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Mañana puede ser tarde por Aomame

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Notas del capitulo:

Zero's mum POV

 Mañana puede ser tarde.


Fotografía.

Han pasado cinco años desde la muerte de mi hijo. Desde entonces, no he podido siquiera mover una sola cosa de lo que fue su habitación por muchos años, desde niño y hasta antes de que se mudara con su pareja. Aunque la aseo continuamente, en esencia  está igual.

Hoy, por fin, me decidí a ordenar sus cosas, a limpiar su habitación, a dejarlo ir por fin. Pero no iba a hacerlo sola. Así que llamé a su pareja, la última persona que él amó.

Kaname kun llegó esa tarde cabizbajo. Ha sido así desde que mi hijo tuvo ese accidente.  Es como sí no pudiera levantar el rostro y mirar hacía enfrente nunca más. Me da un poco de pena. Pero no hay mucho que pueda hacer por él.

—Por aquí, Kaname kun,  ¿el viaje estuvo bien?

—Sí.

Meses después de la muerte de mi hijo, Kaname kun decidió mudarse. Eligió  Osaka como su nueva ciudad y se estableció ahí. Creo que hizo una buena elección. Si yo pudiera escapar, también lo haría. Porque en esta casa, en cada rincón de la calle y de la ciudad, hay retazos  de la vida de mi hijo pintados, incluso, en el cielo. Si pudiera escapar lo haría. Pero no puedo hacerlo. No, porque esos retazos, cada día más  lejanos, me mantienen viva.

—¿Cómo están los trenes?

—Puntuales como siempre, Kiryuu san. Atestados, también.

Le sonreí por encima de mi hombro. Por alguna razón, el pasillo que llevaba a la habitación de Zero era más largo que de costumbre. Kaname kun se volvió muy callado. Antes solía hablar más conmigo, antes bromeaba y me seguía hasta la cocina para que le diera de comer algo. Antes, era un hijo más para mí… antes.

Acaricié la puerta de madera, la puerta que me introducía al mundo de Zero, mi primer hijo. La acaricie pidiendo su permiso, desde donde quiera que estuviera, y la abrí. Olía a Sol. Las cortinas estaba abiertas y la luz penetraba por la ventana sin restricción alguna. Mi hijo solía sentarse en el quicio de esa ventana y ver hacía la calle. Le gustaba dibujar lo que veía. Desde que era un niño le gustaba recoger historias.

—Pasa, Kaname kun. Esta semana no he limpiado así que quizás…

Me callé, porque al voltear vi los ojos más tristes que jamás vi. Creo que al igual que yo, Kaname kun se llenó de recuerdos en un solo segundo. Con tan sólo abrir la puerta y ver el interior intacto, su mente regresó años atrás.

Sus ojos tristes panearon la habitación, lenta y con enorme emoción contenida. Paró cuando tropezó conmigo.

—Ah… lo siento, Kiryuu san, ¿qué me decía?

Sonreí indulgente y negué con la cabeza —Nada importante, Kaname kun. Lamento haberte pedido que vinieras, debe ser duro para ti.

—No, está bien. Me siento honrado de que usted me considere digno de venir. Yo… —bajó la vista hacía sus pies y sólo murmuró —: Gracias.

—Entiendo—murmuré y lancé un suspiró—. Bien, empecemos ¿sí?

—Sí.

Compré cajas para meter ahí las cosas que debían tirarse, y también, las que no. Cajas que serían para mí, para mis recuerdos. Y también, para él. No lo dejaría sin nada, no puedo hacer eso. No a la persona que más amó a mi hijo, después de mí, claro está.

Empezamos con los objetos, on las figuras de acción y con los recuerdos de viajes. Seguimos con la ropa. Y fue aquí, que ambos comenzamos a flaquear. Vi sus manos temblar cuando reconocía alguna prenda, vi mis propios dedos titubear cuando me aferraba a la tela. Quizás era mi imaginación pero aún me parecía percibir el aroma de su colonia.

—Huele a él —dijo Kaname kun. Al parecer él también lo sentía. Lo miré y le sonreí una vez más —. Está playera le gustaba mucho. La usaba durante el verano.

—En verano acababa siempre empapado en sudor —dije —. Tenía que lavarle esa playera a diario. Es curioso que nunca se rompió, y que tan sólo esté descolorida.

—Es cierto. No entiendo porque le gustaba tanto. 

