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El amor nace del recuerdo por Nami Takashima

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Notas del capitulo:

Hola de nuevo!!! Siendo la una de la mañana paso a dejarles la actualización, intenté tenerla antes pero estuve enferma y fue imposible escribir cuando no podía ni mantenerme despierta XD

En fin... ojalá les guste

¡¿Al estaba aquí?! El pelirrojo iba todo vestido de blanco… ¡Por un momento me pareció que veía a un ángel!

No tardó en advertir mi presencia y se quedó pasmado en su lugar; sus bellos ojos verdes se abrían exageradamente denotando la sorpresa.

—¡Al! —grité dejándome llevar por la emoción, sentía mis piernas temblar, no obstante a paso lento logré a acercarme a él; deteniéndome sólo cuando me vi amenazado por su espada, la cual había desenvainado tan a prisa que a penas y me había percatado de ello… No podía creer lo que estaba haciendo—. Al… s-soy yo… soy Emile —dije intentando hacer que entrara en razón.

—¿Y qué hay con eso? —respondió fríamente y sin intenciones de ceder, percibí el disgusto en su mirada… Podría soportar cualquier cosa menos que él me odiara—. ¿Por qué tendría que confiar en tus palabras? Dime, Emile… ¿todo en ti es tan falso como tu amistad? —interpeló dejando ver en sus palabras un atisbo de lo que supuse sería el rencor acumulado durante diez años.

—No… no fue culpa mía Al —me excusé mientras me acercaba cautelosamente cada vez más.

—¡Detente ahí! —gritó al sentirse asediado—. Si te acercas más yo… yo voy a…

—¿A qué? ¿V-vas… a matarme? —pregunté con voz quebrada acercándome hasta que la punta de la espada se halló ejerciendo una ligera presión sobre mi pecho—. Entonces hazlo. Ya no tengo nada en esta vida y si también te he perdido a ti, me estarías haciendo un gran favor —En la mirada de Al percibí una mezcla de incredulidad y miedo, en tanto que yo sentía como mis ojos se llenaban de lágrimas, que amenazaban con salir en cualquier momento… justo cuando creía que ya había llorado todo lo que podía llorar, aquí me encontraba de nuevo, haciendo un intento por controlarme.

—¿Estás loco? ¿Por qué haces esto? —cuestionaba con una nota de desesperación en la voz.

—Ya te lo dije, lo he perdido todo y si no tengo tu amistad entonces ya nada me importa —cerré los ojos en espera de la respuesta de Al, si realmente me odiaba tanto como para arrebatarme la vida, entonces estaba bien; no me importaba morir a manos de la última persona querida que me quedaba.

Suspiré y sentí que la espada era retirada, abrí los ojos y vi que Al la dejaba caer… Sentí como las lágrimas resbalaron sobre mis mejillas y tuve que morder mi labio inferior para poder contener un sollozo. Estaba cansado de llorar, pero en ese momento mis emociones estaban hechas un caos.

—Ven aquí mañana, te estaré esperando tan pronto como salga el sol… no hagas que me arrepienta de haberte dado otra oportunidad —Asentí incapaz de pronunciar palabra alguna y nuevamente lo vi alejarse, no sabía que era exactamente lo que Al estaba pensando o sintiendo, pero se mostraba tan distante como la primera vez que nos habíamos visto. Como si todos esos días que habíamos pasado juntos no hubieran existido. De cualquier manera iba a escucharme y eso ya era algo ¿cierto?

Regresé a la posada y tras un miserable intento de cena me recosté; aun no podía terminar de creerlo, después de todo lo que había pasado no pensaba que mi corazón pudiera volver a exaltarse de esta manera…

A la mañana siguiente desperté con las ansias contenidas, sabía que Al me estaría esperando y sin perder el tiempo había dejado la cama para salir a caminar aun en la oscuridad con la esperanza de llegar antes que él; cosa que no logré, ya que después de adentrarme en el bosque lo primero que vi fue al pelirrojo esperando… estaba tranquilamente recargado de un árbol.

¡Había crecido tanto que no dejaba de sorprenderme!

Conservaba su nívea piel que tan bien contrastaba con el rojo de su cabello ligeramente largo; sus ojos que parecían un par de esmeraldas no habían perdido ni una pizca de belleza, en cambio su estatura ahora se encontraba varios centímetros por encima de la mía, y su cuerpo lucía bien torneado, manteniendo una extraña armonía con el par de largas piernas que poseía.

A diferencia del día anterior esta ocasión, iba completamente de negro; vestía una camisa bastante ceñida a su cuerpo, llevando un pañuelo sujeto al cuello, un chaleco y una casaca de seda brocada en oro… ¿qué clase de vida estaría llevando Al como para poder vestir así?

Era tan… ¿atractivo?

¿Qué tan adecuado era que yo me pensara así de él?

—¿Qué tanto miras Emile? —cuestionó sin dirigirme la mirada.  Sentí su pregunta cargada con una agresión innecesaria, sin contar que ya no me llamaba Emi…

—Na-nada, lo siento —respondí agachando la mirada en el acto. Él se alejó unos pasos antes de sentarse a la orilla del riachuelo.

—¿Y bien? Estoy esperando —apresuró mientras parecía inspeccionarme, lo cual desató  en mí un chocante nerviosismo que nunca antes había sentido. Hice un gran esfuerzo por ignorar el ruido de mis pensamientos y a mi alocado corazón, de manera que aun cuando me tomó buena parte de la mañana logré contarle absolutamente todo.

