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How To Save A Life por Sabaku No Ferchis

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Notas del capitulo:

¡Heeeeeeeeeeeey! ¿Cómo están? n.n/ Jaja, bueno, sé que me he tardado un milenio y que seguramente ya se olvidaron de mí uwu No tengo ninguna, ninguna excusa, pero sí traigo una conti xD

Después de estar meses debatiéndome conmigo misma sobre cómo debía continuarlo, dejé de estar de digna por el horrible (en lo personal) final que ha tenido Naruto 7n7 Ya mucho he tenido que estar soportando a los NH que, apesar de que haya ganado su pareja, sigan jodiendo a los NS, ¿por qué en vez de festejar su victoria se la pasan insultando el NS? ¡Y lo mismo va para el SS! D: (Shii, yo soy SasuKarin n.nU) Pero bueno, me he evitado de peleas incesesarias y me dije: ¿Pero por qué me enojo? No soy ni siquiera NS, ¡Soy fujoshi! Así que me puse a trabajar y traer la conti del fic xD

Bien, este es como mi regalo de reyes para ustedes, queridas sempais :D Y como mi disculpa por toda mi demora D: Debo aclarar que en este capi hay ItaSaso de nuevo (D: ¡Gomen! No puedo evitar amar a esa hermosa pareja por más crack que sea ¡El SasuGaa y el ItaSaso me traen loca! xD) Y aún así espero que les guste el capi :D

¡Muchas gracias a todas las que dejaron review! De veras los aprecio mucho :3

 

[CAPÍTULO 14]




LA VIDA DEL MONSTRUO

 

 

 

[…] No podría decirte por qué se siente de esa manera. Se siente así todos los días. Y yo no podía ayudarlo. Sólo lo observaba cometer los mismos errores una y otra vez […]

 

. . .

 

Itachi Uchiha siempre había sido el tipo de persona capaz de atraer la atención de todos con su simple presencia. Era serio, inteligente, apuesto y tenía un aura misteriosa que encantaba a cualquiera, haciéndole sucumbir a él como una polilla hipnotizada por la luz. Lo curioso era que aquello no le gustaba en lo absoluto, porque siempre que pasaba por algún lugar, las miradas de las muchachas se le pegaban al igual que chicle en el zapato, atentas a cualquier cosa qué él dijera o hiciera. Sentía como si estuviera siendo estudiado a través de un microscopio y, a pesar de ello, cuando ellas se acercaban a hablarle, él siempre trataba de ser lo más cortés al rechazarlas para no herir sus sentimientos. Cualquiera diría que el muchacho era la representación misma de la perfección. Cualquiera menos…

Cuando Itachi pensaba en cuánto le gustaría volverse alguien común ante los ojos de todos, le llegaba a la mente un chico de ojos miel y cabellos carmesí que, al parecer, era la única persona que no admiraba y/o alababa al Uchiha. Porque Sasori era tan indiferente con él como lo era con todos, sin una simple sonrisa ni un ligero rubor en las mejillas cuando estaba en su presencia. A veces, el Uchiha se sorprendía al encontrarse pensando cuánto le gustaría que las cosas fuesen al revés, que le fuera indiferente a todo el mundo y ser el mundo entero para Sasori.

Y entonces se había convertido en una especie de acosador con el pelirrojo, mirándolo discretamente desde su pupitre o de reojo cuando se juntaban con los demás chicos del grupo. Había descubierto la desagradable sensación en el estómago que sentía cuando veía al chico abrazar a Deidara por la cintura; era como si el alma se le viniera a los pies y no pudiera hacer otra cosa que gruñir entre dientes y excusarse con Kisame cuando este le preguntaba qué le pasaba. Pues, ¿qué tenía ese rubio que no tuviera él? En ese sentido, era igual de celoso que su hermano, sólo que él todavía no terminaba de creérselo.

También había tomado nota mental de las cosas que gustaban al pelirrojo, lo que le desagradaba y sus pasatiempos. Sasori era un artista en todo el sentido de la palabra; un artista de lo eterno. Consideraba arte todo aquello que se podía preservar para siempre hermoso, como las marionetas o la pintura. El Uchiha nunca había tenido la oportunidad de admirar los bocetos de Sasori hasta entonces, y debía admitir que se sentía un poco nervioso.

Tampoco se le había pasado por la cabeza que ese mismo día él se encontraría en la habitación del pelirrojo, sentado en su cama y a su lado. Era patética la felicidad que lo embargaba en ese momento, aunque la manera en la que había llegado ahí no era justamente la que él tantas veces se había imaginado. Sasori, después de contemplarlo largo rato en la cafetería, lo había tomado de la mano y jalado de la cafetería hasta su habitación, sin mediar palabra y con la vista siempre al frente. Ahora Itachi tenía el cuaderno de dibujo de Sasori sobre sus piernas, y frente a sus ojos había hermosos bocetos hechos a lápiz de carbón que representaban colinas, paisajes desérticos y retratos de quienes creía, eran los padres de Sasori.

