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Detestably unstable por Ornela

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Notas del capitulo:

Y he aquí yo; he vuelto de entre la tierra(? Bueno, debo pedir disculpas por no seguir mi Fanfic desde hace mucho, porque en serio, no se me ocurría nada. Y aunque este capítulo sería siendo el puente que me permitirá seguir con partes que he planeado escribir hace un tiempo (porque que debía dar pequeños indices para aquellas cosillas futuras), espero que lo disfruten más que yo, que por alguna razón, no quedé conforme.

Gracias por leer.

En el momento, Mello consideró que besarse en la esquina de un corredor no era algo estético, pero  -para el momento- su saliva se entremezclaba con otros gérmenes, con otros labios. Hubo unos cuantos choques de dientes, pero no por su culpa. Él no era tan torpe besando.

-...Oye, hazlo mejor.- Dijo, separándose de su acompañante sólo un poco de espacio que se debían, y, volviendo al arduo trabajo de intentar encontrarle el brillo a una moneda en donde no veía nada de ello, volvieron a chocar dientes.

Podía sentir unos labios recién barnizados de brillo, a los cuales les quitaba siempre el sabor a fresa luego de unos cuantos besos. Eso podía hacerlo un poco más pasable.

Y, pensando tranquilo en ello, decidió abandonar esa boca ajena,  notando, ya con un amplio panorama de su rostro, una cara apenada.

 Las chicas de Wammy's House eran todas una sosas, y al parecer, en ella no encontraba lo que estaba buscando. Nada en ella lo hacía sentirse extraño o enfermo. Nada.

-Mejor déjalo.- Y, caminando lejos del rincón de los malos besos, había dejado otra oportunidad.

¿Acaso nunca conseguiría de ellas lo que necesitaba?

Seguramente no, pero Mihael Keehl no lo sabría hasta comprender que la suerte no estaba de su lado, pero si vamos a narrar esto como va, que sea desde el inicio del incidente, oh mi lectores.

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Mientras bostezaba, pasó -con el cabello enmarañado y a pies descalzos- al cuarto de baño, en donde -con cierto esmero- cepilló sus dientes los cuales, con cada cepillada, salía un dulce olorcillo a chocolate de la madrugada. Al escupir,  confirmaba el hecho, expulsando babas marrones que con cada cepillada se volvía espuma blanca. Y cuando estuvo listo, salió del baño con una tableta en los dientes, secándose las manos en la playera antes de tomarla entre los dedos.

 

-¿No será que encuentras mala la leche porque te acabas de lavar los dientes?-  Oyó a Matt, el cual recíprocamente lo había estado oyendo a él y sus quejas apenas al inicio del día.

Mello asintió con la cabeza, encontrándole razón a aquello; cruzado de piernas y de brazos.

Matt se rascó la cabeza, algo confundido por la lentitud de trabajo mental del rubio, y tomó otro sorbo de la leche que servían para el desayuno. Estaba pensando preguntar algo hace buenos días atrás, cuando había notado cambios en su amigo. Pero volvió a decidir no hacerlo.

 

Las hojas secas afuera se arrancaban con el viento, hojas crujientes que Mello iba contando al momento que dejaban -a la fuerza- el árbol en donde habían nacido. Sabía que finalmente el viento lo haría con todas, o -por la misma línea de ideas- quedarían pocas de ellas que se obligarían a luchar, marchitas y secas, pero ahí.

"De todos modos, algún día van a caer, lo quieran a o no", pensó quien luego se preguntó a dónde iban a parar luego las que dejaban la rama. Y si él fuera una hoja marchita, preferiría dejarse a los rasguños del viento, que desde dentro de la casa, se veía poco luminoso, algo entre morado y algo entre fríos matices de azul. 

Los días estaban fríos, las camas ya no abrigaban como antes, y a los niños de Wammy's se les daba entrega nuevos guantes y nuevas bufandas. Ésta era una de las épocas con más resfríos, y las aulas de clases crujían de frío, como los humanos,  con ello trayendo el sufrimiento de los pocos muchachos en Wammy's House.

 

Las clases comenzaban en unos 15 minutos más, supuso Keehl desde su pereza, y pronto se animaron, presionados, a engullir lo que las cocineras les brindaban, que no era nada tan malo después de todo.

 

Algunos chicos salían con más prisa, atropellándose los unos a los otros, y otros, como ambos, preferían salir con calma, quitándose con la lengua los restos de comida que quedaban en espacios vacíos, y que a diferencia de los charladores, no intercambiaron palabras en el camino.

 

Mello se estiraba felinamente mientras caminaba, y Matt, él sólo escondía la nariz y la boca tras una nueva mascarilla que según su dueño, eran para el frío y otras cosas que no siguió oyendo. Pero más parecía un doctor o un cirujano raro, y si era la nueva moda, qué estúpido era su compañero al seguirla, porque así no conseguiría matar a nadie más que de la pena. Pero como sea, se veía realmente ridículo. ¿Habrá querido esconder un barro, quizás? ¿Síntomas de la pubertad?  ¿Bigote?

