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El rencor contra el amor por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Tuve algunos inconvenientes desde el inicio de este mes para poder escribir. Se me hacía imposible y al sentirme de repente triste no me llegaba la inspiración. No me sorprendería que estuvieran enfada@s conmigo. Les pido una disculpa porque fue una irresponsabilidad de mi parte tardar de esta manera.

Inclusive no está terminado del todo. Es que me dije a mi misma: Después de una historia tan larga, lo menos que se merecen estos personajes a los que les llegué a tener tanto cariño es un epilogo largo que explique la manera en la que se resolvieron los problemas de sus vidas. Y eso fue lo que he intentado hacer.

Leí los reviews y vaya que me hicieron llorar de la emoción. Se los agradezco mucho. De todo corazón. Siempre seran mi motor. 

 

 

 

Más allá del final.

 

Shin Makoku.

 

—Levántense ya niños, hoy es el gran día.

Decía una señora robusta y simpática a sus hijos a buena mañana, incitándolos a vestirse rápidamente para acudir a la capital. Tenían por delante un largo viaje.

Los pequeños que eran cinco en total se incorporaron perezosamente en la cama moviendo el cuello de un lado al otro y frotándose los ojitos para terminar de despertar.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mama! ¡Podremos verlo hoy! ¡¿Verdad que sííí?! —el más pequeño de sus hijos se lanzó a sus brazos con un entusiasmo digno de un niño de su edad.

—Si tenemos suerte y si llegamos temprano tendremos un lugar perfecto para verlos en el desfile, Pablo —contestó ella con un entusiasmo similar. El sol brillaba, pero aún no había empezado a calentar.

Los niños levantaron las manos y gritaron ~¡Hurra!~ Manifestando la emoción que sentían por la oportunidad de asistir a tal evento. Tras la euforica celebración, dos de los cinco niños salieron de la habitación para tomar un rápido baño antes de partir.

—¡Cuando sea grande quiero ser como él! —anunció el pequeño Pablo, que continuaba en los brazos de su madre.

—¡Yo también quiero ser un héroe como nuestro Maou! —gritó Joss, su hermano, levantando la mano.

Su hermana mayor suspiró, absorta en sus pensamientos. Parecía haber entrado en un mundo de ensueños.

—Yo quisiera casarme con alguien como el prometido de nuestro rey—musitó— ¡Kyaaa! ¡Es tan guapo! —gritó sonrosada de las mejillas.

—Deja de decir tonterías Aurora, aún eres muy joven para eso —rezongó su madre, que ya había comenzado a desvestir al travieso Pablo para que tomara un baño como el resto de sus hermanos. 

La chica que tendría unos dieciséis o diecisiete años (en apariencia humana), hizo un puchero, inflando sus mejillas. Su madre había tenido que criar a muchos hijos, y, para controlarlos a todos, se había vuelto algo mandona.

—Déjala que sueñe cariño —dijo su padre, entrando de sorpresa a la habitación—. No la culpo por tener esos deseos. Cualquiera quisiera casarse con alguien tan hermoso que es capaz de curar a los enfermos con sólo su belleza.

El hombre sonrió como un bobo mientras que la mujer hizo un mohín de enfurruñamiento.

—Como lo fue en tu caso, ¿cierto? “ca-ri-ño” —le reprochó con desgana a su esposo.

El hombre enrojeció. Sabía lo gruñona que podía ser su mujer cuando la atacaban los celos.

—¿Te enfadaste? ¡Perdón, perdón! —pidió al tiempo que juntaba las manos —. Pero entiéndeme Romina, ¡soy casado no ciego!

Eso fue como agregarle leña al fuego de los celos que consumía a su mujer.

—¡Compórtate cuando estemos allá, Reinaldo! —ordenó respaldada por los continuos asentimientos de sus hijos con la cabeza.

—Olvídalo cariñito, éste debe ser un día para celebrar no para pelear —se defendió él, nervioso, siendo igualmente respaldado por los asentimientos de sus hijos con la cabeza. ¿De qué lado estaban esos mocosos?

La mujer gruñó casi como un oso y los niños soltaron unas risitas indiscretas.

—Cariñito… cariñito —repitió con ironía, luego volvió su mirada hacia sus hijos— ¡Vamos, vamos, vamos ya niños! —exclamó, aplaudiendo escandalosamente— ¡Hay llegar temprano, vamos!

—¡Sííí! —gritaron los tres, corriendo fuera de la habitación.

Al quedar a solas, el hombre abrazó a su esposa por la espalda, sabía que eso la ponía contenta.

—¿Sigues enojada?—inquirió, meloso. Ella le hizo la cara a un lado.

—¡Jump!

—Gordita, no te sientas celosa.

¿Gordita?

Esa era la palabra prohibida. La mujer abrió la boca exageradamente tras arrugar la nariz en señal de disgusto. Ella no era gordita, ¡No señor!, era de huesos anchos, eso era lo que pasaba.

—¿Qué?—inquirió él, alzando una ceja sin captar el grado de su estupidez.

—Te quedaras aquí Reinaldo —dijo ella con voz lúgubre, el hombre tragó en seco— No iras a recibir a nuestro rey, iremos solo los niños y yo. Ese será tu castigo por decirme gorda.

—¡¿Queeeeeeeeeeee?! ¡No! ¡Oi, oi mujer, espera! ¡No me puedes prohibir eso! ¡Es un deber cívico! ¡Romina! ¡¿Adónde vas, Romina?! ¡Rominaaaaaaaa!

La señora Romina siguió avanzando por el pasillo, con su esposo suplicando tras ella.

 

 

*********************

 

 

 

Pacto de Sangre.

 

 

El sol brillaba en lo alto de un cielo azul y despejado de nubes. Era un día esplendido. El clima, soleado y cálido le daba ese toque de esplendor a la atmosfera. No cabía duda de que estaban siendo bendecidos en ese día especial.

La multitud fue congregándose poco a poco conforme se acercaba el momento del desfile. Reunidos en las orillas de las calles, los habitantes se contaban por cientos de miles. Se oían comentarios y opiniones por dondequiera, pero la mayoría estaba de acuerdo en una cosa: se encontraban ante una ocasión memorable. Nunca antes se había reunido semejante cantidad de personas para un solo evento en la historia del país.

Todo mundo estaba emocionado por recibir al Maou más querido de todos los tiempos. Las mujeres sostenían ramos de flores en sus manos, algunos hombres tocaban sus instrumentos musicales para ponerle ambiente a la alegre espera y los niños se reían mientras corrían de un lado a otro, persiguiéndose entre ellos.

Mas pronto de lo que se imaginaban, las campanas de la torre empezaron a repicar anunciando el inicio del desfile, y el eco de su sonido resonó hasta en el último rincón del pueblo.

Tras el arribo, la realeza y los héroes militares que participaron en la batalla iniciaron el desfile desde el puerto a lo largo del paseo serpenteante que constituían las calles de la capital, cabalgando hacia el castillo. Las personas les lanzaban pétalos de flores desde los balcones. Algunos hombres alzaban con orgullo la bandera representativa de su país. Los padres de los soldados lloraban conmovidos por la valiente hazaña de sus hijos. Todos aplaudían y hacían reverencias al verlos pasar. Viejos soldados se ponían firmes mientras llevaban la mano a su frente y hacían un saludo militar, con lágrimas en los ojos, al recordar viejos tiempos.

Al frente cabalgaban Yuuri y Wolfram, con Conrad, Gwendal, Murata y Gunter al lado, éste último volvió la cabeza para contemplar a la enorme y feliz multitud que llevaban detrás.

—Esto debió haber sido obra de él —murmuró, enternecido por el recibimiento.

—No hay duda de eso —respondió Conrad, encogiéndose de hombros. ¿Quién más si no fue el rey original quien dio aviso de su victoria para que todos los habitantes fueran participes de ese milagro?

Detrás de ellos cabalgaban Waltorana, Cecilie y alguien que volvería a ser parte de Shin Makoku, su país de origen, para siempre.

