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Mordidos por el deseo. por Miny Nazareni

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Notas del capitulo:

Yo sé que soy una bastarda por volver con la segunda parte a más de un año que publiqué este shot, pero hey, la inspiración no llegaba y ha estado viniendo ultimamente, así que la aproveché. Como compensación, les puedo decir que es la segunda parte más larga que he escrito, en serio, no creí jamás que fuese tan grande, pero ahora sí todo esta resuelto entre los personajes.

Tendremos el lemon de Jorge e Iván yei!!! Y también la aparición de un par de nuevos personajes, además del regreso de otro personaje no muy deseado, pero servirá para darle fin a esta historia a la cual le tengo mucho cariño.

Así que espero que les guste y me regalen su opinión, muchas gracias. :D

 

La telaraña del deseo.

 

                —Y por eso es que estamos aquí.

                —Ya veo—dijo la mujer mayor acomodando sus lentes y escribiendo notas en su libreta.

Iván y Jorge estaban sentados en un sofá dentro de una diminuta oficina correspondiente al área de psicología de la escuela. Sí, en otras palabras, estaban en el consultorio de la psicóloga, pero no de cualquier tipo de psicóloga. La doctora Fernández tenía un título sumamente especial.

                —¿No tiene nada que decir al respecto?—cuestionó Iván alterado y Jorge giró los ojos.

                —No joven Vidaurreta, estoy analizando lo que me han contado y creo, dentro de todo diagnostico, que es completamente normal.

El pelinegro sufrió un derrame y el oji-azul se dio un zape en la frente. Ya sabía lo que venía, conocía a su novio a la perfección. Se imaginaba un grito gigantesco acompañado de exageraciones y palabras altisonantes.

Y no se equivocó.

                —¡Cómo demonios va a ser normal! ¡Doctora Fernández! ¡No lo entiende! ¡Quiero tener sexo y no puedo! ¡Dónde rayos está lo normal en eso!

                —La eyaculación precoz es un problema común en los hombres, no tienes por qué precipitarte. Hay muchas soluciones y tratamiento para ti Iván, puedes seguirlos al pie de la letra y en poco tiempo tendrás una vida sexual plena.

                —¿Cuánto tiempo? Un día… dos…  porque muero de ganas de que mi novio me meta mano pero simplemente no se puede.

Jorge se había estado conteniendo bastante, pero al escuchar el último comentario ya no pudo más y lanzó una gran carcajada que solo provocó que Iván lo mirara ceñudo. ¿Dónde demonios estaba la diversión en todo este asunto?

                —Nunca pensé que la abstinencia sexual te volviese tan altivo amor—explicó aún en risas y la psicóloga lo miró pidiendo que se calmara. Obedeció limpiándose unas cuantas lagrimitas de risa y continuó con seriedad—Pero debes escuchar a la doctora, ella tiene razón, nos llevara un gran proceso, pero te prometo que cuando termine no sólo te meteré la mano, si no otras cosas.

Lo último lo dijo con un ligero rastro de perversión e Iván no pudo evitar sonrojarse, pero también sonreír. La mujer volvió a acomodar sus anteojos siendo inmune a la escena y carraspeó para llamar la atención de ambos. El oji-miel lanzó un suspiro y asintió resignado.

                —De acuerdo, seguiré un tratamiento.

****

La historia había comenzado algunos meses después de su confesión en el bosque, después del asunto de Portia y los, ahora pareja, Carlos y Antonio. Él era el más sorprendido con la situación, Jorge no tanto. Los perros y los gatos tienen algo en común, son animales, había dicho su novio con puya, es lógico que esos dos tuviesen más motivos para gustarse que para lanzarse mierda.

Pero la cuestión no era eso, si no ellos. Se conocían de toda la vida, y aunque su relación de pareja había empezado hace poco, Iván no paraba de desear a su amado castaño. Quería hacer el amor con él y Jorge pensaba lo mismo. Pero el par de idiotas no querían pasar como pervertidos y ninguno de los dos lo había propuesto.

Fue Carlos Marroquín quien metió la espinita y agregó más limón a la llaga. Durante el almuerzo, los cuatro compartían la mesa. Los rumores y palabrerías acerca de Navarro y Marroquín, el dúo odioso se habían dispersado y ahora podían comer con tranquilidad en la cafetería. Y tomarse de la mano… y toquetearse… y casi hacerlo ahí mismo si no fuese porque a Antonio aún le quedaba una poquita de cordura… poquita.

Ahora ambos estaban casi tragándose el uno al otro como usualmente lo hacían cuando Iván carraspeó para parar la masacre. Mis ojos, mis vírgenes ojos ya no lo son, pensaba el jovencito. Carlos sonrió seductoramente y después de besar a Antonio una vez más dejándolo medio mareado, miró al pelinegro y le replicó molesto por la interrupción.

                —No seas aguafiestas, bien que quieres que Jorge te meta la lengua de la misma forma.

                —¡Cállate animal!—había replicado el aludido castaño preocupado por su novio.

Iván se había sonrojado ante lo dicho por el tarado de Carlos, principalmente porque era cierto.

                —¿Qué? El hecho de que sean unos reprimidos sexuales no quiere decir que tengan que arruinarnos la vida a nosotros—miró al pelirrojo quién había enarcado una ceja ante su burla—¿Verdad Antonio?

                —Déjalos en paz, ellos no quieren dar ese paso todavía—cruzó los brazos—Y te recuerdo que se supone que tu y yo no tendríamos nada de sexo hasta después de un tiempo. ¿Qué demonios pasó con tu promesa?

                —Es que eres una tentación andante princesa mía—replicó el rubio con una sonrisa seductora y tomando su barbilla entre sus manos.

                —Ca…. Ca… cállate—dijo rojo, casi al tono de su cabello. En el pasado, el “princesa” era un insulto, ahora era un apelativo cariñoso. Le decía “princesa mía” casi todo el tiempo y solo por hacerlo enojar y enrojecer.

                —¿Quieren calmar sus hormonas?—alegó Jorge rompiendo la atmosfera romántica. Iván no había dicho nada pensando en las palabras de su amigo.

                —Yo solo digo que si se tienen tantas ganas, porque no se dejan de tonterías y lo hacen.

Era la primera vez que Carlos decía algo sensato, pero luego arruinó la brillantez de su comentario al tomar la mano de Antonio, obligarlo a levantarse y arrastrarlo fuera del lugar no sin antes decir “Ahora, él y yo vamos a concretar aquello que ustedes no se atreven. Con permiso.”

De esa forma los dejó solos, meditando el asunto y con temor de mirarse a los ojos. Decidieron ser sinceros consigo mismos y lo admitieron, querían hacer el amor. Se pusieron de acuerdo para ver el lugar donde se llevaría a cabo y el día. Lo hicieron, se prepararon y cuando llegó el momento todo se fue al traste.

Jorge estaba besando apasionadamente y sin decoro alguno a Iván mientras paseaba sus manos por su trasero cuando el aludido comenzó a estremecerse violentamente y lanzó un gemido en el beso. Vino la sorpresa, vino la vergüenza y después vino la disculpa. Jorge no reprochó nada, alegó que tal vez estaba muy emocionado y por ello se había corrido sin ni siquiera hacer gran cosa.

Pero cuando lo intentaron la segunda vez, volvió a ocurrir lo mismo. Y la tercera vez fue igual y en todas las que vinieron no había cambio alguno. Iván se corría antes de que Jorge llegara por lo menos a segunda base y aquello llenó de histeria al pelinegro. Quería hacer bien el amor con Jorge, quería complacerlo, le avergonzaba que el otro tuviese que reprimirse de esa forma por su culpa y, aunque no lo dijera, seguramente a Jorge le molestaba toda esa situación.

Por ello, cuando una tarde escuchó el consejo de Ángel Moreno y la sugerencia de visitar a la psicóloga de la escuela, primero lo tachó de loco, pero una vez que el jovencito le había explicado que la mujer tenía una especialidad en sexología, supo que tenía que verla.

Y de ese modo terminaron ahí, contando sus intimidades y buscando la solución.

****

Luego de que Antonio y Carlos aceptaran sus sentimientos y decidieran andar, se encargaron de exhibirse en la escuela a más no poder. Los rumores y los chismes corrían y a ellos les importaba un soberano cacahuate. Eran libres de decirse leperadas en el pasado y elegir quererse ahora en el presente. Estaba en un país libre. ¿O no?

