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El rencor contra el amor por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

El último capitulo del año. Quiero decirles, que esperaba desearles feliz Navidad, pero ya es demasiado tarde, :( pero aun así un abrazo. Pero bueno, les deseo ¡Feliz año nuevo! Por adelantado. :P (depende del día que leas esto) e igual un abrazo psicológico lleno de muchos deseos positivos para este año que comienza.

Lo más bonito que me pasó este año fue comenzar a escribir fanfic. Nada puede superar la satisfacción que causa escribir y compartir lo que sale de tu imaginación en este sitio. También he hecho muchos amig@s aquí aunque no los conozca en persona, ya son parte de mi vida. A todo el que lea esto, muchas gracias por acompañarme en esta historia. Lo aprecio desde el fondo de mi corazón.

Aclaración: En el anime se nota más el cambio de personalidad de Yuuri cuando entra a modo Maou. Totalmente en apariencia. Para mí, parece una identidad diferente. Así que tomé eso y salió este capítulo.

Advertencia: Un vaso de agua para aminorar la dulzura. Fin de año, lo termino romántico. Nueva apariencia en Wolfy, un poco “ukeable” 

Capitulo 22

El sabor de la venganza II. Verdades del corazón.

 

Cuando Cecilie estuvo ante la puerta de la habitación donde se encontraba el menor de sus hijos, respiró hondo; a continuación golpeó tímidamente con los nudillos y esperó.

—Adelante.

Abrió la puerta con sumo cuidado y entró a la habitación con una bandeja de desayuno en las manos. Cuando cerró la puerta y observó con mayor detenimiento la estancia, Cecilie se dio cuenta que su hijo estaba terminando de vestirse después de haber tomado un baño; el aroma a la mescla de esencias y fragancias inundaba la atmosfera y no pudo evitar cerrar los ojos por un instante para poder sentirlos con mayor profundidad.

—Buenos días, madre—la saludó Wolfram que aún conservaba el cabello húmedo y su rostro brillaba, fresco y radiante.

—Buenos días, cariño—Cecilie sonrió con la certeza de que dejar a su hijo en manos de su majestad Yuuri había sido una buena decisión y, sintiéndose más tranquila, lo observó detenidamente de pies a cabeza.

Wolfram usaba unos pantalones negros y ajustados que se amoldaban desde sus esbeltas y musculosas pantorrillas hasta arriba, conjuntados con unas botas cortas de cuero que tenían una vuelta color castaño en la parte superior. El chaleco, que asomaba bajo una chaqueta color azul, era tan corto como dictaba la moda y de un tono negro que hacía juego con los pantalones. Las impecables prendas le sentaban bien en el abdomen marcándole su estrecha cintura. Completaba el conjunto un listón rojo en el cuello dándole un toque tierno e inocente.

La ex reina sonrió complacida. No solía alardear, pero ciertamente su hijo era una exquisitez, y con esa ropa que había escogido personalmente, se veía irresistible. 

—¡Oh mi Honey chan! ¡Te ves estupendo!—alagó con orgullo ante su buen gusto. Avergonzado, Wolfram bajó la cabeza y se sonrojó.

—Madre… ¿P-Por qué tenían que ser tan apretados?—murmuró en son de protesta, refiriéndose a los pantalones que resaltaban algunos de sus mayores tributos por detrás.

Ella sonrió de forma traviesa mientras colocaba la bandeja que traía consigo sobre una mesita. Después, dándose la media vuelta, volvió a fijar los ojos en él y respondió:

—Es la última moda, Wolfy. Esas prendas te sientan mejor que esos uniformes tan escuálidos y tan…—hizo una mueca  de contrariedad al intentar encontrar una palabra adecuada para describirlos—Tan poco favorecedores a tu figura…—resolvió al final con un tono dubitativo.

Sin decir nada, Wolfram curvó sus labios hacia un lado y alzó una ceja en una clara muestra de renuencia.

—Bueno. Lo acepto—reconoció ella colocándose las manos en la cintura—Te quedaba lindo, pero esto te queda mejor ¡y no me rezongues!—le advirtió apuntándole con un dedo acusador.

Wolfram resopló al tiempo que meneaba la cabeza. Por lo menos agradeció que a su madre no se le hubiese ocurrido comprarle vestidos en vez de pantalones, o lo que era aún peor, trajes exageradamente llenos de volantes y lazos color rosa, como solía hacer cuando era pequeño.

—Dejando eso a un lado—Cecilie tomó de la mano a su hijo y lo condujo hacía la mesita mientras le hablaba animada por encima del hombro—Te traje el desayuno, Wolfy. ¡Debes comer bien para estar sano!—sin darle oportunidad de negativa lo obligó a tomar asiento y ella ocupó la silla que estaba en frente, brindándole al mismo tiempo una dulce y carismática sonrisa.

Wolfram se quedó mirándola, con una expresión que oscilaba entre el asombro y la confusión.

Definitivamente la palabra “Preocupación” no estaba en el vocabulario de su madre. Muchas veces, se había preguntado cuantas sus sonrisas eran autenticas y cuantas eran falsas. Lo cierto era, que su madre se hacía querer. Totalmente despreocupada de los aspectos penosos de la vida, brindando siempre una sonrisa.

Sin embargo, él tenía asuntos urgentes que tratar y no podía esperar por más tiempo.

—Lo siento, madre—se disculpó, sacudiendo la cabeza y levantándose al mismo tiempo de la mesa—Debo buscar a mi prometido, tiene algo importante que decirme...

—Su majestad Yuuri vendrá más tarde, cariño.

Wolfram se detuvo al escuchar esa abrupta interrupción, su madre le mantuvo la mirada firme. Le pareció que quería decirle algo importante, como si quisiera a revelarle lo que en verdad estaba pasando, pero tras una breve vacilación, sacudió la cabeza como si se hubiera retractado antes de hablar lo que no le correspondía.

—Su majestad me pidió que te dijera que lo esperaras aquí. Por el momento debes desayunar, aunque sea un poco —intentó persuadirlo una vez más. Al notar un nuevo gesto de protesta, se aclaró la garganta e hizo un nuevo intento con algo más de autoridad en la voz—Obedece a tu madre, y después de eso, tú y yo tendremos nuestra plática pendiente.

En ese punto, Wolfram no se atrevió a contradecirle y volvió a tomar asiento. Ella tenía razón; debían hablar de un tema que era incomodo y doloroso a la vez. Una parte de él quería salir huyendo en realidad. Aún no se sentía listo para afrontar esa plática que tenía por delante. Las manos se le pusieron heladas como consecuencia del nerviosismo. Cecilie no estaba menos nerviosa, pero lo disimulaba mejor.

Wolfram clavó su vista en el plato y de la nada extendió su brazo, tomó el tenedor y comenzó a retirar los alimentos. Era un desayuno balanceado el que le había llevado su madre; un tazón fruta, zumo de naranja, tostadas de mantequilla y cereal. Tampoco podía negar que se sentía particularmente hambriento esa mañana. Tal vez debido a todo el “ejercicio” que hizo anoche en compañía de su fogoso prometido. Un calor abrasador tomó por asalto sus mejillas en el preciso instante en que eso vino a su memoria.

Después, miró por el rabillo del ojo a su madre encontrándola peculiarmente pensativa y apesadumbrada, sosteniéndose el mentón sobre la mesa en dirección hacia la ventana. Eso lo empeoró todo, pues le confirmó lo razonable que era sentirse nervioso y por primera vez, se permitió pensar detenidamente en los puntos que tenían que tratar. Tras meditar en ellos, hizo una mueca de repulsión cuando el estómago le dio un vuelco, justo cuando se había llevado el último trozo de fruta a la boca e hizo un esfuerzo por tragárselo.

Cecilie giró su cabeza y volvió a enfocarse en su hijo sin darse cuenta del último percance que había tenido con la comida. Cuando miró el tazón de frutas, vio con asombro que estaba vacío. Era lo suficiente para comenzar.

—Bueno, cariño…—empezó buscando al mismo tiempo las palabras adecuadas. Algo así debía expresarse con la máxima delicadeza, se dijo—Tu padre y yo…

—No debe darme explicaciones sobre lo que pasó anoche entre usted y mi padre, madre—Wolfram la interrumpió de una vez, dejando el cubierto sobre el plato y limpiándose la comisura de sus labios con la servilleta, misma que, con brusquedad, dejó sobre la mesa y prosiguió:—No negaré que me sorprendió mucho enterarme que ustedes no se odiaban tanto como creía en todos esos años que pasamos distanciados, pero tampoco es que deba darme explicaciones de lo que hace a estas alturas de mi vida, cuando no lo hizo en el pasado.

La manera en que había dicho esas palabras, fue como si ya hubiese memorizado lo que tenía que decirle al respecto. Sin embargo, era otro asunto el que preocupaba a Cecilie. Y como si le leyera la mente, su hijo continuó:

—Y en cuanto lo que le dije a mí padre…—Esta vez, habló con mayor seriedad. Había una actitud tensa, casi de enfado en sus ojos—Me limitare a decírselo de esta manera: En cuanto él no acepte a la persona que amo en su familia, entonces yo también me negaré a su apellido.

A Cecilie le sorprendió de manera nada agradable esa respuesta. Demasiada evasiva. Demasiada  cortante. Sin lugar a dudas, demasiada fría. En ese momento supo que no era lo que deseaba oír.

Sin embargo, el daño ya estaba hecho en el corazón de Wolfram. El dolor que su padre le había causado cuando no aceptó su compromiso de matrimonio, agredió a Greta e hizo participar a Yuuri en una competencia hasta la muerte para recuperar su mano, lo habían cegado completamente a las razones. Porque el rencor que sentía por él por haberles hecho todo eso, había cerrado todas las puertas en su interior convirtiéndolo en un ser nada receptivo a aquel amor profundo que decía profesarle.

