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El sexo no lo es todo... o sí por Misakiyeah

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Notas del capitulo:

Espero que os guste, este es uno de los capítulos más largos y bonitos que he escrito.

 

Espero que comentéis. ~

No estaba seguro de esto, de hecho no estaba nada seguro, de hecho no quería nada de lo que me estaba haciendo, no así, ¿era retrasado? ¿idiota? ¿imbécil? Le podría dar mil adjetivos más y no serviría de nada, pues seguía sintiendo su boca apoderarse de cada zona de mi torso.

Mi camiseta había sido desgarrada, en el lujoso coche solo se escuchaba una canción, una canción que me traía tantos recuerdos, “Zombie – The cranberries” estaba siendo violado. Sus manos bajaban a mi cadera, toqueteando partes que nadie me había acariciado jamás.

-Bill, ¡para por favor! -pude rogar al fin, había destapado mi boca para centrarse en otras partes de mi pequeño cuerpo.

-Sam -en un segundo, me empujó, recostándome en el gran asiento del coche, quedando solo con sus pantalones puestos encima mío. Mirándome con una mirada felina, exótica, suplicante, e incluso podría decir que de tristeza. Era una combinación extraña-. Mírame a los ojos y dime que no quieres. Dime que no me deseas desde el momento en el que nos vemos, que no sientes una extraña sensación recorrer tu pecho cada vez que cruzamos palabras, que tu corazón no se acelera al saber que estás en mi mira, que estoy detrás de cada paso tuyo, que te sientes protegido, dime que no sientes nada.

¿Cómo podía decir que no sentía nada cuando tenía a uno de los tíos más guapos que he visto en mi vida encima mío? Intenté zafarme, pero era imposible. No quería responder a su pregunta, afirmación o lo que fuese. Estaba atrapado en un callejón.

 

***

 

Fuera del concierto, se encontraba un solitario Christian buscando por todas partes con su mirada, intentando encontrar a su amigo, aquél al que había besado hace un momento y que le había alegrado la noche.

¿Por qué no estaba en ninguna parte? El plan era ir a dejarle ese sobre al tal Freddy, y volvería junto con él para que pudiesen regresar al hotel. Lo que no sabía era que tenía preparada una reserva en un caro restaurante del centro, en el cual se había gastado sus últimos ahorros para que pudiesen ir los dos a cenar. Era lo menos que podía hacer por alguien que estaba arriesgando su pellejo por acogerle en su especie de casa, era su amigo, ¿y por qué no algo más? Desde joven supo que no era del todo heterosexual.

Aunque las mujeres le atraían y la verdad es que se consideraba todo un casanova desde adolescente, seduciendo a cada compañera de curso que se le ponía entre ceja y ceja, jugando con ellas y tirándolas después de conseguir lo que quería, siempre había tenido esa curiosidad por los hombres, y Sam era su estereotipo de hombre.

Tan pequeño, tan sabandija, tan inteligente, tan atractivo e inocente que no podía evitar pensar como sería tenerlo entre sus brazos desde que comenzó a trabajar en la cafetería. Había sido amable con él desde el principio, mentiría si no admitiera que al principio solo se acercó a él para tener una noche de cama y ya está, como había hecho con casi todas las trabajadoras del Merlotte's, pero con el tiempo se fue dando cuenta de que era algo más que un simple chico mono, si no alguien que tenía un sueño, igual que él, pero era de lo más inocente, por no decir tonto.

Era tan ingenuo de pensar que iba a hacerse un fotógrafo reconocido solo con esfuerzo y dedicación, en una ciudad tan grande como Nueva York que si no escalabas puestos chupando pollas, o acostándote con quien se te cruzase por el camino ofreciéndote una oportunidad, no serías nadie. Le daba ternura y pena a la vez, tanto que decidió no decirle nada, intentar crear una burbuja alrededor de Sam para que no se diese cuenta de la cruda realidad de la ciudad de los sueños. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, comenzó a sentir algo por ese chico, le quería proteger, y cuando fuese un modelo de prestigio él mismo podría otorgarle una oportunidad al que sería su novio seguramente, sin que él tuviese que prostituirse para conseguirlo.