—Muy bonitos—dijo en tono amable, quitando la mirada del cuaderno y volviéndola hacia el pelirrojo—. Pero…, no entiendo qué tiene que ver esto con lo que te había preguntado— Itachi se sonrojó y se sintió un estúpido por la manera tan déspota en la que había hablado. Esperaba que Sasori se molestara, así que abrió la boca para disculparse, pero el otro lo atajó.

—Me preguntaste cómo es que conocía a Gaara—dijo, su tono de voz tan neutral y despreocupado como siempre. El pelinegro se sintió aliviado al notar que ninguna expresión de molestia surcó el rostro del taheño. En lugar de eso, él sólo aspiró profundo y dijo: —. Mira la siguiente página.

Itachi cambió la página. Y entonces sus ojos se abrieron como platos, dando a paso a una expresión de sorpresa en el fino rostro del moreno.

Parecía haberse esperado cualquier cosa menos a Gaara ahí, inmortalizado en uno de los dibujos de Sasori que ya era prácticamente una pintura (probablemente la única de todo el cuaderno). Las acuarelas daban un tono fuego a los rojos cabellos de Gaara, y el tono de sus ojos era una combinación entre el aguamarina y el turquesa. Las sombras de su cara y el negro rodeando sus ojos también estaban ahí; la pintura era tan buena que casi parecía una fotografía.

Pero fue la escena que representaba la que hizo que Itachi profiriera un ruidito estrangulado. Gaara apenas era un niño —aproximadamente de seis años— vestido con un suéter de cuello de tortuga café claro y pantaloncitos azules. El pequeño estaba sentado sobre un columpio, con la mirada baja como si quisiera esconder el rostro, y un pequeño oso de felpa colgando de su mano. Había una nostalgia en la expresión del niño que parecía gritar y gritar algo, pero nunca llegando a ser escuchado. Parecía como si dentro de su mente librara una batalla y en su rostro sólo se expresara la aflicción que sentía, condenado a quedarse en silencio al saber que nadie estaba ahí para tenderle una mano.

—Yo no quería decirte nada, pero la manera en la que te expresas de Gaara me hace reconsiderarlo—habló Sasori, captando la atención de Itachi quien de inmediato volteó a verlo. El pelirrojo suspiró—. Lo que es estúpido, ya que a ti no debería importarte.

El tono que usó Sasori provocó en Itachi un vuelco en el estómago. El taheño hablaba como si Itachi fuera mala persona. Pero no era que el Uchiha odiara a Gaara, simplemente que no quería que su hermano sufriera por querer a alguien a quien todos veían como un monstruo, alguien que además, ni siquiera lo correspondía. Itachi siempre había creído que su hermano terminaría con Naruto, y es que eso era lo correcto, ¿no? El rubio siempre había estado ahí para Sasuke…

—No es que tenga algo personal contra Gaara— se defendió el moreno—. Es sólo que mi hermano…

—Tu hermano ya debe estar al tanto de la actitud de Gaara a estas alturas—atajó Sasori, dejando a Itachi a media frase—. Es obvio que no se puede enamorar de una persona sin conocerla, y el que te encontraras Sasuke tan deprimido fuera de la habitación de Gaara, significa que lo conoce lo suficiente para sentir algo por él.

Itachi arqueó una ceja. Lo que decía Sasori era lógico, pero el moreno aún se negaba a creerlo.

— ¿Cómo estás tan seguro? —preguntó. El pelirrojo lo miró con una sonrisa que le hizo cosquillas en el estómago.

—Porque, hasta dónde sé, el orgullo de los Uchiha es tan grande como para permitirse rogarle a alguien.

Y entonces el moreno sintió cómo el alma se le caía a los pies. Oh, claro, ese pelirrojo que lo traía tan loco le había dado en el orgullo. Aquello lo hizo sonrojarse ligeramente y sentirse de pronto muy pequeño. Aunque su rostro no mostraba ninguna vergüenza ni debilidad, como si el comentario le hubiera molestado, dentro de sí había caído en cuenta de que Sasori tenía razón. Sus primos, su padre, su tío y por supuesto Sasuke siempre habían sido así. Su orgullo tenía el tamaño de una enorme montaña y era casi irrompible. Cuando había encontrado a Sasuke contra la puerta de Gaara, el menor mostraba todo menos ese orgullo. Se había vuelto transparente e Itachi se había sorprendido al notar en el rostro de su hermano lágrimas secas y una mirada afligida que para nada cuadraba con el Sasuke que todos conocían. Itachi sólo lo había visto llorar así a los seis años, cuando murió su hámster, pero en esta ocasión se había visto mucho más lastimado, como si Gaara le hubiera arrancado una parte de él que nunca podría recuperar. El Uchiha odió ver a su hermano menor así; odió que ese pelirrojo le hubiera lastimado tanto como para hacerlo llorar, hacerlo rogarle, haberle roto el corazón.