Cómo mi padre había tomado precipitadamente la decisión de dejar el pueblo, la manera en que nuestra situación había mejorado gradualmente, el tipo de educación que había recibido, mi amistad con los Lowell y con Isaac, el primer baile al que asistí, mi encuentro con el conde Midford (omitiendo su enfermizo interés en mí), la propuesta de matrimonio con Helena…

Estaba seguro de que conforme avanzaba mi relato, Al lucía cada vez más molesto.

—Parece que estuviste llevando una buena vida Emile, pero ya ves que lo que fácil viene, fácil se va —comentó con un sutil tono de burla que no pasó inadvertido—. Dime, ¿en verdad te habrías casado con esa chica? —cuestionó con seriedad, tomándome por sorpresa.

—B-bueno, esas eran mis intenciones pero no sé si realmente hubiera sido capaz… yo estoy enamorado de… de alguien más —Al fruncía el ceño y yo no me había atrevido a decirle que él era esa persona; las cosas no iban muy bien y no quería que todo se arruinara—. ¿Y qué hay de ti? ¿Qué hiciste en estos diez años?

—Nada que necesites saber —respondió tajante, provocando que el ambiente se tensara a nuestro alrededor.

—Al… ¿podremos seguir siendo amigos? —insistí con una sonrisa fingida, tratando de no darle mucha importancia a la manera tan fría en que se dirigía a mí.

—No esperes que las cosas sean como antes Emile —No importaba por donde viera este asunto, el pelirrojo estaba muy molesto…

Esa misma tarde conseguí trabajo en aquel campo en el que mis padres habían estado muchos años atrás; sabía que si me mantenía ocupado no tendría tiempo para llorar mis penas. A la mañana siguiente comencé a trabajar y al término del día estaba muerto de cansancio ¡¿cómo habían hecho mis padres para mantenerse trabajando así por tantos años?!

Mi cuerpo estaba totalmente adolorido; sólo eran mis primeros días y sentía que no podía más, pero aun así me empeñaba en visitar todas las tardes a Al, en un intento por consolar mi malestar con ayuda de un “amigo”. Sin embargo el panorama de cada tarde era muy distinto al que había planteado en mi mente.

Al estaba enojado y comprendía a la perfección que tenía razones para ello, pero ingenuamente había creído que al pasar de los días se olvidaría de todo. El pelirrojo parecía esforzarse para que las cosas funcionaran pero le era imposible disimular todo el resentimiento que me guardaba y que dejaba ver en cada uno de sus hirientes comentarios…

Quise pasarlo por alto pero era difícil asimilar que la única persona que me quedaba y por la que aún tenía fuerzas para seguir adelante, me detestaba. Un día no pude soportarlo más y a pesar de que me lastimaba la idea, decidí que era momento de terminar con mis patéticos intentos por mantener una relación que había muerto diez años atrás.

—Bueno Al, creo que será mejor que me vaya —dije esbozando una sonrisa que dejaba ver mi pesar y que no fue advertida, pues el pelirrojo parecía distante, no le interesaba nada de lo que yo decía—. Me dio gusto volver a verte, gracias por todo y adiós… —tras la despedida, me levanté y camine esforzándome por no mirar atrás, a pesar de que no podía dejar de preguntarme si le había provocado algún tipo de reacción a Al…

Los siguientes días no me atreví a acercarme al bosque, me moría por verlo pero ya no tenía sentido seguir buscándolo. El pequeño pelirrojo que me había tendido la mano amablemente ya no existía más, este chico apenas y parecía notar mi presencia. Ahora estaba seguro de haberlo perdido todo… Y aun así mi vacía y desdichada existencia seguía su rumbo.

El oro con el que contaba se había terminado y ahora no tenía más que una miserable paga, que a duras penas me alcanzaba para comer algo. No pude seguir pagando la posada en la que me quedaba y regrese a la vieja casa de mis padres; cuando entré me pareció que todas las maderas se derrumbarían, pero no fue así y de cualquier modo no tenía más opciones; así que lo primero que hice fue ir hasta el río para buscar mi propia agua, limpiar y asearme un poco.

Vivir aquí implicaría cierto esfuerzo, pero realmente no era lo más preocupante… Estaba sólo, el lugar no era precisamente seguro y no había muchas casas en las cercanías; Albert ¿todavía me estaría buscando? Pedía fervientemente porque no me encontrara, pues de hacerlo estando aquí, no tendría posibilidades…

Otro agotador día se me había ido trabajando, en donde por más que lo intentaba no lograba entablar buenas relaciones; seguía siendo como un bicho raro y para entonces ya comenzaba a cuestionarme si tendría que cortar mi cabello e intentar comportarme con más… ¿rudeza?

Cabizbajo y muerto de cansancio volví a mi vieja casucha, al entrar boté mi suéter en una silla y me recosté sobre la pequeña cama cerrando los ojos, quería dormir y deseaba desesperadamente no despertar nunca más…

—¿Entonces es a esto a lo que dedicas tus tardes? —salí de golpe de mis pensamientos y en medio del sobresalto poco falto para que cayera de la cama. El pelirrojo se encontraba frente a mí con esa mirada de suficiencia que tanto me intimidaba.

—A… Al… ¿Qué haces aquí? —pregunté intentando reponerme del susto.

