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El amor nace del recuerdo por Nami Takashima

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Notas del capitulo:

Se que no tengo perdón después de casi 6 meses sin actualizar ._. 

Lamento muchísimo haber dejado este fic en el abandono, espero poder avanzar bastante ahora que estoy de vacaciones...

De igual forma dejo un capítulo más y espero que sea del agrado de quien lo lea n_n

Caminaba por los pasillos con gran parsimonia, casi deseando no llegar a mi habitación, pues sabía de antemano que al encontrarme solo sería imposible ignorar mis pensamientos. Que todas las penas que aguardaban en mi interior se abalanzarían sobre mí sin piedad alguna; pero permanecer en la corte de mi padre definitivamente no era una opción, tenía absoluta certeza de que ya no podía, o más bien no quería seguir soportando las hipócritas adulaciones de todos los presentes y menos aún al conde Albert Midford.

 

Sólo habíamos convivido un par de horas y la visión que tenía sobre ese hombre había cambiado radicalmente, ahora me resultaba inquietante debido a que ya había comprobado que tenía una gran habilidad en el manejo de las palabras… Era un don sin lugar a dudas. No obstante más allá de si todo había sido una farsa por parte suya y de los cortesanos, me hizo darme cuenta de que la sensación de poseer la capacidad para dominar a los demás era algo en verdad fascinante.

 

Ya había escuchado que el asumir un alto cargo podía corromper hasta al hombre más puro, pues parece ser que la naturaleza humana siempre termina cediendo cuando se trata de ser capaz de someter a otro. No podía dejar de preguntarme qué era eso que el hombre buscaba tan desesperadamente, ¿supremacía frente al prójimo? ¿Reconocimiento? ¿La capacidad para proteger a los seres amados?

 

Todo parecía una contradicción; los hombres que llegan a lo más alto de la cima suelen abandonarlo todo en el camino con tal de conseguir su objetivo y luego una vez que se encuentran en la cúspide pretenden usar su poder para retener a su lado a todos aquellos que una vez perdieron, como intentando apaciguar esa soledad que eligieron por compañera…

 

¿Entonces a la muerte de mi madre el rey habría decidido ocultar sus debilidades tras el poder que la corona ofrecía? ¿Si Emile y los mellizos me abandonaban terminaría igual que él?

 

La idea no era ni ligeramente alentadora.

 

Ya en mi habitación me tumbé sobre la cama dispuesto a buscar consuelo entre las mullidas almohadas, entregándome al calor de las mantas como si éstas pudieran alejar todos los problemas de mí. Estaba cansado, a cada instante sentía como el sueño se apoderaba de mí; todo estaba en absoluto silencio, era capaz de escuchar mi respiración y podía sentir como mi corazón latía con fuerza, entonces cerré los ojos en último intento desesperado por olvidarme de todo…

La puerta se cerró y delante de ella pude observar a un rubio con expresión arrepentida, que permanecía silencioso e inmóvil sobre su lugar, igual que si sus pies se hubieran quedado pegados al suelo, ¿qué se supone que pretendía con este tipo de actitudes?

 

—¿Qué haces aquí? —pregunté sin atreverme a mirarlo a los ojos, pues de hacerlo temía que la súplica en ellos lograra doblegarme como usualmente ocurría, provocando que terminara corriendo hacía él para tomarlo entre mis brazos.

—Allen… todo fue un malentendido… —alegaba entre murmullos, apretando sus manos nerviosamente.

—¿Un malentendido? —¿había venido sólo para decirme justo lo que quería escuchar? A veces no podía más que preguntarme si él era capaz de leer mis pensamientos…—. Dime Emile, ¿acaso no abrazabas a tu prometida la otra noche? “Estoy enamorado y no pienso renunciar a este amor” ¡¿no han sido esas tus palabras?! —bramé sintiendo una vez más que los celos ganaban terreno sobre mi autocontrol, sin embargo todo se esfumó cuando escuché que mi amado Emi sollozaba cual niño pequeño.

—Es… ¡es un malentendido! ¡Yo te amo a ti! —gritó enérgicamente y con el rostro empapado en lágrimas.

 

Sin detenerme a pensarlo un momento más, me levanté y lo tomé con fuerza apresándolo entre mis brazos.

¡Ya qué más daba  si esa no era una explicación o si él sólo estaba jugando conmigo, lo amaba demasiado como para tolerar la idea de verlo sufrir por mi causa!