Tras respirar hondo un par de veces, Wolfram bajó la cabeza y arrugó la tela de sus pantalones por encima de sus piernas sintiendo una pulsada de remordimiento. Tomó conciencia y se permitió por primera vez medirse con la misma vara cruel bajo la cual había juzgado a su padre. Él también había fallado y lo sabía perfectamente. ¿Dónde quedó esa promesa de tenerse confianza? ¿Dónde quedó esa promesa de “Cuando me enamore, usted será el primero en enterarse”? , tal vez donde guardaba lo profundos temores de decepcionar a su padre.

—Y sé, de alguna u otra manera, que ambos nos fallamos mutuamente—añadió tomando aliento antes de proseguir—Pero de nada sirve que yo me arrepienta si mi padre no cambia su manera de pensar y proceder. 

—Si tienes algún tipo de resentimiento guardado en tu corazón Wolfy, este es el momento adecuado para dejarlo salir—Cecilie tuvo que realizar un enorme esfuerzo para que sus palabras no sonaran temblorosas debido al nudo que se le había formado en la garganta. Wolfram levantó la cabeza y la miró con ojos duros y el ceño fruncido.

—¿Resentimiento?—preguntó con ironía al tiempo que se recostaba en la silla y se cruzaba de brazos y piernas—Creo que a mi padre y a usted se les ha olvidado completamente que ya no soy un niño pequeño. Toman decisiones por mí como si no tuviera derecho a tomarlas por mi cuenta. Creen que me conocen lo suficiente como para saber qué es lo que pienso y siento. Piensan que saben que es lo que me conviene. Pero, por si se le ha olvidado madre—le recalcó a la cara—me crié bajo la tutela de un hombre disciplinado y honorable como mi tío, Waltorana von Bielefeld, y con eso tuve suficiente y más. No necesito forjar cadenas del pasado cuando estoy y vivo por el presente—cuando hubo terminado, supo que el resentimiento lo había traicionado antes de medir sus palabras, pero ya era tarde para retractarse.

En esos instantes de silencio, los pensamientos de Cecilie evocaron la larga espera al lado de su, en aquel entonces, esposo. Recordó cuando Willbert reposaba su cabeza en su regazo solo para sentir las pataditas de bebé y le llenaba de besos la pancita. Recordó cuando le confesó que había soñado con la llegada del bebé y lo imaginaba parecido a ella. Nunca en su vida había conocido hombre que esperara con tanto anhelo la llegada de un hijo. Esa parte dulce y cariñosa del respetado y temible Maou de fuego, era algo que solamente pocos tenían el privilegio de conocer.

Pero así también, vinieron a su mente los largos años transcurridos tras su divorcio; rememoró las muchas horas que había pasado sola, sintiendo la ausencia de sus seres queridos, anhelando estar con ellos, y comprendió, que lo mismo debió haber sentido Willbert en la soledad del Castillo Imperial.

Después de la confesión de Hannah ahora estaba convencida que no fue culpa suya que las cosas se hubieran dado de esa manera. Ninguno fue directamente culpable. Solamente actuaron guiados por las acciones y mentiras de un ser despreciable y manipulador como Bastian von Moscovitch. Solamente fueron víctimas. Y lo peor era, que el más afectado de todo esto, fue un inocente niño que no tenía la culpa de nada, pero que tuvo que pagar con años de soledad y de preguntas sin respuestas.

Cecilie sintió la calidez de las lágrimas sobre sus mejillas y hasta ese momento se dio cuenta que estaba llorando. Permanecía sentada sobre el borde de la silla con los pies apoyados de plano sobre el suelo y la cabeza agachada. Sus manos se apretaban sobre una bolsita de terciopelo que tenía en el regazo. Pero tras darse valor, se pasó la mano por el rostro para borrar toda evidencia de lágrimas, levantó su cabeza y le dijo firmemente a su hijo:

—Para nosotros siempre serás nuestro pequeño aunque no lo quieras. Eres y siempre serás lo que tanto esperábamos. Todo cuanto queríamos. Todo cuanto soñábamos. Daríamos la vida por ti sin pensarlo ni un segundo. Y si te hicimos sufrir con nuestras decisiones, en nombre de Willbert y del mío, te pido perdón. Nunca estuvo en nuestros planes separarnos de esa manera. Nuestro sueño era poder conocerte, tenerte en nuestros brazos, abrazarte, besarte, brindarte toda nuestra protección y formar una hermosa familia al lado de tus hermanos. Tu padre y yo nos amábamos con toda el alma. Ambos hemos sufrido a nuestra manera todos estos años distanciados, sin embargo, debes saber que para nosotros, tu eres lo mas importante en nuestras vidas.

Esas palabras lo aniquilaron completamente. Wolfram se quedó mudo, con los parpados abiertos de par en par, con el corazón batiéndole acelerado y fuerte en el pecho. Su madre, lejos de recriminarle por la manera tan dura en la que le había hablado, le miró con ternura.  

—Somos tus padres. Te amamos con todo nuestro corazón. El mundo es como es y no podemos cambiártelo, pero siempre te seguiremos para darte una mano cuando más nos necesites—y con esas últimas palabras, Cecilie alzó el brazo y le entregó la bolsita de terciopelo a su hijo.

Conmocionado y con las manos temblorosas, Wolfram desató la bolsita de color rojo y terciopelo suave, y observó lo que se encontraba en su interior. Era la cadena que su madre le había obsequiado, y en ese momento experimento una sensación de alivio. Llegó a pensar que la había perdido para siempre en el incendio. Además, Lukas la había cortado en dos la última vez. Al observarla con más cuidado, notó que la cadena estaba más gruesa y el dije, pese a ser el mismo corazón de piedra color negra, tenía una incrustación de zafiro en el centro.

—¿Esto es…—musitó curioso, escudriñando la pieza.

—Es el zafiro del anillo que tu padre te obsequió—aclaró Cecilie suavemente.

Wolfram le había mostrado ese anillo cuando tuvieron su momento a solas en la oficina del Maou. Ella lo había encontrado entre los escombros de la habitación antes de pedirle a Hannah que la acompañara a la sala. Por fortuna, unos guardias del palacio conocían el arte de la orfebrería y con los elementos fuego y aire pudieron hacerle una nueva cadena fundiendo ambos oros y combinando ambas piedras en una pieza única y delicada

—Tu padre cometió un error al creerse el dueño de tu destino y de tu corazón, pero no lo hizo de mala fe. Trata de ponerte en su lugar y comprenderás, que a veces un padre no puede doblegar el sentimiento de posesión para con sus hijos y busca al mismo tiempo la manera de alejarlos de lo que piensa que les hace mal—se colocó la mano en el mentó al tratar de pensar en un ejemplo y un segundó después, su rostro se iluminó—Como tu caso y el de Greta—sugirió sorpresivamente.

Wolfram apartó la mirada con dificultad de la joya y se enfocó en su madre.

—¿Cómo que mi caso y el de mi Greta?—le preguntó, alzando una ceja.

—Su majestad y tú se la pasan ahuyentando a sus pretendientes—le explicó adquiriendo cierto tono burlón—Cada vez que alguien se le acerca ponen el grito en el cielo como si fuese el fin del mundo. Esos se llaman celos paternales. ¿No te sientes identificado con tu padre?...Aunque claro, Willbert exageró a su manera…—murmuró a lo bajo.

Con gesto de mal humor, Wolfram abrió la boca, la cerró sin hablar, carraspeó, borró de su cara el malhumorado gesto y lo cambió por uno meditativo.

Cecilie posó una mano sobre la de su hijo encima de la mesa—Tal vez tu padre siente lo mismo cuando considera la idea de que su niño se case con alguien que recién conoce, que no cumple al cien por ciento con sus propias expectativas, y lo que es peor, que podría alejarlos completamente

—¿Por qué Yuuri habría de alejarme de mi padre?—le preguntó Wolfram, arrugando el ceño, confundido.

—Porque tu padre contaba con tenerte a su lado cuando tomaras tu lugar como el heredero al trono de Antiguo Makoku, pero al ser majestad Yuuri el Maou de Nuevo Makoku, tu lugar es allá, no aquí.

Wolfram se quedó de nuevo callado y pensativo. Todo cuanto conocía y todo cuanto era, se disolvió en la nada.

—Willbert no lo demuestra, pero creo que a él lo ha acompañado todos estos años una profunda soledad—continuó ella con el corazón en un puño mientras su hijo intentaba hacerse el fuerte. No lo consiguió del todo, una lágrima le cayó por las pestañas a la mejilla. Y el labio inferior empezó a temblarle. Cecilie le enjugó la lágrima con uno de sus delicados dedos y le tomó la cara con ambas manos. Lo miró con firmeza a los ojos. Y lo obligó a sostenerle la mirada—Dale tiempo, cariño. Estoy segura que por el amor que te tiene, dejará a un lado todos sus tontos prejuicios, todo su rencor, también sus miedos y aceptará el compromiso y a su majestad Yuuri.

La expresión dolorida en el rostro de Wolfram fue reemplazada ahora por otra de perplejidad cuando miró a su madre sonreírle. Fue una sonrisa tan dulce, acariciante, y confortadora, que una lágrima que temblaba en sus parpados se resbaló silenciosa por su mejilla. Sin embargo, a pesar de que su corazón estaba conmovido, una parte de su mente se negaba a ceder tan fácilmente al perdón.

—Aun no lo sé. —musitó con evidente pena, apretando contra su pecho su regalo—No sé si estoy listo para enfrentarlo—esta vez, su madre lo miró con expresión inquisitiva y él no pudo hacer más que rehuirle la mirada.

Cecilie se disponía a hablar de nuevo cuando oyó que la puerta de la habitación se abría dejando pasar a quien su hijo necesitaba en estos momentos.

—Su majestad Yuuri—se levantó de su asiento siendo consciente que su tiempo a solas se había terminado.

—Discúlpenme…—Por las condiciones de ambos, Yuuri sintió un leve remordimiento al darse cuenta que había interrumpido una plática sentimental de madre e hijo.