Pero él no quería creerlo. Más prefería pensar que Gaara había sido sólo un capricho de Sasuke, a aceptar que su hermano estaba enamorado de él. Quería pensar que Sasuke por fin se decidiría por Naruto y que todo entonces estaría bien. Se había puesto una venda imaginaria en los ojos para no ver la realidad. Y ahora, Sasori le había obligado a ver.

—No creas que Sasuke es el único que ha sufrido. Porque yo los he visto, y puedo asegurarte que nunca había visto a Gaara tan feliz como cuando estaba con él.

Itachi bajó la mirada al dibujo y se quedó contemplándolo, dubitativo. Después de unos segundos, frunció el ceño y suspiró.

—Dices que está mal juzgar a la gente sin siquiera conocerla—empezó, encarando al taheño—. Me desagrada Gaara por haber lastimado a mi hermano, pero necesito que me cuentes qué pasa con él para reconsiderar el juicio que le tengo.

Una ligera sonrisa trepó por el rostro del pelirrojo. Sus ojos estaban cerrados. Y entonces, cuando los abrió, Itachi notó la nostalgia en su mirada, y la sonrisa había desaparecido.

—Entonces hay que empezar.

 

“Hace mucho que no me ponía a pensar a fondo sobre mi pasado, creo que tengo que forzar un poco mi memoria para recordar las cosas tal y como fueron, pero bueno… haré lo mejor que pueda.

En primera, tienes que saber que yo no soy oriundo de esta ciudad. Vengo de un pueblo del norte, ubicado en el corazón del desierto de Suna; de ahí su nombre: Sunagakure. Gracias a las tormentas de arena, al calor torrencial en primavera y el horrible frío en invierno, resultaba ser un lugar donde no se podían hacer muchas cosas. Sin embargo, nos abastecíamos lo mejor que podíamos de las ciudades vecinas y llevábamos más o menos una vida tranquila. Pero era un pueblo muy pequeño, que abría la puerta a un montón de supersticiones.

¿Sabes? Ahora que lo pienso, me recuerda a esa serie anime, Shiki, ¿la has visto? Sí, el pueblo apartado de todo, las leyendas de los demonios y todo eso. Puedes imaginarte así a Sunagakure, con el mismo tipo de gente y las leyendas oscuras. Cuando era niño, llegué a presenciar varios casos de posesiones demoniacas que dejarían a muchos con los nervios de punta, claro que muchos eran tan sólo una farsa, pero algunos otros no me convencieron del todo. Los exorcismos que se realizaban no eran mostrados al público; yo los vi gracias a que mi abuela era una de las sacerdotisas del pueblo. Recordar todo eso no me resulta muy agradable, incluso entonces, solía despejar mi mente haciendo cualquier cosa. A veces me la pasaba encerrado en mi habitación fabricando marionetas, leyendo o dibujando; y en otras ocasiones, salía a pasear un poco por el parque. Descubrí que allá afuera había muchas más cosas que podía dibujar, así que empecé a frecuentarlo muy seguido. De ahí son la mayoría de bocetos de mi cuaderno.

Ese día yo me sentía muy feliz porque mi madre me había regalado unas nuevas acuarelas; estaba muy entusiasmando por usarlas, pero no sabía  qué dibujo usar. Era tarde, el cielo estaba coloreado entre amarillo y rojo, y yo me le mantenía viendo dubitativo, con el dedo sobre mi boca, pensando. Luego bajé la mirada y lo vi.

Ha de haber estado sólo unos metros separado de mí. Para entonces, era mucho más menudo que ahora; un niño tres años menor que yo sentado en un columpio, solo, con un oso de felpa como su única compañía. Había algo en él que me llamó la atención al instante, quizá era la nostalgia que derramaba aquella escena o la falta de expresión en su rostro. Gaara mantenía la mirada baja, el aguamarina de sus ojos se notaba muy bien incluso a esa distancia. Y era justamente esa mirada la que no cuadraba con su rostro. Porque había tristeza, me parecía que estaban cristalinos, y era como si él intentara gritar que no estaba bien, que algo le estaba haciendo daño y él solo no era capaz de acabar con ello.

Ni siquiera lo pensé, cuando me di cuenta yo estaba dibujándolo. Era algo que quería dibujar, inmortalizar en una hoja para capturar lo duro de la escena. No es que quisiera aprovecharme del sufrimiento del niño, simplemente tuve la necesidad de hacerlo. Cuando terminé, abrí de inmediato las acuarelas y empecé a darle color. Apenas iba con el cabello cuando un alboroto llamó mi atención.