 

Sus manos se deslizaron suavemente por mis mejillas, en tanto me dedicaba una inocente mirada que me cautivó en el acto; sus ojos no parecían estarme mintiendo y aún si lo hacía definitivamente debía aceptar que era la mentira que más había disfrutado en la vida.

 

No podía apartar la vista de él, todo en ese pequeño rubio me parecía demasiado encantador y sin poder evitarlo mi atención terminó desviándose directo a sus labios que entreabiertos me invitaban a disfrutar del más dulce banquete. Emile acortó la distancia entre nosotros cruzando sus brazos detrás de mi cuello, enredando sus dedos entre mi cabello; me incline hacia él y cerré los ojos decidido a perderme en sus besos, cuando todo desapareció delante de mí sin más.

 

Abrí los ojos desconcertado… Todo… ¿todo había sido un simple sueño?

No sabía si el hecho de haberme despertado me hacía sentir decepcionado, por no haber tenido a Emile al menos en sueños o patético por haber caído tan bajo.

 

Di la vuelta sobre la cama, noté que aún estaba solo y entonces caí en cuenta de que no deseaba que fuera así por el resto de mi vida, deseaba continuar lo que había iniciado en un sueño y puesto que todo indicaba que Emile no tenía entre sus planes venir a verme  tendría que ir a buscarlo por mí mismo.

 

Quería darle la oportunidad de hablar, deseaba con ansias escuchar su lado de la historia y me animaba pensar que quizá terminaría descubriendo que todo había sido un error de mi parte. Sin embargo estaba la otra posibilidad, tal vez él realmente quisiera volver con Helena, entonces quizá tendría que obligarlo a quedarse conmigo hasta que en verdad se enamorara de mí o hasta que me convenciera de que lo mejor para todos era que nosotros estuviéramos separados…

 

Me levanté dispuesto a concretar mi plan y justo en ese momento escuché que llamaban a la puerta… ¡No era posible que alguien pudiera ser tan inoportuno!

 

Abrí intentando disimular el cansancio, encontrándome con que Victoria venía dispuesta a tomar el té pues, en manos ya tenía todo preparado para la tarea, dejando ver que no planeaba retirarse con prontitud.

 

—Príncipe Allen, que alegría ver que está bien —dijo entrando sin esperar invitación alguna, ya no me quedaba duda de que las insolencias de esta mujer no tenían limite—. Me preocupé mucho cuando lo vi salir sin decir nada a nadie…

—¿Tú preparaste eso? —pregunté sin intención de responder su extraña cortesía.

—Me temo que no, una chica de cabellera oscura lo traía pero le he pedido que me dejara entregárselo y puesto que parecía tener algo de prisa accedió a permitirme el honor de servirle a mi príncipe —¿Hablaba de Mía? ¿Qué clase de urgencia podría tener ahora la melliza? Preocupado por lo que recién había escuchado recibí la taza de té y sin pensarlo demasiado bebí de ella—. Seguro que se sentirá mejor después de un buen descanso —afirmó tras dar un sorbo a su taza.

—Supongo que sí, pero ahora mismo tengo otras prioridades —eso era, no debía perder más tiempo, me terminé el té y me levanté causando en Victoria una expresión de alarma.

—¡No! Por favor… se lo suplicó, déjeme permanecer a su lado sólo por unos minutos —ella saltó de su asiento abrazándome en un intento por cerrarme el paso y de forma desconcertante sentí su peso que me hacía perder el equilibrio.

 

Retrocedí mareado y me tambaleé unos pasos hasta que no resistí más. Caí sobre mis rodillas y con la visión haciéndose más borrosa a cada momento.

—¡Tú! —grité encolerizado en mi último momento de conciencia, pude ver su silueta acercándose y sentí su mano deslizarse sobre mi mejilla.

—Dulces sueños mi amado príncipe…

 

……………………..

 

Cuando desperté lo primero que sentí fue el dolor en el cuello, desorientado intenté incorporarme.

¿En dónde estaba?

Miré a mí alrededor y vi con horror que me encontraba encerrado entre cuatro paredes de piedra mohosa, todo el lugar despedía un fuerte aroma a humedad y no había más luz que la que se colaba por un hueco en lo alto de una de las paredes. Me levanté y corrí hacia la puerta sólo para comprobar que obviamente estaba cerrada.