El desfile continuaba entre risas, música, bailes y cánticos. Todo el pueblo compartía una admiración unánime por Su Majestad Yuuri. La noticia de su victoria en contra del mal se había corrido entre la gente. Se contaban muchas historias que detallaban la valentía del rey en dicha batalla, algunas muy cercanas a la realidad, otras demasiado fantasiosas, pero todas ellas con un cariño especial. Aquel día, Yuuri era un héroe y un sinnúmero flores llovían sobre él al pasar.

Un poco sonrojado por la eufórica bienvenida, Yuuri los saludaba muy a su manera: moviendo el brazo exageradamente de un lado a otro con una radiante sonrisa pintada en el rostro.

Wolfram miró el cielo de la brillante mañana, feliz como nunca. Un viento agradable jugaba con su cabello, cuyos mechones le acariciaban el rostro con un cosquilleo. Apartó de su frente unos rizos de cabello rubio y entrecerró los ojos ante el resplandor del sol. Un claro sonido de suspiros llegó a sus oídos por tal acción.

 

—¡Kyaaaa, ¿Lo viste papá?! ¡Es Wolfram sama! —le dijo Aurora a su padre entre el público, gritando todo lo que podía para hacerse oír en medio de tanto ruido.

Reinaldo asintió con la cabeza. No podía decir mucho ya que su mujer estaba a la par, y él estaba sentenciado. Sin embargo, le llamó la atención que ella estaba enfocada en alguien del desfile, el Lord que iba al lado de la ex Maou, Lady Chéri.

—¡Wow! ¡Qué hombre tan guapo! —Romina suspiró, con los ojos engrandecidos y brillantes. Su marido y su hija mayor se le quedaron viendo con una postura de “¿Ahora quien es la fangirl?” cosa a la que no le dio mucha importancia. Carraspeó y respiró profundo para recuperar la compostura, y luego echó un vistazo a sus hijos pequeños notando que faltaba uno —Aurora, dejé a Pablo a tu cargo, ¿dónde está?

—¿Eh? —la chica reaccionó y buscó por todos lados. Ningún rastro de su hermanito—Oh, oh —entró en pánico. Sus padres contuvieron la respiración, no esperaban buenas noticias— ¡No puede ser! ¡Pablo!

 

 

 

El pequeño Pablo saltaba, gateaba y se deslizaba por las calles abarrotadas. Todo con tal de abrirse camino entre la gran masa de gente que seguía al Maou. Quería verlo más de cerca. Quería poder tocarlo y asegurarse de que fuera real, intercambiar un par de palabras y decirle que lucharía fuertemente para poder llegar a ser como él. La persona que encabezaba el desfile era su ejemplo a seguir.

Un grito de júbilo surgió de la multitud y gradualmente cobró tal intensidad que Pablo sintió que la presión de la emoción casi le oprimía el pecho. Ya estaba cerca, podía lograrlo. Con un último esfuerzo, apartó de un empujón a un hombre y dio un codazo a otro, intentando abrirse paso a través de la apiñada multitud. Así logró rebasar la primera fila y se incorporó al pequeño séquito que encabezaba el desfile.

—¡Majestad Yuuri! —Tan solo poder estar más cerca de él había sido suficiente, pero no contaba con que su rey le prestaría atención. Lo estaba mirando, y además de eso le estaba sonriendo. Todavía le costaba creerlo. Le latía el corazón tan rápido y se sentía tan feliz que creía estar a punto de estallar—. ¡Algún día seré un soldado y protegeré estas tierras del peligro como lo ha hecho usted, Majestad Yuuri! —se atrevió a decir con el valor suficiente. La emoción que lo embargaba era tal, que unas lágrimas amenazaban con brotar de sus ojitos—. Y podré ser parte de un desfile como este— añadió con timidez.

Wolfram observó la reacción de Yuuri. Éste sonrió, extendió los brazos y, sin alterar el paso, levantó del suelo al chiquillo y lo sentó sobre su caballo.

—¿Algún día? —exclamó—. ¿Por qué esperar tanto si puedes hacerlo ahora?

Los ojos del niño brillaron, irradiando una sonrisa que se extendió por todo su rostro.

 

Al unos cuantos metros.

—¡Allá esta! —señaló Aurora a sus padres, quienes rápidamente siguieron con su mirada la dirección que ella apuntaba— ¿Pablo está con el Maou?—añadió sin poder creerlo.

Sus padres abrieron los ojos, alarmados.

—¡¡Pablo!!

Toda la familia se abrió paso entre la multitud hasta llegar al pequeño que estaba junto al Maou.

—¡Majestad, nuestras más sinceras disculpas! —dijo Reinaldo en voz alta, haciendo una ostentosa reverencia así como su esposa y el resto de sus hijos cuando lograron alcanzarlos.

En cambio, Yuuri les dedicó una sonrisa amable.

—Ah, ustedes son los padres de este niño —comentó alegre, acariciando la cabeza del pequeño—. Es un gusto conocerlos. Seguro que Pablo será un gran héroe en el futuro ¿Verdad que si? —añadió chocando palmas con él y recibiendo un eufórico «Sííí» como respuesta.

—¿Eh? —Ambos padres pestañearon un par de veces, confundidos —Si…Bu-bueno esa siempre ha sido la ilusión de nuestro hijo más pequeño —explicó Reinaldo manteniendo el mismo asombro.

—¡Yo quiero ser parte del desfile también! —chilló de repente uno de los hermanos de Pablo, tan inocente como entusiasmado.

—Joss, compórtate —susurró su madre en reprimenda. El niño hizo un puchero, estaba a punto de llorar.

Justo en ese momento, los que estaban detrás de Yuuri intercambiaron miradas .

—Entonces vengan aquí —Conrad se adelantó a los demás; levantó al pequeño Joss y lo montó a su caballo. Así también lo hicieron Wolfram, Gwendal, Murata y Gunter con los demas niños.

Los soldados que presenciaron esa demostración de buen corazón imitaron la buena acción de su monarca y de su corte, llevando consigo a los niños y niñas que les saludaban.

Yuuri continuó el recorrido con el pequeño Pablo montado al frente de su caballo, escuchando las risas y los gritos de placer del pequeño y los elogios de la gente, aunque no había sido esa su intención.

Wolfram contempló a su prometido con la mirada, una mirada que además de adoración y orgullo, irradiaba ilusión. Con una niña montada en su caballo, a Wolfram se le vino a la memoria la imagen de su linda hija convertida en toda una señorita hecha y derecha.

Suspiró ansioso.

Deseaba romper con el protocolo y arriar las riendas para que su caballo marchara lo más rápido posible para llegar pronto a Pacto de Sangre. Anhelaba abrazar a su Greta después del tiempo que estuvieron separados, un tiempo que se le estaba haciendo eterno.

 

Al notar la inquietud de su prometido, Yuuri aminoró la marcha de su caballo y se retrasó unos pasos hasta acercarse lo suficiente a él.

—¿Ansioso? —murmuró en voz baja.

—No sabes cuánto —Wolfram lanzó una sonrisa radiante, saludando con la mano a los espectadores—. Quiero ver a nuestra hija —suplicó con otra cara cuando lo volvió a ver.

—Yo también —confesó el monarca, suspirando—, pero ya falta poco— Le sonrió cálidamente—. Pronto estaremos juntos de nuevo.

Wolfram lo observó con atención. Sus ojos tenían un brillo triunfal y esos labios tan perfectos esbozaban una sonrisilla. Yuuri extendió el brazo y entrelazó una mano con la suya. La mezcla de fuerza y ternura de esa caricia lo estremeció, y correspondió su sonrisa.

 

 

 

En el castillo Pacto de Sangre los ánimos estaban tan entusiastas y vivaces como nunca antes. La entrada principal se veía rebosante de flores. Los miembros del Consejo de Nobles ya se encontraban en ese lugar esperando por el Maou. Unos escalones daban acceso a ella y había una línea de soldados en ambos lados de la alfombra roja. Éstos llevaban uniformes azules de gala, acorde con la solemnidad de la ocasión. Los galones de oro de sus mangas relucían al sol así como sus pulidas espadas.

