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Inframundo por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

Avisos: Esta historia contiene Slash, yaoi, m/m, está basada en El Lienzo Perdido y en el inframundo de Saint Seiya Saga de Hades. Contiene las parejas Minos/Albafica, Thanatos/Manigoldo, Manigoldo/Albafica. Tendrá escenas de violación, sadomasoquismo y relaciones entre dos hombres.

Resumen: Hades se ha llevado la victoria y es el momento de recompensar a sus leales espectros. Minos y Thanatos desean al guerrero que los humillo como su esclavo y de ahora en adelante, Manigoldo y Albafica atravesaran un calvario que no parece tener fin. Minos/Albafica Thanatos/Manigoldo Manigoldo/Albafica

Inframundo.

Capitulo 11

Verdad…

— ¿Tal vez debería demostrártelo, dejarte ver con tus propios ojos la suerte que has tenido?

Manigoldo seguía en el agua, abrazando sus rodillas en una postura que usaba mucho en su niñez, cuando creía que ya no tenía esperanza, que no era nada más que basura insignificante, seguro de que su destino no lo llamaría suerte de ninguna manera.

— ¿Tratas de convencerme?

Thanatos escucho aquella pregunta con tranquilidad, mordiendo una pera jugosa, una de las frutas que sus ninfas habían traído para ellos, ignorando la duda de su amante por el momento.

— No necesito convencerte de tu lugar a mi lado, ese ya lo aceptaste tú por tu propia voluntad Manigoldo, te recuerdo que podías negarte a mí, no como tu amado veneno.

Al escuchar el nombre de su amigo, se levanto de golpe, acercándose a él con lentitud, como si creyera que solo se estaba burlando de él, sin molestarle su desnudes ni como las gotitas de agua caían lentamente, recorriendo cada uno de sus músculos, una imagen que Thanatos disfruto por el momento.

— ¿Puedes enseñármelo? ¿Puedo ver a Albafica?

Thanatos sintió celos al ver como su amante seguía pensando en ese veneno aunque hubieran compartido su cuerpo hacia pocos instantes, eso tenía que cambiar si quería ganarse a su fuego fatuo, debía borrar a ese guerrero de su mente.

— ¿Puedes lograrlo?

Al principio sintió que su sangre hervía a causa del enojo, un rencor no contra su amante sino contra esa despreciable criatura, pero después, suponiendo que Manigoldo comprendería su buena suerte, que tal vez hasta estaría agradecido con su destino asintió, acariciando su mejilla con delicadeza.

— Te advierto que no te gustara lo que verás.

Eso no le importaba a Manigoldo quien por un momento olvido su lugar y su propio cruel destino, tenía que ver a Albafica, asegurarse de su destino aunque sea desde lejos, sin importar que Thanatos fuera quien se lo mostrara, o que aquello fuera una trampa, sólo una ilusión que le convenciera de su supuesta suerte, de su lugar entre sus brazos.

— ¡Pensé que eras un dios! ¡Que ellos pueden hacer lo que sea!

Thanatos asintió colocando una mano en su frente en donde se marco otra estrella de cinco picos y como si se tratase de su propio don, sintió que su espíritu se separaba de su cuerpo, flotando en la oscuridad de aquel templo, cubierto por las alas del dios de la muerte, quien lo llevo a donde deseaba estar para poder darle una lección.

Rodeando su cintura con sus brazos, apretándolo contra su cuerpo, sin dejarlo un solo instante, mostrándole una parte de su cosmos, lo diferente que habían sido y ahora, como parecían estar formados del mismo elemento maligno, muerto y oscuro.

— Espero que esto te muestre quien es tu dios.

Manigoldo piso el suelo notando que había un cambio en su apariencia, tal vez solo se trataba de una ilusión pero ya no estaba desnudo sino que portaba su armadura, la que ya no era dorada, sino negra, del mismo material del que estaban hechas las armaduras de los otros espectros.

— Esa será tu nueva armadura y una vez que me convenzas de tu lealtad serás uno de los nuestros, un guerrero libre en el inframundo, un soldado de la muerte, mi propio emisario.

Thanatos sonrió al verle, acariciando su mejilla con delicadeza, explicándole que era aquello que portaba, la única forma en la cual podría atravesar el inframundo a su lado, aunque estuviera protegido por sus alas, mostrándole que no sería un esclavo, sino un guerrero si aceptaba su dominio.

