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El rencor contra el amor por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Advertencia: Mpreg.

 

Posible OoC

Se podría decir que este capitulo corresponde a "Mas allá del final" en la primera parte. 

Es sólo el principio.

 

 

Al decimosexto día de luna de miel, las primeras palabras que Yuuri escuchó de su reciente esposo no fueron “Buenos días, mi amor” sino “Volveré en un par de horas, necesito ir al pueblo a verificar una cosa” y después salió a paso apresurado de la casa de descanso que se había convertido en su nidito de amor.

Para Yuuri había sido extraño verlo despierto tan temprano ya que en los últimos días Wolfram dormía casi como un koala. Además, si le dijo que iba al pueblo a verificar algo, suponía que iba a verificar su salud. Hacía tres días exactos que despertaba con nauseas y tenía vómitos matutinos. Eso lo tenía preocupado. Pensaba, con culpabilidad, que la dieta basada en mariscos, usada adrede para aumentar su libido, no había sido buena para su delicado estomago. Era una lástima. Con lo bien que se la estaban pasando…

En todo caso, Yuuri se sintió desplazado. ¿No se suponía que ahora eran uno sólo más que nunca? Él tenía el derecho de estar presente en la revisión ¿O no?, pero por más que insistió e insistió en acompañarlo, Wolfram se opuso rotundamente y no le quedó de otra más que de hacerle caso.

Serían como eso de las diez de la mañana cuando Yuuri salió perezosamente de la cama, tomó un ligero baño y vistió con una camisa blanca de manta, pantalones negros y sandalias. Decidió ese día aprovechar y salir a caminar por la playa. Ni siquiera había tenido oportunidad de explorarla con calma. Bastaba con admirar la inalcanzable belleza de su esposo y le daban ganas de devorarlo a besos y no dejarlo salir de la habitación por horas. Le ganaba la tremenda pasión que solamente su Wolf lograba encender en su cuerpo y corazón para que olvidara esos pequeños detalles de disfrutar del paisaje. Ah, eso sí, ya habían hecho el amor en la playa. Pero… ¡oh sorpresa! No les gustó. Todo estuvo bien al principio; el sonido de las olas a lo lejos, la suave espuma, la luz de la luna, pero al final acabaron llenos de arena en los lugares más recónditos y profundos de sus cuerpos y los besos les supieron a sal marina debido a los constantes ataques de las olas. Ambos estuvieron de acuerdo en no volver a hacerlo ni en esta ni en ninguna otra playa durante el resto de sus vidas.

Tras salir de la propiedad, Yuuri caminó un poco más de prisa y avanzó hacia el sendero que conducía a la playa. Era una isla bastante grande y tenía la peculiar forma de un corazón. El sendero estaba rodeado de árboles frondosos y de altos matorrales, y él caminaba pisando fuerte la tierra para evitar que algún animal salvaje lo sorprendiera. Como su estancia se encontraba en las alturas de la isla, alcanzaba a ver a lo lejos las casas blancas y las cabañas rojas de la población costera. Era tan hermoso que se estremecía al verlo.

El terreno ya empezaba a descender hacia la playa y pronto sintió la suave arena bajo sus pies. La belleza de las vistas lo dejó sin aliento. El brillante sol de la mañana iluminaba aquella arena fina como polvo y convertía la superficie del mar en un espejo de plata. A un lado se veían sólo el mar y el horizonte, y al otro lado se extendía el archipiélago con sus islas.

Tras inhalar y exhalar un poco de ese oxigeno marino, se arremangó los pantalones hasta las rodillas y comenzó a pasear por toda la orilla de la playa dejando sus huellas en la arena, observando las olas y sintiendo como el viento acariciaba su rostro. También recogía conchas y se guardaba consigo las más bonitas como recuerdo. Hubo un momento en el que entornó los ojos al sol y observó que las gaviotas volaban en círculos allá arriba en el cielo.

—¡Yuuri, estoy de vuelta!

La voz de Wolfram atravesó el sonido de la marea, y eso lo sobresaltó. Cuando se dio la vuelta se encontró con una magnifica imagen. Su consorte vestía por completo de blanco, sus ojos verdes brillaban radiantes y una sonrisa igual adornaba su rostro.

—Majestad Wolfram ¿Me explicará el motivo de su desplante esta mañana? —Yuuri quiso hacerse el resentido, cosa que a Wolfram le causó mucha gracia.

—Fui con el médico, Majestad Yuuri —le explicó risueño, acercándose a él.

Yuuri no pareció sorprendido porque ya se esperaba esa respuesta, sin embargo, no pudo evitar preocuparse ni que eso se manifestara en su voz.

—Pues, ¿Qué tienes? —preguntó—. ¡Ah! ¡Lo sabía, debí haberte acompañado! —se reprochó en seguida.

—Como te lo expliqué antes, quería verificar algo —Wolfram no borró la sonrisa de su rostro en ningún momento—. Pero quizás para la próxima vez decida que estés a mi lado. Son demasiadas cosas que debo recordar para cuidarme en mi estado, y la única que puedo recordar por ahora es que debo dejarme mimar mucho por mi pareja. —Rodeó su cuello con ambos brazos—. Te amo Yuuri. Gracias por hacerme tan feliz —suspiró mientras buscaba sus labios, uniéndolos en un delicado beso. Cuando se separaron, Yuuri estaba pálido del susto.

—Espera, ¿Demasiadas cosas? ¿Cuidarte?, ¡Ay no! ¡Ay no! ¡Ay no! ¡Wolf, no me digas que tienes algún tipo de enfermedad terminal! —Yuuri se agarró el pelo en un ataque de histeria—. ¡No, esto no puede pasar! ¡No lo permitiré! ¡No te preocupes mi amor, iremos con los mejores médicos de la tierra y entonces…

Mientras le escuchaba parlotear sin sentido, Wolfram se golpeó la frente con la palma de la mano. Su esposo era adorable pero, ¿Por qué era tan enclenque?

—Silencio Yuuri. —Le puso el dedo índice en los labios para acallarlo—.  En primera: compórtate, eres un Maou. En segunda: No me voy a morir. Al contrario, lo que tengo es algo que da más vida.

Yuuri se relajó expulsando un suspiro de alivio.

—¿Y entonces? —inquirió, alzando una ceja.

Recordando sus alegrías, Wolfram volvió a sonreír de esa manera tan esplendorosa, y ya no se pudo contener la noticia por más tiempo.

—¡Yuuri, vamos a tener un bebé! —Lo soltó de golpe. Era tanta la emoción que sentía, que estaba a punto de sucumbir a las lágrimas. Un bebé. Mitad de Yuuri, mitad suyo. Estaba creciendo en su interior un bebito tierno e inocente. Un mini Yuuri.

Por otra parte, Yuuri sintió como si el suelo bajo sus pies se sacudía y se derrumbaba. Sus rodillas no podían detener más su peso así que sólo se dejo caer sobre la arena. Miró a Wolfram parpadeando en reiteradas ocasiones, aún sin poder creerlo.

—¿Yuuri? ¿Estás bien? ¡Dime algo!

Wolfram sintió aquellos segundos como una eternidad. Su ansiedad aumentó significativamente al notar que la expresión en el rostro de su esposo se mantenía neutra, sin ningún tipo de reacción. ¿Acaso iba a rechazar al bebé?

Para su sorpresa, Yuuri sonrió como un maniático.

—¡Un bebé! ¡Un bebé! ¡Wolf tendremos un bebé!—Lo abrazó efusivamente y ambos cayeron al suelo entre salpicaduras de agua y arena —. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo! —besó en repetidas ocasiones sus labios hasta que profundizó el beso de manera lenta y apasionada.

—Me alegra que te agrade la idea —musitó Wolfram tratando la manera de recuperar el aliento después de semejante beso.