Cuando levanté la mirada, vi a la bola de niños que habían estado jugando con una pelota desde hacía un rato. Ellos estaban estáticos, como congelados en el tiempo y con una expresión de terror concentrado en el rostro. Enfrente de ellos estaba Gaara, parado, con la pelota entre sus manitas. Se le notaba bastante nervioso. De pronto, los niños comenzaron a murmurarse cosas entre ellos mientras, lentamente, retrocedían. Y Gaara, que había extendido su mano con la pelota en dirección a ellos, abrió sus ojos como platos… Empezó a temblar como… como en los exorcismos.

Yo me levanté entonces, dispuesto  a hacer algo. No sé lo que pensaba, quizá quería correr hacia él para tranquilizarlo, pero Gaara cayó de rodillas en el piso y se sostuvo la cabeza con ambas manos, como si en cualquier momento ésta fuera a explotar. Me quedé quieto.

Había visto el terror mezclado con asco con el que esos niños miraban a Gaara. En primera instancia, no había pensado que Gaara hubiera hecho algo malo. Era sólo un niño, además era pequeñito e inocente, ¿qué daño podría hacer? Ellos lo habían mirado como si él fuese un monstruo y aquello seguramente le había dolido. A nadie le gusta estar solo, de verdad solo y ser aborrecido, ¿o sí? Y fuera lo que fuera que le pasaba a Gaara, yo sabía que los culpables habían sido esos niño… y algo más.

El pequeño pelirrojo pelaba contra algo que yo no podía ver; algo que estaba dentro de él. Los niños habían empezado a correr asustados mientras él gritaba desesperadamente; gritaba tratando de retener algo. Estaba demasiado espantado. Pero luego esa expresión cambió y un escalofrió me heló el cuerpo. Gaara estaba sonriendo.

Entonces hubo algo que cubrió mi campo de visión. Una ráfaga de arena se había levantado junto con una fuerte ventisca, cubriendo tanto a Gaara como a los niños que se habían quedado estáticos, con muecas de horror en sus rostros. Entrecerré los ojos y agudicé la mirada, una cosa empezó a verse a través de la arena. Era la sombra de una garra que se lanzaba en dirección a uno de los niños y se cerraba sobre su pierna, haciéndolo caer mientras él gritaba aterrado. Lo iba arrastrando lenta, lentamente hacia Gaara. Los otros niños habían abandonado a su amigo y echado a correr.

Luego, alguien gritó el nombre de Gaara y llegaron varias personas a calmarlo. Le inyectaron sedantes, él lanzó un grito lloroso y la garra de arena se deshizo en granitos que se llevó el viento.

Por suerte, el mocoso del grupo había sobrevivido.

Esa misma noche, en la hora de la cena, le conté a mi abuela sobre el incidente y le pregunté quién era Gaara. Ella me miró con el ceño fruncido, me revolvió los cabellos y me dijo que no tenía importancia, pero conforme pasó el tiempo, yo fui conociendo todo sobre él.

Su madre era una sacerdotisa también, que trabajaba en ocasiones en conjunto con mi abuela en varios rituales. Esa mujer, a mi parecer, estaba loca de remate. Se había metido a la cabeza de que los demonios de los que liberaba a las personas debían de retenerse en un contenedor para que no pudieran hacer ningún mal de nuevo. Y no en un contenedor cualquiera. Se necesitaba un humano, porque ella creía que a la muerte de éste, cuando el alma se separara del cuerpo, el juicio divino del cielo se encargaría de destruir a los demonios. ¿Y de dónde sacar al niño? La mujer ya había dado a luz a dos hijos, quienes, según ella, ya no eran aptos para ofrecerse como contenedor. Así que el tercer hijo que descansaba en su vientre era la mejor opción.

Ella tenía presente a Gaara desde muy pequeñito en todos los rituales de exorcismo.  Cuando lograba sacarles el demonio a las personas que acudían a ella, se lo daba de tragar a Gaara… Uno tras otro durante diez años…

Era obvio que todo aquello era demasiado para el pequeño. Cuando cumplió los doce años había hecho demasiado daño ya y era el terror de todo el pueblo. Lo culpaban a él y a su madre. Había ya asesinado por la noche a varios aldeanos, lastimado y herido a niños y adolescentes. Todos querían matarlo para acabar con eso, pero el hermano de su madre había puesto resistencia, así que terminaron por encerrarlo en el sótano del santuario del pueblo.

Su tío parecía ser el único que lo apreciaba, porque ni siquiera su madre, Karura, en su lecho de muerte gracias a una enfermedad mortal, había mostrado arrepentimiento por usarlo como contenedor.

Un día, cuando yo acababa de cumplir quince años, Yashamaru tocó a nuestra puerta y mi abuela habló con él durante varios minutos. Le había rogado que le ayudara a preparar un exorcismo para Gaara, diciéndole que él todavía tenía salvación, que, si se esforzaban, podrían sacarle todos los demonios; que él era un buen chico. ¿Y sabes? Yo nunca dudé de eso.