— Disfrútala, aunque debo advertirte, ninguno de ellos sabe que estas aquí, ninguno de ellos te ve y no puedes interferir, sólo eres una sombra de un espectro, sin mí no eres nada.

Finalizo el dios, desapareciendo en uno de los portales que podía crear a su antojo, estaba seguro que Manigoldo cuando ya no pudiera más, le utilizaría para regresar a él como lo hizo en su pelea, otra pequeña derrota de la que no podría recuperarse nunca.

— Te estaré esperando…

Manigoldo se detuvo a observar su armadura, era idéntica a la que le permitieron portar por poco tiempo, la que se había ganado con su esfuerzo, esta versión negra era una copia falsa, algo que solamente le recordaba su posición en el inframundo.

El santo de cáncer ingreso en la habitación con lentitud, temiendo que Thanatos hubiera mentido, que pudieran verlo y lo que vería, el tormento en el cual su amado socio, el santo de piscis, sufría por mantener su orgullo intacto.

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Le odiaba, como nunca antes había odiado a nadie, mucho más por lo que le hacía sentir, como manejaba su cuerpo con esos hilos, aun en contra de su voluntad lograba darle placer, uno que nunca había sentido, que ni siquiera había imaginado era posible.

Minos de grifo era un titiritero que comprendía su don, que tenía la experiencia necesaria para mover su cuerpo como si realmente estuviera participando de su violación, esta vez quería que pareciera consensual por alguna razón que no comprendía.

Albafica trataba de moverse, usar los hilos aun en contra de su integridad física, pero en esta ocasión el control era total, demasiado preciso, obligándole a moverse contra su cuerpo, pegarse a él con un paso cadencioso.

Y eso era aun peor que si fuera violento, de alguna forma lo hacía sentir mucho más sucio, Minos recorría su pecho con delicadeza, besando sus pezones al mismo tiempo que sus propias manos recorrían su espalda con delicadeza, encajando las uñas en su piel, dejando pequeñas marcas rojas.

Albafica arqueo el cuello cuando Minos beso su piel, deteniéndose en su yugular, aspirando su fragancia llevando su mano izquierda a su hombría, tocándolo con delicadeza, subiendo y bajando.

Lamiendo su oreja, mordisqueándola como si esperara escuchar un jadeo delicado, el cual se escapo de sus labios al mismo tiempo que todo su cuerpo comenzaba a ponerse rojo, demasiado caliente, casi incomodo, pero al mismo tiempo su cuerpo se retorcía cautivo de las caricias del juez al que odiaba.

Minos se alejo un poco, sintiendo una presencia en esa habitación, suponía que ya era hora y sin más, beso los labios de Albafica con pasión, acallando cualquier clase de queja que pudiera pronunciar.

Llevando su mano al interior de sus piernas, ingresando dos dedos en su entrada caliente, escuchando un nuevo gemido, una dulce recompensa a su paciencia, tratando de prepararlo para poder poseerlo.

Albafica logro soltarse de algunos hilos, llevando su mano a su cabello, tratando de apartarlo pero dando la apariencia que ese no era más que una muestra de pasión, cuando un cuarto dedo ingreso con sus hermanos, abriendo las piernas de su amante solo un poco más.

Quien cerró los ojos, sin darse cuenta que algo tiraba una de las copas de las mesas, Minos se relamió los labios, llevando su boca a la hombría de su rosa con lacerantes espinas, besándolo y succionándolo con delicadeza, dejando pocas marcas en su piel lechosa, tan suave como los pétalos de sus hermanas.

Albafica sostuvo su cabeza, arqueando la espalda, enredando sus dedos en su cabellera blanca, jadeando con delicadeza, apenas unos cuantos suspiros que plagaban aquella habitación en una deliciosa sinfonía de placer y deseo.

Al menos para la percepción de Minos de Grifo, al mismo tiempo que Albafica sentía que su cuerpo ya no le pertenecía, que había dejado de hacerlo y que no podría seguir con ese ritmo, que mil veces prefería la violencia del juez a su cortesía.

No estaba preparado para ella, Minos se alejo un poco de su amante, sentándose en la cama, cargándolo de la cintura, acomodándolo con lentitud, con demasiada delicadeza sobre sus piernas, sintiendo como los hilos llevaban sus brazos a su cuello, como si quisiera tener mucho más apoyo para poder recibirlo en su cuerpo.