—Descuide su majestad—interrumpió la hermosa ex reina con un gesto—Mi Wolfy y yo ya habíamos terminado. Y en todo caso, ustedes deben hablar de un asunto muy importante—miró de reojo a su hijo y comprendió que las horas pasaban y quedaba poco tiempo para que la reunión de Alto Consejo se llevara a cabo. Se acercó a Wolfram y le plantó un cariñoso beso en la cabeza—Te amamos, no lo olvides—le susurró causando que su hijo esbozara una sonrisa mientras se secaba los ojos. Luego, caminó hasta Yuuri y le dio un fraternal abrazo que nunca pasó a ser tan fuerte como los que acostumbraba a darle, y al mismo tiempo le susurró: —“Buena Suerte”—al oído.

Cuando lady Cecilie salió de la habitación, Wolfram ya se había puesto de pie y también había recobrado la compostura, pero ahí se había quedado sin moverse ni un solo centímetro. El leve ceño que le arrugaba la frente le confería una apariencia severa y amenazadora. No había olvidado el detalle de que lo había abandonado en la cama al despertar. 

Para Yuuri, había sido una mala jugarreta ponérselo en frente de esa manera. Culpó a su futura suegra por lo que en esos momentos estaba sintiendo en sus adentros. ¿Alguna vez había visto algo más hermoso, más dolorosamente exquisito? Sí. Pero su prometido era siempre el dueño de esos pensamientos impuros. Al verlo lucir esa ropa, estaba haciendo enormes esfuerzos por no desnudarlo y tirarlo a la cama para hacerlo suyo. Lo deseaba como jamás había deseado nada en toda su vida. ¡Mandaría al diablo a todo el fin del mundo con tal de hacerle el amor una vez más! ¡Maldición!  Sin dudas, Wolfram era su tentación, era su vida, era su luz, era su paz y al mismo tiempo era su perdición. Solamente él lo hacía sentir esos escalofríos eróticos en todo el cuerpo. Solamente él le hacía latir acelerado el corazón.

Wolfram no había dicho una sola palabra pero sus labios empezaron a curvarse en una sonrisa cuando sus ojos se cruzaron con los de Yuuri. Sus ojos, negros e intensos le resultaban inquietantes. Eran los ojos de un lobo; fogosos, impacientes, astutos. Lo miraba de arriba abajo como quién ve un pastel y no sabe por dónde empezar a comérselo. Eso le hizo gracia. No era indiferente a lo deseable que lucía con esa ropa, y le complacía saber que había surgido efecto en su prometido.

Sin apartar sus ojos de los de él, el mazoku se acercó lentamente, balanceándose con elegancia, y cuando estuvieron cerca, permaneció con el mentón erguido y una expresión desafiante en los ojos, como quien dice: “Atrévete a hablar y más te vale que sea pronto, hennachoko

Pero sorpresivamente, Yuuri lo agarró por la nuca y tomo posesión de sus labios con un beso largo e implacablemente profundo.

Y eso fue todo. Perdieron la noción del entorno completamente. Pareció que la vida entera se concentraba en un punto perfecto de sincronía y amor. Los labios sensuales de Yuuri succionaban y lamian a los de Wolfram con una ansiedad que rozaba la locura.

Wolfram se relajó deliberadamente y sus protestas y reclamos quedaron en el olvido. Simplemente no podía pensar con claridad. Lejos de rehusarse, alzó sus manos y le agarró el pelo negro, húmedo, liso y fino. La piel de Yuuri también se sentía fresca y olía deliciosamente. En alguna ocasión, antes de hacer el amor, le había confesado que prefería estar limpio antes de tomarlo “No querría hacerlo con alguien que oliera mal y estuviera sucio” recordaba que le había dicho.

Yuuri lo atrajo aún más hacia sí, bajó sus manos y le apretó el trasero. Wolfram podía sentir la presión de sus dedos mientras se arrimaban el uno con el otro como si quisieran fundirse en uno solo.

Manteniendo sus labios unidos, Yuuri lo condujo hacia la cama y una vez ahí, se tumbo encima de él. Después, se tomó su tiempo para fijarse en sus ojos esmeraldas, peligrosamente felinos y destellantes, en su pecho alzándose y bajándose al ritmo de su respiración acelerada, en sus labios carnosos, hinchados y rojos, pecaminosamente sugerentes a devorarlos. 

Cegado por la pasión, le levantó las piernas y se las colocó entrecruzadas alrededor de su cintura. Luego, llevó las manos hasta sus caderas y lo atrajo para que sus entrepiernas se rozaran y sintiera el deseo que rugía por ser liberado. Luego, lo volvió a besar siendo gustosamente resivido.

Sintiéndose impotente y completamente a su merced, Wolfram deslizó su boca y le clavó los dientes en el cuello. De manera que, toda la rabia, toda la indignación que sentía hacia sí mismo por ser tan débil a él, fue expresado en ese diminuto mordisco. Pero lejos de aminorar sus intenciones, esa acción hizo que el monarca lo deseara con más ganas.

Ágilmente, Yuuri comenzó a desabrocharle la camisa, besando y mordisqueando la piel que recién quedaba expuesta de sus hombros. Wolfram estaba a punto de comenzar a quitarle la ropa, sucumbiendo a sus deseos, pero algo lo hizo detenerse y abrir los ojos.

No, no era esto lo que deseaba. Al menos, no por ahora. No en estas circunstancias. Por el momento, solamente deseaba oír una palabra suave, sentir una caricia tierna, una acción de apoyo, escuchar un consejo. Deseaba saber la verdad de aquello que le ocultaba. Aquel pensamiento le produjo una repentina conmoción. ¡No podía dejar a un lado sus miedos, sus presentimientos, sus pesadillas solamente por un impulso carnal!

—Yu…Yuuri…no…no recurras a esto para distraerme—le susurró en tono resentido. Yuuri había colado las manos debajo de su camisa y le acariciaba suavemente las puntas de los pezones mientras seguía besando su cuello—Tú tienes algo importante que decirme… no…no intentes librarte fácilmente…—un gemido le siguió a sus palabras.

El monarca tomó conciencia súbitamente de que sus deseos lo habían llevado a cruzar límite que se había impuesto a sí mismo ese día. Se lamentó con frustración no poderse controlar. ¡No todo en la vida es sexo, Yuuri! se recriminó mentalmente. Le apetecía hacerle tantas cosas y con tanta pasión a su amado demonio de fuego pero se obligó a calmarse. Flexionó los brazos manteniéndose encima del rubio y permaneció mudo, contemplándolo, estudiando su hermoso rostro y su esplendida silueta. 

—Perdón Wolf, no me pude contener…—le dijo con falsa inocencia—Sabes que no me puedo contener cuando estoy a tu lado.

Los ojos verdes de Wolfram se iluminaron con una chispa de emoción contenida.

—Descuida, a mi me pasó lo mismo por unos instantes—le confesó sin sentir vergüenza por exponer así sus sentimientos pero sin poder impedir que un tono rosa adornara sus mejillas—Pero no podemos hacerlo por ahora…—advirtió nervioso—Anda, quítate de encima. ¡Me estas aplastando Hennachoko!

Yuuri lo miró con ternura y en vez de obedecerle, volvió a recostarse sobre él y comenzó a repartir pequeños y fugaces besos por todo su rostro.

—Te amo, Wolf—le susurró al oído. Lamió el lóbulo de su oreja y lo mordisqueó provocando que él se estremeciera.

—¡Yu-Yuuri no seas necio!—protestó sin una pizca de convicción en sus palabras. Le encantaba cuando Yuuri se ponía cariñoso. El chico había pasado por su etapa de negación y lo había hecho sufrir en el pasado, pero ahora nada le impedía disfrutar plenamente de su relación pre-matrimonial. En vez de seguir protestando, inútilmente, entrelazó sus dedos entre su cabello negro y lo jaloneó un poco, era excitante agarrarse a su cabellera mientras se abrazaban y se besaban.

—¡Humm! Me debes una amor…—musitó Yuuri con malicia mientras se inclinaba para lamer y morder su cuello. Escuchó el gemido que Wolfram dejó escapar cuando deslizó la lengua por su barbilla, y se dio por satisfecho—Listo, estamos a mano—indicó señalando el mordisco que hace unos minutos le había hecho él. Ahora ambos tenían la marca del otro en el cuello.

Wolfram alzó una ceja y lanzó un resoplido.

—¡Qué rencoroso!—Bromeó. Su prometido soltó una risita al instante—Ahora sí, quítateme de encima. 

Yuuri por fin le obedeció y se incorporó quedando sentado con las piernas cruzadas sobre la cama al igual que Wolfram. Ambos se quedaron callados, mirándose fijamente con las mejillas encendidas.

Sin embargo, ese momento íntimo de pareja se quedó atrás y volvieron a enfocarse en la realidad—su realidad— Yuuri sintió que una tristeza infinita se le instalaba en el corazón inundándole la mente con pensamientos pesimistas. Había llegado el momento de la verdad y la parte más difícil que debía de afrontar. Le estaba resultando muy difícil pero tenía que hacerlo. Era ahora o nunca.

—Wolf, jamás le fallaría a una de nuestras promesas. Lo sabes ¿cierto?—fue lo primero que se le ocurrió decir. Quería recalcarle eso desde el principio, para que supiera que pasara lo que pasase regresaría sano y salvo a él. 

Al escuchar esa pregunta, Wolfram sintió una opresión fulminante en el pecho que le impedía respirar y de inmediato reconoció aquella sensación. Era la misma que sentía durante sus pesadillas.

—Sí, lo sé. 

—Entonces se fuerte y sea lo que sea, confía en mí—y con esas palabras, Yuuri comenzó con su relato.

 

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Largas horas de camino viajando por cada rincón del país, el Rey de Antiguo Makoku y su tropa real cabalgaban a paso lento en un desfile como ningún otro se había presenciado jamás.