Ahora que lo pensaba, aún no le salían vellosidades ni en las axilas ni en las  piernas, y ya a varios muchachos se les notaba; y estaba en la edad para esas cosas. Planeó mirarse los brazos, por si las moscas, pero el fuerte toser estruendoso de uno de los chicos caminando a su lado hacia el salón,  que lo sacó, como un puñetazo a la cara, de sus pensamientos.

 

-¡Tápate la boca!- Recriminó, apartándose con malos humos de los gérmenes. No se molestó en recibir respuestas, y se adelantó al salón. Podía oír las botas de Matt atrás, así que  no le dio importancia el haberlo dejado atrás.

 

Y como si hubiera estado caminando sin haberse dado cuenta de nada -algo así como en las nubes- y ya habiendo ingresado al aula al cual diariamente estaba acostumbrado a asistir, abrió los ojos a narices goteando, a estornudos violentos, toces roncas, ojos rojos y caras enfermas.

 

Esta no podía ser su aula, pensó para sus adentros, y pudo haberse marchado para encontrar la suya, pero eran tan pocos niños en Wammy's, que esta era la única que podría haber sido la suya.

 

Paró su paso, y observó sorprendido a la banda de chicos en el salón con gripe, y tras los segundos que le corrían de la sorpresa, retrocedió casi espantado; casi asqueado, y salió fuera del perímetro de aquello; de eso.

 

Por instinto, tapó su boca y nariz con su antebrazo en medio de su travesía a un espacio seguro y alejado, evitando, ya a estas alturas, contagiarse.

-Matt, mierda. ¿Desde cuándo está pasando esto?- Preguntó, ya habiendo retrocedido largos -larguísimos- pasos del aula. Ni muerto iba a entrar a la junta oficial de gérmenes contagiosos.

 

Miró a Matt al no recibir respuesta verbal, pensando quizás se había encogido de hombros para indicarle que no tenía idea, pero tenía una tonta sonrisa, no en la boca, pero sí notablemente en los ojos, que se reían con estruendo; pareciendo haberle encontrado gracia a algo, y tan en ello que hacía pensar a Mello que  prácticamente no lo había oído. Y, dándose cuenta de porqué, se quitó el antebrazo de la boca.

-Esto no estaba así ayer.- Aseguró Mello, esta vez sí siendo oído por su rojo compañero.

Matt bajó con cuidado la mascarilla que cubría su boca, comprendiendo el rubio que no era un decorativo ni nada de eso, si no más como un preventivo para el contagio. ¿Habían entregado de esos también?

-Es que tú no te has dado cuenta de lo que ha estado pasando en la casa desde hace unos días.- Intentó tocar el tema con cuidado, pero al recibir el silencio frío de su amigo, consideró otras opciones para comenzar una charla.

-Es sólo que al principio sólo estaban moqueando un par de niños. Ya sabes, mocos verdes y esas cosas. Es normal que la gripe se contagie rápidamente, y eso ha estado ocurriendo, básicamente.-

Las cejas rubias de su amigo lentamente comenzaban a fruncirse, al parecer, retornando al mundo que se había estado perdiendo desde que los aires festivos de hace unas semanas se habían despedido definitivamente.

Entonces, conforme con el avance, continuó.

-Roger a tomado medidas, pero algunos insisten en querer asistir aún así a clases.-

 

Introdujo sus manos en los bolsillos de su chaqueta sin mangas, esperando de Mello el fiel comentario; la fiel respuesta que nunca faltaba en su boca.

 

-Si yo me resfrío, la culpa será de todos ellos. Y si eso sucede, me las van a pagar todos. Más vale que entiendan que si les han dicho que no vengan, si bien también es por ellos, es aún más por nosotros.- Chasqueó la lengua, y apretó ligeramente los dedos de sus pies. Algunas cosas realmente le irritaban, y el que no le dejaran estudiar -para así ser el número uno- le enfurecía más que nada.

Pero bueno, si algo era cierto y que no muchos comprendían, es que él si bien era  expresivo y explosivo, sabía controlarse cuando quería. Podía mantenerse como las estatuas si así la situación lo rogaba. Así fue como había logrado mantener la calma en su actitud y la mafia en sus palabras.

 

Y como si las casualidades existieran -cosas en las cuales no creía- Roger, luego de seguramente haber oído su discurso, había pisado el suelo más cercano a los muchachos apoyados en una pared -en donde habían estado conversando- dedicándoles una sonrisa cansada, pero aún así sonrisa; diciéndoles que estaba a punto de dar una solución. Y pasó de ellos para sacar una mascarilla del bolsillo de su saco e ingresar luego al salón.

Se hubieran acercado para oír qué es lo que Roger estaba a punto de decir, pero se arrepintieron al oír, desde la distancia, toces ahogadas en flemas.

