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Papel por tonny-17

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Notas del capitulo:

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Miro mi reloj. 7:20 p.m., dentro de 40 minutos más, me libero de todo esto. 40 minutos más y decir «hasta la vista imbéciles». Trabajar no es fácil, mucho menos ser mesero. Por lo que hoy, tomaré la decisión y terminar con la tortura. Lo sé, lo sé, soy una persona que toma las mejores decisiones, todos quieren ser como yo; pero bueno ¿Qué se le puede hacer? Soy único.

La paga es buena. La paga es demasiado buena en Riveiint, puesto que con los precios tan elevados que se manejan en este lugar, cualquiera querría un empleo así.

Riveiint, —ahora la presentaré para que todos quedemos totalmente asombrados— considerada la cafetería más cara de toda Corea. Gente rica y poderosa son los principales clientes aquí. Nadie se resiste a su exquisito sabor; los pasteles, panes y cafés, sobre todo, parecen hechos por los Dioses. No existe persona alguna que se pueda resistir a su increíble sabor.

Pero claro, no todo es perfecto. Debo decir que en Riveiint, cada acto que se hace es a conciencia de los consumidores. Estos que se creen superiores por pagar un café de 12'000 Wons que bien podrían comprarlo en otro lugar a 4'000 Wons; el mismo tipo de personas que compran una rebanada de pastel a un precio de 16'000 Wons que en otros lugares lo comprarían a unos simples 4'000 Wons, por el simple hecho de estar hecha casi por los dioses orientales.

Estoy harto de todo eso. De la prepotencia de los clientes ante nosotros los obreros. Por lo que hoy renunciare.

7:43 p.m.

Entra una pareja a Riveiint. Por la fachada que traen, se nota que no tienen los recursos suficientes para darse los lujos como cualquier cliente aquí, y no me refiero a que sean unos pordioseros, pero su apariencia es mucho más distinta que varios de los clientes; como por ejemplo la señora de vestido o el hombre de la mesa 2 que está teniendo una comida con accionistas —estaba escuchando el chisme cuando me acerqué, no es que yo quisiera hacerlo; todo fue involuntario, no me juzguen— quienes voltearon a ver nuestros nuevos clientes al instante. Ambos se quedan parados en el mostrador mirando el alrededor.

Entra primero la mujer, una joven de unos 26 años, delgada, viste un pantalón tipo skinny azul, su cabello negro suelto y un poco alborotado además de vestir una blusa blanca con manchas azules, todo esto combinado con unos converse negros, mi agradable cliente de la mesa cinco frunce el ceño enseguida; que cariñosas son las personas de este lugar, que bonito que me largaré de este infernal sitio.

Se queda mirando todo a su alrededor, sorprendida. Se detiene frente a una mesa y toma lugar en una de las sillas. Mira la carta, tal vez revisando los precios —no me gusta juzgar, pero yo siempre hago lo mismo, a veces, bueno casi siempre, está bien, siempre hago lo mismo cuando salgo a comer— y asiente, enseguida su pareja entra. El joven viste una camisa negra, pantalones azules un poco holgados y sus converse negros. Su cabello lo tiene atado a una liga, formando una corta cola de caballo. Un poco de bigote brotaba; mostraba unos 27-28 años —pero bueno, yo que sé, para mi todos tienen entre los 27 y 28, menos el caballero de la mesa 22, él ya está entre los 70 y la muerte—, sonríe con pena y continua su camino. Mientras avanzaba una pequeña le sigue, poniendo sus manos sobre el pantalón de él. La pequeña caminaba con la cabeza gacha provocando que todo su largo y liso cabello tape su rostro. El corto vestidito rosa que usa me hace querer soltar un chillido por lo bonita que se le ve junto a sus medias blanquitas, todo esto combinado con unos zapatitos rosas, ¡ay! Pero que lindura.

Al tomar ambos su asiento, me dispuse a pedir su orden.

 

—Buenas tardes, ¿algo que gusten pedir? —Entrego la carta, sonrió a todo momento y los pequeños (pero muy notables) murmullos se esparcen al segundo.

—Ahorita le avisamos. — ¿Hace cuánto no escucho esa humilde frase? ¡Años! Malditos clientes que tienen léxico hipócrita y decente, malditos ustedes, les hace falta esta clase de humildad, con un carajo.

—Por supuesto, si necesitan algo, no duden en pedírmelo. —Sonrió un poco más y suspiro, por esto amo mi trabajo.