Volviendo al presente, ya estaba completamente solo fuera del recinto. No había absolutamente nadie, a partir de ahora comenzaba en Nueva York lo que se conocía como “Cacería” después de las doce de la noche, en el que todos iban a discotecas y bares para buscar relaciones carnales.

Espera, ese coche...le sonaba. Tenía los cristales completamente tintados, pero estaba casi seguro que pertenecía al mamarracho de Bill. ¿Qué hacía aquí? ¿Acaso habría pillado a Sam con Freddy? Mierda, tenía que ir a comprobarlo ahora mismo. A zancadas comenzó a cruzar la calle por el paso de cebra, que quedaba un poco alejado del coche, pero no quería que lo matara un deportivo antes de llegar.

Se tranquilizó un poco cuando cruzó, intentando aparentar normalidad para que el otro rico de mierda no se diese cuenta de que estaba buscando a Sam como loco, pero no pudo seguir su paso porque una mano se posó sobre su hombro.

-Yo que tú no iría a interrumpir -se dirigió a él un hombre rubio de cabello corto, tapado entero por un abrigo negro en el cual tenía metida sus manos, dejando ver sus grandes gafas blancas que tapaban sus ojos azules.

-¿Quién coño eres tú? -preguntó molesto el modelo.

-El que conducía aquél automóvil, sé quien eres, Bill me ha contado exactamente que pintas. Intento ser amable, y ahorrarte un disgusto -respondió, poniéndose bien los lentes-. No están haciendo nada que se pueda retransmitir en horario de menores.

-¿Me lo estás diciendo en serio? No me lo creo de Sam -arqueó una ceja, incrédulo.

-Podrías acercarte y tocarles la puerta, para ver de que guisa los encuentras, pero es un momento incómodo que te podrías ahorrar, pienso yo.

¿Ese tío le estaría diciendo la verdad? No es posible que le besase a él y después fuese a tirarse a Bill, que era un tío despreciable y Sam lo sabía, sabía como era, ¿por qué? Era lo único que se podía preguntar, ¿por qué? ¿por qué Sam le había hecho eso? Notaba como su corazón se estaba quebrando como el de todas las adolescentes al cual se lo rompió de forma fría, estaba recibiendo miles patadas amorosas que él antes había propinado, sentía sus sentimientos engañados, al igual que todos los que engañó él con su sonrisa.

Sin despedirse, solamente dio marcha atrás, yéndose primero caminando, para después ponerse a correr lo más rápido que podía, intentando dejar allí sus sentimientos lo más enterrado posible, dejándolo todo. Quería olvidarse, y refugiarse en el único lugar al cual le había abierto su corazón desde que llegó a la fría Nueva York.

 

* * *

 

La pasión había dominado el ambiente, ¿para qué negarse? ¿para qué intentar desechar algo que de verdad quería? Quizás lo que necesitaba era eso, entregarse. O no.

Bill besaba todo mi torso ya desnudo, mientras me bajaba los pantalones rápidamente, dejándome solo en boxers, con una notable erección mía, que me avergüenzaba bastante. El empresario estaba solo en unos ajustados calzoncillos que delineaban un largo miembro, ya erecto y listo para la acción.

-No sabes cuanto he estado esperando este puto momento -jadeó, cogiéndome como si fuese una pluma de la cadera, sentándome encima de él. Mis ojos toparon directamente con los de él, y otra vez esa sensación, lo conocía. De algo lo tenía que conocer, no era posible que me sonara tanto.

