Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

How To Save A Life por Sabaku No Ferchis

[Reviews - 140]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Holis!

¿Cómo están? Sé que he tardado mucho en publicar; me pasé de los seis meses, jeje. Pero volví porque hoy es el cumpleaños del bello Gaara, y se merece todo my love :3 jajaja 

¡Muchas gracias por comentar! Espero les guste el capítulo :D

[CAPÍTULO 22]

 Memory Serves 

 

You remind me of sunshine
This feels like a movie
And you're slowing down time
Is this what they call paradise?
You sound like a song
In the lonely moonlight

 

Echoes – Fytch

 

Sasuke palideció ante la imagen de un fantasma. Fue como sacudir los pedazos de lo que alguna vez fue un corazón ingenuo y enamorado. El aire escapó de sus pulmones, sintió un fuerte tirón en el estómago. Cuando parpadeó para ver si aquella imagen no era producto de largas noches en vela, se percató de que el joven delante suyo lucía todavía más aturdido, como si hubiera despertado de un largo sueño.

Pero se trataba de él, de eso no tenía duda. Después de todo, no había día en el que no pensara en ese rostro. ¡Que lo partiera un rayo si se equivocaba!  Aquellos ojos verdes sólo podían pertenecer a una persona. A Gaara.

Sasuke alzó su mano para tocarlo. Al parecer, esta acción sacó al pelirrojo de su propio shock, pues se echó para atrás y dejó caer la bandeja que contenía la cena del moreno. Gaara lo miraba con los ojos bien abiertos, su boca dibujaba una expresión de incredulidad. Ambos estarían de acuerdo en que verse el uno al otro era como ver a un muerto.

—¡Gaara! —El Uchiha lo sostuvo del brazo antes de darle la oportunidad de huir. Entonces confirmó que no estaba soñando: de verdad estaba frente al chico que había buscado todo este tiempo—. ¡ERES TÚ!

El taheño se deshizo del agarre de Sasuke e intentó correr hacia el elevador. Sin embargo, a penas pudo dar unos pasos, pues el otro reaccionó rápido y lo acorraló contra la pared. Como había dado traspiés en su intento por escapar, terminó en el suelo, con el cuerpo del moreno sobre de él, rodeándolo.

El Uchiha podía sentir los latidos pesados y erráticos de Gaara golpear contra su propio pecho. De hecho, él también se sentía aturdido; tenía la sensación de haber bajado de una montaña rusa, con la adrenalina anestesiándole el cuerpo y acelerando su ritmo cardiaco. Tomó el rostro de Gaara con ambas manos y lo volteó para que quedara frente al suyo. La mirada verde se encontró con los ojos oscuros, y fue como si dos estrellas fugaces chocaran en una explosión colosal.

—¿Quiere soltarme? —El tono del pelirrojo expresaba una orden más que una pregunta, y más que una orden, una súplica. “¡Suéltame! Por favor, ¡suéltame!”

—No hay duda de que eres tú— Sasuke, en cambio, soltó una risita. Sus dedos se hundieron en los cachetes de Gaara y acortó la distancia entre sus rostros—. No voy a soltarte. ¿Por qué lo haría? La última vez que lo hice, te largaste por cinco años.

Gaara movió su cara para liberarse de los dedos del moreno. Lo miró con el ceño fruncido, afilado y amenazante.

—Suélteme, señor. O tendré que llamar a seguridad.

El Uchiha abrió la boca.

—¿Señor? —Repitió, desconcertado. En ese desliz, el taheño aprovechó para levantarse. Comenzó a caminar, pero Sasuke volvió a atraparlo por la muñeca—. ¿Qué juegas? No hagas como si no nos conociéramos. ¡No lo hagas! ¿Entiendes? Después todo lo que pasó, de todo lo que te busqué, no puedes verme a los ojos y decirme “señor”, como si yo fuera un extraño.

—Señor—Dijo Gaara, sin girarse a verlo—. Ya le dije. No lo conozco. Si no me suelta, tendré que reportar esto con mis superiores.

Sasuke apretó más la muñeca del pelirrojo. No importaban las tonterías que estaba diciendo, no lo dejaría ir.

—Bien, no me conoce. Pero déjeme contarle un poco sobre el hombre que estoy buscando—Anunció—. Es pelirrojo, bajito, con ojos verdes rodeados de grandes ojeras. Tiene tatuado el kanji japonés para amor en el lado izquierdo de la frente. ¿Le suena? —El taheño permanecía en silencio—. Sabe hablar japonés fluido, así como usted, porque como se imaginará, él y yo nacimos en Japón. Nos conocimos en el Instituto Senju, su dormitorio estaba frente al mío y cada noche lo escuchaba atormentándose por las visitas de un extraño demonio. Descabellado, ¿no? Pero era así. Aunque lo más importante es que yo terminé enamorado de ese pelirrojo—hizo una pausa—. ¿Quiere saber cómo es?

—No me interesa.