La multitud fue congregándose conforme el valiente y respetable rey atravesaba las plazas de los respectivos distritos del país y lo seguían como ciegos a la luz. No importaba si era a pie, a caballo, en carretas, en finos carruajes y hasta en mulas; todo mundo quería acompañar al rey en su entrada triunfal a la capital.

Se oían comentarios y opiniones para todos los gustos, pero la mayoría estaba de acuerdo en una cosa: se encontraban ante un hecho histórico. En este aspecto, su capacidad profética era mucho mayor de lo que pensaban. El elegido se encontraba esperando en el castillo y esperaban conocerlo para dar su aprobación.

Al frente cabalgaban Willbert y Gwendal, con el ex Maou, Destari von Rosenzweig y capitán Goethe a cada lado, éste último giró la cabeza para contemplar a la enorme multitud que llevaban detrás; después miró a su rey y se echó a reír.

—Solo mírelos, Majestad—le dijo, gritando todo lo que podía para hacerse oír en medio de tanto ruido de cascos contra el suelo, pláticas y tambores— ¡Una buena demostración para quienes se creen capaces de quitarle la corona!

El monarca volvió a ver a su capitán de confianza pero no hizo comentarios. Sin embargo, se permitió una sonrisa de complacencia levantando el pecho y el mentón con la elegancia innata de un Bielefeld. La gallardía de su porte hablaba más que mil palabras.

La gente que llegaba para ver el recorrido, se unieron al cortejo cuando las tropas avanzaron. Prácticamente todo el país se había sumado a la improvisada comitiva.

—¡Esto amenaza con írsenos de las manos!—comentó Gwendal seriamente—Si toda esta gente se rehúsa en apoyar a su majestad, Yuuri Shibuya, en una alianza con humanos y se decide apoyar a aquellos que quieren destituirte como rey, estaríamos llevando nuestra propia perdición con nosotros. Debimos haberles hablado con la verdad desde el inicio de esta travesía—miró a su ex padrastro acusadoramente, pero Willbert no se inmutó. No entendía porque le habían ocultado a la gente que el elegido era “Yuuri Shibuya” el mestizo al cual temían. Sin embargo, al lado, Destari von Rosenzweig comentó:

—Tú mismo lo aceptaste hace poco, hijo— Gwendal dirigió la atención hacia  él, y aprovechando la ocasión, el cansado anciano le sonrió—Willbert tiene un extraño poder de liderazgo, capaz de mover a toda una nación a su lado. De eso puedes estar seguro.

Por un momento, Willbert permaneció callado. Frunció las cejas mirando por el rabillo del ojo a su ex mentor y se mordió los labios como si estuviera reprimiéndose un par de insultos. Aún no había olvidado que lo había traicionado, y eso lo resolverían si les quedaba tiempo antes de la batalla.

—Pero no daré mi apoyo a Yuuri Shibuya tan fácilmente—habló por fin con voz firme. No prestó más atención sus emociones, había cosas más importantes por ahora, ya saldarías cuentas con el viejo Rosenzweig después—Eso lo sabías desde un principio, Gwendal—su ex hijastro le dirigió una mirada de reproche y no le respondió.

—Necio— masculló por lo bajo—“¿Que es lo que planeas?…”—pensó.

 

Dos jóvenes aldeanos cabalgaban sobre sus caballos siguiendo a la comitiva. Uno de ellos, con espada en la cintura y unas cuantas cuchillas por detrás, comentó a su compañero:—Dicen que el elegido es el mestizo rey.

El otro volvió a verlo con el ceño fruncido—¿Tú crees en los rumores?—el primero asintió—¿Estarías dispuesto en acatar las órdenes de un media-sangre?—le preguntó tentativamente.

—No lo sé—respondió dubitativo y volvió a enfocarse en el camino.  Pero poco después, resopló con frustración—¡Solo míranos! Renegando por razas cuando tenemos en frente el fin del mundo. ¿No te parece ridículo? Sabes qué. Yo seguiré las órdenes que dictamine mi corazón, y eso es todo—refunfuñó haciendo un gesto.

Su compañero sonrió.

—Y en cuanto a mí, me limitaré en seguir las ordenes de mi rey y señor el Maou, Willbert. Todo cuanto ordene yo lo obedeceré, porque nunca nos ha fallado.

 

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Se encontraban Alexander von Foster, Charles von Ducke y el hermano de éste, Harry von Ducke, tratando un asunto de suma importancia en torno a la mesa de juntas del edificio sur, aprovechando que no había nadie en aquel momento que pudiera interrumpirles. Era una habitación con poca luz. Las cortinas de color carmín estaban medio corridas y el ambiente parecía un poco sofocante.

Sentado al frente y dirigiendo la reunión estaba Alexander y sentados a los lados se encontraban los hermanos Ducke.

Charles era un hombre sofisticado, amante de las apuestas y el poder de adquisición que estas le conferían. Tenía el cabello castaño oscuro, pero corto como un cabo militar y los rasgos faciales muy marcados, ojos color miel, alargados. Era tan alto como ningún otro en la corte, dos metros noventa. Su postura todo el tiempo era analítica y enfática.

Harry, el menor, era corpulento, de pecho abombado, espaldas anchas, macizo, y, sin embargo, rápido en sus movimientos, ágil, flexible. Tenía la habilidad de controlar el elemento tierra en su totalidad, incluyendo los metales, por lo que se había ganado el título del señor de acero. Tenía el cabello color castaño-siena relativamente largo y ojos verdes. Presumido como nadie.

A ambos no les importaba quien se convirtiera en el próximo Maou, lo importante era no dejar que un mestizo llegara al poder. Los Ducke eran una descendencia de orgullosos Mazoku. Fuertes e implacables. Detestaban a los humanos y sus patéticas vidas tanto como detestaban a los mestizos que ensuciaban su sangre. Dejar que Yuuri Shibuya tomara el poder significaba una traición a sus idolologías y enseñanzas.

 

—¿Dices que Volker está en el edificio contrario, en una reunión con los miembros del consejo del mestizo rey, Shibuya Yuuri?—masculló Charles mientras se golpeaba la frente con la punta de su índice momentos después de que el hombre al frente de la mesa terminara de revelarles la información que tenía que ofrecerles.

—¡Esto es inaudito! ¡Ese imbécil no nos puede traicionar!—espetó Harry al borde de la desesperación.

—Según lo que me informó el sirviente que mandé a investigar, así es—siseó Alexander cerrando el puño sobre la mesa. Para nadie era desconocido que él era un hombre de poca paciencia—Y eso no es todo. Tal parece que el mestizo rey encontró nuevos aliados en Dimitri von Rosenzweig y su esposo, Ariel Shane, durante su salida el día de ayer—al cabo de esas palabras entornó sus diabólicos ojos y quienes le acompañaban en ese salón mantuvieron la atención fija en él— Martin von Zweig y Hannah Lauren están de su parte pues también están presentes en esa reunión. Como lo sospechamos desde un principio, esos estúpidos son incapaces de traicionar a Willbert.

—Entonces Dimitri debió haber presionado a Volker para que aceptara entablar una alianza con ese Media-Sangre—masculló Harry moviendo su cabeza de un lado a otro, sin terminar de creérselo—¡Pues claro!

Su hermano mayor, Charles, frunció los labios como si no diera crédito a lo que estaba sucediendo.

—Pero algo aquí no cuadra. Si no me equivoco, Dimitri es tan orgulloso de sus orígenes como lo somos todos nosotros—comentó analíticamente—¿Cómo es posible que este de parte de ese mestizo rey ahora?—preguntó incapaz de encontrar la respuesta exacta más que el de la manipulación de ese mestizo y sus aliados, y la rebeldía misma del segundo hijo de Destari sama.

—Martin, Hannah san y Volker están del otro bando ahora—Harry sintió un atisbo de pánico ante algo que no podían ignorar—Lady Ailyn y el viejo Luttenberger también lo están, quedamos solamente nosotros en el plan ¿Que podríamos hacer nosotros en contra de todos ellos?

Su voz tenía una inflexión interrogante, como si esperase la resolución del hombre sentado al frente. Alexander no dijo nada. Su hermano mayor le miró de soslayo y movió la cabeza. Harry dejó que su rostro expresara disgusto.

—¡Lord von Foster!—insistió, dándole un puñetazo a la mesa—¿Qué, pasará ahora? 

Tomando el tiempo prudente para su respuesta, Alexander lo miró con cínico y exagerado interés, se pasó la mano por el cabello rubio canoso y dijo suspicazmente:

—Seguiremos adelante. La situación ha cambiado y ahora nos vemos en la obligación de convencer a todo el mundo de que nosotros estamos en lo correcto y ellos en lo incorrecto. Nos vemos en la obligación de eliminar lo que le hace mal al país—Cuando sus ojos grises se encontraron con los del menor de los hermanos, brilló en ellos durante un instante un destello de suspicacia.

—Continua…—le dijo.

Alexander se hundió en el respaldo de la silla cruzando una pierna al mismo tiempo y prosiguió:

—Los Moscovitch, los Zweig, los Aigner, los Luttenberger y los Rosenzweig no son las únicas familias poderosas en este país— el tono de su voz había vuelto a ser persuasivo—Manipulados por ese media-sangre han tomado las decisiones más erróneas y eso lo haremos ver frente a un Alto Consejo. Convenceremos a nuevas familias para que nos brinden su apoyo, y una vez hayamos alcanzado el poder, escribiremos una nueva historia en el país. Libre de escorias como ellos—Frunció la comisura de sus labios, amagando una sonrisa ácida y luego añadió de forma mordaz:—Si quieren ser gobernados por un Mestizo entonces que se larguen a Shin Makoku, porque en este país un mestizo no es bien recibido.

Un brillo malévolo destelló en los ojos de Harry—Por supuesto que no—exclamó el presumido Noble. 

Ambos se echaron a reír. Una risa sonora, con un matiz duro e irritante. Charles se mantuvo a la expectativa. Alexander se fijó en cada reacción de su aliado y no le agradó la última.

—¿Algún problema, Charles? —preguntó.