Mi abuela había aceptado. El ritual se llevaría a cabo en el mismo santuario el último viernes de ese mes. Le había pedido ir, pero ella no me dejó, alegando que sería algo muy peligroso. Me había quedado en casa esa noche. Estaba leyendo una carta que cierto rubio que conocí en vacaciones me había mandado, cuando vi el morral con los instrumentos de mi abuela en la mesita de la sala. Ella no podía realizar ningún ritual sin esas cosas, y aunque era probable que alguien de los presentes en el exorcismo le prestara algo, yo tomé el morral y salí corriendo de casa.

Estaba increíblemente ansioso por llegar. A pesar del frío de aquella noche, yo corría a toda velocidad, con apenas un suéter delgado y pantalones de mezclilla rotos en la parte de las rodillas. Pero cuando subí la colina y entré al santuario, una sensación helada me subió por la espina dorsal y me entumió los huesos. Ese frío no esa común; era algo que te hacía sentir expuesto, algo sobrenatural.

Caminé hasta llegar a las escaleras y empecé a descender por ellas lentamente. A medida que avanzaba el frío incrementaba al punto de que podía expulsar vahó. Y desde el fondo se oían gritos, los gritos de mi abuela, de los demás sacerdotes, los gritos de Gaara y, en sincronía con los de él… gritos que no eran humanos.

Cuando estaba frente a la puerta me di cuenta de que mis miembros temblaban como gelatina. Nunca, en todos los exorcismos que había presenciado, me sentí tan aterrado como lo estaba en ese momento.

Y entonces, mi mano giró la perilla. El frío desapareció como si algo se lo hubiera tragado, siendo reemplazado por una fuerte ventisca caliente que me dio de lleno en la cara cuando la puerta se abrió y pude ver dentro.

Era algo increíble, como si estuviera dentro de una película de terror. Ahí estaba Gaara, flotando en medio de un pentagrama con símbolos extraños centellando una potente luz verde. Él tenía los ojos negros, completamente negros, sin la parte blanca. Y su boca estaba abierta de una manera imposible. Los sacerdotes salmodiaban palabras en otro idioma y estaban tomados de las manos; ahí estaba mi abuela, con los ojos cerrados firmemente, y su expresión escondiendo un matiz de miedo que yo sabía que estaba ahí.

Y de pronto ellos se callaron. Gaara cerró la boca y cayó como un costal de papas nuevamente sobre el pentagrama, cuya luz iba perdiendo un poco de intensidad. Luego, mi abuela, que estaba en medio de todos los sacerdotes, dio un paso grande hacia delante y miró a Gaara fijamente. El muchacho respiraba entrecortadamente y jadeaba, parecía realmente agotado, pero el negro aún permanecía reinando en sus ojos. Mi abuela alzó la mano y comenzó a salmodiar más cosas en un tono un poco más fuerte. Gaara empezó a retorcerse como lombriz y de súbito, volvió a elevarse en el aire.

Hubo un estruendo que me obligó a cerrar los ojos. Para cuando los volví a abrir, Gaara volvía a gritar; su cabeza puesta hacia atrás y la boca tan abierta de donde salían cosas, como si estuviera vomitando petróleo. Se escuchaban gritos, voces y los rezos de mi abuela. El destello del pentagrama volvía a ser de un potente verde.

Y luego Gaara se quedó quiero, flotando en el aire, al igual que pez muerto en el agua. Sus ojos seguían abiertos, pero habían recuperado lo blanco y el aguamarina del iris. Me estaban mirando. Fue sólo por medio segundo antes de que mi abuela se diera cuenta y corriera a cerrarme la puerta, diciéndome que me fuera de ahí. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, sentí lo mismo que había sentido la primera vez que lo vi. La tristeza latente en los ojos de un niño de seis años…

Esa noche, Gaara se había quitado un gran peso de encima. Los demonios se habían esfumado de su cuerpo y ahora estaba bien, podía comenzar una nueva vida. En el tiempo que él tuvo que ir al psicólogo para tranquilizar su mente, yo me había mudado para acá y entrado a esta escuela. Un año después, Gaara vino para acá también Ciertamente me sorprendí mucho ya que pensé que se quedaría en Suna con su tío Yashamaru, pero mi abuela me había contado que éste había muerto hacía unos meses y le había dejado todo su dinero a Gaara para que pudiera continuar con sus estudios. Hasta entonces, no sé si Gaara esté consciente de que yo estoy aquí; es más, ni siquiera estoy seguro de que él sepa quién soy. Lo más probable, es que haya olvidado que me vio aquél día.