 

¡¿Qué hacia encerrado en una mazmorra?!

 

No comprendía nada de lo estaba ocurriendo, entonces escuché que afuera había un gran barullo…

“¡No! ¡Suéltenme! ¡No pueden hacerme esto! ¡Soy una invitada del rey!” sonaban los gritos desesperados, era una voz aguda y desgraciadamente para mí, inconfundible… Helena.

Me acerqué a la pared contigua buscando escuchar mejor que era lo que estaba ocurriendo y me encontré con que había un pequeño agujero a través del cual pude observar como la castaña caía estrepitosamente contra el húmedo suelo. La puerta se cerró y ella se levantó a toda prisa comenzando a golpear la desgastada madera, pidiendo desesperadamente que la sacaran de aquel sucio lugar.

 

—¡Helena! ¡Helena! —comencé a llamarla, la castaña se giró sobresaltada y comenzó a mirar hacia todos lados desconcertada—. En la pared Helena, acércate —llamé una vez más y a paso lento la temerosa chica se acercó—. Vamos no tengas miedo, soy Emile —la vi suspirar y con más seguridad se acercó.

—Emile, me alegra encontrarte querido mío—dijo al fin pegándose contra la pared como si lo estuviese haciendo contra mí.

—Quisiera decir que también me alegra que estés aquí, pero es terrible verte encerrada, ¿por qué te trajeron aquí? —pregunté zafándome del momento incómodo y las conversaciones melosas.

—Por buscarte con tanta insistencia; verás… intenté amenazar a algunos guardias y a fin de evitar que armara jaleo decidieron que lo más sencillo sería encerrarme… ¡jamás creí que te encontraría aquí! —dijo comenzando a reír nerviosamente.

—Es bueno ver que aún estando aquí es capaz de una risa tan espontánea señorita —intervino Ian llamando la atención de Helena y provocando que me sobresaltara, no tenía ni idea de que compartíamos la mazmorra. Él sonrió divertido ante mi reacción y se alzó de hombros como deslindándose de cualquier responsabilidad.

—Bueno, encontré a quien buscaba así que ahora mismo no me importa demasiado estar aquí, no hay mucho que hacer así que más vale ser paciente y puesto que vamos a tener un largo rato aquí quiero saberlo todo “Emily” —no podía ver su rostro pero en su voz se hizo más que obvia la mofa, al punto en que incluso el mellizo lucía confundido.

 

¿Qué debía hacer? De alguna manera Helena ya tenía idea de que era lo que ocurría pero Ian era otra historia. Todo permanecía en silencio, como si ambos esperaran por una explicación, la mirada fija de Ian comenzaba a ponerme nervioso y cuando no pude más decidí que lo mejor era rendirme de una buena vez.

 

—Ian… ¿también te gustaría saber toda la verdad sobre mí? —el mellizo me miraba indeciso y casi con culpabilidad.

—¿Está mal si esta vez me dejo llevar por la curiosidad? —respondió con esa consideración tan típica de él, ¿por qué Helena no podía ser un poco más como Ian?

 

Asentí con un movimiento de cabeza —Sólo espero que puedas perdonarme la mentira —agregué logrando que el chico frente a mí se inquietara todavía más.

—Entonces ya deja de darle vueltas al asunto Emile —apresuró Helena desde el otro lado de la pared, entorné los ojos con molestia, deseando por primera vez tener cerca de la castaña para ponerla en su lugar, ¿acaso la espera excedía sus capacidades?

—¿Emile? —repitió Ian sin poder ocultar la nota de ansiedad en su voz.

 

Y entonces igual que si me estuviera confesando, comencé a contarles a ambos sobre mi infancia, aquellos días en que Allen y yo nos habíamos conocido de una forma inusual, la promesa que rompí al irme a vivir lejos y cada cosa por la que había pasado hasta terminar en aquella lúgubre mazmorra.

 

Un rato después, mi relato había terminado y mis dos acompañantes yacían completamente mudos, ni una palabra, ni una mirada; pude sentir en mi interior la molestia y tuve que romper con el silencio antes de que él terminara por romperme a mí.

 

—¿Y bien? —pregunté impaciente.