—No importa. Se lo diré: Él es como un gato huraño. ¡Tiene un genio terrible! Siempre piensa que las personas se acercan a él para hacerle daño porque eso es lo que ha aprendido. Siempre tiene miedo, así que se aísla  y actúa como si él fuese el peligroso cuando alguien se le acerca. Pero realmente es buena persona. Le gusta coleccionar cactus, le aficionan las novelas de terror, le encanta comer hamburguesas con queso, doble carne y sin pan. Le gustan los gatos, los hámsteres, los osos de peluche, y llámeme egocéntrico, pero también me atrevo a decir que le gusto yo.

Sasuke se calló de golpe, esperando una respuesta por parte del taheño. Quizá ese muchacho se habría transformado en estatua de no ser porque sus hombros temblaban ligeramente. Cuando supo que no estaba dispuesto a hablar, el Uchiha tomó aire.

—Su nombre es el mismo que usted tiene escrito en su gafete de empleado: Sabaku no Gaara—Silencio. Pese al nudo que estrujaba su garganta con cada palabra que había dicho, Sasuke no soltó la muñeca del joven—. Ahora quiero que voltee a verme y me diga a los ojos que usted no me conoce, que no es él, que no es mi Gaara. Quiero que me convenza de eso.

Gaara levantó el rostro. Sasuke notó que el taheño había estado conteniendo el aire. Al fin, se dignó a girarse noventa grados, de forma que el otro sólo podía verlo de perfil. Los ojos verdes estaban cubiertos por una capa de lágrimas a punto de derramarse, pero que se mantuvieron firmes hasta el final.

—Escucha—Habló el pelirrojo por fin—. No deberíamos estar aquí. Si esto no es accidental, cometiste un error al buscarme, ¿entiendes? —Hizo una pausa. Su voz se escuchaba fría, y era la misma que Sasuke tenía en sus recuerdos; sin embargo, parecía que su manzana de Adán arrastraba dificultosamente las palabras por su garganta. Tenía la mirada fija sobre el suelo—.  Yo… no soy el Gaara que conociste, y tú tampoco eres igual. Siento que hayas pensado diferente todo este tiempo, pero ya no existe nada entre nosotros dos.

Sasuke le miró serio. Gaara intentó liberar su mano; el pelinegro hizo presión en el agarre.

—Suéltame, Uchiha.

—No.

—¡Que me…!

El moreno tiró del brazo de Gaara y lo atrajo hacia él. Sostuvo al chico por los hombros, encarándolo. Pequeñas telarañas rojas rodeaban las pupilas verdes del aturdido muchacho.

—Te dije que no voy a dejarte ir otra vez—El tono de voz del pelinegro fue severo y grave. Apretó más al pelirrojo contra él—. Tú me prometiste que… que…

De pronto, la voz de Sasuke fue apagándose a medida que sus piernas flaqueaban y la fuerza abandonaba sus músculos. Su visión se hizo turbia; sin embargo, alcanzó a percibir que los ojos del pelirrojo ahora eran amarillos, como los del demonio que tenía dentro.

Luego, Sasuke cayó inconsciente a los pies de Gaara, de la misma forma en que lo había hecho hace cinco años.

Entre las notas del piano y el murmullo de los invitados, Itachi escuchó su nombre a través de una voz chillona y conocida.

—¡Itachi-sempai, Itachi-sempai!

El joven presidente de Mangekyo&Co se dio media vuelta, topándose con un rubio que iba hacia él a pasos torpes y chocando con la gente que se cruzaba en su camino.

—Naruto, ¿cómo estás? No te había visto en toda la noche.

—Me retrasé un poquito, pero llegué justo antes de la inauguración—El rubio mostró todos sus dientes en una gran sonrisa y se llevó una mano detrás de la cabeza—. ¡Muchas felicidades! Este hotel increíble. Y la fiesta está grandiosa, ttebayo.

—Te agradezco que lo digas, y también que hayas venido—Respondió el Uchiha, sonriéndole. Naruto siguió con el brazo detrás de la cabeza y sonriendo igual que el gato de Cheshire—. ¿Sucede algo?

—¿Eh? Sí…—Un color de tomate se instaló sobre sus mejillas zorrunas. Itachi adivinó por dónde iba el asunto—. Pensé que… Sasuke estaría aquí, ¿lo está, Itachi-sempai? Quiero verlo.

Itachi suspiró. Algún día Naruto debía dejar de pensar en Sasuke, pensó. Pero esta vez su hermano había tenido la culpa. Le dio alas al pobre rubio la última navidad, y desde entonces no había parado de buscarlo.

Ahora, había asistido a una fiesta la cual seguramente le importaba un cacahuate (ni siquiera cuando era niño las disfrutaba, a no ser que se encontrara Sasuke, con quien jugaba “congelados" corriendo entre las piernas de la gente como un pequeño cachorro). Así que Itachi decidió ahorrarle las esperanzas de esa noche.

—Sasuke está en Francia desde ayer.

—¿¡Qué!? ¿Ya está allá? —Naruto expandió la mirada y elevó el tono de voz. Algunos alrededor, que intentaban disfrutar el sonido del piano, lo miraron acusadoramente—. No me dijo que se iría tan pronto… ¡Además, tú sigues aquí Itachi-sempai!

