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El príncipe de Sekkei y el kami de la vida por Angie Sadachbia

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2. Magia

 

I

 

Varios días después del festivo encuentro en el estanque, Haruna estuvo a solas con el príncipe Kouyou para darle su primera clase sobre la energía. Con Yuu lejos (ayudando en tareas domésticas de la aldea), la sala de la casa se convirtió en una cómoda aula donde los dos pudieron hablar libremente del tema.

El humano ya apreciaba a la ninfa centenaria que brillaba por su espíritu jovial y por las actitudes que él, como miembro de la realeza, consideraba impropias o indebidas de una dama; aunque esas situaciones nunca despertaron ningún tipo de enfrentamiento verdadero, puesto que el joven fue entendiendo, poco a poco, que las cosas en Gensou eran muy distintas. Empezando, cómo no, por el conocimiento que tenían los seres mágicos de la influencia de la energía.

—Existen muchos tipos de energía, sin importar su intensidad, puede ser dividida en amable, agresiva, irradiante y receptiva. Dependiendo del tipo de energía predominante en una persona y la manera como ella interactúa con otra energía, puedes aprender a congeniar con cualquiera sin problema alguno. —Valiéndose de algunas ramitas de colores, le diagramaba todo al muchacho para que comprendiera mejor.

—¿Cómo puedo reconocer todo eso? —Uruha creía que nada le ganaría a las clases sobre administración real; pero el dolor de cabeza que se veía como buena elección cada vez que tocaban el tema de la energía le decía que, quizá, eso era mucho peor.

—Por el color y la intensidad —dijo con simpleza mientras dibujaba una personita y, alrededor, le ponía líneas de colores—. Cada persona tiene un color característico de energía y una intensidad propia. Sin embargo, esas dos cosas pueden alterarse por infinidad de factores; cuando eso pasa, puedes interpretar los cambios o diferencias como estados emocionales.

Su mente entonces le recordó que había visto líneas de color azul alrededor de Aoi con frecuencia y que, de su cuerpo, parecían emerger tiritas rojas. Pensaba en las veces que eso le había pasado en Sekkei con sus amigos, sus familiares o con conocidos y siempre lo había achacado a un problema con sus ojos.

El silencio instalado, aunque cómodo, despertó la curiosidad a Haruna. La ninfa observaba detenidamente al joven, tratando de leer el aura ajena mientras el dueño estaba en una especie de trance. Nunca había tenido que enseñarle a un humano todo eso, por lo que concluyó que él estaría tratando de entender todo con su cerebrito racional.

A pesar de la facilidad que tenía la mujer para leer a los demás a través de su energía, en el caso de dos criaturas en especial esa tarea se le hacía especialmente complicada. Ella sabía que los humanos eran un tanto conflictivos con sus energías, lo que podría provenir de la dualidad natural de ellos o de un matiz distinto en sus energías vitales. Por eso, con Kouyou, tuvo que poner a prueba todo lo que sabía. También, debió aprender a lidiar con otros sin la posibilidad de leerles como a un libro.

—¿Qué es la magia? —preguntó de repente sin dejar de mirar al suelo con aire pensativo.

—La magia es la capacidad de afectar la energía de algo o alguien usando tu propia energía. Es una alteración invasiva que puede ser usada para el bien o para el mal —explicó con voz suave, a pesar de la sorpresa—. ¿Por qué lo preguntas?

—Creo que eso está relacionado con que yo… —Dudó por un instante, decirlo en voz alta rayaba lo ridículo; sin embargo, era una duda que merecía explicación—. Puedo ver lucecitas alrededor de los demás, siempre he podido —murmuró avergonzado—, ¿eso es magia?

—No, lo tuyo es un don que te permite ver y sentir la energía. Eso te ayudará mucho a relacionarte con otros, porque puedes sincronizar tu propia energía con la suya o, al menos, entender cómo se sienten.

La pequeña clase sobre sensibilidad energética y sus posibles beneficios le resultaba confusa, aunque interesante. Se extendió toda la tarde, hasta que la ninfa pudo expresar en palabras su más grande preocupación mientras un par de humeantes vasos de té servían de distracción.

