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Doce Veces Después de Hades por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

Aioros recuerda momentos de su vida. 


 

El recién nacido lloraba sin consuelo en el pequeño moises, las doncellas caminaban con prisa, nerviosas por lo que ocurría, la partera verificó que la criatura se encontrara bien.

 

¿Quién se lo diría?

 

Shion había llegado hasta la cabaña donde yacía el inerte cuerpo de la agotada mujer, las doncellas habían sido rápidas, la sangre y placenta ya se no encontraban ni en el suelo ni en las sabanas, y la mujer con ojos cerrados y manos al pecho descansaba ya en la eternidad de la muerte, sobre el lecho.

El pequeño lloraba en otra habitación.

 

 —Le pido misericordia mi Señor, no pudimos hacer nada con la hemorragia, se fue en cuanto el niño nació—dijo la partera, tomando la mano del Sumo Pontífice y besándola.

 

Shion se acercó a la mujer, tocó su frente y oró por su alma.

 

 —¿Dónde está el niño?—preguntó con su calmada voz.

 

 —En la habitación continua, las doncellas lo están aseando y alimentando—dijo con la mirada al suelo.

 

 —El niño está destinado a ser un Santo de Oro, cuando esté listo, súbanlo hasta la Sala del Patriarca, debó hablar con su hermano…

 

**

 

 —¡No debes rendirte Aioros! Algún día tú te convertirás en un Santo Dorado, portarás una Armadura que representa a los más poderosos guerreros de Athena, naciste para guiar a Sagitario ¡Éstos golpes no deben ocasionarte ningún problema! ¡Así que levántate!

 

El niño había estado comiendo la arena del coliseo la mayor parte del día, a su lado, su mejor amigo no la pasaba nada bien tampoco, ambos estaban humillados en su orgullo.

 

 —Papá no puedo ¡No puedo hacer arder el cosmos como dices! Saga ya lo ha logrado, pero yo no puedo—Una nueva patada lo mando lejos de los presentes.

 

Saga observó con furia a su maestro, y corrió para auxiliar a su amigo.

 

 —¿Estás bien Aioros? Tu padre no debería tratarte así…

 

 —Lo hace por nuestro bien Saga, mi papá se ofreció a entrenarnos porque el Patriarca ya había anunciado que seremos Santos... él sólo quiere que cumplamos con nuestro destino—tomó la mano de su amigo y con su ayuda se incorporó.

 

 —Creo que por hoy es suficiente—dijo el hombre en cuanto se acercó a los dos menores.

 

Airos había estado al servicio del Santuario desde que recordaba. Entrenó durante su niñez día y noche, pero nunca le fue suficiente para alcanzar siquiera el rango de Bronce, por lo que cuando nació su primogénito, al que llamó Aioros, dedicó su vida a su cuidado, las estrellas lo habían nombrado como guardián de Sagitario, y el griego procuraría que su hijo sea el mejor de todos, educándolo con amor y sabiduría, pero con rudeza, en la batalla no podía ser blando y eso Aioros lo sabía, al igual que Saga, quien abandonado en el Santuario de pequeño, creció junto a la familia de su mejor amigo.

Airos sabía de la existencia de Kanon, pero debía mantenerla oculta.

 

 —Prométeme que serás un hombre de bien, que protegerás a tu madre y a tu hermano que nacerá en poco tiempo, y sobre todo Aioros, prométeme que protegerás a Athena aun a costa de tu vida—su padre se encontraba de rodillas, tomándole de los hombros, al pequeño castaño no le gustaba su forma de hablar, parecía más una despedida.

 

 —Te lo juro padre, prometo ser fiel a tu enseñanza, protegeré a mi madre, a mi hermano y a mi Diosa—dijo, sintiendo ganas de llorar. Su mejor amigo se encontraba a su lado.

 

 —Quiero que tú me prometas lo mismo Saga, sirve siempre al bien.

 

 —Lo prometo maestro, protegeré a Athena y a Aioros—El hombre entendió en el brillo de su mirada, que también le prometía cuidar de Kanon.

 

Cuando Airos partió a una misión con varios Santos y soldados rasos como él, Aioros y Saga se tomaron de la mano, sintiendo en sus acongojados corazones, que aquella sería la última vez que verían al hombre que forjó sus caracteres.

 

Y aquel sentimiento, fue cierto.

 

**

 

Saga sostenía su mano, y sintiendo como propio el dolor de su mejor amigo, también lloraba.