 

Avanzo un poco para irme a servir a otros clientes cuando noto que una señora —demasiado arreglada para su edad y no es por ser presuntuoso, pero ese maquillaje va de más para ella— mira con disgusto y cara de asco a la pareja. Asco le debería de dar el ver su maquillaje. Ugh, hasta se me erizó la piel al solo hecho de seguir viéndola.

Unos pasos más y noto como tres señores trajeados comienzan a maldecir a la pareja, poniendo cara de asco. Algunas de las frases que escucha al pasar por aquel lugar son: "Es asqueroso comer viendo ese tipo de personas", "pensé que este lugar de clase y no un lugar donde la gentuza pudiera entrar", "que falta de respeto hacia notros, al dejar entrar ese tipo de personas", "apuesto a que comprarán un café y lo compartirán entre los tres".

Y por éste tipo de situaciones es que odio mi empleo. ¡Ya me quiero ir de aquí! ¡Ya quiero renunciar! ¡Ya quiero ser parte de esos millones de desempleados de este sádico mundo!

Pasan 3 minutos y se escucha el timbre de la mesa 18. La mesa de la pareja, voy en seguida, porque no hay nada que me pueda distraer mejor que el servir a las personas. ¿Si notamos que tan buen ser humano soy? Me voy derechito al cielo por ser tan amable.

 

— ¿Qué les gustaría ordenar? —Les pregunto, los murmullos cesan, la dama muerde sus labios con nerviosismo; noto un poco de sudor y levanto la vista para dar una que otra ojeada a mis apreciables clientes del montón.

Emm, disculpe, pero… esto, — señala un alimento que está en francés. — ¿qué es?

Éclair —Respondo con orgullo, mi francés es bien bonito. Ella abre sus labios asombrada y afirma varias veces hasta detenerse un poco avergonzada y suelta una pequeña risita. — Es un pan largo y delgada, hecho de masa choux*, se llena con una crema rica y se cubre con glaseado de chocolate. Es demasiado rico… pero si quiere probar algo aún más rico, en un menor precio y en una mayor proporción, le recomiendo este— señalo uno de los postres del final —: Es un Saint Honoré*. Su venta ha disminuido pero el sabor es el mejor de todos. Ya que es un platillo no muy buscado, las proporciones que se dan de este son mayores que la de los contrarios.

—Muy bien, nos guiaremos por su recomendación. Dos raciones de éste, por favor. —Dice la mujer.

— ¡Sí! — Exclama la pequeña.

 

Ahora que lo noto, ya sé por qué es que las personas hablaban tanto. Era por la pequeña, un parche cubre la linda piel de su rostro adornándolo con una linda figura de “Hello Kitty” en aquel rosado parche, su rostro tenía unos pequeños hoyuelos —y no me refiero a los naturales, de esos que han sido provocados, como si su piel se hubiera carcomido— por la barbilla y su labio. Su tez de piel es blanca, pero en algunas partes se le decoloraba un rosa, a simple vista parecía que le faltaban pedazos de piel.

 

— ¿Algo para beber? — pregunto evitando sentir incomoda a la pequeña, entiendo ese sentimiento y es horroroso. Yo también me siento incomodo cuando ven mis cejas, diablos, ¡mis cejas son bellas! ¡¿Qué mierda se asombran al ver que las tengo hermosamente tupidas?!

—Un frappuccino mocha y un café vienés. — Miran a la niña y después a su pareja, le pregunta ella con duda. — ¿Cariño, ¿qué es lo que puede tomar?

—Pues algo que no sea café, el médico nos dijo estrictamente que eso le puede afectar. —Finalmente la masculina voz sale liberada, hasta se me erizó la piel, si solo mi voz fuera dos tonos más gruesa; sería feliz…

— ¿Qué tipo de té tienen? —La avergonzada sonrisa sale una vez más.

—Hay una gran variedad. —Si no fuera porque tengo ética, me habría sentado y echar un poco de plática con ellos; así que solo hice un pequeño resumen de la hermosa cantidad de tés que manejamos en este precioso lugar. — Entre ellos se encuentran: el té verde, té Pu-Erh, té Oolong, té blanco, entre otros.

— ¿Cariño que quieres tomar? — le preguntan a la pequeña y giramos a verla (es que también soy medio chismoso, cosa de familia).

— ¡Frasce! ¡Como mamá!

—Pero, no puedes tomarlo.

—Quiero frasce, como mamá. — dice un poco triste pegándole al dramático adolorido.