El salón del trono se había embellecido para la ocasión. Era un día de fiesta y lo tenían que celebrar a lo grande. Se había lacado toda la superficie del trono con incrustaciones de pedrería y oro, era una silla digna para un rey que también era un héroe. El lugar resplandecía y lanzaba destellos de colores difuminados cuando se colaba algún rayo de sol por los amplios ventanales.

En la cocina se preparaba un banquete que consistía en las mejores carnes, condimentos, aderezos, ensaladas y postres. Cincuenta cocineros estaban a cargo y otros cien preparaban los platillos. Era una fiesta comunal, tendrían que alimentar a cientos de personas.

 

 

Por fin, después de esperar por tanto tiempo, la trompeta sonó en Pacto de Sangre avisando de la llegada del Maou. En esos instantes los oficiales alzaron sus espadas para formar un arco con ellas.

Yuuri bajó del caballo y al darse la media vuelta pudo visualizar a su otro tesoro esperarlo al lado de los demás Nobles. Tuvo un ataque de ansiedad en esos momentos, pero se controló. Se agarró fuerte de la mano de Wolfran y caminó por la alfombra roja hacia la amplia entrada del castillo seguido por demás.

Los soldados saludaron marcialmente a la realeza Mazoku que desfilaba en parejas; sin embargo, y ya sin importarles el bendito protocolo, Yuuri y Wolfram comenzaron caminando y terminaron corriendo. Subieron briosamente por los peldaños de piedra del castillo sólo para reencontrarse con la luz de sus ojos, su amada Greta.

Fue una imagen digna de ser guardada por la posteridad. La princesa era rodeada por los brazos de sus dos padres, quienes a su vez lloraban y le daban besos en la cabeza y en las mejillas.

—¡Te extrañé tanto! —musitó Wolfram apretándola más contra sí.

—Yo también te extrañé papá, y a ti también papá Yuuri —Greta sostenía con fuerza la mano de él— ¡Me alegra tanto que estemos juntos! No quiero volver a separarme de ustedes.

—Tranquila Greta, ya todo está bien.

Las palabras de la princesa alcanzaron a ser escuchadas por alguien entre los espectadores, alguien que se sintió culpable de su tristeza.

Cuando la familia real escuchó los aplausos y las exclamaciones de ternura se separaron un poco sonrojados, pero al fin de cuentas muy contentos por estar juntos de nuevo.

—¡Bienvenido Su Majestad! —Del Kierson von Wincott se acercó a Yuuri con los brazos extendidos y le dio un sutil abrazo de bienvenida.

—Majestad —le siguió Lord Radford, haciendo lo mismo que su compañero—. Bienvenido y felicidades.

—Es un honor tenerlo de vuelta —Lady Rocheford (Roshvall) hizo una elegante reverencia. Y así lo hizo también Denshan von Karbelnikoff.

—Majestad, si en mi hubiera estado la opción le juro que hubiera ido al frente de la batalla con usted —se jactó Stoffel después de saludar a su querido Maou de manera efusiva.

Yuuri estrechó sus ojos, sin creerle en lo absoluto. —Seee, claro— masculló a lo bajo.

—Majestad, yo ya tenía listos unos cuantos robots por si los necesitaba —Anissina chasqueó la lengua, inconforme por no haber podido usar sus hermosas y explosivas creaciones—. Ni modo, será la próxima vez.

—¡Ni lo pienses Anissina! —advirtió Gwendal deliberadamente siendo apoyado por todo el mundo. Anissina era una verdadera amenaza cuando se le daba confianza de crear nuevos artefactos de guerra.

—¿Así que el mocoso rey fue capaz de lograr recuperar la mano del tercer hijo? No está mal —Se escuchó una voz aguda y varonil. Yuuri no podía creer que “él” estuviera ahí para recibirlo.

—Adalberto.

El Mazoku más rebelde de todos los tiempos esbozó una sonrisa ladina.

—Un hombre que es capaz de luchar por lo que quiere sin importarle cual sea el peligro merece mis respetos— agregó con complacencia.

Yuuri correspondió la sonrisa y agradeció sus palabras. Después miró a Wolfram y le tomó de la mano.

—Gracias, Adalberto.

Aquel mismo espectador no pudo evitar que su corazón volviera a experimentar un sentimiento de culpabilidad al escucharle. Era lamentable que su separación temporal hubiera sucedido a raíz del rencor de una sola persona. Y esa persona, por desgracia, era él.

—¡Pero que ven mis ojos!

Escuchó que decían a lo lejos. Él reaccionó y se encontró con los rostros tan sorprendidos como amables de sus antiguos amigos.

—¡Willbert!, ¿Eres tú?

El aludido dio un paso al frente y les saludó, intentando dirigirles una sonrisa de agradecimiento por la amistad que le demostraban en ese día tan especial, pero no logró esbozarla del todo.

—Del Kierson —saludó con cierta reserva. De improvisto se vio aprisionado por los brazos del mismo.

Willbert había cometido tantos errores y se sentía tan culpable de ellos que no sabía cómo reaccionar. Inspiró profundamente y sintió que una amarga ola de verdad inundaba su pecho, pues de pronto se encontró preguntándose: ¿Qué derecho tenía de estar ahí? Tan sólo unas semanas atrás, había regresado sólo para traer problemas a este reino; estuvo a punto de acabar con la vida de su muy querido Maou y fue capaz de amenazar a la amada princesa de Shin Makoku con tal de lograr sus propósitos. Le costaba creer que fuesen capaces de guardarle aprecio.

A pesar de lo que Willbert pudiera pensar, para Del Kierson, Stoffel, Denshan, para Lady Rosheford, para Lord Radford, para todos; seguía siendo su viejo amigo de siempre. Un niño que había crecido fuerte y espléndido, que siempre estuvo con ellos en los momentos más difíciles de la guerra, aún cuando sostenía que no lo hacía y que había cortado relaciones militares con el país que lo vio nacer. Sabían de sobra que sus militares siempre estuvieron mezclados entre las tropas Bielefeld, y que siempre estuvo al tanto de su bienestar.

—¡Lo veo y no lo creo! —vociferó Lady Rosheford al momento de darle un beso en cada mejilla. Y como toda mujer intuitiva, lanzó una mirada alternativa entre Willbert y Cecilie—. ¿Acaso ustedes…? —la pregunta quedó en  el aire cuando Cecilie se aferró al brazo de su amado Will.

—Así es —respondió Cecilie, enérgicamente—, Willbert y yo estamos juntos de nuevo.

La ex reina le dirigió a su amado una sonrisa suspicaz, como si supiese exactamente cuáles eran las preocupaciones que lo agobiaban.

—Me alegro, me alegro mucho por ustedes —les dijo Lady Rocheford con una sonrisa. Y se alegraba sinceramente de oír una buena noticia, de saber que algo que parecía que iba terminar en una tragedia había tenido un resultado feliz.

—Es como si un hijo perdido regresara a los brazos de su madre. El hijo eres tú, y la madre es tu país de origen —dijo lord Radford dándole unas palmaditas en la espalda a Willbert—. Nos sentimos muy contentos por tu regreso.

—Yo me siento muy contento de estar aquí —respondió—. Y que a pesar que me comporte como…

—¿Un tonto, un insensible, un miserable, un cretino, un malhumorado ogro?…

Ofendido, Willbert rodó los ojos y refunfuñó por lo bajo. —Gracias Waltorana, no necesito tanta ayuda para encontrar las palabras correctas.

Waltorana simplemente cruzó sus brazos sobre su pecho y enarcó las cejas retándolo a encontrar una manera de contradecir.

Los ojos azules de Willbert se convirtieron en dos diminutas rendijas que parecían destilar fuego en el breve momento en que dirigió su mirada hacia a su hermano menor. Lo quería fulminar.

