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Wish You Were Here por midhiel

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Wish You Were Here

Capítulo Quince: La Llegada

Hank había convertido el laboratorio en una sala de partos. Erik se recostó en una cama cerca de la silla preparada para que diera a luz. Charles le acomodó almohadas en la espalda y se dispuso a ayudar a Hank con los preparativos.

Al cabo de un par de horas, los dolores aumentaron y Erik trató de resistir las contracciones lo mejor que pudo. No en vano era un sobreviviente y si había enfrentado tantos peligros, bien podía luchar por dar a luz.

En una de las tantas idas y venidas que Hank hacía para vigilar a Edward, consiguió comunicarse con Meg. A la obstetra no le agradó la idea del parto hogareño pero el joven le planteó los inconvenientes que habían tenido y le dejó en claro que no había otra opción. Meg decidió hacerle recomendaciones y prometió que tomaría el primer vuelo hacia América.

Charles examinó a Erik. Arriba del ano se le estaba abriendo el canal para que pasaran las criaturas. El proceso parecía lento y la abertura tenía que terminar de dilatarse para que los niños pudieran nacer. Cuando ya se había dilatado lo suficiente, Erik no pudo refrenarse más y comenzó a gritar de dolor. Entre Hank y Charles lo ayudaron a acomodarse en la silla de parto.

Luego Hank y Charles se prepararon limpiándose las manos y desinfectando los instrumentos que usarían. Acto seguido, se calzaron los guantes de látex y lod barbijos. Xavier ayudó a Erik a separar las piernas y ubicarlas en los extremos de la silla. Después se posicionó a sus pies preparado para recibir a los niños.

Hank se paró junto a los instrumentos y las toallas, y quedó a disposición de su antiguo mentor. Erik sufrió una contracción muy fuerte y gritó, echando la cabeza hacia atrás.

-Empuja – ordenó Charles, tranquilo y firme.

Erik obedeció. La segunda contracción fue aún más dolorosa y esta vez, percibió cómo una de las criaturas bajaba lentamente. Esto le dio energías para seguir pujando. Al cabo de quince minutos, Charles lo alentó explicándole que podía ver la cabeza.

Hank se mordió los labios y pasó saliva. En medio de la excitación, había olvidado que era impresionable por naturaleza, y comenzó a sudar tanto o más que Erik. También sintió algo que le subía y bajaba por la boca del estómago, y tuvo que parpadear varias veces para mantenerse con los sentidos abiertos.

-¡Hank! – oyó de pronto a Charles -. ¿Qué te ocurre? Es la tercera vez que te pido una toalla.

Hank reaccionó a tiempo y se la entregó.

-Perdona – murmuró.

Estaba pálido como la cera, pero con su nerviosismo, Charles no lo notó y se preparó para recibir a la primera criatura que ya salía.

-Vamos, Erik – alentó Xavier -. Puja.

Erik rechinó los dientes mientras empujaba con toda su fuerza. El dolor se volvió insoportable, y pujó más. Al cabo de unos minutos, sintió la tibieza del primer bebé abandonando su cuerpo. Con una sonrisa gigante debajo del barbijo, Charles la recibió y envolvió en la toalla. Era un niño, que lloró con vehemencia. Se puso de pie y se acercó con el pequeño a su amante.

-Aquí está el primero – se lo presentó -. Es un varoncito.

Erik olvidó las ganas locas que tenía por una niña, y rió de emoción. Quiso cargarlo, aunque los brazos le temblaban por el agotamiento. Charles iba a ayudarlo a acomodar al bebé en ellos, cuando sufrió otra contracción. Estaba claro que su hermano no quería demorarse. Con un gesto de dolor, Erik se echó hacia atrás, y Charles llamó a Hank para que cargara al niño, así él podía continuar atendiendo el parto. Pero Hank no respondió.

-¿Hank? – indagó Charles, mirando alrededor -. ¡Dios mío! – suspiró.

El joven se había desmayado y estaba en el suelo. Rápido, dejó al bebé en una de las cunas que habían preparado, y se inclinó junto a Hank. Había caído de costado y por fortuna no se había lastimado la cabeza, solo tenía un pequeño moretón en la frente. Iba a intentar despertarlo, cuando Erik gritó.

-¡Por favor, Charles! – clamó, apretando los puños para frenar el dolor -. ¡Ayúdame!

Charles corrió a sus pies y lo examinó. La dilatación que el primer bebé había expandido, le permitió observar la cabeza del segundo, que todavía estaba lejos.