—Amor te hará daño, mejor un té. — dice la madre, reconfortante. Ay, que lindas son las mamás; la mía ni me preguntaría, solo ordenaría y me como todo más de a huevo que a fuerzas. Tan lindas las mamás, ¿verdad?

—Perdón que interrumpa… — El trio pone su atención en mí. — Puedo preguntar, ¿qué es lo que tiene? —Aclaro mi garganta—…Para poder ayudar.

—Oh… —Y ese es el típico silencio que me hace saber que no debo preguntar cosas que no me incumben. — Hace casi dos meses, un perro pitbull la ataco, mordió su rostro y su espalda. Uno de sus ojos fue el que más sufrió, ella…ella lo perdió. —Mueve su cabeza afirmando, rasca cerca de su oreja derecha y continua—: Con un poco de su piel se le restauro su rostro. El medico la dio de alta hoy, pero nos dio una advertencia sobre lo que puede y no hacer o comer.

—Vaya, yo… lo siento si incomodé al preguntar…—ambos padres negaron, y por un segundo me relajé; este es el ambiente que me gusta recibir. Aquí sí puedo hablar sin cuidar mis palabras, ya casi somos familia, ya me contaron sus penas; es cosa de nada para que me den alojo en su bello hogar. —Pero creo que el té verde Oolong es perfecto. Sabrá muy bien con el Saint Honoré y no creo que le pueda afectar a la pequeña, ya que no es fermentado, no afecta o altera si se encuentra tomando medicamento. ¿Está bien ese?

—Por supuesto.

—Vuelvo enseguida. —Suelto, giro y me despido.

 

Entrego la orden y en seguida comienzan a servirla. Me detengo al ver a las personas presumiendo de tales cosas, a mis demás compañeros andando de un lado a otro, fingiendo alguna absurda sonrisa y maldiciendo a los clientes. Bueno. Yo haría eso. Maldecir es mi fuerte. Si me pagaran por cada maldición que he dicho, sería multimillonario.

Alguien toca mi hombro, en cuanto volteo miro al gerente, quien suspira un poco cansado. El señor Choi es un hombre adulto, que me caga hasta donde no se tiene una maldita idea. Siempre con su ropa planchadita, la línea del pantalón no se le arruga o deshace como la mía, es que siempre que plancho el pliegue —y espero dejarla como la de mi estimado— a las pocas horas todo se vuelve un desastre y en serio, como me caga su perfecto planchado.

 

—Kyungsoo, ¿Tu estas al servicio de la mesa 18? —Como odio ese lizo cuello que hace un gran contraste del perfecto pliegue de su vestimenta. Jódase señor Choi, jódase mucho.

—Sí, Señor Choi. —Intento no sonar molesto, así que sonrío una vez más. No me amarga su nefasta forma de ser, pero si su perfecto alizado.

—Diles que se vayan. — Evita mi mirada volteando a otro lado. Y he aquí la segunda razón por la cual me castra este hombre.

—Pero, ¿por qué? —Once de cada diez razones por las cuales se nos pide retirar a los consumidores de este podrido lugar, es a causa de una puta queja (no soy vulgar, es solo que odio a todos estos malditos; bueno, está bien, si soy bien grosero).

—Me han llegado unas cuantas quejas sobre ellos; —la palabra aparece, “quejas”, muéranse malditas quejas — al parecer la niña les repudia.

—Pero…son clientes.

—Clientes que solo comerán una sola vez en su vida en este lugar; mientras que los demás son clientes frecuentes. —rueda los ojos, pega una mueca y al final suspira, quizás agotado o quizás porque le estoy cuestionando de más cuando sé que mi trabajo es escuchar órdenes y listo, no estoy programado para otra absurda cosa como responder.

—No, no puedo Señor Choi, no es correcto. —Soy tan honesto y negué, a mí no me gustaría que me saquen a patada de un lugar solo por ser un obrero más del sistema; si se ponen a sacar a todos cada que se les da la gana, ¿Por qué no hicieron un restaurant solo para socios, eh? Eso ayuda mucho, y se dejaría en claro quienes si tienen permitido y a quienes no. Pero bueno, gánale al dinero.

—Que importa si es correcto o no. —Suspira— Simplemente córrelos. Dales la comida, da lo mismo que no la paguen, pero… que se vayan.

—Señor Choi. —Clamo por una esperanza de humanidad y nada.

—Haz lo que digo Kyungsoo. Es una orden. —Se aleja sin siquiera doblegarse ante el absurdo mandato.