— Mi belleza… mi hermosa rosa con espinas… mi marioneta…

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— Mi belleza… mi hermosa rosa con espinas… mi marioneta…

Susurro ese odioso juez colocando a su amigo en sus piernas, quien para su profundo dolor rodeo su cuello con sus brazos, besando su boca, esa debía ser una alucinación, una horrenda pesadilla.

Había algo que no concordaba pero Manigoldo no estaba seguro de que era eso, sin embargo, después de tratar por todos los medios de liberar a su amigo, se dio cuenta que no podía tocarlos, era una entidad etérea, transparente e inútil, solo un mirón desesperándose por algo que seguramente no estaba en control de Albafica, pero que de todas formas le dolía demasiado.

De pronto se dio cuenta que ya no podía más, respiraba hondo, sin querer mirarlos retrocedió algunos pasos, escuchando los gemidos de placer de Albafica acompañados de los jadeos de Minos.

Tenía que marcharse, salir de allí, seguro que aquella imagen se grabaría en su memoria por siempre y que no tenía ningún derecho a observarlos, que Albafica nunca lo perdonaría por haber presenciado su humillación, aunque no estaba del todo seguro, sabía que esa expresión no era una de placer, más bien le recordaba una de dolor pero no podía estar seguro del todo, una como la que vio en su propio rostro, en ese templo, y sí no estaba seguro de que debía sentir cuando yacía con ese dios, si acaso era placer o dolor, tampoco podía estar seguro con su amigo que nunca dejaba que él lo tocara.

Sólo existía una salida, esta era de regreso a los brazos de Thanatos, aun así ya no soportaba más esos sonidos ni aquella visión, ni la desesperante angustia de no poder hacer nada por Albafica, era un inútil, sólo se trataba de basura.

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Albafica sintió de pronto el cosmos de su amigo y abrió los ojos con sorpresa esperando verlo, pero no lo hizo, solo se perdió en la mirada de Minos, quien de momento se veía demasiado pacifico, con una expresión completamente diferente a la que mostro hasta ese momento y en su enfrentamiento.

El juez comenzaba a cansarse de pelear con su marioneta cada ocasión, cada instante en su compañía, su rechazo no era un premio sino un castigo, haciendo que se preguntara que estaba haciendo mal, porque no había logrado inculcarle temor, sino por el contrario, darle mayor fuerza a su rechazo.

Minos había tratado de apoderarse de otros guerreros y humanos, pero en cada ocasión su belleza era sinónimo de corrupción, de una pasmosa vanidad que él repudiaba, algo desconcertante en Albafica, el más hermoso de todos pero al mismo tiempo, era él quien veía su belleza como una maldición, un insulto.

Creía que su rosa no caería bajo el dolor y que este solo le daba fuerza, por lo cual se preguntaba que tendría que hacer para destruir aquella barrera en su mente, la que no lograba penetrar de ninguna forma.

Tomando en cuenta que ya había cometido dos errores fundamentales que le impedirían obtener su lealtad o su confianza, maldiciéndose interiormente al ser tan precipitado, tratando de pensar en alguna forma en la cual él pudiera volver a intentar su conquista en ese hermoso cuerpo perfecto, cuyo espíritu parecía inquebrantable.

Los labios de Albafica eran sedosos, su boca tenía un sabor dulce y su cuerpo era delicioso, su piel tan suave, tan caliente, tan hermosa, justo como su cabello, así como los sonidos que pronunciaba al brindarle aquellas deliciosas sensaciones.

Albafica volvió a cerrar los ojos, sintiendo el fantasma de los dedos de Manigoldo recorrer su mejilla, sintiendo como la semilla del juez Minos lo inundaba y el poco después se derramaba entre ambos cuerpos, aun con la idea de que su amigo estaba con él, de alguna forma en que no podía comprenderlo.

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Por fin el portal se abrió y Manigoldo pudo escapar de aquella pesadilla, sin saber que debía pensar, su mirada fija en el suelo, notando que este era de mármol, de nueva cuenta estaban en su lujosa cárcel, con Thanatos mirándole fijamente desde su silla, con el tablero de ajedrez sin ser tocado, todas las piezas estaban en su lugar.

— Viste lo que necesitabas…

Manigoldo no le respondió, de pronto estaba desnudo y quería cubrirse con algo que no lo dejara tan expuesto ante Thanatos, escuchando los movimientos del dios de la muerte a su espalda, como lo seguía de cerca, rezándole a su diosa porque esta vez no quisiera tocarlo.