 

Y así, es como recordaba Mello que las cosas habían comenzado. Y pudo haberlo  supuesto en el momento, pero no. Y aunque lo hubiera hecho, no hubiera podido hecho nada al respecto.

Así fue también como, según la propuesta de Roger, que pronto se tornó algo así como una orden, y luego, un hecho, para el momento en que el reloj marcaba que ya comenzaba la tarde, habían divido clases. Sanos por un lado, muy alejado de aquellos enfermos sedientos de aprendizaje, y remedios para la tos.

 

Y para entonces, en que las cosas comenzaban a parecer normales -como cualquier día de clases en Wammys- Mihael Keehl no pudo pegar ni una vez la vista en el pizarrón.

Antes de que sus ojos llegaran a él, rozaban sin querer aquello, las puntas de un cabello que si no fuera por su falta de color, no destacaría tanto como siempre, siempre lo hacía.

Apenas habrían sido unos pocos niños -que podían contarse con los dedos de las manos, y que aún así no alcanzaban a rellenar todos los dedos- en la pequeña aula en donde Roger había  conseguido, para esta pequeña manada de niños, su espacio. Y eso mismo hacía que, ya en un espacio más reducido que sus espaciosas aulas de aprendizaje, no pudiera pensar mucho más allá de "ese" niño, construyendo y/o  jugando con palos de fósforos-cerillas, hasta crear una estable torre la cual le había llevado las horas de clases.

Y se preguntaba, una y otra vez, cómo es que él podía tomar atención focalizándose en su esquema.

Y por un momento, sintió asombro. Porque sabía que las personas no podían focalizarse en más de una cosa. Entonces, ¿estaba haciéndolo sin tomar atención a su preciso juego de manos?

Sintió escalofríos, y un tembloroso odio, quizás más cercano a algún tipo de rencor o envidia.

Near siempre lograba asombrarlo.

-Near.-

Oyó al profesor, y por algún efecto extraño, levantó la mirada tan rápido como si lo hubieran llamado a él por su nombre. Y sintió vergüenza, porque si bien el mismo Near no lo había visto reaccionar, y sólo se levantó con lentitud al pizarrón, sí lo había hecho otras personas.

 

Oyó un ligero eco de lo que habría sido una reprimenda de Matt, algo así como "Hombre...", de un modo muy arrastrado.  

No por esto había hecho que las cosas comenzaran de cero. No por ésto, ni por nada que pudiera hacerlo estremecer respecto a Near.

Y, si bien se había dado cuenta -a los días del día en que había dejado claro las cosas con Near- que no podía dejarlo fuera de sus planos de pensamientos, por muchas cosas que podía catalogarlas de la A hasta la Z, podía dejar de pensarlo "sexualmente", "románticamente", o como fuera la cosa en su raíz. Porque no podía.

Porque  no iba a dejar que él también le quitara sus creencias cuando ya le había quitado prácticamente todo lo que siempre había querido conservar, y lograr.

 

-Cough Idiota Cough.-

Dijo en medio de una tos falsa, al momento en que el albino volvía a su banco,  desatando la risa de sus pocos compañeros.

Y se sintió vivo.

Y realmente pensó, que podía vivir así las semanas que necesitaran esos enfermos para recuperarse. Había encontrado el modo de sobrevivir en un ambiente junto a él.

 

Sólo Matt, que sin querer mirarlo y sin acompañarlo en las risotadas, le decía indirectamente su desacuerdo. Él estaba fuera de su plan, al parecer.

 

Así es como, al momento en que lo habían llamado a él al pizarrón a resolver algo, al pasar al lado de Near, golpeó a propósito su delgado brazo, provocando el mar de fósforos que posteriormente había sido una torre alta como sólo él podía hacer; el río que parecía nunca acabarse.

 

Y al oír nuevamente las risas, comprobó que lo estaba haciendo bien. Y, riéndose también, sintiendo una pequeña punzada que prefirió olvidar, e hizo lo suyo: Lucirse académicamente.

 

Y diciendo verdades, la punzada se profundizó al momento de volver a su asiento.

 

Se preguntó si debía ayudar al enano a recoger todo el gran desastre que había  provocado, y él, tan lentamente que recogía todo, tan torpe intentando tomar uno a uno.

 

Pero tenía los ojos de sus compañeros sobre él, y se vio prohibida la opción de  ayudarle, y por el contrario, prefirió decirle algo sin siquiera cubrirlo como un susurro.

 

-Hazlo rápido, distraes.-

 

Nuevamente, las risas disimuladas, y esta vez, la llamada de atención del profesor, que de todos modos no importó mucho. Tenía el poder. Lo tenía, ¿no es así?

 

"Qué bien que linda no está", pensó al sentarse, recibiendo unos golpecitos de felicitaciones en su espalda y otros en los hombros.

 

Si Linda hubiera estado en el aula, hubiera corrido sin pensarlo a ayudarlo. Y definitivamente no podía. No ella.