—Alguien de nosotros tenía que estar aquí para la inauguración de este hotel. Padre me pidió a mí que lo hiciera; mi vuelo a Paris sale mañana al medio día.

—¿Y cuánto tiempo durará el proyecto? —Preguntó el rubio—. ¿Cuándo volverá Sasuke?

—En seis meses—Contestó el moreno.

Al fondo, las notas del piano componían “G Minor”.

—¿¡QUÉ!? ¡Es mucho, ttebayo! ¿No pueden hacerlo en menos tiempo? ¡En un mes! Además, ¿por qué el teme tiene que estar allá? Si tú eres el presidente, sempai, no él.

—Porque Sasuke debe aprender a asumir ese tipo de responsabilidades—Itachi suspiró—. Mira, Naruto, no hay nada que puedas hacer por el momento, ¿de acuerdo? Espera a que regrese y entonces hablarás con él.  

Naruto bajó la mirada. Guardó las manos en los bolsillos de su saco azul y volvió a mirar al hombre que ha deseado tanto tener de cuñado.

—Lo esperaré—Aseguró, sonriendo—. Sasuke no puede huir de mí todo el tiempo, él y yo estamos hechos el uno para el otro, ttebayo—Le extendió la mano a Itachi—. Pasaré a saludar a Fugaku-sama y Mikoto-sama antes de irme. ¡Nos vemos, sempai! ¡Y me saludas a Izumi!

Itachi correspondió la despedida, posteriormente el rubio desapareció entre la gente.

El moreno miró su reloj. Eran las 9 y media de la noche y ya estaba deseando irse. Tenía que preparar las cosas para su viaje de mañana. Pensó en llamar a Sasuke para preguntarle cómo marchaba todo por allá, sin embargo, primero consultó el itinerario que quedaba por cubrir en la fiesta.

Entonces leyó el nombre del pianista que tocaba en ese momento. Su corazón le golpeó fuertemente contra el pecho, seguido de un revoloteo en el estómago y la sensación de calor por todo el cuerpo.

Se giró lentamente y levantó el rostro, escuchando los bombeos internos y despiadados que soltaba su corazón. Por más que intentara controlarse, era vulnerable ante eso. ¿De qué se sorprendía? Siempre lo había sido, desde sus años de instituto, cuando involuntariamente su mirada iba a parar a esa cabeza roja que todo el tiempo estaba junto a Deidara; a esos grandes ojos cafés que sólo veían a Deidara; a Akasuna no Sasori, quien le había entregado su corazón al mencionado rubio.

Ahora mismo Itachi pensó que quizá estaba alucinando, así que se acercó hacia el escenario esperando comprobar que ese rostro era un producto de su imaginación, un extraño desliz de esos que suceden cuando uno recuerda a un amor no correspondido. Pero a medida que se acercaba, el joven pianista más se parecía a Sasori.

Bajo los dedos del pelirrojo, seguía sonando “G Minor”, e Itachi no podía estar más fascinado. De haber sabido desde el principio que Sasori daría una presentación en su hotel, seguramente no se habría despegado ni un solo momento.

Pero la melodía llegó a su fin antes de lo esperado y Akasuna se levantó para dar las gracias al público, que le retribuía su talento con aplausos. Cuando bajó del escenario, Itachi caminó hacia él, con el bombardeo dentro de su pecho y una sensación de calor en sus mejillas que aumentó cuando el taheño se dio cuenta que se aceraban a él.

Sasori se quedó quieto. Lucía un elegante traje negro que estilizaba más su delgada figura. Su expresión, como casi siempre, era taciturna.

Itachi se detuvo frente a él. Abrió la boca para hablar, pero ni siquiera pudo decir una palabra. Una pequeña mano rodeó su brazo y los labios de Izumi se pegaron sobre su mejilla, interrumpiendo abruptamente las intenciones del chico.

—Cariño, ¿dónde estabas? Estaba buscándote como loca. Ten, aquí está tu vino—Ella le extendió al moreno una copa. Luego, se percató del pianista—. ¡Oh, tocaste genial! Asuna-san, ¿cierto? No sé mucho de música, pero estuvo genial—Miró a Itachi—. ¿No es verdad, cariño?

—Akasuna—Corrigieron Itachi y Sasori.

Como ellos hablaron al unísono, la castaña levantó una ceja y repartió una mirada entre ambos.

—¿Ustedes ya se conocían? —Preguntó sorprendida, con una sonrisa incómoda en la cara.

—Bueno, Uchiha es dueño del hotel. Me parece ilógico que no conozca a quiénes se contrataron para el entretenimiento de esta fiesta.

—De hecho, éramos compañeros de instituto—Repuso Itachi.

Hubo un pequeño silencio entre los tres. El Uchiha supuso que Izumi estaba a la defensiva, pues se colgó del brazo de él y tomó aire para dar una falsa sonrisa enorme hacia el pelirrojo.

—Pues yo soy la prometida de Itachi, Izumi—Se presentó, extendiéndole la mano que no se aferraba al moreno. Los dos muchachos expandieron la mirada—. Mucho gusto, Akasuna-san.

