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El amor nace del recuerdo por Nami Takashima

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Notas del capitulo:

Hola de nuevo!

Logré concluir el capítulo n_n una semana después de lo que había proyectado pero bueno... algunos inconvenientes no me dejaron hacer nada antes.

Ah... creo que de momento no tengo nada más que agregar.

Mis ojos se encontraron un solo instante con los de Allen y no necesité más para que mi frágil estabilidad se quebrara en mil pedazos. La fría indiferencia con la que me miró le puso fin a todo… alegrías y preocupaciones…

 

Pasó su brazo por encima de los hombros de una chica pelinegra, estrechándola más contra su cuerpo y sus ojos volvieron a mí como cerciorándose de que lo hubiera visto todo; desvió la mirada sonriéndole a la chica que ahora tenía a su lado y dio la vuelta alejándose en medio del ejercito de mujeres que pululaba a su alrededor…

 

No entendía que estaba ocurriendo, ¿no era que hacía sólo unos minutos me tomaba dulcemente entre sus brazos?

Helena dio un tirón a mi brazo y mi atención regresó a la realidad aún cuando me encontraba incapaz de despegar la mirada del pelirrojo que se alejaba aparentemente sin el menor remordimiento.

 

—¿Es él? La… ¿la persona de la que estás enamorado?—preguntó una consternada castaña.

Al parecer las acciones le habían ganado a mis palabras, pero a estas alturas poco me importaba que Helena supiera lo que con tanto ahínco había estado  ocultando, más no me atreví a confirmarle nada.

 

Moría por una explicación y deseaba con todas mis fuerzas que Allen me abrazara tiernamente una vez más, que me susurrara palabras dulces al oído, que me hiciera el amor…

¡Que se alejara de esa mujer de actitud arrogante!

 

—Emil… Emily —Helena carraspeó llamando mi atención de nueva cuenta y esta vez siguiéndome el juego con el asunto del nombre—. No sé cómo ha ocurrido todo esto, pero piénsalo un poco por favor, no es normal —decía entre murmullos, intentando hacerme ver que este amor que sentía  no era más terrible un error.

 

¡Como si no hubiera sido suficiente cuestionar mis sentimientos por diez años, ahora Helena también se pondría a sermonearme!

 

—Lo sé… pero tu deberías comprenderlo bastante bien, ¿no es así?—mi voz parecía haber perdido toda nota de emoción y la castaña me miraba confundida como intentando comprender la verdadera intención tras mis palabras—. ¿No es cierto que no se elige a quien amar? ¿Que sin importar cuánto empeño se ponga, no es posible dar la vuelta fingiendo que no ocurre nada? ¿Tú en verdad crees que no me he cuestionado lo que siento una y mil veces? —con cada palabra que pronunciaba en mi interior la ira parecía ir creciendo desproporcionadamente, tuve que hacer un gran esfuerzo para controlarme y no terminar desahógame con ella—. ¿Sabes Helena? He descubierto que el amor duele y duele demasiado, pero ahora también sé que es el sentimiento más hermoso y que estaría dispuesto a dar la vida antes que perderlo —Helena me miró sorprendida y la observé abrir y cerrar la boca en varias ocasiones sin poder decir nada; como si las palabras se hubiesen atorado en su boca, por lo que cabizbaja desistió de la conversación.

 

Entonces volví a lo que me ocupaba, observar con impotencia como el amor de mi vida se alejaba en compañía de alguien que ya sentía odiar aún sin conocer. Aquella presuntuosa mujer se regocijaba al atraer la mirada de todos, vanagloriándose de estar en compañía de Allen, en tanto él la sujetaba con esa dulzura que creía era sólo para mí.

 

Y me encontré deseando correr hacia ellos para separarlos; llevando conmigo a Allen a un lugar lejos de ahí, en donde no tuviéramos que preocuparnos por lo que los demás pensaran de nuestro amor.

 

¿Entonces por qué no lo hacía?

 

Me repetía la pregunta una y otra vez… ¿por qué? ¿Por qué?

 

…Quizá porque a pesar de todo no podía terminar de convencerme de que el pelirrojo me pudiera amar tanto como yo a él. ¿Pues no era cierto que él podía tener lo que deseara? ¿Entonces por qué se había fijado en alguien que sólo era garantía de problemas?

 

Me faltaba seguridad… y valor, sí, eso era, seguía siendo un cobarde y como acostumbradamente preferí sacarle la vuelta a los problemas recluyéndome a un asiento en un rincón del salón, lamentándome por lo miserable que me sentía.

 

Definitivamente estos bailes estaban comenzando a fastidiarme, de una u otra manera siempre parecían terminar conmigo en un lugar aislado de la multitud. Pero esta ocasión fue un tanto diferente puesto que Helena se sentó a mi lado y se mantuvo en silencio todo el tiempo, como brindando un mudo apoyo…  no estaba seguro de si eso ayudaba o terminaba de empeorar la situación.