 

 —Murió cuando tuvo a mi hermanito—repitió las palabras de Shion, tratando de asimilarlas.

 

 —Siento mucho tu perdida Aioros, tu madre, al igual que tu padre, siempre fueron fieles al Santuario y Athena, siento mucho pesar en mi corazón, pero ahora debes recuperarte y guiar a tu hermano, en las enseñanzas y memoria de tu padre—Shion puso una mano en el pequeño hombro del castaño—tú serás su maestro, Aioria es ahora tu responsabilidad, por él debes mantenerte firme.

 

 —Aioria…—susurró el griego, ese había sido el nombre elegido para el bebé.

 

 —Yo te ayudaré Aioros—le escuchó decir a su amigo—Airos fue mi maestro también, y quiero que tu hermano sea feliz, para eso somos hermanos mayores, para cuidar y proteger a nuestros hermanos, para procurarles felicidad—dijo el de cabello azul con cierta rabia en su voz, misma que no pasó desapercibida por Shion, debido también a que le pequeño le lanzaba miradas de reproche.

 

 —Gracias Saga, eres el mejor amigo del mundo—Sus manos nunca se separaron.

 

 —¿Quieres conocerlo?—le preguntó el Patriarca.

 

 —Si, me encantaría—dijo con algo de felicidad.

 

 —Vengan conmigo entonces—y cada uno tomó una mano del Pope, mientras caminaban a uno de los cuartos en la Sala Patriarcal.

 

Aioros caminó con algo de miedo hasta el catre donde estaba su hermano. El bebé por fin dormía después de varias horas de llanto, Saga se ubicó al otro extremo.

 

 —Qué pequeñito es—dijo el de mirada verde.

 

 —Así son los bebés Saga, es muy bonito—dijo al tiempo que acariciaba una manito.

 

 —Se parece mucho a ti.

 

 —Se parece a mi mamá…

 

 —No estés triste Aioros, nosotros cuidaremos de Aioria, verás que se convertirá en un Santo como nosotros, seremos buenos maestros—y le sonrió todo emocionado, Aioros observó esos ojos verdes intensos, que brillaban de emoción, su amigo había sido incondicional con él, estuvo siempre para él, y no dudaba que lo seguiría estando…Así como él, lo estaba para Saga.

 

 —¿Me lo prometes?—dijo de repente.

 

 —¿Qué cosa?—Saga preguntó confundido.

 

 —Que estaremos juntos siempre—el de cabello azul se sorprendió de la pregunta, pero no vaciló en responder.

 

 —Siempre estaremos juntos Aioros—Le dijo sonriendo.

 

Shion cerca de la puerta, sintió un malestar en su pecho, queriendo que sus premoniciones nunca se cumplieran…

 

**

 

 —Hemos recorrido las periferias de Ática, Tesalia, así como también en Creta—decía el griego hincando una rodilla al suelo, mismo que observaba con ahínco.

 

 —Aioros, hemos recorrido Grecia en su totalidad, hace un mes que el Santuario por completo se ha dedicado a su búsqueda, ya es hora…

 

 —Sólo unos días más su Santidad, sólo le ruego unos días más—dijo a punto de quebrarse.

 

Aioros no levantaba la vista del suelo, sintiendo que se desfallecía de dolor y angustia. Saga había desaparecido sin dejar rastros ni porqués, todo había pasado de un día para el otro… Todo había sucedido después de entregarse por completo a su amor, de haberlo recibido en su cuerpo, de haberle entregado el alma. Saga debía aparecer, o el moriría… en algún momento, eso se volvió literal.

 

 —Aioros, estamos haciendo lo imposible, pero creo que ya es hora de reportarlo como fallecido—El castaño por poco y rompe a llorar ahí mismo.

 

 —¿Usted se encuentra bien Patriarca?—preguntó en un hilo, desde hacía un tiempo, que su presencia, su cosmos y su voz le parecían extraños.

 

 —Perfectamente—dijo. Debajo de la mascara, la sonrisa retorcida pugnaba por estallar.

 

 —Saldré hoy mismo, recorreré hasta territorio troyano, tal vez se encuentra herido e inconsciente y por ello no podemos percibir su cosmos—se alentaba más para sí, que convencer al Patriarca.

 

 —Creo que será en vano, Aioros, tú sabes perfectamente qué significa, cuando una Armadura regresa por sí sola, a su Templo ¿No es así?—dijo, queriendo reírse como condenado.