Waltorana rió en sus adentros.

Volviendo a enfocarse en sus compatriotas, Willbert respiró hondo, intentando calmarse y después continuó: —En fin, gracias por aceptarme de nuevo.

Después de esas palabras, Willbert se quedó meditando por un breve momento tras lo cual dirigió su mirada a la hija adoptiva de su hijo. Tan sólo advirtió una mirada de serenidad, una mirada muy humana y femenina en ella.

Greta se estremeció. Presentía lo que iba a ocurrir, pero aún no se sentía preparada para aquello. El desprecio ya era bastante doloroso de por sí como para encima intentar ponerse en el lugar de una nieta digna para ese orgulloso Mazoku. Era una simple humana después de todo. Una vulgar humana a los ojos de ese hombre.

—Yo… te debo una disculpa pequeña —dijo el ex Maou quedamente, incapaz de verla a los ojos. Sentía miedo de acercarse a una señorita que había sufrido aquellos vejámenes de su parte. No sabía con exactitud que podía esperar y además no se sentía digno de su perdón—. Todo lo que hice fue juzgarte sin siquiera conocerte a causa de esos prejuicios que me cegaban la razón. No debí tratarse así. Lo lamento mucho.

El tiempo pareció congelarse. Ella se lo quedó mirando perpleja mientras los demás permanecían callados.

La franqueza de ese hombre tan intimidante sorprendió a Greta. Miró a su papá Wolfram y éste le dedicó una mirada que le decía claramente que la decisión de perdonarlo estaba en sus manos. Greta paseó su mirada por toda la concurrencia, pasando del tío Gwendal, de Rinji kun, del resto de los miembros del consejo de Nobles hasta finalmente posarse en la figura de papá Yuuri. Y fue todo lo que necesitó para tomar una decisión.

Greta desvió los ojos para contemplar al famoso Willbert von Bielefeld de nuevo, luego se acercó a él, aunque le temblaban las piernas, y tomó una de sus manos. Aquel gesto era mucho más que eso. Su contacto resultó asombrosamente cálido, y lo miró a los ojos con expresión compasiva.

—Entonces, Bielefeld sama —respondió Greta con un tono que era un anhelante susurro—, usted… ¿Qué piensa de mí?

El significado de la pregunta era tan profundo que pocos lo habían comprendido. Todos esperaban la respuesta, unos más anhelantes que otros.

Y fue así, que la última muralla que protegía el frío corazón de Willbert se tambaleó. Se derrumbó. Y desapareció. Ya no había rastro de aquel cretino que lo único que buscaba era venganza. Ese cretino había muerto en aquella batalla y había renacido en un ser mas protector y cariñoso son los suyos. 

Al ver a Greta a los ojos, por primera vez en la vida sintió que quería intentarlo verdaderamente. Haría cuanto estuviera en su mano para reparar su error. Para expulsar el dolor del corazón de la princesa. Quería romper con los estereotipos. Quería darle a Greta todo lo que ella necesitaba. Quería protegerla y cuidarla, y pasar momentos memorables juntos.

Quería ser… al fin y al cabo… un abuelo.

—Greta, tu eres mi nieta.

Ya no fue necesario añadir nada más. Se abrazaron por más de un minuto, y luego ella se libró suavemente de sus brazos, sin poder contener las lágrimas.

—Y yo me siento complacida de que seas mi abuelo —sollozó—. Mi abuelito Willbert.

Willbert la volvió a abrazar con fuerza. Le apretó la cabeza contra su pecho y la meció como a un niño, porque ahora había llegado el momento de darle el cariño que por tantos años no pudo darle.

Wolfram giró el rostro, para que abuelo y nieta compartieran aquel momento a solas, y su mirada se cruzó con la de su madre, también empañada por la emoción.

Yuuri enjugó las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Su linda Greta había madurado demasiado pronto y seguía sus pasos. Por primera vez en mucho tiempo respiró con libertad. Después de tanto dolor, la vida los compensaba con momentos como este.

 

 

La sensación de paz, era algo increíble.

 

 

 

 

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Después de la acogedora bienvenida en Pacto de Sangre, el Gran Sabio regresaba al Templo de Shinou en un carruaje. Había decidido no quedarse por mucho tiempo en el castillo aunque la fiesta de aquel día tenía tintes de ser algo muy especial. El salón no había parado de ir y venir con comida, vino e invitados. Era una magnífica oportunidad para tener alguna aventurilla con una señorita bien dispuesta. Murata era consciente del nivel de atracción que ejercía sobre las muchachas del reino y por ello ponía de su parte para resultarles atractivo. Mantenía un carisma y una seguridad en sí mismo que invitaba a creer en lo que decía. Además, hacía buen uso de las características que por ser un Soukoku lo hacían especial en ese mundo. Sin embargo, por esta vez, no tuvo ganas de coquetear con ellas y lo dejó pasar.

 

Cuando llegaron al Templo y los caballos detuvieron el paso, se bajó del carruaje y se adentró a ese majestuoso recinto que era como su segundo hogar. Caminó despacio por la negrura del pasillo hasta llegar al enorme y familiar salón de Shinou y se detuvo un momento.

Encantador, pensó. El silencio del salón principal era como un arrullo para él, y la paz que traía consigo siempre le permitía pensar acertadamente. Paseó su vista por el lugar encontrando a la pequeña Ulrike dándole la espalda, hincada frente a la fuente de agua cristalina con las manos entrelazas y la cabeza agachada, meditando al parecer. Recorrió el angosto camino hacia el altar, y el eco de sus pisadas resonó entre las paredes.

 

—Su santidad, bienvenido —dijo ella, abriendo los ojos al sentir su presencia.

Dando unos pasos más, Murata sonrió. Había extrañado mucho escuchar la dulce voz de la doncella original.

—Estoy en casa. —Cuando la sacerdotisa se dio la vuelta, Murata cayó en cuenta de que estaba llorando—. ¿Ulrike? ¿Pasó algo malo mientras no estaba? —preguntó con algo de intriga

Ella negó fervientemente.

—No, no, no se preocupe su santidad. Al contrario, me siento muy contenta. El mundo ha sido salvado una vez más, me siento conmovida de verdad, son por eso mis lágrimas.

Conforme con la respuesta, Murata respiró hondo, relajándose.

—Todo salió de acuerdo a los planes de ese espíritu travieso, como siempre —añadió con voz más calmada, cruzándose de brazos al hablar de algo que parecía tan habitual. Ulrike soltó una risita por lo bajo y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano.

—Pese a lo que se pudiera pensar, Su Majestad Shinou actúa con meditación —adujo Ulrike intentando defenderlo—. Él sabe muy bien cómo mover astutamente sus piezas.

—Mover sus piezas… ¿eh? —Murata meditó lo que había dicho la doncella original.

—Bueno, más o menos así. No de forma tan literal —disuadió Ulrike intentando corregir sus palabras.

Pero ya era demasiado tarde, al Gran Sabio se le había clavado una pequeña inquietud en la cabeza. Tras unos minutos de silencio en los que permaneció inmóvil, el chico sonrió de pronto y se aclaró la garganta.

—Por cierto, Ulrike… —Murata se ajustó los anteojos mientras hablaba con naturalidad—. Shibuya vendrá mañana en la mañana al Templo. Quiere que abras un portal lo suficientemente poderoso para transportar a sus padres y hermano a esta dimensión. Aunque con la cantidad de poder que maneja hoy le sería fácil transportar a todo un ejército, dice que prefiere asegurarse de que podrá regresar lo más pronto posible. Se casará en menos de cuatro días con Lord Bielefeld y eso lo tiene nervioso.

Ulrike entrelazó las manos frente a su pecho, encantada con la idea. Sus ojos brillantes lo decían todo.

—¡Por supuesto! —suspiró—. Una boda será un perfecto final para esta aventura. Si me disculpa Su Santidad, comenzaré ahora mismo con los preparativos. —Después de esas palabras, Ulrike hizo una reverencia en un acto de despedida.