 

—¿Pero qué haces aquí Emily? —preguntó Ian que llegaba en compañía de su hermana cuyo rostro delataba la molestia; ambos se sentaron cerca de mí y me examinaron atentamente como esperando una respuesta que no les iba a dar—. ¿No deberías estar con el príncipe? —insistió ante mi nula reacción y pude escuchar que su hermana bufaba por lo bajo ya desesperada de mi actuar.

—Es lamentable ver que ni siquiera puedes defender el lugar que te corresponde, ¿después de todos los sacrificios que él hace por ti no tienes ni las agallas para demostrarle que ha valido la pena su esfuerzo? —reprochó Mía desviando la mirada con enfado. No tuve palabras para responderle…

—No seas tan dura Mía —intervino Ian antes de que su melliza se decidiera a terminarme con palabras.

—Lo lamento —dije tímidamente, sin estar seguro de que clase de respuesta dejaría satisfecha a Mía.

—¿Por qué te disculpas? ¿Acaso hiciste algo que lo enfadara? — continuó cuestionando el curioso mellizo.

—Supongo que sí, aunque no estoy muy segura de que ha sido —admití con toda sinceridad y sopesando la idea de contarles todo de una buena vez.

—De cualquier manera esa no es la forma de tratar a una dama… quizá no está bien que yo lo diga, pero creo que se está comportando como un auténtico canalla, no debería ir regodeándose al lado de esa mujer cuando ya tiene a una señorita tan encantadora esperándolo.

 

No pude disimular la sonrisa que Ian me estaba robando con aquellas palabras; estaba asombrado al ver que aquel chico que parecía la amabilidad encarnada me apoyaba; observé a  Mía y con satisfacción comprobé que su reacción no distaba mucho de la forma en que yo me sentía, pues miraba a su mellizo con los ojos muy abiertos, luego sonrió como si de pronto lo hubiera comprendido todo y agregó:

—Muy bien, tú ganas Emily, tal parece que ya tienes la simpatía de mi hermano así que no te atrevas a desperdiciarla y no permitas que te arrebaten al príncipe tan fácilmente o te prometo que yo misma me encargaré de que te arrepientas—sentenció Mía con gran seguridad de lo que decía. Sus palabras no parecían ni remotamente amables, pero algo en ellas me dio la sensación de que nuestra relación por fin estaba mejorando.

 

¿Podría llegar más lejos si contaba con el apoyo de los mellizos?

Quien sabe… tendría que ponerlo a prueba.

 

—Creo que lo mejor será que hable con él cuanto antes… Gracias por todo chicos —ambos asintieron con satisfacción y volví mi atención al salón en busca del pelirrojo…

 

Un vistazo y otro más… 

 

¿A dónde se había ido Allen?

 

Miré a los mellizos en busca de una respuesta y ambos se alzaron de hombros sin saber más que yo sobre la ubicación de Allen.

 

—Hace un rato ya que salió del salón —comentó Helena obligándome a prestarle algo de atención.

—¿Qué? —pregunté casi por reflejo, pues la había escuchado perfectamente. 

—He dicho que mientras ustedes hablaban el príncipe se retiró —reiteró casi con indiferencia, evidentemente después del trato que le había dado la castaña estaba resentida.

 

Recorrí el salón una vez más de un vistazo y con alivio encontré que la mujer que lo había estado acompañando no se había ido con él, razón suficiente para tranquilizar mis celos que estaban a nada de desatarse.

 

—Buenas noches señoritas, me disculpo por la interrupción pero he venido para informarle a la señorita Helena que su hermano la está buscando — tan pronto escuché aquella voz me giré tan aprisa como me fue posible y aquel elegante mayordomo me miró extrañado por mi precipitada forma de actuar, pero que importaba… ¡Isaac estaba aquí!

 

Una extraña sensación de seguridad me invadía de pronto, una chispa de alegría se avivaba en mi interior y moría de ganas por volver a hablar con él, bromeando como solíamos hacer. Helena se levantó cuidando de no volver la vista en un intento por rescatar lo que le quedaba de orgullo y dignidad, en tanto Isaac se inclinaba en una reverencia frente a nosotros anunciando su retirada.

 

Fue cosa de un instante, ni siquiera me había detenido a pensarlo bien y en un salto me puse de pie alcanzando a tomar a Isaac por la mano; el mayordomo se giró sorprendido y con la interrogante en el rostro.

—¿Puedo ayudarle en algo señorita? —preguntaba amablemente pretendiendo recuperar la compostura. Una vez tomé conciencia de lo que hacía solté su mano y miré a todos lados cerciorándome de que nadie más se hubiera percatado de mi imprudencia.

—Isaac, soy yo… soy Emile —dije apenas en un susurró, sus ojos se abrieron exageradamente y luego se acercó un poco más examinándome de arriba a abajo. Un movimiento de cabeza bastó para indicarle discretamente que debía seguirme y nos detuvimos sólo cuándo nos encontramos a solas en uno de los enormes pasillos, protegidos bajo el manto de la penumbra.