Sin darme tiempo a más, comenzó a moverse lentamente, restregándome su miembro por mis glúteos, los cuales tocaba con sus manos, apretándomelos fuertemente, tanto que me hacían soltar gemidos mezcla del placer y del aprieto. Comencé a acariciar sus mejillas de forma suave, intentando domar a aquella bestia que me estaba poseyendo. Lo sentía caliente, con sus ojos entrecerrados me propinaba pequeños mordiscos en las clavículas, mientras acariciaba mis muslos.

¿Qué me estaba pasando? Algo no iba bien, pero no podía identificar el qué. No con Bill mordiéndome en todos los lugares que podía morder, besando en todos los lugares donde podía besar, tocando todo lo que podía tocar, haciéndome cosas que nadie había hecho, y que estaba aprendiendo con él.

-Escúchame Sam... -susurró entre jadeos, mientras lamía mi cuello desesperadamente.

-Dime -dije entre tartamudeos nerviosos de excitación, acariciando su cabello marrón, ámbar.

-Eres lo más especial que he tenido entre mis manos -suspiró echándose las manos a la cabeza, revolvíendose el cabello-. No es justo.

-¿Qué no es justo? -pregunté un poco confuso, aún con vergüenza de sentir su miembro palpitante contra mi trasero.

-No te mereces que tu primera vez sea así -Mierda, acababa de identificar lo que estaba mal, Christian, Christian estaba esperándome-. Vamos al hotel, déjame prepararte algo a tu altura.

-Eh... -no sabía qué decir, tenía que salir de ahí, por mucho que la mitad de mi cuerpo dijese que no-. Supongo -tartamudeé-. Voy a salir, y nos encontramos en eso, en el hotel, bueno ahí vemos, no sé si me estoy explicando -reí nervioso, sentándome a un lado, vistiéndome nuevamente lo más rápido que mi cabeza me permitía.

-¿Estás decepcionado? -oí preguntar, con su típica sonrisa-. Si quieres podemos acabarlo aquí, pero este culito se merece algo que solo yo puedo proporcionarle, aparte de mi gran pene -volvía a ser él, tan chulo y arrogante como siempre, aunque la verdad es que me hizo gracia.

-Idiota -respondí abriendo la puerta-. Nos vemos -sonreí pensando solo en algo aparte de mi mitad de abajo que rogaba que me quedase, en Christian.

Crucé la calle entre coches que iban a velocidades desorbitadas, tuve suerte de que no me atropellara nadie. El recinto ya estaba cerrado, ¿tanto tiempo había pasado? No veía a mi amigo por ningún lado, era imposible que me hubiese dejado solo allí, ¿no? Comenzaba a hacer un poco de frío, o quizás era el cambio brusco de temperatura.

Recorrí un poco por afuera, buscándolo pero no, el plan era que me esperaría en la salida si no volvía pronto. No entendía nada. Seguro que existía alguna razón para que me hubiese dejado solo.

-¡Oye tú! -oí gritar, esa voz chillona y prepotente me sonaba.

-Hola RiRi -saludé, salía del estacionamiento en un Hamer de color blanco-. ¿Qué haces aquí?

-Me obligan a quedarme con cuatro pringados que pagan una millonada por verme un par de minutos, qué agobio dios mío -y ahí estaba otra vez, despreciando a la gente que le daba de comer-. ¡Sube, que me tienes que contar!

No tenía nada mejor que hacer, ni tampoco forma de volver al hotel para hablar con Christian, así que acepté la proposición. Subí en aquél lujoso coche, que costaría más de lo que ganaría en una vida entera. Por dentro estaba todo forrado de negra, y ella envuelta en un abrigo de pieles, tomando un cóctel y con los labios pintados de un rojo intenso, con su cabello negro largo por una parte, y rapado por otra.

-¿Cómo ha ido con Freddy?

-Bien, bueno...lo noté un poco triste, ya sabes, seguramente prefería verte a ti mil veces más antes que ver a un desconocido, pero pude entregarle la carta -sonreí-. ¿dónde vamos? Yo tengo que regresar al hotel.

