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El Amor Después por clumsykitty

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EL AMOR DESPUES.


Capítulo 23. Cuenta Regresiva.


-¡Hey, you, Kaiba boy! –gritaba una pelirroja, tratando de alcanzar al CEO que salía del salón de clases.

Seto la ignoró mientras leía el resultado de sus exámenes, había aprobado con una calificación perfecta; dejando boquiabiertos a sus compañeros de clase que le adelantaban en el curso. Para el ojiazul, no era ningún problema, pues Gozaburo le había dado una educación con los conocimientos suficientes para estar muy por encima del grado escolar que debía cursar cuando era niño. Así que ahora podía igualarse e incluso superar a sus profesores.

-What the hell are you thinking? –le alcanzó aquella, jadeando por la carrera- I’m trying to talk to you, dammit!

La mujer se paró frente a Kaiba para impedirle el paso. …ste la miró, analizándola de pies a cabeza. Era una de sus compañeras de clase, que no tomaba en cuenta por supuesto. Recordaba vagamente sus datos: una ejecutiva, hija de un CEO de la industria automotriz, proveniente de Sydney.

-Sonya Foulcault, right? –preguntó no muy cortés.
-Heya, al menos recuerdas mi nombre –contestó aliviada- Escucha Kaiba, ¿Por qué eres así de indiferente conmigo? Quiero decirte algo muy importante…
-I don’t care –replicó el ojiazul, caminando de nuevo hacia las escaleras que daban hacia uno de los patios para luego dirigirse a la salida en el estacionamiento.

Sonya corrió de nuevo hasta alcanzarlo, deteniéndolo esta vez por un brazo.

-I don’t bite! Please! Let me…
-DON’T. TOUCH. ME. –advirtió Seto con una mirada fulminante hacia su brazo sujeto por la pelirroja que lo soltó, levantando ambos brazos.
-Okay! Okay!… grrr… yo sólo quiero comprar tu nuevo proyecto.
-¿Prometeo? –preguntó el ojiazul arqueando una ceja.
-Yeah! Bueno. Ya debes estar enterado del giro de la compañía de mi padre. Pero yo tengo mis propias ideas y una de ésas es construir una nueva corporación. Foulcault’s Games. Eso es lo que voy a hacer, y si tú y yo firmamos un contrato mi nuevo equipo lanzaría tu Prometeo en Australia ¿Qué dices?

Kaiba miró su reloj, Joey ya estaría esperándolo afuera en el estacionamiento y conociendo a su cachorro, preocupado por él.

-Please? –rogó Sonya con ojos de corderito y juntando sus manos- pretty prettty pretty please, with a cherry on top?

Buscando en el bolsillo interior de su abrigo, el castaño sacó una tarjeta para dársela a la pelirroja que la tomó como si fuera la lámpara del genio.

-Make an appoinment –le indicó- We’ll meet later. But, if you can’t convice me...
-GOD! You’re such a pain in the ass, you know? –replicó divertida- Bye, then.

Sin esperárselo, la pelirroja plantó un beso a Seto antes de irse, éste se echó hacia atrás pero no pudo evitar el contacto. Limpiándose con el dorso de la mano, se giró para ver a lo lejos a un rubio que exudaba celos. El ojiazul meneó la cabeza, caminando con Joey sin decirle nada al llegar a él y con intención de subir al jeep. Cuando estaba a punto de abrir la portezuela unos brazos le tomaron por los costados
para girarlo. Una boca se pegó a la suya y una lengua demandante se hizo sentir.

-Tú estás conmigo –sentenció el rubio a milímetros de su rostro.

Kaiba sólo subió al jeep.

Joey se dio vuelta para tomar su asiento y conducir. Por la manera en que manejaba, el ojiazul se percató de que aún seguía celoso por el beso de Sonya.

/Bueno, creo que puedo divertirme un rato/ pensó malicioso el castaño, fingiendo leer uno de sus libros, sin atender a Joey.