Sasori esperó unos segundos antes de tomar la mano de la joven.

—Cariño, tus padres te están buscando—Dijo Izumi a Itachi, girándose para darle la espalda al pelirrojo—. ¿Vamos?

—¿No te parece descortés lo que estás haciendo? —Itachi frunció el ceño—. Ahora voy, dame un momento para saludar a Akasuna-san.

Ella descompuso su rostro. Abrió la boca, indignada. Itachi estaba seguro de que iba a soltar un berrinche, pero antes, Sasori interrumpió.

—No se preocupen—Dijo—. Yo me retiro. Terminé lo que vine a hacer aquí. Hasta pronto, Uchiha—Él pasó a un lado de la pareja y miró a la muchacha—. Señorita.

—¡Pero qué tipo tan altanero! —Dijo ella cuando se quedó a solas con su novio—. ¡Todavía que halagué su música!, la cual de por sí no era tan buena. ¿Tu padre no tuvo presupuesto para contratar a alguien mejor? Para alguien como él, hubiera sido mejor poner una pista grabada. Además, ¿escuchaste cómo te habló? ¡No usaba honoríficos! ¿Quién se cree que es?

—Tú fuiste grosera primero—Itachi estaba serio.

—Es solo que no me da buena espina—Quitó la copa de la mano de Itachi y la puso en una mesa cercana. Rodeó el cuello de él con ambas manos, pegándosele—. Vamos a bailar, cariño.

—Dijiste que mis padres me buscaban.

—No era cierto.

Ella se pegó más a Itachi y él quitó sus manos de encima.

—Baila tú sola, Izumi.

—¿¡Por qué te molestas!?

—Estás actuando como niña caprichosa. ¿Cuál era la necesidad de comportarse así y decirle que estábamos comprometidos?

—¿Y? Pronto lo estaremos, ¿no es así? De todas formas, ¿a él qué podría importarle si estamos comprometidos o no?

Itachi negó con la cabeza. Su mirada hacia ella era filosa; la chica intentó mantener su mueca berrinchuda firme pese al temblor de sus labios.

—Necesito un trago—Dijo el moreno, marchándose.

—¡Yo te lo traigo!

—No, Izumi—La encaró molesto—. No quiero verte ahora, así que no te atrevas a seguirme.

Ella tuvo que aguantarse las ganas de ir corriendo tras él.

Sasori tomó un poco de vino, con el frío viento nocturno desordenando su cabello. La vista de Tokio desde el balcón de aquella suite era increíble, digna de ser plasmada en pintura. Pese a que Uchiha Itachi estaba a su lado con su propia copa, ambos dejaban que el sonido de la ciudad y el de la fiesta llevada a cabo en la terraza del hotel fuera lo único que evitaba que todo cayera en un silencio completo.

Él ni siquiera tenía idea de por qué estaba ahí. ¿Por qué había accedido a hablar con Itachi cuando el moreno lo siguió hasta el elevador que lo llevaría a la salida del hotel? Lo miró de reojo, Itachi contemplaba la cuidad. Se preguntó qué era lo que sucedía dentro de esa cabeza cubierta por cabellos ébano.

—Espero que no quieras disculparte por el comportamiento de tu prometida—Dijo él, rompiendo el hielo.

Ambos se miraron por fin, Itachi sonrió un poco.

—No es mi prometida—Aseguró. Luego apartó la mirada del otro—. Es… mi novia.

—Hmph. Alguien debería decírselo.

—No creas que no lo he intentado.

Sasori guardó silencio por unos segundos. Se giró hacia el moreno.

—¿Me trajiste acá para decirme que no eres el prometido de tu novia?

Itachi curvó los labios suavemente, riéndose del comentario a su forma tan amable.

—No es todo—Admitió. Sus ojos conectaron con los cafés del pelirrojo—. ¿Cómo has estado, Sasori?

El taheño correspondió la sonrisa.

—Desde que te fuiste, sin despedirte apropiadamente de mí, hace cinco años, he estado bien. Gracias por preguntar.

—Estás siendo sarcástico como siempre.

—Estoy siendo sincero—Tomó otro trago y dejó la copa vacía sobre el borde del balcón—. Me gano la vida tocando el piano y el violín, a veces pintando. No me va tan mal como la mayoría esperaría de un artista que está vivo, o que no debutó a los seis años.

—Me alegro por ti—Dijo Itachi, sinceramente—. No esperaba encontrarte aquí. De verdad me sorprendiste.

—Te repito, ¿qué clase de presidente no está al tanto de a quiénes contrata para el entretenimiento de sus hoteles? —Se burló el pelirrojo—. De todas formas, felicidades a usted igual, señor presidente.

Ambos jóvenes rieron un poco. El aire enfriaba un poco las mejillas de Itachi, que desde hace un rato tenía una pregunta atorada en la garganta.

—Debo suponer que sigues con Deidara.

Los segundos que siguieron a eso fueron una eternidad para el moreno. Sasori, de pronto, se movió de su lugar y acortó su distancia con Itachi, quedando frente a frente. La expresión del chico era impredecible, e Itachi pensó que se veía precioso bajo las luces de la ciudad.