Muy bien, Uchiha. Créeme o no, eso va por tu cuenta. Yo sólo te he contado lo que me consta. La gente aquí llama monstruo a Gaara porque aún tiene pesadillas de lo que vivió, pero no significa que sea una mala persona. Sólo es un chico que ha sufrido mucho. Y en cuanto lo que tiene que ver con tu hermano, creo que los dos sufren a su manera. Piénsalo. Naruto ha besado a Sasuke y Gaara los vio. Le arrebataron la felicidad que por fin había encontrado, le hicieron creer que de nuevo no había nadie que se preocupase por él. Y es que Sasuke está acostumbrado a tener la atención de la gente; de cualquier manera, le es fácil expresar su dolor para que los demás se preocupen por él. Pero Gaara siempre ha reprimido sus sentimientos, se guarda su dolor para sí mismo y sufre en silencio. ¿Cómo puedes estar tan seguro de que él no siente nada por tu hermano?

¡…!”

 

—Itachi, ¿por qué te quedas viéndome así? — preguntó Sasori después de unos segundos de silencio que, por alguna razón, empezaban a incomodarlo. No pudo evitar desviar la mirada del pelinegro que lo miraba penetrantemente—.Oye, ya nos hemos pasado veinte minutos de la hora indicada para que te vieras con Tsunade-sama. Creo que es hora de que vayas a ver qué es lo que quiere.

 

~*~

 

Nunca, en toda su vida, había escuchado un relato tan fantástico digno de la trama de una película de terror, que sin embargo, había sonado bastante real. Era la manera en la que Sasori se lo había contado, las expresiones de su rostro al hablar, su mirada café que se nublaba y se clavaba en un punto en la nada, como si de pronto hubiera sido transportado al pasado y revivido todas las sensaciones que experimentó aquella vez. Itachi era bastante escéptico, pero fue justo el comportamiento de Sasori lo que le hizo dudar y, por primera vez, creer algo que en otra ocasión le hubiera resultado completamente imposible.

Aspiró una bocanada de aire, sumido en sus pensamientos todavía mientras caminaba hacia la oficina de Tsunade. Sentía que la cabeza le daba vueltas, se llevó la mano ahí y luego suspiró profundamente. Aún tenía muchas cosas en qué pensar, y le daban más ganas de ir a buscar a su hermano nuevamente que escuchar lo que fuera que la directora le tuviera que decir (o pedir).

Lo consideró un momento cuando hubo llegado a la puerta y tenía su mano sobre la perilla, pero sabía que si no entraba, le iría como en feria. Así que giró la perilla y asomó la cabeza dentro.

— ¿Tsunade-sama? — llamó el moreno barriendo todo el lugar con la mirada. La oficina estaba en penumbra, apenas se notaban las sombras de los muebles; el escritorio y la silla al centro, justo delante de las enormes cortinas que cubrían lo poco que quedaba de la luz del sol. Itachi agudizó la mirada, pero no había nadie ahí.

Él suspiró resignado. Seguramente la rubia lo regañaría mañana por haber llegado tan tarde. Cerró la puerta y se dispuso a ir en búsqueda de su hermano, pero apenas había dado media vuelta, una voz femenina sonó al fondo del pasillo.

—Itachi—el moreno se giró y vio a Tsunade caminar hacia él, con la mano en alto y sus tacones resonando por el piso. Cuando hubo llegado a un lado del chico, éste pudo notar que la mujer se veía cansada, tenía ojeras pronunciadas y el rímel se le había corrido un poco—. Siento llegar tarde, la junta se alargó más tiempo.

Itachi asintió rápidamente.

—No se preocupe, Tsunade-sama.

—Tsk, olvidé  cerrar la puerta de nuevo, ¿verdad? —ella crispó el rostro en un mohín y abrió la puerta, indicándole a Itachi con un ademán que pasara.

Cuando ambos estuvieron dentro, Tsunade prosiguió a prender las luces y correr las cortinas, permitiendo que la luz del atardecer entrara por el enorme ventanal. Ella se sentó en su silla e Itachi frente a ella. La mirada dorada de la mujer atenta fijamente en el muchacho.

—Bien—empezó—. La razón por que te he llamado no tiene nada qué ver contigo, pero te involucra de manera indirecta.

— ¿Qué quiere decir? —preguntó inquisitivo y la rubia suspiró.

—Se trata sobre tu hermano. He tratado varias veces de hablar con él, pero se niega a hacerlo, no asiste a clases y nunca sale de su habitación— hizo una pausa— ¿Sabes qué le pasa?

Los labios de Itachi se hicieron una fina línea, pero él no perdió la compostura y se encogió de hombros.

—Supongo que está enfermo—mintió, restándole importancia al asunto. La rubia arqueó una ceja, pero Itachi no podía decirle que en realidad su hermano estaba sufriendo por un chico que había sido utilizado como contenedor de demonios.

— ¿Enfermo?

—Sí.

Ella se le  quedó viendo largo rato, con sus codos apoyados en el escritorio y su barbilla sobre sus manos. Su mirada era seria; a veces esos ojos dorados podían ser tan duros como el acero.

Luego de unos segundos, ella profirió un largo suspiró y tomó aire.

— ¿Sabes qué son los donceles? — ante la  pregunta de la directora, Itachi abrió los ojos como platos completamente desubicado.