Sus brazos me rodearon y devolví el gesto estrechándolo como temeroso de que fuera una ilusión capaz de desvanecerse de un momento a otro.

—Te extrañé mucho Isaac —dije aún sin soltarlo.

—Emile, no sabes cuánto me alegra saber que estás bien, después de que desapareciste temí lo peor —el brillo en sus ojos reflejaba una alegría genuina que aún bajo las circunstancias desafortunadas que me habían rondado todo el día, me reconfortaba y me daba la sensación de que todo iba a estar bien—. P-pero dime… ¿qué haces vestido así? ¿Y en dónde está tu padre? —un nudo se formó en mi garganta al escuchar que preguntaba por mi padre, sin darme cuenta de ello había bajado la mirada y el silencio se había apoderado de la situación.

 

—Discúlpame… no debí haber preguntado —dijo mientras volvía a abrazarme a manera de consuelo.

—Todo ha sido muy difícil desde que mi padre… murió —sentí el cuerpo de Isaac tensarse ante mis palabras, no hubo respuesta, pero tampoco me soltó y para mí eso fue suficiente—. Pero la razón por la que estoy aquí… —dije mientras suavemente me separaba rompiendo el abrazo—. La razón por la que estoy vestido así, es porque intento alcanzar la felicidad al lado de la persona que amo.

 

Isaac parecía confundido por lo que le decía y podía comprenderlo perfectamente, seguro estaba pensando que había perdido la cordura si aún después de la muerte de mi padre y el compromiso con Helena podía asegurar que estaba aquí por la persona que amaba.

¿Sería buen momento para confesarle quién era esa persona? ¿Tal vez estaba yendo demasiado rápido con todo esto?

 

No obstante antes de que alguno de los dos tuviera tiempo a reaccionar, fuimos interrumpidos por Ian que se acercaba apresuradamente. Levanté uno de mis dedos y lo coloqué sobre mis labios pidiendo a Isaac que no fuera a mencionar nada, él simplemente asintió con un movimiento de cabeza y un momento después el mellizo estaba a nuestro lado, mirando a Isaac igual que si fuera sospechoso de algún crimen.

—Debemos irnos señorita Emily, el príncipe Allen ha pedido que la escolte hasta su estancia —dijo Ian impasible aún sosteniendo la mirada de Isaac.

—De acuerdo, sólo… ¿podrías darme un momento? —me acerqué nuevamente a Isaac—. No te vayas por favor, quisiera contarte todo lo que ocurrió —murmuré intentando que el atento mellizo no escuchara nada.

—No te preocupes, me las arreglaré para quedarme aquí un poco más —estrechó mis manos y sonrió como solía hacerlo antaño.

 

Di la vuelta y comencé a seguir a Ian entre los pasillos cuya débil iluminación apenas y me dejaba ver por dónde iba.

—¿Enserio Allen pidió que me llevaras a la habitación? —pregunté esperanzado de que todo fuera a volver a la normalidad.

—No desaparezcas así Emily, puede ser peligroso, ahora mismo hay muchas personas intentando causarle problemas al príncipe y debido a ello tú eres uno de los principales objetivos —dijo Ian ignorando por completo mi pregunta.

 

Entonces súbitamente se detuvo.

 

Al frente cuatro de los guardias del palacio nos cerraban el paso y sin demora de los pasillos aledaños comenzaron a salir más hombres que en cuestión de un instante nos rodearon.

Sin previo aviso golpearon a Ian en el estómago haciéndolo doblarse por el dolor y una vez en el suelo entre dos hombres se encargaron de someterlo. Me lancé en un intento por ayudarlo cuando uno de los guardias me jaló por el vestido… ¡Estúpido vestido! No hacía más que dar problemas.

Me jaló con tanta fuerza que me fue imposible detenerme y en lugar de ello me giré aprovechando el “impulso”  para plantarle mi puño en la cara.

—¡Maldita mocosa! —dijo su compañero al ver que la nariz del otro sangraba sin detenerse.

Una distracción se había creado y la usé para robar la espada del guardia más cercano a mí, consiguiendo con ello una pequeña oportunidad para salir de semejante lío. O al menos eso juzgué en primera instancia, puesto que todos resultaron ser un montón de inútiles en lo que al manejo de la espada se refería, sin embargo no por ello eran menos peligrosos ya que tenía una fuerza como la que jamás en la vida podría igualar. Un solo golpe asestado y en definitiva estaría fuera del juego.

 

Conseguí herir a varios de ellos y esquivar a otros tantos, lamentablemente eran demasiados por lo que no podía cubrirme de todos y en un descuido me recibieron con una bofetada que me dejó aturdido a causa de la fuerza empleada, alguien me saltó encima y segundos después me encontraba inmovilizado en el suelo.

