Te llamarán al teléfono móvil unos minutos antes de ir a trabajar, será tu jefe, el cual te avisa de que te pases por su oficina porque va a haber una reunión. Aceptas y cuelgas, ya has tenido una de esas reuniones anteriormente, médicos de otros hospitales se reúnen para charlas sobre la sanidad y demás cosas que les importan a los médicos. O eso quieren hacer creer… Porque ya has estado en una de esas reuniones, y no son más que una oportunidad para que unos queden mejor que los otros, y así ganen respeto y prestigio en su especialidad. Pero tú no entrarás en su juego, te sentarás en el sitio más alejado posible de ellos y quedarás como el rarito con problemas que se queda callado en las reuniones, pero no te importa, porque no serás tan idiota como para caer en su juego de pisotearse los unos a los otros.
Entrarás en la oficina, y qué sorpresa, todos los malditos médicos te estarás mirando y te seguirán con la mirada hasta que te sientes en el lugar más apartado de ellos, de todos modos no quieres que se te pegue su estupidez. No prestarás atención a nada de lo que digan en la reunión, pero oirás palabras sueltas como eviterno, misoneísmo, aporía y macarrónico; que te servirán para hacerte una idea de lo que va la conversación. Los prestigiados médicos dirán ese tipo de palabras que le hacen parecer más inteligentes, pero la verdad es que las usarán en un contexto en el cual no tendrán sentido y ni ellos mismos sabrán lo que estarán diciendo. Uno de ellos dirá algo sobre la apeirofobia y le dará la definición de tener miedo al aire, sabes que las palabras le quedan demasiado grandes, porque la apeirofobia es el miedo al infinito, una de las fobias más raras que existen. Le prestarás atención a una palabra que has escuchado en boca de esos medicuchos: logomaquia. Es irónico, porque la logomaquia es una discusión en la cual se atiende más a las palabras y no al fondo del asunto. Es más o menos lo que pasará en la reunión, pero se centrarán en cómo suenan las palabras y no en lo que verdaderamente significan.
Te hartarás de estar ahí, sientes que a cada segundo que pasas cerca de esa gente se muere una de tus preciadas neuronas. Te levantarás de golpe y te dispondrás a irte, cuando alguien te pedirá explicaciones de por qué te vas. Tú les responderás: “tengo que seguir con mi trabajo”, él te dirá: “no me parece bien que te vayas ahora”, tú le contestarás: “no he pedido tu opinión”, él con cara seria te dirá: “Law, siéntate, no quiero una batallita hipócrita”. Es entonces cuando te reirás en su cara y le aconsejarás: “deberías revisar el significado de algunas palabras antes de usarlas”, y él con el ceño fruncido te dirá: “tú deberías de dejar de tomarte a ti misma como mi jefe. Si no tiene sentido no me importa”. Ante eso no podrás hacer más que fruncir el ceño y decir: “sólo te aconsejo que no uses palabras que se te queden grandes”, y él responderá manteniendo su estúpida postura: “no me influyen tus consejos sacados de la chistera, para tu información”. Para ese entonces tendrás ganas de coger una silla y partírsela al medicucho de las narices en la cabeza, pero lo que buscas no es que te quiten el trabajo, así que le contestarás: “interesante información, ¿me la apunto?”. Con eso le habrás dejado callado, pero al fin dirá: “Si tus intuiciones baratas han sido las de callarme se necesitan más de tres para callarme” Te quedarás callado, más que nada porque no habrás entendido lo que ha dicho y porque no venía a cuento de nada, así que le dirás: “no sé qué decir ante tus gilipolleces”, y cómo no, el tendrá que seguir echando mierda por la boca: “eso no lo diría cualquier persona. La verdad es que llamas gilipolleces a mis palabras contra ti, sólo demuestras tu parte infantil e inmadura sabiendo que es verdad lo que digo”. Procesarás tus palabras, sólo para preguntarte dónde quedó la inteligencia de la raza humana. Explotarás por dentro, pero por fuera tu cara seguirá indiferente y dirás: “te crees demasiado usando palabras y términos que ni tú dominas. ¿Y al final sabes qué? Que no me importan ni una mierda tus palabras”. Él sonreirá y asegurará: “tú no sabes lo que domino o no porque estoy en un curso superior que escapa a tu comprensión”. Tendrás ganas de aplaudirle en la cara, pero te contendrás y preguntarás: ¿Algo más? Él seguirá hablando: “pues que digas lo que digas no vas a cambiar mi manera de pensar y no vas a conseguir mi perdón diciendo esas cosas aunque seguro que un adulto maduro no lo necesita”. Para ti la conversación ya ha terminado, no quieres explotar aquí, así que le dirás: “adiós”. Pero él seguirá hablando solo y tendrás que decirle: “busca lo que significa adiós, porque creo que no lo entiendes. Así que lo repetiré… Adiós…”. Y a pesar de tus esfuerzos, él no parará de hablar: “sé lo que significa perfectamente. Lo que pasa es que la vida es demasiado corta para darle un adiós a alguien que no se merece ni la carnaza”. Te limitarás a decirle: “no me interesa, adiós”, pero claro, él no cerrará el pico y dirá: “hablaré lo que quiera, no me lo vas a impedir” La vena de tu frente se empezará a hinchar peligrosamente, así que simplemente respirarás hondo y te irás por la puerta por la que has entrado sin volver a intentar despedirte. Has aguantado durante muchos años este tipo de situaciones, así que no irás a explotar en ese momento.