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El Amor Después por clumsykitty

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La verdad es amor.

El amor sólo vive de la confianza.
………………… Balzac.

El tiempo es precioso,
Pero la verdad es más preciosa que el tiempo.
………………… Disraeli.

EL AMOR DESPUES.


Capítulo 27. El Día Cero.


Las compuertas crujían reclamando que no eran movidas en años. El olor a oxido se sintió levemente. Joey terminó de abrirlas, revelando una avioneta en el interior del abandonado hangar. Sacudió sus manos volviendo hacia el jeep, que estaba estacionado a un lado de a rudimentaria pista de aterrizaje, donde Mokuba y Seto le miraban un poco asombrados. Había un viento frío, la luna iluminaba todo con su luz roja, los árboles se mecían levemente y no se escuchaba ningún sonido de algún animal. Mokuba bajó con rapidez, cada vez se sentía más aliviado de no estar más con Atemu, y ver más cerca su libertad; el ojiazul, en cambio, se tomó su tiempo para bajar, apoyándose de la portezuela. Dio unos cuantos pasos y cayó de rodillas cuando un fuerte mareo se hizo presente.

-¡Koneko!

El rubio corrió a su lado, al igual que Mokuba.

-Joey, mi hermano no ha comido nada y me parece que tampoco ha dormido bien. No puede dar un paso más.
-Lo siento tanto, chibi… -Joey se arrodilló junto a Kaiba para abrazarlo despacio- Koneko, no te preocupes, voy a llevarte hasta la avioneta. Sólo cierra tus ojos.

El adolescente tomó una de las manos de su hermano mayor entre las suyas.

-Ya estás con tu cachorro, Seto.

El castaño le sonrió débilmente, recostando su cabeza contra el hombro de Joey, que besó su frente, alborotando los negros cabellos de Mokuba.

-Que escena tan tierna y conmovedora…

Con alarma, los tres se pusieron de pie al oír la voz profunda y peligrosa del Faraón. Se encontraba parado a mitad de la pista, en su frente, el Ojo de Ra brillaba amenazador y sus ojos eran completamente negros, como si sus cuencas se hubieran vaciado. Mokuba se colocó detrás de Seto, ambos estaban aterrorizados. Jamás habían visto a Atemu así, ni escuchado su voz tan malvada.

Joey se paró entre ellos y el Faraón con los puños preparados.

-Se acabó, Atemu.
-¿Se acabó? –rió sarcástico el tricolor- ¿Según quién? ¿Tú?

En un parpadeo, la mano del Faraón se clavó alrededor del cuello del rubio, levantándolo del suelo.

-Tú eres el que está acabado, Joey –siseó- Y voy a hacer lo que debí desde un principio…

Sus dedos comenzaron al estrujar la garganta de Joey, el cual pataleaba ante la inminente asfixia. Mokuba comenzó a gimotear desesperado. Seto, como en un trance, bajó su vista hacia él, notando en una de las manos que se aferraba a su traje sus tres dragones blancos. Los gritos de dolor del rubio llamaron su atención.

Atemu estaba matando a su cachorro…

Sin pensarlo, se soltó de los brazos de su hermanito y se arrojó contra el Faraón para golpearlo, haciéndolos perder el equilibrio. Joey cayó rodando y llevándose una mano a su cuello, tosiendo trabajosamente. Atemu se levantó, jalando a Kaiba con él.

-Tú quédate quieto –le amenazó antes de propinarle un fuerte revés.
-¡SETO! –el pelinegro corrió con su hermano. Seto sangraba de la nariz.

El rubio se llenó de ira al verle y se irguió completamente furioso.

-¡Atemu, me las va a pagar!

Los dos comenzaron a pelear, intercambiando puñetazos y golpes. Joey dejó que el rencor que le guardaba al Faraón por todo el daño causado a Seto le ayudara a resistir los embates salvajes de Atemu. En una oportunidad, lo tumbó al suelo y descargó toda su fuerza en sus puños hasta dejar inconsciente al tricolor.