—¡Vaya que sabes cómo defenderte encanto! —dijo notablemente agitado alguno de los tipos que se encontraba encima de mí.

—¡Suéltenme idio…—no conseguí concluir, una repentina punzada de dolor me invadió y luego todo se puso negro.

 

………………………………………………………….

 

Esperaba con ansias el momento en que la puerta se abriera y mi encantador rubio me dijera que lo había conseguido… ¡Qué había convencido a ese nefasto rey de que nuestro matrimonio debía llevarse a cabo!

 

¡Maldito viejo, como se había atrevido a apartarme de esto!

No había duda, cuanto más lo pensaba más me convencía de que ese hombre estaría mejor muerto, ¿no había tenido suficiente con amargar 22 años de mi vida?

 

—Príncipe ah… —Mía llegó dirigiéndose a mí sin previo aviso, callando de pronto, desconcertada ante la cara poco amable que debía estar teniendo en aquel momento.

—Disculpa Mía, esa mirada no era para ti —dije mientras posaba una mano en su hombro. La tensión en su cuerpo pareció desaparecer y la chica se dejó mima cual pequeño gatito; la solté y pude observar un tenue sonrojo pintando sus mejillas—. ¿Qué es lo que venías a decirme querida?

—Oh… la señorita Allard y el conde Midford han llegado… desde entonces él ha estado muy insistente respecto a ver a su majestad —anunció casi apenada de que las palabras dejaran su boca.

—¡Ah! Supongo que no se puede evitar, estas visitas son un dolor de cabeza —presioné una mano contra mi frente buscando algo de alivio en tanto negaba con resignación—. Vamos, acompáñame —. Mía apresuró el paso pero se mantuvo tímidamente detrás de mí—. ¿Alguno de esos dos te trató mal? –ella simplemente negó con la cabeza y a pesar de ello no lograba atinar  a saber si me estaba mintiendo o era otra cosa lo que andaba mal.

 

Mía siempre me había parecido una chica frágil y tierna, aunque sabía de buena fuente que eso no le suponía un obstáculo siendo el terror de los otros chicos que servían en el palacio. Quizá iba siendo tiempo de aceptar que la pequeña e indefensa Mía había crecido y que no hacía falta que me preocupara tanto puesto que era perfectamente capaz de valerse por sí misma.

 

Llegamos a la estancia principal y ahí estaba los dos responsables de que perdiera mi tiempo, el arrogante conde Midford con ese aire de grandeza que se negaba a perder incluso en mi presencia y una chica pelinegra a la que no conseguí identificar por más que me esforcé.

 

Ambas figuras se arrodillaron frente a mí y como acostumbradamente hacían, antes de delatar sus motivos, me llenaron de zalamerías que por más molestas que me resultaran debía soportar.

—Bien, conde Albert Midford, se me ha informado que desea hablar con mi padre— el conde asintió con la obviedad exhibida en el rostro—. Pero me temo que no ha de ser posible ya que en este momento se encuentra atendiendo otro asunto —sí, el viejo debía estar interrogando a mi pequeño rubio.

—Oh… comprendo y no tengo problema con esperar, he venido a la corte con intención de quedarme por unos días debido a que así me lo ha solicitado su majestad el rey, espero que esto no le suponga ningún inconveniente al joven príncipe —y así una vez más el astuto conde se había burlado de la nula autoridad de la que yo disponía en este palacio, sólo podía haber sido más humillante si hubiera decidido pasar de largo e ignorar mi presencia.

—Si su majestad el rey así lo ha dispuesto entonces sólo puedo desearle que disfrute su estancia—respondí con indiferencia en tanto una sonrisa triunfal se dibujaba en el rostro del conde. Uno de los sirvientes se acercó con intención conducirlo a la habitación que mi padre le había asignado en el palacio varios años atrás y después de una breve reverencia el arrogante conde desapareció tras las puertas.

 

Me sentía irritado después de la desafortunada conversación sin embargo aún tenía a alguien más por escuchar; la pelinegra que había permanecido en silencio durante todo el rato al punto en que por poco me olvidaba de que estaba ahí.

—La escucho señorita, ¿qué la ha traído al palacio real? —pregunté intentando disimular el tedio.

—Muchas gracias príncipe, es un honor para mí el que me haya concedido un momento de su tiempo… Mi nombre es Victoria Allard y una carta de la gran Carlota Dublon es lo que me ha traído aquí, sé que su estado de salud no es bueno y he venido a hacer una breve visita, sin embargo me pareció necesario informar primero de mi presencia a su majestad el rey y al muy ilustre príncipe… —La mujer hablaba pero mi atención ya estaba en otro asunto… ¿qué tenía que ver esta mujer con Carlota? ¿Estaría tramando otra cosa contra mí?