—Tú y yo estamos en las mismas, Uchiha, aunque las cosas no son como antes—Dijo el pianista. Miró a Itachi directamente a los ojos y luego bajó la mirada, temblorosa—. Ahora eres tú el que tiene una relación por cuidar, pese a lo inmadura que es tu novia.

El corazón del presidente dio un vuelco. Tuvo que tragar saliva para recuperar el aire.

—Ese noviazgo no es lo que piensas. Estoy con ella porque mis padres me obligan a sentar cabeza, y porque pensé que nunca…—Guardó silencio. Ahí estaba en la punta de su lengua: lo que nunca se atrevió a decirle a Sasori cuando tenían diecinueve años.

—¿Nunca qué?

—Tú lo sabes—Dijo Itachi, evadiendo la responsabilidad—. Sabes lo que pasaba, lo que sentía.

—Pero nunca fuiste capaz de decírmelo—Sasori lo encaró. Su brazo, que había estado firme sobre su costado, se movió ligeramente hasta rozar la mano de Itachi—. Dímelo, Itachi. Solo dilo ahora.

—¿Cambiará algo si lo hago?

—Quizá vine a esta fiesta con la intención de escucharlo.

El moreno dio un paso hacia al frente, rompiendo la distancia. Sus pechos se tocaron y Sasori tuvo que levantar la cabeza para poder ver al otro a la cara. En ese intervalo, Itachi tomó al pelirrojo por las mejillas, jugando a besarlo hasta que por fin lo unió a él completamente.

No sentía nada más que sus labios frotando suavemente la boca de Sasori, quien no se movió, quien no huyó, quien le había correspondido el contacto y lo jaló por el cuello de la camisa hacia él, aferrándose como a la baranda de una escalera. Dobló el rostro para acomodarse mejor, ambos tenían los ojos cerrados y las bocas activas hasta que Itachi se separó un poquito y le susurró a Sasori la confesión más obvia de toda su vida:

—Estoy enamorado de ti.

El taheño exhaló y no permitió que Itachi hablara de nuevo, tal vez era lo único que quería escuchar de él, y tal vez el mismo Itachi esperó demasiado tiempo para escucharse a sí mismo decir eso. Ambos dieron traspiés en su camino a la cama y Sasori cayó sobre de ella, llevándose a Itachi consigo. El pelinegro, como lo había hecho en muchos sueños de adolescente, fue quitando la ropa de Sasori hasta tenerlo desnudo debajo de él.

La fiesta seguía en el último piso, aunque apenas podían escucharla. Seguramente Izumi estaba allá, buscando a Itachi con sus ojos caprichosos y sus mejillas rojas. Nunca se imaginaría lo que sucedía con su novio y aquel pianista en ese momento, porque Itachi y Sasori eran algo que ella no alcanzaba a ver.

Los rayos de sol que entraban por la ventana cegaron los ojos de Sasuke cuando despertó. Hizo una mueca y se cubrió la cara, levantándose de golpe al recordar lo que había pasado la noche anterior.

—¡Gaara!

Miró alrededor. No había rastro de nadie, el cuarto estaba impecable. Se llevó una mano a la cabeza, mirándose. Usaba la ropa del día anterior a excepción de los zapatos. Como desesperado (de hecho, lo estaba a causa de los recuerdos tan vívidos de haber tenido a Gaara entre sus brazos), abrió la puerta para encontrarse con un piso limpio, sin rastro de la cena que debería estar esparcida.

¿Fue un sueño? La pregunta, más que aliviarlo, le provocó un malestar en el pecho y en el estómago. Regresó dentro para consultar el reloj: 10 de la mañana. Quizá debería llamar a su hermano para preguntar cómo estaba marchando la fiesta allá en Japón. Bueno, eso lo haría después. Tenía que alistarse y reunirse con el señor Athaquet a las 12 del día. Antes, claro, había algo más importante por hacer.

El moreno se metió a la ducha. Mientras el agua caía por su cuerpo, él no dejaba de pensar en que anoche al fin había encontrado a Gaara, y en la sensación de felicidad que eso le provocaba. Sin embargo, había una pizca de amargura en todo eso (si es que en realidad sucedió): Su pelirrojo, en su afán por escapar (nuevamente) de él, había hecho la misma jugada que hace cinco años. Bah, y Sasuke, muy estúpido, había caído.

Este pensamiento lo impulsó a apresurarse. Se vistió rápidamente. Antes de salir del cuarto, intentó llamar a Itachi, pero la llamada fue a parar a buzón. Muy ocupado el presidente, pensó mientras tomaba su saco y salía del cuarto, directo a hablar con el gerente del hotel.

 

Gaara intentó concentrarse. Los pedazos de la vasija comenzaron a temblar, pero solo algunos se alzaron para ocupar su forma. La voz de Shukaku, dentro de su jaula, golpeó suavemente los oídos del pelirrojo.

La vasija se debilitó—Dijo el demonio—. Pensé que ya lo sabías. Si quieres deshacerte de mí, no deberías usar mis poderes, mocoso.

