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La nueva familia de papá por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Sherlock Holmes no me pertenecen, sino a su autor Sir Arthur Conan Doyle, la serie “Sherlock” pertenece a la BBC. Este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Personajes: Sherlock, John Watson y otros.

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene Slash, lemon,  y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

Resumen:¿Sherlock Holmes tiene una hija?, ¿Cómo es eso posible? La vida del detective consultor dará un giro de 180°

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

La familia de papá

 

 

 

Capítulo 03.- La paternidad les sienta bien

 

 

El funeral de Isabel Holmes se llevó acabo cómo estaba planeado; asistieron muchas personas, la mayoría de ellas pertenecientes al círculo laboral. Todos se retiraron después de que el ataúd quedó completamente cubierto por la tierra y la lápida fuese colocada en su lugar, dejando a Sherlock y a Sherly con John como única compañía.

 

Durante la ceremonia, Sherly no derramó ninguna lágrima, únicamente se aferró al abrigo de su padre y en ocasiones buscaba refugio en los brazos de John, cuando la cercanía de la gente la abrumaba.

 

Cuando sólo quedaban los tres frente a la tumba; Sherlock se acercó para dejar una hermosa flor morada y blanca: un azafrán, que al parecer del detective, era como Isabel: peligrosa y al mismo tiempo bondadosa. John no pudo evitar sentir un vacío en el estómago al verlo; le dolía saber que su amigo estaba sufriendo, pero al mismo tiempo, se sentía celoso del amor que parecía profesarle a la que en vida fuese su esposa.

 

—Era una gran amiga… sin ella mi niñez y adolescencia hubiesen sido de lo más aburrido —John no dijo nada, tan sólo asintió a las palabras de Sherlock, pero aquel sentimiento tormentoso no lo abandono.

 

—Holmes —dijo una mujer con marcado acento alemán. John la contempló detenidamente; cabellos cortos teñidos de rojo que mostraban algunas raíces revelando su naturaleza rubia, era más alta que él y tan solo un par de centímetros más baja que Sherlock a quien miraba con odio tras sus lentes de contacto verdes.

—Wolfstadt —respondió Sherlock con tono aburrido; Greta seguía siendo tan “adorable” como recordaba.

—No puedo creer que tengas cara para venir al funeral de la señora Isabel y actuar como si hubieses sido un buen esposo —John se sintió un poco intimidado, pero Sherlock no, al contrario, estaba a punto de decir una de sus frases hirientes, pero la niña se le adelanto.

—Mamá Greta, gracias por venir —dijo Sherly abrazando a la mujer, y como por arte de magia, la tensión entre los adultos desapareció —. Por favor no pelees con padre, recuerda que se lo prometiste a madre.

 

La mujer sonrió con ternura; se puso a la altura de la niña y procedió a limpiarle el rostro con un pañuelo que sacó de su bolso. John miró a Sherlock quien se veía incómodo por la presencia de la dama alemana y más por cerca que estaba de su hija.

 

—¿Cómo has estado, mi princesa?, ¿Holmes te trata bien?, ¿comes y duermes a tus horas? No quiero que por culpa del desobligado e irresponsable vayas a enfermar o a rendir menos en la escuela.

 

John frunció el ceño, no le agradaba que esa mujer insultara a Sherlock, y peor aún, que lo hiciera frente a la niña. Cierto que el detective no era muy abierto, incluso era insensible e ignorante de los sentimientos de las personas, pero desde que Sherly llegó al 221B de Baker Street, hacia lo posible para asegurarse que su hija se sintiera cómoda y no extrañara tanto a su madre. John no podía más que maravillarse al ver a su amigo comer tres veces al día cuando antes, solo consumía un sándwich y una taza de té (y eso si no estaba en un caso). Dormía toda la noche (o al menos permanecía en la cama) para velar el sueño de su hija, ¿y el contacto físico? John había atrapado a Sherlock abrazando a la niña, besando su frente o mejillas e incluso acariciándole el cabello cuando dormía o creía que él no podía verlos. No, definitivamente Sherlock Holmes era un excelente padre.

 

—Señora, le suplico que no hable mal de Sherlock, quien ha sido un excelente padre —dijo John mirando a su amigo, a quien la afirmación parecía haber tomado por sorpresa.