—¿Agradarme? ¡Estoy loco de alegría! —reiteró Yuuri con la emoción palpable en la voz. Unas cálidas lágrimas brotaron sin permiso de sus ojos. Era demasiado afortunado, pensó—. No hay nada más perfecto que esto. Tenerte. Besarte. Tocarte. —Llevó las manos a su cadera y le clavó las rodillas entre las piernas—. Tú haces mi mundo perfecto porque tú eres perfecto para mí. Y quiero que sepas que es un regalo para mí, de hecho, el mejor que he recibido en la vida.

Los ojos de Wolfram brillaron con mayor intensidad al escuchar tan bellas y románticas palabras. Yuuri no se cansaba de admirar esa singular belleza que le había otorgado a su consorte tanta popularidad.

—Soy yo el que debe agradecerte por hacerme tan feliz, Wolf. Y le doy gracias a la vida porque amas a este debilucho, que te ama a ti con locura.

—Es porque estarías perdido sin mí. —bromeó Wolfram, mirándolo con picardía.

—En parte.

Ambos rieron.

Una ola solitaria los alcanzó y los empapó. Entonces Yuuri hizo algo que Wolfram no se esperaba; le levantó la camisa y comenzó a darle besitos a su aún plano abdomen con sumo amor y delicadeza. Su corazón parecía salirse de su pecho. Nunca había sentido algo así.

—Desde ya te amo, hijo mío...

Las mejillas de Wolfram adquirieron un tono más carmesí. Los besos de Yuuri se sentían como cosquillas y su aliento caliente acariciaba su piel desnuda. Se sintió excitado de pronto, como drogado ante tanta muestra de ternura.

—Yuu-ri… —Su murmullo era provocativo. Wolfram buscó su cara con las manos y tiró de ella hasta ponerla a la misma altura que sus ojos y lo besó, introduciéndole la lengua de una manera agresiva. Fue cuestión de segundos para que Yuuri intensificara ese contacto. Wolfram arqueó la espalda y rodeó su cintura con las piernas, sujetándolo firmemente contra su cuerpo, disfrutando del áspero roce de la tela entre las piernas.  Yuuri acarició uno de sus pezones entre los dedos índice y pulgar y él jadeó. Cuando la boca sustituyó a la mano, el jadeo se convirtió en gemido.

—Te amo… —Yuuri dejó caer su cadera sobre el deseo más íntimo de Wolfram, imitando el movimiento que tanto deseaba dentro de su ser. Él respondió al gesto con un gruñido de satisfacción. Ambos se estaban entregando extasiados a la marea de placer que, con cada beso y con cada caricia, recorría sus cuerpos.

Pero antes de que pudieran llegar más lejos, una ola traviesa los tumbó con su potencia  y ambos terminaron rodando sobre la superficie de arena, acabando así con la magia del momento. Ambos se echaron a reír

—Sera mejor que regresemos, el mar está en contra de nuestras demostraciones de amor. —alcanzó a decir Wolfram, preso de la frustración.

Yuuri tenía lagrimillas en los ojos y le dolían los músculos del estomago de tanto reír y es que, cuando intentaba ponerse de pie, una nueva ola lo derrumbaba.

—¡El mar esta celoso! —advirtió Yuuri entre risas. La arena se desplazó lo suficiente como para que él encontrara una superficie firme en la que apoyarse para poder tirar de Wolfram y ayudarle a incorporarse. Ambos habían acabado empapados y cubiertos de arena—. ¡Bien, bien! ¡Ya vámonos de aquí!

Al estar de pie, Wolfram aprovechó y se pegó al cuerpo de Yuuri, enredando los dedos en su finísimo cabello. Yuuri deslizó sus labios por la curva de su cuello y llegó hasta su oreja.

—Sabes a sal, mi adorado consorte… —le susurró al oído. Wolfram no pudo evitar reír de nuevo.

—¡Lo sé! ¡Tu también! —respondió—. Tomaremos un baño con agua dulce, como a mí me gusta.

Yuuri sonrió perverso, imaginando posibles posiciones en un acto sexual. Es decir: Luna de miel+ casa sola + baño aromático. ¿Quién no aprovecharía?

—Te voy a mimar mucho de aquí en más —exclamó— ¡Mi hijo sabrá desde ya cuánto te amo!

—Tienes razón. Dado que soy yo el que tiene que dar a luz, creo que es justo que me mimes mientras estoy embarazado. Y debemos darle la noticia a nuestras familias. —Wolfram se echó a andar con Yuuri por toda la orilla. Las olas les bañaban los pies de vez en cuando y el sol no se sentía tan fuerte. Era un día perfecto.

—Sí. Lo haremos lo más pronto posible. —Yuuri sonrió con orgullo. En su mente desfilaban las más tiernas imágenes de su niño o niña corriendo por todos lados en el castillo, llenando de inocentes risas los pasillos.  Tomó la mano de su consorte y la guió hasta su pecho para que sintiera el palpitar frenético de su corazón—. Sólo late así por ti, y por lo que me haces sentir. Te amo, Wolfram von Bielefeld, mi caprichoso demonio de fuego.

Antes de que pudiera decir nada, rodeó su cintura con los brazos, abrazándolo con fuerza, y le robó los sentidos con un beso tan intenso que Wolfram cerró los ojos y se dejó llevar.

Frente al infinito mar, cobijados por el sol, para Yuuri y Wolfram todo continuaba de maravilla y la noticia de su próximo hijo no hizo más que aumentar significativamente su felicidad.

La noticia del futuro nacimiento del primogénito del rey se corrió como pólvora por todo el reino de los demonios. Wolfram continuó ejerciendo sus deberes como rey consorte durante la mayor parte del embarazo y fue hasta el octavo mes que los cambios en su cuerpo y la inestabilidad emocional lo alejaron de sus obligaciones. Yuuri lidió muy bien con los cambios que un embarazo conlleva en una relación pese a ser un debilucho, poniendo todo de su parte para satisfacer hasta el último capricho de su esposo. El día del nacimiento la gente celebró las alegrías del rey con fiestas y bebida. Fue declarado día de júbilo nacional y al día siguiente día el castillo entero no daba abasto para guardar todos los obsequios enviados por docenas de familia al príncipe.

Lo que no sabían era que el precioso bebé de grandes ojos verdes y cabello negro sería clave para su salvación en un fututo aún lejano.

 

Porque de todas maneras, la vida continua y el final de una historia es solo el principio de otra…

 

 

 

*****************************************************

 

 

 

Muchos años después, en Pacto de Sangre.

 

 

—¿Está todo listo para nuestro ingreso? —preguntaba con desespero un tipo a otro, manteniéndose siempre en guardia ante cualquier movimiento a la redonda.

—Negativo mi señor —respondió el otro, penetrando con su intensa mirada el panorama—. La situación es complicada. Ellos se mueven con maestría en su propio terreno —añadió con recelo—. No podemos cruzar sus barreras.

—¡Cáspitas! —El jefe de la operación frunció el ceño, inconforme con la respuesta. Luego ordenó a sus refuerzos—: Grupo A, dispérsese por la caja de arena. Repito, Grupo A dispérsese por la caja de Arena. El grupo B, síganme a los columpios. —Una comitiva de más de diez personas se dispersó por el jardín del patio trasero. El Jefe sonrió de lado—. Lograremos robar el tesoro del Maou aunque sea lo último que hagamos en la vida. Y ni tú ni nadie nos podrá detener —dijo en voz baja, con la rabia deslizándose de sus labios.

—Tengo miedo. —Uno de los hombres temblaba de pies a cabeza a medida se movía con sigilo sobre el césped mojado. Sus enemigos eran altamente peligrosos cuando se enojaban.

El jefe de la operación estalló en cólera y se detuvo sus pasos. Era muy consciente de que el tiempo se agotaba y que pronto aquel tipo traería refuerzos.

—¿Dónde está tu honor basura? Eres una vergüenza. No te mereces el respeto de nadie…

A lo lejos escucharon un grito aterrado. Agudizaron sus sentidos, permaneciendo callados y atentos; entonces escucharon con claridad. Oyeron los gritos de auxilio de parte de uno de sus secuaces y corrieron a toda velocidad al lugar, ocultándose entre los arbustos para pasar desapercibidos.