—Descuida, Ulrike.

Murata correspondió la reverencia y la siguió con la mirada hasta que ella desapareció por la puerta dejándolo a solas en la habitación. Rodeado de silencio, entrecerró los ojos, pensativo. 

—Una boda es un perfecto final, pero también puede ser un perfecto comienzo —dijo en voz alta.

Por lo menos para Shibuya era de esa manera. Como agradecimiento por su victoria, los dioses de los elementos le otorgaron la longevidad de vida de un Mazoku puro. Además, ahora controlaba poderes inalcanzables, pues era el único que continuaba poseyendo los cuatro elementos venidos directamente de los dioses elementales.

—Cinco veces la vida de un humano común—susurró.

Shibuya tenía un gran futuro por delante, se dijo. Algo que se había ganado después de tanto sacrificio y esfuerzo. Debía aceptar que a pesar de la pequeña envidia que sentía, en el fondo de su corazón estaba contento por él.

En su caso las cosas eran diferentes. Su alma había pasado cuatro mil años guardando los recuerdos de distintas personas por el bien de una sola misión; que los restos prohibidos de Soushu de las cajas fueran totalmente borrados. Lo cierto era, que una vez que cumplió con la misión, se sintió vacío por dentro y se encontró preguntándose si habría un límite para su destino. ¿Cuántas reencarnaciones más conocerían a Shinou y serian sus fieles servidores? ¿A cuántos más les tendría afecto Shinou?

Afecto…

Los recuerdos de las palabras de Ulrike lo asaltaron. “Una pieza más en un juego de ajedrez”. Supuso que eso era él a los ojos de ese espíritu travieso. No había ningún tipo de afecto de por medio.

Justo cuando pensaba en ello, Murata se dio cuenta de que tenía compañía a sus espaldas y decidió hacerle ver a ese individuo que sabía de su presencia.

—Un “hola bienvenido” es lo menos que podría esperar de ti…

Hubo un nuevo silencio. Murata permaneció inmóvil, con los labios ligeramente entreabiertos. Sabía que si se daba la vuelta su mirada se encontraría con la de “Él”.

—Shinou…

Por fin lo encaró. Shinou se encontraba ahí, de pie con los brazos cruzados. Sin hacer o decir nada. Con una sonrisa tan deslumbrante hechizante e incitante que era capaz de provocarle a cualquier persona un sonrojo, todos menos al Gran Sabio cuando estaba enfadado.

—Digo, acabo de regresar de una batalla con criaturas de las tinieblas porque como siempre y sin importarme el peligro cumplo con todos tus caprichos. —El reproche se filtró de lleno en sus palabras cuando no tenía intensiones de que sonaran de esa manera—. Sabes, gracias a este ridículo poder el mundo no fue destruido. Mi estrategia funcionó. Fue bueno que confiaras en mí de nuevo…

Sin mediar palabra, Shinou hizo algo que el Gran Sabio no esperaba; lo atrajo contra su pecho, en un abrazo conciliador.

—Yo tuve miedo en todo momento… —confesó él con un sutil susurro, acariciándole la espalda, palpando con suavidad la tela fina—. Me arrepentí de mandarte a esa peligrosa misión solo minutos después de tu partida. Lo único importante para mí en todo ese tiempo era saber que estabas a salvo, mi Gran Sabio.

Shinou no intentaba convertir ese encuentro en algo romántico, pero advirtió el ansia que resonaba en su propia voz producto de los sentimientos que guardaba por él. Murata no podía contestar, sólo podía permanecer en pie. Inerte, escuchando las palabras pero no el verdadero significado de las mismas.

—Volví a cometer el mismo error contigo, forzarte en otro doloroso deber. Lo lamento mucho.

Fruto de mucha práctica, Murata obligó a su corazón a enfriarse de la misma manera que a su voz.

—No es como si no estuviera acostumbrado a esto, Shinou —balbuceó—. Supongo que no debes sentirte responsable del todo.

Murata podía sentir el calor agolpar sus mejillas y lo único que podía hacer era aferrarse con todas sus fuerzas a quien le abrazaba. Sentía la calidez y la ternura de ese abrazo pues a pesar de que Shinou era un espíritu se encontraba en su forma materializada convirtiendo ese contacto en algo más real.

—Quizás haya llegado la hora de ponerle fin a esto. —Las palabras de Shinou sonaron contundentes y cuando se separaron la expresión en su rostro se mantuvo fría y calculadora.

El corazón de Murata comenzó a latir con fuerza, pero aprovecho los minutos que transcurrieron para organizar sus pensamientos.

—¿A qué te refieres, Shinou?

Murata podía sentir el peligro en el aire. Sospechaba que había poderosas razones para no preguntar, pero su inquietud era más fuerte que la razón.

—Para ponerle fin a la historia de “El Gran Sabio y la reencarnación de su alma”, tú serás la última reencarnación.

Murata frunció el ceño. La conocida muralla de hielo lo envolvió para protegerlo.

—¿Por qué? ó ¿Para qué? —preguntó con recelo.

Consciente de la poca paciencia que tenía su Gran Sabio, Shinou decidió ir directo al grano.

—Por la simple y sencilla razón de que te quiero a mi lado por la eternidad.

Murata abrió la boca dispuesto a hablar, pero la mirada de Shinou lo disuadió. Le dio a entender que no había terminado.

—Si mueres en este lugar, podrás ser como yo. Te liberaré de la promesa del Gran Sabio para conservar la figura de tu espíritu como Ken Murata.

La misma pregunta surgió de los labios de él: —¿Por qué?

El rey Shinou se mordió el labio inferior, por primera vez en muchos siglos se sentía nervioso. Le divertía la terquedad de su Gran Sabio, pero en estos momentos esa cualidad estaba siendo un obstáculo para sus planes.

El Gran Sabio había pasado por muchas reencarnaciones hasta llegar a ser quien era ahora. Lo que quería, era romper con ese ciclo de una buena vez. Puesto que la personalidad y los pensamientos de cada reencarnación son individuales, él quería quedarse con ésta esencia, con Ken Murata, porque amaba a este necio jovenzuelo.

—Sólo respóndeme a esta pregunta ¿Aceptas tu, Ken Murata, ser mi cómplice por la eternidad?

Murata soltó una risilla sarcástica sin poder evitarlo.

—Eso sonó como una proposición —bufó.

—Sólo respóndeme.

Al principio Murata lo tomó como una broma, pero a medida comprendía la seriedad de la pregunta, comenzó a temblar de los pies a la cabeza.

—¿Estás hablando enserio? —Shinou asintió. A Murata aún le costaba trabajo creerlo. Tragó saliva y comenzó a pasearse de un lado a otro sin saber qué más hacer. Pasaron largos minutos hasta que comenzó a hablar de nuevo—: Morir aquí significaría convertirme en lo mismo que tu, un ser espiritual que goza de la eternidad. Además, si me liberas de la promesa los fantasmas y las películas del pasado ya no me seguirían atormentando… —se detuvo con gesto pensativo y le miró con los ojos  entrecerrados—. Pero… la pregunta aquí es… ¿Cuáles son tus intensiones al hacerme esta propuesta?

Motivado por las presuntas dudas que Ken pudiera tener, Shinou se armó del valor necesario para decírselo firmemente.

—Si deseas que te lo proponga de otra manera, está bien. —Le tomó de las manos. Un escalofrío recorrió la espalda de Murata al sentir la suavidad de las mismas—. Tú eres importante para mí. No porque seas quien lleva el alma del Gran Sabio sino por ser Ken Murata. Por tu particular manera de ser, por ser el único capaz de regañarme, por preocuparte por mí, por hacerme reír. Por hacer que me se sienta como si estuviera vivo de nuevo, y hacerme sentir por ti todas estas emociones que jamás he experimentado por otras personas. Tú… tú me gustas ken.