—¿No es obvio? ¿Cómo te atreves a desaparecer así sin más? —dijo mientras se cruzaba de brazos haciendo una mueca de disgusto—. Empezaba a preguntarme si pasarían otros diez años antes de volver a verte —reprochó desviando la mirada.

—Lo lamento —tal vez tendría que haberme mostrado molesto, pero no podía sentir otra cosa que una desbordante alegría. Después de todo él se había tomado la molestia de salir a buscarme y si lo había hecho ¿no significaba que yo le importaba?—. No era mi intención darte más problemas, es sólo que… me pareció que mi presencia te estaba resultando una molestia —admití con sinceridad.

—No decidas las cosas por ti mismo —dijo con severidad en la mirada, Al seguía en la misma actitud y algo dentro de mí reventó.

—¡¿Y de qué te sirve que este contigo todas las tardes si no haces más que tratarme con desdén?! —grité desesperado, incapaz de contener el coraje que me producía su egoísmo; el pelirrojo se mostró sorprendido, después de todo era la primera vez que levantaba la voz, pero pareció reaccionar.

—No es que… no aprecie tu compañía —dijo suavizando su expresión—. Pero no puedo evitar sentirme molesto cuando pienso en lo poco que te importó buscarme… ¡Tu sabías donde encontrarme! Si yo hubiera sabido donde estabas me las hubiera arreglado para ir por ti… ¿Esta mal que quiera verte sufrir un poco por todo lo que yo sufrí? —preguntó afligido y un nudo se hizo en mi garganta.

Él tenía razón, había tenido el tiempo y los recursos; nunca me pude olvidar de él, pero lejos de intentar volver, preferí llorar mis penas en silencio; el egoísta había sido yo, pensando sólo en mis sentimientos…

—Está mal —susurré logrando atraer la atención del melancólico chico frente a mí—. Sin importar nada te pensé cada día, fuiste el primero en tenderme la mano y te extrañe todo este tiempo; fue una estupidez no haber regresado, es cierto, pero no me pidas que sufra más de lo que ya lo he hecho —Al me miraba atónito y yo me encontraba asombrado por la sinceridad de mis palabras… de pronto esta discusión parecía más la de un par de amantes que la de unos amigos...

Momentos después el pelirrojo se sentó a mi lado, reflejando en su rostro cierto alivio, ya no lucía molesto, se veía más bien avergonzado…

—De acuerdo Emile, te ofrezco un disculpa por mi comportamiento —dijo mientras suspiraba pesadamente—. Y te propongo que nos olvidemos de todo esto, por favor comencemos de nuevo.

Apenas salió la última palabra de su boca, me arroje hacia él en un abrazo como el que había estado anhelando tanto, Al titubeó, pero al final también me abrazó y creí que iba a morir de la felicidad. ¿Tal vez me había quedado dormido y esto no era más que un sueño cruel? Tuve que deslizar mi mano sobre su espalda, sintiendo la seda bajo mis dedos antes de comprobar que estaba despierto.

—Gracias —susurré mientras me mantenía aferrado a él.

—Escucha, como prueba de que mis acciones son sinceras te voy a contar todo sobre mí —Mis ojos se abrieron y no pude ocultar la sorpresa, me separé de él mirándolo con curiosidad ¿hablaba enserio?—. Para empezar mi nombre es Allen —dijo bajando la mirada como avergonzado de su mentira—. Y pertenezco a la casa de Valois…

—¿Valois? —tuve que pensarlo un poco ¿por qué me sonaba tan familiar? La respuesta no tardó en llegarme de golpe—. E-entonces… tú… ¿tú eres un príncipe? —el pelirrojo se limitó a asentir—. ¡¿Por qué nunca me lo dijiste?! —pregunté aun sin perder el tono de alarma en la voz.

—¿Te habrías sentido cómodo sabiendo que era un príncipe? Lamento haberte mentido, pero era necesario…

 

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Muchos habrían pensado que por nacer en un palacio mi vida sería fabulosa; después de todo tenía un gran futuro por delante… ¡Un día sería rey!

Pero hubiera preferido mil veces llevar la vida humilde de un campesino o cualquier otra persona en el pueblo, al menos entre ellos las relaciones eran más sinceras; muy distintas del hipócrita mundo en el que vivía.

Según me contaron, mi madre había muerto pocas horas después de mi nacimiento, por lo que una nodriza estuvo a cargo de cuidarme durante mis primeros años de vida y posteriormente una tutora tomó el control de mi educación; ambas eran mujeres que se conducían de una manera fría y calculadora, no tenían idea de lo que era el cariño por otro ser humano… se limitaban a hacer lo estrictamente necesario para cumplir con su deber.

Así que nunca supe lo que era el amor de una familia; mi padre, el rey, estaba demasiado ocupado y el resto de los cortesanos aún me consideraban muy pequeño como para darme importancia, preferían enfocar sus energías en ganarse el favor de mi padre.

Había cumplido diez años cuando el palacio comenzó a recibir la constante visita de princesas e hijas de comerciantes ricos que intentaban convencer a mi padre para convenir una boda; la idea me tenía bastante inquieto; después de conocer a un montón de malcriadas niñas no me emocionaba demasiado la idea del matrimonio, pero sabía perfectamente que si mi padre llegaba a un acuerdo, no importaría mi opinión pues por aquel entonces valía poco menos que nada. Sólo era una herramienta y si hacer uso de mí le permitía echar mano de más territorios o riquezas, no dudaría en hacerlo.