—¿Qué sucedió? —preguntó el jefe al llegar. Uno de sus hombres estaba tirado en el suelo, por lo que se hincó de rodillas a la altura de su cabeza—. Casper… ¿estás bien?—le preguntó en un susurró de coraje. El pobre moribundo hacia esfuerzos para articular las palabras.

—Dos sombras negras… —respondió apenas—. Dos pequeñas sombras negras… —de pronto se quedó sin oxigeno en los pulmones.

—¡Son ellos! —advirtió su compañero—. ¡Son ellos! —repitió para hacer hincapié en la peligrosidad del asunto.

—Sí… son… ellos —susurró Casper a duras penas.

—No hables… no hables por favor —suplicó el jefe de la operación, haciendo un enorme esfuerzo por no echarse a llorar. El compañero que estaba al lado enterró las uñas en la tierra y agachó la cabeza en un acto de ira. Buscarían venganza.

—Es muy tarde para mí —suspiró Casper, conforme con su destino—. Por favor, dile a mi esposa que… —inhaló con dificultad, se le estaba haciendo muy difícil hablar— dile que…dile que…

Casper no pudo articular sus últimas palabras. Cerró los ojos y su cuerpo dejó de moverse.

—¿Ya se murió? —preguntó con inquietud el jefe al otro.

Éste hizo una mueca. —Ummm, Creo que sí.

El jefe alzó la vista al cielo y levantó los brazos —¡Casper, tu sacrificio no será en vano, lo juro!

—Pero señor, nuestro enemigo parece alguien invencible. Será mejor irnos con las manos vacías. —El más cobarde de sus hombres habló en nombre de todos.

Sus compañeros se agruparon en el lugar del suceso, y el jefe pregunto:

—¿Cuál es nuestra profesión?

Ellos levantaron las armas y gritaron—: ¡Somos ladrones!

El jefe sonrió, arrogante.

—¿Y qué puede hacer ese insignificante héroe contra todos nosotros? —se mofó—. Ahí está ese héroe con el corazón encogido y con su pulso tembloroso, pues es consciente del despiadado y brutal castigo que sufrió la última vez por no llegar a tiempo a la hora de la cena. —Paseó su vista por todos sus secuaces y les transmitió un poco de su confianza—. Nuestro pequeño obstáculo únicamente tiene cuatro armas: Agua, Fuego, un fiel amigo y su propia ternura manifestada de lleno en esos ojitos verdes que usa como su mejor arma. Amigos míos, no vean esos ojos, se los advierto.

Todo mundo se miró entre sí mientras asentían con la cabeza.

—Tenemos una ventaja y es que no ha tomado su siesta de la tarde por lo que sin duda está debilitado. ¡Debemos aprovechar!

—¡Eso es cierto! —advirtió alguien, al parecer una mujer.

El jefe de la operación pronunció las últimas palabras de su discurso con sentimiento—: ¡Mis fieles guerreros! ¡Vamos a robar sus tesoros! ¡¡¡¡Hacia la VICTORIA!!!

La expresión ardorosa del jefe ante sus secuaces se desvaneció, convirtiéndose en una mueca de confusión al notar que varias personas entre el gentío se habían quedado paralizadas. El jefe se puso rígido. Presentía algo malo. Luego se abrió paso, intentando comprender lo que estaba pasando. El ruido que se escuchaba era las mescla de los cascos de los caballos con los de un huracán.

Para su mala fortuna, empezaron a llegar en todas direcciones una oleada de tropas imperiales a caballo. Eran centenares de soldados con espadas y flechas en posición. Su propio número les impedía moverse. Y de esa manera se vieron atrapados.

—¡No me venceras Huracán Oscuro! —amenazó el jefe sin dudar.

Fuerte, valiente y gallardo, con una capa negra en la espalda, Huracán Oscuro montaba su fiel corcel, Lyard. Su porte intimidaba hasta al más macho de todos los machos.

—¡No permitiré que te salgas con la tuya! —Huracán Oscuro desenvainó su espada y los malos dieron un paso atrás—. Hace muchos años, nuestro Maou y todo su ejército enfrentaron la más difícil prueba de valor no solo por Shin Makoku sino por el mundo entero, y por la promesa que este país representa.

—¡Larga vida al rey! —gritaron los valientes soldados.

—¡Seguiré sus pasos y protegeré estas tierras de personas malas como tú!

El jefe de los bandidos le sacó la lengua, mofándose de él.

—¡JA, JA, mira como tiemblo!

Huracán Oscuro hizo un puchero. La blanca piel de sus mejillas se tiño de un dulce sonrojo. También le sacó la lengua.

—¡Ya verás! —advirtió Huracán Oscuro, alzando su espada de madera— ¡Adelante mis fieles soldados! ¡Debemos detener a los malos!

—¡Sí! —gritaron sus aliados.

Los soldados se lanzaron desde sus relinchantes monturas hacia los ladrones, embistiéndolos y sosteniendo una lucha cuerpo a cuerpo con ellos. Como había caído una tormenta la noche previa, el suelo estaba lleno de charcos y lodo, por lo que sus vestiduras quedaron completamente sucias al instante. Una verdadera guerra de lodo dio comienzo. Ya ni se sabía quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos. El objetivo ahora era derrumbar al más cercano, entre gritos y risas. El jefe de los bandidos atacaba con cosquillas al indefenso Huracán Oscuro que no dejaba de reír haciendo que sus mejillas se pusieran rojas.

Hasta que llegó una persona para ponerle fin a todo el alboroto y desapareció el entusiasmo creciente de los involucrados.

—¡Pero qué significa esto!

En ese instante, todo mundo se quedó paralizado por el horror. El juego había terminado por hoy.

—¡Papito!

El más pequeño salió a la defensa de los demás que se incorporaban como podían. El pequeñín sabía que había desobedecido las reglas. Sabía que a su papito no le gustaba mucho que jugara en el lodo. Además, y para terminar de rematar, sabía que este día no podía hacer de sus travesuras porque era un día especial. Estaba en serios problemas.

—Majestad Wolfram… —vociferó alguien, nervioso.

—¡Silencio, Dorcascos!

El famoso “Jefe de los bandidos” sintió que se le paraba el corazón. Era una de las primeras veces que le tocaba hacer de jefe y estaba poniendo todo de su parte para que le saliera bien el papel.

Wolfram mantenía sus manos en la cintura mientras contemplaba el panorama. El jardinero, unas doncellas de servicio, las niñeras, y hasta algunos soldados que en su juventud habían formado parte de su respetado escuadrón se habían unido a las travesuras de su hijo. Todos llenos de lodo, pero también paralizados del susto. Le costaba trabajo creerlo. En un principio, su mente se mostró incapaz de asimilar la semejante guerra de lodo que estaba teniendo lugar en el jardín del patio trasero. Creyó estar soñando. Pero conociendo los alcances del poder que su hijo ejercía con todos en el castillo, su instinto paternal le había advertido que, efectivamente éste estaba haciendo de las suyas, de nuevo.

—¿Pero qué? —Wolfram abrió los ojos de par en par, terminando de sorprenderse. Uno de sus más fieles soldados yacía desparramado en el suelo—. Casper, ¿Y usted que hace ahí tirado? —le preguntó con incredulidad.

—¡Perdón majestad, es que a mí me toco el papel del primer ladrón caído!

Wolfram alzó la vista al cielo, buscando ayuda divina para intentar lidiar con esta situación. Esto no podía ser verdad. Debía ser un bizarro sueño o una avergonzante pesadilla.

—Levántese. —ordenó sin alterar su tono de voz.

El soldado se puso de pie y se unió a los demás, quienes parecían el típico grupillo de niños castigados en la escuela, y se mantuvo expectante.