 

Pero quizás no sólo se limitaba a ella, y lo comprendió muy bien, quizás sin procesar ni retener la información, pero sí captándolo al momento. A ese momento en que alguien sí fue a su ayuda. No fue Matt -Y estaba seguro que Matt NO quería-, pero sí lo había hecho el maestro, dando un espacio libre de su pesada clase.

 

Se levantó violentamente de su asiento, arrastrando la mesa individual más allá de sí mismo, llamando la atención de este mismo hombre, aunque bien no la de Near.

 

Pudo ver su reflejo en los cristales de los anteojos del maestro que se resbalaban por el tabique de su nariz, y pudo ver su rostro casi de monstruos mitológicos.

 

Sentía cómo la mandíbula se apretaba, algo que si bien no se podía ver, se podía intuir al ver esa densidad facial.

 

Los puños apretados; los nudillos blancos. Las piernas flectadas como para ir y saltar sobre el hombre que si bien lo mirada, movía las manos ayudando aún al enano.

 

Entonces explotó.

 

-¡NO LO AYUDES Y DÉJALO SOLO! QUE ARREGLE POR ÉL LA MIERDA QUE HIZO.-

 

Estaba seguro que no iban a responderle nada en contra, pero por un momento había olvidado que estaba hablando con un superior, que estaba hablando con un maestro, y tragó saliva.

 

-Hasta donde yo sé, Near no tiró nada por su cuenta. Pero si tanto insistes, por favor quédate en el receso para limpiar tu desastre, Mello.-

 

 

Y mentalmente maldijo cada cosa y/o ser dentro del aula.

 

Se devolvió todo lo que había avanzado, y se sentó estruendosamente, de un modo en que todos notaron el odio que podía emanar. Y si literalmente emanara furia, seguramente sería como jalea derramada por los poros.

 

Seguramente Near lo había hecho apropósito. Lo había estado planeado todo, por eso había escogido hacer torres con algo tan tedioso de recoger. Ahora tenía sentido. Near quería que abusara de él. Quería que lo golpearan. Y si tanto lo quería, iba a sentirlo hasta los huesos.

 

Observó a Near jugueteando con sus cabellos justo al momento en que la señal de receso se había esparcido por todo Wammy's House. La vieja campana nada moderna sonaba como hierro golpeado, y hubiese sido un alentante sonido de no ser porque él debía quedarse.  

 

Y los cuerpos de todos sus compañeros de clase desaparecían por la puerta, y para cuando se vio solo, había comprendido que incluso Matt lo había dejado solo.

 

-Qué le pasa a ese...- Recriminó en silencio antes de ser interceptado por la voz del mayor.

 

Nadie más que el maestro podía tener la voz tan grave y tan ronca.

 

-Recoge todo y devuélvelo a Near luego. Te lo encargo.- Oyó como un eco realmente lejano la voz del profesor.

 

Su figura difusa salía del aula con libros y guías de apoyo bajo el brazo, sosteniendo en una mano vacía el fiel maletín con aún más material.

 

Y oyó el cerrar de la puerta detrás de él.

 

-Como si fuera a hacerlo.- Bufó con una sonrisa dolida en el rostro, sin saber de dónde mierda sacaba las fuerzas para sonreír cuando ni siquiera tenía el motivo.

 

Hincó su cuerpo la laguna de pequeñas piezas de madera, doblando sus rodillas hasta  que toparon su pecho. Y se perdió allí, como si en cada espacio entre una cerrilla y otra había espacio por igual para un pensamiento que se le pasaba en la cabeza.

 

¿Por qué todo el mundo estaba actuando raro?, se preguntó el par de veces suficiente como para darle la idea de que no tenía una respuesta clara.

 

Y para ese momento, se levantó con pereza, rasgó una hoja de papel, y doblándola a la mitad, la utilizó como pala que le ayudó a transportar en dos viajes al basurero todo el "gran" escándalo por el cual parecían todos haber perdido la cabeza.

 

Si Near quería recuperar sus cosas, pues ahí estaban, en la basura para esperarlo.  Quizás -si tenía suerte- Near se sentiría tan familiarizado entre la mugre, que quizás se quedaba viviendo en el tarro.

-Como si fuera posible.- Bufó sin encontrarse a sí mismo sentido del humor.

Y tan pronto como había terminado con su labor, y haber perdido largos minutos, se sentó en su asiento, esperando el toque que haría que volvieran todos a sus asientos.

 

Y así fue. Pronto todos volvían a estar ahí, como si nunca se hubieran levantado . Sólo Near, que trayendo un juguete entre ambas manos, era la diferencia.

 

Ah, y el maestro. Pero qué importaba el maestro.

 

-Qué caras pones, Mello.- Comentó Matt en medio de una risilla raspada mientras  estiraba las piernas en su asiento.

 

Sólo se dio el lujo de bufar entre la palma de su mano, en donde apoyaba la mejilla esperando que la lentitud del viejo -y realmente viejo- dejara de parecerle tan irritante; tan conocida.