—Lo dudo mucho —espetó Greta en tono mordaz.

—Es cierto, mamá Greta, padre ha sido muy bueno conmigo… incluso el doctor Watson. Ellos me leen un cuento todas las noches —a Sherly, los cuentos infantiles le parecían tontos y sin sentido alguno, pero los disfrutaba porque era la única manera (por el momento), en la que ambos adultos actuaban como si los tres formaran una familia, algo que la niña deseaba, pues quería que su padre estuviera con la persona que él amaba.

 

Greta hizo una mueca de fastidio que supo disimular delante de la niña.

 

—Iré a visitarte pronto, cariño. ¿Te parece si vamos de compras el sábado? —Sherly asintió. No le agradaba mucho la idea de ir a un centro comercial abarrotado de gente materialista y hueca, pero al menos podría pasar una tarde en compañía de Greta.

 

 

 

Al regresar a casa, John se fue directo a la cocina para preparar la cena; se sintió aliviado al  no encontrar ninguna parte humana en el frigorífico, una cosa más que debía agradecer a Sherely y no es que a la niña le aterraran los cadáveres (al parecer lo veía lo más normal de mundo), sin importar lo podridos o deformados que estuvieran ya que Isabel tenía la misma costumbre que Sherlock.

Ahora que lo meditaba, Sherly era un enigma para él; en ocasiones, la niña actuaba más madura que Sherlock, en otras era tímida y asustadiza (como lo comprobó en el funeral) y en escasas ocasiones era una niña normal.

 

 

—Doctor Watson —el aludido se sobresaltó. Sherly estaba en la puerta de la cocina, se había cambiado las ropas de luto por un vestido azul cielo. —¿Necesita ayuda?

 

John le sonrió; a pesar de que en un principio tenía ciertas reservas con la pequeña, no había podido evitar encariñarse con ella.

 

—No te preocupes, yo puedo solo —entonces, Watson pensó que quizás la niña estaba buscando una manera de distraerse, acababa de perder a su madre, tal vez, quería algo de cariño que Sherlock no sabía cómo darle —. ¿Cuál es tu comida favorita? Puedo prepararla mientras me haces compañía.

 

Sherly se encogió de hombros.

 

—Cualquier cosa está bien —John se acercó a la niña para acariciarle la cabeza, tratando de infundirle confianza en él con ese simple gesto.

—Sherly, yo quiero que te sientas cómoda aquí. Deseo ser tu amigo, ¿me lo permites? —ella dudó un momento, pero finalmente asintió con la cabeza. John sonrió.

—Bien, entonces, ¿Cuál es tu comida favorita? —Sherly bajó la mirada para evitar que el adulto se diera cuenta de su sonrojo.

—Los sándwiches que padre me preparaba.

 

John estaba a punto de decirle a Sherly que haría cuanto pudiera para que Sherlock le preparara un emparedado, pero dudaba que el detective accediera a levantarse del sofá para cumplir el deseo de su hija. Fue una sorpresa para John que su amigo accediera con facilidad.

 

 

 

Los días pasaron y llegó el momento de la lectura de testamento. Sherlock hubiese preferido no tener que asistir a algo tan aburrido, pero no podía negarle a su hija conocer la última voluntad de su madre.

 

Tomaron un taxi para llegar a Rosehill Walk, donde se encontraba el despacho del abogado. A Sherlock le resultaba bastante extraño que Isabel hubiese elegido realizar sus trámites legales en Londres y no en Liverpool, donde residió hasta el momento de su muerte; aunque, la última vez que habló con ella —dos meses antes del accidente —, le había informado que planeaba mudarse a la ciudad, para que Sherly estuviera más cerca de él y pudiese verlo cuando la niña quisiera.

 

Sherlock dio una rápida mirada: lugar elegante, amplio, denotaba la opulencia de los clientes del bufete. Dos escritorios, en uno había una joven y guapa secretaria no muy competente, seguro la tenían para encantar a sus posibles clientes, en el otro estaba una mujer de edad media contenta, excelente en su trabajo, era quien seguro mantenía todo en orden.