 

Doy un largo suspiro. Esto no será nada fácil. Mis piernas se mueven de forma involuntaria, agh, odio este sentimiento. Si yo fuera rico, pudiente y todo ese show, no haría algo así. Yo si soy bien buena gente, ¿en que fui a caer para que me echen a perder de este modo?

Camino hacia la pequeña familia de la mesa 18, la alegría de sus rostros que ignoran las miradas de los otros clientes es lo que me provocan unos horribles dolores en mi pecho al saber que estoy haciendo algo tan podridamente mal, finalmente me detengo frente a ellos. Los tres prestan su atención hacia mí. Con la cabeza gacha, hablo. Es que, no me queda de otra…

—Perdón, pero…pero. —Suspiro— Ustedes podrían…—Escucho una pequeña risa que provenía de uno de los hombres trajeados, uno que posiblemente puso la queja. Aquel que se encuentra detrás de mí— No lo haré. — Lo digo para mí. — Lamento interrumpir.

 

Regreso por el pedido, después me vuelvo hacia la mesa 18. Sonrió ladino y les muestro aquellos apetitosos bocados. Me quedo incluso un par de minutos más para no llegar a mi lugar asignado, cuando sirvo lo hago de forma lenta y apaciguada, me tomo mi tiempo, sonrío a los otros clientes y si no fuera porque tengo principios les mostraría la lengua para que vean que ellos no se han salido con la suya.

 

—Aquí está su orden, espero y les guste. —Un guiño final, y a saltitos ando por todo el pasillo. Hacer las cosas bien siempre me hacen feliz.

 

Cuando regreso a mi puesto, y veo como la pequeña familia se deleita con los alimentos, la pequeña se muestra feliz, y eso me hace feliz. Al poco tiempo siento otra mano tocar mi espalda pidiendo mi atención. Volteo y miro de nueva cuenta a un no muy alegre Señor Choi, con el ceño fruncido y una mirada que a cualquier otro, le daría miedo.

Pero recordemos que yo lo odio, o bueno, odio su perfecto planchado…y está bien, también lo odio a él. Así que no me importan sus miradas, que se joda junto a todos los de este lugar —menos la familia de la mesa 18—.

 

—Creí decirte muy claro que los corrieras. —Con mirada confrontante, ceño aun fruncido y el leve gruñido en sus palabras, me intimida.

—Creí dejarle muy claro que no lo haría. —Si pudiera mirar mis uñas lo haría, pero como que no es el momento de hacerlo. Se supone que debo mantener un poco de respeto.

—Lo lamento Kyungsoo, estas despedido. —Suelta y mi corazón sufre.

 

¡Já! No, no es cierto. Nunca se vio la felicidad y emoción que estoy sintiendo ahora mismo desde que los esclavos romanos fueron liberados por sus amos. Nunca antes mi mundo había sido tan bello.

 

—Gracias. —Miro el reloj y ese número de 8:06 anunciando la tarde me avergüenza. —Hoy iba a presentar mi renuncia, ¿sabe? — sonrió de lado, su cara se deforma. — Será mayor la paga final que me den, gracias, Señor Choi. —Le doy un abrazo y si no fuera porque el tiempo corre, le hubiera besado ambas mejillas. — Me largo de aquí.

 

Voy al vestidor y cambio mi ropa. Paso a pasito me desnudo de a poquito, moviendo y meneando, cantando y… ¿qué rima con cantando? ¿cagando? No, eso no. Si esto no es suerte, que alguien me diga lo contrario, porque, yo no sé cómo se le pueda llamar.

Al salir de los vestidores, me encuentro con un gran disturbio en la entrada principal. Yo como empleado tendría que salir por la puerta trasera. Pero como ya no trabajo aquí, me acomodo para ver qué sucede.

El chisme es lo primero. Eso todos lo sabemos.

 

— ¡LE ESTAMOS PIDIENDO DE FAVOR QUE SE VAYAN! — Un muy enojado Señor Choi es quien habla.

— ¡Y NOSOTROS NO NOS IREMOS! —Responde el padre de la mesa 18. — Le pagaremos lo que consumamos. —Secunda ahora un poco más relajado. — Así que por favor. déjenos en paz.

—Mis clientes se están quejando de ustedes. — le responde tajante, uy, esto ya se está poniendo más interesante que de costumbre, usualmente la gente suele irse a la primera a punto de soltar el llanto, éstos están dando más batalla. Eso me gusta.