 

-Oh, oh. Míralo Mello. Apuesto mi cabeza a que olvidó traer su libro.-

 

Rodó los ojos antes de dirigir sus grandes pozos azules al maestro, y aunque no quería, lo primero que veía era la falta de pelo en medio de un cabello  escaso y canoso.

 

Y ahí estaba, con todos los síntomas de lo que decía Matt. Alguien hoy no iba a  perder la cabeza.

 

Ahí él, rebuscando entre su maletín. Abriendo y cerrando bolsillos de cuerina;  rascándose la calva como si el viento le picara.

 

-Lo lamento, chicos. Olvidé mi libro.-

Y el resto de lo que dijo no lo oyó. Sólo el portazo sin fuerza que había dado le había regalado la idea de que ya no existía en este espacio.

 

Matt hablaba, veía por el rabillo del ojo cómo la boca se le movía.

 

Y quizás había comenzado a hablar con los otros chicos cuando se dio cuenta que no estaba siendo oído, porque sus ojos ya no lo miraban, si no que se dirigían  a otros asientos, rebotando de un banco a otro como un balón.

 

Y de pronto, sintió las ganas de escuchar qué hablaban. Parecido al sentimiento repentino de que algo se desataría, y él quería saber.

Quizás tenía una alarma, quizás su inconsciente había estado oyendo todo. Quién sabía.

 

Las cosas habían cambiado de tono cuando uno de los chicos que solían aplaudirle sus hazañas se había levantado, mirándolo a él de vez en cuando, casi como queriendo encontrar aprobación en sus ojos que no miraban nada en este mundo.

 

Y caminaba, y se acercaba más al pizarrón. Y miraba tras su espalda para encontrarse con los ojos expectantes de sus amigos, y reírse entre dientes con ellos. Y volver a mirarlo por precaución, sin encontrar nada en el rubio.

 

Y supo que no se dirigía al pizarrón cuando había parado de seco frente al puesto de Near, y de un manotazo como de gatos, había mandado a volar el muñeco de Near que había estado volando artificialmente entre sus manos prácticamente de goma, sin ninguna palabra.

 

La cabeza de Near se había elevado para mirar la cara del individuo, y tras lo que suponía habían sido unas palabras de Near -por el hecho de que la cara del juguetón niño había cambiado a enfado, o algo así-, este respondió a gritos. Pasando de la actitud de gato a un perro rabioso y confundido.

 

Esas manos pronto tomaron el brazo de Near por sobre el pijama, elevándolo, y de  paso, elevando al niño, siempre con la contextura inferior a lo normal.

 

Y suponía que allí, con el detonante que había sido ver la piel rosada y regordeta de alguien -que no era él- tomando la tela de un pijama que él ya conocía, había sido la señal. Y reaccionó.

 

Y si se había parado, no sabía en qué momento lo había hecho. Pero él ya estaba ahí, a pocos pies del agresor de Near, QUE NO ERA ÉL. Y como si hiciera magia,  lo estaba controlando.

 

-Bájalo. Ahora.- Ordenó, quién sabe con qué extraña expresión demoniaca, pero que había sido lo suficientemente eficaz como para ver el fruto de sus palabras hacerse acciones.

 

Y lentamente, el brazo de Near estaba donde siempre. Sí, intocable. Como DEBÍA estar.

 

-Pídele disculpas.-

 

Y al ver una cara de desconcierto, dedujo que quizás él ya pensaba qué clase de hierbas potentes se había fumado el tan conocido rubio; y se vio arrebatado de un poco más de paciencia.

 

-PÍDELE DISCULAS.- Gritó esta vez, y bien que había hecho efecto.

 

El cabeceo lento de aceptación de Near, tras unas palabras temblorosas -presas del miedo- dieron a entender a Mello que había infundido lo que había declarado.

 

En su mente planeó, casi heroicamente, darle la orden al muchacho que se marchara de su vista, pero antes de siquiera poder mover la boca, otro de los tontos se había interpuesto entre ambos.

 

El tonto protegía al tonto-número-uno. “Qué amigotes”, pensó al instante.

 

Y él, casi inconscientemente, estaba protegiendo con la espalda al estúpido enano.

 

Y despertó.

 

Desertó del ensueño que por desgracia estaba viviendo.

 

Y vio el panorama en que estaba.

 

Esto no era un juego. El...estaba protegiendo a Near.

 

Y dio un salto de espanto, que hizo la diferencia de varios pies entre sus  compañeros; entre caras de desaprobación. De desconcierto.

 

Y no quiso ni por si las moscas mirar la expresión de Near.

 

-¡Y a ti que te pasa, Mello! ¡Sólo estábamos ayudándote! ¿Que acaso no lo odiabas? ...Enserio, qué mierda pasa contigo, viejo...-

 

Así, pasó violentamente del maestro que entraba con libro en mano, golpeándole el hombro y pasando como una bala perdida.