Con la última frase, todo pensamiento coherente se esfumó de la cabeza de Murata. Se quedó sin habla prácticamente. Había llegado a pensar que Shinou no lo apreciaba y ahora se daba cuenta de que en realidad Shinou estaba enamorado de él.

Con expresión ceñuda, soltó bruscamente sus manos y se apartó.

—¿Ken?... —Shinou se asustó. No era la reacción que esperaba—. ¿Te sientes mal?

Sin decir nada aún, Murata cambió el peso del cuerpo de un pie a otro mientras se pasaba las manos por el pelo.

—Eres la única persona que logra ponerme en que pensar, Shinou. Y ahora me siento avergonzado por haber pensado que yo no era importante para ti —soltó sin pensar, agachando la cabeza—. Tampoco entiendo esta extraña dependencia que tenemos el uno del otro.

Shinou levantó ambas cejas, extrañado. —¿Qué no eres importante para mí?

—Olvídalo.

—No, explícame.

—¡Que no! ¡Ya basta! ¡Olvídalo!

—Bien, entonces porqué no solo lo aceptas y te quedas a mi lado

—¡Porque de verdad es algo patético que yo me sienta atraído por ti!

Shinou lo miró con expresión ofendida. Había conservado sus sentimientos intactos, los mantuvo por años guardados en su corazón, y decírselos en voz alta a Ken suponía un enorme reto para él. ¿Por qué era tan insensible? Resopló ya perdiendo la paciencia.

—¡Eso fue cruel! —reprochó—. No es tan complicado, tal vez eso quiere decir que estas dispuesto a estar a mi lado porque tus sentimientos y tu corazón así lo desean.

Murata estuvo a punto de asegurarle que no deseaba más que eso en la vida que incluso había conservado la ilusión de que se presentara una oportunidad como esta para estar junto a él para siempre. Pero, afortunadamente, su orgullo y su sentido común se lo impidieron. Debía poner sobre la mesa lo que iba a ganar y lo que iba a perder. Él era un humano. En la Tierra lo esperaba un futuro prometedor puesto que era muy inteligente y seguramente se convertiría en un famoso estratega para una empresa exitosa. Pero todo eso se opacaba ante la falta de interés que demostraban sus padres hacia su persona, a la falta de amor. Por otro lado, en Shin Makoku estaban sus amigos más cercanos, y la oportunidad de ponerle fin a los recuerdos de las vidas pasadas que asaltaban su mente a cada rato. El único problema era que debía morir para ello. Se sintió más confundido con sus pensamientos, de verdad no sabía cuál era la elección correcta.

—Yo… no lo sé.

La realidad golpeó Shinou cual rocas al momento de notar la inseguridad que vibraba en Ken. Sabía lo que le pedía y siempre estuvo consciente de que llegaría el momento en que expresaría su sentir. Ken nunca había sido muy expresivo pero tampoco se esperaba tanta frialdad de su parte.

Tal vez era demasiado el precio a pagar.

La boca de Shinou se resecó y una marea de tristeza comenzó a golpear su pecho al aceptar el rechazo.

—Sí, tienes razón. Te pido mucho —admitió, sonriendo con amargura, mientras pensaba “De todas maneras, siempre te amaré”

Y se dio la vuelta, dispuesto a dejarlo ir.

—¡¡Shinou!!

Un grito con su nombre y después unos brazos ciñéndose a su cintura fue lo siguiente que pudo escuchar y sentir. Permanecía dándole la espalda sin ser capaz de volver a mirar su rostro tan juvenil.

—Ken… —susurró, pudo sentir como él se aferraba aún más a su cuerpo.

—Dímelo una vez más… —suplicó Murata con voz entrecortada—. Convénceme de que la decisión que he tomado no es la incorrecta.

Una sonrisa afloró de los labios de Shinou. Sus ojos brillaron con peligroso entusiasmo.

—Te amo.

Algo pareció removerse dentro de Ken Murata. Algo como un estremecimiento por todo el cuerpo que terminaba justo en el corazón. 

—Una vez más…

—Te amo Ken. ¡Te amo!

Con lágrimas en los ojos, Murata sonrió complacido. Llevó las manos a los hombros de Shinou y le incitó a darse la vuelta.

—Me quedaré contigo por la eternidad —le dijo. Shinou le tomó la cara entre las manos. En sus ojos había amor y ternura—. No puedo seguir negando mis sentimientos. La verdad es que yo también te amo. Llegué a temer que me miraras con indiferencia así como a las demás reencarnaciones cuando esto que siento por ti es lo más profundo e intenso que he sentido por alguien en toda mi vida. Hasta llegué a temer que una nueva reencarnación ocupara mi lugar ante ti. Eso me volvía loco. Supongo que estaba celoso.

A Murata le sorprendieron sus propias palabras. Había tenido miedo de expresar ese sentimiento, incluso de admitirlo ante sí mismo. Era demasiado irracional, pero de nuevo las emociones triunfaron sobre la razón. Y la razón, por esta vez, se sorprendió a sí misma dando su aprobación.

—¿Celoso mi Ken? —Shinou esbozó una sonrisa ladina—. También estuviste celoso de Janus, ¿verdad?

La pulla lo hirió en lo más hondo de su orgullo, pero se negó a mostrar la menor debilidad.

—Él tenía una extraña obsesión contigo.

—Ohhh. Y por eso te sentiste inseguro —Shinou lo miró con ternura, pero no pudo evitar reír. Murata frunció el ceño y él le dio un beso en la frente—. No te enfades. No me molestaría que actuaras de forma posesiva y exigente conmigo. Así yo podré actuar de esa manera contigo. ¿Crees que me gustaba cuando me enteraba de tus amoríos con las chiquillas del reino?

Murata notó que sus mejillas estaban ardiendo. No era como si había llegado muy lejos con ellas, pero a veces se pasaban de cariñosos.

—No molestes Shinou. No hagas que me arrepienta de mi decisión. —Intentó alejarse pero Shinou se lo impidió. Lo abrazó con fuerza y hundió el rostro entre la abertura de su hombro y cuello.

—Me encargaré de hacerte feliz. —Shinou respiró hondo y su aliento le hizo cosquillas a Murata en el cuello—. Nunca te arrepentirás de permanecer a mi lado Ken…

—Más te vale. —Murata se arrimó un poco más a él y movió despacio sus brazos hasta rodearle suavemente la cintura—. Y escucha bien porque no te lo estaré repitiendo a cada rato: Te amo. Te amo solo a ti. Me daba miedo admitirlo pero ya no más.

Shinou arqueó una ceja mientras entrecerraba los ojos con un aspecto malicioso.

—Entonces —Él sonrió mientras le acariciaba la espalda. Observó que Ken suspiraba al sentir sus caricias—. Tal vez deba aprovecharme de que estas tan cariñoso.

Lo atrajo hacia sí y empezó a besarle el rostro. Le besó las mejillas, la frente, la barbilla. Simplemente frotando sus labios de acá para allá sobre la cara de él, con un pequeño ronroneo. Al principio Murata se quedó lánguido y sorprendido, sólo dejándose hacer. Parecía que se le había parado el corazón. Pero poco a poco comenzó a desear un contacto más íntimo y fue él quien buscó sus labios. Un beso apasionado que los llevó al cielo y los bajó al ardiente infierno. Shinou aclaró completamente las dudas que pudiera conservar en su mente con sus besos. Pequeños mordiscos, jugueteos con su lengua, besos en las comisuras de su boca, un tirón largo y lento de su labio inferior. Todo su cuerpo estaba cautivo en un suspendido y doloroso estado de conciencia erótica que jamás había experimentado.