-¡Muérete maldito engendro! ¡MUERETE! –gritaba sin dejar de golpearlo.
-¡Joey! –le llamó Mokuba- ¡Joey, detente ya!

Pero éste siguió hasta que se quedó sin aliento. Aún se puso de pie para regalarle al cuerpo del Faraón varias patadas.

-¡Joey!

Tomando aire, se volvió hacia los hermanos. Mokuba tenía sostenido al ojiazul con un brazo de éste alrededor de sus hombros. La sangre manchaba el blanco traje de Seto. Joey le ayudó al chico, dejando escapar un gemido al sentir sus costillas quejarse de la paliza que habían recibido de Atemu.

-Moki, ¿crees que puedas pilotear?
-¡¿Qué?! –el menor de los Kaiba abrió sus ojos como platos.
-Las coordenadas están programadas, no tendrán ningún problema para llegar…
-Joey… –susurró agotado el castaño.
-Tienen que irse sin mí.
-Pero…
-No puedo dejar que Atemu los siga. No se angustien, los alcanzaré.
-No… Joey…
-Shh, mi koneko. Te lo prometo, volveremos a vernos.

Sin decir más llevó a Mokuba y a Seto hasta la avioneta, ayudándolos a subir. El chico estaba asustado y no lo ocultó ante el rubio.

-No nos dejes, Joey…
-Tranquilo, chibi. Es mejor así. Asegúrate de llevar a tu hermano a un buen lugar donde lo atiendan, ¿de acuerdo? Quiero ver a mi koneko sano y salvo cuando los encuentre.
-… está bien.

Mientras el adolescente se colocaba en el asiento del piloto, Joey se inclinó sobre el ojiazul que descansaba en uno de los asientos traseros, visiblemente exhausto pero más aún triste y perturbado.

-… dime… que no vas a hacer… lo que creo… -trató de decir Seto.
-No voy a hacer lo que crees, mi koneko. Por favor, resiste. Voy a cuidarte hasta que te recuperes –le sonrió acariciando su mejilla- Todavía tenemos que casarnos ¿lo recuerdas?

Seto iba a decir algo más cuando Mokuba gritó con horror. El Faraón estaba de pie ante la avioneta. Su ropa estaba hecha jirones y manchada de sangre. Sin embargo, había cambiado. Sus ojos oscuros se habían rasgado y sus manos ostentaban largas y afiladas garras que se mecían como un depredador antes su presa.

-¡Mokuba arranca! –exclamó el rubio, brincando fuera de la avioneta para interceptar al otro.

Atemu aulló en un lenguaje extraño y la avioneta empezó a resquebrajarse. Sin tomar en cuenta su agotamiento y su terror, Kaiba jaló a su hermano menor para salir a tiempo antes de que la nave se desplomara en mil pedazos.

-¡No van a ir a ningún lado! –vociferó el tricolor caminando hacia los hermanos.

Joey se interpuso para derribarlo pero su ataque fue bloqueado, recibiendo un golpe que lo arrojó lejos contra una de las paredes del hangar. Por acto reflejo, Seto protegió con su cuerpo al pelinegro.

-Vaya, el amor por tu hermano es admirable, Mi Tesoro…
-¡Vete, aléjate de él! –gritó el chico forcejeando con su hermano para liberarse.
-Ven aquí –el tricolor lo llamó.
-¡No lo toques!
-Es una orden, Mi Tesoro –gruñó y el hangar se cimbró.

Kaiba miró al rubio que yacía lejos de ellos. Mokuba finalmente se zafó, invirtiendo los papeles. Temblaba de pies a cabeza pero todavía le quedaban las fuerzas suficientes para oponerse al Faraón.

-Insolente niño –a un gesto de la mano de Atemu, el adolescente palideció y comenzó a convulsionar.
-¡No! –Seto se inclinó ante el Faraón, sollozando- ¡No, por favor! ¡Te lo suplico!

El tricolor rió despectivo, el cuerpo de Mokuba quedó inmóvil. De un tirón, azotó al castaño contra el suelo para arrodillarse entre sus piernas.

-Yo deseaba hacer esto en Egipto para ahorrarte sufrimiento, pero veo que disfrutas del dolor. Pues bien, que así sea.