En su interior, Wolfram agradecía el cariño mostrado a su pequeño tesoro. Sus fieles amigos y compañeros se convertían de nuevo en niños contagiados por la alegría y el entusiasmo de su hijo. Se podría decir que Dorcascos y los demás sirvientes lo consentían demasiado

—Papito no te enojes…

Wolfram miró con ternura a su pequeño que, al notar que su llamado había funcionado, formó una de esas sonrisas que lo derretían. Su hijo podía ser solo un pequeño niño, pero era un experto en usar sus armas de persuasión.

Derrotado, Wolfram cerró los ojos y con un profundo suspiro intentó aliviar la tensión.

¿Enojado? En realidad no estaba enojado. Nunca podría enojarse con su hijo por situaciones como estas. Su hijo era un niño que necesitaba desgastar esas interminables energías y ese entusiasmo siendo precisamente eso, un niño. Su hijo se encontraba en esa breve época de la vida en la que todavía no había aprendido tacto ni mañas, pero también era todo un varoncito; un niño rudo al que le gustaba jugar al superhéroe. Estaban los buenos y los malos, y su papel favorito era hacer de bueno. A menudo lo encontraba armado hasta los dientes, con una espada de juguete atravesada a cada lado del cinturón y una capa gigantesca en la espalda. «Soy Huracán Oscuro, papito», le decía. «¿Quieres jugar conmigo?» A esa edad, su hijo tenía una manera de hablar preciosa en la que se mezclaban la seriedad y el asombro. Era un niño inteligente y gracioso que veía la vida llena de colores. Enojarse con él por jugar y ensuciarse estaría mal. No podía ser capaz de robarle su niñez. Correr, saltar, gritar y hasta ensuciarse… todo aquello era parte de esa etapa.

Sin embargo, ese día había desobedecido una orden importante y debía hacérselo notar por su bien.

—Allan Shibuya, sabes perfectamente que día es hoy —respondió con voz serena, seguro de sí mismo.

En efecto, el pequeño se llamaba Allan. (Rondaba los cinco años en apariencia humana) Un día, Wolfram le contó a Yuuri de cuando conoció a su alter ego, y de la manera en como intentó ayudarlos hasta el final. Y fue así que a Yuuri le surgió la idea de ponerle por nombre de Allan a su hijo como una manera honrar su memoria.

—Debías tomar un baño hace una hora y en vez de eso te escapaste para jugar ¿Qué tienes que decir al respecto jovencito? —continuó reprimiendo sin una pizca de enfado en la voz, pero sí de corrección.

Allan formó la más tierna de las miradas con esos ojos color verde esmeralda que había heredado de quien le dio la vida. —¿Perdón?...

Wolfram sonrió con una breve mueca de ironía. ¿A quién le recordaba ese pequeño?

—Lo sentimos.

Escuchó después al unisonó. Eran los cómplices de su hijo que se disculpaban haciendo una reverencia. Wolfram reprimió las ganar de reír y en vez de eso carraspeó para aclararse la garganta.

—Bien, de acuerdo. Pero falta una hora para preparar todo y el jardín… —hizo una pausa para echar una mirada general—. El jardín es un desastre… —añadió con autocompasión.

—No se preocupe por eso, Majestad. —Habló Dorcascos en nombre de todos—. Nosotros nos encargaremos de que todo este impecable para la fiesta de cumpleaños del príncipe.

Los sirvientes del castillo y los soldados asintieron encantados y bien dispuestos. Todos ellos eran capaces de lo que sea por la felicidad del príncipe Allan.

—¡Síííí, mi cumpleaños! —Allan levantó los brazos, ansioso. Este día era su cumpleaños y tendría una fiesta con todos los niños del pueblo y también con sus primos. Se imaginaran el grado de emoción que sentía dentro de su corazoncito.

El consorte real sonrió sin apartar la vista de Dorcascos y los demás. Sin duda podía confiar en ellos. El cariño que habían demostrado a su adorado hijo lo conmovía.

—Muchas gracias a todos —dijo—. Entonces lo mejor será comenzar con regresar los caballos a los establos.

Wolfram señaló a los caballos que habían comenzado a pastar con libertad el césped. Entre ellos estaba el fiel amigo de su hijo, Lyard. Un potrillo nacido del cruce de Ao y Zendaya. De un color oscuro como la noche. Su hijo y ese potrillo tenían una relación especial. Eran casi inseparables y Allan se había dado a la tarea de cuidarlo personalmente.

Los sirvientes y los soldados pusieron manos a la obra para arreglar el desorden y tener todo preparado para la fiesta de cumpleaños en un par de horas.

—¡Gracias por no enojarte papi! ¡Te quiero mucho! —exclamó Allan como todo un chiquillo que todavía hablaba con adorable inocencia—. Si estuviera limpio te daría un abrazo —añadió un poquito cabizbajo.

Allan era un niño educado y con buenos principios por sobre todo. Sabía que si se acercaba un poco más a su papá, ensuciaría de lodo el impecable traje que lucía con tanto esplendor.

—¿Y quién dice que te rechazaría sólo por estar sucio? —Wolfram se hincó sobre una rodilla y extendió los brazos dispuesto a abrazar a su hijo. Allan pestañeó un par de veces, confundido—. Ven aquí mi niño.

Con una gran sonrisa, Allan avanzó hacia su papá y se dispuso a abrazarlo con mucho amor. Wolfram lo levantó en brazos mientras repartía besitos en su cabeza.

Se trataba de disfrutar plenamente de estos momentos especiales puesto que el tiempo no se detiene y la vida pasa de prisa. Y por disfrutar de la niñez de sus hijos, Wolfram era capaz de cambiarse de ropa hasta diez veces en el día.

Cuando Allan estuvo de nuevo con los pies en el suelo, Wolfram se inclinó hacia él, sonriendo, y le tocó la punta de la nariz con el dedo.

—Ahora sí, jovencito. Ya casi es hora —advirtió, medio riendo—. Ve a tomar un baño. Doria, Sangría, Lasagna, Effe; por favor, asegúrense de que esta vez no se les escape. —Advirtió a las muchachas que en un principio estuvieron involucradas en el juego de su hijo. Ellas se sonrojaron e hicieron una inclinación.

—A la orden Majestad —contestaron a la vez y tomaron de la mano al príncipe para que por fin tomara su muy necesitado baño, pero antes de alejarse por completo del jardín, se encontraron con su Maou—. Majestad Yuuri —lo saludaron. Wolfram dio un respingo y se dio la vuelta. En efecto, su esposo había llegado de su visita al Templo.

—¡Papi! —Allan corrió hacia su otro papá para chocar palmas. Yuuri se puso en cuclillas para estar a su altura.

—¿Qué tal mi campeón? ¿Estás contento? —le preguntó, revolviéndole su fino cabello negro.

—¡Mucho! —respondió Allan con genuina alegría—. Hoy jugué con Dorcascos y con Doria, y con Lasagna….

Allan comenzó a relatarle a su papá Yuuri todo lo que había hecho durante la mañana con mucho entusiasmo. Yuuri, con una sonrisa en el rostro, escuchaba atentamente y de vez en cuando le hacía preguntas.

Ver a su esposo y a su hijo interactuando de esa manera no tenia precio. A Wolfram se le iba enrojeciendo la cara por la emoción. Miró a Yuuri y se le humedecieron los ojos; pero se negó a sonreír. Una sonrisa convertiría en un momento de debilidad algo que debía ser intenso y desafiante. Ya habría luego tiempo de sonreír. Pero Yuuri, que lo conocía demasiado bien, pese a todo, le guiñó un ojo.

Avergonzado, Wolfram se negó a sí mismo a mirarlo a la cara y mejor vio en otra dirección.

Ambos se habían retado el uno al otro a no mimar demasiado a su hijo pues eso podía ser un impedimento para que su niño aprendiera a tomar responsabilidades de sus actos. Aceptaba que él había perdido ante su ternura ese día. Siempre lo hacía. De hecho, ambos siempre salían perdiendo ante su carita de “Yo no fui”. Ahora que lo pensaba, Allan tenía un control enorme en sus vidas.