-¡Ni loca! Anda, me has hecho ya muchos favores como para no querer devolvértelos, somos amigos a partir de ahora, lo sabes, ¿no? Así que ni se te ocurra traicionarme o te mataré -rió como psicópata-. Te voy a enseñar un lugar que no olvidarás en tu vida, “Cielo”

Si eso me lo hubiera dicho una persona normal, hubiese pensado que sería una especie de restaurante o de lugar ameno, tranquilo o familiar, pero no...era exactamente lo que pegaba con RiRi. Una discoteca que se asemejaba a una mansión celestial, de fachada blanca con rayos láser de color azul apuntando por todas partes y con un cartel que ponía en grande “CIELO”, mis pintas no eran las apropiadas, pero me dejaron entrar gracias a que iba con RiRi.

Al entrar, la música tumbaba en mis oídos, el local estaba repleto de gente saltando y bailando como locos, apretujados como sardinas casi sin poder respirar, ¿de verdad se lo pasaban bien en un lugar en el cual tenían que pagar para estar en esas condiciones? Se me hacía difícil de asimilar.

Pero no nos quedamos ahí para observar, subimos por un ascensor que nos llevó a la planta superior, al “cielo” de verdad, según palabras de mi amiga, a quién se le notaba bastante excitada por llegar.

-¿De verdad te gusta esto? -pregunté mientras subíamos.

-Es la única forma que uno tiene de evadir la triste realidad, eres demasiado inocente Sam, ¡ven aquí! -tiró de mi mano, saliendo los dos de aquél cubículo.

Entramos en un lugar oscuro, no había tantas luces como en la primera planta, solo se alcanzaba a distinguir de manera clara una barra, iluminada con luces fosforescentes, donde se encontraban un chico y una chica desnudos de cintura para arriba, que atendían. Caminé casi a ciegas, siendo guiado solo por la mano de la cantante, quien caminaba como si esa fuese su casa.

Llegamos por fin, a unos asientos de cuero rojo, bastante largos, aunque solo estábamos nosotros dos. Al lado una mesa de cristal, en el que ya reposaban dos cubatas, supongo que era una especie de atención al cliente VIP.

-Qué ambiente más oscuro RiRi... -comenté, sentándome junto a ella, con bastante timidez. Me quedaría un rato y me iría discretamente al hotel, que si no recordaba mal, quedaba a dos manzanas de la discoteca, o por lo menos todas las discotecas quedaban a dos manzanas del Palace, así que por lo menos me había acercado un cacho, y si no, preguntaría.

-Con el tiempo te acostumbras, tampoco está tan mal. Ay Sam, ¡eres un aburrido! Diviértete -sonrió, imitando los gestos de los dj's cuando pinchan, al compás de la música house que sonaba de fondo.

-Señorita, ¿lo de siempre? -preguntó el joven camarero, que solo vestía unos pantalones de cuero negro, bastante apretados todo hay que decirlo, y una pajarita del mismo color.

-Me ves casi cada día y no sabes lo que consumo, pedazo de estúpido, ¡claro! -espetó de mala gana RiRi, causando que el camarero dejara una pequeña bandeja de oro y un tubo del mismo material encima de la mesa, marchándose rápidamente-. Joder, es que aquí uno ya no puede consumir coca tranquilamente -suspiró, sacándose del abrigo unos polvos blancos, depositándolos en la bandeja, comenzando a hacer varias rayas.

-Riri, ¿pero qué...? -no pude terminar la pregunta, había comenzado a esnifar dos rayas como si de aire se tratase. Bebí un poco del cubata para intentar comprender todo lo que acababa de ver, era simplemente, algo que se escapa de mi comprensión.

-¿Eh? Dime -sonrió con la nariz aún un poco empolvada.

-¡Deja eso! -levanté un poco la voz al decirlo, quitándole la bandeja de las manos-. ¿No te acuerdas de que te pillé haciendo lo mismo? ¡Pensaba que no lo volverías a hacer! Esto lo único que te hace es destrozarte la vida, joder, no lo vuelvas a hacer -la reñí, con mi voz notablemente agitada.