Las lágrimas bañaban el rostro del ojiazul que apenas empujaba las garras de Atemu clavadas en sus caderas. Una de esas palmas se posó sobre su vientre al tiempo que el Faraón se inclinaba sobre él, listo para comenzar la invocación.

Un disparo silbó muy cerca del oído del tricolor, atravesando la débil pared frente a él.

-NO. TE. ATREVAS.

Joey apuntó con la Beretta a la cabeza de Atemu. …ste le miró de reojo.

-Mira quien lo dice…
-Quítale tus asquerosas manos de encima.
-No estás en posición de pedir nada, Joey.
-Lo digo en serio, Atemu.
El Faraón se levantó dando media vuelta para ver al rubio de frente.
-Sé que tú no eres así, Atemu. Te conozco, eras mi amigo. Por eso te doy la oportunidad de desaparecer y no volver nunca. Voy a matarte si no lo haces.
Los ojos violetas del tricolor le miraron con enorme furia.
-Tú no eres así. Recuérdalo. Puedes volver a hacer una buena persona…
-Es una ironía escucharte hablar así.
-Vete, Atemu –el gatillo se tensó- No hagas más daño.
-¿Cómo lo hiciste con Seto?
Joey iba a replicarle pero calló al darse cuenta a qué se refería.
-¡Ah! Vaya, el dulce Joey si recuerda su pecado…

Mokuba abrió sus ojos, aturdido. Su cuerpo le dolía como si lo hubieran estrujado y su cabeza le punzaba. Se apoyó en sus palmas buscando a su hermano mayor. Seto estaba sentado tratando de controlar su llanto, producto del miedo. El adolescente se estremeció al ver que sujetaba un pedazo de vidrio entre sus manos temblorosas, con la vista fija en la espalda de Atemu frente a él. Tal vez, le tuviera absoluto y completo terror a su figura, pero al ver a Joey en peligro, no dudaría en desafiarlo.

Imágenes de los momentos juntos de su hermano y el rubio le vinieron a su mente. La felicidad era plena y ambos estaban dichosos de su relación. Sus ojos se posaron en el Faraón. Ahora tanto uno como el otro, tenía la firme intención de matar al tricolor.

/Pero si alguno de los dos lo hace, no volverán a estar juntos/

Estaban al filo del peligro. Un peligro que los separaría.

De nuevo, se volvió a su hermano. Se preparaba para levantarse y asestar la puñalada al Faraón, que sólo observaba en silencio a Joey.

/No puedo dejar que mi hermano lo haga… ya ha sufrido demasiado… merece ser feliz por una vez en su vida…mi dragón guardián… /

Atemu extendió sus brazos como rindiéndose.

-Si acaso te crees mejor que yo, adelante Joey. Mátame.
-Lo siento, Atemu.
-Yo también. Soy la Estrella de la Mañana…

Mokuba brincó sobre la espalda del tricolor serpenteando un brazo alrededor de su cuello para comenzarlo a ahorcar. Tenía la certeza que esas palabras habían traído la desgracia a sus vidas y ya no estaba dispuesto a dejar que ocurriera otra vez. Usando su otro brazo como refuerzo, apretó con todas sus fuerzas, pensando en esos momentos cuando fueron a Egipto, cuando Atemu regresó de Nueva York, cuando partieron hacia la fiesta en el Museo…

-¡MOKUBA, SUELTALO! –gritó Joey buscando separarlos.

El Faraón gritaba fuera de sí revolviéndose y rasguñando al adolescente. El rubio batallaba con él llamando al pelinegro a soltarlo. Los tres estaban peleando entre sí. Kaiba soltó el vidrio, su mano sangraba por el corte pero no la sentía, sus ojos no se apartaban de su hermanito. Tenía que salvarlo.

/Moki… no… yo prometí protegerte.../

Un disparo sonó en el hangar.

El cuerpo de Mokuba resbaló de Atemu y cayó en seco en el suelo. Un oscuro charco de sangre rodeó inmediatamente su cabeza.

-¡NOOOOOO!