Estaba cansado de que todos me vieran como un medio, de que se acercara sólo en espera de sacar algo de provecho y fue así que un día tras terminar todos mis deberes, tomé la tarde para fugarme del palacio. Lo primero que vino a mi mente fueron las palabras de mi tutora, que no dejaba de hablar de lo peligrosa que podía ser la vida fuera del palacio y por ello jamás había salido, en el pueblo nadie tenía idea de cuál era el aspecto de su príncipe y confiando en ello, tomé mi capa y me aventuré a las entrañas del bosque.

Encontré un riachuelo que me pareció de lo más encantador, un lugar donde reinaba la paz y la armonía, me senté y admiré el paisaje; fue cuestión de tiempo antes de que mis pensamientos se alejaran de la belleza del lugar, para comenzar a torturarme nuevamente, no podía evitar sentirme triste, enojado y frustrado por mi lastimera situación.

Perdido en mis pensamientos no advertí que alguien se acercaba, entonces escuché que las hojas secas se quebraban detrás de mí, inmediatamente me giré asustado, temiendo que alguien del palacio, o peor aún, alguien que pudiera hacerme daño, me hubiera encontrado.

Pero no, la razón de mi sobresalto estaba lejos de ser algo así, me encontré observando a una pequeña niña rubia, que se veía casi tan asustada como yo.

—H-hola… —saludo tímidamente, mientras jugueteaba nerviosa con las manos.

—Hola —respondí sin ánimos, girándome al instante puesto que no estaba interesado en entablar ningún tipo de conversación. Pero ella no parecía tener las mismas intenciones ya que a pesar de que intentaba evadirla y la trataba con indiferencia, insistía en escucharme y darme consuelo, llegando al extremo de abrazarme sin previo aviso dejándome desconcertado; era la primera vez que alguien hacia algo tan atrevido… aunque pensándolo bien era la primera vez que alguien me abrazaba.

Se separó de mí con una sonrisa, pero al ver mi expresión se alarmó y tras una disculpa, salió corriendo… Me hubiera gustado detenerla pero me tomó algunos minutos reaccionar. Ella no me conocía y aun así me había tratado afectuosamente ¿había sido sincero su gesto? No estaba seguro, pero tenía muy claro que me había gustado.

Pasé los siguientes días sin dejar de pensar en la rubia; estaba en las nubes y cuando esto repercutió en mis tareas diarias recibí una fuerte reprimenda por parte de mi tutora, que en castigo me hizo estudiar sin descanso, manteniéndome bien vigilado. Moría de ganas por ir a buscar a la niña del bosque, pero no había manera de escapar;  mientras que no me concentrara el castigo no se levantaría.

¡Así que estaba en mis manos poder salir de nuevo! Sólo necesitaba esforzarme un poco.

Luego de varios días conseguí que terminara la estricta vigilancia y después de la comida de aquella tarde había salido prácticamente corriendo al bosque, sólo para encontrarme con que ella estaba profundamente dormía…

La pequeña rubia lucía tan frágil… Me quité la capa y cubrí con ella su cuerpo, dormía tan apaciblemente que no me atreví a despertarla. Mientras tanto no dejaba de preguntarme cuál sería su reacción al verme; me entristecía de sobremanera el que toda su amabilidad fuera una farsa y comenzaba a desesperarme cuando escuché que ella se estaba moviendo.

Me miraba fijamente y se había acercado gateando hasta donde yo estaba, no pude soportar el ser examinado y mis mejillas delataron el calor que comenzaba a sentir.

—¡Volviste! —exclamó alegremente con voz dulce y cantarina.

—Tú también —respondí tontamente incapaz de seguir correspondiendo su mirada.

—Todos los días desde aquella tarde... te estaba esperando — admitió con toda naturalidad en medio de una bella sonrisa.

Me era difícil no corresponderle, pero todavía tenía que asegurarme de cuáles eran sus motivos tras su afectuoso comportamiento. Estaba listo para escuchar cualquier cosa, o eso creía, ya que jamás imaginé que en medio del llanto, me confesaría que me apreciaba por no haberme burlado de su apariencia femenina… ¿Era un niño?

No podía creerlo, me sentí tan avergonzado por lo tonto que había sido; intenté brindarle consuelo, consiguiendo que dejara de llorar; el rubio me rodeó cálidamente con sus delgados brazos y que no pude dejar de corresponderle. Me sentía feliz y no sabía cómo expresárselo…

Emile era su nombre y aquel día nos hicimos amigos; sin embargo no pude ser completamente sincero con él puesto que estaba buscando un amigo, no un leal súbdito y si él llegaba a enterarse de quién era yo, lo más probable era que todo se arruinara. Cargaba con el peso de la culpa, pero terminé ocultándole mi nombre, todo sobre mi familia y encima le pedí que mantuviera en secreto nuestra amistad por temor a que pudiera traerme problemas.

Emile jamás me cuestionó y aceptó de buena gana todas mis exigencias. Era tan comprensivo… Tan amable… tan sincero…

No pasó mucho tiempo antes de que en verdad me encariñara con él, tal vez el hecho de que fuera completamente distinto a todo lo que conocía me había llevado a sentir una abrumadora fascinación por él…  

Todo parecía como salido de uno de esos cuentos que gustaba en escribir, donde podía alejarme de mis problemas y ser feliz; las cosas marcharon a la perfección durante un tiempo, hasta que un día el pequeño rubio llegó llorando… ¡Su madre había muerto!