—Oh, señor Holmes, hace tiempo que no lo veía —dijo un hombre regordete, que coincidentemente salía de su despacho. Sherlock lo conocía bien; su nombre era Arthur R. Walter, su familia tenía una larga tradición de excelentes abogados, su bufete llevaba los asuntos legales de los Wellington, eso explicaba por qué Isabel los eligió.

—Señor Walter —habló la niña llamando la atención del abogado.

—¡Sherly!, pero mira nada más lo grande que te has puesto —dijo acariciándole la cabeza a la niña. Miró a John y le sonrió —. Arthur R. Walter abogado de la señora Isabel Wellington de Holmes —se presentó extendiéndole la mano a mono de saludo.

—John Watson, amigo de Sherlock —Arthur lo miró sorprendido de escuchar que el detective tuviese amistades.

—Bueno… vamos a mi oficina. La señorita Wolfstadt llegó hace diez minutos, al igual que la señora Wellington.

 

Al entrar al despacho se encontraron con Greta y una mujer que rondaba los cuarenta y seis años. Sherlock hizo una mueca de disgusto al reconocerla: Rita Wood de Wellington, se había casado con Winston Wellington, el padre de Isabela y quien le doblaba la edad; Rita era una mujer frívola a quien únicamente le interesaba el dinero como comprobó a la muerte de su esposo al hacer un terrible escándalo por haber recibido solamente una pensión, mientras que Isabel y su hermano mayor, se quedaban con toda la fortuna.

 

—Ya era hora de que aparecieran, Holmes —dijo Rita con voz chillona. Difícilmente podía fruncir el ceño a causa de las diversas cirugías y tratamientos estéticos —. ¿Quién es éste? —preguntó mirando a John de forma despectiva.

—John Watson, es amigo de padre y mío —respondió Sherly mirando con odio a la mujer —. Le aseguro, Rita, que él tiene más derecho de estar aquí que usted —agregó adivinando los pensamientos de la mujer.

 

Rita la miró enojada, levantó una mano dispuesta a golpear  la niña pero Sherlock no iba a permitir que tocara a su hija, se colocó entre ambas y miró a la mujer con deseos homicidas.

 

—Rita, tu nuevo rostro comienza a agrietarse —dijo el detective con desdén —. Supongo que cien mil libras al mes no son suficientes para volverte atractiva. Es una pena. Vaya desperdicio de dinero.

 

Arthur se aclaró la garganta para llamar la atención de los presentes. No quería que su oficina terminara convertida en un campo de batalla.

 

—Bueno… antes de comenzar a leer el testamento; la señora Holmes quería que les mostrara un video.

 

Arthur señaló la pantalla que se encontraba en una esquina de su oficina y que, obviamente, sólo Sherlock y su hija habían notado. El abogado les indicó tomar asiento, por suerte el sillón era lo suficientemente grande para que las tres mujeres se sentaran, John y Sherlock lo hicieron en las sillas ofrecidas por el hombre.

 

El abogado encendió el aparato, cuando todos estuvieron en sus lugares. La imagen de una mujer rubia platinada y ojos verdes apareció en la pantalla, John la reconoció en el acto; aquella dama, era una doctora reconocida por sus habilites en cirugía, gracias a ella y a sus técnicas revolucionarias, se había logrado salvar a personas que se creían desahuciadas, el tubo la oportunidad de conocerla en persona, fue un año antes de enterarse que Sherlock estaba vivo, fue en una conferencia a la que extrañamente lo invitaron, ella era uno de los expositores, cuando el evento acabó, se acercó a él, lo llamó por su nombre y le dijo: “el fénix siempre resurge de sus cenizas” y se marchó. En ese momento no comprendió sus palabras, hasta ahora, Isabel estaba hablando de Sherlock.

 

Los pensamientos de John se detuvieron cuando Isabel comenzó a hablar.

 

<<Saludos. Es ilógico que les diga que si están viendo esto, es porque estoy muerta, pues mi abogado es el único que tiene conocimiento de este material.

Sherly, Sherlock —a pesar de lo que la lógica diga y que la ciencia nos indique que los sentimientos no son más que una acción química, necesaria para la supervivencia de los individuos —. Yo los amo>>.

 

John sintió un nudo en la garganta al escuchar la declaración de Isabel, aunque era natural, no podía evitar sentirse… extraño.