-¿Por qué te besó? –le espetó el rubio.
-… uh… perdón, no te escuché ¿Qué decías cachorro? –preguntó con toda inocencia Seto.
-No me hagas eso, koneko. ¿Qué hacías con esta tipa?
-De verdad que no sé de qué me hablas…
-¡Esa zorra pelirroja!
-¡Ah! Sonya… -aventuró el ojiazul.
-¿Con que Sonya, eh? ¿Desde cuando llamas así a tus compañeras de clase?
-Cachorro, somos solo siete en la maestría, es obvio que la conozca –explicó Seto sin despegar su vista de la lectura, escondiendo su sonrisa.
-¿Y que la menciones por su nombre? –Joey estaba a punto de estallar.
-Me agrada… -comentó por casualidad.

El jeep se detuvo en seco. Seto agradeció haberse colocado el cinturón de seguridad. Su libro y mochila cayeron a sus pies. El rubio apagó el motor en plena carretera y se inclinó sobre el castaño que le miraba un tanto divertido un tanto atónito.

-Repite lo que dijiste.
-¿Estás celoso? –preguntó gozoso Kaiba- ¿No me dig-¡hmpf!

Unos labios posesivos lo silenciaron al tiempo que una mano se posaba en su entrepierna, buscando hacia el interior. Seto cerró los ojos, gimiendo cuando unos dedos firmes le apretaron.

¡HONK!

Un claxon llamó su atención y cayó en la cuenta de la posición del jeep. Sin embargo, Kaiba no conseguía separarse de Joey que continuaba excitándolo y aunque trataba de hablar, solo gemidos escaparon de su garganta.

¡HONK!

Otro claxon volvió a recordarle que estaba estorbando. Haciendo acopio de fuerzas, empujó a Joey, jadeando pesadamente.

-… cachorro… el jeep…
-¡Al diablo con él! –bufó un ya excitado rubio.
Pero las manos del castaño lo detuvieron.
-… por favor, Joey…

¡HOONK!

-¡Joey! –suplicó el ojiazul, recuperando el aliento.
-Dime que esa mujer no es nada para ti- dijo el otro con un puchero.
Seto se carcajeó de súbito, pero ya no continuó al ver el enfado plantado en el rostro del rubio.
-Cachorro, lo único que “esa mujer” quiere es comprar los derechos de Prometeo para venderlo en Australia.
-… oh.

¡HONK!

¡HOONK!

¡HOOONK!

-Me encanta verte celoso, Joey, pero no sé de que te preocupas. Un poco más y llevaré tu nombre tatuado en mi frente. Además, Sonya está casada.
-…uh, ¿de verdad?
-Así es.
-Entonces… ¿por qué… -insistió tercamente el rubio.
Seto rodó sus ojos.
-Porque mi proyecto va a ayudar a su compañía, sólo eso.

Cayendo en la cuenta de que sus celos eran infundados y tontos, Joey regresó a su asiento y renovó la marcha. Seto levantó sus cosas, aún con la sonrisa en sus labios.

-Creo que es un poco tarde para preguntar como te fue en los exámenes ¿verdad? –preguntó apenado el rubio.
-No, de hecho me fue muy bien, con estos créditos, podré tomar una materia extra.
-¿Puedes hacerlo?
-Claro –dijo con orgullo el castaño- Soy Seto Kaiba ¿no?
Ambos rieron largo rato hasta que llegaron a un cruce de carreteras.
-¿Cómo te sientes koneko?
-Cansado –declaró Kaiba, estirándose un poco- pero satisfecho. Pude completar el proyecto y anunciar a Prometeo a tiempo. Y los exámenes los aprobé como lo esperaba. Ya sólo falta ver como quedó tu documental…
-¿Quieres ir a la Corporación… o a mi casa? –inquirió sugestivo el rubio.
-A la mansión, si me haces el favor, cachorro.
-Demasiado lejos, puedes descansar conmigo.
-Joey…
-Dije descansar –Joey levantó una mano- Lo juro.
-Está bien.

El rubio tomó el camino hacia el muelle, después de varios minutos en silencio, el golpe suave del libro del castaño cuando cayó al suelo hizo que Joey volteara a verle. Seto se había quedado dormido.

-Mi koneko.