Él se frotó la barbilla y negó con la cabeza. Miró a su hermano menor como si estuviera advirtiéndole de algo, pero éste no entendió. Alexander siguió sonriendo.

Llamaron a la puerta un par de veces y fue Alexander quien se encargó de abrir. Charles y Harry escucharon una voz que dijo >>Disculpen la interrupción<< Y después un mayordomo pasó por la puerta.  Avanzó despacio, como tanteando el piso, mirando a los Nobles con ojos serios, y finalmente prosiguió a informar:

—Se necesita de su presencia en el salón de reuniones principal del Castillo Imperial en calidad de urgencia para una reunión de Alto Consejo.

Las reacciones no se hicieron esperar con gestos de asombro e incredulidad en las caras de los hermanos Ducke.

Alexander cruzó los brazos y miró con renuencia al mayordomo—¿Quién la solicita?—preguntó recelosamente—¿Willbert, o Yuuri Shibuya?

El mayordomo alzó una ceja, incomodo por la falta de respeto que Lord Foster había demostrado al dirigirse al Maou de esa manera.

—Su majestad Willbert no se encuentra en estos momentos en el castillo—respondió enfatizando la palabra “majestad” para recordarle quien era y de qué manera tenía que dirigirse a él—Quien solicita es efectivamente Yuuri Shibuya, Maou de Shin Makoku.

El mayordomo se había limitado a emitir el mensaje tal cual se le había ordenado sin omitir el título que merecía.

—¿Ellos convocaron una reunión de Alto Consejo?—inquirió Charles arrugando el ceño.

Una reunión de Alto Consejo, se llevaba a cabo incluyendo a todos los miembros de las familias más poderosas del país quienes también gozaban de privilegios políticos y administrativos. En esa oportunidad, ellos tenían derecho a voto en contra o a favor de alguna nueva ley o resolución. Pero solo el Maou de Antiguo Makoku y los miembros del consejo local tenían derecho a convocarla dentro del país.

—¡Pero qué abusivos! —exclamó Harry con indignación.

Alexander alzó dos dedos para hacer un fugaz ademán de advertencia—Déjalo así, chico Ducke. Enseguida iremos al salón principal Jorge, puede retirarse.

El mayordomo hizo una inclinación de cabeza y se retiró. Instantes después Alexander, con aspecto severo, sonrió de satisfacción.

Las cosas efectivamente estaban saliendo mejor de lo que había planeado. Todos los líderes de las familias influyentes del país estaban alojados en el castillo por motivo de la competencia de elementos. Los mismos a los que él pensaba convocar para que le brindaran su apoyo. Se podría decir, que Yuuri Shibuya y su consejo le hicieron parte del trabajo al convocarlos a una reunión en estos momentos tan cruciales. Allí, pondría en marcha la segunda fase de su nuevo plan para dejar por los suelos la imagen perfecta de Willbert como rey, y de paso, poner a todos en contra de Yuuri Shibuya y lo que fuera que estuviera planeando. No cabía duda, la suerte le estaba brillando este día.

—¿Por qué aceptó la petición de ese media sangre tan fácilmente, Lord von Foster? —preguntó Harry, manifestando su inconformidad.

—Nos conviene.

El menor alzó una ceja como para indicar que esperaba algo más por respuesta.

—La reunión de Alto Consejo que planeábamos se ha adelantado gracias a ellos, pero los resultados serán los mismos—explicó Alexander para resumir mientras se encaminaba a la salida—Acompáñenme señores, sean los espectadores principales del derrumbamiento de un imperio de bobos—se mofó con descaro.

Harry se levantó con lentitud de la silla y acompañó a Alexander a la salida, sin embargo, su hermano mayor se había quedado atrás.

 

—Vamos, hermano—le gritó desde el umbral de la puerta.

Charles se sobresaltó, como saliéndose de un transe. Se mordió los labios y se incorporó de su asiento.

 

 

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Sentados uno al lado del otro al borde de la cama, Yuuri le contaba toda la situación y lo que había vivido a Wolfram. Desde cómo conoció a sus nuevos aliados, Ariel y Dimitri, hasta el momento en que estuvo en presencia de los cuatro dioses de los elementos; Atziri, Aimeth, Ghob y Felix, y le anunciaron que era el elegido. Todo cuanto significaba la profecía y las consecuencias que traía consigo esa nueva amenaza. Wolfram había intervenido un par de veces haciendo preguntas. Escuchaba  todo con suma atención aunque por dentro cada palabra lo estaba destrozando.

Cuando el monarca terminó de hablar se mantuvieron en silencio. Jamás el silencio les había parecido tan horrible y tan sofocante.

Al cabo de unos minutos, Wolfram se puso de pie y avanzó lentamente dándole la espalda a Yuuri. Éste se mantuvo sentado en la cama, con la mirada perdida en sus propios pensamientos.

 

Wolfram pestañeó para contener las lágrimas que llenaban sus ojos y se reprochó al mismo tiempo por parecer tan débil. Este no era el momento para ponerse así y menos frente a su prometido. Resultaba difícil tragarse sus emociones pero a veces era necesario. Al bajar la mirada, notó que sus manos estaban temblando y, frunciendo el ceño, las cerró en un puño.

Después, levantó la cabeza con tristeza y miró por las ventanas que se alineaban a lo largo de una de las paredes de ese elegante dormitorio, las cortinas que cubrían los balcones se movían al ritmo del viento tranquilo.

El exterior resplandecía a la luz de la primavera, pero para él,  había llegado el invierno a través de las nubes negras y de tormentas de nieve que hacían resplandecer una luz grisácea en el cielo. Su entorno entero se volvió gris, glacial y deprimente. La oscuridad y el viento aullaba un reflejo acertado de sus propios pensamientos.

De repente las pesadillas volvieron a su mente. Su corazón latía con violencia como si alguien lo estuviera golpeando desde adentro. Escuchaba una y otra vez sus propios lamentos y rememoraba esa sensación aterrada que se le producía durante ellas como si las estuviera viviendo en carne propia—“Basta”—pidió desde el fondo de su alma. Obedeciendo a la súplica, las enloquecedoras imágenes se desvanecieron dando paso a la cruda realidad y a la aceptación.

Comprendió que sus sueños efectivamente habían sido una visión; que Yuuri tendría que enfrentarse en una atroz batalla por el futuro del mundo y no había manera de evitarlo. Comprendió que había llegado de verdad el momento de elegir. ¿O acaso la elección ya estaba hecha? Sí; la vida había decidido por ellos. No había marcha atrás ni manera de rehusarse. Porque los sucesos de la vida, a medida que se producen son incapaces de detenerse.

No obstante, mientras estaba haciendo el amor con Yuuri anoche, había descubierto algo importante. Ese momento de mutua entrega, había sido para él pura luz, pura energía, pura iluminación, pura fusión entre dos almas. Y ahora que lo recordada, lo llenaba de determinación y confortación.  

No iba a casarse con cualquier persona sino con un Maou. Por consiguiente, él se convertiría en el consorte de un rey, que se debía a su país, y cuyas obligaciones incluían ir al frente de batalla. En cualquier batalla y en cualquier momento. El casarse y formar una familia a lado de Greta no los libraba de las pruebas duras de la vida. La vida no es así. No existe el “Vivieron felices para siempre” con la cual terminaban la mayoría de las historias que solía leerle a su hija cuando era más pequeña, la cual recordó con un sentimiento de anhelo por estar a su lado.

Parecía sorprendente, pero hasta ahora, Wolfram había comprendido, de manera profunda, esa gran verdad: No se sabría el significado de la felicidad si nunca se conociera la tristeza. Una vida sin "el lado oscuro" impediría entender, comprender y gozar de lo bueno, porque simplemente no existiría el concepto de "felicidad” ni se sabría distinguir cuando ésta llegara en la vida. Pero al mismo tiempo, se deben afrontar esos “Los tramos oscuros de la vida” con valentía. Él estaba dispuesto a acompañar a Yuuri en ese camino difícil que tenían que afrontar.

A unos cuantos metros, el monarca permanecía de pie, tan quieto como una roca, observando su reacción. Sabía perfectamente lo que en aquellos momentos sucedía en el cerebro de su prometido, pero ignoraba qué podría decirle para aliviar su tormento. En vez de hablar, avanzó con decisión hasta donde él se encontraba y lo abrazó por la espalda. Hundió la cara en su cuello, aspiró su aroma y le dio un suave beso en el hombro.

Wolfram cerró los ojos y respiró hondo. Luego, armándose de valor, se dio la media vuelta y lo miró fijamente

—Escucha—comenzó con un hilillo de voz—Si este es el designio del destino, estamos obligados a obedecer. Debemos luchar con todas nuestras fuerzas para proteger a los más débiles. Ese es nuestro deber.

Yuuri sintió pánico en ese instante. La última y frágil esperanza de evitar que su prometido se mantuviera a salvo se le desvanecería.

—¡No!—repuso automáticamente con un tono que era interpretado claramente como una orden.

Wolfram se apartó un poco de él y lo miró con expresión tensa y los labios apretados— ¿No, qué?—preguntó solo por tantear.

—¡No, no quiero que me sigas al campo de batalla!; ¡Te quedaras aquí y esperaras a que yo regrese!

Wolfram tardó unos segundos en asimilar la semejante orden que había recibido de parte de su prometido, pero cuando lo hizo, sus ojos echaron chispas de indignación. Se le acercó  con un par de zancadas, levantó el mentón y le soportó la mirada.

—Intenta detenerme si puedes—Pronunció las palabras con un tono de voz entre el siseo y el gruñido. Su expresión era dura y feroz.—No me subestimes, Yuuri —meneó la cabeza para recalcar sus palabras—Sabes perfectamente que puedo defenderme solo.