Thanatos se detuvo a sus espaldas, su amante no estaba desesperado ni furioso, tampoco le había suplicado por la libertad de su veneno, sorprendiéndolo gratamente, haciéndole creer que su amor por él no era tan profundo como deseaba.

— Pareces deprimido, Manigoldo… no viste lo que pensabas…

Manigoldo sintió las manos de Thanatos en sus hombros, masajeándolos con cuidado, colocando un beso delicado en su cuello, esperando el momento en que su cangrejo lo alejara de su cuerpo, el cual nunca llego.

— Te tengo un regalo…

Susurro en su oído, llevando su rostro con delicadeza hacia el lado derecho de la cama, en donde él dormía, para mostrarle un maniquí con ropa común, parecida a la que usaba cuando aún estaba vivo y salía del santuario, como aquella misión en Venecia.

— Quiero disculparme por mi comportamiento Manigoldo… no debí golpearte ni castigarte de esa forma, pero me hiciste perder la paciencia.

Así que era su culpa que lo golpeara e intentara ahogarlo pensó Manigoldo con una mueca de disgusto, no la del dios que actuó de aquella forma para castigarlo, tratando de enfocarse en las prendas, sorprendiéndose al ver que aquella ropa no era la misma túnica que usaba.

— ¿No te gusta que alguien más pueda ver tu posesión?

Thanatos quería ser amable con su amante, pero al mismo tiempo él tenía razón, no le gustaba la idea de que alguien más pudiera verle como él, desbordando pasión y sensualidad, retorciéndose debajo de su cuerpo.

Su amante le pertenecía, por qué negarlo, sin contar que Manigoldo tenía razón, el se trataba de un dios celoso, demasiado posesivo, una vez que alguien le pertenecía, jamás lo dejaba ir.

— Tienes razón… soy un dios posesivo y demasiado celoso de lo que me pertenece…

Aquello lo pronuncio besando su cuello, recorriendo su cintura con delicadeza, haciéndolo sentir como si fuera una mascota y no un guerrero, ni un compañero como Thanatos tan graciosamente le decía.

— Así como vengativo, sí alguien toca lo que es mío, lo destruyo aunque me tarde tiempo en hacerlo, digamos cien o tal vez dos cientos años, lo que tarde en iniciar la siguiente guerra santa.

Estaba amenazando a Albafica, de eso estaba seguro, pero no dijo nada ni negó aquella acusación, tal vez estaba seguro de que había sido él quien dejo las primeras marcas en su nuevo cuerpo, unas que parecían ser inequívocas muestras de pasión, tal vez un beso o un abrazo, algo que nunca recibiría sin importar lo que pasara.

— Aunque supongo que debo olvidarme de mis celos, ese veneno no tolera que tu lo toques Manigoldo, tal vez por eso estabas tan perturbado…

Thanatos rodeo su cintura con cuidado, limitándose a sentir los perfectos músculos de su espalda y su cintura, esperando por alguna respuesta de Manigoldo que confirmara sus sospechas.

— Porque aunque no comprendas lo que viste por el momento, sabes que tengo razón.

Eso no era cierto, se dijo Manigoldo, su cuerpo hablaba de placer, pero su rostro de sufrimiento, Minos lo estaba obligando a entregarse a él, su corazón y su instinto se lo decía.

— El premio del juez Minos al único que no tolera es a ti.

El dios de la muerte recargo entonces su barbilla en su hombro, restregando su mejilla contra la suya, ansioso por que la verdad de lo que vio en ese tálamo fuera comprendida por su amante, una imagen que no pudo prever pero que era mucho más dolorosa aun que la brutalidad que ese juez había mostrado hasta ese entonces, lo sabía, porque Verónica estaba espiando a su juez menos favorito desde que ganaran la guerra.

— Yo en cambio no puedo tener suficiente de tu cuerpo, de tu voz y de tu espíritu, todo tú me vuelve loco de deseo.

Manigoldo se tenso al escuchar esas palabras, temiendo que aquella ropa no fuera más que unos trapos inservibles, que no lo dejara vestirlos, que de nueva cuenta quisiera poseerlo por algún acto que excitaba a Thanatos, pero que él no comprendía, tal vez de esa forma podría evitarlo.

— Sin embargo, lo que deseo en este momento es que juegues conmigo ajedrez y antes de que te niegues, se que ese anciano te enseño.