Con suavidad, se estacionó al lado de la bodega. Abrió las puertas de su casa, llevando consigo las pertenencias de Seto. Con el menor ruido posible, tomó al ojiazul en brazos, cerrando la portezuela con un pie, y lo llevó hasta la cama, donde le quitó sus zapatos y el abrigo; aflojando su corbata junto con su cinturón para que durmiera más a gusto. Colocándole una frazada, bajó a cerrar la puerta, pero su teléfono sonó y rápidamente contestó para no perturbar a Kaiba.

-¿Sí? –susurró, saliendo de nuevo de la bodega para hablar tranquilamente.
-Joey, tienes que venir a casa de Yugi de inmediato.
-¿Qué sucede, Tristán?
-Marik está aquí, en Ciudad Domino. Al parecer, el muy desgraciado te ha estado espiando. Tea lo ha estado siguiendo y encontró el lugar donde vive…
-¡¿Qué?!
-No te puedo contar esto por teléfono. Ven ahora, todos estamos esperándote para ir a hacerle una “visita”. No dudo que tiene algo que ver con la desaparición de Ryou.
-¡Rayos! Pero…
-¿Qué te pasa? No me digas que estás con Kaiba, ¡Cielos Joey! ¡Déjalo respirar!
-¡Hey! ¿Estás insinuando algo? Para tu información, mi koneko llegó agotado de sus clases y está durmiendo en este momento…
-¿Y?
-No quiero dejarlo solo. Todo este asunto se vuelve más escabroso.
-Está en tu casa, viejo. En mejor lugar no puede quedarse. Y si no mal recuerdo, nos amenazó de muerte si nos veía rondando junto a ustedes. Si no quiere saber de nuestros “planes”, entonces tú tienes que venir. Es importante, Joey, es Marik, el único que puede darnos información para ayudarte.
-Bien, no tardaré mucho. Nos vemos.
-Adiós.

El rubio volvió a la casa. Mirando hacia donde el castaño reposaba, tomó su chamarra y sus llaves. Tenía pensado quedarse al lado de Seto, aunque sabía que no despertaría sino hasta al amanecer. Aún así, no quería dejarlo solo, pero si perdía a Marik, tal vez no tuviera la oportunidad de ganarle al Faraón.

-No tardo, koneko mío.

De puntillas, salió para subir al jeep y marcharse. Si lo que el egipcio tuviera que decir no fuera lo que suponía, se llevaría de inmediato a los hermanos Kaiba fuera de Ciudad Domino directo con Angie, cuya dirección y persona desconocían todos.

&&&&&&&&&&

Mokuba masticaba con ansias sus palomitas que no dejaban de entrar a su boca, mientras veía a la pantalla. Sin Seto rondando, podía desvelarse para gozar de las películas de terror que tanto le gustaban. Cuando su mano halló vacío el tazón, dio pausa al disco y se levantó para bajar a la cocina. Su hermano no le había llamado, pero sabía que se quedaba con Joey y no había nada de que preocuparse. Literalmente, el rubio era como un perro guardián con Seto. Metiendo el paquete de palomitas al microondas, el adolescente buscó en el refrigerador otro refresco y cortó una rebanada de pastel de chocolate.

/Je, je, si Seto me viera, le daría un infarto/ pensó divertido /Pero no tiene por qué saberlo; además, de nuevo obtuve mi medalla al mérito. Merezco un premio/

Su mirada cayó en el congelador, con gula abrió la puerta para sacar un bote de helado, con éste en el brazo, se dio a la tarea de buscar una cuchara para servirse.

-¿DONDE ESTA TU HERMANO, MOKUBA? –una voz profunda y familiarmente cruel, habló a poca distancia de él, haciéndolo tirar el bote.

Mokuba se dio vuelta y unos rabiosos ojos violetas le encontraron.

-A-Atemu –musitó completamente estupefacto- ¿C-Cuando llegaste?
-Hoy. Y me encuentro con que mi esposo no está en casa –siseó el Faraón- ¿D”NDE ESTÁ?

El adolescente sentía que su corazón iba a salírsele del pecho y su cabeza estallar. De pronto la cocina era muy fría y la luz de las lámparas se hizo tenue, con un silencio mortal. Se aferró a la orilla de la barra detrás de él antes de que sintiera sus piernas temblar. La expresión de Atemu aterrorizaba al chico.