Para Wolfram, ser capitán de una escuadra militar le parecía la cosa más natural del mundo puesto que tuvo el ejemplo de su padre y de su tío, además de la influencia de haber crecido rodeado del ambiente militar en Bielefeld. Pero no se las había visto fácil durante su formación en la academia militar. El ser heredero de una familia poderosa lejos de adjuntarle ventajas, le había sobrepuesto un gran peso encima porque tenía que defender el honor de su apellido. Desde el momento en que acudió al primer día de entrenamiento, comenzó a sentir la presión de lo que significaba ser un soldado al servicio del país.

A pesar de que no le gustaba tener a un sargento gritándole fuertemente al oído: “¡¿Es lo mejor que puedes hacer, inútil?!” “¡Mas rápido soldado, mi abuela corre más rápido que usted!”, de nada se podía quejar pues era su decisión estar en la academia. Y no importaba que fuese “un señorito de alta sociedad” como los calificaban esos superiores tan serios e intimidantes.  Por igual, se tuvo que levantar al alba, (que fue una de las cosas que más sufrió) corrió maratones en ayunas, comió en minutos, se arrastró por el lodo, escaló tapias y luchó día a día contra alguno de sus compañeros hasta dejarlo tendido en el suelo, a veces incluso, él terminaba siendo el derrotado. Sin embargo, al final, había comprendido, que solamente aquellos que tienen el corazón y la voluntad de seguir adelante logran llegar a la meta.

Lo que tuvo que pasar para convertirse en un buen capitán y maestro de Majutsu de fuego, se encontraba bien guardado en su memoria porque lo único que había conservado de aquella etapa de su vida eran los conocimientos adquiridos. Por eso, de ninguna manera se quedaría “Esperando en el castillo” como si fuese una delicada princesa. Esa petición le parecía por demás patética. ¿Quién se creía Yuuri Shibuya para pedirle tal cosa?

Se hicieron unos minutos de silencio, mientras los dos se batían en un combate sin palabras.

Hasta que Yuuri perdió la paciencia.

—¡No seas necio! ¡No me lo hagas más difícil, Wolf!—suplicó pasándose las manos por la cabeza y tirándose del pelo desesperado.

—Eres un tonto—Wolfram apretó con fuerza la mandíbula. Se estaba sincerando con él y no podía detener sus palabras—¿Qué crees que soy? ¿Solamente tu objeto sexual, crees que mi única obligación es entregarme a ti cuando se te plazca? ¡¿Abrirte las piernas?!—tomó aire y grito:— ¡Pues estas muy equivocado!

Yuuri se quedó mirándole con el ceño fruncido. Ahora el indignado era él.

—¡No, no es de esa manera! ¡No te confundas Wolf! Una cosa es que te desee como todo amante lo hace con su pareja. Bien, lo acepto, me vuelves loco, no me puedo controlar. Pero otra muy diferente que te quiera solo para tener sexo. ¡Por Dios! ¡¿De dónde rayos sacaste esa idea?!— Yuuri habló con toda convicción del mundo sabiendo que sus intenciones con Wolfram eran las más sinceras y puras. Se acercó a él y lo abrazó con ternura y algo de posesividad aprovechando que se había quedado momentáneamente quieto y callado—Entiende que solamente deseo protegerte. ¡Te amo! ¡Te lo repetiré mil veces y más para que se quede gravado en esa cabecita que tienes! ¡Te amo!—. Wolfram podía sentir el aliento tibio de Yuuri en su oreja— ¡Y no hables así, no luce en ti!—le reprochó, cabreado.

Wolfram pensó en retroceder y se encontró con que sus manos estaban fuertemente entrelazadas detrás de la espalda de su prometido. Sus sentidos estaban dominados por el sentimiento de protección que sentía a su lado.

—Creí que me conocías lo suficiente como para saber que al pedirme tal cosa me ofenderías—le dijo dolido, aunque, hasta cierto punto, estaba de acuerdo con él. No podía decirse que hubiese tenido mucho tacto. Yuuri colocó el mentón sobre su cabeza y tragó grueso, casi con resignación—Te lo voy a decir muy claro para que en un futuro esto pueda funcionar. Deja de tratarme así. No me gusta que me sobreprotejas. No me gusta que me subestimes. No me gusta que no confíes en mí. 

—Wolf…

—¡Cállate!...no me gusta que no respetes mis propias decisiones y que creas en todo momento que sabes lo que es mejor para mí. Ni me gusta que...

—Perdóname…—lo interrumpió con un suspiro, como si pronunciar aquella palabra fuese sumamente complicado. Una parte de Yuuri se sentía derrotado pues como Maou, se había acostumbrado a mandar, a ordenar, a imponer, y nadie le rechistaba, nadie excepto su terco prometido.

Las mejillas de Wolfram recuperaron su color. Lentamente, más dolorido que enfadado se apartó de Yuuri para mirarlo directamente a la cara. Sus ojos verdes apresaron los oscuros que tenía enfrente. Unos ojos rasgados, llenos de imposición pero también de mortificación

—Yuuri, ¿Es que te es tan difícil entenderme?— le preguntó sin esperar respuesta—Tu caes yo caigo contigo ¿recuerdas? Donde vayas, iré yo. Aunque tenga que ir al mismo infierno, allá donde tú estés, quiero estar yo. Porque te amo.

Ya no fueron necesarias las palabras, sus miradas hablaban por sí solas. El infinito amor que se profesaban trascendía el tiempo, las circunstancias y la misma muerte.

 

De repente, el tiempo se detuvo para Yuuri. Aquella dimensión ciega en la que muchas veces caía y no recordaba su propio proceder se estaba manifestando. Un aura de energía azul rodeó su cuerpo y cerró los ojos mientras que su apariencia y porte cambiaban; cabello negro y largo hasta los hombros, ojos alargados y crespos. Mayor altura. Mayor elegancia. Era su alter ego el que se había manifestado exclusivamente ante Wolfram.

 

Cuando la transformación terminó, Wolfram retrocedió un par de pasos e hizo una reverencia ante esa nueva identidad.

Maou Heika—saludó con respeto manteniéndose hincado sobre una rodilla y con la mano sobre el pecho. Había algo en esa presencia que no tenía la misma esencia de su prometido. El joven del que se había enamorado, era un debilucho con enormes ojos oscuros como piedras de ónix, llenos de vitalidad y alegría. El sujeto que tenía en frente, seguía siendo encantador, pero era más serio e intimidante. Sus ojos eran oscuros y alargados, había en ellos un ardiente destello y un sentimiento oculto parecido a la melancolía.

—De pie—le ordenó y al mismo tiempo le ayudó a incorporarse. Después, levantó una mano hasta su mejilla y comenzó a acariciarla, suavemente al principio, haciéndose más constante en cada toque. En ese momento, Wolfram se puso alerta e instintivamente echó la cabeza hacia atrás tratando de rehusarse al contacto.—No cabe duda que es la reencarnación de mi esposo —dijo de repente con patente tranquilidad.

Aquellas palabras, hicieron que Wolfram alzara ambas cejas y abriera mucho los ojos, notablemente conmocionado.

—Por un momento me deje llevar. Su inocencia es capaz de seducir a cualquier bruto como yo—siguió explicando en son de broma—Discúlpeme, lord Bielefeld—esta vez, sonó más sincero.

—Acepto sus disculpas, Maou Heika…—logró vociferar con expresión incrédula. Le resultaba difícil procesar las palabras que había escuchado. El alter ego continuaba ahí, mirándolo de pies a cabeza ajeno al impacto que le había causado. Eso le hizo reaccionar—Disculpe—comenzó sin el deseo de quedarse con la duda—Pero no logro entender la parte de ser la reencarnación de su esposo.

Maou Yuuri se acercó a Wolfram y tomó posesión de su cintura para atraerlo firmemente. Se inclinó y apoyó la mejilla contra la de él, y aspiró con deleite el aroma a vainilla y jabón que desprendía.

—Fácil—le respondió al oído—Usted nació para encontrar mi alma, para entregarse a ella, y para hacerla feliz.—hizo una pausa como si quisiera hacer perdurar ese momento—Porque sólo hay una persona para usted, Wolfram von Bielefeld.

—Yuuri Shibuya—contestó con seguridad y el corazón acelerado.

—Sí, “el debilucho” Yuuri Shibuya—repitió con voz juguetona. Segundos después, sintió un fuerte empujón que lo hizo retroceder. Un mohín de enfurruñamiento apareció en el rostro de Wolfram cuando sus rostros volvieron a verse frente a frente.

—Mí, Yuuri—recalcó sin permitirle a ese individuo de cabellos largos dirigirse de esa manera a su prometido. Dio un paso atrás para tomar aún mas distancia de él.

El alter ego de Yuuri lo miró tranquilamente, trazando con sus ojos cada parte de su rostro como si lo estuviera gravando en su memoria. Pero con eso, lo único que hizo fue añadir razones a su cautela.

—Por favor, explíquese mejor—exigió, odiaba que el nerviosismo se le colara en la voz.

—Yuuri Shibuya es mi reencarnación así como usted es la reencarnación de quien fue mi esposo. El destino hizo que una vez más nuestras almas se juntaran y se amaran—de repente, el rostro de Maou Yuuri se ensombreció con pesar. Agachó la cabeza y apretó los puños con impotencia—La historia se está repitiendo tal cual sucedió hace cinco mil años, antes de mi trágica muerte después de luchar contra el mal.

¿Hace cinco mil años?, ¿Luchar contra el mal? ¿Reencarnación? Parecía ser, que poco a poco las piezas del rompecabezas tomaban su respectivo lugar.

—Usted es el joven valiente de la profecía que me contó mi prometido. Ese capitán que lideró a los ejércitos en la batalla contra las fuerzas del mal y que luchó contra su líder, ese tal Hirish—murmuró Wolfram en voz baja entendiendo todo de una vez—Y yo…—pareció trabarse en esa parte, aún no terminaba de creérselo—Yo soy la reencarnación de su esposo. 

Siendo la reencarnación del esposo del joven leyenda, esos pequeños fragmentos de memoria, que se quedaban gravados como un Déja vu, se manifestaban a través de los sueños, como una manera de advertirle sobre lo que tenían que afrontar.