Mi corazón parecía ser estrujado sólo por ver sufrir a mi frágil y pequeño amigo; amaba la alegría que irradiaba de él y ahora no podía ver más que a un niño destrozado e indefenso tras la muerte de su madre y el abandono de su padre. Pero yo tenía los medios para ayudarlo y estaba más que dispuesto a hacerlo.

Había comenzado por llevarle el alimento que su padre no le daba y estaba decidido a llevarlo a vivir al palacio conmigo, cuando sin más desapareció. No podía entender que había ocurrido.

¿Por qué Emi no regresaba? ¿Su padre le habría hecho daño? La ansiedad estaba acabando conmigo, pero no tenía más opción que soportarla. Nunca me había mostrado en donde vivía y puesto que todas las tardes volvía sin falta, jamás le había dado mucha importancia al asunto.

¿Cómo podía encontrarlo? ¿No juramos que estaríamos juntos para siempre? ¿Me había mentido?

Al cabo de varios meses no pude más que hacerme a la idea de que él no regresaría ¿habría muerto? ¿Sólo se había ido sin más? No estaba seguro de cual resultaba peor, de cualquier manera ambas implicaban no volver a verlo y me dolía el sentirme defraudado.

Lo más patético es que la incertidumbre me llevaba todas las tardes al riachuelo para comprobar si Emi no había regresado. Esperaba encontrarlo con su habitual sonrisa, que corriera y se abrazara a mí, pero eso nunca pasó…

De la tristeza había ido a la frustración y luego al enojo, pero que más daba; a nadie le importaba y delante de mi padre tenía que fingir que nada ocurría. Así que en medio de la indiferencia del rey y de su corte, siguió corriendo mi vida.

Seguía escapando del palacio con frecuencia y en una de mis salidas encontré a un par de mellizos; un niño y una niña que estaban huyendo. Al verlos tan indefensos no pude resistir la idea de ayudarlos y los lleve al palacio; los mantuve varios días escondidos en mi habitación, asegurándome de darles cuanto necesitaban.

Ellos no tenían a donde ir y no podía mantenerlos encerrados en mi habitación toda la vida, así que los presenté ante el rey, en espera de que les permitiera quedarse a mi lado y él consintió mi capricho después de que ellos se comprometieron a servirme en todo. Por mi parte, no había salvado a esos chicos para hacerlos mis sirvientes y a pesar de que el mundo los veía así, yo les cuidaba como si fueran mis hermanos pequeños; a cambio recibí su cariño y compañía incondicional.

El afecto que recibía de los mellizos me recordaba mucho a Emile y me enfadaba seguir alterándome sólo porque su recuerdo acudía a mi mente. Intentaba concentrarme sólo en Ian y Mía, pero fracasé una y otra vez…

A costa de esa recurrente inquietud, la vida me concedió algunos años de tranquilidad, hasta que cumplí dieciocho años; entonces ocurrió algo que llegó a cambiar mi cómoda vida. Después de tantos años, mi padre se había hecho con una amante a la que tomaba muy enserio, parecía enamorado y eso no podía ser nada bueno…

Quise tratar con aquella mujer, en espera de que la convivencia fuera más amena, pero resultó inútil. Carlota no estaba dispuesta a que entabláramos una relación; descaradamente me había confesado que había odiado a mi madre y puesto que yo era su hijo no podía esperar un trato preferencial.

Confiaba en su influencia sobre mi padre, por ello se mostraba tan osada y arrogante al hablarme así. Entonces por primera vez desde que nos habíamos conocido busqué la ayuda de los mellizos, debían mantenerla bien vigilada y así fue como además de ser mis protegidos, se convirtieron en mis espías.

Gracias a ello me enteré de que Carlota anhelaba un hijo del rey y de que obviamente consideraba mi posición como heredero un estorbo en el camino de su descendiente al trono… Esa mujer pasaba los días ideando maneras de sacarme del palacio y tuve que echar mano de toda mi astucia para sacarle la vuelta a sus tretas.

Agotado física y mentalmente decidí comenzar a asistir a los banquetes que mi padre acostumbraba ofrecer a su corte, necesitaba distraerme y fue la ocasión perfecta de probar mis habilidades en el baile y en las conversaciones. Hacía mucho que había dejado de ser un niño y por fin los cortesanos comenzaban a tomarme enserio, sin contar que no tarde en advertir la manera lasciva en que miraban las mujeres.

En un principio me encontré renuente a seguirles el juego, pero terminé por aceptar que ellas se acercaran a mí, prefiriendo siempre la compañía de las chicas rubias de cabello largo…

No era ningún tonto y por ello comprendía que consciente o inconscientemente estaba buscando a mujeres que se parecieran a mi “amigo”. Y así fue como una noche de la mano de una rubia, hija de comerciantes ricos, terminé alejándome del bullicio del baile, cayendo presa del juego de la seducción.

Lo que había comenzado como miradas provocativas ahora se había volcado en apasionados besos y exigentes caricias. Bajos mis manos la chica se deshacía en gemidos y justo cuando ella intentaba desprenderme de la ropa, mi mente me hizo la jugarreta más cruel que hubiera podido imaginar.

De pronto en los ojos azules de la chica que sostenía entre mis brazos, veía unos hermosos ojos color miel; en su revuelto cabello, vi aquella trenza dorada que tanto me gustaba y frente a mí se hallaba aquel rubio que había jurado ser mi amigo.