/Seto… tengo miedo…/

-Eh… pues debe estar encerrado en Kaiba Corp., ya sab…
-NO –gruñó el Faraón con un tono más agresivo- Ya pasé por ahí antes de venir a la mansión.
-Puedo llamarle--- -sugirió Mokuba tímidamente, poniendo la mesa entre ellos, al ver que el otro se movía hacia él- … si quieres…
Atemu le tendió su celular.
-Adelante, yo ya lo intenté. ¡EL NÚMERO NO EXISTE!

El pelinegro tragó saliva. Seto había destrozado su celular y comprado otro para evitar cualquier llamada del Faraón, ordenando no dar ninguna información en su oficina ni en la mansión.

-… uh… yo… ¡Voy a mi recámara! ¡Puedo enviarle un mensaje! –dijo apresuradamente, subiendo las escaleras de tres en tres- ¡Su radio debe estar funcionando!

Con una velocidad que a él mismo le impresionó, subió las escaleras entrando como un rayo a su habitación; cerrando con seguro para hacer tiempo. Buscando entre sus libros su teléfono, marcó con desesperación a su hermano.

/Por favor, contesta/

Abajo, al pie de las escaleras, Atemu sonrió malévolo, poniendo un pie en el primer escalón y comenzando a subir con calma a la habitación de Mokuba, quien tuvo que esperar varios tonos antes de que una voz adormilada le contestara.

-¿Mokuba?
-Seto, escúchame. Tienes que venir ¡YA!
-¿Qué pasa? –su hermano se oía consternado- ¿Moki?
Unos golpes sonaron en su puerta cuyo picaporte se agitaba.
-¡Mokuba! –demandó el Faraón- ¡¿Por qué cerraste?!
-¿Moki? –volvió a llamar el ojiazul.
-Atemu está aquí…

Bip, bip, bip…



Seto sintió su sangre helarse. Sus ojos se abrieron de par en par. Su corazón se embargó con fuerza de una certera emoción.

Miedo.

“Atemu está aquí…”

Levantándose de golpe, buscó a Joey con su mirada.

-¡Joey! ¡JOEY!

El silencio fue su única contestación. Un temblor recorrió su cuerpo mientras se calzaba los zapatos y se ponía su abrigo mecánicamente sin prestar atención.

/Mokuba está con Atemu/

-¡Joey! ¿Dónde estás?

Bajó corriendo las escaleras, buscando por última vez al rubio. Tomó sus cosas al tiempo que llamaba un taxi con urgencia. El frío del invierno le recibió en las afueras de la bodega.

/Mokuba…/

Atemu había vuelto de improviso, y encontró solo en la mansión a su hermano. Su pequeño hermano.

El taxi llegó minutos después y subió aprisa con un único pensamiento presente.

“Atemu está aquí…”

-¿Se encuentra bien, señor? Se ve pálido.

Mil ideas se cruzaron por su mente, mientras llegaba a su destino. Pagó sin esperar su cambio y descendió con rapidez. Tomando aire abrió la puerta.

Todo estaba en silencio, a oscuras. Tirando a un lado su mochila, se encaminó directo hacia la recámara de Mokuba.

La puerta estaba abierta y una luz se proyectaba. El castaño entró con largas zancadas. La televisión seguía encendida, con una película en pausa. En la cama se encontraba su hermano, como si se hubiera quedado dormido. Acercándose temeroso, tocó el brazo del chico, llamándolo.

-¿Moki?

Contuvo la respiración al ver que Mokuba estaba pálido, frío y con la mirada perdida. Ya lo había visto antes, cuando atraparon su alma en el Reino de las Sombras.

/ ¡No…! /

La rabia se apoderó de él. Levantándose de la cama, corrió al pasillo en busca del Faraón…

Todo estaba en silencio, a oscuras. Seto se encontró de nuevo en la entrada principal de la mansión. Parpadeó confuso. Era imposible. Tirando a un lado su mochila, se encaminó directo hacia la recámara de Mokuba.