A gatas, el ojiazul se acercó al adolescente. Sus sollozos se hicieron evidentes al darle vuelta y notar la sangre que emanaba de su sien. La piel de Mokuba se hizo pálida y sus ojos se quedaron quietos y nublados. Seto se estremeció.

-¡MOOOKIIIII! ¡NOOO! ¡NOOO!

Joey y Atemu miraban estáticos la escena. Kaiba se mecía junto con el cuerpo inerte de su hermano, como si con ello le devolviera la vida. El rubio bajo su vista hacia su mano que empuñaba la Beretta. Aún humeaba del recién disparo. El Faraón lo miró sonriendo triunfal, dando unos pasos hasta quedar detrás del castaño, cuyo llanto angustiante no cesaba.

-Contempla, Seth, todo el daño que Joey te ha hecho…

El anillo nupcial se despedazó. Ráfagas negras los rodearon antes de dispersarse. Joey miraba atónito al tricolor, pero notó algo importante…

Seto había dejado de llorar. Estaba callado.

El rubio volvió su vista hacia él.

Un par de ojos azules le miraban quietos.

Entonces esos ojos se abrieron aún más…



Era el Parque de Ciudad Domino.

El reloj marcaba las cinco de la tarde.

No había nadie alrededor. Todos estaban de fiesta. Era fin de cursos.

Se planchaba con las manos su gabardina y se alisaba su camiseta. Estaba nervioso. Podía enfrentarse a ambiciosos ejecutivos, a la prensa hambrienta de escándalos; podía tener un duelo de Monstruos sin sudar siquiera, pero no podía estar de pie sin temblar ante la idea de declararle su amor a Joey Wheeler…

Ese niño rubio que se comportaba como un perro, un cachorro malcriado. Al que tantas veces había desafiado para demostrarle que era mejor que él pero en verdad lo único que quería era su atención. No recordaba el momento ni la razón por la cual empezó a fijarse en su persona, pero ahora ya no podía pasar un solo día sin que soñara en como sería sentirle de cerca, sonreírle… besarle.

Tenía un gran temor de ser rechazado, pero también albergaba las esperanzas de poder conquistarlo y retenerlo a su lado. Después de todo, era Seto Kaiba.

Una figura venía a lo lejos. Su corazón comenzó a latir con fuerza al ver acercarse al rubio con su uniforme azul, chaqueta abierta y manos en los bolsillos, con esa expresión desenfadada que siempre usaba.

Joey llegó con paso firme y se plantó en silencio frente al CEO que no le quitaba la vista de encima, con una débil sonrisa como bienvenida.

Pero el rubio no le sonrió.

-Bien Kaiba ¿Qué es lo que querías decirme? ¿Un último duelo?
-No… es algo diferente… -contestó un tanto nervioso.
-Ah... adelante, ricachón.
Tomó aire y miró con determinación al rubio.
-Me gustas –confesó dejando ver un sonrojo.
-¡¿Qué?! –Joey tenía los ojos abiertos de par en par.
-Hace tiempo… bueno, llamaste mi atención, Joey… y yo… me he enamorado de ti… hablo en serio.
El otro lo miraba sin moverse. El viento mecía su cabello. Escuchó el rumor de las ramas de los árboles al mecerse y los pájaros trinaban débilmente.
-Joey… yo… te amo… y quisiera una oportunidad… para hacerte feliz…

Suspiró aliviado de haber confesado al fin sus sentimientos. No era tan malo después de todo. Se mordió un labio nervioso al ver el rostro inexpresivo del rubio. Joey seguía quieto con los brazos colgados a sus costados y sus ojos clavados en él. Una brisa los atrapó unos segundos, desapareciendo lentamente. Un ligero temblor dominó su cuerpo.

De pronto, Joey se echó a reír con fuerza hasta que las lágrimas salieron de sus ojos claros.

-¡Oh, por Dios! –exclamó asombrado- ¡Mírate Kaiba! ¡Pareces una niña tonta! ¡El gran CEO es un marica!

Le dio un mal presentimiento el tono de burla de Joey, el cual se calló al instante y su rostro cambió al enojo mientras apretaba los puños.