Obviamente con el descaro de ambos personajes y las demostraciones de afecto, no faltaron aquellos reprimidos que al ver a este par sin cohibición alguna, dejaron el clóset y le dieron la bienvenida a la luz del homosexualismo.

Ángel Moreno y Adrián Castillo eran el ejemplo perfecto de esto.

Ángel era un jovencito enamoradizo y tierno que había quedado prendado de Adrián un año atrás. Adrián era un joven alto, compañero de fútbol de Carlos y obsesionado con Ángel incluso antes de que éste posara sus ojos en él. Un día se confesaron y empezaron a salir en secreto. Llevaban así un año, viéndose a escondidas durante los recesos y después de la escuela, tomando distintos caminos para perder la pista y reencontrándose una vez que no había sospechoso alguno. Cuando Carlos Marroquín y Antonio Navarro se pasearon por toda la escuela tomados de la mano y declarando al mundo que se amaban y que si a alguien le molestaba bien se podía ir a la mierda, Adrián, quién tenía mayor recelo debido a su reputación, decidió acabar con el secreto.

Tomó la mano del pequeño Ángel y entrelazándolas y mostrándolas a todos, declaró que estaba enamorado de él y que le valía madres lo que pensaran de él. Se ganó la aprobación de Carlos y el cuchicheo de varias chicas, pero después de un tiempo, el asunto se olvidó y ahora todos los gays reprimidos del colegio se paseaban como si nada.

La pareja sabía de la especialidad de la psicóloga Fernández por una simple y sencilla razón. Ángel era su paciente. Ambos acudían a terapia con ella para superar los traumas del pequeño.

Era muy simple, Ángel le tenía miedo al sexo y por ello no habían dado ese paso, pero pensaba que Adrián terminaría dejándolo si no lo hacía con él y lo había intentado. Fue todo un desastre que terminó con el menor sollozando y contando su trauma y el mayor consolándolo, diciéndole que no tenía que hacer eso, que nunca lo dejaría y que sólo harían el amor cuando se sintiera seguro de ello.

Ahora que acudían a la terapia, Ángel había avanzado mucho. Aún no superaba su miedo del todo, pero Adrián ya podía toquetearlo de vez en cuando sin sentir pánico e incluso se había llegado a sentir excitado en ocasiones. Aquello le llenaba de vergüenza, pero le hacía feliz, pronto podrían ser una pareja igual de descarada que Antonio y Carlos.

                —Quisiera tanto ser como ellos—dijo suspirando en una ocasión e Iván no pudo evitar escuchar y mirarlo como si estuviera loco.

                —No hablas en serio. ¿O sí?

Adrián y Jorge llegaron a la mesa que compartían con Antonio y Carlos, quienes por supuesto, estaban en su mundo besándose y toqueteándose.

                —Claro que sí—aseguró el pequeño y los señaló—Míralos, no tienen vergüenza alguna, ni miedo, pueden quererse sin ser reprimidos. Pueden tener sexo con facilidad.

Ambos suspiraron. El propio Iván también sentía un poco de envidia, era verdad, ellos podían hacer el amor cuantas veces quisieran y no tenían que enfrentarse a tales situaciones como ver a una psicóloga. Adrián abrazó a su novio y Jorge tomando la mano del suyo, rompió la utopía del tierno Ángel con respecto a ese par de amigos suyos.

                —Tú no quieres ser como ellos, créeme. Son disfuncionales.

                —¿Disfuncionales?—cuestionó curioso.

                —Sí—afirmó Iván—Ahora mismo los ves muy acaramelados y sonrientes. Pero cuando se pelean por algo, se dicen cosas hirientes, se insultan y no se hablan durante una semana.

                —Después, en la segunda semana sienten culpa, pero también tienen orgullo y ninguno dice algo esperando que uno de los dos se disculpe—continuó Jorge e Iván agregó:

                —La tercera semana ya es deprimente. Los dos se extrañan, los dos quieren disculparse, pero tienen miedo de que el otro les odie y prefieren quedarse callados. Se miran en repetidas ocasiones sin que el otro lo note. Piensan desesperadamente que ya no se aman y aquello llena de depresión el ambiente.

                —Durante la primera semana Carlos está de un humor de perros en el entrenamiento—contribuyó Adrián a la descripción—En la segunda está distraído, pero sigue con su mal humor y en la tercera está tan deprimido que falla en todas sus anotaciones y no presta atención a nada.

                —Antonio brilla en los trabajos durante la primera semana, está tan molesto que le pone empeño a la escuela. En la segunda semana sigue molesto, pero anda más torpe que de costumbre, tropieza hasta con una hormiga. Y finalmente en la tercera semana se deprime, reprueba exámenes o no hace tareas—Iván miró de reojo al mencionado pelirrojo que tenía una sonrisa en su rostro.

                —Es en la cuarta semana, cuando ya estamos hartos, que decidimos encerrarlos en un lugar para que solucionen el maldito conflicto de una buena vez—terminó Jorge con una mueca.

                —Hay gritos, insultos, llanto y finalmente, besos, seguidos de jadeos que significan que hubo reconciliación.

                —Y entonces el ciclo se repite, son dulces, tiernos, amorosos….

                —Pero algo sale mal y vuelven a lo mismo—concluyó Iván con un gesto de fastidio.

Ángel estaba asombrado de tal narración y lanzando un gran suspiro, susurró con una sonrisa.

                —Sí, son disfuncionales.

Todos asintieron de acuerdo y volvieron a mirarlos. Antonio tenía el ceño fruncido y Carlos los brazos cruzados. Definitivamente algo había pasado, Iván se dio un golpe en la frente y, con un suspiro resignado, Jorge se acerco a la pareja.

                —¿Y ahora qué pasa?

                —Nada. ¿Qué te hace pensar que algo ocurre? Es sólo el tarado de tu amigo, siendo él como siempre—replicó mordaz Antonio y Carlos no se reprimió.

                —¿Es mi jodida culpa? ¡Claro que no! ¡Lo que pasa es que eres una maldita zorra!

Se miraron con auténtico odio destilado en sus ojos y sus gestos y Jorge intentó intervenir. Seguramente era una tontería, pero antes de que pudiese decir algo, el pelirrojo se levantó de su asiento y le dio una fuerte bofetada al rubio. Todos en la cafetería reaccionaron extrañados, hacía tiempo que no veían esas escenas entre ese par. Carlos reaccionó furioso y estaba por levantarse de su asiento y devolver el golpe cuando Iván se interpuso. Ahora sí parecía grave, incluso el pequeño Ángel estaba asustado y se aferraba a Adrián, quien veía la situación sin comprender. Hace un par de segundos se habían estado besando y ahora hasta se golpeaban. ¿Qué pasaba?

                —¡No quiero volver a  ver tu rostro de mierda en mi vida!

                —¡Bien! ¡Porque yo tampoco quiero hacerlo! ¡Estoy harto de ti! ¡Eres el error más grande que he cometido!—replicó en gritos Carlos, sin sentir realmente lo que decía, pero estaba tan furioso, que no le importaba.

Las piernas de Antonio temblaron, pero no le permitió ver cuánto le habían dolido sus palabras. Carlos era incomprensible, sabía que no podían congeniar, debió saberlo, ¿Por qué insistió en estar con una persona así? ¿Todo por qué? ¿Por un puto mensaje de texto?

El problema radicaba en que no era cualquier mensaje de texto.

Era un mensaje de Hugo… Hugo Escalante.

Estaba dolido y decepcionado. ¿Cómo era posible que no confiara en él? ¿No le había demostrado con anterioridad cuánto lo amaba? ¿Era eso? ¿Qué Carlos no lo amaba lo suficiente como para creer que nada pasaría? Ahora lo había comprobado, esas palabras tan crudas, tan directas, dolían. Salió de la cafetería antes de que las lágrimas se asomaran por sus ojos, no le iba a dar el gusto de verlo llorar, no por él, no por nadie.

Carlos por su parte, respiraba sin control, queriendo salir de ese lugar y alcanzar al otro. ¿Por qué precisamente ahora? ¿Por qué cuando más feliz se sentía de estar con Antonio? ¿Qué mierdas quería Hugo? ¿Y por qué Antonio le había estado ocultando los mensajes de texto? Habían vuelto a contactarse y aquello le había hecho reventar de celos, él lo sabía, era consciente de lo mucho que Antonio había amado a Hugo. ¿Por qué no le daba su lugar? ¿Por qué lo dejaba volver a su vida con tanta facilidad? Dolía, claro que dolía imaginarse tantas cosas, seguramente Antonio aún amaba a Hugo y ahora que había vuelto, él solo era un pasatiempo.