Ser besado por Ken Murata hizo que todo su cuerpo se sintiera gloriosa, intensa y adictamente vivo de nuevo. Ken había despertado en él una pasión única. Deseó probar más. Quería tomar todo de él. Hacer de todo con él. Lo había estado queriendo desde que aceptó que se había enamorado de él. Besarlo era parte de sus sueños, pero sus fantasías habían sido siempre básicamente sexuales. Llevarlo a la cama. Desnudarlo y hacerle el amor tantas veces que ni siquiera pudiera ser capaz de moverse. Darle tanto placer que aclamara su nombre entre gemidos y gritos de placer. Por desgracia, tendría que esperar. Ante todo debía ser un caballero con este dulce y necio chico que apenas se estaba haciendo la idea de que lo amaba con toda el alma. Pero le alegraba saber que faltaba poco para poseerlo enteramente.

Se separaron despacio dejando una unión de saliva de por medio. Habían entrado en calor y respiraban acompasadamente.

Murata fue el primero en recuperarse. Al principio estaba todavía tan sensualmente aturdido que a duras penas podía pensar.

—Eso fue…

—Maravilloso —susurró Shinou con una sonrisa encantadora.

Como atrapado en un mágico conjuro, Murata llevó sus manos al pecho de su pareja.

—Escucha, deberás esperarme unos cuantos días más para cumplir con tu propuesta. Shibuya es mi mejor amigo y quiero estar con él el día de su boda.

Shinou unió su frente con la suya.

—Después de la boda de mi Maou elegido, tú serás mío para siempre.

Murata enrojeció al saber lo que había detrás de esas palabras. Aunque después de semejante beso, lo que quería era exactamente lo mismo.

Ambos se amaban el uno al otro. Esta vez, nada ni nadie los podría separar. Las dudas se disiparon completamente con la esperanza de que serian felices para siempre. Se abrazaron con la certeza de que a Ken solo le quedaban unos cuantos días más como humano y a sabiendas de que el tiempo no se detiene nunca, pero ellos tenían una eternidad.

 

 

 

**************************

 

 

 

Por órdenes de Gwendal, no podían dormir en la misma habitación, así que Yuuri aguardaba una señal de Wolfram para pasar por alto esa regla. Un guiño de ojo y la vaga excusa que él les dio a sus padres de estar agotado y necesitar descansar fue lo que Yuuri interpretó como: “Ven a mis aposentos amor mío, y hazme tuyo cuantas veces quieras” Bueno. Tal vez no de esa manera tan pecaminosa, pero la idea era la misma.

Cuando Wolfram se hubo retirado, Yuuri aún se encontraba en la sala del trono observando la eufórica reunión de nobles, políticos y otros delegados en su honor. El salón del Castillo era amplio, sin embargo, la multitud de dignatarios llenaba el espacio y enrarecía el ambiente. La fiesta estaba en pleno apogeo. A aquellas alturas, nadie notaría su ausencia. Había personal de servicio suficiente para atender a los invitados y, sobre todo, de entretener a sus futuros suegros y cuñado, el gruñón.

Lamentablemente, Yuuri había perdido dos de sus aliados; Murata se había retirado temprano de la fiesta, y Conrad, curiosamente, se encontraba demasiado interesado en observar a la nueva asistente de Chéri sama, Hilda san. No quiso distraerlo en su conquista. De hecho se alegró por él. Su padrino también merecía encontrar a su complemento. A alguien que le hiciera feliz. Ahora solo podía contar con su hija. Greta se encargaría de entretener a sus abuelos para que no se dieran cuenta de su ausencia. Confió en ella porque sabía que con sus ojitos era capaz de convencer al más difícil. Sonrió por eso. De Gwendal se encargaría Anissina. Bastó con decirle la pequeña mentirilla de que Gwendal estaba interesado en hablar de sus siguientes inventos y fue todo para que ella lo acaparara de lleno toda la noche.

Una expresión traviesa se formó en su rostro. Tras esperar lo suficiente fue dando pasos al azar con el objetivo de esconderse tras los invitados y soldados encargados de la seguridad. Aunque nunca le había gustado la bebida, estaba un poco ebrio. Tenía el pelo alborotado y los ojos brillantes por el alcohol. Pero no estaba tan borracho como para no poder escaparse a hurtadillas hacia el dormitorio de su amado Wolf.

 

 

 

A Wolfram no le había sido muy difícil escaparse de la fiesta. Sus padres le habían creído con facilidad cuando les dijo que se retiraba por el cansancio. Incluso su madre le dio un beso en le mejilla y le dijo “Dulces sueños, cariño” cosa que él correspondió con una sonrisa inocente. Tendría dulces sueños de seguro.

De verdad no entendía la oposición de su hermano para permitirle dormir en la habitación real como lo había hecho durante los últimos años. Yuuri y él se iban a casar en unos cuantos días. No había razón para seguir ocultando que se pertenecían el uno al otro con o sin documentación oficial. Para su hermano lo correcto siempre sería seguir las reglas, pero esas reglas estaban haciendo estragos con su paciencia. Deseaba que los días pasaran como segundos para poder pertenecerle de lleno a Yuuri, y que asimismo Yuuri le perteneciera exclusivamente a él.

Tras caminar a paso rápido durante cinco minutos, por fin llegó a su destino. El pasillo estaba desolado pero aun así, miró a su alrededor antes de abrir la puerta de su propio dormitorio y, una vez dentro, se quedó jadeando con la espalda pegada a la puerta. Ante la sola visión de la cama, con las sábanas blancas y la colcha primorosamente doblada, sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Deseó intensamente deslizarse entre aquellas sábanas de algodón tan bonitas en compañía de su fiel amante y compañero.

Yuuri llegaría en cualquier momento, así que se quitó la chaqueta dejándose solo con la camisa blanca de afuera y se alboroto el cabello rubio para darse un toque más salvaje. Cuando oyó que tocaban la puerta se apresuró en abrir. Era él.

Al ver a Wolfram de esa manera, Yuuri abrió los ojos de par en par contemplando su magnífica figura. Después lo atrapó entre sus brazos, deseoso. Wolfram gimió para sí mismo mientras la puerta se cerraba de un golpe y daban vuelta a la llave.

—¡Dios, creí que no lo lograríamos! —Yuuri lo besó en los labios de manera dulce y desesperada a la vez, ahuecando una traviesa mano en torno a su entrepierna.

—¡Yuuri! —protestó Wolfram, y se apartó riendo por su impaciencia. No pasó mucho tiempo para que él lo atrajera de nuevo a su cuerpo.

Se quedaron quietos un par de minutos, observándose mutuamente. Sintiéndose completos.

Yuuri podía oír la respiración agitada de Wolfram. Sus pestañas le hacían cosquillas en la mejilla. Sus labios estaban a milímetros de distancia y no separados del todo, ronzándose ligeramente.

—¿Bailamos? —le preguntó en un susurro. Wolfram arqueó una ceja—. Sólo imagina que la música de un piano suena de fondo.

Sonriendo, Wolfram asintió y comenzó a moverse despacio, balanceándose a un lado y otro. Al compás de la música imaginaria, lo abrazó con fuerza y se dejó llevar. Abajo había una fiesta con música de verdad pero ellos estaban celebrando a su manera, en la intimidad de esas cuatro paredes, con su sola compañía. El tenerse el uno al otro merecía un baile digno de ser recordado en sus mentes y en sus corazones.

Yuuri seguía sus movimientos en silencio. En realidad nunca había sabido bailar, pero al lado de Wolfram todo era más sencillo. Tomando confianza, soltó una risilla y comenzó a darle vueltas y vueltas alrededor de la habitación antes de inclinar la cabeza y besarlo con hambre y sed de él.

Lo atrajo hacia sí y lo besó apasionadamente. Paso a paso lo arrastró a la orilla de la cama, le acarició la barbilla y lo empujó para que cayera de espaldas al suave colchón. Entonces se colocó encima de él, se inclinó y sus labios se unieron en un nuevo beso. Despacio, como queriendo provocarlo, fue adentrando la lengua por sus labios entreabiertos. Wolfram correspondía a los besos con el mismo deseo nublándole la cabeza y la razón y, como solía suceder, la cosa se puso intensa.