-Comienza a pujar – pidió.

Erik llenó los pulmones de aire y lo intentó, pero estaba demasiado agotado, y apenas consiguió empujar un poco. El primer parto lo había dejado sin aliento.

-Vamos Erik – insistió Charles.

Erik volvió a intentarlo pero fue inútil. Ya no le quedaban fuerzas.

Charles comprendió lo que pasaba y con paciencia y mucho amor, se irguió y acercó a la cabecera. Sonriendo, se quitó un guante y le acarició la frente.

-Ánimo, Erik – lo alentó. Deseó no haberse inyectado para poder transmitirle paz y fortaleza, pero ya no tenía sus poderes y Erik tendría que conseguirlas por sí mismo -. Ahora traerás al mundo a nuestra princesa. Tú puedes hacerlo.

Erik alzó la cabeza para mirarlo a los ojos y asintió. Estaba agotado pero no iba a darse por vencido. No ahora, justamente después de haber peleado tan duro.

-Sólo un esfuerzo más – apremió Xavier y regresó a sus pies para inclinarse y esperar la criatura.

Erik sufrió una nueva contracción y haciendo un esfuerzo enorme, pujó lo máximo que podía. Sin embargo, estaba débil y exhausto, y no tenía la energía suficiente. Repitió la acción varias veces pero no tenía impulso y el bebé no descendía.

Pasaron cuarenta minutos. Charles comenzó a preocuparse y pensó en la manera de alentarlo sin que su amante notara el nerviosismo. Se puso de pie, regresó a su lado y le apretó la mano con fuerza. Erik la tenía sudorosa y fría. Charles le tocó la frente y notó que tenía temperatura. Recordó lo que había leído en los informes que Meg le había pasado: había habido algunos casos en los que cuando el parto se prolongaba y el mutante no podía expulsar la criatura, su organismo rechazaba al bebé como si se tratará de una infección y lo atacaba para eliminarlo. Eso significaba que si Erik no daba pronto a luz, su propio cuerpo mataría al príncipe o princesa.

Charles se mordió el labio tratando de no exponer su desesperación. No quería decírselo porque lo angustiaría. Erik estaba demasiado agotado y ya no tenía fuerzas para seguir pariendo. Sin embargo, si la criatura fallecía atacada por su propio organismo, sería una tragedia de la que no se repondría jamás y no habría manera de quitarle la culpa.

Erik, a su vez, cerró los ojos porque se estaba mareando. La habitación le daba vueltas a causa de la fiebre elevada. Sentía mucho dolor y trataba de pujar, pero se daba cuenta de que no era suficiente. Se sentía débil y también avergonzado porque él mismo se jactaba de haber sobrevivido la mayor parte de su vida y ahora la estaba arriesgando junto con la de su bebé por no poder seguir luchando.

-Erik – murmuró Charles, y le acarició la frente para controlar la temperatura y limpiarle el sudor -. ¿Recuerdas cuando moviste el satélite? Yo te pedí que encontraras el punto entre la ira y la serenidad, y te ayudé a conseguirlo. Ahora no puedo entrar en tu mente pero debes encontrar tú mismo ese punto otra vez. Concéntrate, que yo estoy aquí contigo – le hizo otra caricia, se cambió los guantes y fue a ubicarse junto a sus pies.

Erik gimió por una contracción muy intensa. Sentía otra vez la necesidad imperiosa del contacto con Charles, y también, para su desesperación, que algo pasaba con el bebé.

-Charles – murmuró débilmente -. Te necesito aquí. Ven por favor.


Charles no podía abandonar su posición porque tenía que recibir a la criatura, y le apoyó una mano sobre el vientre para que sintiera su presencia. Erik tanteó su barriga hasta que encontró la mano y la apretó con su poca fuerza.

-Siempre te estás desafiando a ti mismo – apremió Charles con orgullo -. Admiro tu perseverancia. Sé que puedes lograrlo.

-¿Tienes fe en mí, Charles? – murmuró Erik, ahogado por la transpiración y las lágrimas de dolor.

-Por supuesto – le aseguró con total confianza -.Erik, sé que estás exhausto. Pero no puedes rendirte ahora. La princesa te necesita.

-La siento débil – murmuró y echó la cabeza hacia atrás para gemir.

Charles se preocupó más. El organismo estaba atacando al bebé y podían perderlo. No encontró más opción que decirle la verdad lo más suave que podía.