Y eso era lo que le hacía enfurecer.

                —¿Quieres explicarme qué demonios fue eso?—indagó Jorge consternado.

                —Ya viste, terminamos, y es lo mejor. De todas formas nunca fue como si en verdad estuviésemos saliendo.

                —¿Ah no?—cuestionó Iván enarcando una ceja—Pues yo hubiera jurado que lo hacían, es más, se lo dijeron a todo el mundo.

                —Pensé… pensé que ustedes se amaban—dijo con voz tímida Ángel y Carlos lo miró sin saber qué responder.

Él también había pensado lo mismo, él creía fervientemente que Antonio ya había dejado atrás a Hugo y ahora lo amaba a él. Porque sí, el muy idiota se había enamorado de Antonio con el pasar del tiempo, amaba todo de él y por un momento se creyó en el paraíso cada vez que tomaba su mano. Ahora sabía que no era igual para el otro.

                —Yo también creía eso—dijo en un susurro antes de levantarse del asiento y salir en la dirección contraria a la del pelirrojo.

Todos se quedaron callados e Iván frunció ceño mientras se mordía los labios. Jorge se percató de aquel gesto y lo supo, iba a investigar lo suficiente hasta saber realmente cuál era el conflicto.

Y después haría lo que fuera para solucionarlo.

****

                —¿Por qué estamos haciendo esto? Dime—preguntó Jorge con una mueca, oculto en una de las secciones de esa cafetería junto a Carlos, quien solo llevaba el ceño fruncido.

                —Porque ese maldito estúpido no se va a burlar de mi, si planea verse con Hugo y retomar sus “andadas” con él, primero va a tener que enfrentarse a mi puño.

El castaño giró los ojos. Carlos estaba exagerando demasiado este conflicto. Una vez que la pelea entre ese par provocó los cuchicheos en la cafetería, Iván y Jorge se pusieron de acuerdo para investigar bien esa cuestión. El oji-azul salió en la misma dirección que Carlos y lo siguió hasta dar con él. El pelinegro por su parte, se quedó con el joven Moreno y Adrián, quienes solo miraron tensos la escena.

Jorge logró hablar bien con Carlos y comprendió a la perfección lo que pasaba. Los últimos días, Antonio había estado actuando extraño y evitaba con toda su alma tocar su celular cuando estaba con el rubio. Aquello levantó sus sospechas y en ese momento de besos desenfrenados en la cafetería, Carlos aprovechó para tomar su celular y leer, más que nada para satisfacer su curiosidad. El pelirrojo se enfadó muchísimo y la furia del rubio fue mayor cuando comprendió porque no quería que leyera. Antonio se había estado mandando mensajes con Hugo y peor, habían decidido verse esa tarde. Comenzaron los alegatos, los reclamos y al final, todo tuvo el resultado del cuál Iván, Jorge, Ángel y Adrián fueron testigos.

Por ello, cuando Jorge comenzó a sermonearlo hablándole de la confianza, la estrella del equipo de futbol le ignoró y prácticamente lo arrastró a espiar ese encuentro. El chico estaba exasperado con tal comportamiento, pero la mirada del otro, cargada de ansiedad y coraje, le dijo que debía dejarlo hacer lo que quisiera. Por sus propios medios Carlos se dará cuenta de que la está regando, pensó sabiamente Jorge Velasco.

Antonio, sin ser consciente del escrutinio de su “novio” o ex-novio según su reciente pelea, estaba sentado ocupando una de las mesas de la cafetería. Se sentía demasiado nervioso y no, no por el inminente encuentro con Hugo, si no por todo lo que había pasado con Carlos. ¿Por qué no confiaba en él? ¿Por qué le había dicho esas cosas tan hirientes? Deja de devanarte los sesos con eso, Carlos ya no importa, al menos ya te dejó claro que es lo que siente. ¿O no? Aquello le deprimía, pero no iba a permitirse entristecerse ni un poco y menos en presencia del maldito de Hugo. Si había un responsable de todos sus miedos, de todas sus inseguridades y de todas sus desdichas, era ese bastardo miserable. Hugo había sido su primer amor, su primera vez, de verdad le amó muchísimo. Vivían juntos, él se sentía en un sueño cada vez que lo veía.

Pero la decepción fue aún más dolorosa de lo que creía y ciertamente, al confesarle su amor a Hugo no solo perdió su dignidad, perdió su corazón, creyendo que nunca volvería a enamorarse con la misma fuerza. ¿Para qué? Si de todos modos, nunca le amaban a él, solo amaban la sensación de tenerle, de poseerle y después de botarle. Carlos Marroquín le había asegurado que con él sería distinto y ahora era consciente de que había sido una mentira.

Escuchó la silla moverse y medio brincó ante la intromisión a sus pensamientos. Con su 1.80, su mirada oscura y su cabello negro como la noche, Hugo se sentó frente a él con un gesto despectivo, como siempre le había mirado. Cruzó los brazos y Antonio se permitió devolverle la mirada de desprecio, sin disimularla en verdad.

                —¿Y bien? ¿Tienes lo que te pedí?—preguntó secamente y el oji-verde enarcó una ceja.

Obtuvo debajo de la mesa una bolsa de papel con varias pertenencias de Hugo. No comprendía por qué de repente Hugo le había llamado exigiéndole que le diera algunas de las cosas que había olvidado en la casa cuando se mudó, dejándolo con la humillación y los platos rotos de su conflicto. Le entregó dicha bolsa y Hugo la tomó inspeccionando su contenido.

                —Ya está todo ahí, no me quedé con nada, sinceramente algunas de tus cosas las tiré, eso es lo que se salvó—comentó con puya y sarcasmo.

                —Me da igual, esto me sirve—le miró fríamente—Quiero la llave.

                —¿Para qué mierda quieres la llave?—preguntó furioso Antonio.

                —Para que pueda entrar libremente por supuesto. Esa casa sigue siendo mía, el contrato abarcaba un cierto tiempo y aún no se cumple. Puedo ir ahí cuando se me antoje o tenga la necesidad de un hospedaje en esta ciudad inmunda.

El pelirrojo frunció el ceño y no frenó a la bilis en su interior.

                —¡No te quiero en mi casa en ningún momento! ¡Tienes dinero suficiente para conseguir un lugar donde hospedarte cuando vengas! ¡No me jodas a mí!

                —¡Pagué parte de un depósito por esa casa y tengo derecho sobre ella!

Apretando sus puños y levantándose en el acto, Antonio exclamó:

                —¡Vete a la mierda! ¡No tienes derecho sobre nada!

Comenzó a alejarse con la rabia consumiendo cada parte de él, ante la mirada atenta de Carlos. Hugo también se levantó y comenzó a seguirlo. Jorge pensó que tal vez era momento de retirarse, la discusión parecía seria, pero al rubio no le pudo importar menos la prudencia y nuevamente arrastrándolo, ambos siguieron al otro par sin que lo notaran.

Lo que hago por ti Iván, se dijo tortuosamente Jorge mientras caminaba.

****

Estaban en el salón de Biología. Si había una razón por la que Ángel e Iván se habían hecho amigos era por su amor a los animales. Ambos pertenecían al club de Biología y cuidaban de las pequeñas mascotas de la escuela. Ese día en especial, el Colegio Carrien tenía una visita poco usual. La sumamente temida e idolatrada por algunos Portia, la araña mortal, la araña bananera, la Phoneutria Nigriventer responsable de que, Antonio y Carlos dejaran de lado su odio para ceder a esa atracción entre ellos.

Ángel miraba a la araña con cierta aprensión. Si bien amaba a los animales, Portia con toda su “lindura” le daba cierto miedo por las consecuencias de su picadura. Él sabía que era peligrosa, pero no conocía el resto de sus efectos a la hora de ser picado por ella.

Tal vez… lo haría más pronto de lo que pensaba.

                —¿Crees que Jorge logre saber algo de ese par?

                —Estoy seguro que sí Ángel—respondió Iván con una sonrisa para su mascota.

                —Sé que no tengo mucho de conocerlos pero… Antonio y Carlos me inspiran idolatría, ellos hicieron lo que nosotros nunca nos hubiésemos atrevido. Amarse con libertad. Y me entristece que, por un malentendido, ese amor se desvanezca.

