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Wish You Were Here por midhiel

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Wish You Were Here

Capítulo Nueve: Ojalá Estuvieras Aquí

Charles despertó cerca de la medianoche con una resaca fenomenal. Hank lo había acomodado en la cama y tenía lista una medicina casera para ayudarlo con la jaqueca. Apenas abrió los ojos, debió cerrarlos porque la luz de la lámpara lo encegueció. Después de unos segundos, parpadeó varias veces hasta que las pupilas se acostumbraron a la claridad. Sintió sus piernas y entendió que se había inyectado.

-Erik – llamó con un susurro.

Hank se mordió el labio inferior.

Charles volteó hacia el joven y parpadeó otra vez. De a poco, comenzó a recordar: después de que Erik había salido a caminar, él se había encerrado en la biblioteca realmente sin ganas de leer. No podía sacarse de la cabeza el rostro inocente de Sean, y tras luchar de forma infructuosa, fue hasta la licorera y atrapó la botella de whisky. Bebió un vaso, dos, tres, el alcohol le subió a la sangre y perdió la capacidad de concentración. Esto hizo que las voces volvieran junto con la culpa por haber abandonado a Sean y a los demás. Decidió inyectarse y siguió bebiendo hasta que Erik regresó, y, entonces, ¿qué había pasado?

-Discutí con Erik – rememoró, frotándose los párpados. Hank no sabía si se estaba dirigiendo a él, o solo decía en voz alta lo que pensaba -. …l me recriminó ser un adicto y yo . . . ¡Dios mío! Yo lo culpé de mi adicción. . . le dije que nuestra relación era una mentira . . . maldije haberle salvado la vida y deseé que se hubiera ahogado por estúpido . . . maldije haberlo conocido . . . grité que sin él, sería feliz . . . ¿Qué clase de monstruo soy? – gritó y hundió la cabeza en la almohada, llorando.

Hank puso la medicina sobre la mesa de luz y se sentó en el borde de la cama. No sabía si abrazarlo, si acariciarlo, o solo dejarlo llorar.

Charles recordaba nítidamente la discusión y la sensación intensa de enojo y culpa, que el alcohol permitió que se canalizara hacia Erik.

-¡Hank! – lo miró con los ojos desorbitados -. Erik . . . ¿Dónde está Erik?

Hank pasó saliva.

-Erik no está – informó con toda la suavidad que pudo -. Ya se había marchado cuando regresé.

Charles trató de secarse las lágrimas y se incorporó en el lecho para levantarse.

-Ayúdame – pidió a Hank. Se sentía débil por la resaca. El joven lo ayudó a erguirse, sosteniéndolo de los hombros -. Tengo que regresar a Westchester y conectarme a Cerebro enseguida. Hay que encontrarlo.

El joven asintió y se dirigieron hacia la sala. Por el pasillo, Charles recuperó la estabilidad y llegó por sus propios medios. Hank se encargó de arreglar los asuntos para despegar por la madrugada. De cualquier manera, todavía restaba un día y medio para que recuperara sus poderes.

Temprano a la mañana siguiente, llegaron a la mansión. Al bajar del taxi, Charles tuvo un mal presentimiento. Entró corriendo y fue directo a su despacho. Hank lo siguió detrás.

Al llegar, encontraron la caja de seguridad de acero destruida como si fuera de cartón mojado. Se hallaba abierta y el casco ya no estaba. Charles se llevó la mano al pecho mientras sentía cómo el universo entero se le venía abajo. Con el casco puesto, no podría hallarlo más. El mensaje estaba claro: Erik se había marchado para no volver. Cayó de rodillas, mientras sus propias palabras formaban un eco en su mente: “Tomes la decisión que tomes, estaré contigo. . .” y la respuesta: “Bonitas palabras . . .”

-Erik tenía razón – admitió entre sollozos -. Le prometí que lo acompañaría y que estaría a salvo conmigo. Le pedí que tuviera al bebé y que formáramos una familia. …l no creyó en mi promesa y tenía razón.

Hank lo abrazó. Charles no pudo más que llorar. Había perdido a la persona que amaba. Ahora lo sabía, pero ya era demasiado tarde.

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Cuatro meses después

Meg entró en su departamento, cerró la puerta con llave y al voltear hacia la sala, se encontró con Magneto aguardándola sentado en un sillón. Tenía el casco puesto, una camisa holgada cubría su vientre de seis meses bastante más abultado que lo normal, y tenía la mirada cansada de la persona a la que le cuesta conciliar el sueño.

-Erik – suspiró la doctora y se llevó la mano al pecho.

Erik se sostuvo del apoyabrazos para erguirse a causa del peso del abdomen.