Cuando Allan y las muchachas se retiraron, Yuuri se le quedó viendo con esos ojos oscuros que chispeaban con deseo. Wolfram se exigió a sí mismo una absoluta firmeza. Se resistió a ruborizarse o apartar la mirada.

—Allan es demasiado travieso —dijo al fin, con una postura acusatoria—. Debió haberlo heredado de ti, debilucho —le advirtió alzando el mentón y señalándole con el dedo—. Porque yo solía ser un niño bien portado —mintió.

Yuuri dio un paso hacia él sin apartar la vista de sus ojos y dibujo lentamente una sonrisa irónica. Había pasado memorables momentos en Bielefeld con su tío-suegro hablando de la niñez de su esposo y las anécdotas que le contaba no eran precisamente las de un angelito. Luego de acercarse lo suficiente a él, le rodeó su cintura con un brazo y empezó a palpar su baja espalda.

—¿Qué crees que haces? —preguntó Wolfram, nervioso y sonrojándose. Apoyó las manos en el pecho de Yuuri para tomar un poco de distancia.

—Quiero estar cerca de mi esposo —respondió él. Las comisuras de sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba. Abarcó su cintura con las dos manos y lo apretó contra él—. ¿Tiene eso algo de malo? —le preguntó mirándole la boca.

Al sentir esas poderosas manos que le sujetaban la cintura y lo mantenían prisionero, Wolfram percibió un montón de mariposas que volaban por su estómago. Era increíble que llevaran tanto tiempo de casados y que aún pareciera que recién se habían comprometido.

—No… —respondió, hipnotizado—. ¡Digo, si! —se corrigió. Sintió que el deseo se apoderaba de su cuerpo y trató de controlarlo—. Yuuri nos pueden ver, estamos en el jardín… no, no es correcto…

—Todos están en sus asuntos, no nos van a ver —respondió Yuuri, seguro de sus palabras. Lo rodeó más ferozmente con los brazos, dándole toda la calidez de su cuerpo y llevó los labios a su cuello, seduciéndolo. Su aliento le acarició ese mismo punto y lo besó con suavidad.

Wofram cerró los ojos, incapaz de resistirse a aquel cálido cosquilleo. El deseo oscureció sus ojos y en las profundidades de su garganta retumbó el más primitivo de los sonidos guturales.

—Bésame. —suplicó derrotado, pasando los dedos delicadamente por el fino cabello negro que caía sobre su frente. Yuuri no lo hizo esperar, reclamando su boca con un beso ardiente y apasionado. Fue cuestión de segundos para que cambiaran de ángulo y se volvieran a unir con más necesidad.

Cuando finalmente se separaron, ambos trataron de recuperar el aliento al tiempo que se observaban con adoración. Wolfram aún sentía un leve cosquilleo en aquellos puntos de su piel por los que los labios de su esposo habían pasado.

—Anissina… —dijo Yuuri de pronto, confundiendo a Wolfram que creyó que su esposo veía la figura de su cuñada en su persona.

—Majestades, buen día.

Wolfram se dio la vuelta comprendiendo que, en efecto, la loca inventora que también era la esposa de su hermano mayor, estaba ahí. Relajó la expresión en su rostro.

Si. Para sorpresa de muchos, Gwendal y Anissina terminaron enamorándose y casándose.

Durante la fiesta de bienvenida en la cual no se separaron en ningún momento, se dieron cuenta de cuanta falta se habían hecho el uno al otro. Anissina se fue instalando a pasos agigantados en la mente de Gwendal quien al principio se negaba rotundamente a lo que estaba sintiendo por su mejor amiga. No podía, se decía. Simplemente no podía haberse enamorado de alguien tan mandona, gritona, feminista y desesperante. Pero en esa noche, bajo la calidez de la velada, compartieron sonrisas y miradas. Bailaron como gente civilizada y no pelearon ninguna vez en público. En aquel momento, él quiso decirle cosas lindas. Tal vez que se veía hermosa con su vestido color rosa a la medida, o que el peinado le afinaba los lindos rasgos de su rosto, o que sus ojos brillaban encantadoramente bajo la luz de las velas. Había abierto la boca para pronunciar las palabras y se dio cuenta de que no podía forzarlas más allá de sus labios. Cerró los ojos y sonrió mientras en su mente tomaba forma una idea. Tal vez aún no pudiese expresar sus sentimientos en voz alta, pero sí podía demostrárselos con hechos hasta que reuniese el valor necesario para confesarle su amor.

Después de esa noche, Gwendal empezó a acercarse más a Anissina, y aprendió poco a poco a manejar su carácter y a no tenerle miedo. Los dos se sorprendieron al notar cuan buena pareja podían ser si trataban la manera de comprenderse el uno al otro.

Pero el punto final del silencio de Gwendal fue cuando el hermano mayor de Anissina arregló una nueva entrevista de matrimonio para ella. Preso del pánico por perder al amor de su vida, Gwendal entró al salón donde se llevaba a cabo la entrevista y proclamó en voz alta que tomaría a Anissina von Karbelnikoff como esposa. Denshan casi se desmaya y Yuuri casi se va de bruces en su silla, pero la determinación de Gwendal era imperturbable. Al final, la decisión estuvo en manos de Anissina, quien sorprendió a todos al aceptar encantada contraer matrimonio con él. Hoy en día eran muy felices y se entendían mejor que nunca.

 

 

—Sé que no debería preguntar pero… —Conociendo a Anissina, Yuuri hablaba con cierto temor—. ¿Qué es eso? —preguntó mientras señalaba un extraño artefacto con la forma de un tanque de helio pero con manos robóticas.

Anissina ya se esperaba esa pregunta. Le encantaba alardear de sus inventos pero trató de dominar la expresión de su rostro para que la sonrisa picarona que estaba a punto de aflorar en sus labios no fuese tan evidente.

—Esto Su Majestad, es el infla-infla-globos-kun —extendió el brazo y lo presentó con orgullo. Yuuri no pudo evitar recordar los viejos comerciales de la T.V promocionando artículos para el hogar —¡Esto hará que los preparativos de las fiestas, no solo de cumpleaños, sean más sencillas que nunca!

—De nuevo, sé que no debería preguntar pero… ¿Cómo funciona? —La curiosidad de Yuuri pudo más que la razón. Wolfram hizo una mueca de horror.

—¡Yuuri!

—Descuida Wolf —Yuuri tomó su mano y la apretó—. Los últimos inventos de Anissina san han salido milagrosamente bien.

Wolfram rodó los ojos con la duda pintada en su semblante. —Si tú lo dices…

Ignorando la falta de fe de su cuñado, Anissina sacó un casco lleno de varios focos alrededor de la copa y se lo pudo a Yuuri en la cabeza.

—El infla-infla-globos-kun es un compresor que ayudara a inflar los globos con la rapidez exacta para cada tipo de globo y solamente se necesita un poco de Maryoku para hacerlo funcionar. Nada más.

—¿Por qué no me sorprende?... —dijo Yuuri con ironía.

Los focos del casco se encendieron y el extraño artefacto comenzó a trabajar tomando los globos desinflados de una caja con las manos robóticas y después los llenaba de aire y les hacía el nudo. En menos de un minuto tenían alrededor de cien globos inflados. Algunos curiosos se acercaron para ver de cerca uno de los pocos inventos de lady Anissina que si habían funcionado. Cuando ya no quedó ningún globo en la caja, todos aplaudieron, impresionados. Anissina se llevó las manos a la cintura y levantó el mentón con satisfacción.

—¡Vaya, eso fue sorprendente! —exclamó Yuuri mientras se quitaba el casco.

—Odio admitirlo, pero me equivoque contigo por esta vez, Anissina —dijo Wolfram, acercándose a su esposo.

Los minutos de fama de la inventora se vieron de pronto perturbados porque las luces de la maquina comenzaron a parpadear de rojo. Eso significaba solo una cosa: PELIGRO.