El pelinegro miró al pequeño con ternura. Entendía su punto y entendía su preocupación. Carlos y Antonio también eran sus amigos y, aunque le exasperaban con esa forma de ser tan arrebatada, también temía por su relación. Pero sabía que todo se solucionaría, Jorge tenía la habilidad de resolver todo a su alrededor, por ello lo amaba tanto. Se sonrojó.

                —Descuida, ellos estarán bien, ya lo verás.

El chiquitín sonrió e Iván comenzó a meter la mano en la caja de cristal donde Portia reposaba cuando estaba en la escuela, para poder pasarla a su propia caja. Sin embargo, justo en ese momento, recibió un mensaje de texto y sacó su mano para contestar mientras le pedía a Ángel con la mirada que hiciera el trabajo por él. El menor medio tembló ante la idea, pero obedeció, además, confiaba en que Portia de verdad no le haría daño.

Metió su mano en dicha caja de cristal y sostuvo con ella a la “hermosa” araña, la cual movió sus patas provocándole cosquillas al pequeño. Esbozó una risita más relajado y estaba por pasarla a su propia caja cuando Iván lanzó una ligera maldición, lo que provocó que se estremeciera y Portia, asustada con el movimiento, le mordiera en modo de defensa.

                —¡Auch!—gritó inocentemente Ángel y soltó a Portia en su caja mientras se sobaba la mordedura. Iván se percató y ensanchó los ojos ante ello.

                —¡Ángel! ¿Estás bien? Dime… ¿Te mordió?

                —Sí, creo que sí. ¿Debo ir a la enfermería?—cuestionó con voz dulce y temerosa.

                —Así es… yo… conseguiré el antídoto para ti. Me parece que hay un hospital cerca de aquí—le miró nervioso, Iván conocía perfectamente las consecuencias de la mordedura de Portia, ya las había visto en acción—Por favor… ve a la enfermería y no salgas de ahí. ¿De acuerdo?

El dulce Ángel Moreno asintió y observó a Iván marcharse con la preocupación pintada en el rostro. Solo esperaba no sentirse muy enfermo y que de verdad Iván llegara a tiempo. Aún no había sido capaz de demostrarle a Adrián cuanto lo amaba y no podía morir sin hacerlo. Dio un gran suspiro y observó de reojo a Portia, quien solo parpadeaba de vez en cuando.

Si tan solo el pequeño Ángel supiera lo cerca que estaba de cumplir sus deseos…

****

Acababa de terminar la práctica de futbol y Carlos nuevamente se la había volado. Adrián negó con la cabeza mientras se secaba el sudor con una toalla. Sus problemas personales se estaban agravando y aquello tarde o temprano le traería problemas en el equipo. El capitán no había dicho nada solo porque Carlos era su preferido, pero seguramente se terminaría cansando y lo expulsaría. Lanzó un suspiro y comenzó a caminar en dirección a las duchas cuando la visión de su pequeño y adorable novio le detuvo.

Ángel caminaba hacia él y no tenía una buena cara. ¿Se sentiría enfermo? El menor se sobaba el vientre y hacía gestos como si le costara caminar. La preocupación le ganó y se acercó a él nervioso, seguramente sí estaba enfermo, debía curarlo lo más pronto posible.

                —¿Ángel? ¿Qué ocurre? ¿Te sientes bien?

El chiquitín negó y respondió con voz entrecortada:

                —No… me… me siento… raro… Adrián… yo…

                —Te llevaré a la enfermería—replicó el más alto y tomó su mano entre la suya.

Ambos caminaron los pasillos, las puertas y los escalones para poder llegar. Cuando lo hicieron, Adrián maldijo por lo bajo, la enfermera no estaba, no había nadie en ese lugar y tuvo ganas de golpear a la pared. Había checado su temperatura y su Ángel estaba ardiendo en fiebre, además de que empezaba a fallarle la respiración. De repente, el aludido se sentó en la base de la camilla de la enfermería y tomó la mano de Adrián para besarla con fervor.

                —Te amo Adrián, te amo mucho.

                —Y yo a ti mi pequeño Ángel—miró a los lados tratando de saber si podría hacer algo por él—Descuida, conseguiré algún analgésico o…

El menor le interrumpió con firmeza:

                —No… no necesito ningún analgésico, sé bien lo que necesito.

Antes de que Adrián pudiese preguntar qué era lo que necesitaba y si había alguna forma en que él pudiera ayudar, Ángel dirigió su mano a su entrepierna y le obligó a acariciarle. Rojo como una manzana, Adrián trató de retirar su mano y el pequeño no lo permitió.

                —A…Ángel… ¿Qué haces?—estaba muerto de vergüenza y el chico replicó sin pena alguna.

                —¿No lo sientes? Te necesito a ti, te necesito en mí.

                —Muy bien… ¿Quién eres tú y qué le has hecho a mi Ángel? Pensé que iríamos lento, fue la recomendación de la doctora y…

Ángel comenzó a negar con la cabeza sin liberar su mano y derramando lágrimas.

                —Ya no tengo miedo. Ahora solo te deseo, quiero amarte. ¿Tú no sientes lo mismo?

Mierda, mierda, está llorando, se dijo perdido Adrián, si había algo que no podía soportar era ver a Ángel llorar y menos por su causa. Con su mano libre acarició su mejilla limpiando sus lágrimas con su pulgar y le dio un cándido beso antes de responderle.

                —Claro que te deseo y por supuesto que quiero amarte. Pero yo esperaba hacerlo especial para ti… preparar algo bonito y… no sé…

                —Eso no importa—liberó su mano solo para abrazarlo y poder frotar frente a él la prueba de que estaba más ansioso que nunca—Será especial porque será contigo, no hace falta otra cosa.

Adrián reprimió un gemidito, ni en sus más locas y perversas fantasías se imaginó a Ángel actuando de ese modo. Sentir su “deseo” simplemente logró que el suyo despertara, imaginando que, si era algo que su amado le pedía, él no tenía por qué negarse.

                —De acuerdo, pero no habrá marcha atrás. ¿Estás de acuerdo?

Le dio como respuesta un beso apasionado que sin duda no esperaba. Ni siquiera sabía que su Ángel pudiese besar así. Movió sus labios entre los suyos y paseó su lengua por toda su boca, con un erotismo y una ternura que terminaron por encenderle completamente.

Lo recostó sobre la camilla y se posicionó sobre él mientras correspondía su beso con desenfreno. Sus manos acariciaron sus cabellos y su boca poco a poco fue descendiendo, arrancando gemidos en el pequeño. Una parte de él sabía que debía ser cuidadoso, lo sabía porque la primera vez que intentó besarlo y tocarlo de esa forma, su pequeño había comenzado a temblar con pánico. Sin embargo, ahora mismo le parecía imposible controlarse. Ángel temblaba sí, pero lo hacía de puro gozo, podía sentir la diferencia y la prueba estuvo en que, mientras gemía sin parar ante sus caricias y besos, el menor levantó su playera lentamente  y se permitió acariciar su espalda baja sin timidez alguna.

Aquello le hizo suspirar y aumentar la intensidad de sus caricias. Su mano lentamente se dirigió a esa pequeña erección. Ni siquiera sabía por qué motivo estaba tan excitado y antes de que su mente se lo cuestionara, Ángel lanzó un gemidito tan erótico y delicioso, que mandó a la goma cualquier pregunta. Comenzó a masturbarle con cuidado, pero también con esmero y ansiedad. El chico suspiraba y jadeaba ante sus movimientos, era impresionantemente excitante cada sonido que salía de su boca, lo estaba volviendo loco.