 

 

Mihael Keehl, en ese instante, no dudó en su criterio, y más que de su criterio, dudó de su supervivencia, porque ahí de ningún modo iba a sobrevivir. Y decidió prematuramente que no estaría más en esa caja de locos. De lunáticos raros que estaban aliados con ese enano sólo para joderle la existencia.

 

¿Con que ahora estaban todos en su contra, no? Near se los había ganado a todos. Los había convencido a ellos también.

 

¡Y qué importaba! Él no iba a caer. Él se iría ahora mismo de ahí, y no iba a volver.

 

Y necesitaba gérmenes. Muchos gérmenes que carcomieran su cuerpo como se les diera la gana. Que se lo comieran vivo. Cosa que no quedara nada sano en su cuerpo.

 

Necesitaba enfermos. Necesitaba modos de contagiarse, necesitaba que les estornudaran en la cara si hacía falta. Necesitaba respirar entre goteras de mocos, cosa más tolerable que respirar en ese aula de tontos.

 

Y por más esfuerzo que Mello puso por rondar en los salones de los enfermos, no se  contagió nada más que de la terca actitud.

 

Había pedido, con enfado de sobra, que le estornudaran en la cara. Pero había resultado una petición tan brava, tan...extraña, que nadie quiso hacerle caso omiso.

 

Pidió los pañuelos usados, pero nada. Y hubiese buscado en la basura de no ser porque la respuesta ya le había iluminado la cabeza.

 

Chicas. Había un par de ellas, enfermas como debían, como Dios lo mandaba.

 

Todas ellas sosas y tontas. Sedientas de una experiencia romántica. Típico de la pubertad.

 

E iba a intentarlo aunque ellas se dejaran o no.

 

Y por fortuna, las pocas féminas -acorraladas entre las paredes, escondidas en las sombras- se dejaron ser.

 

Babas. Podía saborear babas viscosas, todas iguales a la anterior y a la siguiente, todas sin hacer surgir un brote infeccioso. Un mareo. Un malestar.

 

Nada lo estaba haciendo sentir enfermo; mal. Nada más que la propia humillación de estar haciéndolo. Porque eso sí lo hacía sentir enfermo, porque en el fondo, muy en el fondo, lo hacía para dejar de hacerse el mariposón con Near. Porque las mujeres debería gustarle. Pero ninguna, en ningún momento, dio paso a un cosquilleo, ni en el pecho, ni en el estómago, ni más bajo aún; en la entrepierna.

 

Pero Mihael Keehl no iba a procesar esa información. Si bien había saboreado su reflexión, esa que lo llevaba indirectamente -e indiscretamente- a sus actos, pasó por su cabeza, y se deslizó fuera por sus oídos, cayendo por ahí, en donde cualquier otro podía llevarse si la encontraba.

 

E hizo como si nunca lo hubiera pensado. Seguramente por eso mismo Keehl no supo la magnitud a la que podía llevar su cerebro, ni sentirse orgulloso por ello.

 

Pero si algo era importante para él en esos momentos, fue el hecho, malditamente milagroso, de que a pesar de haber besado bocas, respirado aires calientes y compartidos, no estaba enfermo.

 

No, él no estaba enfermo. ¡¿Por qué no estaba enfermo?!, se preguntó él mismo, ya harto de muchachas escuálidas.

 

Estaba harto. Harto de que todo estuviera mal. De que todo pareciera irle de mal a mal, en un estado uniforme. Ni siquiera de mal en peor. Si no que todo estaba  uniformemente mal para él.

 

Qué pasaba con el mundo. Se sentía en un mundo absurdo, en donde su querer no era ni poder ni la pizca de algo parecido. Él era un personaje de un mundo real maravilloso, con sus pequeños milagros que a diferencia de todo, eran para todo menos para su beneficio.

 

¿Día de mala suerte, quizás?

 

Y con sus incógnitas, Mihael Keehl se lanzó al vacío de sus cuatro paredes de su  propia habitación. Y renunció a ir a clases por, al menos, aquel día de mala suerte.

 

No iba a volver luego de las escenitas.

 

-Qué bochorno...- Susurró, intranquilo dejándose flotar en el piso frío de la habitación.

 

Si la vida lo odiaba tanto como parecía, el frío lo entumecería tanto que moriría ahí mismo para el día de mañana.

 

Pero eso no iba a ser así, según sus cálculos. Pero vaya que dolía.

 

Dolía que los brazos, estirados en el piso a tablones de madera oscura y barnizada, se congelaran hasta doler. Y los pies también, siempre descalzos; vulnerables.

 

Si se dormía ahí, ¿moriría?, se preguntó, ingenuamente hablando.

 

Sabía la respuesta, pero quería delirar un poco antes de asumir el día que le vendría.

 

"Delirar...", pensó, y, como excusa vital, declaró él mismo que su mente estaba atrofiada; que podía delirar sin "conciencia", que no sabía qué estaba pensando.