Recordaba la palabra. Hizo memoria y recordó que en sus clases de anatomía, el profesor había hablado sobre una rara anormalidad genética en la que un bebé varón desarrollaba un aparato reproductor y era capaz de dar a luz. A aquellos varones se les conocía como donceles, y la probabilidad de que un bebé naciera así era de una en un millón.

—Son hombres que pueden dar a luz a un hijo— respondió despacio, aún sin entender qué tenía qué ver aquello.

Itachi la veía pensativa y sus labios temblaban, como si estuviera decidiéndose entre hablar o no. Tomó unos segundos más antes de que Tsunade volviera a hablar.

—Hace un mes, un chico de preparatoria presentó los síntomas de un embarazo. Al principio no lo creímos, pero yo misma le hice unos estudios que confirmaron que él estaba esperando a un bebé— una pausa—. Hemos estado revisándolo durante las últimas tres semanas.

El Uchiha se había quedado callado, algo en su interior se agitó y él comenzó a sentirse nervioso.

— ¿Y qué tiene que ver eso con mi hermano? — preguntó en un hilo de voz.

—Que el doncel del que te hablo es Sabaku No Gaara—le dijo con voz dura, y sus ojos se clavaron en los del moreno como espada en carne—. Y afirma que el padre del bebé que crece en su vientre es de Sasuke.

El dolor que parecía haber menguado de la cabeza de Itachi volvió a hacer acto de presencia y el moreno se sintió de pronto dentro de un carrusel, dando vueltas y mareándose, viendo lucecitas por todas partes. De pronto empezó a cuestionarse sobre lo que había pasado y pensó que el momento en la habitación de Sasori, cuando el pelirrojo le había contado todo, en realidad no había pasado. Que eso y lo que ahora le decía Tsunade era solamente el producto de un sueño.

 

~*~

 

Le sorprendió de pronto encontrarse en silencio absoluto, sin ninguna voz, ningún gruñido, ni un solo recuerdo que le atormentara y lo arrastrara nuevamente en la oscuridad. Todo estaba tranquilo.

Cuando abrió los ojos, lo primero con lo que se topó fue el blanco techo de la enfermería. Había motas de pelusa volando en el ambiente que se veían claras gracias a la luz que manaba el atardecer desde la ventana. Sus ojos aguamarina aún estaban entrecerrados, tratando de  ubicase en espacio y tiempo. Luego el pelirrojo se removió. Se sintió bien el estirarse un poco, había estado dormido aproximadamente cuatro horas y sus extremidades estaban entumidas. Miró a ambos lados, y aunque las luces estaban prendidas no había nadie más allí, así que Gaara se permitió suspirar profundamente y tallarse los ojos.

Se preguntaba cómo era que había llegado a la enfermería. Lo último que recordaba era haberse desmayado en un baño mientras escuchaba al idiota hermano del Uchiha y al bastardo rubio que le había golpeado la última vez, y también los susurros y gritos de Shukaku, diciéndole que él podía hacer mierda aquellos si se lo proponía. Los recuerdos habían arrasado con él como un tornado feroz, elevándolo en el aire y torturándolo, echándole en cara todos sus pecados. A los niños sobre garras de arena, implorándole; a Shukaku diciéndole que eso era lo que se merecían y que era la venganza más deliciosa del mundo. Y por un momento se había imaginado cómo sería destrozar a Itachi y a Deidara con un solo movimiento, verles rogarle por sus miserables vidas mientras la sangre manaba de sus bocas descompuestas. Había sido algo bastante tentador.

Pero Gaara ya no quería hacer más daño. Él había ocupado toda su fuerza de voluntad en evitar que Shukaku tomara el control de su cuerpo, y gracias a ello se había desmayado en aquél baño. Sabía que ni Shizune, ni Tsunade ni Karin (que a veces era quién hacía sus revisiones) lo habían sacado de ahí, pues era el baño de chicos. Y tampoco ningún chico se tomaría la molestia de ayudarlo; antes le aventaban agua puerca en la cara y se echaban a correr. A menos que… Su corazón dio un vuelco y él se incorporó de pronto al pensar en que Sasuke había sido quien lo sacó de ahí. Le hizo sentir estúpidamente feliz y patético. Y gruñó entre dientes, atrapando entre sus puños las sábanas blancas.

No había sido Sasuke, de eso estaba seguro. Pero el pensamiento sobre el moreno le había dado de lleno en su cabeza que se olvidó de cualquier otra cosa.

Sasuke. Cómo odiaba cada vez que pensaba en él. Siempre sentía ese vacío en el estómago, como si le faltara una parte de él o le hubieran arrancado algo vital. Miró hacia su vientre y lo tocó; aún no se notaba que estuviera embarazado, pero sintió una calidez que le hizo estremecerse. Iba a tener un hijo de Sasuke, por más loco que sonara. Y una parte de él, muy en el fondo, no podía evitar sentirse jodidamente feliz.