-Erik, atiende - esperó a que se recuperara de la última contracción -. Así como cuando iba a implantarse, tu cuerpo la rechazó, ahora que no puedes expulsarla, vuelve a hacer lo mismo. Por favor - ya no ocultó su angustia -, tienes que hacerlo. Tienes que traerla al mundo ahora mismo, Erik.

Erik gritó fuerte y pujó con toda su energía. Charles no vio ni sintió cambios a través de la mano sobre su estómago, pero igual lo alentó con esperanza. Erik volvió a pujar, una y otra vez. Con sus gritos, el niño, que se había dormido, despertó y chilló. Xavier trató de no oírlo para no desconcentrarse y fue Hank quien al fin recuperó la conciencia.

¿Qué pasó? – preguntó el joven con modorra, mientras se quitaba los lentes para masajearse los ojos.

Charles al fin notó con la última contracción, que la criatura estaba descendiendo, y no quiso que los desconcentrase.

-Rápido, Hank. Atiende al bebé que está llorando, que el próximo ya llega.

Hank se levantó como saeta y corrió a socorrer al niño. Se sentía avergonzado, pero prefirió dedicarse a cargar y mecer al nuevo integrante. Haber atendido a Edward le fue de gran ayuda, y el bebé fue apagando los gemidos hasta que volvió a dormirse.

Erik había escuchado a su hijo llorar y por instinto quiso consolarlo, pero la fiebre había aumentado considerablemente y le costaba enfocarse en seguir pujando. Sentía cómo la criatura descendía y esto le daba fuerzas. Además, Charles comenzó a acariciarle el vientre y sus masajes lo estimulaban a empujar.

Entre el arrullo de la canción de cuna que Hank le cantaba al niño y los gritos de Erik, la criatura asomó la cabeza y Charles la recibió con alegría y alivio.

-Solo un poco más, Erik – pidió excitado.

Erik sabía que su odisea estaba llegando a su fin y no se dejaría vencer por la fiebre. Pujó como si no existiera un mañana y luego de un dolor intenso, percibió cómo el bebé abandonaba su cuerpo y ya no sufrió más. Sudoroso, agotado y bañado en lágrimas, oyó el llanto potente del bebé y la risa de Charles al recibirlo. Con las pocas fuerzas que le quedaban, sonrió.

-¡Es una niña, Erik! – exclamó Charles, envolviéndola en una toalla -. Una niña sana y hermosa.

Hank se le acercó con el niño y alzó a la recién llegada para llevárselos a Erik, mientras que Charles permanecía a sus pies limpiándolo y cubriéndolo para que no se infectara.

Erik se pasó la mano por la cara para quitarse las lágrimas y el sudor, y se acomodó lo mejor que pudo para recibir a sus hijos. Los ubicó contra su estómago de frente a él, uno de cada lado, sosteniéndoles las cabecitas con las manos. Los dos eran perfectos, rojos y arrugados por el esfuerzo que habían hecho con él para venir al mundo, pero sanos y completos. La niña lloraba con toda la energía de sus pequeños pulmones mientras que su hermano dormía plácidamente. Erik la acercó a su pecho para que se calmara con sus latidos, mientras que con el pulgar acarició la mejilla de su hijo. Quedó admirado de lo suaves y frágiles que se sentían, y volvió a llorar.

Charles llegó a su lado y lo abrazó, se bajó el barbijo y le besó la cabeza, mientras le acariciaba la frente para controlar su temperatura. Asombrosamente, la fiebre había bajado.

-Te amo, Erik – le murmuró al oído.

Erik volteó hacia él y se besaron.

Hank se retiró con la excusa de ver a Edward para darles un momento de privacidad. Charles observó por primera vez a sus hijos juntos, y una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su boca.

-¿Qué nombres les pondremos? – preguntó Xavier.

-Los que habíamos decidido si eran niño y niña – contestó Erik -. Pietro y Wanda.

Charles asintió. Erik no pudo refrenar un largo bostezo.

-Estás agotado – observó Charles, y quiso retirarle los niños -. Debes descansar, amor.

Por instinto, Erik trató de retenerlos, pero enseguida los cedió. Xavier los llevó hasta dos cunitas, junto a la cama y regresó para ayudar a su amante a acostarse en ella. Mas Erik había caído vencido por el cansancio y dormía tan profundo como sus hijos.

Charles sonrió. No sabía quién de los tres le provocaba más ternura.

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¡Hola! Aquí por fin nacieron. Sigo con poco tiempo pero pude terminar el capítulo.

Mañana contestaré los comentarios.

Besitos y gracias por el apoyo.

Midhiel

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