 

Cuando ella terminó el silencio se hizo presente y apenas me encontraba consciente de las banales cosas que había mencionado por lo que fui capaz de retomar la conversación. —De acuerdo, es usted bienvenida al palacio, uno de nuestros sirvientes le mostrará la habitación en la que podrá pasar la noche y siéntase libre de asistir al baile que la misma señora Dublon ha organizado —el brillo se encendió en los ojos de aquella mujer quien parecía fascinada con la invitación, la cual había sido más por obligación que por cortesía pero al final ella no parecía comprenderlo así y embelesada se había acercado al parecer con intención de tomarme la mano; viéndose frustrada cuando la celosa Mía lo hizo primero impidiéndoselo.

 

Ambas se retaban con la mirada y yo me esforzaba por no estallar en carcajadas, ¿cómo debía ponerle fin a semejante embrollo?

Solté la mano de Mía y le pasé el brazo por la cintura, provocando de inmediato que los rostros de las dos chicas se encendieran en rojo; una avergonzada y la otra completamente encolerizada… ambas bajaron la mirada.

—Bien señorita Allard, tengo otros asuntos que atender, sin embargo espero verla esta noche durante el baile ­­—halé suavemente a Mía y comenzamos a andar. Al cerrar la puerta tras nosotros la solté y pareció volver a respirar con normalidad—. Te ofrezco una disculpa por haberte incomodado así, pero no resistí la idea de molestar a aquella mujer —confesé comenzando a reír.

 

La melliza terminó por contagiarse de mi risa y en tanto recorríamos los pasillos parecíamos un par de niños en plena travesura. Nos detuvimos un momento frente a la puerta tras la cual debían estar Emi y el rey, escuché que el viejo seguía hablando y supuse que aún no terminaban por lo que reanudamos el paso en dirección a la habitación de Mía; quien me invitó a entrar luciendo nuevamente de lo más incómoda. Me senté sobre su cama y ella a mí lado permaneciendo tan callada que comenzaba a preguntarme si estos días se había vuelto muda.

 

—Tengo un favor que pedirles a ti y a Ian —dije rompiendo con la extraña sensación que comenzaba a llenar la habitación—. Necesito que averigüen quién es exactamente Victoria Allard, de dónde viene, cuáles son sus intenciones y qué tipo de relación tiene con Carlota.

—Como usted desee príncipe —dijo en tanto bajaba de la cama para arrodillarse, cosa que no llegó a completar pues la detuve tomándola del brazo.

—¡Oh vamos Mía! Estamos solos, no necesitas hacer esto —ahora el que se sentía incómodo era yo.

—De acuerdo… Allen —dijo ya con una sonrisa y tras haber recuperado la confianza que parecía haberse perdido tras los últimos días, comenzamos a hablar igual que lo habíamos hecho siempre, sin embargo las cosas se complicaron nuevamente cuando el tema que no se podía evitar apareció… Emile o Emily puesto que ellos aún no sabían la verdad sobre el rubio.

 

El rostro de Mía cambió sólo al escuchar que se le mencionaba.

—¿Realmente amas a esa chica? —preguntó notablemente afligida.

—Sí… ¿eso te molesta Mía? —no respondió pero su rostro lo hizo tan evidente que no tuve que volver a preguntar—. ¿Qué sientes por mí? —insistí logrando que ella me mirara casi con terror—. Anda Mía, soy consciente de que ya no eres más una niña, así que necesito saberlo. El silencio se hizo presente una vez más, pero sin importar cuánto tiempo nos tomara estaba dispuesto a esperar… ¿de verdad era tan difícil responder?

—Yo… bueno… —Mía balbuceaba palabras sin mucho sentido, despeiné su cabello juguetonamente y la miré sonriendo amablemente con la finalidad de tranquilizarla un poco—. Hay dos personas a las que amo por sobre todo, mi corazón sólo pertenece a mi hermano y a ti —tragué saliva con nerviosismo, si Mía me confesaba amor yo sólo me habría metido en un gran problema; entonces ella comenzó a reír—. No pongas esa cara, sé que jamás podrías amarme como mujer… no digo que alguna vez lo haya deseado, puesto que soy feliz con el amor fraternal que me has dado todos estos años y aún así no lo entiendo… he intentado controlarlo, pero no puedo —de un momento a otro Mía rompió en llanto ocultándose entre sus manos y aún cuando ella lucía tan consternada pude volver a respirar con tranquilidad.

 

—Está bien querida, no tienes que llorar y tampoco hay motivo para que estés celosa —la melliza se sobresaltó al escuchar mi última palabra, ¿acaso no sabía que lo que la estaba consumiendo eran los celos? Me pareció sumamente adorable ver que Mía podía seguir siendo inocente como una niña —. Es cierto que amo a Emily, pero eso no significa que mi amor por ti vaya a terminarse, tú e Ian son muy importantes para mí y eso es algo que nada ni nadie podrá cambiar —Mía desahogaba su pesar sobre mi hombro, abrazándome con fuerza—. ¿Puedo pedirte otro favor? —ella esperaba aún sollozando e incapaz de pronunciar palabra alguna a causa de ese mismo llanto que no se detenía—. No compitas con Emi, a ambas las quiero… de distinta manera claro está, pero sigue siendo amor al fin y al cabo, así que prométeme que ya no serás tan dura con ella.