—Tú escondes algo, Kouyou. Eso altera tus emociones y te impide relacionarte abiertamente con los demás. —Con suavidad, la ninfa manifestó de forma más o menos directa lo que le generaba preocupación.

—No tengo que relacionarme así con todos —dijo acompañado de un gesto tosco. Se sentía como un niño regañado por sus padres y él no era uno, no debía estar escuchando ese tipo de discursos.

—¿Ves lo que digo? —El joven la miró abochornado, exhibiendo esa mueca Takashima que gritaba «déjame»—. Kouyou, quiero que puedas fluir sin temores con las personas. Por favor, sea lo que sea que te atormente, déjalo salir.

—Nada me atormenta, Haruru. En serio. —Fingió una perfecta sonrisa, la misma que usaba en las ceremonias protocolarias para los consejeros de su padre en Sekkei.

—Voy a pretender que te creo.

 

II

 

La relación con Yuu se había convertido en una serie de altibajos más o menos frecuentes. El kami cumplía su tarea de vigilar el progreso del joven, manteniéndose en contacto con su nodriza y con él. A veces cocinaban, daban una caminata por los bosques o se sentaban a hablar en orillas del estanque de energía; cuando todo era así, era perfecto. Ambos sabían que sus vidas danzaban juntas cada que se veían, las lucecitas empezaban a tejerse y solían regularse para quedar en un estado anímico similar al del otro. La nostalgia, la euforia, el enojo, la sorpresa… no importaba qué fuera, siempre se sincronizaban.

Había ocasiones en que el mayor insinuaba hablar sobre la situación del estanque, a lo que obtenía la misma respuesta: tema prohibido. No importaba cuánto lo intentara, el resultado no variaría y no obtendría una razón; incluso intentó acorralarlo para repetir el beso que le trastocase el alma a ambos esa noche. Con firmeza, el príncipe pudo conseguir cierta tranquilidad por varios días; una tranquilidad que no podía aceptar con alegría porque eso significó la lejanía del pelinegro.

 

Una fría tarde de otoño, el kami estuvo esperando a su joven custodiado en el portal de la casa de su nodriza durante varias horas. No había dormido bien, cargaba un instrumento de cuerdas consigo y la ansiedad propia de quien tiene la posibilidad de ver a su persona especial.

Ya no se molestaba con la actitud de hijo consentido del príncipe, porque éste había madurado lo suficiente como para contener su egoísmo y para ser más amable, porque no tenía relevancia pensar en defectos que pudiese tener el castaño: estaba enamorado, no sería capaz de ver sus fallas. No quería admitir que no era correspondido, en el fondo, creía que sí y que el menor sólo lo evadía porque estaba confundido.

Pudo distraerse en la espera con esos pensamientos y con el revoloteo ocasional de Ten-chan, esa ave en forma de bolita que tanto adoraba Haruna y de la que no tenía mayor referencia, sólo sabía que siempre había estado.

La longevidad en Gensou era una constante para criaturas superiores, aquellas generadoras, conservadoras, distribuidoras y manipuladoras de energía. Ten-chan era un simple punto emplumado que adornaba la aldea de las ninfas con su peculiar forma, una criatura como cualquier otra con una vida fugaz. Sin embargo, ahí estaba, probablemente tendrían la misma edad. Siendo kami de la vida, Aoi no podía explicar por qué ese ser inferior disfrutaba de una vida más prolongada que la de sus similares que también habitaban esos terrenos altos.

Sus conjeturas divagantes sobre la vida de Ten-chan fueron cortadas de raíz por el golpe de una fruta.

 

III

 

La vestimenta tradicional gensouniana sería desafiada por la osadía de un gnomo hilandero —muy alto para su especie—, auspiciada por las ideas traídas de un mundo bajo en la mente de un humano con ínfulas de realeza en una tierra extraña.

Paralelo a sus lecciones divinas, el joven se mantenía en contacto con Ruki para entonar melodías, conocer secretos que Aoi nunca le contaría o, en su defecto, para buscar entretenimiento con esos dos seres que eran los únicos que él consideraba sus amigos.

Los cambios empezaron con ajustar las túnicas, lo que las hizo más similares a las que conocía Uruha, siguieron con el uso de colores más fuertes de los acostumbrados y terminaron con diseños pintados a mano en las telas.