—Yo tampoco, pero así era Zero. Lo que le  gustaba, le gustaba.

—Como el chocolate.

—Sí, la única cosa dulce que podía comer sin parar.

Kaname kun rió por primera vez, tal vez, en mucho tiempo. Y eso sirvió para romper el hielo. Es curioso, pero la conversación resultó ser más alegre de lo que esperaba.  Recordar es vivir, dicen. Recordar a mi hijo, lo trajo de vuelta a la vida. Aunque fuera por unos instantes.

Cuando terminamos con la ropa. Decidimos que podíamos continuar con los libros. A Zero le gustaba leer, así que, libros, era lo que más tenía en su habitación. Mi hijo era escritor. Uno muy bueno, no es que yo sea su madre, pero de verdad eran bueno.

Antes solía leer sus novelas todos los días. Me gustaba sentirme orgullosa de él en cada línea. Después de su muerte, cada línea era como una puñalada en mi pecho. No he leído sus escritos desde entonces. Pero algún día lo haré. Y podré sentirme feliz de saber que mi hijo es inmortal dentro de esas páginas.

Kaname kun se subió a un banco y comenzó a bajar todos los libros de la parte más alta del librero. Cada libro me era pasado y yo lo acomodaba adecuadamente en una caja. Y entonces, en uno de esos movimientos que se estaban volviendo mecánicos, un libro se cayó antes de llegar a mis manos.

—Lo siento —Kaname kun volteó a ver el libro en el suelo, y se dio cuenta de lo mismo que yo.

Dentro de esas páginas había varias fotografías, que al caer el libro, se desperdigaron en el piso. Kaname kun, bajó del banco y al igual que yo se acuclillo para levantarlas.

Eran muchas fotografías. Era como si Zero no hubiera tenido tiempo para acomodarlas en un álbum. Todas ellas eran resplandecientes, y de diferentes momentos de su vida. Entonces, su novio y yo nos sentamos en el suelo; y nos pasamos una a una las fotografías.

Zero cuando era un bebé; Zero con su primera papilla en la cara; Zero con sus juguetes; Zero abrazando a su hermano; Zero con su uniforme del jardín de niños; Zero lleno de tierra; Zero corriendo; Zero graduado de la primaria; Zero recibiendo el premio a mejor cuento juvenil; Zero en el karaoke; Zero con su amigo Takamiya; Zero con más amigos; Zero jugando futbol; Zero en la playa; Zero rojo por el sol; Zero con el pelo largo o con el pelo muy corto; Zero aprendiendo a tocar la guitarra; Zero en algún cumpleaños, soplando las velas de su pastel; Zero en su primer día de universidad; Zero ganando el premio a mejor escritor novel; Zero en su primer viaje al extranjero; Zero en un concierto de rock; Zero brindando en algún bar. Y entonces como una luz extra: Zero con Kaname; Zero y Kaname en la sala de la casa; Zero y Kaname de viaje; ambos jugando en la arena; ambos en el karaoke; Zero y Kaname abrazados; Zero y Kaname celebrando algún aniversario; Zero y Kaname sonriendo, riendo, hablando, besándose, abrazándose. Zero y Kaname  siendo felices.

Kaname kun sostuvo la última foto, una dónde él y Zero sonreían a la cámara abrazados. Suspiró y yo supe que cualquier fuerza que tuviera hasta entonces, estaba a punto de quebrarse.

—Este día —dijo sin apartar la mirada del papel fotográfico—. Fue del día que nos mudamos a vivir juntos.  Recuerdo que nos despedimos de ustedes en el umbral de la puerta. Zero tenía más cajas de libros que de ropa y zapatos, recuerdo que le dije que no cabríamos en el departamento con todo eso. Pero él tan sólo sonrió y me dijo “entonces dormirás en el pasillo, baKaname”.

Rió y yo esboce una sonrisa también.

—Pero a él no le gustaba dormir solo. Se molestaba mucho cuando tenía que viajar por negocios. Era… tan… lindo —su voz, por fin se rompió— Se enojaba con facilidad, pero al mismo tiempo era tan amable… yo…yo…—sus lágrimas cayeron sobre la fotografía y mi corazón se encogió—Yo lo amaba tanto.