Sin dejar de tocarlo y sin dejar de mirarlo, se quitó la playera inmediatamente y Ángel hizo lo mismo con su ropa. Incluso sus pantalones, que le servían de barrera para que no le viera como lo masturbaba. En definitiva esta era una faceta de su amor que no conocía, pero no podía negar que le estaba gustando demasiado. En cuestión de minutos, Ángel estuvo desnudo bajo él y se relamió los labios ante tal vista. Sabiendo eso, el pequeño aferró su cuerpo al suyo y le suplicó:

                —Date… date prisa… por favor…

                —Pero… podría lastimarte y yo…

                —Estaré bien… por favor…—hizo un puchero demasiado adorable que Adrián no pudo pasar desapercibido—… quiero sentirte en mi…

Ya no pudo rebatir nada más. Aumentó la intensidad en su mano y con su boca comenzó a besar todo a su paso. Su piel, sus tetillas, su vientre; poco a poco fue descendiendo hasta que llegó a su entrada, donde embriagado por el aroma de su Ángel, comenzó a lamer su entrada con desenfreno. Ángel sostuvo las sábanas de la camilla con fuerza, mientras gritaba de placer y se retorcía. Comenzó despacio, lamiendo con cuidado y expandiendo ligeramente con un dedo el lugar. Poco a poco fue introduciendo sus dedos, uno por uno, aunados a su saliva y su otra mano que no había parado de masturbarlo. Ante la intromisión y contrario a lo que sus miedos siempre le habían dicho, el pequeño no pudo más que apretar los cabellos de Adrián con fuerza mientras perdía la voz.

Continuó preparándole, besándole y acariciándole ante tanta pasión. Había esperado tanto tiempo por ese momento y en realidad habría esperado mucho más si Ángel se lo pidiera, todo su anhelo era hacerlo sentir bien, amarlo tanto que incluso llorara de felicidad. Cuando comprendió que su novio ya estaba listo y que no paraba de respirar sin control, dejó de estimularlo, ganándose otro puchero adorable y erótico. Buscó en los cajones y botiquines de esa enfermería hasta dar con los condones y desabrochándose el pantalón, el menor se incorporó y tomó el mismo en su mano.

                —Yo lo pondré… para ti…

Asintió tragando en seco y Ángel abrió el paquetito cuadrado mientras colocaba el condón en el pene de su amante. No comprendía donde había quedado su miedo, su timidez, su vergüenza, no lo entendía, pero en ese momento no le importaba. Lo ansiaba demasiado, estaba tan feliz de haber podido llegar a tanto con él, que no pensaba permitir a su cabeza destrozar su felicidad.

Una vez que estuvo el condón puesto, Ángel se recostó nuevamente y con los brazos le llamó para que se colocara encima de él. Tal vista, su amor desnudo, listo para recibirle, le nubló la mente por completo y le penetró casi al instante provocando en el pequeño un grito agudo de dolor y satisfacción. Se lanzó a su boca para besarla desesperadamente, tratando de calmar con ello la punzada de dolor en su trasero y Adrián correspondió sus besos buscando darle tiempo para que se acostumbrara.

Fueron minutos de besuqueos intensos y juegos con sus lenguas y cuando Ángel se dio cuenta que el dolor ya había disminuido, Adrián lo captó al vuelo y comenzó a envestirlo con fuerza. Sus gemidos ante ello interrumpieron todo beso y los gruñidos de Adrián solo lograban encenderlo más, aunque le empezaba a faltar la respiración, aunque sentía un ligero dolor en el pecho, incluso si el calor empezaba a nublar sus sentidos. Sentía tanto placer, tanta dicha.

¿Por qué le había tenido miedo al sexo? Era increíble, cada roce, cada estocada provocaba en él un estremecimiento que le devoraba las entrañas. El orgasmo comenzó a invadirle y nublado en el placer, poco le importó perder el conocimiento antes de lanzar un gran gemido y enterrar sus uñas en su espalda. Se corrió y se desmayó al instante, Adrián no lo notó, pues continuó envistiendo hasta que también alcanzó el clímax.

Fue cuando ya no lo sintió moverse, que se alarmó por completo y comenzó a temer. Salió de él angustiado y comenzó a vestirse a sí mismo y a él mientras trataba de reanimarlo. ¿Habré sido muy brusco? Se preguntó de repente nervioso y buscó alcohol para hacerle volver. La ansiedad se apoderó de él al no verlo despertar y comenzó a buscar a la enfermera. Adrián no sabía nada de Portia y por lo mismo, nunca hubiese adivinado que, aún medio inconsciente, el pequeño Ángel continuaba con su erección a todo lo que daba.

Pero ya lo descubriría e Iván llegaría justo a tiempo para salvarle.

****

Ya había llegado a la calle principal de su casa y en cada momento que volteaba, lo veía ahí, siguiéndole, con una mirada seca e indiferente, como si estuviera en todo su derecho. La bilis se le reventó en cada paso y sin ser consciente de la mirada atenta de Carlos, quien también le había seguido junto a un exasperado Jorge, Antonio se giró sobre su cuerpo frente a la puerta de su casa y reclamó obviamente indignado.

                —¡Deja de seguirme maldita sea!

                —Quiero la llave, ya te lo dije.

                —No te voy a dar ni una puta llave. No te soporto, no voy a permitir si quiera que pongas un pie en mi casa, he sido yo quien ha pagado las rentas últimamente, así que es más mía que tuya. ¿Lo entendiste?

Hugo cruzó los brazos y le miró con displicencia.

                —No voy a discutir contigo, me darás la llave por las buenas o por las malas.

                —¿Y cómo planeas obligarme?—colocó sus manos en sus caderas y le miró retándole.

Aquella acción hizo enfurecer a Hugo, odiaba cuando Antonio hacía eso. Retarle, sabía muy bien que él nunca se medía. ¿Quería guerra? La tendría. Apretó sus puños con fuerza y arrinconó al pelirrojo entre la puerta y su propio cuerpo mientras, con una de sus manos, apretaba con fuerza su cuello, en una clara amenaza.

Carlos desde su escondite luchaba con todas sus fuerzas ante el brazo de Jorge, que le había impedido salir de ahí y lanzarse a ese par. ¿Por qué estaban tan cerca? ¿Por qué Antonio se veía tan furioso? ¿Por qué Hugo lo sujetaba de esa forma? Quería matarles a ambos, a uno por coraje y odio profundo y al otro por celos y miedo. Zafándose finalmente, pero no del todo, se acercó un poco más a la escena y entonces sí pudo escuchar lo que decían.

                —¡Suéltame bastardo maldito! ¡Aléjate de mí!

Le miró con puya y obvia burla, como si de repente, Hugo hubiese recordado algo muy divertido.

                —Es tan irónico, antes hubieses rogado por mi tacto y ahora simplemente, reclamas. ¿De verdad has logrado superarme? Me queda un poco de duda—entrecerró los ojos con arrogancia y superioridad mientras que, con su mano libre acariciaba la pierna de Antonio.

Ante la caricia, los vellos de su piel se erizaron. No quería eso, no quería nunca más que las asquerosas manos de Hugo le tocaran. Nadie más iba a tocarlo de nuevo. Sólo Carlos, sólo él, pensó fugazmente y se estremeció ante ello, lo cual, provocó que Hugo creyera que aún tenía el control sobre él.

                —Dé… déjame… no quiero que me toques…

                —¿Lo dices en serio? Estás temblando.

Antonio contuvo una arcada y como pudo se lo quitó de encima sin soportarlo más. Sacó de su bolsillo la llave de su casa, abrió la puerta y después se la arrojó con furia y desprecio mezclados.

                —¿Quieres tu jodida llave? ¡Ahí la tienes! ¡Pero por mi vida! ¡No vuelves a tocarme nunca más! ¡Quédate con la maldita casa! ¡Yo me largo!

Y dicho esto se metió de lleno en el lugar, subió las escaleras, entró a su habitación y sacando una gigante maleta del armario, comenzó a llenarla con toda su ropa, sus pertenencias e incluso cualquier cosa de valor sentimental que él atesorara. Si el maldito de Hugo quería su casa, podía tragársela entera, pero él no iba a quedarse ahí, junto a él, nunca más. El aludido entró analizando cada uno de sus movimientos y al verlo bajar las escaleras, le siguió cuestionando:

                —¿Dónde mierdas piensas vivir?

                —¡Ese es mi jodido problema!—replicó cargando la pesada maleta consigo y caminando en dirección a la puerta.

Estaba mero en la salida cuando, Hugo, quizá pensando en una forma de herirlo más de lo que ya había hecho o por el simple placer de verlo perecer, cruzó sus brazos y dijo en una voz lo suficientemente fuerte para que tanto Carlos como Jorge, que continuaban ocultos en uno de los arbustos, escucharan.

                —Jamás me arrepentiré de haber hecho esas fotos.

La maleta cayó de sus manos y sus ojos se ensancharon. El propio Carlos, desde su escondite se quedó estático ante la verdad revelada. Hugo sonrió satisfecho de su reacción y Antonio se giró sobre su cuerpo para encararlo.