-¿Qué creías? ¿Qué iba a tragarme tu mentira? –siseó entre dientes con la mandíbula apretada- No voy a caer, Kaiba. Ya no. Tus humillaciones llegaron a su límite. No vas a jugar con mi corazón.
-No… yo no…
-¡Estoy harto de tus burlas, niño rico! ¡Eres un bastardo malnacido! ¡Un idiota egoísta! –le gritó a la cara, tomándolo por la solapa de su gabardina y sacudiéndolo como si fuera un muñeco.

Porque él no se movió. Algo le decía que esto estaba mal.

-Es verdad… lo siento… perdóname… pero…

Un duro puñetazo en su boca silenció cualquier alegato. Cayó de golpe y se llevó una mano a sus labios, para ver sangre. Sintió sus ojos rozarse y humedecerse.

-Joey, yo solo quería…

Una patada directa a su estómago lo calló. Joey lo tomó por los cabellos y con inusitada ira le amenazó.

-Bien, Kaiba, te voy a demostrar cuanto vale tu amor para mí…

Un cruel golpe cayó cerca de su ojo, seguido de otro en su mejilla y varias patadas en su cuerpo que se contrajo al sentir el dolor.

-… no… por favor… Joey… -llamó tratando de jalar aire.
-¡Cállate! ¡Cállate! ¡Te odio Kaiba! ¡Te odio! ¡TE ODIO!

Más golpes llovían sobre el ojiazul sin cesar y cada vez eran más dañinos. Cuando un furioso Joey se detuvo para recobrar fuerzas; aspiró aire levantando una mano hacia el rubio.

-¡Basta! ¡No me lastimes más, por favor! ¡No quise ofenderte!... Yo sólo deseaba decirte lo que siento… -suplicó llorando amargamente.

Esos ojos de tono dorado se cargaron de rabia. El sólo atinó a cerrar sus párpados cuando una nueva oleada de golpes y patadas atacaron su cuerpo maltrecho y adolorido. Sentía claramente algunas de sus costillas rotas, así como punzadas de cruel dolor en sus piernas y brazos. El sabor de la sangre llenaba su boca.

-¡No eres nada, Kaiba! ¡NADA! ¡Nadie puede sentir algo por un monstruo como tú! ¡Amarme! ¡TÚ NO SABES AMAR! ¡No vales nada! ¡No tienes corazón! ¡Eres sólo un huérfano engreído! ¡Por eso siempre estarás solo!...

Joey detuvo su ataque pero seguía gritándole palabras crueles mientras se encogía ante el dolor y el llanto.

-… ¡Eres una porquería! ¡Debería matarte! ¿Quién te extrañaría? ¡Nadie! ¡NADIE! ¿Me oyes? ¡Tú amor no merece vivir porque tú no lo vales! ¡VETE AL INFIERNO, KAIBA! ¡MU…RETE Y DEJAME EN PAZ! -gritó con todas sus fuerzas, escupiéndole a su cara para marcharse corriendo.

Apenas alcanzaba a vislumbrar entre lágrimas y sangre la figura de Joey alejarse de él sin mirar atrás.

-No me dejes… por favor… no me dejes… -musitó herido.



No era un sueño.

Era un recuerdo.

Una memoria perdida.



-Contempla, Seth, todo el daño que Joey te ha hecho…

La voz del Faraón le trajo al presente.

-Sólo te ha herido, se ha burlado de ti todo este tiempo…


Miró sus manos y su traje, estaban llenas de sangre.

Sangre de Mokuba.

Mokuba yacía muerto en sus brazos.

Gruesas lágrimas llenaron los ojos azules de Seto que se volvieron a Joey que tenía un arma en su mano.

El arma que mató a su hermano.

Su corazón latió apresuradamente. Como la nube que se desliza para dejar pasar la luz del sol, así el olvido de aquellos amargos recuerdos se descorrió en su mente y las escenas del Parque, sus intentos de suicidio, los años encerrado en la más negra pena se presentaron nuevamente ante él.