—Eres una persona cruel y egoísta —respondió Helena entre sollozos… y ahora me daba cuenta de que quizá el silencio no era tan malo. Tendría que haberme mordido la lengua para no preguntar, en su lugar, ahora comenzaba a sentir el peso de la culpa; después de todo no me era posible refutar sus palabras. Helena por fin se había enterado que en realidad nunca la había amado y la pobre chica lloraba desconsolada—. ¿Cómo te atreviste a proponerme matrimonio cuando no estabas enamorado de mí?  ¡Cuando amabas a un hombre!

—Nunca tuve intención de lastimarte… sinceramente intenté formar una familia a tu lado, pero las circunstancias no lo permitieron… perdóname por favor —pedí incapaz de hacer nada para remediar mis errores, pero incluso ahora era inútil hablar, mis palabras únicamente se disolvían en el aire.

 

Helena se alejó de la pared a través de la cual nos estábamos comunicando y no volvió a hablar, simplemente se limitó a llorar.

—¿Tú también me odias? —pregunté al mellizo que se mantenía cabizbajo.

—N-no… no podría… Sólo…  es difícil, es difícil asimilar el hecho de que la persona que más me ha gustado hasta ahora, es en realidad un hombre —admitió luciendo esta vez notablemente avergonzado.

—Lamento no habértelo dicho antes —concluí sintiendo que al pesado saco que iba arrastrando desde tiempo atrás se había agregado una pena más.

 

El  cohibido mellizo optó por ignorarme y decidí que lo mejor sería darle algo más de tiempo, por lo cual las siguientes horas transcurrieron entre un aplastante silencio. Sentado contra la húmeda pared terminé por volver a dormir y desperté sólo cuando escuché que la puerta se abría; fue solo cosa de un instante y para cuando fui consciente de ello, dos hombres malencarados y con espada en mano se lanzaron en ataque contra nosotros, que en medio de la sorpresa apenas y tuvimos tiempo para reaccionar.

 

Ian y yo corríamos de un lado a otro esquivando los golpes, intentando a toda costa  conservar nuestras vidas y todo iba bien hasta que en un descuido di un traspié, un error que me pareció por demás insignificante pero que dio tiempo suficiente para que el guardia me acorralara contra la pared. El enorme sujeto blandió la espada contra mí y apenas tuve tiempo de agacharme logrando conservar mi cabeza en su lugar, levantó la espada una vez más y cuando creí que mi vida se terminaba vi que la punta de otra espada aparecía atravesándole el corazón y arrancándole la vida en el acto.

 

—¿Estás… bien? —el agitado mellizo se apresuró ayudándome a quitarme de encima el cuerpo sin vida, extendiéndome su mano poco después para que pudiera ponerme de pie.

—¡Ian, estás herido! —advertí completamente alarmado, su brazo izquierdo sangraba y entré en pánico al pensar en lo que le podría ocurrir.

—Estoy bien, no es nada grave, ¿de acuerdo? —dijo intentando restarle importancia a la herida y mirándome con la misma seguridad que suelen exhibir los adultos cuando le mienten descaradamente a los niños.

—Si no salimos de aquí pronto sí que lo será —reproché molesto por la forma en que me estaba tratando—. Ahora déjame ayudarte —sin esperar su consentimiento levanté la falda del vestido y desgarré el fondo, luego con el trozo de tela limpié el exceso de sangre e intenté detener la hemorragia haciendo algo de presión con un amarre en su brazo. Por primera vez tanta estúpida tela parecía tener algo de utilidad.

—Es una lástima que el príncipe Allen te haya conocido antes que yo… —¡¿Qué?! No pude evitar exaltarme al escuchar semejantes palabras, no obstante me atreví a levantar la vista queriendo comprobar que mis oídos no me engañaban y para desgracia mía, me encontré con que el semblante de Ian no mostraba ni la menor perturbación.

 

¿Por qué me hacía esto?

 

Aún era un buen momento para que comenzara a reír y confesara que era una broma de mal gusto, pero no, en lugar de ello se dedicó a observarme fijamente, como buscando en mí un atisbo de duda que pudiera aprovechar. Incapaz de responderle bajé la mirada avergonzado, intentado calmar a mi extraño corazón que inoportunamente se había acelerado.

 

Por el bien de ambos lo único que podía hacer era fingir que no había escuchado nada; Ian era un buen chico, demasiado amable como para contemplar siquiera la idea de lastimarlo con falsas esperanzas. Después de todo aún si Allen estaba molesto conmigo no me creía capaz de amar a alguien más.