                —Fuiste tú… fuiste tú maldito miserable…

                —Por supuesto que fui yo. Nadie más sabía de nuestros encuentros. Nadie—la mirada del pelirrojo sobre él, cargada de odio absoluto, le divirtió y continuó clavando la estaca—Nos divertíamos bastante Antonio, la verdad es que eres muy bueno a la hora de coger. Pero lo jodiste al decir que me amabas… tuve que castigarte.

                —Hijo de puta…—le interrumpió el chico acercándose para darle un buen puñetazo, pero Hugo lo esquivo y le acorraló en una de las paredes sometiendo sus brazos con sus manos.

                —Eres tan estúpido Antonio. ¿De verdad creíste que yo podría corresponderte? ¿A ti?—Le golpeó la cien con brusquedad y continuó con un tono burlón, como si él fuese un retrasado al que había que obligarlo a entender las cosas—Grábatelo en esa cabecita hueca tuya. Tú no sirves para otra cosa que no sea el sexo. Nadie va a poder amarte jamás.

Quiso replicar escupiéndole, quiso golpearlo, quiso mandarlo a la mismísima mierda. Pero la discusión con Carlos le había dejado vulnerable. El maldito de Hugo tenía razón, nunca nadie iba a amarlo, justo cuando había creído que Carlos lo hacía, éste le había restregado en la cara que era su mayor error. Sintió su garganta cerrarse y sus ojos húmedos, pero no iba a llorar, esa basura de Hugo no iba a verlo llorar una vez más, ese hijo de perra no se regocijaría de su dolor, no otra vez. Aunque doliera, aunque fuese cierto, aunque nunca pudiese ser amado, no se lo iba a demostrar.

Estaba por propinarle un rodillazo en el estómago para escapar de su agarre, cuando otra voz, otros brazos y otra persona, le liberaron de él, en todos los sentidos.

                —Eso no es cierto—dijo con firmeza Carlos Marroquín, colocándose entre los dos.

Antonio brincó con su presencia y Hugo enarcó una ceja. Jorge, también ya expuesto, estaba a una distancia prudencial, la tensión se respiraba en el ambiente y él temía que una pelea se desencadenara por la misma.

                —Oh ya veo,  Carlos Marroquín es tu nueva adquisición—ladeó la cabeza al rubio—Ay amigo, qué bajo has caído. Aunque te diré, puedes aprovechar a la zorra perfectamente en la cama, eso se le da bastante bien. Desafortunadamente no puede hace otra cosa, es tan inservible.

El pelirrojo estuvo tentado a lanzársele al cuello, esas palabras en el pasado siempre le lastimaban, ahora solo le hacían enojar. Pero no era el único, Carlos al fin tenía la venda caída de los ojos, durante muchos años había odiado a Antonio por humillar a su amigo. Ahora sabía que el verdadero miserable, el verdadero maldito que se merecía todos sus negativos sentimientos, era él. Sin contenerse ante las insultantes palabras de Hugo hacia Antonio, chasqueó la lengua y le dio un fuerte puñetazo en la mandíbula.

Jorge se lanzó a detenerlo y Antonio hizo lo mismo. Hugo devolvió el golpe y la pelea poco a poco comenzó a subir de tono hasta que el castaño, se colocó en medio y les separó. Ambos se miraron con auténtico desprecio y burla, por parte de Hugo. Antonio simplemente negó.

                —Es suficiente. No vale la pena Carlos, él puede decir lo que quiera, ya no me importa.

La firmeza con la que Antonio dijo tales palabras le tranquilizó de todo el coraje que cargaba y sin decir nada más, solo lanzándole una mirada envenenada a Hugo, tomó la mano de Antonio entre la suya y lo arrastró lejos de esa mierda de persona, mientras Jorge, sin mirarle siquiera, tomaba la maleta del pelirrojo y la llevaba consigo.

Caminaron durante mucho tiempo bajo los rayos del sol, el cual quemaba a todo lo que podía. Sin decirse nada, sin siquiera soltarse las manos, sin reaccionar. Jorge giró los ojos, era hora de solucionar ese conflicto, pero podía ver que ninguno de los dos tenía el ánimo de hablar. Sus manos estaban así, de ese modo todo era un poco más real. Antonio no entendía cómo Carlos había llegado en el momento preciso, cuando más difícil le parecía enfrentar a Hugo. El rubio no comprendía porque ver a Antonio así, tan vulnerable ante ese miserable, había despertado todos sus radares. Se sentía estúpido ante sus celos, él ya no lo amaba, lo había visto en la entereza de sus ojos, en su tono de voz directo al asegurar que cualquier cosa que Hugo pudiese decir o hacer, le tenía sin cuidado. Pero no sabía cómo disculparse, cómo recuperarlo. Jorge Velasco, fue quien dio el paso por ese par de “disfuncionales”.

                —Muy bien, creo que todos aprendimos una lección el día de hoy. Los celos son dañinos en una relación y la inseguridad también.

Ambos le miraron sorprendidos y justo entonces, Antonio se soltó del agarre de Carlos.

                —La inseguridad y los celos son casi lo mismo. Si una persona no confía en otra, entonces… ¿De qué sirve?

La indirecta era clara, Antonio lo estaba diciendo para hacerle entender que no podía permitir que le celara de esa forma, que dudara así de él. Carlos lo entendió, pero ciertamente no dio su brazo a torcer y replicó con algo que le salió de lo más profundo de su corazón.

                —Cuando uno ama a alguien con tanta fuerza, tiende a volverse inseguro.

Las manos del pelirrojo temblaron y Jorge sonrió. Por fin Carlos decía algo sensato en toda su vida.

                —¿Me amas? ¿Lo estás diciendo en serio?—por Dios, hasta la voz le temblaba.

                —Lo digo muy en serio. Te amo—se acercó a él y lo tomó en sus brazos—Perdóname, no eres ningún error, al contrario, eres el mayor acierto de mi vida. Le agradezco con mi alma a esa maldita de Portia por haberme picado en ese viaje, yo… soy tan feliz cuando estás conmigo, al besarte, al acariciarte, al hacerte el amor… nunca me arrepentiré de lo nuestro…

                —Oh vamos… cállate… harás que me ponga a llorar como una niñita estúpida y no quiero—dijo con un ligero rastro de enojo, pero en realidad muy feliz por dentro—También te amo tarado estúpido, hace mucho que Hugo dejó de ser especial para mí, ahora eres el único al que quiero, el único que puede tocarme, el único que puede besarme, el único que me hace vibrar con cada caricia. ¿Lo entiendes imbécil?

El rubio sonrió satisfecho y besó su mejilla con absoluto fervor, como nunca nadie lo había hecho, pues entre ellos, nunca eran cariñosos, eran efusivos, apasionados, pervertidos y morbosos, pero nunca se habían dicho que se amaban, nunca habían sido tan sinceros en su vida.

                —Lo entiendo—susurró antes de besar sus labios con el frenesí que les caracterizaba.

Jorge miró a un lado incómodo, ese parecía ser un buen momento para marcharse. ¿Verdad?

                —Oigan chicos… ahora que lo han solucionado… me voy… tengo que ver a Iván…—el par de amantes no le prestaron atención y continuaron con el besuqueo. Jugueteaban con sus lenguas y las manos de cada uno se paseaban sin pudor alguno entre las zonas más íntimas de sus cuerpos. Jorge giró los ojos, les dejó la maleta a un lado y agregó a su despedida—Por favor… aún seguimos en la calle… vayan a un hotel si tantas ganas se traen. ¿De acuerdo?

Carlos lo despachó con la mano sin despegar su boca de la de Antonio y el castaño solo lanzó un suspiro resignado mientras se alejaba. Bueno… era mejor verlos así que discutir, afortunadamente las cosas se habían resuelto sin necesidad de pasar por el drama de las “cuatro semanas” nuevamente. ¡Qué alivio! Pensó con una sonrisa y les dio un último vistazo.

Al parecer, su relación acababa de dar un nuevo paso hacia la madurez.

****

Adrián estaba recibiendo la regañiza de su vida. Parado frente al chico que en estatura era menor que él, simplemente agachaba la cabeza a cada reclamo. Iván estaba sumamente indignado. ¿Cómo era posible que todos los seres humanos que conocía y que habían sido mordidos por Portia siempre terminaran teniendo sexo? ¿Es que acaso no eran conscientes de lo mucho que peligraban sus vidas? Era una araña mortal, no un juguete sexual. ¿Dónde mierda estaba la congruencia? Era como una enfermedad, o una red, como una telaraña… la telaraña del deseo.