Gaara hizo una mueca, pero no respondió. Se concentró para hacer que los pedazos de la vasija se volvieran a mover.

Y lo hiciste por ese humanillo de nuevo—El taheño abrió los ojos, mirando al demonio que era un poco más grande que la en última sesión, pero no más que cuando hizo trisas a los amigos de Deidara—. ¿Cómo es que se llama? Uchiha Sasuke.

—Uchiha Sasuke no importa.

¡No importa, claro! —El mapache movió su cola—. Porque si no importara, ¿por qué molestarse en dejarlo inconsciente con el poder de tu demonio, del cual te quieres deshacer? ¡JA! No importa, eres un recipiente muy chistoso, aunque siempre tengas cara de gato huraño. Porque si Uchiha Sasuke no importa, ¿qué necesidad de tratarlo con tanta delicadeza?

—Él no importa, Shukaku. No tiene nada que ver con nosotros.

Con “nosotros”, ¿te refieres a ti y a mí, o a ti y a tu pequeño humano?

El taheño guardó silencio, rindiéndose ante las palabras del demonio. Porque ambos sabían que tenía razón en todo lo que había dicho, y que prácticamente, Gaara no podía definirse sin tener que recurrir a Shukaku, a Sasuke, y obviamente, al pequeño Natsu.

Cuando llegó a Francia, con las secuelas de sus heridas y su mente hecha trizas, lo único que pensó fue en encargar al pequeño bebé que llevaba en su abultado vientre a su hermana y al viejo Ebizo, para que por lo menos él viviera una vida decente. No tenía muchas esperanzas para sí mismo. Lo único que quería era desaparecer.

Sin embargo, aquel anciano le explicó que existía la posibilidad de romper permanentemente el vínculo entre él y Shukaku, sin que el pelirrojo tuviese que pagarlo con su vida. Muchos años antes de la época moderna, en la última etapa del periodo Heian del Japón, Shukaku fue encerrado en una vasija mágica por un monje; en el periodo Kamamura, esta vasija fue rota por un samurai deseoso de ocupar al demonio como arma, y así fue liberado, permitiéndole apropiarse del cuerpo y la voluntad de los humanos para hacer de las suyas en aquellas épocas donde la guerra era el panorama diario del mundo.

La única forma para librarse de Shukaku, había dicho Ebizo, era volver a encerrar al demonio dentro de la vasija cuando estuviera en su momento de mayor debilidad, lo cual equivalía a un largo periodo de inactividad. Así que el pelirrojo accedió a iniciar un exorcismo que le tomó dos años de preparación mental y otros dos de concentración y agotamiento físico y mental para armar nuevamente la vasija de Shukaku dentro de su subconsciente, donde el demonio residía. Hasta ahora, había juntado millones de granos de arena para tener casi completa la vasija. Solo faltaban los últimos bordes y los mangos, los cuales se habían desmoronado en el momento en que ocupó el poder del mapache para hacer dormir a Sasuke.

Sasuke. Sasuke. Sasuke.

Ya sabía que la imagen del moreno se había instalado en su mente para quedarse, pero ahora que lo tocó, que lo sintió, estaba tan vívida como si lo tuviera en frente. Verlo fue tan imprevisto que casi se le detiene el corazón ahí mismo. Cuando Sasuke lo abrazó, cuando lo sostuvo de la muñeca y del rostro, sintió que todo su cuerpo se derretía. Si no ocupaba los poderes de Shukaku, hubiera sido inevitable rechazar al Uchiha.

Así que Gaara hizo que Sasuke quedara inconsciente, y cuando lo tuvo a sus pies, se inclinó para corresponder el abrazo que él le había dado momentos antes. Estuvo en esa posición por varios minutos, acariciando las hebras del pelinegro y agradecido de que la suite tuviera elevador privado.

Cuando él mismo se hubo calmado y sus ojos volvieron a su color verde original, Gaara llevó a la cama al muchacho inconsciente, que se acomodó casi como niño pequeño. Luego, le quitó los zapatos y lo cubrió con las cobijas. Estaba haciendo el mayor tiempo posible para pasarlo junto a él.

Al mirar el rostro de Sasuke, Gaara se percató de que estaba algo mayor: sus facciones eran más maduras, y le había salido un poco de barba que seguramente se rasuraría en la mañana. Sin embargo, seguía haciendo las mismas expresiones de aquel joven que lo amó tanto, y que era el padre de Natsu.

Sasuke abrió un poco la boca entre sueños. Gaara sintió una corriente eléctrica por todo el cuerpo y la sensación de mariposas en el estómago. Se sentó a su lado y acarició la mejilla del pelinegro con la mano, deseando poder tocarlo más mientras su cerebro le repetía una y otra vez que lo mejor que podía hacer era olvidarse de él.