 

—Está listo —anuncié alejándome de él tan sutilmente como me fue posible y sin embargo el vivaz chico se percató de mi actuar al instante.

—Gracias —Ian me regaló una sonrisa radiante con la cuál comprendí que él también era consciente de que había mucho que perder si acaso se precipitaba.

 

Una vez más ambos terminamos en extremos distintos y refugiándonos en nuestros pensamientos, volviendo a la preocupación que me ocasionaba pensar que alguna mujerzuela podía estar disfrutando felizmente de la compañía del pelirrojo. Peor aún, ¡que él estuviese de acuerdo!

Después de todo aún si lo que habíamos compartido en los últimos días resultaba ser un efímero momento de felicidad había sido una de las mejores cosas que me habían pasado, mi deseo se había cumplido y después de probar un sentimiento tan dulce no estaba seguro de poder seguir sin él…

 

Le di vueltas al asunto una y otra vez,  sintiéndome a cada momento más miserable; por donde lo viera había cometido muchos errores, estaba lastimando a los que me rodeaban y si ahora estaba encerrado en una putrefacta mazmorra quizá era porque lo merecía.  Con cada pensamiento sentía como algo dentro de mí se derrumbaba y estaba por entregarme completamente  a aquel triste sentimiento, cuando escuché que alguien intentaba abrir la puerta nuevamente.

 

Me levanté de un saltó y corrí al lado de Ian, en donde él ya me ofrecía tomar una de las espadas que habíamos tomado “prestadas” del par de cadáveres que yacían tumbados en el suelo; tragué saliva nervioso y la sostuve tan firmemente como me fue posible; era muy extraño, definitivamente no era la primera vez que usaba un espada para defenderme… la puerta por fin se abrió y Mía entró con expresión triunfal.

 

—¡Por fin los encontré! Estaba tan preocupada —corrió hacia Ian y se abrazó a él efusivamente—. ¡No vuelvas a dejarme así!

—¡Auch! No tan fuerte Mía —la atención de la melliza se desvió hacia el brazo de su hermano y palideció al ver una pequeña mancha de sangre que ahora ensuciaba la tela blanca sujetada alrededor.

—¡El médico! ¡Iré por él! No te muevas… no, espera, ¿puedes caminar? —Ian entorno los ojos con fastidio y tomando a su hermana por el brazo la hizo volverse obligándola a mirarlo.

—Estoy bien ¿de acuerdo? No moriré ni nada por el estilo, puesto que Emile ya se ha encargado de detener la sangre —aseveró intentando tranquilizar a su paranoica melliza.

—¿Emile? —repitió Mía desconcertada y de pronto me pareció estar teniendo un déjà vu. Sólo hacía falta ver que los hermanos cuyos rostros parecían dos gotas de agua, habían mostrado una misma reacción.

—Es mi verdadero nombre… yo, en realidad no soy una chica —reconocí abochornado, ¿cuántas veces lo había dicho en tan poco tiempo? ¿A este paso tendría algún sentido seguir vestido así?

—¡¿Qué?! —gritó con horror alejándose de mi—. ¿Eres alguna clase de pervertido? —preguntó sin poder ocultar la repulsión que ahora parecía provocarle.

 

¡Maldición! Justo cuando me parecía que comenzaba a llevarme bien con ella se le aflojaba la lengua a Ian, lo peor de todo es que no sólo seguiría sospechando de mí sino que como un extra tenía que llevar la carga de pervertido.

 

 —Deja de decir tonterías Mía, tenemos que ayudarlo, ya habrá tiempo de explicártelo todo —intervino Ian en una especie de intento por reparar el error que nos había metido en tan molesta situación.

 

Pero había que reconocer la increíble influencia que Ian ejercía sobre ella, pues no hicieron falta más que algunas palabras para que Mía se dispusiera a ayudarme.

 

—Gracias… ahora, ¿podríamos darnos prisa? —insistí al sentir que la ansiedad aumentaba en mí cada vez más.

 

Caminamos por los pasillos siendo seguidos por dos de los guardias que estaban ayudando a Mía y al llegar a la habitación de Allen nos detuvimos un instante para recuperar el aliento, después de todo nuestros rostros ya lucían suficiente desesperación como para agregarle el llegar incapaces de pronunciar palabra por falta de aire.