Había regresado a la enfermería con los nervios al mil por haberse tardado tanto con el antídoto y todo lo que se encontró al llegar fue a Adrián alterado porque Ángel no despertaba. Pero las pruebas del delito eran evidentes. El más alto tenía las ropas mal acomodadas y las de Ángel estaban peor, eso sin contar la erección notoria y el olor a sexo que inundaba el lugar.

                —Lo lamento, yo no sabía nada acerca de tu araña.

Iván giró los ojos y cruzó los brazos. Automáticamente que llegó y notó lo ocurrido, se apresuró a administrarle el antídoto al pequeño Ángel. Ahora el aludido descansaba y se recuperaba, y una vez a salvo, el pelinegro se dedicó a propinarle una buena tunda al chico.

                —Dale gracias al cielo que conseguí el antídoto, de verdad pudo haber muerto.

                —Perdóname, tienes razón. Yo… me dejé llevar…

Lanzó un suspiro, ya nada se podría hacer, no ganaba nada con regañarlo. De todos modos, era algo que el pequeño Ángel llevaba mucho tiempo deseando y ahora, gracias a Portia lo había conseguido. Venció sus miedos, estaba seguro que, de ahora en adelante, su vida “sexual” estaría bien entre ese par.

                —No te azotes tanto… mejor dime… ¿Cómo fue?—entrecerró los ojos pícaramente y Adrián se ruborizó antes de sonreír emocionado.

                —Increíble, fue maravilloso…

La sonrisa boba de su cara le dijo que no había nada más que agregar. Se puso a pensarlo, exactamente habían terminado en los extremos de ser víctimas de la picadura de una araña mortal para poder tener sexo con tranquilidad. ¿Y si lo pruebas? Le sugirió su consciencia y se ruborizó al instante con semejantes ideas. Pero si lo analizaba detenidamente, no era tan descabellado. Carlos y Antonio habían comenzado su relación por Portia, Adrián y Ángel habían superado sus barreras de la misma forma. ¿Qué tan malo sería dejarse llevar en esta telaraña del deseo?

Sonrió perversamente. No sería nada malo.

****

Jorge caminaba en las calles a las altas horas de la noche. Según el mensaje de Iván, tenía que llegar antes de las diez y debía llevar sus dulces favoritos, gomitas de azúcar. El castaño había obedecido sin saber exactamente qué era lo que planeaba su novio. Después de todo el embrollo con Carlos y Antonio, ahora solo quería liberarse de todo el estrés, por ello Iván le había propuesto pasar una noche en su casa, alegando que tenía una sorpresa. ¿Qué será? Se preguntó curioso.

Tocó el timbre de la casa sintiéndose extraño ante el silencio. No comprendía dónde podrían estar sus padres o su hermano. No era fin de semana ni menos, era demasiado extraño, pero debía dejar de cuestionarlo todo. La puerta se abrió mostrándole la visión más preciosa que en su vida creyó poder ver.

Iván llevaba una delgada y muy bonita pijama de seda puesta, su cabello negro estaba alborotado y el color de la pijama, color crema casi blanco, combinaba perfectamente con el brillo de sus ojos. Se veía tan delicioso y apetitoso que tuvo un dolor de estómago. ¿Por qué lo recibía de esa “tentadora” forma? Estaba empezando a tener sospechas.

                —Ho… hola—saludó embobado Jorge e Iván sonrió satisfecho y sonrojado.

                —Bienvenido, pasa.

Obedeció mientras tomaba su mano y se dejaba conducir. Los pasillos de la casa estaban a oscuras y la única luz provenía de su habitación. Sintió el nerviosismo devorarle y le miró con muchas dudas en la cara. Subieron las escaleras y al entrar a la habitación, tales dudas ya no pudieron ser frenadas. Había telas de colores suaves en ella, un olor delicioso invadía el ambiente, además de que prácticamente la habitación había sufrido una transformación. Él conocía la habitación de Iván, había pasado ahí casi toda su vida, pero sí le sorprendía el cambio. Ya no había fotos familiares, ni los posters de sus grupos favoritos, ni un vestigio de que fuese la habitación que él recordara. Casi como si la hubiese preparado para… Dios, Dios, no pienses locuras Jorge.

                —Iván…

                —¿Traes los dulces?—le interrumpió el chico y Jorge asintió.

                —Sí aquí están pero…—se los dio y agregó—Pero no entiendo… ¿Qué es todo esto?

El pelinegro se sonrojó un poco y tomó asiento frente a la cama, pidiendo que se sentara también.

                —Estuve pensando que… tal vez… podríamos intentarlo una vez más…

                —Pero Iván… la doctora dijo…

                —Yo sé lo que dijo la doctora—estaba rojo por estar insinuando todo lo que hacía, pero no iba a dar su brazo a torcer—Pero se me ocurrió una idea.

Jorge estaba por preguntar a qué se refería cuando su novio se acercó al buró de su cama, donde Portia reposaba en su caja de cristal. Tomó la araña entre sus manos y la acarició suavemente.

                —¿Iván qué haces?—el chico estaba atónito ante aquello.

                —Tengo el antídoto… creo que se ha vuelto una moda… Ángel y Adrián lo probaron y no les fue mal… pensé que… nosotros podríamos resolver mi problema de este modo—y antes de que el oji-azul se negara o dijera algo más, Iván pellizcó a la araña, lo que provocó que ésta le mordiera. Se quejó en el acto, pero la firmeza de sus ojos no menguó. Jorge lanzó un suspiro.

                —No era necesario llegar a tanto mi cielo, yo podría esperar todo lo que tú quisieras.

El oji-miel sonrió y le ofreció a Portia para que la tomara en sus manos.

                —Lo sé, pero yo ya no quiero esperar más. Te amo, quiero estar contigo. ¿Tú… no quieres?

Tomó la araña ofrecida y sin despegar sus ojos de los suyos, también la pellizcó, ganándose una mordedura. Al parecer, ese día Portia había mordido a muchas personas.

                —Claro que quiero, te anhelo más que a nada en el mundo.

Y por primera vez siendo delicado con Portia, la colocó en su caja de cristal y al instante se lanzó a los brazos de Iván, quien lo recibió con una sonrisa. Besó sus labios con parsimonia y se colocó encima del chico deslizando sus dedos sobre la suave tela del pijama. Era sin duda tan tentadora que simplemente no pudo evitarlo y sin despegar sus labios de los suyos, poco a poco le fue despojando del pantalón de ligera seda. Iván se estremeció cuando sintió el aire frío en su cuerpo y comenzó a desabrochar su camisa. No sabía con precisión cuanto tiempo tardaba Portia en hacerle efecto, pero algo le decía que, probablemente ya no tenía que preocuparse de nada. Quizá era eso, que siempre que lo intentaban, él estaba muy nervioso.

Se requiere de tanto valor, se requiere de tanto amor para hacer algo así. Lo vemos todos los días en películas, en series; lo leemos constantemente en historias, y simplemente lo hemos visto tantas veces que creemos que es sencillo, pero no lo es. Por Dios, ¿Cómo podría serlo? A él le mataba de vergüenza imaginarse desnudo frente a él, pero desearlo al mismo tiempo. ¿Es natural temer y ansiar algo al mismo tiempo?

Sintió su pecho bajo sus dedos y dejó de besarlo solo para mirarlo. En verdad esperaba que Jorge se sintiera bien con cada una de sus caricias. Él se sentía a punto de delirar cada vez que sus labios tocaban su piel, sus manos tocaban ocasionalmente su entrepierna, la cual poco a poco empezó a reaccionar y no supo a ciencia cierta si era por la picadura o por la excitación. Suspiró y sostuvo su rostro con sus manos.

                —Jorge… te quiero, mucho, mucho, muchísimo.

El castaño sonrió y se despojó de su ropa sin dejar de mirarlo con dulzura.

                —Yo también te quiero mucho, mucho, muchísimo.