 

 —Si, si la Armadura regresó a Géminis, es porque su portador ha fallecido—no evitó la lágrima, y el gemido que escapó de su garganta.

 

 —Es hora de que lo dejes ir, Saga ha muerto en algún lado, enviaré a unos soldados para que busquen su cuerpo, un Santo merece el sepulcro digno.

 

 —Pero Patriarca…

 

 —Puedes retirarte Aioros, ya no salgas del Santuario, en la tarde ustedes serán convocados para presenciar la venida de Athena.

 

El castaño se retiró con el rostro bañado en lágrimas. Saga no podía estar muerto, su corazón se lo decía, y él podía sentir el cosmos de su amado aun latiendo en algún lado. ¿Será acaso que el dolor le hacía sentir cosas que no estaban allí? Ese cosmos remanente tal vez provenía de la Armadura que todavía conservaba su esencia.

¡No! Saga estaba vivo, y su cosmos estaba desesperado, lo llamaba, le pedía ayuda, Saga le estaba pidiendo ayuda a través del débil aura que aun poseía, su amor estaba en peligro y él debía encontrarlo.

 

 —Athena ha descendido de los cielos para luchar a nuestro lado, es momento de jurarle nuestra lealtad—dijo a viva voz el falso Patriarca.

 

Diez Santos Dorados (Sin Libra, y recientemente, sin Saga) se encontraban arrodillados ante él, detrás de la gruesa cortina se encontraba el cuarto donde la pequeña Athena descansaba.

 

 —¡Juramos proteger y ser fieles a Athena!—dijeron al mismo tiempo, los jóvenes Dorados.

 

 —Ahora pueden retirarse, vuelvan a sus Templos—Saga, vistiendo los ropajes patriarcales, se retiró, así como todos los Santos, excepto uno…

 

Aioros había presentido algo horrible durante su juramento, un cosmos negro que emanaba de algún lado, cerca del Patriarca, que a esas alturas no actuaba para nada a como siempre lo había sido.

Fue en su búsqueda para reclamarle el desinterés que tenía en encontrar a Saga.

 

Su mano sangraba y su mirada estaba desencajada.

 

 —¡Apártate Aioros!—El Patriarca arremetió una vez más contra la bebé Athena.

 

Después todo, todo fue en cámara lenta.

 

 «Ayúdame Aioros ¡Mátame! ¡No dejes que siga con éstas aberraciones contra Athena! ¡Si me amas, mátame Aioros!»

 

El griego escuchaba con claridad los pedidos desesperados de Saga, mismo que tenía en frente mirándolo con retorcida satisfacción, con ojos inyectados en sangre, y con el cabello que no le pertenecía… Pero era Saga…

 

 —Saga…

 

 —¡Muere Aioros!

 

 «Te amo Aioros…»

 

El destello se impactó de lleno en su cuerpo, lastimándolo mortalmente, logró escapar con Athena en brazos, y con el dolor en su corazón… Alguien había hecho de Saga un ser maligno. Ese no era su mejor amigo, no era su amor…

 

**

 

 —¿En que piensas?—decía mientras besaba el moreno pecho del arquero.

 

 —Nada, me quedé recordando momentos de mi vida, a veces parece mentira tenerte de nuevo conmigo—los labios de Saga lo callaron, mismos que recibía con pasión.

 

 —Eso me digo yo cada día de mi vida… Me has perdonado después de todo, y hoy estamos juntos…

 

 —Nada de lo que pasó fue tu culpa, y si las hubo, ya cumpliste tu penitencia.

 

Lo postró boca arriba mientras recorría con sus labios todo el marmóreo cuerpo de Saga.

 

 —¿Te arrepientes?

 

 —No, no me arrepiento de nada…

 

 —¿Me amas?

 

 —Siempre, siempre te amaré Saga…

 

Ellos ya no pronunciaron palabras, la cama del Sumo Pontífice, recibía a los amantes cada noche, cada mañana… cada día. Brindándoles el lecho donde ellos se esmeraban en demostrar el mutuo amor, amor por muchos años separado, por muchos años extrañado…

 

Aioros pensó que su vida, pudo no haber sido fácil, ni buena en un principio, pero que recordando desde su niñez hasta ese mismo momento en el que sentía el miembro de Saga abrirse paso en su interior… cada preciso momento, Saga estuvo a su lado…

 

 —Te amo Aioros…

 

Aioros no necesitaba nada más que recordar…

Notas finales:

Espero haya sido de su agrado.

Sin más, será hasta el proximo capitulo.

Gracias por leer.


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