 

<<Sherly… cariño, lamento mucho no haber sido la madre cariñosa que te mereces y necesitas, pero doy gracias por Greta que hizo lo posible para llenar el hueco tan grande que dejé en ti>>.

 

La niña buscó refugio en los brazos de su padre, no lloró en el funeral de su madre, pues hasta ese momento que la veía en la pantalla, tal y como la recordaba, pero al mismo tiempo tan lejana, se dio cuenta de la cruda realidad, jamás la volvería a ver.

 

<<Sherlock, a ti y a mí nos han calificado como maquinas o monstruos sin corazón, pero lo cierto es… que lo tenemos. Por mucho que desees negarlo, debes hacerle caso o te arriesgaras a perder aquello que tanto te ha costado proteger>>.

 

El detective hizo una mueca, de las típicas cuando estaba frente a un caso interesante; miró directamente a los ojos de Isabel y a pesar lo artificial de la imagen, fue capaz de entender que ella sabía algo que él no, sonrió, conociendo a la que en vida fue su primer amiga, estaba seguro que le habría dejado pistas —de alguna manera—, para descubrir el enigma.

 

<<Para concluir y que mi abogado pueda comenzar con la lectura del testamento>> Rita dio gracias a Dios en voz alta <<John Watson, sé lo ilógico que sonará mi petición, y comprendo si usted decide negarse… pero como madre, le pido que atienda a mis suplicas. Sherly es aún pequeña, ama a su padre y con seguridad lo seguiría ciegamente sin importar el peligro —no estoy diciendo que Sherlock sea capaz de ponerla en peligro—, y él, estoy convencida de su amor de padre, sin embargo, conozco su incapacidad para exteriorizar sus sentimientos, por eso le pido que les sirva de apoyo y que le dé a Sherly el amor que Sherlock no sepa darle>>.

 

John asintió con la cabeza, sonriendo; un agradable calorcito se apoderó de su pecho. No tenía idea de cómo la mujer sabía que él se encontraría en la lectura de su testamento, pero lo atribuyo a que ella conocía a Sherlock desde la infancia, pues el detective y su hija habían insistido hasta hartarlo, para que los acompañara.

 

—Eso es todo —dijo el a bogado apagando el televisor —. Existe otro material, pero la señora Holmes pide que sea visto por su esposo e hija en la privacidad de su hogar —agregó entregándole a Sherlock una USB de color azul —. Procederé a leer el testamento.

 

Arthur comenzó a leer la última voluntad de su clienta. A Greta, le dejó un millón de libras y la casa que ella eligiera, por supuesto, la alemana se decidió por la vivienda en donde Sherly había pasado gran parte de su vida y que tenía tantos hermosos recuerdos para la mujer, Rita recibió cincuenta mil libras, mismas que se agregarían a la pensión  de cien mil libras que le dejó, por supuesto, no estaba de acuerdo, ella no quería las migajas, lo deseaba todo, era su premio por haber aguantado al viejo asqueroso de su esposo y a los malcriados de sus hijos.

Como era de esperarse, Sherly fue la heredera universal y Sherlock su albacea, pues según el criterio de la propia Isabel; no había mejor persona para cuidar del porvenir de su hija, que el padre de ésta.

 

 

….

 

De regreso al 221B de Baker Street; Sherly se había quedado dormida en los brazos de John, cansada de tanto llorar, por lo que el doctor tuvo que llevarla hasta la habitación, la colocó con cuidado en la cama y procedió a quitarle los zapatos y el abrigo para que estuviera más cómoda. Le dio un beso en la frente, pero no pudo irse, pues una pequeña mano se lo impidió.

 

—¿Puede padre y usted, contarme un cuento? —John asintió, aunque no estaba seguro que el detective aceptara participar en una actividad tan, banal, pero nuevamente le sorprendió descubrir lo contrario.

 

 

Cuando la señora Hudson entró al hogar de los Holmes y Watson, se sorprendió al encontrar a ambos adultos en la cama, con Sherly entre ellos; la mujer no pudo evitar sonreír enternecida. Definitivamente, a Sherlock y a John les sentaba bien.

 

 

Continuara…


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