La noticia le cayó como un rayo. Wolfram caminó hasta la ventana para que el aire fresco aminorara el malestar que estaba experimentando en esos momentos. El corazón le latía con fuerza y temió desmayarse allí mismo; ante sus ojos flotaban puntos diminutos y sentía la boca amarga.

¡Esa era la explicación a todo su martirio! se dijo al borde de la desesperación. La sola idea, la sola posibilidad de perder para siempre a Yuuri lo llenaba de terror. A penas unos minutos, se había imaginado a sí mismo resistiendo valerosamente, aceptando estoicamente el sufrimiento sin una sola queja, pero ello—ahora se daba cuenta—se debía a que se lo había tomado demasiado a la ligera. ¡Las cosas no serían tan sencillas si no lograban contar con el apoyo de los miembros del consejo de su padre!

—Tiene que haber una manera de evitar ese final—murmuró, con un gran nudo en la garganta—Esa pesadilla no puede volverse realidad.

—Tranquilo—susurró el alter ego de Yuuri poniéndole una mano en el hombro—No entre en pánico ahora. 

Wolfram se giró para verlo a los ojos. No lloraba, pero tenía los ojos acuosos.

—Asegúreme entonces que mi Yuuri no morirá—susurró con voz distante y vaga.  Después, como si proviniera de otra persona, repitió en tono amenazador:— ¡Asegúremelo!

—El futuro es incierto y no puedo asegurar tal cosa—respondió. No había expresión en su rostro delgado y fino, pero su voz era tranquila y su mirada, firme—Pero tenga fe en que así será, Lord Bielefeld. Que todo saldrá mejor esta vez—Tratando de ser más convincente, dibujó una sonrisa. Sonreír cuando se sentía tan preocupado, no se sentía bien, pero verse confiado debía llenar de fuerzas a lord Bielefeld. Así que era lo correcto. Sin embargo, sus intenciones no surgieron efecto.

—La fe no me devolverá a mi Yuuri.

Wolfram pasó de largo al alter ego, golpeándole un poco el hombro contra el suyo. Éste se limitó a  inclinar la cabeza y lanzar un suspiro. A él también le dolía verlo sufrir aunque no lo demostrara del mismo modo que su reencarnación.

—Olvidé que usted es tan necio y caprichoso como solía ser mi Marcel—murmuró el alter ego con una sonrisa que, poco a poco, mientras más se alejaba Wolfram dándole la espalda, se fue transformando en melancólica.

En realidad, nunca se imaginó profanar la inocencia que irradiaba la reencarnación de su esposo, ni tenía intención hacerlo. Su tiempo y su historia estaban concluidos y lo aceptaba completamente. Esperaba algún día volver a ser libre y encontrarse con la esencia de su amado esposo en el más allá, pero eso solo ocurriría si lograba cumplir la misión que lo tenía atado al cuerpo de Yuuri Shibuya.

—¿Por qué no en vez de estarme comparando con él, me dice que podemos hacer para salir vivos de este problema?—preguntó Wolfram de golpe al darse la vuelta. Al cabo de unos segundos, se arrepintió. El alter ego tenía una expresión penosa en el rostro como consecuencia de sus crudas palabras—Di-discúlpeme…yo no quise.  

Maou Yuuri negó con un gesto al tiempo que se acercaba a él—Descuide, entiendo cómo se siente.

Wolfram meneó la cabeza en un gesto de negativa—Nadie me entiende—confesó al borde de las lágrimas.

Dirigido por el instinto, y aferrándose a la esperanza de que esta vez lo no rechazaría, el alter ego llevó las manos al rostro de Wolfram, y luego las deslizó hacia atrás de la nuca para empujarlo hacia él y admirar sus ojos de cerca, como si en verdad se trataran de los de su hermoso esposo, que murió días después de su partida, como una manera de cumplir con la promesa de estar juntos hasta que la muerte los separe.

—Mi presencia aquí hoy fue por usted—confesó—Debo advertirle de algo de suma importancia.

—¿De qué se trata?—preguntó Wolfram sin rechazar ese nuevo contacto, sosteniéndole su mirada sin parpadear y manteniendo sus emociones con un autocontrol impropio de alguien tan explosivo.

—Me imagino que usted participará en la batalla como lo hizo mi Marcel en aquella batalla.

Wolfram asintió.

—Si—respondió enfáticamente—Mi lugar está al lado de mi futuro esposo, pero también es mi deber como soldado y futuro consorte real.

Esa respuesta, enorgulleció de alguna manera al alter ego de Yuuri.

—Debo advertirle entonces que tenga cuidado con la sacerdotisa Agnes, una chica de cabello color plata y ojos avellanas—le dijo mientras lo soltaba y sus manos terminaban en los bolsillos del pantalón—Seguramente lo buscará para atacarlo durante la batalla. Una mujer despechada es capaz de cualquier cosa—agregó con cautela.

La sacerdotisa Agnes se había enamorado del joven leyenda en el pasado, pero fue rechazada porque él amaba a alguien más, a su esposo por supuesto. Ella no pudo sobrellevar ese rechazo y se unió al lado oscuro para acabar con la vida de ambos. Esa parte del relato se omitía muchas veces porque pocos lo sabían. No dudaba que ella estuviera involucrada de nuevo y temía por la seguridad de lord Bielefeld.

—Gracias por tomarse la molestia de advertírmelo, Maou Heika—musitó Wolfram—Y de verdad lamento mucho mi falta de tacto—volvió a disculparse, con sinceridad.

El alter ego sonrió, prometiéndose a si mismo que haría todo lo que estuviese en sus manos para que esta vez si pudieran vivir felices para siempre. Tan sumido estaba en sus pensamientos que se le había pasado por alto que les quedaban apenas unos minutos que compartir, pero cuando reaccionó, decidió aprovechar esos pequeños instantes.

—Debo irme ya. Mi tiempo se ha terminado. Es probable que ya no nos volvamos a ver, así que antes de partir quiero decirle que le deseo lo mejor, y que sea muy feliz al lado de Yuuri Shibuya.

Wolfram sintió algo de melancolía en el corazón. El alter ego de Yuuri le parecía alguien orgullo, presuntuoso y atrevido; pero todos sus defectos los compensaba con ese brillo de bondad que reflejaban sus ojos y esa preocupación por el bien ajeno que demostraba sin querer. Había algo en él que pareció enternecerlo al final. Fue un héroe que salvo al mundo sacrificando su propia vida, pero nadie se tomaba la molestia de recordarlo con cariño.

El alter ego observaba a Wolfram con adoración, pero en su visión se encontraba la imagen de su amado Marcel. No supo en qué momento su mente hizo el cambio o si fue desde el principio, pero en esos momentos sentía una mescla entre la felicidad y la tristeza. Podía sentir su corazón agitarse ante la idea de estar cerca de su esposo de nuevo. Poder tocarlo, poder sentirlo. Extrañaba todo eso, la suavidad de sus manos, la calidez de su cuerpo, lo dulce de su voz e incluso esas largas y tupidas pestañas que solían rosarse con sus mejillas cuando él lo besaba.

—Puedo pedirle un favor, Lord Bielefeld....

Wolfram miró por un instante a esa cara anhelante. Luego, asintió con la cabeza.

—Abráceme—suplicó mientras rezaba en su interior para que la voz no se le quebrara—Por favor, sólo un minuto.

Wolfram volvió a asentir como respuesta, aunque ya se había decidido cumplir con cualquier favor que le pidiera. Ya no sentía el mismo miedo por él que al principio, porque ese sentimiento de recelo había cambiado a uno de compasión. 

—Pero con una condición—advirtió.

La respuesta hizo que Maou Yuuri soltará una breve risita sin ser capaz de ocultar el paño en sus ojos.

—¿Cuál?— En aquel instante, se estremeció con la brisa que se colaba por las ventanas trayendo consigo unos aromáticos pétalos de rosas rojas. Eran las favoritas de Marcel.

Los labios de Wolfram dibujaron una sonrisa confortante, esperando poder transcender incluso la pequeña herida que sentía en su corazón, para sanar las heridas que tenía el otro.

—Dígame su verdadero nombre.

Entonces, Maou Yuuri extendió sus brazos —Abráceme y se lo diré—respondió.

Sin pensarlo por mucho tiempo, Wolfram así lo hizo; se acercó a él, lo estrechó entre sus brazos y como una manera de contemplarlo, le sobó la espalda suavemente. En ese momento, el alter ego de Yuuri acercó los labios a su oído y le susurró su nombre:

—Allan…mi nombre es Allan…

Tras esas palabras, la misma energía azul rodeó ambos cuerpos como un torbellino. Para Allan había llegado el momento de partir.

Cuando todo volvió a la normalidad, Wolfram se dio cuenta que quien tenía entre sus brazos era a su amado Yuuri. El debilucho. La mirada tierna que poseía no podía engáñalo. Lo observó detenidamente como si no terminara de creérselo. Exploró sus rasgos juveniles y alegres. Su cabello corto que le sentaba de maravilla. Comparó su altura que era un poquito más alto que él, y terminó por posar sus ojos en los jugosos labios que poseía y que eran su adicción.

Yuuri sabía muy bien lo que había sucedido, pero hacía mucho tiempo que no caía completamente inconsciente. Pensó que eso ya lo había controlado a la perfección pero por lo visto, esa extraña personalidad solamente estaba esperando el momento oportuno para volver a salir.

—Wolf... ¿Qué te…—sus palabras murieron con un beso. Un beso que correspondió complacido.

Wolfram se había dejado llevar por el momento. Su intención era que se tratara de un beso breve, pero a medida que sus labios se movían sobre los de Yuuri, la emoción creció y amenazó con salírsele de control. Avanzaron hasta la cama donde el Yuuri se sentó a la orilla y él se sentó sobre su regazo, y volvieron a besarse con la misma pasión con la que habían iniciado. Solo hasta que les hizo falta el vital oxigeno, se separaron.

