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Medianoche por Kayazarami

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2. Después de Venus

—Joder, Potter. Es de no creer.

Fue lo primero que dijo Draco al encontrarse de nuevo con su enemigo escolar por décima vez en lo que iba de mes, en medio de la noche, pegado a un telescopio de la torre de astronomía, oteando el cielo nocturno como si no hubiera nada más interesante en todo el mundo.

—Si vas a quedarte, por lo menos no molestes —gruñó Harry, ajustando el telescopio con las manos.

—¿Qué demonios estas viendo esta noche?

—Venus.

—¿Y que tiene de interesante, si puede saberse?

Harry bufó indignado y no se molestó en responder. Mosqueado, Draco se sentó en el suelo, poco dispuesto a marcharse de allí.

No era la primera vez que se quedaba un rato con él para matar el tiempo y era mejor opción que pasear durante horas por los pasillos. Nunca lo admitiría en voz alta, pero se sentía acompañado, aunque apenas hablaran entre ellos.

Se dedicó a contemplar a su compañero de curso, mientras este observaba fascinado los planteas y estrellas del firmamento. De vez en cuando, el moreno ojeaba un libro que llevaba con él y ajustaba el telescopio, seguramente en busca de más cuerpos celestes.

Pasada casi una hora de silencio absoluto entre ellos, el chico pareció darse cuenta de que no estaba solo y se acercó hasta él, tomando asiento a su lado. Rebuscó en su bolsillo y le ofreció un par de ranas de chocolate que Draco aceptó en silencio.

—¿Por que estás aquí, Potter? —preguntó el rubio, curioso, rompiendo el armonioso silencio del que habían gozado hasta ese instante—. Y no me digas que para ver Venus, por Merlín.

Harry se encogió de hombros.

—Supongo que estoy aquí por el mismo motivo que tú.

—¿Tienes insomnio?

El moreno negó con la cabeza, mordió una de sus ranas de chocolates y elevó la vista el cielo. Draco jadeó flojito al ver reflejadas las estrellas en sus ojos verdes. Tenía la mirada más increíble que le hubiera visto a nadie nunca.

—Ya me gustaría a mi tener insomnio. No, lo mío es otra cosa —dijo, tranquilamente—. Cada vez que cierro los ojos, sueño con la muerte de alguien.

—¿Pesadillas? —preguntó Draco—. Pero hay una poción que...

—No, no son pesadillas. Ninguna poción puede ayudarme —aseguró y luego lo miró directamente—. Pero a ti sí. ¿Por qué no tomas ninguna?

Draco hizo una mueca y negó a su vez con la cabeza. Ahora entendía porque su rival estaba tan desequilibrado, si cada vez que dormía soñaba con muerte.

—Porque son adictivas. Y las que no lo son no me hacen efecto a estas alturas.

Harry sonrió. Si todos sus problemas se pudiesen solucionar con una poción, la tomaría sin importarle lo adictiva que pudiera ser. O los efectos secundarios. O el sabor.

Miró al mago sentado a su lado. El rubio no se daba cuenta, pero llevaba un buen rato desviado la vista al cielo. Y es que las estrellas de Hogwarts eran increíbles, casi conseguían hacerle olvidar a uno que estaban en medio de una guerra.

Permanecieron en silencio durante horas, contemplando los astros y comiendo ranas de chocolate.

En cierto momento, Harry notó como su hombro se hundía bajo cierto peso, ya que el rubio se había quedado dormido y recostado involuntariamente contra él.

Con una pequeña sonrisa, conjuro con un accio su capa de invisibilidad y lo cubrió tanto como pudo, para evitar que el frío lo despertase.

Pasó el resto de la noche mirando el cielo sin decir nada.





Cuando Draco se despertó por la mañana, estaba solo en la torre de astronomía, con una capa con el escudo de Gryffindor resguardandolo del frio.

Buscó a Potter por todo el castillo para devolvérsela, pero no lo encontró.

Cuando se cansó de dar vueltas sin sentido, se dirigió al despacho de Dumbledore para preguntar donde estaba la sala común de Gryffindor.

—Ah, señor Malfoy, tome asiento —pidió el director amablemente después de que este entrara al despacho y el rubio obedeció—. ¿Qué le trae por aquí?

—Me encontré la capa de Potter ayer. Quería devolvérsela, pero no lo encuentro, así que venía a preguntarle donde esta su sala común.

Dumbledore sonrió amablemente y convocó dos tazas de té y les sirvió a ambos. Draco tomó la suya con cierto recelo.

—Me temo que ni siquiera en estas desafortunadas circunstancias creo conveniente que un alumno de otra casa conozca la ubicación de otras salas comunes, señor Malfoy —le explicó, con sus ojos azules brillando tras las gafas de media luna—. Además, no encontraría allí al señor Potter. Ha salido de viaje y me temo que tardará unos días en regresar.

Draco bebió un poco de su té. ¿De modo que Potter se había marchado otra vez? La vez anterior había tardado dos semanas en regresar. ¿Qué demonios estaría haciendo? Estaba seguro de que preguntándole a Dumbledore no obtendría respuestas.

—Ya veo —fue todo lo que dijo.

—Señor Malfoy —llamó Dumbledore, haciendo que sus miradas se encontrasen—. ¿Se están llevando mejor usted y el señor Potter?

—No nos estamos llevando. Simplemente quería devolverle la capa que encontré.

—Por supuesto —aceptó el director, pero sus ojos le indicaron que no le creía.

¿Sabría acaso el viejo loco de sus encuentros en la torre de astronomía? ¿Y de que Potter estaba perdiendo la cabeza por no dormir, jugando a ser astrónomo? Estaba a punto de preguntar algo, solo por curiosidad, cuando alguien irrumpió en el despacho, dejando que la puerta golpeara con la pared.

Draco se giró para ver a el profesor Snape dirigirse directamente a Dumbledore, ignorando o no dando importancia a su presencia.

—Tenemos un problema —anunció y el rubio se fijo en como uno de sus manos apretaba fuertemente la muñeca del brazo derecho, justo a la altura de la marca tenebrosa—. Está convocando una reunión. Dice que tiene a Potter.

Dumbledore se levantó y se dirigió a Fawkes, que reposaba tranquilamente sobre su plato dorado.

—Avisa en el cuartel general. Necesito a tantos miembros de la Orden del Fénix aquí tan rápido como puedan reunirlos.

El fénix silbó, como confirmando el mensaje y alzó el vuelo, marchándose a toda prisa por la ventana. El director se dirigió entonces a Snape.

—Ve —dijo simplemente—. Averigua donde lo tienen.

Snape asintió y salió casi corriendo por la puerta. Entonces el anciano pareció reparar en Draco de nuevo.

—Debería regresar a su habitación, señor Malfoy.

Draco sabía que tenía razón, pero por algún motivo que no llegó a entender negó con la cabeza, incapaz de mirar al director a los ojos.

—Como quiera —dijo este, dándole permiso para quedarse allí y ser testigo de todo lo que estaba por ocurrir.

Continuará...


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