— ¿Pero, que hemos hecho? —Pregunta el padre.

—…—Y ahora, el Señor Choi suspira quedándose sin palabras. — Simplemente váyanse. —Pide.

 

Miro mi piel, esto es como de telenovela. Esto es tan emocionante, que, si no fuera porque no tengo dinero, encargaría un poco de botana —palomitas, refresco y toda la cosa— para poder disfrutar un poco más del show que nos están presentando hoy, en mi despido injustificado.

 

— ¿Por qué? Denos una razón y nos iremos. —Lentamente me acerco a una mesa y les robo la botella de champagne (es que ellos ya se estaban retirando y aun había un poco de líquido, no podemos desperdiciar la comida o Diosito nos castiga).

— ¡Ese monstruo! ¡Eso que dice ser una niña! ¡¿No lo ven?! ¡Es asqueroso! — se mete en la pelea uno de los hombres trajeados apuntando a la pequeña y gritando cuanta mierda salga de su boca.

 

No paso mucho, después de eso, la niña comienza a sollozar, pequeñas lagrimas salen de sus ojos. Su madre por otra parte, la abraza, se le logran salir algunas lágrimas traicioneras a ella también. Su padre se queda inmóvil. Con una mirada de odio, empuña su mano, estaba más que listo para golpear a aquel que insulto a su hija. Su pareja, por otro lado, lo detiene mientras niega con la cabeza y en un susurro, le dice que era mejor irse.

 

—Esto…—Señalo un poco de pastel. —Es…— Le digo a la pequeña, la cual cubría su cara con su brazo— es la cosa más mágica que puede haber. — La pequeña me mira. — ¿Sabes por qué?

—No. —Hipea, niega con su pequeña cabecita y se limpia sus lágrimas. — ¿Por…porque?

—Por qué puede hacer reír a las personas, mientras castiga a las personas malas. — Le sonrió mientras tomo el pedazo de pastel en mis manos.

— ¿Cómo?

—Así. —Tomo el plato con una gran cantidad de pastel y de un momento a otro, se lo embarro al hombre trajeado que insulto a la pequeña.

 

La cara aplanada entre betún, no aparto la mano en ningún instante y hasta que aquel imbécil voltea su rostro es cuando alejo el plato de cerámica. Ahora que lo pienso, eso debió doler, su rostro cayó —porque cayó él solito, yo no lo provoqué— contra el pedazo de pastel e impactarse contra la dura materia quizás y hasta obtuvo alguna fractura en su nariz o las neuronas de leche se le cayeron para darle paso a las de verdad y no ser tan jodidamente imbécil.

 

— ¡Oh! Ja, ja, ja, ja —La pequeña comienza a reír de forma juguetona— ¡Parece un payaso! Ja, ja, ja, ja.

—Y lo es… pero falta aún. —Tomo otro pedazo de pastel y se lo embarro en el traje del Señor Choi. —Por hijo de puta.

 

La pareja se quedó asombrada por lo que hice, el asalariado hombre de traje se quedó inmóvil, o bueno, creo que esta con una contusión y por ello sus movimientos se ha vuelto más lentos o hasta nulos. Sacudo mis manos y sonrió ladino.

 

Kyung- —El señor Choi estaba a punto de reprimirme, pero lo interrumpí de forma rápida para que no me avergüence su regaño.

—Señoras y señores. — Subo a una de las mesas y en ese momento todos los presentes me dan su completa atención, muchos de ellos; la mayoría, mejor dicho, me daban miradas reprobatorias a mis acciones. ¿Pero saben qué? Me vale un cacahuate lo que digan de mí. — Son unas mierdas.

 

Saliendo de Riveiint junto con la pequeña y sus padres, me sentí libre después de 7 meses. 7 miserables meses tratando con gente arrogante e hipócrita. La pareja me agradeció y Neun —la pequeña— me hizo prometerle que la seguiría viendo y lo haré, hasta intercambiamos direcciones con sus padres y toda la cosa.

Al regresar a mi departamento lo primero que hice fue quitar mis ropas y dormir. Estaba tan cansado por el día tan emocionante que tuve. Aun no estaba consiente de mis acciones, todo fue tan rápido. Que simplemente no lo controle. Y eso me traería problemas.

Grandes problemas.

Mi padre me hará darme cuenta de eso.

Y mierda, regresaré al lugar que más odio.

La escuela.

 

Notas finales:

Espero y les haya gustado.

ë.ë

 

*Besos*


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