—Oh, no. —Anissina frunció el ceño y se puso pálida de repente. Esto no era bueno.

—Anissina san, ¿Qué pasa con su máquina? —preguntó Yuuri con intriga y al mismo tiempo con miedo.

—Detalles, Su Majestad. —Trató de responder con naturalidad—. La apagaré enseguida. —Pero antes de que pudiera acercarse, la máquina se le escapó activando las ruedas mecánicas. En la pantalla de la maquina se leía: “BÚSQUEDA DE GLOBOS AUTOMÁTICA”—. ¡Máquina infernal, espera!

Con las manos robóticas la máquina hurgaba en todas las cajas y al no encontrar su objetivo destruía con un especie de rayo laser todo lo que encontraba a su paso. Ahora se leía: “ERROR: GLOBOS NO ENCONTRADOS” en la pantalla.

—¡Cuidado! —gritó Anissina que corría detrás de su invento. Había un soldado subido en el último peldaño de una escalera sujetada por dos de sus compañeros colocando un gran letrero de “Feliz Cumpleaños”, y cuando los dos que sujetaban la escalera vieron que ese extraño artefacto iba directo a estrellarse contra ellos, salieron huyendo de la escena dejando al pobre de arriba haciendo malabares para mantener el equilibrio. Anissina se tapó los ojos con las manos sin querer mirar el inminente impacto al suelo.

—¡¡Aimeth, diosa del aire, yo te invoco!!

Acudiendo al llamado de su amo, la hermosa diosa del aire se hizo presente y atrapó entre sus brazos al soldado que estaba pálido del susto.

El soldado cerró con fuerza los ojos y volvió a abrirlos, pestañeando un par de veces sin poder creerlo. —Morí y estoy en un mundo mágico lleno de hadas —murmuró sin querer que la hermosa diosa lo soltase.

Ya quisieras… —se mofó Aimeth, dejándolo caer sentado al suelo. Cuando Yuuri y Wolfram llegaron por fin, formó la más inocente de las sonrisas.

—¡Gracias, Aimeth sama! —le dijo Yuuri.

Aimeth se llevó la mano a la frente.

A la orden amo. —respondió antes de desaparecer mágicamente.

A lo lejos, la máquina infernal parecía haber perdido las energías y por fin se había detenido. Nadie se atrevía a acercarse a ella pues no sabían si podía recuperarse y volver a atacar. Pasaron alrededor de dos minutos antes de que, poco a poco, fueran acortando la distancia y de pronto, como todo buen invento marca Anissina, la maquina explotó.

Anissina suspiró entre el alivio y la tristeza. Era una verdadera lástima que algo que por fin parecía haberle funcionado terminara incendiándose como siempre. Lo tomó con las manos y volvió a suspirar.

—Por lo menos no causará más problema —musitó tristemente, revisando con más detenimiento las posibles fallas—. Todo salió bien en un principio, ¿Qué pudo haber salido mal?

—La respuesta es sencilla y a la vez complicada de encontrar. —Se escuchó la voz de un niño que se acercaba al lugar de los hechos—. La potencia del compresor es un factor importante así como la cantidad de Maryoku que se le adhiera de tal manera que la cantidad de Maryoku es relativa a la potencia. Es decir, el Maryoku de tío Yuuri es tan poderoso, que la máquina sobrepasó los límites de su capacidad. Por tanto y como consecuencia, la máquina infla-infla-globos-kun solamente buscó una manera de liberar su energía a través del cumplimiento de su tarea.

—Seee, yo también había pensado algo similar pequeño genio. —susurró Yuuri a lo bajo con una gotita de sudor resbalándole detrás de la cabeza.

Ese era Gerald von Voltaire, hijo de Gwendal y Anissina. Era dos años menor que Allan pero hablaba y se comportaba como todo un adulto. Tenía cabello rojo y ojos azules como unos zafiros, usaba gafas. Heredero del ingenio de su madre, el pequeño ya había comenzado a experimentar con sus juguetes ya sea convirtiéndolos en robots gigantescos o usándolos para convertirlos en artefactos que facilitaban la vida diaria, como un tenedor que se enrollaba automáticamente los spaghetti. Yuuri tenía el terrible presentimiento de que Allan sería algo así como el conejillo de indias de Gerald en un futuro. Como buenos primos, jugaban juntos a cada momento y ambos eran los mejores amigos.

Al llegar y ver el panorama, Gwendal exhaló un suspiro de lamento y se rascó la cabeza. Estaba en su oficina trabajando arduamente como siempre cuando escuchó los gritos y el sonido de una explosión. De inmediato supo que se trataba de otro invento fallido de su esposa. No se notaba enojado sino resignado.

—Debí haberlo imaginado. —Gwendal formó una sonrisa de medio lado, una sonrisa cálida y sensual que había conseguido que Anissina se pusiera nerviosa. Él bajó la mirada, como si hubiese leído sus pensamientos. Ella se sonrojó y miró hacia otro lado

Gerald sonrió con alegría al ver a su papá.

—Pero, técnicamente, el invento de mi mami sí funcionó —dijo el pequeño, tratando la manera de defender a su adorada madre. Gwendal le alborotó el cabello aminorando la tensión.

—Y en todo caso, nadie salió herido. —agregó Yuuri encogiéndose de hombros. Wolfram asintió con la cabeza. Estaba de acuerdo.

Gerald se acercó a su madre y le quitó lo que quedaba del “Infla-infla-globos-kun” para revisarlo cuidadosamente y luego asintió vigorosamente con la cabeza.

—Descuida mami, revisaré con más detenimiento tu invento y mejoraré su capacidad en un diez por ciento —dijo con la seguridad digna de un genio mientras comenzaba a caminar hacia su laboratorio.

Después del pequeño incidente, todo mundo se dispersó por el jardín y continuó con sus asuntos. Wolfram fue a cambiarse de ropa y Yuuri fue a su oficina. Le había quedado trabajo pendiente y quería terminarlo antes de la fiesta. Gunter era paciente con él, pero tampoco quería abusar.

Al final solamente quedaron Gwendal y Anissina. Él la miró, notando que seguía cabizbaja. Ahora comprendía mejor la dedicación y la importancia que ella le daba a cada uno de sus inventos.

—Vamos a dar un paseo. —sugirió, ofreciéndole el brazo.

La expresión de la inventora fue de absoluta sorpresa ante la propuesta. Su esposo últimamente pasaba tan ocupado durante el día que casi sólo lo veía en las noches. Verlo tan relajado y dispuesto era… exquisitamente extraño. Contenta, entrelazó un brazo con el suyo.

—Vamos… —respondió con un rápido asentimiento de cabeza

Mientras disfrutaban de la compañía mutua caminando lentamente por el jardín, una fuerte brisa agitó los arboles del patio haciendo que algunas de sus hojas se deprendieran y volaran con gracia. Al volver a mirar a su esposa, Gwendal notó que se le habían soltado algunos mechones del peinado y que una hoja se había enredado en su cabello.

—Espera. Tienes algo en el cabello.

Se detuvo y estiró la mano hasta que arrancó con habilidad la pequeña hoja seca que se había quedado prendida en su cabello tan rojo como el fuego vivo. No pudo evitar acariciarle la mejilla con ternura en el acto.

—Gracias… —Anissina alzó la mirada hacia él con una profunda alegría en los ojos.

Gwendal la contempló con adoración. En aquel momento, con los ojos brillantes y las mejillas ruborizadas, su esposa le brindaba una visión perfecta.

—De nada, mi amada esposa.

Anissina le miró. Silenciosa, solemne y absolutamente enamorada. Sin poder contenerse, cogió ambos extremos de su camisa y tiró de él hasta obligarle a inclinarse lo suficiente para poder besarle. Su boca tenía un sabor picante y masculino, con un ligero toque de vino. Para Gwendal, los labios de Anissina eran tan dulces como un algodón de azúcar. Ambos eran capaces de saborear los labios ajenos durante todo el día.