El impulso de los jóvenes nació en un encuentro casual en el mercado de la aldea de los elfos, donde Uruha y Haruna conseguían algunos productos para preparar la cena y donde Ruki conseguía pigmentos para sus telas. Después de una conversación efímera sobre el estilo de vestimenta en Sekkei, los más jóvenes se fueron de ahí, dejando a la ninfa sola con la cesta de la compra, menos un durazno.

Para esa tarde, los tres amigos habían acordado encontrarse para beber néctar, componer música y observar una lluvia de estrellas. Sin embargo, la impulsividad los llevó a acelerar y cambiar ligeramente sus planes. Por eso Uruha se fue cargando una canasta llena de mezclas para crear tintes de tela a la casa de Ruki, mientras éste iba por Aoi y lo llevó al lugar de encuentro después de haberle golpeado «sin intención» con una fruta.

De hecho, llegaron casi al mismo tiempo a la puerta del gnomo: uno de ellos caminando, los otros dos corriendo.

—Por cosas como esa es que pongo en duda su grado de madurez. —El príncipe reprendía verbalmente a sus amigos, a esos dos seres que le llevaban décadas de vida y que, por lo general, se comportaban como adolescentes sin control paterno. De hecho, control paterno no tenían.

—¡Me golpeó con algo suavecito!

—Era un durazno, tarado. —Ruki le corrigió antes de volver a tomar las enormes tijeras que usaba para cortar tela, con la intención de parecer intimidante.

—Los dos son idiotas —murmuró furioso el castaño, se notaba en sus labios y en su ceño fruncido. Aoi, sin perder oportunidad, se sentó a su lado y pasó un brazo sobre esos reales hombros.

—Te esperaba cuando él me atacó, yo tenía motivos. —Con cuidado, Uruha le retiró el brazo y se puso de pie para revisar la mezcla de tinturas que usarían—. ¡No me ignores, Kouyou!

Crearían cuatro kimonos, como les dijo Uruha que se llamaban, para empezar. Tres serían para ellos mismos, el otro sería para ese chico especial que Ruki llevaba un siglo tratando de conquistar. Por cuenta de la pequeña discusión, el mayor de todos no conocía en detalle qué estaban haciendo sus compañeros.

El tema se desvió hacia los animales o cosas favoritas de los jóvenes, lo que sirvió mientras las telas terminaban de secarse tras el tinturado. Uruha y Ruki conocían lo conservador que era Aoi con la vestimenta, por eso temían su reacción en cuanto viera los vivaces colores que adornarían las telas. Mientras eso pasaba, se relajaron viendo las estrellas rayar el cielo, acompañadas de las suaves tonadas de las liras de dos de ellos.

—¿Por qué creen que las estelas de esas estrellas tienen colores tan brillantes? —cuestionó el príncipe, dejando de lado la tonada para observar mejor el espectáculo ante sus ojos.

—Su energía es más poderosa que la nuestra, aunque no llega tan pronto a este lugar. Por la demora, se siente más débil de lo que en realidad es —explicó el pelinegro que, también, miraba el espectáculo natural. A los ojos de Ruki, esas estrellas no emanaban ningún color en especial.

 

Como se lo esperaban, Aoi se exasperó cuando vio los colores de las telas que sus amigos usarían para crear ropa, ¡ropa! El kami estaba ofuscado, nunca nadie había intentado sobresalir por la ropa en Gensou y creía firmemente que a Yasu-dono no le gustaría el detalle. Con sólo ver esas telas de color rojo sangre, azul real, verde esmeralda y púrpura, se sentía desfallecer. El par de amigos que se cargaba para romper reglas le dieron mil y una razones para que no se enojara; pero no aceptó ninguna.

—¡Nunca nadie ha vestido así en este lugar!, ¿en qué están pensando? —Terminó de berrinchar, tomó asiento ruidosamente y trató de calmarse para saber qué decisión prudente tomaría al respecto.

—Siempre hay una primera vez, Aoi —dijo Uruha mientras se acercaba en su mejor postura diplomática, bien aprendida para sus deberes reales en Sekkei—. Además, no sabemos por qué Yasu-dono ha decidido que la ropa se porte así. Supongo que podríamos regalarle una prenda primero a él para que considere permitir los cambios.