 

Un tanto más recuperado llamé a la puerta, una, dos y tres veces sin obtener respuesta alguna; entonces impaciente abrí y me adentré precipitadamente, sintiendo que el deseo por estar con Allen nuevamente me desbordaba. Y así fue hasta que presté atención al cuadro que se develaba frente a mí. El pelirrojo dormía abrazando cariñosamente a la chica pelinegra que había visto antes y quizá habría sido capaz de sentarme a escuchar una explicación en la que Allen me dijera que estaba malinterpretando la situación, ¡pero ambos estaban desnudos y no había excusa para ello!

 

No podía terminar de asimilarlo y absorto en el momento seguía mirando sin conseguir siquiera moverme, hasta que Ian se acercó y me tomó por la mano.

 

—Vamos, es demasiado cruel para que sigas mirando —dijo logrando sacarme del trance en el que me encontraba.

—¡No! —grité soltándome con brusquedad y dejando a un desconcertado Ian ante mi reciente actitud; decidí aprovechar el momento para tomar la daga que llevaba ceñida a la cintura y sin más me lancé en un intento por deshacerme de la mujer que me había robado a Allen.

 

Sin embargo todo se frustró cuando Ian y el guardia que nos acompañaba lograron sujetarme, era demasiado para conseguir zafarme de semejante agarre. Rápidamente fui arrastrado afuera de la habitación y antes de poder continuar la rabieta el guardia me arrojó fuertemente contra la pared quitándome la daga de las manos y abofeteándome pocos segundos después.

Aturdido por el golpe, lo que siguió a ese momento fue como un cuadro borroso en donde apenas y fui consciente de que Ian y el guardia discutían acaloradamente. Mía había regresado a la habitación de Allen y yo simplemente permanecía inmóvil, presa de mi propia impotencia.

 

No quería saber nada más, deseaba con todas mis fuerzas desaparecer, así que limpiando mis lágrimas cogí la daga que yacía en el suelo y comencé a correr por el pasillo, encerrándome en la primera habitación que se cruzó en mi paso. 

 

¿Y ahora qué?

 

¿Debía utilizar la daga que sostenía para terminar mi vida?

 

Volví la vista hacia mi mano temblorosa, contemplando la posibilidad con toda seriedad, cuando un golpeteo en la puerta me interrumpió.

—¡Emily, abre la puerta por favor! ¡No vayas a cometer una locura! —pedía Ian entre insistentes gritos…

 

Pero que estaba diciendo, ¿una locura? ¿Qué era una locura exactamente? Para mí era una locura vivir en un mundo donde Allen pertenecía a alguien más.

 

—¡Emily! —continuaron los gritos, logrando únicamente aumentar mi tensión; llenarme de dudas y por fin romper con todas mis emociones.

—¡Ya basta! —ordené completamente exaltado. Los golpes en la puerta cesaron y un aplastante silencio se hizo presente, igual que si Ian y los demás hubieran desaparecido repentinamente.

 

¿Era eso? ¿Estaba solo? Me asustaba demasiado la idea.

 

—Emi… —me llamó una voz suave y amable, era Allen que una vez más parecía llegar para rescatarme de mi mismo—. Abre la puerta por favor, quiero hablar contigo… sólo dame la oportunidad de explicarte todo.

—No hace falta que pierdas tu tiempo, ya he visto suficiente —respondí dejando hablar a mi dolor, aún cuando mi corazón se agitaba de alegría al saber que había venido hasta aquí por mí; aún cuando todo mi ser exigía que abriera la puerta sin demora.

—Podría decir lo mismo, pero sabes, tú eres lo único que me importa y no quiero perderte, así que haré todo lo que esté en mis manos para retenerte a mi lado —ahí estaba de nuevo, el encanto del pelirrojo, que podía doblegarme con unas cuantas palabras.

 

De pronto un fuerte golpe se escuchó contra la puerta, un momento de silencio y otro golpe puso a prueba la resistencia de la pieza que nos mantenía separados. Iban a derribar la puerta… retrocedí varios pasos y un nuevo estruendo se hizo presente al dejar caer a Allen e Ian dentro de la habitación.

 

Preocupado de que alguno se hubiera hecho daño corrí hacía ellos y de un momento a otro era yo el que se encontraba en el piso. Un fuerte dolor se apoderó de mi pierna derecha y al volver la vista había una flecha clavada en ella.