Cada uno hizo lo propio con el cuerpo del otro. Jorge levantó la camisola de seda, dejándolo completamente desnudo frente a él. Aún avergonzado, pero sin perder su ansia, el chico desabrochó sus pantalones y los bajó, arrojándolos lejos de la cama. Se contemplaron por varios minutos el uno al otro, sus erecciones eran notorias, la araña responsable reposaba en el buró, casi mirándolos a punto de entregarse. ¿Quién dice que hacer el amor es tan simple? ¿Lo es? ¿Acaso cuando estás así, frente a la persona que más amas, no te sientes abrumado? ¿No crees que todo es tan perfecto que hasta da miedo? Quizá esa era la respuesta a sus problemas de intimidad. No se trataba de falta de práctica o el hecho de que no se sintieran excitados, o incluso intervenir a una toxina peligrosa. No, se trataba de vencer sus miedos, vencer la idea de que todo era tan sublime que, obviamente tarde o temprano terminaría.

No se acabará, se dijeron al mismo tiempo con los ojos y se lanzaron a los brazos del otro para comenzar a besarse con desenfreno, comprendiéndolo al fin, sabiendo cuál es el objetivo de hacer eso por primera vez. Ya la segunda, ya la tercera, ya la millonésima sí responde al placer carnal, mezclado al amor, pero la primera, la primera siempre busca exteriorizar ese amor de algún modo, para que no queme, para que no consuma.

El oji-azul recostó a su amado en la cama y con sus brazos lo aferró a sí mismo. Sus erecciones rozaron y aquello les hizo exclamar un ligero gemido, pero no les detuvo. Sus manos viajaron a su pene y, por indicación de Iván, solo se alejó un poco para obtener el condón y el lubricante del buró de Portia. Lo untó en sus dedos y comenzó a explorar ese rincón, extasiándose a cada sonido, cada nota que el otro le regalaba ante su invasión, de su voz, de su aliento, de sus ojos y de sus manos que se movían en su propio cuerpo, buscando retribuirle de algún modo todas esas sensaciones. Se dejó llevar por completo y cuando creyó que ya era suficiente, se acomodó en su entrada para fusionarse con ese chico que había amado casi toda su vida.

Los ojos llorosos y la sonrisa que le dio Iván fueron suficientes y entró por completo, arrancando un gemido tan suave, profundo y delicioso en él, que tuvo que soportar demasiado el no moverse desenfrenadamente. Pero hacer el amor es algo de dos, algo que ambos deben gozar y sentir a plenitud. El pelinegro cerró sus ojos perdido en el éxtasis, en la belleza de ese momento y simplemente cuando pasaron los segundos asintió.

Entonces Jorge comenzó a moverse en él, despacio, de forma precisa y sencilla. El vaivén era suave y agresivo al mismo tiempo, pero era un dolor hermoso. ¿De verdad existía en el mundo algo que pudiese superar esa plenitud que sentía en cada envestida? Lo dudaba, le estaba superando como nunca creyó y ya ni siquiera le importaba que, lentamente, siendo un poco consciente dentro de tanta nebulosa, el resto de los efectos de la picadura, empezaban a hacer efecto. Los pulmones ya no le respondían, sentía su corazón latir sin parar, una arritmia o taquicardia. Estaba bien, no le importaría morir de esa forma, con Jorge en su interior y amándolo con toda su alma, como lo hacía, como nunca creyó que su cuerpo de 17 años pudiese hacer.

Y sabía que Jorge se sentía del mismo modo, pues casi al límite, besó sus labios con un fervor tan precioso que, con sus brazos lo apretó contra sí para nunca dejarlo ir.

                —Quiero que mi último aliento sea así… contigo—confesó el castaño e Iván asintió.

                —Yo también lo anhelo.

Morir amándose, sonaba descabellado, cursi y ridículo pero… ¿Acaso no nos volvemos así cuando amamos? ¿Acaso no rompemos hasta nuestras propias barreras por amor?

Sí, claro que sí. Completamente.

****

Afortunadamente, tal exageración no fue necesaria.

Los antídotos correspondientes fueron aplicados a tiempo y después de una noche cargada de sexo cursilón y dulce, Iván y Jorge sobrevivieron a la toxina de Portia. Al igual que Adrián y Ángel, se habían sumado a la moda de usarla para ello, pero era algo que no repetirían, claro que no. Realmente exceptuando las erecciones y el placer, ser picado por una araña bananera era demasiado doloroso y ni Ángel ni Iván deseaban volver a pasar por ello. Ahora ambos jovencitos estaban frente al escritorio de la psicóloga Fernández. Ambos tenían expresiones en sus rostros diferentes, pero con la misma emoción: felicidad plena.

                —Entonces… ¿Eso quiere decir que los puedo dar de alta?—preguntó la mujer con una risita bien disimulada.

El jovencito más bajito del colegio sonrió soñadoramente mientras asentía.

                —Sí Doctora Fernández, he superado mis miedos, fui tan feliz—miró al techo soñadoramente e Iván se sonrojó.

                —Ciertamente, creo que de ahora en adelante no tendremos problemas de intimidad.

La mayor se acomodó sus anteojos y sonrió con sinceridad.

                —Pues muchísimas felicidades chicos, en verdad espero que así sea.

                —Gracias a usted—respondieron al unísono y se miraron cómplices.

Todos los pasivos suelen adquirir una actitud a la defensiva, casi reacia a aceptar sus sentimientos, pero este par simplemente era tan transparente que no podían hacerlo. Ángel brillaba y sonreía sin parar cada vez que veía a Adrián; Iván simplemente se le lanzaba a los brazos a Jorge. Las barreras habían sido superadas, ya no hacía falta más.

Portia como siempre, solucionando conflictos desde tiempos inmemoriales.

****

Se respiraba en la cafetería.

En serio, no había forma de que la felicidad y el deseo no se respiraran en la cafetería. Debido a que los gays podían andar libremente y demostrarse afecto en esa escuela, los estudiantes ya estaban más que acostumbrados a dichas manifestaciones. Adrián y Ángel, sentados en la misma mesa, se tomaban de las manos y se besaban ocasionalmente. Después, el pequeño Ángel reposaba su cabeza en el pecho con una sonrisa satisfecha y soñadora. El tipo de amor dulce e inocente lo representaban a la perfección ese par. Por su parte, Iván y Jorge habían optado por devolverle cada una de las escenas obscenas de Carlos y Antonio a ese par. Y lo estaban logrando perfectamente.

Ambos enamorados se besaban con un desenfreno impropio de ellos frente a los disfuncionales rubio y pelirrojo. Los aludidos simplemente les veían con una cara de sorpresa e incomodidad a partes iguales. Carlos fue quien trató de parar la masacre llevándose una puya como respuesta.

                —Oigan… la cafetería no es hotel…

                —Cállate Carlos—replicó Jorge aún entre besos a Iván quien sonrió pícaramente.

                —Así es, nosotros hemos soportado el porno en esta cafetería cortesía de ustedes, no me digan que ahora se sienten mal. No me hagas reír. Es nuestro turno.

Y sin decir más, volvió a devorar la boca de su novio con un frenesí que no creyó poseer. Antonio desvió la mirada sonrojado y Carlos negó con una sonrisa. Sí que les hacía falta el sexo a ese par, ahora ya podían desatarse todo lo que quisieran. Observó de reojo a Antonio y pensó que quizá, por esta ocasión, dejaría que los pervertidos por una vez fuesen Iván y Jorge.  Por debajo de la mesa y con una timidez nada acostumbrada, el rubio tomó la mano del chico Navarro y la apretó con fuerza, ganándose unos ojos sorprendidos y desorbitados, aunados a un sonrojo profundo.

                —Ca… Carlos…

                —Estaba pensando que… un poco de romanticismo no nos haría daño… ¿No crees?

                —Supongo—respondió más rojo que el cabello más pelirrojo de su cabeza y sonrió débilmente, pero debido a la vergüenza, ya que en su interior se sentía más feliz.

De ese modo se miraron a los ojos, demostrando el punto de que, tal vez… el sexo ya no era lo único que disfrutaban del otro. A veces, parecía que ese tipo de contacto, que esa forma de decirse lo mucho que se amaban, era más íntima que estarse toqueteando en la escuela.

Y sí que abrumaba, pero también les alegraba por completo.

Aunque claro… las caricias nunca estaban de más. Ellos lo sabían muy bien.

 

FIN

Notas finales:

Pues espero de corazón que les haya gustado, me esforcé por darles un final decente a los tres, espero que sí lo haya logrado.

Los quiero mucho y gracias ;)

(Portia, deja de picar personas por favor, conseguirás una orgía jajajaja)

Nos vemos ;)


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