—No va a ser tan fácil.

A la rabieta inicial del kami le siguieron muchas más por cuenta de cosas como la pintura en las telas, los colores, los diseños, la extravagancia del producto final y de lo ajustado de la ropa. Para poder terminar las, en fin, cinco prendas, Ruki y Uruha debieron apartar a Aoi del proceso o nunca avanzarían.

Culminar este proyecto les tomó unos siete días, la mayoría de los cuales se invirtieron en plasmar los diseños que el príncipe tenía en mente para cada prenda. Cuando él se disponía a este trabajo, tomaba varias horas antes de ponerse de pie. Se abstraía del mundo para lograr cada detalle y para asegurarse de terminar antes de permitirse el descanso.

 

IV

 

El gnomo hilandero fue a la aldea del centro de Gensou para hacer la primera y más importante entrega de esa producción de ropa tan inusual. Su destino era la casa del kami supremo, de su dios, y decir que los nervios le corroían no sería suficiente para describir lo que sentía en ese momento. No se trataba sólo de conseguir el beneplácito de Yasu-dono para usar esas prendas en su próxima juerga, también le importaba mucho que al dios le gustara el regalo que le llevaba y que permitiera que cualquier criatura que se viera interesada la pudiera ordenar.

En casi diecisiete décadas en la manufactura de ropa, Ruki nunca había creado algo tan diferente y se sentía orgulloso de haberle hecho caso a Uruha, por eso era importante. Además, ya había tratado con el dios antes y siempre se había sentido opacado por la presencia de ese ser. Tenía todo en contra ese día que debió ir solo a entregar un paquete.

La puerta de aquella casa pequeña, tan sencilla como las demás de la aldea, se abrió lentamente tras un momento de espera que sucedió al golpeteo de la aldaba, tiempo suficiente para que el gnomo notara el cambio de dicho objeto: de ser un aro sencillo, pasó a ser una cabeza de dragón de la que colgaba el aro antiguo. Un detalle curioso para el hilandero.

—¡Mi señor! Tenga usted buen día —saludó con nerviosismo mientras rendía la debida venia al dueño de Gensou, quien parecía estar recién levantado de la cama.

—Buen día, Ru… —Sus palabras fueron interrumpidas por un largo bostezo, que fue disimulado con una mano—. Ruki. ¿A qué debemos tu visita? Aoi no está. —Yasu-dono se recostó en el marco de su puerta con los brazos cruzados, esperando la respuesta de la joven criatura que ya no se encontraba tan nerviosa ante su presencia.

Al joven subordinado, sin embargo, las palabras le salían atropelladas por un incómodo tartamudeo. Para el kami no pasó desapercibido y, atento como era con sus súbditos, le invitó a pasar para tomar el té mientras hablaban de otros temas.

La conversación que llevaron estos dos seres no tomó mucho tiempo, fue desde la pronta ausencia del dios en su hogar por cuenta de la revisión anual de su reino hasta el diseño renovado de la aldaba que a Ruki tanto interés le había despertado. Saber quién había sido el encargado fue, para él, una gran sorpresa.

—No creo que hayas venido a preguntarme por el herrero que forjó tan bella aldaba, ¿o me equivoco? —preguntó audazmente mientras el menor seguía dándole vueltas a ese nombre—. Dime en qué te puedo ayudar, Ruki-kun. —Las últimas tazas de té seguían humeando sobre la mesa de centro, el joven gnomo dudó de sí mismo en tanto recordaba la razón que lo había llevado a esa casa y, como en una revelación, el pequeño paquete a su lado se lo recordó.

—Kouyou-kun y yo hemos diseñado unas nuevas túnicas y… —titubeó, miraba al dios de reojo para no perder de vista sus reacciones, esas que él conocía bien por haber trabajado durante tanto tiempo para él—. Aoi dijo que no le gustaría a usted ver algo distinto, así que queremos presentarle este regalo y que nos dé su visto bueno para usar estas prendas. —El gnomo se puso de pie para entregar, con una respetuosa venia, el regalo a su ser superior, quien lo tomó con suavidad y dedicó un tortuoso tiempo a abrirlo, mirarlo, desplegarlo y, al fin, ir a probárselo.