—Te haré el amor —aseguró Yuuri, bajando sus manos hasta la estrecha cintura de su príncipe azul, donde buscó el cierre de su pantalón. Movió sus caderas para concretar un contacto más erótico, más incitante.

—Te necesito —gimió Wolfram rasposamente, con su voz entrecortada. Luego se apoderó de su mano y la apretó fuertemente para atraer su atención—. Yuuri eres mi prometido…

Inclinándose, Yuuri lo besó en la nariz. Wolfram sonrió, bajó la cabeza y devoró su cuello a besos.

—Y pronto seré tu esposo, y tú también serás del todo mío —ronroneó Yuuri mientras Wolfram le desabrochaba los botones de su chaqueta—. La ley establecerá que es prohibido que te separen de mí.

—Y nada ni nadie nos podrá separar —Wolfram levantó la voz; su furor era sincero.

Los dedos de Yuuri acariciaron su cabello hacia atrás, sacándoselo de los ojos.

—Nunca más. —Yuuri tomó su mano, la que Wolfram no estaba sosteniendo y se la apretó con fuerza—. Estaremos juntos para siempre.

No hubo más palabras. Se entregaron a su pasión, a sus deseos. Se desnudaron el uno al otro, se besaron y se acariciaron… Cuando Wolfram estuvo preparado, Yuuri lo penetró con una delicadeza exquisita mientras sus labios recorrían cada rincón de su cuerpo. Wolfram abrió la boca de placer cuando él lo llenó completamente. Las embestidas eran lentas y seguras. Ambos iban a un ritmo acompasado. La temperatura subió como la marea. El calor de sus cuerpos opacaba el clima frío de la noche.

Yuuri disfrutó con cada gesto, con cada gemido, con cada suspiro de su amante, mirándolo fijamente, enamorado. Y cuando él llegó al clímax de su encuentro lo besó, devorando su grito de placer. La intensidad de su pasión, tan intensa en cuerpo y alma, lo hizo temblar.

—¡Yuuri!

Él lo observó. Wolfram estaba cubierto de sudor, con el cabello húmedo, exhausto pero incitante…

—Volverás a provocarme así amor —murmuró.

Wolfram le dio un fugaz beso en los labios. —Eso es lo que deseo…

El rostro de Wolfram parecía agotado. Pero inmediatamente volvió a sonreír con su provocativa sonrisa. Con su relajada, dorada e invitadora sonrisa. El monarca rió maliciosamente y se movió de manera acompasada dentro de él, despertando de nuevo la pasión.

Una hora después, Yuuri sonrió con su prometido aún entre sus brazos, adormilado y satisfecho. Lo colocó encima de él y lo abrazó posesivamente, estrechándolo contra su cuerpo húmedo, empapado en sudor.

 

 

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A la mañana siguiente Yuuri regresó a la tierra en búsqueda de su familia para que lo acompañaran en su enlace matrimonial. En el día más feliz de su vida. Al principio estaba nervioso por la presentación oficial de sus padres con sus suegros, pero Wolfram le aseguró que su suegra se llevaría bien con su padre. De todas maneras, él había cambiado mucho su manera de pensar sobre los humanos. Y así fue.

La presentación oficial fue todo un éxito e increíblemente Miko y Willbert congeniaron de manera especial. Asimismo, Shoma y Willbert encontraron una misma pasión: El ajedrez. Los consuegros se mantuvieron entretenidos en los días de espera al gran día, jugando al ajedrez. Greta los acompañaba y era la encargada oficial de vigilar que ninguno hiciera trampa. Luego del juego tomaban té y se llenaban de postres el estomago.

Las madres de los novios, por su parte, no descansaron ni de noche ni de día preparando la gran boda de sus hijos. Cecilie y Miko se organizaron y de manera impresionante lograron realizar la boda perfecta en menos de una semana. Nadie podía subestimar a ese par de mujeres cuando se proponían algo. Nadie.

Shouri y Gwendal se pusieron de acuerdo para vigilar a sus hermanitos, y a la comitiva también se les unió Gunter. Por lo menos esos jovencitos calenturientos se comportarían en los días que faltaban para su enlace oficial. A los tres se les vio llorando el día de la boda. No se supo en realidad si de alegría o de tristeza.

Conrad se acercó un poco más a Hilda en los días que transcurrieron previos a la boda. La buscaba en las tardes y se quedaba conversando con ella durante su tiempo libre. Las horas le parecían minutos a su lado. Nadie estaba más contento que él de tenerla en Pacto de Sangre.

El día de la boda, el Templo estuvo abarrotado de flores blancas y listones azules. El camino hacia el altar era un lecho de flores. Todos los amigos que habían hecho en Antiguo Makoku estuvieron presentes. Gente de todas partes llenó las calles como lo hicieran días atrás durante la bienvenida, esperando el recorrido oficial de ambos monarcas.

Willbert y Waltorana fueron los encargados de entregar a su joya más preciada frente al altar. Ninguno quería soltar su mano, pero bastó con una mirada fulminante de Cecilie y Miko para que entendieran de una buena vez que debían dejar de comportarse como unos chiquillos encaprichados.

Ah, Willbert seguía odiando a Yuuri, pero de una manera especial. Era aprecio y odio a la vez. La manera en la que se llevan los suegros sobreprotectores con sus yernos debiluchos.

Ese día Wolfram lució esplendoroso con un traje militar de gala color marfil. Yuuri se vio magnifico con un traje negro a la medida. Ambos lucieron un tenue sonrojo en las mejillas, y en cuanto podían se susurraban palabras de amor al oído.

Ulrike fue la encargada de la ceremonia y les dedicó un profundo discurso a la pareja sobre confianza, respeto mutuo, amor y esperanza. Sin embargo, lo votos matrimoniales fueron los más conmovedores de la celebración. Las palabras venidas del corazón de una persona enamorada siempre resultan ser las más sinceras y apasionadas. La emoción fue tal, que su audiencia entera lloró compartiendo sus sentimientos.

 

Como lo habían decidido, después de la fiesta de su boda Yuuri y Wolfram tuvieron su ansiada luna de miel en una isla alejada del reino. La propiedad se alzaba al borde de una playa azulada y el paisaje era aún más bello de lo que se pudieron imaginar. La cama de la habitación principal era una obra de artesanía antigua lo suficientemente amplia para todas las perversidades que hacia el monarca con su consorte, llena de almohadas y cubierta con sabanas satinadas en color rojo. El mobiliario oscuro de caoba, estaba bellamente tallado y sus bases se hundían en las lujosas alfombras se extendían sobre el piso.

Los nuevos esposos no abandonaron el dormitorio durante quince largos y dichosos días con sus respectivas noches. El único momento en que se detenían era para traer comida. Fueron días y noches de comer, dormir y sexo. Se demostraron su amor de muchas maneras. Pasaron horas en la bañera, acariciándose perezosamente, explorando sus cuerpos, jugando y bromeando para luego volver a hacer el amor excitando al otro masajeándolo con aceites de esencias aromáticas.

La vida no podía ser más maravillosa. Durante esos días sintieron como si pudieran tocar el cielo con la punta de los dedos, como si existieran en un lugar lejos del tiempo y fuera del espacio. Una luna de miel inolvidable. Una luna de miel que hubiera durado un mes entero, pero que fue interrumpida para darles a sus familiares un anuncio especial.

Tras el regreso de los reyes antes del tiempo previsto, una escena peculiar se repetía en Pacto de Sangre. Una escena cuyos protagonista fueron Cecilie y Willbert en el pasado, pero que ahora vivían Wolfram y Yuuri en el presente.****

La vida te pone pruebas, pero una vez las superas también te da agradables sorpresas y muchas bendiciones.

Notas finales:

ha! se me olvidaba. Les dejo un dibujo de Wolfram, sexy *o* imaginenlo asi en la luna de miel 

http://img912.imageshack.us/img912/4396/kQqQ8z.jpg

 

http://img910.imageshack.us/img910/1872/J3uXMO.jpg

La proxima lo dibujo desnudo. Ok, no. 


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