Horrorizado ante la visión, solté a la chica… estaba anonadado y enfadado conmigo mismo ¿desde cuándo deseaba sexualmente a Emile?

La chica que me miraba confundida, se aventuró a acercarse nuevamente a mí, pero exasperado y entre gritos exigí que se fuera y así lo hizo; la vi salir llorando desconsolada y aun así no sentía la menor pena. Estaba más preocupado por lo que yo quería.

Después de aquel día, no volví a acercarme a ninguna mujer por temor a ver nuevamente a Emile y en lugar de ello, enfoqué mis energías en escribir. Desahogaba mis pasiones entre letras y conseguí concluir un relato romántico que había inspirado en aquel chico de apariencia delicada; mi vida otra vez era relativamente tranquila y creía que lo único que podría arruinarlo sería el que mi padre me notificara un repentino matrimonio.

Pero no había sido así, Carlota había intercedido por mí, convenciendo a mi padre de que yo aún era muy joven, cuando en realidad ya no lo era tanto; los que lo había presenciado, juraban que había sido un bondadoso acto de su parte, pero esa frívola mujer no hacía más que actuar por sus intereses.

Si quería sacarme del camino lo más sencillo sería hacerlo mientras que era soltero; sabía de antemano que un matrimonio podía implicar un gran problema, en especial si de por medio estaba la alianza con algún reino poderoso…

Y si bien, me había sacado temporalmente de un apuro, tenía claro que no iba a quedarse cruzada de brazos mientras yo me paseaba por el palacio. En aquellos días, igual que si ella lo hubiera invocado, estalló un conflicto en uno de los países con los que nuestro reino compartía frontera, las repercusiones no tardaron en hacerse presentes y se envió a una parte del ejército para intentar sofocar el problema. Mi padre se preparaba para tomar su lugar al frente de sus tropas y desafortunadamente cayó en cama enfermo.

No le había prestado mucha atención a ninguno de los incidentes hasta que una tarde los mellizos llegaron completamente alarmados hasta mi habitación.

—¡Majestad! La señora Carlota… —decía Mía en medio de su agitación, intentando recuperar el aliento.

—¿Qué ocurre? —pregunté apresuradamente, contagiándome de la ansiedad que destilaban los hermanos. Ambos intercambiaron una mirada con preocupación antes de responder.

—La señora Carlota ha encontrado la manera de sacarlo de aquí —respondió Mía.

—Ha convencido a su majestad el rey de que le envié a dirigir las tropas reales contra el ejército enemigo —prosiguió el mayor de los hermanos.

—¿Qué? —pregunté con incredulidad—. ¿Están seguros? —insistí obteniendo un asentimiento por parte de ambos.

—Ella espera que usted muera a manos del enemigo —confesó Ian interrumpiendo mis pensamientos.

—Huya por favor, nosotros podemos ayudarlo si nos lo permite —agregó Mía con desesperación echándose a llorar a mis pies como cuando era una niña. Sonreí ante su tierno gesto y la ayude a levantarse.

—No voy a huir, después de todo soy un príncipe y si el rey me necesita es mi deber acudir sin falta… Ya verán que todo estará bien —concluí tratando de darles consuelo, aun cuando no tenía certeza de lo que ocurriría.

Esa desdichada mujer, lo había logrado, que mejor manera de deshacerse de mí, ni siquiera tendría que ensuciarse las manos…

La decisión ya estaba tomada y no restaba más que acatar el mandato del rey… al menos me consolaba la idea de que podría dejar de pensar en Emile si tenía que ocuparme de sobrevivir. Así que partí sin demora en compañía de los mellizos y una pequeña escolta que me seguiría hasta mi encuentro con el ejército de mi padre; la cual sencillamente dejaba mucho que desear, ¿cuántos comerciantes no viajaban con compañías varias veces más grandes que la mía?

Al verme en semejante situación no podía más que pensar en que realmente me estaban enviando a mi muerte, incluso mi padre se había excusado hábilmente diciendo que debía mantener al resto de sus hombres en el palacio por si surgía alguna eventualidad…

Obviamente temía que yo fracasara, por eso sólo me había concedido a la mitad de sus hombres. Y ciertamente no había mucho que pudiera alegar en mi defensa, puesto que no tenía idea de la magnitud del problema y cuando llegué al lugar de la batalla me di cuenta de que la situación realmente me pondría a prueba.

Confiaba en mis propias habilidades como espadachín y arquero, pero nunca antes había dirigido a tantos hombres; sus vidas dependían de mis decisiones y saberme consciente de ello sólo le agregaba más peso a mis hombros.

Puse en práctica al estratega que había en mí, me esforcé para conocer las capacidades y límites de mi ejército, así como lo correspondiente al enemigo y de pronto todo parecía un juego, con la excepción de que mis piezas tenían vida y por ello no podía precipitarme con lo que hacía.

Comenzamos a tener victorias pequeñas, ganamos territorio gradualmente y en compensación recibí la confianza plena de los hombres que ahora me juraban lealtad; me gustaba el reconocimiento, pero no dejaba de preocuparme el hecho de que todo esto pudiese ser interpretado como traición al rey. En especial porque los espías de Carlota rondaban nuestro campamento y no pasarían por alto la oportunidad de fastidiarme…

—Majestad, le traemos noticias —Ian y Mía, entraban en mi tienda y a juzgar por la inquietud en sus rostros no podía ser nada bueno.