—¡Emi! —aún presa del dolor y la confusión pude escuchar la desesperación en la voz de Allen, que sin mayor demora me tomó entre sus brazos. Estaba pálido cual hoja de papel y todo él temblaba sin saber qué hacer —. ¡Traigan al médico ahora! —bramó furioso de un instante a otro—. Resiste mi amor, todo va a estar bien, haré que el culpable pague con su vida —decía en tanto se aferraba a mí con fuerza.

 

No pasó mucho tiempo antes de que el viejo médico se hiciera presente y se avivará el dolor nuevamente cuando el joven aprendiz se dio a la tarea de sacar la flecha sin delicadeza alguna. El anciano regañó al chico y tomando su lugar se ocupó de realizar las curaciones con gran cuidado.

 

Allen que se encontraba a mi lado sostenía mi mano, dejándome sentir su apoyo a cada momento y por fin, después de varios minutos pude respirar en paz nuevamente.

Mi mente parecía más clara y entonces de nueva cuenta pude preocuparme por algo que no fuera yo.

 

—No pongas esa cara Allen —pedí intentando sonreír en un vago intento por hacer que el pelirrojo se relajara un poco. Era evidente que todo se había terminado, pero aún así la cara de los presentes mantenía la tensión y peor todavía, sus penetrantes miradas seguían encima de mí—. Después de todo voy a estar bien… ¿no es así?

—Desde luego que si, no ha sido nada grave —aseveró el médico con cierta molestia.

—¿Lo ves? —insistí a pesar de que Allen no parecería estarme escuchando—. Me moví con sumo cuidado y me acerqué un poco a él, depositando un inocente beso en su mejilla.

—Lo siento Emi, tuve que haber puesto más cuidado para que no te ocurriera nada malo —sentándose en la orilla de la cama se abrazó a mí y hundió el rostro entre mi cabello, como buscando refugio en éste.

 

Sin titubear lo abracé intentando consolarlo y pronto comencé a sentir su respiración cerca de mi cuello, logrando erizar cada parte de mi cuerpo. Sus labios rozaban mi piel y pronto su lengua trazó a su paso un húmero camino, que inevitablemente me hizo perder la compostura.

 

—A-allen —un gemido se me escapó y el pelirrojo se separo de mí mirándome fijamente, dejándome desconcertado con el brusco cambio.

—Quiero a todos fuera de aquí —ordenó aún sin apartar la vista de mí y fue cosa de un instante antes de que en la habitación sólo quedáramos nosotros dos. Tragué saliva nervioso por su extraño comportamiento y desvié la mirada disimuladamente.

 

 Allen se deshizo de su camisa y empujándome lentamente, tomó el control al posicionarse por encima de mí. Sin perder un momento me abrace a su cuello obligándolo a mantenerse tan cerca como era posible y por fin nuestros labios se unieron entre tímidos besos.

 

Pocos momentos después sus manos ya se colaban debajo de mi ropa, tocándome con una delicadeza que sólo había conocido de sus manos, arrancándome suspiros en cada contacto. El calor de nuestros cuerpos aumentaba junto con las apasionadas caricias con que reclamábamos la piel del otro y con los besos que intercambiábamos en un intento por satisfacer la necesidad que teníamos de poseernos mutuamente.

 

Todo se detuvo por un instante y aún cuando nuestros cuerpos permanecían entrelazados, eran nuestras miradas las que ahora nos permitían establecer un vínculo. Era una simple mirada, pero me daba la sensación de que a través de ella podíamos hurgar en lo más profundo del corazón del otro, sólo para comprobar que nos estábamos amando con la misma intensidad.

 

—Allen, yo te… —el pelirrojo selló mis labios con los suyos antes de que pudiera decirle que lo amaba.

—No lo digas, demuéstramelo —pidió en un susurró, apenas creando un espacio entre nosotros.

 

Con gran cuidado logró acomodarse entre mis piernas y lentamente penetró en mí adueñándose de mi cuerpo como sólo los amantes pueden hacer. Mi corazón latía aceleradamente y caí en cuenta de que ahora mismo, tomados de la mano, estábamos superando cada uno de los obstáculos que aparecían en nuestro camino.

En ese momento quise creer que si nos manteníamos juntos todos nuestros deseos se harían realidad…

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Quiero comentar que ya estoy escribiendo el capítulo 10 y si todo va bien el próximo lunes actualizo n_n

Gracias a todos por leer y hasta pronto!!!

(ahora si es enserio que será pronto -.-'')


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