-¿Eres anti droga? -preguntó totalmente tranquila.

-¡Por supuesto que si! Como cualquier persona que tenga un poco de cordura en su cabeza -respondí molesto.

-Pues en el cubata que te acabas de beber había “MDMA”, lo siento -comentó limpiándose la nariz-. Bueno, en verdad no lo siento, seguro que ahora te lo pasas mejor.

Completamente indignado me levanté, marchándome por donde había venido. Todo estaba tan oscuro, ni siquiera sabía cual era el camino, la vista se me comenzaba a tambalear solar, y el lugar parecía nublado, o era yo. Por suerte llegué al ascensor, con la fortuna de que había alguien dentro que también bajaba.

Me apoyé en una de las paredes del transportador metálico, intentando centrar mi cabeza en un punto fijo. No podía creer que RiRi me hubiese dado “MDMA” sin consultarme siquiera. Tenía la vista perdida, aunque lo intentaba, se perdía sola y no la podía encontrar, estaba perdiendo aquello que le acababa de echar en cara a RiRi, la cordura.

-Oye, ¿necesitas ayuda? -preguntó el tipo que estaba al lado mío-. Espera...¿tú no eres el camarero del Merlotte's? Qué graciosa es la vida -comenzó a reír, llevándose la mano a la frente-. Supuse que venderías tu culo, pero no sabía que un alto nivel como “Cielo”, eso significa que podríamos pasar un buen rato, ¿cuanto pides? -preguntó arrinconándome en una esquina del ascensor.

-Creo que me confundes... -respondí con los ojos entrecerrados, mirándolo con asco. Por suerte para mí, la puerta se abrió, lo empujé y salí casi corriendo de allí.

No sé ni como pude llegar a la salida, la cabeza me daba vueltas, o mejor dicho, todo el mundo me daba vueltas. Caminaba por la acera yendo de un lado para otro, como si fuese un drogadicto. ¿Por qué me tenían que pasar estas cosas a mí? Solo quería ser un maldito fotógrafo, poder imprimir la belleza de la vida en fotos, poder sacarle el lado bonito a las cosas, plasmar lo bello para que otra persona lo pudiese disfrutar, ¿tan difícil era? Se supone que me vine a vivir a Nueva York, con mucho esfuerzo por parte de mis padres, porque todo era más fácil.

Las luces de todas las discotecas de la calle impactaban directamente en mi cara, me estaban mareando aún más de lo que ya estaba, y quería morirme. No lo podía soportar. Estaba perdiendo la conciencia.

Llegué, no sé como, a uno de los lugares más tranquilos de la ciudad, y de los más solitarios a esa hora de la noche “Central Park”, me apoyé en uno de los árboles, intentado situarme, para poder pensar con un poco de claridad lo que estaba haciendo, y como llegar al hotel. Se supone que quedaba cerca. Sonreí pensando en que este era el lugar al cual me quería llevar Christian, le hacía mucha ilusión hacerlo, y al final no pudo ser.

Comencé a caminar otra vez, intentando con todas mis fuerzas no caerme al suelo, por lo menos si caía, sería césped y no me haría tanto daño, hasta me estaba planteando quedarme allí a dormir hasta que me pasase el efecto de la droga, hasta que lo vi.

Ahí estaba él, acostado en el suelo mirando al cielo, no pude evitar reprimir mis lágrimas al identificar completamente que era él, era Cristian quien estaba allí estirado en el suelo. Lo había encontrado. La vista se me iba oscureciendo, n notaba mis piernas y mis manos comenzaban a perder movilidad.

-Christian... -susurré antes de verlo todo oscuro.

 

Continuará, ¡espero vuestras sugerencias!

Notas finales:

Espero que os guste, este es uno de los capítulos más largos y bonitos que he escrito.

 

Espero que comentéis. ~


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