Y ya no hubo nada que pudiera hacer para contenerlo. Kaname kun lloró desesperadamente. No lo había visto así desde que desconectamos el respirador artificial. Ese día, lo recuerdo, estaba tan dolido, tan lleno de miedo y tristeza. Me señaló con el dedo, me dijo “Usted lo está matando” y después, cuando la seguridad llegó y la enfermera entró con un sedante, gritó suplicante “¡No me lo quiten!” “¡No lo hagan!” “¡No me lo quiten!” Su dolor era tan grande que yo no pude más que llorar también. Llorar hasta quedarme seca, hasta que nada quedará dentro de mí. Morí un poco ese día, y sé que él también. Somos muertos condenados a vivir.

—Kaname kun…

—Fue mi culpa —dijo entre hipos y lágrimas —¡Yo lo maté!

—No, Kaname…

—¡Sí! Yo lo traicioné, yo… fue por mi culpa que salió descuidadamente, fue por mí que no se dio cuenta, que no vio…por mi culpa lo arrollaron. ¡Yo lo maté! —gritó lo último con tanta fuerza que pensé que se había hecho daño en la garganta, golpeó con sus puños el suelo y se quedó ahí convulsionando en llanto.

Yo estaba helada. No sabía qué hacer ni que decir. Ese pobre chico…

—Kaname kun, escúchame— lo cierto era que yo tampoco sabía que decir—. No te culpes, no lo hagas—tome su rostro con mis manos e intenté limpiar sus lágrimas que seguían cayendo como ríos interminables—. El amor duele, Kaname kun, sana y alivia. Zero fue herido y sanado por ti. Él te amo como a nadie. No sé qué pasó ese día. ¿Y sabes? No quiero saberlo. No voy a enojarme contigo porque mira— tomé las fotografías que había a mi alrededor—. Estás páginas son hermosas, ¿no lo ves? Él sigue aquí, junto a mí, junto a ti. Tú lo amaste, si te equivocaste o no, el hecho es que lo amabas, y lo sigues haciendo.

—Yo lo maté —repitió entre sollozos—. Si tan sólo, si tan sólo pudiera regresar en el tiempo, si yo… —no pudo continuar, me abrazó y siguió llorando.

Pensé que no había llorado en mucho tiempo, que había hecho un esfuerzo sobrehumano para seguir su camino sin Zero. Pero todo eso era falso. Porque él seguía amando a mi hijo como el primer día, y lo haría hasta el último. Lo abrace con fuerza y no dije nada más. No tenía nada que decir. Entiendo su culpa, porque yo también me siento culpable, incluso su hermano se siente culpable. Mi pobre Ichiru…

Hay cosas que no se pueden enmendar. Hay cosas que dolerán por siempre, que nunca sanaran. Mi herida está abierta, y la de Kaname kun también. Quizás nunca cierren. Quizás sangren por siempre, unos días más que otros, pero sin faltar ninguno.

Cuando su llanto se calmó un poco, lo solté y me dirigí a mi habitación. Tomé un collar que tenía de hace mucho tiempo y unas tijeras. Luego, de vuelta en la habitación de mi hijo, le quite la fotografía que aferraba con una mano. Él me miró desconcertado con sus ojos enrojecidos.

—Mira esto —le dije. Corté la fotografía de manera que él y mi hijo quedaran enmarcados. Luego, coloqué ese pedazo de fotografía en el interior del collar y sin decirle nada más, lo colgué en su cuello —. Llévalo contigo, justo dónde tu corazón late. Ese es su lugar. 

Kaname kun abrió el collar, lo miró y a mí, alternativamente; abrió la boca pero no pronunció ninguna palabra, pero sus nuevas lágrimas lo dijeron todo.

—Este es también el castigo que te doy —le dije —te condeno a llevarlo siempre contigo, Kaname kun.

Él asintió y apretó el collar en su mano.

—Él espera por ti —miré hacia la ventana y vi como el cielo estaba oscuro. Lo entendí entonces, Zero había hecho caer ese libro, él me unió un poco más al hombre que amaba, y éste recibió su recado: lo había perdonado—. Te espera. Espera que llegues a casa.

Creo que Kaname kun también lo entendió, porque, aunque seguía llorando desesperadamente,  esbozó una bella sonrisa. 

Notas finales:

Wola! Espero que els haya gustado. 

Se me ocurrió esto mientras escuchaba Photograph de Ed Sheeran. Una canción más linda que esté escrito. T.T

Caray, si esto lo hubiera escrito con pluma, el papel estaría lleno de tinta corrida.

Me despido.

 


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