Porque, para empezar, Sasuke y Gaara no habían nacido para estar juntos. Ambos venían de mundos diferentes, viviendo vidas diferentes hasta que el destino les hizo la broma cruel de juntarlos y hacer que se amaran tanto. Sasuke era el hijo menor de un empresario importante; lo último que el mundo esperaría de él era que resultada involucrado con un chico como el pelirrojo. Uchiha Sasuke era alguien que siempre había luchado por la aprobación de su padre, alguien que fue educado para ser líder, alguien cuyo destino era casarse con una mujer hermosa e inteligente, nacida en cuna de oro y con pasado pulcro. ¡Es más! Si era gay, había mejores opciones que él; ahí estaba Naruto, por ejemplo. Nada tenía que hacer con un joven pobre cuyo destino fue nacer como doncel y, además, servir como el contenedor de un demonio antiguo.

Gaara tragó saliva. Había hecho cosas terribles a lo largo de su vida. Sin embargo, de lo que más se arrepentía era de tener que renunciar al moreno, porque conocerlo fue lo mejor que le pudo pasar. Así que se inclinó sobre el rostro del otro y le acarició la frente con los labios, respirando su aroma y avivando recuerdos. Recuerdos que servirían más adelante. Le besó la frente, las mejillas y finalmente los labios, antes de dejarlo solo en la habitación, durmiendo, como si no hubiese pasado nada.

—Sasuke no importa—Repitió Gaara al demonio—. Esto es entre tú y yo.

Se concentró el mover las piezas rotas de la vasija. Éstas se alzaron sobre una pequeña nube de arena. Sin embargo, sólo la mitad de ellas se unieron al recipiente. Cuando abrió los ojos, vio que el mapache, que daba vueltas en su jaula, era más pequeño; tenía el tamaño de un lobo americano común.

 

Gaara despertó de la sesión mensual, dentro del círculo de arena donde se llevaba a cabo el exorcismo. Ebizo y su hermana Temari estaban frente a él, la rubia bebía un té cuando advirtió que el pelirrojo ya estaba consciente. Dejó su bebida rápidamente sobre la mesa y se hincó junto a él.

—¿Cómo te fue, hermanito? —Preguntó ella; Gaara apenas terminaba de acostumbrarse al tono maternal de la joven—. ¿Pudiste reparar las piezas rotas?

El pelirrojo se levantó un poco entumido (era común luego de cada sesión). Temari lo ayudó a salir del círculo y sentarse en el sofá de la casa de Ebizo.

—Solo algunas—Respondió—. ¿Dónde está Natsu?

—Está jugando en el cuarto de arriba. Ya sabes cuánto adora los cochecitos que le compré.

La rubia le pasó a su hermano menor una taza de té de manzanilla. Luego, ayudó a Ebizo a limpiar el círculo en el suelo. También abrieron las cortinas de las ventanas para que la luz del atardecer iluminara un poco la casa. Gaara se ofreció a ayudar, pero su hermana, secundada por el amable viejecito, le ordenaron guardar reposo.

Pasados unos minutos, ella bajó de la habitación de arriba con Natsu tomado de la mano. Cuando el pelirrojo lo miró, sintió un pinchazo de ternura e inmediatamente pensó que así debió verse Sasuke cuando era un niño, con los ojos grandes, la nariz pequeña y las mejillas sonrojadas.

Los tres se despidieron de Ebizo y salieron de la casa hacia la pequeña vivienda que habían alquilado. La noche era cálida, iluminada por la luz de la luna. Las calles, casi vacías, no recordaban mucho a las películas románticas en París, que normalmente eran grabadas en el centro y no en la periferia. Natsu iba dormido sobre el regazo de su tía, quien tenía su mirada escarlata sorprendida y fija sobre Gaara.

—¿Por qué lo hiciste? —Preguntó ella—. ¿Por qué no le dijiste la verdad? ¿Por qué te arriesgaste a usar a Shukaku?

El pelirrojo arrugó el puente de la nariz, sin deseos de ver la cara de su hermana.

—¿De qué sirve decirle la verdad?

—Existen dos razones completamente válidas—Anunció ella, con su tono firme y pareciéndose a una madre molesta—. Primera y más importante: Uchiha Sasuke es el padre de este niño—Palmeó suavemente la espalda del pequeño que dormía—. Tú mismo dijiste que él estaba entusiasmado con la idea de tenerlo, ¿no? Y segunda: Es obvio, Gaara, que tú sigues enamorado de él.

—A mí no me parecen razones válidas—Dijo Gaara, seco.

Ella frunció el entrecejo.

—Entonces explícame tus razones—Pidió ella—. Explícame por qué arriesgaste un proceso que te ha llevado tanto tiempo, solo para dejarlo inconsciente.

—Con suerte creerá que simplemente fue un sueño—Su voz, que pretendía ser fuerte, se quebró—. Él eventualmente parará de buscarme, regresará a Japón, ocupará un lugar importante en la empresa de su familia, encontrará esposa y será muy feliz.

Temari lo miraba con una expresión incrédula, la boca ligeramente abierta. Como no encontraba lógica entre las cosas que decía su hermano y la expresión en su rostro, negó con la cabeza y le preguntó:

—¿Por qué quieres decidir por él?

—¡Es lo que debería hacer!

