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El Perfecto por AkiraHilar

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«El cátaro no ha impuesto sus creencias ni ha juzgado lo que escucha. Benevolente, destina una oración a nosotros como si buscara llevarnos al camino de la perfección que él recorre. Veo la mirada de mi hermano en él, y comprendo los sentimientos que hay encerradas en ella. He dejado de sentirme amenazado.
 
He empezado a comprenderle.»

 
—¿No hay arrepentimiento en ti?
 
La voz de Degel sonó oscura y el silencio atrapó a todo el lugar. En medio de los presentes, testigos del interrogatorio, se sumió una presión mental tras la respiración de la mujer que fue inculpada como hereje. No había nada que pudiera salvarla, ni testimonio alguno que hablara a su favor. Había sido señalada como un cátaro.
 
Aspros, presente en el juicio, se obligó a tragar grueso y mantener la mirada al frente mientras la observaba. La mujer le tembló las pestañas y apretó el dije de madera entre sus manos con efusividad. El cabello castaño le recorría la espalda y los mantos negros daban evidencia de lo que era y de lo que sus palabras tampoco habían negado.
 
—El camino que has escogido está en contra de nuestra santa iglesia y de nuestro rey.
 
Degel lo sostuvo con la voz gruesa, pese a los finos rasgos que tenía de Francia. Es un enviado, un fiel inquisidor que había ido a juzgar a aquellos que han desafiado la creencia cristiana.
 
—Aún puede sostener el perdón, si te arrepientes.
 
—No me arrepiento de nada. —Confirmó la mujer tras levantar la mirada y sostenerla al clérigo—. Mi fe es fuerte y mi alma será purificada cuando abandone este cuerpo material que solo me ata. Soy una perfecta, una buena mujer que sigue el camino de la purificación.
 
Las voces que quisieron levantarse tras sus palabras, fueron calladas con el movimiento de la mano que Degel ejerció en el aire. Su rostro no había cambiado, había una seriedad imperturbable en él y no yacía una muestra de molestia.
 
Aspros deslizó su mirada desde el joven inquisidor, hasta la figura de la mujer que le desafiaba con su fe. Imaginó allí a Asmita, con sus párpados cerrados y su rostro benevolente, desafiando con la misma convicción a los que creen poder convertirlo del camino que había escogido. El corazón se le encogió de solo pensar el destino que tendría de ocurrir así.
 
Degel se levantó, rodeó el escritorio y sostuvo sus manos detrás de su espalda mientras derechamente, la observó en una distancia prudencial. La mujer permaneció impávida esperando su sentencia, con la mirada fija en la pared que yacía frente a ella, buscando un brote de luz.
 
—El fuego. —Soltó el inquisidor con un tono suave, como si buscara alertarla—… El fuego es lo que te espera si no te arrepientes.
 
—Que el fuego me purifique.
 
Hubo de nuevo silencio y Degel no hizo más que regresar a su sitio. Dictó sentencia; los laicos la ejecutarían.
 
Tal como ese procesamiento, hubo dos más en los que Aspros fue testigo debido a su posición de caballero y el obispado. En total mudez, observó todo y bajó la mirada cuando el condenado había sido hallado culpable y recibía el pedido de ser llevado hacia los laicos, donde las leyes encontrarían el castigo para condenarlo. Sabía perfectamente lo que ocurriría en los tribunales, el obispo iría a pedir perdón por las almas sabiendo que ya no había manera de quitar la sentencia.
 
Y entonces, en el día final, las hoguera arderían y los gritos inundarían toda la tarde hasta que no hubiera un traidor más.
 
Ante ese panorama y desde la llegada del inquisidor al pueblo era impensable que Asmita saliera hasta que fuera seguro. Debía protegerlo de ellos.
 
Aunque fuera a bases de engaños.
 
Cuando llegó a su hogar en caballo, sus siervos lo recibieron con alegría, ayudándolo a bajar y a sostener su capa. La sierva mayor se acercó para darle la bienvenida y le comentó sobre lo que habían hecho durante el día en su ausencia, haciendo hincapié en la necesidad de traer algunos alimentos. Aspros no quiso alargar la conversación y se apresuró con pasos largos hasta su hogar, atravesó la sala principal y fue en busca de su hermano.
 
