Capítulo 7
Después de que Kuroko mejoró notablemente en cuestión de salud, Midorima lo dio de alta. Su estancia en el hospital duró más de quince días, los cuales Takao permaneció a su lado cuidándolo de mañana, tarde y noche. Kagami lo iba a visitar los primeros días, pero luego de que tuvieron una fuerte discusión el médico le prohibió las visitas al paciente en cuestión.
Pero ahora, Kuroko tenía que volver a su casa y enfrentar al peli rojo, tenía que enfrentar todos sus problemas y encontrar una solución… Sin embargo, no quería ni poner un solo pie en esa casa, Quizá Takao notó la situación, pues ofreció llevarlo y justo cuando iban cruzando las puertas del hospital; el auto negro de Kagami estaba estacionado ahí.
El enfermero se despidió y le prometió que lo visitaría para hacerle las revisiones médicas, después de eso le dio un cálido abrazo y se despidió de él. Kuroko avanzó al coche, dudoso de entrar mientras que Kagami abría la puerta trasera para que subiera su esposo.
De camino a casa ninguno de los dos dijo nada, no tampoco se miraron. –Como dos desconocidos…- murmuró el peli celeste observando el inmenso mar. Su marido hizo una parada en el despacho y luego de un rato regresó de nuevo, subió al auto, lanzó algunos folders al asiento del copiloto y manejó con entrecejo fruncido. Ahora lucía más irritado que antes y aunque Kuroko se había armado de valor para hablar con él; se arrepintió al ver esa mirada tan amenazante.
Entraron a su hogar, Kagami fue a la cocina y Kuroko a su habitación. El de ojos claros ponía incomprensible aquella situación, sabía que su esposo seguía molesto por lo sucedido en el hospital, pero no entendía el actual enojo del otro ni tampoco el horrible silencio. No tardó mucho en que lo llamara a comer, y aunque no tenía ni una pizca de apetito decidió bajar y afrontarlo.
La comida era de la estricta dieta de Midorima, Kuroko se sentó y comenzó a comer en silencio; su esposo seguía igual de enojado y hasta cierto punto infundía miedo.
-K-Kagami-kun- dijo dudoso el de piel nívea.
-¿Eh? ¿Qué pasa?- el otro lo miró sin cambiar la expresión.
-Nada- murmuró y se retiró del lugar.
-Te tienes que terminar eso- se quejó el de rojos cabellos.
-En la tarde. No tengo hambre- dijo desganado subiendo de nuevo a su cuarto, ahora más desanimado que antes. Se tiró en la cama y abrazó una almohada, escondió su rostro en la misma y comenzó a llorar.
Seguía sin entender nada, pero lo que más le dolió fue no ver el anillo de matrimonio en el dedo de su esposo. Para algunos eso sería algo insignificante, pero ese pequeño detalle fue lo que le dio el coraje para que se reanimara y continuara con su vida de casado.
***
Quien sabe cuánto tiempo lloró, pues de nuevo concilió el sueño entre lágrimas y supo que así había sido al encontrarse recostado en el pecho de Kagami. Su piel estaba fría y sin en cambio a él le parecía que ofrecía un calor especial.
-¡Mmh!- suspiró el más alto moviéndose un poco. Kuroko por su lado lo miraba con atención. –Ku…roko…- decía entre dientes su esposo. Ciertamente estaba dormido, pero seguramente en algo estaría soñando.
-Kagami-kun… Te amo…- murmuró el peli celeste aferrándose al cuerpo ajeno.
-¡¡¿Eh?!! ¿Estas despierto?- Kagami se incorporó de golpe y frotó sus ojos para encontrarse con la dulce mirada de Kuroko. -¿Necesitas algo? ¿Te sientes mal?- soltó un sin número de preguntas cuando encendía una pequeña lámpara para iluminar un poco la habitación y luego tocar la frente de su esposo. –No tienes fiebre ni nada, puede ser que tengas hambre- había llegado a esa conclusión sin ni siquiera dudar pues recordó que no había comido como era debido.
Se puso en pie rápidamente, pero el menor lo detuvo a tiempo impidiendo que su marido abandonara el lugar.
-¡Que demon…!- quiso quejarse pero antes de decir nada Kuroko se encontraba nuevamente llorando. Si hubiera terminado la frase las cosas se hubieran puesto peor, por suerte se había interrumpido a tiempo y no tuvo más remedio que abrazar a su pareja con fuerza.
-¿Qué sucede?- le dijo en tono dulce intentando consolarlo.
-Nada- respondió bajito el otro limpiando las lágrimas.
-¿Entonces porque tan de repente?- Kagami frunció el ceño, acción que solo hizo que el de piel clara se asustara. -¡Ah! Lo siento, lo siento- se relajó un poco y se acercó nuevamente. Miró con atención los profundos y misteriosos ojos de su esposo, intentando descubrir el secreto que estaba a punto de revelar en palabras.
-Tu anillo…- habló al fin. Después de escuchar la historia con cuidado, Kagami le explicó que se le había olvidado esa mañana junto al suyo, primero sonó a pretexto, pero luego de que hizo memoria olvidó el asunto, acrecentado su curiosidad por saber el motivo de la irritación de su compañero.
Ahora fue Kuroko el que escucho la historia, y solo así entendió un poco; lo que más le molestaba a su marido era que Teppei y Hyuga fueran a tener un hijo y que el último le hubiera transferido el caso a él. Ambos sabían que Kagami lo podía ganar con facilidad, pero constantemente se quejaba de que él tuviera que pagar por el embarazo de su compañero de trabajo. Kuroko lo animo ahora con una amplia sonrisa, abrazando por el cuello a su “tigre” y se pegó a la piel desnuda.
Kagami por su lado a cada respiración lo estrechaba más a su cuerpo, buscó el rostro del otro y con una mirada suave besó los finos y delicados labios; con la ternura debida pero con el suficiente deseo para encender la pasión y poseer el delgado cuerpo que se tendía bajo el suyo.
Tal parecía que el de cabellera celeste también deseaba aquello, pues no puso objeción alguna al sentir los grandes dedos de su pareja en la zona más sensible de su cuerpo. […]