—¡Es lo que quieres que haga, y yo no entiendo por qué! —Hizo una pausa y después niveló el tono de su voz para que Natsu no despertara—. Gaara, deberías sentirte feliz de saber que él te sigue queriendo, que te ha buscado durante todo este tiempo, y que aun existe la posibilidad de que Natsu pueda conocer a su padre. Digo, puede que no me creas, pero eres muy afortunado. En este mundo la gente ya no ama de esa forma.

Gaara negó repetidamente, tuvo el impulso de llevarse las manos a la cabeza en un intento de no hacer caso a los sentimientos que revoloteaban dentro de su pecho. Pero era inevitable, y cada que pensaba en lo feliz que podía ser teniendo a Sasuke y a Natsu, se convencía más de que la vida era muy injusta. Cuando miró a su hermana, tenía los ojos cubiertos en lágrimas.

—¿Sabes cómo serían las cosas si lo hubiera aceptado? —Preguntó; Temari notó lo mucho que temblaba su manzana de Adán con cada palabra que decía—. En primera, lo que menos esperan sus padres es que su hijo esté enamorado de un varón; pero es que ni siquiera soy un varón del todo, ¿verdad? Dime qué va a decir la gente de Sasuke. ¿Que se enamoró de un fenómeno? ¿¡Que tuvo un hijo con un fenómeno!? No, Temari, y no voy a permitir que Natsu pase bajo los ojos de la gente de esa forma. Sasuke está mejor sin nosotros, y sin Sasuke, Natsu está protegido de los ojos mediáticos.

Hubo un largo silencio después de eso. Gaara se sentía exhibido; había dicho todo lo que sentía, sus mejillas estaban húmedas por las lágrimas y tenía un hueco en el estómago.

Temari pensó que Gaara se complicaba bastante las cosas; ella quería decirle que un futuro junto a Sasuke no necesariamente era tan catastrófico como el pelirrojo suponía. En primera, ¿qué necesidad había de decirle al mundo que Natsu era el hijo biológico de Gaara? Y segunda, si al mismo Sasuke no le importaba que sus padres se enteraran que estaba enamorado de un hombre, ¿por qué Gaara sí se preocupaba por ellos?

Finalmente, evitó hacer algún comentario. No quería perturbar más a Gaara, ni que Natsu despertara. Caminaron en silencio el resto del camino. Sin embargo, cuando doblaron en la esquina que daba a la calle de su casa, la chica se percató de algo y paró en seco, deteniendo a su hermano por la muñeca.

—Hay alguien frente a la casa.

Efectivamente, había una figura encorvada, sentada sobre la banqueta. Como tenía la cabeza metida entre las piernas, no se apreciaba bien de qué tipo de persona se trataba. En aquella zona de la periferia de París, era común ver borrachos en las calles, así que los hermanos no se asustaron, pero sí se acercaron con cuidado.

Temari abrió la boca, dispuesta a decirle al sujeto que tenía tres segundos para quitarse de enfrente, pero antes de poder decir la primera palabra, el pelirrojo la tomó por el brazo.

—¡Gaara!

Y la voz no fue de ella, sino del extraño que se había levantado y miraba al taheño como si hubiese encontrado una botella de agua en medio del desierto.

Ella lo observó detenidamente. Su facha no era de borracho, ni siquiera de un francés de clase baja. Sus rasgos eran asiáticos y lucía un traje elegante, aunque tenía desacomodada la corbata y el cuello de la camisa. A la chica no le costó trabajo verlo a la cara y saber de quien se trataba, así que abrió la boca en una gran O.

—Sasuke—Preguntó Gaara, quien retrocedía a medida que el muchacho pelinegro se acercaba a él. Su piel blanca delataba el sonrojo en su cara, el hueco en su estómago había crecido inmensamente —. ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo me encontraste?

—Yo… hablé con el gerente, es amigo mío. Me dio tu información…—Él parecía cauteloso. No quería que Gaara se alejara más de él, así que se quedó quieto en su lugar—. Necesito que hablemos, por favor.

—No hay nada que hablar…

—¡No te atrevas a decir eso de nuevo! ¡Tú sabes que lo hay! Porque desapareciste sin decir nada, sin ninguna explicación…—Sasuke tomó aire—. La última vez que te vi estabas herido, cubierto en sangre… sangrabas por las piernas…—Desvió la mirada—. Discúlpame, no pude protegerte de ellos, ni a ti ni a…

—¡No lo digas!

—¡No pude protegerlos! Está bien, fue mi culpa, pero ¿¡por qué huiste de mí, Gaara!?

—¡Porque era lo mejor que podía hacer! ¿¡No entiendes!?

—¿Por qué están gritando tanto?

Hubo una tercera voz que sacó al pelinegro y al taheño de la burbuja en que se habían metido. Gaara sintió frío en todo el cuerpo, su corazón cayó a la boca del estómago. Pero quizá aquella vocecilla causó más impacto en Sasuke, pues al girarse se topó con que la rubia cargaba a un pequeño niño, que lo miraba con sus ojos verdes adormilados.

Era como verse a sí mismo en un espejo, dieciocho años antes.

 

Notas finales:

Gracias por leer, ¡hasta la próxima!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).