—Claro —respondí sonriéndoles amablemente a los mellizos—. Pero por favor tomen asiento ¿quieren beber algo? —pregunté sin prisa por escuchar lo que tenían que decirme, les serví una copa de vino a ambos y aun cuando parecían preocupados, no se atrevieron a despreciar mi ofrecimiento—. Los escucho —dije cuando había regresado a mi asiento y suspiré preparándome para lo que fuera que tuvieran que decir.

—Bueno… uno de nuestros amigos nos ha escrito desde el palacio y nos dice que la señora Carlota esta encinta —decía Ian notablemente afligido.

—Supongo que nadie lo sabe aún ¿no? —pregunté sin mucho ánimo.

—Aun no, la información fue tomada de una conversación privada —reconoció Mía bajando la mirada.

Esa mujer lo había conseguido, pero en su vientre no llevaba más que al hijo bastardo de rey… desde luego que si aún no había revelado la noticia era porque no había desistido de la idea de casarse con mi padre, podía tener la certeza de que Carlota haría hasta lo imposible por legitimar a su hijo y si en algún momento mi vida se había visto amenazada era ahora cuando debía comenzar a cuidarme enserio.

Me tomó varios meses más sofocar por completo el conflicto armado y haciendo uso de toda la diplomacia de la que era capaz, había logrado un buen acuerdo para restablecer la armonía. Escribí una carta con un informe completo, en donde además solicitaba al rey que me permitiera regresar al palacio y puesto que éste se encontraba bastante complacido con mis logros accedió de buen grado.

Al llegar al pueblo me dieron un caluroso recibimiento, las noticias sobre mis hazañas se habían esparcido y la gente por primera vez me reconocía como un príncipe digno de ocupar su lugar; los cortesanos no paraban de adularme y mi padre se mostraba orgulloso de mí.

Regresé a casa en un éxtasis total, con la cabeza y orgullo muy en alto, el cual se alimentaba de los cumplidos de aquellos soldados que aun perteneciendo a mi padre, habían jurado dar la vida por mí, si llegaba a requerirlo en algún momento… la gloria era dulce y por ello ni siquiera me importaba regresar a un lugar donde no me querían; me sentía feliz por primera vez en años, todo lo contrario de Ian y Mía, que se mostraban preocupados por mi decisión de volver.

Pero la felicidad que me embriagaba mantuvo mi mente lejos del rubio por un tiempo más, llegando al punto de bajar la guardia, a sabiendas de la clase de alimaña con la que compartía casa. Desde mi regreso me había ahorrado el suplicio de ver su rostro, gracias a que su embarazo de 8 meses la mantenía encerrada en su habitación.

¡Que ingenuo había sido al creer que su estado la hacía menos peligrosa!

Varias semanas después de la dura prueba que había vivido, retomé mis viejas costumbres y para cuando me di cuenta ya visitaba nuevamente el riachuelo, en donde pasaba las tardes suspirando por el desviado deseo que sentía hacía alguien, de quien hace años que no sabía absolutamente nada.

Estaba desesperado por tener un tiempo a solas y tanta fue mi necesidad de salir, que llegué al extremo de ocultar parte de mi comida, con tal de que se me permitiera retirarme antes. Un panecillo era lo que había guardado entre mi ropa y al haber perdido el hambre opté por dejarlo en mi habitación, en espera de otro momento. ¡Cuán sorprendido quedé al regresar y ver que un gato yacía muerto al lado de la comida!

El desafortunado animal, había tenido la ocasión de entrar por la ventana y alimentarse con lo yo que había olvidado, haciéndose acreedor a un trágico final. No atinaba si sentirme más enfadado u atemorizado. Intentaban envenenarme y ni siquiera tuve que preguntarme quién era responsable antes de saberlo.

Sólo conté lo ocurrido a los mellizos, que se mostraron horrorizados y no me permitieron volver a tocar alimento sin que antes alguien lo hubiese probado, la vida en el palacio se tensó en demasía. No podía confiar más que en lo que Ian y Mía me proporcionaban o lo que yo mismo adquiría, nuestra pequeña guerra se llevaba a espaldas del rey y me estaba cansando del juego.

Esa arpía estaba loca si había creído que sería tan fácil deshacerse de mí; ahora estaba convencido de que la corona me pertenecía por derecho y sería rey aun si moría en el intento. Después de todo que era lo peor que podría ocurrir…

¿Qué el rey se quedara sin sucesor? Ya venía uno en camino.

¿Qué no averiguara que había sido de Emile? Si seguía vivo tal vez sería una pena, pero si había muerto probablemente a estas alturas de mi vida, ya había hecho algunos méritos para alcanzarlo en el cielo…

Tal vez me dolía pensar que Ian y Mía quedarían a la deriva, pero ya se me ocurriría algo para asegurarles su futuro por si llegaba a sufrir algún desafortunado “accidente”.

Una mañana me encontraba en mi habitación conversando con los mellizos, cuando uno de los sirvientes del palacio irrumpió para hacerme saber que mi padre me llamaba. Era una de esas pocas veces en que él pedía por mí y puesto que nunca había sido para transmitirme noticias agradables, atendí al llamado haciendo mi mejor intento por disimular el nerviosismo que me consumía.

—Padre… —dije llamando su atención y por primera vez en la vida, ahorrándome toda la “ceremonia” que debía realizar en presencia del rey, debido a que éste se hallaba en cama, tratando de recuperarse.