Kaiba dejó el cuerpo de su hermano y se levantó despacio sin dejar de mirar a Joey. Sus ojos mostraron una pena infinita de decepción. Más lágrimas escapaban, resbalando en sus mejillas. El rubio estaba paralizado, sin saber qué decirle.

-¿Qué hice mal? – musitó el ojiazul con voz quebrada, extendiendo sus palmas cubiertas de sangre hacia Joey- ¿Qué hice mal para que me odiaras tanto?
-Seto... –el rubio levantó una mano hacia él, haciendo retroceder al castaño.
-No…
Joey palideció al oírlo.
-Koneko, yo…
-¡No!
Seto retrocedió hasta chocar con Atemu, que pasó un brazo alrededor de su cintura.
-Joey sólo te ha hecho daño, Mi Tesoro.
-¿Por qué? –preguntó herido el ojiazul- ¿Por qué? ¿Qué fue lo que hice mal?
-No, Seto… -Joey sintió un nudo en su garganta al ver el desamor en la expresión de Kaiba- … por favor…
-¡No!

El castaño cerró sus ojos, llevándose las manos a sus sienes. Trozos de recuerdos comenzaron a invadir su mente.

“… te amo…”
“… confía en mi, koneko…”
“… ¡TE ODIO!”
“… ¿puedo hacerte el amor?...”
“… ¡MUERETE Y DEJAME EN PAZ!...”
“… te deseo, Seto…”
“… ¿Qué hice mal?...”
“… recuerda que siempre te amaré…”
“… ¡eres una porquería!…”
“… dame una oportunidad, Seto...”
“… ¿por qué?...”
“… todo lo que quiero de este mundo eres tú, koneko…”
“… ¡nadie puede sentir algo por un monstruo como tú!...”
“… cachorro tonto…”
“… ¿guau?...”
“… ¡VETE AL INFIERNO, KAIBA!...”
“… no voy a olvidarlo…ni el la muerte…”


Seto lanzó un grito adolorido y desesperado. Su cuerpo ya no resistió más y cayó en los brazos del Faraón, que le depositó con cuidado en el piso. Su expresión llena de rabia se dirigió a Joey cuyas lágrimas silenciosas cubrían su rostro. Había dejado caer el arma. Todo su cuerpo temblaba.

Ahora había matado a Seto.

Atemu lo tomó nuevamente del cuello y en vilo lo azotó con coraje contra el duro pavimento. Sin soltarlo, siguió rebotando su cabeza contra el suelo.

-¡MIRA LO QUE LE HAS HECHO, JOEY! ¡ES TU CULPA! ¡TU CULPA!

El rubio percibió su vista nublada a causa de los golpes en su cabeza. Las palabras del tricolor le sonaban huecas, y más aún con el desconsuelo llenando su corazón. Deseaba la muerte con todas sus fuerzas.

-¡OH, NO! ¡NO HABRÁ NI PARAISO NI INFIERNO PARA TU ALMA! ¡VOY A ENVIARLA AL REINO DE LAS SOMBRAS DONDE SUFRIRAS POR LA ETERNIDAD…

Sus garras se clavaron en el pecho de Joey, levantándolo un poco. El ojo en su frente volvió a resplandecer con mayor magnitud.

-Yo, la Estrella de la Mañana y de la Noche. Yo, el Faraón, invoco al Reino de las Sombras. Vengan a mí, tinieblas, yo les ofrezco esta alma para ser devorada infinitamente…

El hangar comenzó a vibrar, todo se oscureció, mientras una débil luz brotaba del cuerpo del rubio y era atrapada por las garras de Atemu.

-Te condeno a una eternidad de tortura y sufrimiento, tu pena jamás cesará y…

Un grito siguió a su invocación. Soltando al rubio, miró la punta de una daga que atravesaba su clavícula. Había sido lanzada detrás de él.