Tal vez no eran las personas más expresivas del mundo. Tal vez no eran la pareja que se entendía mejor. Probablemente eran los que más peleaban entre las parejas del castillo. Pero si de algo estaban seguros, era que eran sumamente felices juntos.

 

 

 

*******************************************************

 

 

 

Dos horas más tarde, el jardín del castillo parecía otro. Todos los niños del pueblo estaban reunidos, paseando jugando y corriendo por todo el lugar. Por supuesto que los padres también estaban presentes. Se habían arreglado dos mesas larguísimas con bebida y bocadillos de toda variedad y para todos los gustos, y al centro había un enorme pastel. También había números artísticos por todas partes y los niños podían elegir a cual querían asistir. Desde actos con animales, malabaristas, teatristas, payasos y pinta caritas. Todo mundo se notaba feliz y quería participar en los concursos.

Allan, quien era el principal protagonista del evento, se mantenía al lado de su primo Gerald y los hijos del tío-abuelo Waltorana, Thomas y Agatha, viendo los espectáculos.

Thomas era el mayor y Agatha la menor. Eran unos niños hermosos nacidos del matrimonio Waltorana con Austin Wallick, un comerciante amante de la política, bien educado y modesto. Thomas tenía cabello grisáceo claro, casi cenizo, y ojos color verde jade, y Agatha era de cabello rubio y ojos marrones. Eran unos niños bien educados e inteligentes.

A lo lejos, los pequeños eran vigilados por Waltorana y su pareja y también por Willbert y Cecilie. Estos últimos se la pasaban viajando por todo el mundo y juntos conocían lugares nunca antes explorados. Cuando estaban en casa, disfrutaban al máximo de sus nietos y sobrinos. Willbert era muy protector y cariñoso con sus nietos. A menudo competía con Yuuri por su amor. Yuuri pensaba que se trataba de un tipo de venganza.

A unos nueve metros de distancia, Shoma y Miko, quienes habían llegado de visita, charlaban animadamente con Gunter. Conrad y su esposa se unieron a su grupo y con ellos una preciosa niña corrió para buscar a sus primos.

Conrad se le había declarado a Hilda una bella tarde de primavera.  Grande fue su sorpresa al ser correspondido por ella. Ese mismo día, durante la cena, Conrad le contó la novedad a la familia. Todos estuvieron encantados con la noticia pues lo único que les importaba era su felicidad. Hilda se había ganado el corazón de la familia completa. Era educada, amable y servicial. «Una esposa digna de mi hijo»,  había dicho Cecilie en aquellos momentos. El mayor reto a vencer para esta nueva pareja fueron los padres de la muchacha, sin embargo, haciendo acopio de la valentía y el honor ganado con sudor y lágrimas a lo largo de su vida, Conrad decidió enfrentarlos y presentarse así mismo como su prometido. Contra todo pronóstico la familia White aprobó la relación y para terminar de sorprenderlos exigieron una boda pronta. Al parecer habían recapacitado sobre su manera de actuar y ahora albergaban la esperanza de remediar sus errores. La ceremonia había sido sencilla pero bonita, a pesar de la insistencia de Cecilie de hacerla exageradamente grandiosa. Sólo cuatro meses después, Conrad y Hilda les dieron a sus familias la noticia de que esperaban a su primer bebé.

Sophie Weller nació un día de primavera igual de hermoso que el día en que su padre se le declaró a su madre. Heredó los ojos marrones de su padre y el cabello rosa de su madre. A su corta edad (cuatro años en apariencia humana) mostraba un carácter amable e inocente. Al ser de esta manera, sus primos la protegían de todo peligro. Ningún niño en su sano juicio se atrevía a molestarla.

La hermosa reina de Zuratia, Greta, llegó en compañía de su esposo, Timothy Grell. Un Noble que conoció en sus tierras, de buenos principios, muy atento y cariñoso. Tenían un bebé de dos años al que nombraron Gregory. Para Yuuri y para Wolfram, Greta seguía y seguiría siendo por siempre su niña, a pesar de que ahora parecía mayor que ellos, quienes al poseer tanta pureza en la sangre, continuaban con la apariencia de dieciocho años. Greta adoraba a sus hermanitos y los consentía mucho.

 

Entre las emocionadas expresiones de felicitación y las risas, una pequeña niña buscaba a su padre con desespero y al encontrarlo, se lanzó a sus brazos.

—¡¡Papito!!

—¡Mi princesa! ¿Qué pasa? —Preguntó Yuuri sosteniendo en sus brazos a su segunda hija.

La pequeña era Julielle Shibuya. Una niña de cuatro años (apariencia humana) y segunda hija de Yuuri y Wolfram. Heredera del cabello negro de Yuuri y los ojos azul cielo del abuelo Willbert, la pequeña había ganado mucha popularidad en cuanto a belleza y distinción por la exótica combinación. Los años iban pasando y Julielle cada día estaba más hermosa. Las doncellas encargadas de su cuidado la trataban como a una muñeca. La peinaban, la vestían, la perfumaban y, además, la cuidaban como si fuera de porcelana. Cecilie y Miko le diseñaban la ropa que en la mayoría se trataba de preciosos vestidos de falda acampanada llenos de listones y flores. Además, a su temprana edad, la pequeña había aprendido a bailar, a hablar, a cantar y a tocar instrumentos. Una pequeña dama en todo el sentido de la palabra.

—Allá. —Julielle señaló en dirección a uno de los payasos que animaban la fiesta de su hermano mayor.

—¿Quieres ir con el señor payaso? —entendió su papá.

—¡No! —lloriqueó con los ojos acuosos. En realidad si deseaba acercarse pero por otra razón. El payaso había hecho un bonito Poodle con globos color rosa y lo quería para ella. Lo malo era que ese hombre exageradamente maquillado de la cara y vestido con ropas de colores extravagantes le daba miedo. Era muy feo para su refinado gusto.

—Ah, ¿Quieres una figura de globos?

Julielle asintió con la cabeza con la misma naturalidad con la que afirmaría haber visto una mariposa en el jardín.

—¡El perrito papi, el perrito! ¡Lo quiero para mí! —pidió señalando la ultima figura de ese animal que quedaba. Julielle sabía que su papá Yuuri siempre le concedía todos sus caprichos, tenía una inteligencia afilada como un cuchillo, cualidad heredada de su papá Wolfram.

—Entonces vamos. —respondió Yuuri dispuesto a acompañar a su adorado tesoro para que consiguiera el globo, pero antes de que pudiera dar un paso, su niña negó fervientemente con la cabeza.

—¡No! ¡Ve tu papi! ¡Yo te espero aquí! —le pidió con nerviosismo, intentando bajar de sus brazos.

Yuuri observó que en la expresión de su niña había un cierto atisbo de temor y entendiendo de qué se trataba, intervino rápidamente en defensa del payaso.

—Si te acercas el señor payaso hará unos trucos de magia para ti. —le dijo en un tono de voz amistoso y educativo que insinuaba «no son tan malos como crees»

Su hija lo miró a los ojos. Los ojos de Julielle se asemejaban mucho a los de Wolfram exceptuando el color del iris. Unas largas y tupidas pestañas los adornaban brindándoles mayor expresividad. Después de pensarlo bien, le rodeó el cuello con sus bracitos en un abrazo mimoso.

—Bueno. Pero no me sueltes ni un momento. —pidió como condición para acompañarlo donde se encontraba ese feo payaso. Yuuri le dio un beso en la cabeza y comenzó a caminar.