La puerta estaba abierta y una luz se proyectaba. El castaño entró con largas zancadas. La televisión seguía encendida, con una película en pausa. En la cama se encontraba su hermano, como si se hubiera quedado dormido. Acercándose temeroso, tocó el brazo del chico, llamándolo.

-¿Moki?

El cuerpo de su hermano se desvaneció, como si fuera tragado por las sombras que los rodeaban. La rabia se apoderó de él. Levantándose de la cama, corrió al pasillo en busca del Faraón…

Todo estaba en silencio, a oscuras. La luz de las lámparas de los jardines tocaba la espalda de Seto, dibujando su sombra en la entrada. El ojiazul frunció el ceño.

/ ¡No…! /

Tirando a un lado su mochila, se encaminó directo hacia la recámara de Mokuba. La puerta estaba abierta y una luz se proyectaba. Kaiba se llevó una mano a su sien al sentir un ligero mareo con el corazón latiéndole aceleradamente. Todo se repetía. Sus ojos buscaron a su hermano, Mokuba estaba sentado en el suelo, dándole la espalda. Acercándose temeroso, tocó el brazo del chico, llamándolo.

-¿Moki?

Un grito ahogado escapó de sus labios cuando la cabeza de su hermano se desprendió de su cuerpo y rebotó en el suelo hacia las sombras. Con un nudo en la garganta, cerró sus ojos y se giró para salir, corrió al pasillo en busca del Faraón…

Todo estaba en silencio, a oscuras. En la mansión reinaba una extraña quietud. El ojiazul sollozó débilmente, apretando sus puños, parado en la entrada principal. Se estaba volviendo loco. Una y otra vez regresaba al mismo lugar sin saber si en realidad su hermano estaba bien.

La temperatura bajó repentinamente.

-Vaya, Mi Tesoro al fin decidió llegar a casa –habló con sarcasmo el Faraón- Estábamos muy preocupados por ti, cariño. ¿Dónde estabas?

Atemu estaba frente a él, a escasos metros de distancia. Seto abrió más sus ojos al ver como tenía un brazo alrededor de un francamente asustado Mokuba.

-¿Moki?

El chico lloraba en silencio, temblando de pies a cabeza; Kaiba dio unos pasos hacia ellos pero la voz del Faraón le detuvo.

-Hice una pregunta, Mi Tesoro.
-Dame a mi hermano –ordenó no muy seguro el castaño- Luego hablaré contigo.

Sin soltar a Mokuba, Atemu retrocedió hacia las sombras que parecieron animarse por sí solas, haciendo del lugar más tenebroso aún.

-Suelta a Mokuba, Atemu. Esto es entre tú y yo.
-¿De qué hablas, amor? Tu hermano está en su habitación…

La razón del ojiazul estaba agotando sus recursos. Una vez más estaba en la entrada principal, frente a Atemu. Solos. Tirando a un lado su mochila, se encaminó directo hacia la recámara de Mokuba, con paso tambaleante pero sin molestarse en mirara al Faraón.

-Te di esta oportunidad para demostrarme que podía confiar en ti –habló Atemu- pero veo que me fallaste.

Seto se detuvo a mitad de las escaleras. Se aferró al pasamano. El mareo se hizo más intenso pero menor al temor que sintió el ojiazul al escuchar las palabras de Atemu. Con vacilación, dio media vuelta para encarar al tricolor.

-Déjame en paz. Quiero que te vayas, ahora.
-¿Y dejar así a Mokuba?

La televisión seguía encendida, con una película en pausa. En la cama se encontraba su hermano. Todo su cuerpo estaba despedazado, su cabeza destrozada como si hubiera sido aplastada. La sangre escurría de entre las sábanas, manchando el piso alfombrado. El olor a vísceras y putrefacción le llegó a Kaiba que tropezó con la pared. Cerró y abrió sus ojos. Mokuba parecía dormido, sin ningún daño. Volvió a sollozar angustiado.

-Calma, Mi tesoro. No creo que por desvelarse, le ocurra algo a Mokuba –dijo a su lado Atemu, apagando el televisor y el reproductor- Shh, no hay que despertarlo. Ven, vamos a nuestra habitación.