Pero luego, recordaba el estúpido beso que se dieron Naruto y Sasuke.

Gaara sintió un nudo treparle por la garganta y tragó saliva, maldiciendo de todas las formas que conocía a esos dos y a sí mismo. Porque él se había enamorado y el dolor que conllevaba ello era mucho peor que cualquiera que hubiera experimentado. Era como hundirse en un mar profundo y quedarse sin oxígeno, agonizar sin poder morir. Era horrible. Pero él tenía la culpa. ¿Cómo pudo creer que alguien como Sasuke lo pudiera amar, habiendo tantas personas más dignas de poder estar con él? Gaara había caído en el juego del Uchiha, había sido tan solo utilizado y seguramente Sasuke se burlaba de él por ello. Nunca había sido tan humillado en toda su vida.

“Lo que viste fue un error. Sabes que nunca haría algo que pudiera llegar a lastimarte.”

Las palabras del moreno fueron como una puñalada en su corazón. Sintió como se encogía en su lugar mientras recordaba aquella ocasión, como Sasuke estaba del otro lado de la puerta pidiéndole que abriera, y él diciéndole que se largara, que aprendiera a odiarlo como todos, que así las cosas serían más fáciles.

“No puedo odiar a la persona más importante en mi vida.”

El pelirrojo abrazó sus piernas y soltó un suspiro, con el corazón taladrándole el pecho horriblemente. ¿Por qué le afectaba tanto ese pelinegro?, ¿por qué sus palabras le provocaban un vacío y hacían que sus ojos se llenaran de lágrimas? Era estúpido; el amor era una mierda. Prefería mil veces ser torturado hasta la muerte que seguir sufriendo por el amor que le tenía al moreno.

Y entonces se dio cuenta de que no era por eso su dolor. Amar a Sasuke no dolía, al contrario, lo hacía sentir como si nada más importara, le hacía querer abrazarlo y sentir los latidos del otro contra su pecho. Le hacía sonreír. Era la sensación más hermosa que había experimentado en su vida.

Lo que realmente dolía era no tener al moreno consigo, que Sasuke lo hubiera traicionado y destruido eso tan bonito que ambos habían formado. Era lo mucho que dolía ver a Sasuke besando a alguien más. Gaara no quería volver a sentir eso, y sabía que si le abría la puerta a Sasuke volvería a entregarse a él. Lo amaría y sólo era cuestión de tiempo para que Sasuke se cansara de él y fuera a buscar a otro…, de nuevo.

“No puedo soportar verte así, yo... No puedo…”

¿Pero por qué cada vez que recordaba sus palabras sonaba tan real?

“Me importas, Gaara... Y no quiero verte sufrir de esta manera. Por favor, para de lastimarme y déjame estar junto a ti.”

¿Por qué sonaba tan sincero cuando decía que le importaba?

“Te amo, Gaara.”

¿Y por qué eran tan sinceras esas palabras?

El pelirrojo se levantó y se acomodó la ropa. ¿Y si quizá Naruto fue quien besó a Sasuke?, ¿y si el moreno no sentía nada por el  rubio?

“Lo que viste fue un error.”

Gaara salió corriendo de la enfermería, y por los pasillos del internado. El corazón le latía con fuerza, sus respiraciones eran agitadas y en su mirada había un brillo de esperanza. Estaba tan ansioso por encontrarse con Sasuke y verlo a los ojos, tan ansioso por hablar con él y escuchar aquella voz que lo volvía loco. Tal vez, ambos podrían aclarar las cosas: Sasuke volvería a decirle que lo que había pasado con Naruto fue un error y que él era la persona más importante en su vida. Volverían a estar juntos. Le diría sobre el bebé y Sasuke lo abrazaría. Nada más en el mundo importaría si Sasuke estaba con él para enfrentarlo.

El pelirrojo dobló al pasillo de su habitación y abrió los ojos cuando vio a lo lejos una figura sentada contra la puerta de Sasuke.

— ¡Sasuke! — gritó mientras apresuraba el paso. Y entonces, la persona que estaba ahí volvió la mirada hacia él. Mientras más se iba acortando la distancia notó una corta melena rubia y unos ojos azules. Paró en seco, pero ya estaba justo a su lado.

Sintió que el corazón se le quebraba en miles de pedazos.

Naruto se incorporó lentamente y ambos quedaron frente a frente. Gaara intentaba normalizar sus respiraciones mientras el rubio le clavaba una filosa mirada azul. Sasuke no estaba por ningún lado.

— ¿Qué quieres con Sasuke, monstruo?

 

Notas finales:

¡Hola nuevamente! :D Espero que les haya gustado el capi y sea digno de su review >< *abraza a su peluche de Gaara*

Y sólo para aclarar, Sasuke aún sigue leyendo el diario de Gaara ¬w¬

¡Hasta la próxima! (Esta vez no tardaré tantos meses ¡Lo juro! :D)


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