 

 

—¡Bienvenidos! —Wolfram se hizo a un lado para dar paso a unos invitados muy queridos. Eran Ariel y Dimitri que acompañaban a su precioso hijo de la misma edad que Allan a la fiesta. La diferencia entre sus nacimientos era de sólo un par de semanas. El nombre del pequeño era Adriel von Rosenzweig. Heredero de las joyas amatistas que tenía su papá Ariel como ojos y el cabello de oro de su papá Dimitri, este niño era conocido por parecer un ser celestial debido a su exagerada belleza. Un niño que quería a Allan con una intensidad única, y viceversa. Prueba de ello, nada más al verlos entrar, Allan corrió hacia ellos, radiante de la alegría, para tomar a Adriel de la mano y llevarlo con él para ver el espectáculo de Ryan y su oso de arena, KG. Su temprano cortejo resultaba demasiado obvio—. Allan, tienes que ser un poco más delicado con quien te gusta —susurró Wolfram mientras veía como su retoño enamorado no soltaba en ningún momento la mano de ese niño tan bonito.

—Creo que podemos hablar de un futuro compromiso entre esos dos —dijo Ariel, que recibió una mirada fulminante de su esposo que no estaba de acuerdo. Obviamente aún eran muy jóvenes para comprometerse y además, el mocoso Shibuya debía pasar primero por su aprobación.

Ariel y Dimitri visualizaron a unos diez metros al matrimonio de Kristal y Raimond que vigilaban a sus gemelos por lo que se disculparon un momento con Wolfram para ir a saludarlos. Wolfram volvió a quedar a solas, pero no por mucho tiempo; alguien lo abrazó por detrás y sabía perfectamente de quien se trataba.

—Este seria buen momento para fugarnos de la fiesta e ir a nuestra habitación. ¿No crees? —Su aliento le acarició el cuello y lo hizo temblar.

Wolfram sonrió y, cerrando los ojos, imaginó la posible escena. En ella se encontraban en su gran cama con dosel debajo del cuerpo de Yuuri, con las piernas enrolladas alrededor de su cintura mientras éste le penetraba vigorosamente. Sudorosos, agitados, entregándose el uno al otro. Podía sentir el calor de la habitación y aún más las deliciosas sensaciones de los besos de Yuuri en sus partes mas sencibles.  

—No… no… —Sacudió la cabeza, tratando de borrar esa imagen de su mente—. Espera hasta la noche Yuuri… a-aún así la probabilidad sigue siendo del cincuenta por ciento.

Yuuri formó un puchero y dejó caer los hombros, derrotado. Wolfram soltó una risilla, su esposo en esos momentos le parecía adorable. 

—¡Deja de lloriquear, debilucho!

—¡No me digas debilucho! —reprendió resentido. Algunas cosas nunca cambian…

La pareja continuó abrazada mientras disfrutaba del las vistas. Sus niños jugando con sus primos, sus padres platicando, sus amigos riendo… Yuuri en esos momentos se sintió pleno. 

Esa mañana había ido al Templo para ver a su viejo camarada, Murata. Era la única manera en la que lo podía ver y podían platicar. Lo extrañaba, pero lo más importante era que su amigo era muy feliz. Vivía agradablemente en el mundo de los espíritus elementales, lleno de belleza panorámica y vegetación, al lado de su pareja; ese espíritu travieso de Shinou. Yuuri palpó su bolsillo recordando que le habían enviado un regalo a su hijo, se lo daría después. Era un collar de oro con una extraña piedra dorada que parecía brillar desde adentro. Viniendo de Shinou, no sabía que misterio aguardaba. No quiso pensar mucho en ello y se limitó a disfrutar del momento abrazando más a ese demonio caprichoso que había logrado filtrarse de lleno a su corazón. Agradeció enormemente su perseverancia pues gracias a ello pudo darse la oportunidad de amarlo sin barreras ni prejuicios. ¡Qué tonto había sido al principio! Estuvo a punto de perder la felicidad por su ceguera, pero gracias al cielo y a un poco de ayuda terrenal había logrado recapacitar y darse cuenta de cuánto lo amaba y no le importaba que fuera hombre ni tampoco cuántas barreras se interpusieran en su amor. Y en la ardua lucha hizo más amigos y aprendió valiosas lecciones. También se despidió de almas bondadosas como la de su Alter ego, que ahora estaba al lado de su amado en el más allá. Todo aquello había valido la pena si ahora podía escuchar las risas de sus hijos al verlos jugar.

Debes afrontar duras pruebas para saborear un poco de la victoria. La vida es un largo camino lleno de muchos obstáculos, pero también llena de grandiosas paradas.

Yuuri cerró los ojos e inspiró profundamente para después dejarlo salir con calma dando gracias por ser tan feliz.

 

 

 

OMAKE

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Era de noche y como lo habían estado planeando durante toda la fiesta, Yuuri y Wolfram compartían el lecho matrimonial…

No obstante, un Yuuri cabizbajo estaba sentado con la espalda apoyada en el respaldo de la cama, apretando fuertemente las sabanas debido a la frustración que sentía en esos momentos.

—Sé que quería descendencia… —renegó con voz lúgubre—. Los amo mucho, pero… —miró a sus retoños dormidos en medio de los dos. Allan y Julielle parecían muy cómodos y ajenos a la tristeza que le causaban.

Al otro extremó de la cama, Wolfram suspiraba al tiempo que acariciaba la cabeza de Julielle, enredando su cabello entre sus dedos.

Esto era lo que se llamaba “Kamasutra para padres”: El niño (o los niños en este caso) se apodera de la cama y forma la H del infierno, la bufanda, el muñeco de nieve, la patada voladora, o a veces, incluso, uno de los padres o ambos terminan durmiendo en el suelo. Ah, ser padre es una experiencia tan bonita… menos mal que la niñez no es eterna.

—Deja de renegar y apaga las luces, vamos a dormir —concluyó Wolfram, conscientemente aceptando que esta noche no podrían tener sexo.

Yuuri inspiró un profundo suspiro de autocompasión, apagó las velas y se acostó en la cama. Transcurrido un minuto, Yuuri extendió el brazo por sobre las cabezas de sus hijos para entrelazar la mano de Wolfram con la suya. Quizás no podían estar unidos a través del vínculo carnal, pero nadie podía impedir que se unieran en el sentido espiritual.

 

Fue una apacible noche para la familia real.

 

 

 

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FIN DEL OMAKE

 

 

                                                                    

Notas finales:

 

Datos extras:

*Yuuri sabía que Wolfram y él podía tener hijos, por eso no se sorprendió a causa del hecho que un hombre pudiera tener bebés. (Según este fic, Wolfram es un demonio que puede concebir bajo la luna llena, ese día de luna llena fue en la fiesta de presentación de los participantes) (Ariel y Dimitri concibieron el mismo día)

**El nombre de Adriel es la unión de los nombres Dimitri+Ariel.=Adriel (¡Qué ingeniosa! nótese el sarcasmo)

***Lamento haber hecho un GwendalxAnissina en vez de un GwendalxGunter. Hay una razón por la cual lo hice de esta manera.

****Gunter adora a los hijos de Wolfram y Yuuri y éstos lo adoran a él, le dicen tío Gunter a pesar de no estar emparentados.

******El “Uke y doncel” en la relación de Waltorana y Austin, es Waltorana. *o*

******** Allan es un prodigio que nació controlando dos elementos: Agua Y fuego.

*********Lyard es el mismo potrillo que uso en otra historia.

**********Habrá algo entre Allan y Adriel… ummmm, yo creo que sip. *o*

Cualquier pregunta o equivocación que haya cometido, no duden en hacérmelo notar.

 

Misión: Cumplida.

Muchas gracias por las lecturas. Al final quien ganó más con todo esto fui yo. Nunca olvidaré esta bonita experiencia. Y sé que cuando este viejita me voy a acordar y me voy a reír con ganas.

Si por mi fuera me dedicaría a esto a tiempo completo porque aún quedan muchas ideas en mi cabeza y amo escribir (mal, pero no me rindo xD). Si la vida me da la oportunidad espero escribirlas. ¿Por qué no? Mientras haya vida…

Pero por hoy: Sayonara. Colorín colorado, este cuento se ha acabado. Se despide con un fuerte abrazo: Alexis Shindou von Bielefeld.

Bye Bye.

 


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