Una mano fría y cruel sujetó la muñeca de Seto, que se dejó arrastrar hasta su recámara, mientras intentaba reacomodar sus ideas ya confundidas por los juegos mentales del Faraón. Cuando estuvieron dentro, Atemu sentó al ojiazul en la cama, sujetándole por sus brazos.

-Mi Tesoro, no sabes hacer las cosas bien sin mi guía. Estás perdido.

Kaiba, que había mantenido los ojos cerrados, los abrió mirando con furia al Faraón. Se percató de que éste lo tocaba y sacudió sus brazos, tratando de quitárselo de encima, pero Atemu lo azotó contra la cama, poniendo el peso de su cuerpo sobre él.

-No juegues conmigo. Ambos sabemos la verdad. Cometiste un error fatal pero puedo arreglarlo –dijo el tricolor antes de besarlo a la fuerza con salvajismo.

Seto gimió cuando Atemu mordió su labio sin compasión. Se revolvió con todas sus fuerzas, buscando desequilibrar al otro, que tomó sus muñecas y las enterró en el colchón, clavando sus dedos en ellas.

-Has perdido el sentido de la realidad, amor mío. Más no hay de que preocuparse. Yo te mostraré el camino de regreso…

El Ojo de Ra brilló en la frente del Faraón.

-… despierta de tu ensueño, Seth.

“… ¿Un último duelo?...”

Desesperanza.

“… ¡Eres un bastardo malcriado!...”

Rechazo.

“… ¡TE ODIO!...”

Dolor.

“… ¡No vales nada!...”

Muerte.

-¡NOOOOO! – el castaño se retorció ante la ráfaga de crueles imágenes y sentimientos que atacaron su mente y corazón- ¡BASTA! ¡BASTA!
-¿Qué quieres que detenga, Seth?
-Ya no más por favor, Mi Faraón –los vidriosos ojos azules le miraron suplicantes- Déjame morir. Déjame morir, por favor.
-Imposible. Tienes una vida al lado mío. Así lo ha dictado Ra.
-Mi Faraón, libérame, te lo suplico –pidió exhausto.
-Jamás.

El ojiazul sollozó un largo rato, sujeto por el Faraón, el cual le observaba meditativo. Al sentir que el agarre en sus muñecas se aflojaba. Seto renovó sus bríos para liberarse. Un puñetazo directo a su estómago le cortó el aire y un par de fuertes bofetadas frenaron su intención. Atemu lo giró, poniéndolo boca abajo, sosteniendo su cuello con una mano y arrancando su pantalón y bóxer con la otra. Un desesperado llanto brotó de la garganta de Seto cuando sus piernas fueron separadas por otras y una erección le rozó tentativa.

-¡NO!

La mano que atrapaba su cuello le apretó aún más hundiendo su rostro en la cama, tuvo que girarlo para poder aspirar aire.

-Has perdido tu privilegio de negociar, Mi Tesoro –le siseó el Faraón en su oído- Es hora de que recuerdes a quien le perteneces…

El castaño apretó sus párpados gritando de dolor cuando Atemu le violó sin compasión. La cama empezó a rechinar ante las brutales embestidas del tricolor, que lastimaba cada vez más el interior de Kaiba cuyo dolor aumentaba cada segundo. Los dedos furiosos del Faraón jalaron su cabello mientras sus dientes mordían su cuello, abriendo su carne. El ojiazul trató de jalarse tratando de alcanzar el borde de la cama, lo que provocó que Atemu retorciera sus brazos detrás de su espalda al tiempo que hacía más crueles sus embestidas. Lágrimas salieron a borbotones del rostro de Kaiba. El Faraón se retiró para arrojarlo al centro de la cama, tomando sus piernas sin ningún miramiento, dejando rasguños que sangraron y echándolas a sus hombros.

-NUNCA debiste hacerlo, Mi Tesoro –gruñó Atemu con una nueva penetración, que hirió por completo a Seto.

El dolor ya era inmensurable para éste, cuya mente y cuerpo quedaron a merced de la ira del Faraón. Todo se volvió difuso y dejó que las tinieblas le llevaran lejos del tormento. Lejos de todo.

La Oscuridad reinaba de nuevo en él.

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