 

Y se lanzó a un abismo de delirios que mantuvo retenido desde el momento en que...en que había corrido de Near el día en que las campanas le gritaron en los oídos.

 

"Qué extraño...las campanas no gritan", susurró sin escucharse. Como si el frío tapara sus oídos lo suficiente como para no escucharse. O quizás sólo era él mismo y su miedo de oírse a sí mismo pensando en Near, y las campanas que sonaban a su alrededor.

 

 

Pensar en Near, internamente le hacían sentir que no había frío si no un cosquilleante calor suave, una oleada cálida; extraña.

 

Eso le hacía pensar en fuego. En oleadas inmensas de Fuego, que pronto lo devorarían a él, y dejaría cenizas en su nombre.

 

Vislumbró una explosión. Fuego. El fuego le quemaba en la cara. La cara le ardía. El humo. Lo ahogaba, no lo dejaba ver. ¿Tenía miedo? Sí. Tenía miedo. Pero algo le decía que eso le...daba vida. El fuego no iba a matarlo, pero sí iba herirlo.

 

-Oh, no...- Susurró, reincorporándose rápidamente del piso.

 

Los brazos le palpitaban de frío; piel de gallina. Y él, el saboreaba un salado de riachuelos caliente, y siguiendo el camino, palpando con los dedos con temor -de paso verificando que el fuego no lo había alcanzado- llegaba al borde acuoso de sus ojos, vidriosos, como de miedo; como de rabia y odio.

 

Se abrazó a sí mismo las piernas, con airosa impotencia, hecho un ovillo una vez apoyó la espalda al borde de la cama.

 

Verdaderamente estaba hecho un manojo de sentimientos andantes y explosivos que junto a la pizca de subconsciente ardía, ardía, y se dejaba vaciar, y cuando se vaciaba, qué solo se veía.

 

Y eso. Eso que lo hacía tan diferente de Near, lo odiaba. Eso, y él lo sabía, lo condenaría a ser el segundo para toda la vida.

 

Y él, el nunca iba a ganar contra Nea----

 

 

-Mello.- Oyó una voz ronca desde el otro lado de la puerta, y elevó furioso la cabeza, apuñalando cien veces la puerta y su madera.

 

Pero no respondió. Se dejó mirar la puerta con rencor, con una oscuridad que lo  arrastraba por completo.

 

Y esa mirada de asesino venía con otra de desconcierto como segunda capa. Porque esa voz la conocía.

 

La puerta lentamente se dio paso sin un permiso, y él se quedó allí, mirando como animal hambriento su movimiento.

 

Pudo notar la piel blanca de unos pies descalzos, al tope de una tela blanca, que se estaba haciendo marrón y sucia del roce.

 

No preguntó qué quería, ni dijo nada al respecto.

 

Su acompañante cerró la puerta tras de sí, una vez ya había entrado con una cautela que no hacía vibrar nada en la habitación. Nada más que el interior de su cuerpo, en donde sentía que los órganos se le caían uno por uno.

 

No se apoyó en la puerta, si no que se posicionó en medio de la habitación, parado ahí esperando quizás más silencio del que ya había. Esperando atrapar el momento.

Examinando a quién tenía adelante.

 

Sus ojos no le estaban diciendo nada, ni transmitían nada, como siempre. No sonreía, no se mostraba triste, ni preocupado, ni nada que pudiera identificar.

 

Sólo supo que él también esperaba algo cuando comenzó a tomarse la punta del cabello con los dedos.

 

Podía suponer que las horas habían pasado, y las clases, ya habían terminado.

 

¿Venía a pedirle su mierda de cerillas? Porque él no las tenía.

 

-Gracias.- Dijo finalmente el albino, oyendo algo al fin Mello.

 

No tenía la fuerza de voluntad para dirigirla ahora una palabra; para preguntarle a qué se refería, lo cual se complementó con la cooperación de Near, prácticamente sincronizada a sus necesidades.

 

-...Por lo de hoy.-

 

Y supo que no se refería ni al derrumbe de su torre, ni a los insultos indirectos.

Cómo podría.

Se refería a lo último que quería pensar. A eso, justamente.

 

-Near, vete de mi habitación.- Ordenó con fiereza, levantándose sin delicadeza, y  empujando a Near de su habitación.

 

Sintió el calor de la espalda que empujaba, y por un momento dudó.

 

Se oía el raspillar de la piel de los pies de Near con el piso, dándole a entender que uno de los dos estaba aplicando fuerza de retención.

 

El cuerpo de Near giró un poco a él, examinándolo aún como si se tratase de un animal de comportamiento extraño, listo para aplicar alguna clase extraña de experimento.

 

Y Near, él se veía raro. No lo había mirado directamente, no QUERÍA mirarlo. A él y su extraña cara. Pero hoy...él estaba extraño. Extraño el colorete que surgía en sus mejillas, como algo tenue, pero existente. Esos ojos cansados, algo caídos, algo  rojizos. Algo no estaba bien en la mirada fría pero vidriosa que lo asesinaban, y antes de lanzarle palabras en contra, se vio el mundo derrumbar.