—¿E- ella… te lo dijo? —preguntó sorprendida.

—No, ha sido Ian… también me contó del pequeño incidente en el baño y he de confesar que me ha hecho reír bastante, lamento no haber estado ahí… por cierto, no debes enojarte con tu hermano que no lo ha hecho por molestarte, sólo estaba preocupado por ti.

 

Ella lo había comprendido y tuve la sensación de que al menos había conseguido serle de utilidad a alguien, pues si bien no había conseguido ayudar a Emi…

 

¡Emi!

¡¿Cuánto tiempo había pasado?! ¡Tendría que haberlo estado esperando!

Mía se limpió las lágrimas que aún escurrían por sus mejillas y salimos corriendo para encontrarlo, sólo rogaba porque no se le hubiera ocurrido comenzar a explorar por ahí, puesto que seguro terminaría perdido.

 

Llegamos hasta donde debería haber estado esperando y como era de esperarse no estaba…

¿Por qué no me sorprendía?

Mía se acercó a la puerta y al no escuchar voces se aventuró a abrir las puertas, comprobando que aquel lugar estaba más que vacío, ¿tanto tiempo había pasado?

 

Me reprochaba mentalmente por mi descuido, tendría que haber sido un poco más atento, especialmente por saber que el rubio era de lo más escurridizo. Siempre me daba la sensación de que en un pestañeo podría desaparecer… cosa que no era improbable puesto que ya lo había hecho una vez  ¡y durante diez años!

Su habitación, el salón principal, pasillos, jardines y ¡nada!

Realmente estaba comenzando a alarmarme cuando Ian me alcanzó para decirme que había llevado a Emi de vuelta a su habitación y cuando me disponía a relajarme un poco, el mellizo me contó que el viejo rey había tenido una recaída, situación de la cual se estaba culpando a mi rubio.

 

¡¿Quién había sido el insensato al que se le había ocurrido semejante aberración?! ¡Cuando le pusiera las manos encima iba a lamentarlo!

Sin perder un segundo más fui en busca del médico que recién había terminado de examinarlo…

—Oh joven príncipe, me temo que era inevitable, el estado de salud de su majestad es muy delicado, me sorprendió mucho que estos días pareciera estarse recuperando casi milagrosamente, pero si he de serle sincero es posible que su padre no sobreviva a esto —¿por fin iba a morir?

—¿Hay probabilidad de que alguien lo haya provocado? —el  médico frunció el entrecejo casi incrédulo ante mi nula reacción a la noticia de que mi padre moriría pronto.  

—¿Lo dice por ese absurdo rumor de que probablemente ha sido envenenado? No hace falta que se preocupe joven príncipe, no son más que habladurías, pero si eso le inquieta estoy en la mejor disposición de que aclararlo en público.

 

¿Con que habladurías? ¿Sería demasiado pensar que era culpa de Carlota? No se había aparecido frente a mí, pero seguro que se estaba aburriendo y que mejor manera de despejarse que involucrando a Emi en tan absurda historia.

 

Lo peor es que mi pobre rubio realmente estaba afectado, temeroso de lo que pudiera ocurrir, tuve que explicarle lo que había hablado con el médico antes de conseguir sosegarlo.

—…por cierto Emi, ¿no tuviste problemas con ese hombre? ¿Dio su consentimiento para nuestro matrimonio? —pregunté recordando de pronto cuál era la causa de todo el lío.

—Bueno… no me dijo tal cosa, pero… supongo que debe pensarlo un poco más —Emi titubeaba al responder… me estaba mintiendo.

Probablemente ese anciano lo había intimidado, ¿pero esa era razón suficiente para mentirme? Quise pensar que lo hacía para evitar que me preocupara.

—Entonces sólo nos queda esperar —aseveré fingiendo no darme por enterado de su engaño, después de todo en ese momento era mejor dejarlo tranquilo, con algo de suerte el viejo moriría antes de volver a causarnos algún problema—. Sabía que podías lograrlo, mi amor…

 

Poco rato después Emi y yo soportábamos desde nuestros asientos a todos los cortesanos que se acercaban a mí preguntando hipócritamente por la salud de mi padre. ¡Cómo si realmente les importara! Más bien tenían que haber preguntado si su salud afectaría sus posiciones actuales.

 

Sobrellevaba la situación lo mejor que podía, bajo la promesa de que cuando el montón de inútiles se cansara de acercarse podría disfrutar del baile con Emi. Sin embargo no contaba con que Albert Midford ya había hecho sus propios planes.

 

Sólo dos piezas… ¡dos miserables piezas pude disfrutar mientras sostenía al rubio entre mis brazos, luego el despreocupado conde se acercó sin importarle un ápice el hecho de que nos encontráramos en medio del salón.