Yasu-dono regresó después de varios minutos a la sala con el ajustado y negro kimono, adornado con detalles rojos y dorados bastante elegantes. El cinturón y varios detalles de la tela eran rojos también. Por el gesto del kami, Ruki supo anticipadamente que la prueba de fuego había sido superada.

—Hace muchos siglos que usamos túnicas aburridas en Gensou, tienes mi aprobación para… —Debió detenerse un instante para encontrar las palabras correctas—. Sé creativo, no tengo problema con eso.

 

V

 

Llegaba el equinoccio de otoño junto a la luna llena y para celebrar ambos acontecimientos, una amena fiesta alrededor de la laguna de energía. Al ser una festividad tan importante para todos en Gensou, debido a que marcaba el fin de cada ciclo energético, se invitaba a cada habitante para que hiciera parte de ella.

En casa de Haruna empezaron los preparativos del trío de amigos más desastroso de Gensou. Era la prueba definitiva que le diría a la ninfa si Kouyou estaba preparado o no para continuar con su proceso espiritual y, para los chicos, una ocasión para divertirse. Ellos aprovecharían el evento como impulso para el uso de una nueva prenda y para otras cosas menos materiales.

Incluso Aoi había aceptado esa manera de vestir tan extravagante y Haruna tenía su versión, corta hasta la rodilla y con pequeñas mangas, de un kimono muy femenino.

—Pensar en que no te gustaba cuando viste la tela, eres un tonto. —El kami menor que se mantenía como buen tutor de su humano, se elogiaba a sí mismo frente al espejo que le dejaba ver cómo ese kimono azul rey con detalles plateados le hacía lucir.

—¿Desafías todo así? —cuestionó sin dejar que las palabras ajenas le afectaran, dejó de contemplar su imagen para fijarse en el joven príncipe que le dirigía una mirada confundida—. ¿Eres así de insolente con cualquier cosa? Tal vez ya entiendo por qué casi te mueres en Yukiyama.

—Creo que es deber de cada criatura buscar su camino y no renunciar fácilmente, aunque parezca «insolente». —La sonrisa en los labios del príncipe tomó por sorpresa a Aoi, quien esperaba una reacción aireada o una disculpa—. Es probable que tus detractores terminen admirándose frente al espejo con tus insolencias encima. —Y antes de que el joven dios le pudiera contestar de forma explosiva, lo besó fugazmente para luego salir del lugar sin deshacer su sonrisa.

 

Como en centenares de veces pasadas, se esperaba que el gran kami hiciera acto de presencia. Sin embargo, ese equinoccio no sería la excepción: Yasu-dono estaría con Ryutaro-sama en algún lugar apartado del vulgo, como se refiriese el mago a los habitantes de Gensou, festejando a su manera del equinoccio (cuidando de no pasar por agua tan importante ocasión).

En la laguna, la celebración empezó con el atardecer que tinturó de anaranjado las tierras llenas de hojas color ocre, permitiendo ver esos hilillos de energía que morirían en pocas semanas para renacer con la fuerza de esos mismos rayos de sol. El néctar, los laúdes, los tambores y las danzas eran fáciles de encontrar en cualquier rincón del sitio; lo difícil sería hallar a una persona en específico o, en este caso, dos.

Notas finales:

¡Hola, mis apreciadísimos lectores!

Lamento la tardanza, he estado ocupada con asuntos personales y con algunas lagunas de inspiración, por eso no he escrito todo lo que desearía >,<

El tercer y último capi estará listo antes del 10 de julio, tomen mi palabra D: Tengo algunos asuntos pendientes para este mes y por eso no puedo prometer una fecha más cercana :C

Por otro lado, ya hay tres fics más en proyecto para esta serie... pero serán publicados uno por vez y en forma de one shot :3

 

Espero que les haya gustado este capítulo, quise dejarlo ahí porque se viene el climax de la fiesta y la parte en la que Uruha estudiará con Ryuutarou, que será ligeramente diferente a la de la primera versión.

Pueden dejar su review o escribirme a @AngieSadachbia en Twitter :)

 

¡Nos leemos! :D


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