-Tienes un increíble valor, asesino y profanador de tumbas. No creí que tuvieras agallas para enfrentarme…
-No se necesitan para una piltrafa como tú –replicó Bakura entrando al hangar, preparando una segunda daga.
El Faraón se arrancó la daga, riendo con malicia.
-Pero sigues siendo el mismo idiota…
-Tal vez… -el albino desapareció y apareció frente a Atemu, clavando al instante la daga en su costado.
El otro volvió a gritar pero golpeó a Bakura, que sólo se ladeó ligeramente.
-Vas a morir, Ladrón de Tumbas…

Ambos se arrojaron uno contra el otro al mismo tiempo. Bakura propinó una serie de ataques que enviaron al Faraón al suelo. Sacó la daga de sus costillas para insertarla en uno de sus muslos. Atemu lo arañó, dejando profundas heridas en cuello y pecho. Sin perder tiempo, el albino clavó la otra daga en su antebrazo para inmovilizarlo, pero el tricolor se levantó, con un duro puñetazo al esternón de Bakura, cuyo dolor se presentó en forma de una neblina blanca frente a sus ojos al tiempo que caía de rodillas.

-Es tu fin.

El Ladrón de Tumbas comenzó a reírse con locura. Se puso de pie, arrancando la maltrecha camisa que usaba, revelando su torso completamente tatuado a base de quemaduras, como las de su rostro. Todos los signos eran invocaciones divinas, y aún más, en sus manos tenía escrito la oración de Seth.

El Faraón gruñó furioso al verle.

-Mira el cielo, Faraón. Ya no hay estrellas que brillen para ti, Nut te ha abandonado, como los demás dioses. Ra te ordena volver al Inframundo –Bakura sacó por detrás de su espalda un par más de dagas de triple hoja, con mangos inscritos- ¿Las recuerdas? Son de tu Museo, Osiris desea que las use en ti.
-Mientes…
-Ja, esperaba que hiciéramos esto de la manera difícil, Faraón. Mayor placer para mí. ¡Sejmet, dame tu gracia! –exclamó levantando una daga- ¡Neith, que tu poder me ayude a cumplir mi tarea! –continuó levantando la otra.
Atemu se desprendió de las dagas en su cuerpo.
-Soy yo quien tiene la razón y te lo voy a demostrar.
Un Ojo de Ra apareció en la frente del albino.
-Adelante.

Volvieron al combate, veloz y sangriento. Tanto el Faraón como Bakura recibían graves heridos en su cuerpo pero ninguno cedía, el intercambio de cortes tomaba mayor velocidad. Al mismo tiempo, cruzaron sus dagas que salieron volando al instante. El albino le mostró a Atemu sus propias garras que se encresparon alrededor de su cuello.

-¡DESPIERTA, FARAON! ¡TE HAS CONVERTIDO EN UN MOSTRUO!
…ste no perdió tiempo en atacar los costados del Ladrón de Tumbas.
-¡SOY YO QUIEN HA VISTO EL FUTURO!
-¡Y LO ESTAS CUMPLIENDO! ¡ADMITELO, COBARDE!
-¡NO ES ASI!
-¡SI LO ES! ¡VAS ACABAR CON TODOS POR TU IRA! –el dolor comenzó a ganar la batalla en el cuerpo del albino.
El Faraón notó esto y lo lanzó lejos. Camino hacia él y luego lo tomó por los hombros y lo sacudió violentamente.
-¡MENTIRAS! ¡YO VINE A SALVARLO!

Filosos colmillos se mostraron en su boca y los clavó en el cuello de Bakura, que abrió sus ojos ante el ataque. Pero el contacto le permitió sentir el alma del tricolor.

La visión divina tuvo sentido.
/No es ira… es miedo…/ se dio cuenta entonces de que el Faraón tenía miedo, un enorme miedo de perder a su amor.

Pero ya era demasiado tarde, su vista se oscureció mientras su cuerpo se rendía a la muerte inminente.

/Ryou…/

Atemu liberó al Ladrón de Tumbas. Se miró lleno de heridas y sangre. Sus ojos contemplaron toda la escena.

Todos estaban muertos.

Un horrible aullido se dejó escuchar. El suelo tembló, haciendo unas hendiduras de las cuales sombras con vida propia comenzaron a salir.

El Faraón comenzó a reírse.

-¡ Y A M I ¡

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