 

Y se vio mudo.

 

Se vio a sí mismo con los ojos tan abiertos que dolían. Dolían como nunca antes la sorpresa le había dolido.

 

Si Near había querido matarlo, esta era la prueba.

 

Si quería arruinarlo, si quería despojarlo de todo lo que él podría obtener. Sí, esta era la manera.

 

Sentía una mezcla extraña entre su propio frío, y ese calor. Entre la suavidad reseca de ambos labios ligeramente lejos de ser femeninos, pero casi al tanto.

 

No se movían, ni se profundizaban, pero ese contacto fogoso entre ambos, entre sus  labios, era capaz de generar...algo. Generaba cosas.

 

Seguramente no sabía hacerlo, y por eso había comenzado a incitarlo. A pedirle con el roce de su lengua en el borde de sus labios; delineándolos torpemente.

 

Y había reaccionado a su llamado.

 

Había sucumbido a abrir la boca, a él tomar la iniciativa que Near carecía.

 

Sí, cómo se complementaban...y cómo se movían sus lenguas en una cooperación extraña, algo incomprensible.

 

Y, sus babas no sabían como las que había saboreado durante el día. Esto no le parecía asqueroso.

 

Claro, quería vomitar ahora mismo, pero no por un deseo naturalmente de él, si no de su consciente. Su arruinado consciente y razonamiento.

 

Y sus labios se movieron. Se movieron aunque no quería, y encerraron bravamente la  boca del menor.

 

Cuando se dio cuenta, el enano no había estado haciendo más que recibir lo que él le daba, y...

 

Lo había hecho de nuevo. LO ESTABA HACIENDO DE NUEVO. No Near, si no él. ÉL. El mismo.

Lo estaba haciendo de nuevo. Estaba...estaba...

 

-¡LÁRGATE!-

 

Dijo apartándolo con violencia, abriendo la puerta y sacándolo a empujones que casi llegaban a los golpes.

Y antes, justo al momento en que había lanzado a Near fuera, había jurado ver una sonrisa.

 

Planeó lanzar todo de su habitación por los aires, pero pronto se sintió mareado.

Enfermo. Se sintió sucio, extraño.

 

Y tosió. Tosió con todas sus fuerzas porque algo le picaba en la garganta. Algo le daba la sensación extraña de estar...estar...

 

-Contagiado...-

 

Susurró.

 

Y lo vio. Lo vio claramente todo. Como una película del día de hoy pasando rápidamente por sus ojos.

 

Near. La gran torre. Su asiento. Su rostro. Su plan. Todo.

 

Las explicaciones se abrieron camino en él, y, lo hacían caer nuevamente preso de los planes macabros del niño.

 

 La torre, la torre de cerillos. Ahora le encontraba sentido.

 

Nadie había mirado a Near en todo el día; él no había mirado a Near en todo el día. Había asumido que estaba en el aula porque estaba sano, pero, ¿alguien dudó de ello? ¿alguien se había dado el lujo de examinar el bienestar de cada niño? ¿Alguien lo había hecho con Near?

 

Las piezas calzaban.

 

El niño que intentó molestar a Near no se espantó por sus palabras, porque no dijo nada, Near no dijo nada...si no su rostro habló por él, el rostro extraño de enfermos.

 

El sonrojo, los ojos caídos, el malestar viviente. Nadie se percató de él más que el tontorrón ese, que seguramente olvidó a Near con su escena.

 

Por eso... había construido la maldita torre. Focalizaba la atención en el gran esquema, y no en él. Nadie lo miraba a él. Nadie lo había mirado en todo el día.

 

Por eso estaba sentado adelante, como nunca hacía, para darle la espalda a todos.

 

Nunca se giró. Nunca habló con su voz seguramente ronca. Y ahora que él lo había oído, no lo había...notado.

 

Por eso. Por eso. Por eso. Por eso.

...Por eso, justamente, él...él estaba enfermo.

 

 -Cómo te odio...-

 

Declaró, tosiendo fuertemente tras picazón y picazón.

 

Al día siguiente, terco como todo el resto, se vio, nuevamente, en el mismo aula que Near.

 

Tosiendo, moqueando y estornudando.

 

Se preguntó si Near habría asistido a clases fingiendo estar bien por orgullo de verse contagiado; sólo para hacerlo caer vilmente a él también, y de ser así, o simplemente de no haber...

 

...Lo odiaba. Había matado mil y un pájaros de un calculado tiro a sangre fría.

¿A qué demonios quería jugar ahora?

Notas finales:

Lamento el hecho de que este capítulo se me alargó más de la cuenta.~ y si hay alguien que llegó a este punto, muchas gracias por la paciencia. <3

Nos leemos en otra ocasión. 


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