Lo halló en el otro salón del comedor, sentado mientras escuchaba a Asmita hablar de las epístolas de Tomas. El joven llevaba un manto claro, contrario a su creencia, y al cual todos sabían que no debían revelar su verdadero color. Defteros se levantó del asiento para recibirlo y Aspros destinó una mirada rápida hacia donde Asmita permanecía sentado.
 
—¿Te ha ido bien…?
 
—Ven. —Cortó la efusividad de su hermano con un apretón en su hombro y lo obligó a tomar más distancia, sin quitar la mirada sobre Asmita—. Tres más.
 
—¿Tres?
 
—Es peligroso que salgan. —Enfatizó ahora observando los ojos asustados de su hermano. Hablaba en voz muy baja, la suficiente para que Defteros escuchara sin que Asmita sospechara lo que ocurría—. Hay dos inquisidores más ocultos entre las personas, conviviendo con ellos y buscando información. No podemos permitir que sepan de…
 
—¿Qué haremos?
 
—Por ahora, mantenerlo aquí.
 
Tras el toque a la puerta, la mujer mayor entró y pidió permiso a los dueños. Aspros se apartó de Defteros por un momento, aún con la sensación agria en su estómago que lo había mantenido sin comer durante el día.
 
—Joven Asmita, ya estamos listo para escucharlo.
 
—Muchas gracias. —Se levantó el aludido y acomodó su manto. Dio una corta reverencia a los señores y partió con la mujer hacía donde los siervos le esperaban.
 
Tras unos minutos de silencio, los hermanos volvieron a mirarse con el temor tatuado en sus ojos, claramente influenciados por la presencia de la santa iglesia en el lugar. Defteros en especial se veía contrariado y frustrado.
 
Contagiado por la turbación de su hermano, Aspros franqueó la distancia y lo tomó de la nuca. Buscó en sus labios la seguridad que necesitaba y respondió a la ferocidad con la que Defteros le exigía una salida a su situación. Como si ellos fueran los perseguidos, y no el joven que ya no estaba en esa habitación.
 
Lo soltó y respiró sobre su boca antes de juntar sus frentes. Mantuvieron sus ojos cerrados por unos segundos más, y cuando los abrieron, se encontraron no más calmados, pero sí más unidos. Tras ese contacto necesario, Aspros pudo hablar:
 
—¿Cuando me lo vas a decir? —Defteros contuvo el aire sin quitarle la mirada. Tragó espeso el sabor de su saliva compartida y dudó en responder—. ¿Crees que no me iba a dar cuenta?
 
—No es igual… —Justificó. Aspros reforzó su mirada en busca de una respuesta más clara—. No es lo mismo.
 
Defteros tuvo que ampliar la distancia y se apartó para respirar su propio aire. Su hermano se quedó en silencio mientras lo veía dar pasos hacía la mesa y pasear sus manos por su nuca, entre sus revueltos cabellos. Tenso y ofuscado, reconocía sus acciones sin necesidad de que hubiera palabras. No dijo nada, y supo por el movimiento de sus hombros, que el silencio era incluso más pesado.
 
Finalmente, lo dijo.
 
—¿Te molesta? —Aspros sólo giró el talón derecho, reacomodando su posición mientras la espalda de su hermano aún estaba frente a él—. Esto… ¿te molesta?
 
No hacía falta darle nombre a lo que en sus ojos era evidente. Aspros sólo renegó.
 
—En otro momento, cuando lo noté, llegué a molestarme. Ahora te comprendo.
 
Por un segundo, Defteros volteó y lo miró interrogante. No bastó más que eso para darse cuenta de lo que había oculto tras sus palabras. Ensanchó sus ojos, y refrescó el movimiento de sus labios como si hallara un nuevo nivel de intimidad, compartieran algo más que era prohibido.
 
Aspros se lo dijo con su mirada, sosteniendo el puño de su espada como era su deber de caballero a la corona. Le dijo que no era él único.
 
—Prometo que no dejaré que lo encuentren.
 
Eso es todo cuanto podría darle. Asmita no aceptaría más.


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