—Te amo—murmuró cerca de sus labios, acunando su cara dulcemente con las manos—Por siempre y para siempre. No importa que nuevas pruebas tengamos por delante. Estaré contigo pase lo que pase.

Yuuri abrió la boca para decir algo, pero se detuvo. Era la mirada esmeralda de su prometido, ese brillo que había visto un par de veces durante estos  últimos días lo que lo hizo callar.

Wolfram lo besó de nuevo. Esta vez, dejando que todos sus sentimientos salieran al exterior. No se contuvo las lágrimas. Quería detener el tiempo y estar así con su Yuuri por siempre. Así, de esa manera: Sentado en su regazo aprisionado entre sus fuertes brazos. Besándose, acariciándose, amándose, pero sabía que no se podía.

El sonido del llamado a la puerta interrumpió ese momento. Ellos se separaron pero se mantuvieron en la misma posición en que estaban. Wolfram se enjugó los ojos y después dijo>>Adelante<<; la persona que llamaba entró a la habitación. Se trataba de Conrad, que al ver la manera en la que estaban su ahijado y su hermanito, se sonrojó e hizo la vista a un lado.

—Disculpen la interrupción—dijo al instante.

Solo hasta que su padrino se disculpó, Yuuri se dio cuenta que seguía teniendo a Wolfram a horcajadas sobre sus piernas. Pensó que su prometido iba a levantarse, totalmente avergonzado por darse color, pero sorpresivamente, se arrimó más a él. ¿Qué era esto? ¿Un nuevo avance en su relación? eso le agradaba. Podría besarlo y abrasarlo en cualquier momento y frente a cualquier persona. Excepto frente a “Papi-suegro” 

—Descuida, Aniue (hermano mayor)—fue Wolfram quien contestó tratando a Conrad como se merecía. Se lamentó por todos esos años que pasó despreciándolo por tontos prejuicios. Lo cierto era, que no admiraba a nadie tanto como espadachín como lo admiraba a él, inclusive más que a su padre.

Yuuri sonrió tomándose la libertad de masajearle una pierna, sin importarle que estaba en presencia de un hermano sobreprotector y celoso a su manera.

Los finos labios de Conrad esbozaron una sonrisa de total resignación antes de cambiar su compostura a una de seriedad—Venia a avisarles que la reunión de Alto Consejo se llevará a cabo en cinco minutos.

Yuuri tragó saliva—Entonces vamos—dijo casi con resignación. Wolfram se levantó de su regazo no sin antes darle un fugaz beso en los labios.

 

 

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El salón principal del Castillo Imperial estaba abarrotado de las personas más importantes e influyentes del país. Los guardias de palacio se alineaban a ambos lados de la sala del Trono en posición de firmes.

Al lado derecho del trono, se encontraba el líder de Moscovitch, Zweig, y Aigner respectivamente. Al lado izquierdo, el líder de Luttenberger y Rosenzweig con la temporal ausencia de los representantes de Ducke y Foster, para completar los miembros del consejo. La silla del rey se encontraba vacía.

Ante el estrado, y dispuestos en dos hileras y con un pasillo central, algunas sillas estaban ocupadas por la nobleza de Antiguo Makoku. Un total de treinta familias ricas e influyentes estaban reunidas en el salón. La estancia se encontraba resonante de voces y murmullos. Todo el mundo esperaba que empezara la reunión de Alto Consejo, sin saber exactamente a que obedecía este evento tan sorpresivo. Algunos eran buena gente, tenían el sentido de la equidad y la justicia. Otros, necesitaban de buenas razones para aceptar o rechazar cualquier pedido del rey.

 

—¡Oh, Ari-chan! ¡Cuánto tiempo sin verte!—exclamó Kristal, quien tenía al cantante aprisionado fuertemente entre sus brazos, que mas era un abrazo de pecho. Al lado, Dimitri observaba con recelo—¡No te pierdas así, te extraño mucho!

—¡Si…si…Kristal chan!—logró vociferar Ariel, aunque casi se asfixiaba. No le gustaba. ¡No le gustaba para nada cuando su amiga lo abrazaba de esa manera tan posesiva en frente de su esposo! Porque después, éste se lo cobraba sin dejarlo dormir—¡Ahora, por favor… me…me estas ahogando…suéltame! ¡Rai…Raimond! ¡Ayúdame! —suplicó a quien se encontraba cerca de ellos mirándolos con un gesto que oscilaba entre la pena ajena y la resignación.

—Lo haría pero no puedo—se lavó las manos.

—Yo lo haré—intervino Dimitri separando a ese par. Y así, Ariel pudo volver a respirar.

—Oh, también me alegro verte, Dimitri—dijo ella con fino sarcasmo—Dime Ari chan, ¿Te trata bien tu esposito?, porque si no, se las verá conmigo—advirtió mirando al escritor con fiereza, pero éste no se dejó inmutar y le respondió con la misma mirada.

A Ariel le resbaló una gota de sudor en el rostro—Ya Kristal chan…mi Dimitri se porta bien…

—Así debe ser ¿No? —la voz a sus espaldas los hizo dar un respingo del susto.

—¡Axel!—exclamó Ariel, contento de verlo.

—Axel kun—dijo Kristal dedicándole una sonrisa—¡Qué bueno que ya te sientes mejor!

Axel asintió amablemente para después seguir a los demás a unas sillas que se encontraban todavía vacías y se colocó al lado de Raimond con los brazos cruzados

—Algo grave pasa, ¿Cierto?—comentó guiando su mirada al trono donde su padre hacía aparición después de haber saludado con fingida cordialidad a todos los presentes. Los que tenia al lado, ensombrecieron su rostro al recordar las circunstancias en que se encontraban—Lord Bastian von Moscovitch y Friedrich no han regresado de su viaje, y se convoca esta reunión en ausencia del rey Willbert—añadió afilando sus ojos—Esto no es normal.

—Lo entenderás pronto Axel kun—respondió Kristal—En cuanto su majestad Yuuri haga su aparición por esa puerta—señaló la enorme puerta doble de la entrada—Se te explicará lo que está sucediendo, o más bien—corrigió—lo que está a punto de suceder.

 

Martín volvió a ver a su querida Hannah. Ella se encontraba un poco mas recuperada después de haber estado llorando periódicamente durante horas desde que se había enterado de que su hijo y esposo estaban desaparecidos. Lord Luttenberger había corroborado las sospechas que tenía sobre su paradero en la reunión que habían sostenido previamente. No podía pensar en alguna palabra de consuelo en esos precisos momentos, pero se conformó con sostenerle fuertemente la mano.

 

Sonaron las trompetas, y un soldado de alto rango anunció al Maou de Shin Makoku.  Algunos de los nobles reunidos en la sala se pusieron en pie para hacer una reverencia, a diferencia de algunos que se mantuvieron pegados a la silla.

Para sorpresa de muchos, Yuuri Shibuya hizo acto de presencia con toda la gallardía de un rey acompañado de Gunter, lady Cecilie, Waltorana y Conrad, y por supuesto, de la mano de su amado prometido.

 

—Se ve totalmente recuperado—murmuró Ariel para sí, mientras veía caminar a los recién llegados al estrado. Dimitri alcanzó a escucharle.

—¿De qué estás hablando? Ariel—le preguntó en un susurró al oído.

—¿Eh?—se frotó la mejilla y rió por lo bajo sin perder el brillo cálido y risueño de su mirada—Del príncipe Wolfram…—respondió—Ya sabes, después de lo que sucedió anoche… ¡Solo mira el resplandor que tiene su rostro! No cabe duda que el amor hace milagros—explicó con la mirada enfocada en el príncipe dejándole saber a su esposo lo preocupado que estaba por él.

Dimitri soltó un bufido—Tu no cambias, Ari chan.

—¡Oye, oye, oye! ¡Dimitri!—de repente exclamó el cantante con energía.

Él alzó una ceja. Ahí estaba la bipolaridad de su bola rosa, se dijo.

—¿Uhm?—emitió, fijándose en como su ruidoso esposo comenzaba a jugar con sus dedos y su rostro adquiría un rubor en las mejillas. 

—Tu… ¿Tú crees que el príncipe Wolfram quiera ser mi amigo?…—le preguntó con timidez. Los ojos de su Dimitri permanecieron como platos durante un segundo.

—¿Quién querría ser amigo de un tipo tan chillón y ruidoso como tú?—exclamó con la mayor frialdad posible sin pode ocultar en sus ojos la ternura con la que lo decía. Un golpe en el hombro por parte de su esposo le siguió a su respuesta.

—Guarden silencio—les dijo una persona que se encontraba detrás de ellos, e inclinaron la cabeza sintiendo vergüenza.

—Lo sentimos—dijeron al unísono.

 

—¡Vaya! ¡Qué sorpresa!  ¿Fue usted quien convocó esta reunión de Alto consejo? Tal parece que ya da por hecho su victoria, Yuuri Shibuya—dijo Alexander en voz alta no sin cierto eco sarcástico en la voz.

Antes de que Yuuri pudiera contestarle, Lord Luttenberger intervino:

—Hay asuntos urgentes que debemos tratar, Alexander. No seas impaciente mi buen colega—Alexander frunció los labios. Después, el anciano se dirigió al Maou—si me lo permite Majestad, seré quien comience con esta reunión de Alto Consejo.

—Gracias, Lord Luttenberger—asintió Yuuri exteriorizando un sonoro suspiro y de pronto sintió que Wolfram le apretó la mano en una muestra de apoyo incondicional. Tomó su lugar en el centro del salón y contempló a los allí reunidos. Vio rostros amables y atentos, así como agrios y renuentes, todos eran conscientes de que la reunión iba a empezar y sus expresiones le decían que sabían que su voto afectaría a la vida de sus compatriotas.

Sin la presencia del Rey Willbert, a Yuuri solamente le quedaba rezar para que esas personas no se salieran de control.

 

Esta historia continuará.

 

Notas finales:

:3 de alguna manera tenía que meter ese nombre. xD

Muchas Gracias por leer. 


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