 

Y mientras el conde se acercaba, me concentraba en el montón de maldiciones que me habrían gustado lanzar contra aquel hombre cuando fui consciente de que Emi se había puesto rígido como una tabla. Albert se presentó con él y mi rubio lucía al borde de un ataque de pánico.

 

Después de comprobar que Emi se encontraba incapaz de reaccionar decidí intervenir desviando la atención del conde; lo mejor sin duda sería hablar y deshacerme del molesto intruso tan pronto como me fuera posible.

 

Más no esperaba la reacción de Emi que en la primera oportunidad se alejó… y si no lo había hecho corriendo probablemente se debía a que el vestido no se lo permitía.

 

—¡Pero qué señorita más adorable! Toda ella destila inocencia ¿no es así? —miré al conde con fastidio.

—¿No está aquí para adular a mi acompañante o sí? —pregunté tajante, Midford sonrió y aceptó de inmediato la invitación que le había ofrecido.

—Ya que lo pone así… He conseguido hablar con su majestad, lucía realmente débil, pero más que preocuparle su salud parece preocuparse por el incierto futuro de este reino… —¿Por qué tenía que dar tantas vueltas al asunto? Lo detestaba porque todas sus conversaciones eran tenían un aire de acertijos.

—¿El futuro del reino? —repetí con arrogancia, debía creer que era idiota si me venía con un pretexto tan vago—. Usted  ha comprobado con sus propios ojos el decadente estado del rey ¿no es así? —el conde asintió con satisfacción  y a juzgar por su reacción había acertado—. Dígame conde, ¿le preocupa que yo no sea capaz de dirigir este reino? ¿O es el lugar que usted ocupará a la muerte de mi padre? —insistí con malicia, conteniendo la sonrisa.

—Como esperaba de mi príncipe, es usted muy suspicaz y por ello jamás me atrevería a cuestionar sus capacidades como gobernante, sin embargo nunca está de más tener un buen consejero y como sabrá he ayudado al rey durante un largo tiempo… estoy seguro de que también puedo apoyarlo en la difícil labor que está por asumir.

—He de admitir que no esperaba que fuera tan directo y debo reconocerle esa iniciativa y el valor para ejecutarlo… Le prometo que lo tendré en cuenta, ¿de momento que tal si se dedica a disfrutar del baile?

—De acuerdo príncipe, por cierto que he traído conmigo a los hermanos Brandon y Helena Lowell, me gustaría presentárselos más tarde…—sin darle oportunidad a decir nada di la vuelta y salí del salón en dirección al jardín, justo por donde había visto desaparecer a Emi varios minutos atrás. ¿Helena Lowell estaba aquí? No me gustaba nada la dirección que las cosas comenzaban a tomar.

 

—¡Emi! ¡Emi! —llamé sin obtener respuesta, ¿ahora a donde se había metido?

Comenzaba a ser desesperante el hecho de que tuviera que buscarlo con tanto empeño cada que quería hablar con él. ¿Tendría que considerar amarrarlo a mí?

 

Cavilando entre la caminata me percaté de que tras los espesos muros que formaban los árboles, se escuchaba un llanto y la voz de Emile. Intrigado me acerqué manteniéndome oculto, sólo para comprobar que el rubio sostenía a una chica entre sus brazos mientras le hablaba de amor y para terminar de empeorarlo resultaba que esa chica era Helena Lowell…

 

¡Traidor!

 

¡Después de todo si me había usado como un sustento temporal mientras esperaba a que su prometida viniera por él!

Sentí ganas de confrontarlo en ese mismo momento, pero movido por la ira me alejé del lugar olvidándome de la cautela con la que había llegado, ahora poco me importaba si los amantes se sorprendían al verse descubiertos por mí. Lo único que sabía era que debía alejarme y tranquilizarme un poco, puesto que estaba seguro que de ver a Emile intentaría hacer que pagara esta afrenta con su vida…

 

Lo pensé sólo un instante… ¿en verdad tendría el valor para arrebatarle la vida a la persona que más amaba en esta vida? Imaginar mis manos manchadas con su sangre, ver sus dulces ojos miel perder su brillo, escucharlo exhalar su último aliento…

 

No podría, no obstante tampoco soportaba la idea de saber que había jugado conmigo, que aquel chico de belleza abrumadora y mirada inocente había pisoteado así el amor incondicional que le había ofrecido.

 

—Príncipe Allen, ¿se encuentra bien? —dijo Victoria encargándose de poner fin a mis tortuosos pensamientos.

—Sí —respondí esforzándome por sonreír, antes de dame cuenta todas las chicas se encontraban rodeándome, cada una intentando lucir graciosa  y agradable. Las observé atentamente y todas parecían tan huecas… como muñecas de porcelana, hermosas por fuera y completamente vacías por dentro, movidas sólo por el interés.

