porque no hay heridas que no cure el tiempo,
abrir las puertas quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron.

Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos,

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños,
porque cada día es un comienzo,
porque esta es la hora y el mejor momento,
porque no estás solo,
porque yo te quiero.

—Mario Benedetti


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