-Te hice una visita porque necesito que me examines. Desde aquella vez no tengo control médico y quiero asegurarme de que todo esté en orden.

-De acuerdo – aceptó Meg sin reponerse de la sorpresa -. ¿Notas algo extraño, o solo es simple control?

-En realidad estoy preocupado – confesó y se acarició la barriga -. Siento que estoy más grande de lo que debería y quiero asegurarme de que el niño esté bien.

Meg sonrió. Le enternecía que se preocupara por la criatura.

-¿Quieres tomar o comer algo antes?

-No – replicó Erik taxativo -. Solo quiero que me examines.

Meg tenía un equipo de obstetricia en su casa. Le explicó que no contaba con un laboratorio para los análisis de rutina, pero Erik descartó el tema. Solo deseaba que lo viera allí y pronto. Estaba ansioso.

De igual forma, Meg le extrajo muestras de sangre y de orina para analizarlas al día siguiente por su propia cuenta. Erik consintió pero la aseguró que no volvería a verla para conocer los resultados. Luego, Meg lo acompañó a su recámara para que pudiera acostarse y estar en calma.

El embarazo marchaba según lo establecido. Erik estaba delgado y con la presión un poco elevada por la vida que estaba llevando, pero con una alimentación saludable y unas pastillas no habría problemas. Al revisar el feto, Meg quedó asombrada y lo auscultó de cuenta nueva.

-¿Qué ocurre? – se preocupó el paciente.

-Nada malo – respondió Meg con una sonrisa -. Acabo de descubrir la causa de tu tamaño, no esperas una criatura sino dos.

-¿Gemelos? – se maravilló Erik.

-Así es – lo auscultó un poco más -. Son dos y se están desarrollando perfectamente. Son pequeños y debes alimentarte más para que crezcan. Uno se encuentra de costado aquí – se lo señaló del lado izquierdo – y el otro está aquí abajo – le indicó abajo del ombligo -. La cantidad de líquido amniótico es la adecuada y los niños están bien. Se mueven con energía y sus latidos están perfectos. Pero tú tienes poco peso, Erik.

-Reconozco que no como como debería.

-Deberías cambiar tus hábitos, necesitas descansar – recomendó Meg. Le bajó la camisa y se sentó en la punta de la cama -. Erik, los niños están sanos, pero tu estado no es óptimo y necesitas cuidarte más.

-Entiendo y haré lo posible – respondió Erik. Se incorporó en el colchón y tomó el casco que había dejado sobre la mesita de luz -. Te agradezco la atención, que tengas una buena tarde.

-¿Te marcharás así nomás? ¿No vas a comer nada?

-No, gracias – se levantó, se calzó el casco y se marchó solo de la recámara y el departamento.

Meg quedó tan sorprendida que tardó en reaccionar. Corrió hacia el pasillo pero Magneto ya no estaba. Salió a su balcón para buscarlo en la calle pero fue inútil. Si Erik no quería ser encontrado, sabía cómo hacerse humo.

Meg fue hasta su teléfono y llamó de inmediato a Charles.

-Estuvo aquí y acaba de marcharse – comunicó -. …l está delgado y me prometió que se cuidaría, pero los niños están bien.

-¿Los niños? – repitió Charles desde la otra línea con la voz trémula.

-Son gemelos. Felicitaciones.

Charles quedó sin voz y tuvo que esperar un rato para recuperarla. Meg oyó por un instante solo su respiración detrás del tubo.

-¿Cómo está él? – murmuró Xavier finalmente.

-Se lo nota cansado y triste – respondió la doctora con sinceridad -. Lo siento, Charles. No pude detenerlo, quise invitarlo a que se quedara a comer algo pero se fue.

-Así es él, no te culpes – pidió Charles -. Gracias por notificarme, Meg.

-De nada, Charles.

-Hasta luego.

-Hasta pronto, Charles. Ya sabes que estoy aquí para lo que necesites.

-Gracias.

Charles colgó y se pasó la mano por la cara. Estaba devastado por la ansiedad, el agotamiento y la tristeza. Luchaba a duras penas para no caer en una depresión profunda. Desde que perdiera a Erik, había dejado el alcohol y el suero. Ya no era un adicto, pero sentía que su decisión había llegado demasiado tarde. A cualquier hora se conectaba a Cerebro para rastrearlo sin resultados. Magneto llevaba el casco constantemente.

Rodó la silla hacia atrás y alzó la cabeza con los ojos cerrados. Con su adicción, había enviado a Erik y a dos criaturas de su propia sangre al exilio. El Cielo le había regalado una familia y él, con su egoísmo, la había destruido.

-Perdóname, Erik – sollozó -. Todo esto es culpa mía.


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