—Allen, me alegra verte hijo —me hubiera gustado creer que así era, pero su rostro no decía lo mismo—. Escucha bien, te he llamado porque no podemos seguir manteniendo al margen el asunto de tu matrimonio. Ahora no soy más que un viejo enfermizo y estoy consciente de que cualquier complicación podría resultar fatal, por lo que llegó la hora de establecer una buena alianza y de que le des un sucesor a nuestra casa.

¿Por qué no me sorprendía nada de eso? ¿Carlota habría metido sus manos en esta decisión también?

—Padre ¿podría ser yo quién eligiera? —sabía que mi intento sería inútil pero no podía dejar de probar suerte.

—¿Tienes a alguien en mente? —cuestionó como si estuviera sopesando mi propuesta y se me escapó una sonrisa de satisfacción. Asentí, aun cuando todo era una mentira—. De acuerdo, te daré algunas semanas y entonces quiero que me presentes a la chica en cuestión, si para entonces no hay nada tomaré el control del asunto —sentenció con severidad, pero no podía importarme menos, había conseguido hacerme con algo de tiempo.

Una vez me encontré a solas acudieron a mi mente un sinfín de dudas; hacía demasiado tiempo que no me acercaba a una chica y tenía muy presente la razón de ello, además ninguna me agradaba realmente porque estúpidamente estaba esperando encontrar en alguna a Emile.

Me molestaba de sobremanera ser tan débil cuando se trataba de él, pero estaba consciente de que sobre mi corazón yo no gobernaba y no podía más que resignarme. ¿Tal vez lo mejor sería  dejar pasar las semanas en espera de que mi padre me impusiera a una esposa?

Por la tarde había salido para distraerme un poco, dejando a los mellizos en el palacio; necesitaba espacio para pensar… Cosa que no encontraría  pues igual que si la vida se estuviera burlando de mí, de pronto un precioso rubio había aparecido en el bosque.

¡Estaba absolutamente sorprendido! ¿Mi mente estaba jugando conmigo otra vez?

No… era real y todo dentro de mí se volvió tan confuso, experimentaba una extraña mezcla de alegría y enojo; no sabía cómo expresarlo y terminé amenazándolo con mi espada. Pero de poco había servido, contra Emile no podía hacer nada, era vulnerable contra sus lágrimas y puesto que parecía que la estaba pasando mal, accedí a hablar con él.

Si ya tenía suficientes problemas, ahora que el rubio había aparecido nuevamente, todo parecía estar completamente de cabeza… Tras hablar con él descubrí que no había cambiado mucho, seguía siendo el mismo niño llorón que había conocido diez años atrás y seguí sintiendo una desenfrenada necesidad por protegerlo.

Había crecido mucho y a pesar de ello seguía siendo más bajito que yo, su figura aun parecía la de una delicada doncella y su largo cabello complementaba la extraña pero fascinante visión… Estaba mal, sabía que Emile era un hombre y suspiraba por él cómo tendría que haberlo hecho por una mujer.

Todo en él me confundía demasiado, una parte de mí lo quería y moría por confesarle cuanto lo deseaba; pero la otra parte se encontraba rencorosa y enfada, Emile se había ido sin decirme una palabra, había estado a nada de casarse y me echaba en cara que estaba enamorado de alguien cuya identidad desconocía.

No había esperado sentirme tan herido, pero mis sentimientos habían cambiado, ya no podía fingir que seguía siendo su amigo y que lo apoyaría en todo… ¡No cuando yo lo quería! ¡No cuando mi corazón se agitaba por pensar en él!

Me empeñe en hacerle ver el desprecio que sentía por él y funcionó… El pequeño rubio había desaparecido de nuevo y me alarmé al pensar que esta vez lo había perdido para siempre. Enloquecía de sólo pensar que mi infantil actitud era la causa de que ya no regresara al bosque, así que sin perder más tiempo tomé una capa con la cual podría pasar desapercibido y salí a buscarlo.

Empezaba a creer que Emile había dejado el pueblo, justo cuando después de dos días de exhaustiva búsqueda lo encontré, estaba trabajando en el campo con las manos y ropa sucia, ¿Qué ocurría conmigo? ¿Cómo había sido tan cruel para dejar que terminara trabajando en un lugar así?

¿Qué clase de amor enfermizo sentía si era capaz de dañarlo?

Tenía que hablar con él, quería enmendar mi error y estaba dispuesto a rogar por su perdón si era necesario. Lo seguí hasta una casita cercana al bosque y sinceramente sentí terror cuando lo vi entrar en ella, estaba en muy mal estado y no dejaba de sorprenderme en que ese montón de madera vieja siguiera en pie.

Sin pensarlo más entré y hoy sigo convencido de que fue la mejor decisión de mi vida. Le conté absolutamente todo sobre mí; no quería más secretos, al menos no por mi parte. Emile, parecía confundido con todo lo que le había dicho, pero entre lágrimas, abrazos y sonrisas confirmamos que el vínculo que nos unía tenía mucha más fuerza de la que cualquiera de los dos había sospechado…

 

 

 

 

 

Notas finales:

Bueno, después regresaré a revisar si no hay errores fatales -.-

¿Qué opinan del capítulo?

Me harían muy feliz si como hasta ahora siguen dejándome sus bellisimos reviews n_n (digo no es como que vaya a dejar inconclusa la historia si no lo hacen, sería incapaz de algo así, pero no está de más el aliento que me dan todas las cosas lindas que me escriben XD)

Gracias a todos por leer y nos vemos en la siguiente actualización!!! ^w^/


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