 

Entonces una mirada comenzó a incomodarme y me percaté de que a lo lejos Emile me observaba, extrañamente parecía afligido y me sentí casi tentado a salir corriendo para consolarlo; justo cuando noté que su prometida aún se encontraba aferrada a su brazo, reanimando los celos que no conseguía apaciguar por más que lo intentaba. Y en un infantil intento por devolverle la jugada usé a Victoria, dándole a ésta en público todas las atenciones que estaban reservadas únicamente para mi amado rubio. Busqué alejarme de su vista y mas tardé advertí que no me prestaba más atención pues conversaba con los mellizos, ya tendría que preguntarles después que era lo que habían hablado con él.

 

—Dis… disculpe… príncipe —me volví para ver quién me llamaba y detrás de mí se hallaba el pequeño aprendiz del médico, un chico callado pero muy amable y que ahora tímidamente intentaba decirme algo.

—¿Qué ocurre? —el chico titubeaba mirando a todos a su alrededor—. Sígueme —me levanté y lo guié hasta una de las habitaciones vacías—. Bien, ya puedes hablar, ¿te ha enviado el médico no? —el chico asintió.

—Está ahora mismo en la habitación… —el chico bajo la mirada—. Lamento tener que decírselo, pero el rey… ha muerto.

 

Salí directamente a la habitación en donde únicamente se encontraba el médico, que al verme entrar se arrodilló apenado por la situación y pude observarlo, mi… padre yacía en su cama y parecía dormir tranquilamente, ¿en verdad estaba muerto?

Después de tantos años el viejo no volvería a interferir en mi vida… ¿pero ahora que Emi me había traicionado de qué me servía? ¿Por qué después de haberlo esperado largo tiempo no me sentía feliz como creí que estaría?

 

Por alguna razón me sentía sumamente solo y sin poder evitarlo las lágrimas comenzaron a correr sin detenerse.

¡Esto no era justo! ¿Por qué al final yo estaba llorando mientras él podía reposar en su lecho libre de culpas? ¿Por qué era capaz de proyectar tanta paz en su rostro? ¿Se estaba burlando de mí?

 

Una vez más sentí que lo odiaba y en cierta forma también lo envidié, porque hasta el final había sido capaz de hacer todo lo que quería, porque había vivido una vida llena de romances ligeros que parecían haberlo hecho feliz.

¿Y yo? Yo estaba aquí ahogándome en mi propio odio y soledad.

 

En plena madrugada ordené que se detuviera la velada, hice que los invitados abandonaran el palacio y los cortesanos fueron convocados para presenciar una ceremonia improvisada en la que se despediría al rey.

 

Todo a mí alrededor se veía en un lúgubre color gris, la gente que me rodeaba, el salón en que me encontraba… y extrañamente Carlota, los mellizos y Emile no aparecieron en ningún momento. De la primera no podía más que sospechar que estaría aprovechando la distracción para escapar ahora que no tenía quien siguiera protegiéndola, los otros tres… ¿se habían puesto de acuerdo para darme la espalda al mismo tiempo?

 

Había tanta gente en el lugar y todos me resultaban tan indiferentes, quizá porque nadie podía comprender mi dolor, tal vez porque en el fondo ni yo mismo lo comprendía y dándole vueltas al asunto escuché el golpeteo de una copa, acto seguido el conde Midford se levantaba ya con la atención de todos en él.

 

—…Ayer por la noche perdimos a un magnífico monarca, un hombre romántico, preocupado por su pueblo, de humor siempre fresco y pensamiento ligero… ¡Un hombre elegido por el mismísimo Dios! Sin embargo el ha cumplido su tarea al guiarnos sabiamente y es por ello que no debemos afligirnos antes su partida, ¡al contrario!

Quiero pedirles a todos que miren a su derecha —repentinamente todas las miradas se posaron sobre mí—. Y presencien al hombre que se encargará de traer un nuevo esplendor a nuestro reino. Un joven enérgico e ingenioso, hábil guerrero y sobre todo poseedor de un noble corazón con el que ha de guiar a nuestro pueblo… —las palabras desfilaban desde la boca del conde hasta los oídos de los cortesanos que lo escuchaban embelesados, él tenía el don de la palabra y lo estaba usando para ayudarme…

—¡Larga vida al rey Allen I! —dijo el conde levantando su copa y siendo coreado inmediatamente por los cortesanos que desahogaban con fuerza la excitación que les habían provocado las palabras del conde.

 

Un momento después todos se arrodillaron a mis pies  y observé con fascinación aquella escena, sintiendo mi cuerpo ser llenado por la placentera y embriagante sensación del reconocimiento,  del poder.

 

Notas finales:

Bien, ¿les gusto? ¿que opinan?

Estoy en la mejor disposición de aceptar los comentarios críticos y abierta a las sugerencias :)

Muchas gracias a los que siguen leyendo el fic y a los que se dan el tiempo para dejarme un review, lo aprecio mucho.

Comenzaré pronto con el siguiente capítulo, hasta entonces!!!


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