Thanatos beso entonces su mejilla, con la misma delicadeza que crispaba sus nervios, haciéndole dudar de cuáles eran las intenciones del dios de la muerte, porque si era solo un esclavo le mostraba tanta paciencia, le permitía recuperar su ropa y visitar a su amigo, pequeñas naderías que debían ser demasiado para ese dios.

— Pero primero vístete, no quiero verte incomodo en mi presencia.

Manigoldo se vistió lentamente, sintiendo la mirada de Thanatos en cada uno de sus movimientos desde su silla detrás del tablero de ajedrez, hasta que por fin tenía puestas unas botas de montar, unos pantalones negros que le quedaban un poco ajustados junto a una camisa blanca con holanes en el cuello, y un abrigo negro, todas ellas creadas de un material mucho más fino que cualquiera que hubiera utilizado en el pasado, la misma clase de tela que usaba el dios de la muerte, quien parecía complacido con su resignación.

— Espero que te guste, es idéntico al que usabas en el pasado.

Manigoldo podía notarlo, sintiéndose demasiado incomodo, pero no dijo nada sentándose en la otra silla, primero con una postura rígida, algo que su maestro hubiera llamado educada, pero después cambiándola por otra menos estudiada, recargándose con fastidio en el respaldo de la silla, subiendo un pie en el brazo.

— Que considerado…

La postura de Thanatos era refinada, sus brazos estaban cruzados con delicadeza delante de su pecho, sus piernas cruzadas, sus ojos fijos en los suyos, por un momento guardo silencio, pero después sonriéndole movió la primera ficha de su tablero.

— ¿Te sorprende que lo sea?

Manigoldo se acerco al tablero, moviendo una de las piezas sin prestarle demasiada atención al juego, notando que Thanatos planificaba cada uno de sus movimientos, como si pudiera predecir lo que él haría a continuación y tal vez, así era, porque con cada nuevo cambio en el tablero estaba preparado para contrarrestarlo.

— Sí, cualquiera pensaría que deseas que olvide mi odio por ti.

Thanatos no parecía prestarle demasiada atención, solo se limitaba a mover las piezas del tablero, en ocasiones tardándose demasiado en hacerlo, pero al mismo tiempo, seguro de su victoria, como la que tuvo con su cuerpo y aparentemente, con su destino.

— Que ustedes destruyeron mi aldea, asesinaron a toda mi gente, a mis padres, que mataron a todos mis amigos, a mi diosa, a mi maestro y que ahora nos han encadenado a sus camas como si fueran vil basura, pero no soy basura, no, soy algo más, tal vez un perrito.

Tampoco era una mascota, al menos Thanatos no lo veía como eso, seguro que Manigoldo necesitaba decir aquellas mentiras, purgarlas de sus sistemas para poder sentirse un poco mejor, todo por esa falsa percepción que se creó de su destino antes de que pudiera llegar a él.

— Supongo que no estarás contento hasta que te traiga tus pantuflas meneándote la cola.

La imagen de Manigoldo de rodillas no le era desagradable, aun así, él no quería una mascota, ni una marioneta, deseaba un amante, un copero o un mensajero, un mortal que le diera compañía, si Zeus tenía a Ganimedes porque él no.

— ¿Nunca te has preguntado como un niño pequeño pudo escapar de los espectros de Hades?

Esa pregunta logro su objetivo, puesto que Manigoldo guardo silencio, sentándose derecho en la silla recargándose en sus brazos, para acercarse un poco más a él, tratando de encontrar la mentira en su rostro, sin hallarla, solo estaba presente su desagradable arrogancia.

— ¿Por qué no te mataron o pereciste cuando nadie en tu posición lo hubiera logrado?

El escapó, logro esconderse de los espectros y después su maestro lo rescato de las calles, si estaba vivo era gracias a Sage, el amable santo de cáncer y antiguo patriarca, quien era más que un padre para él.

— Sage me salvo de ustedes y antes solo tuve suerte.

Fue su respuesta segura, logrando que Thanatos destruyera una de las piezas de ajedrez, su reina, estaba a punto de perder esa partida, parecía que ni siquiera en un juego tan insignificante como ese podía ganarle a la muerte, nadie podía.

— Sage sólo te aparto de mis brazos, Athena se interpuso en tu destino y tu veneno te hico creer que te amaba, pero ya no más.

Manigoldo se levanto del asiento con rapidez, tirando todas las piezas al suelo junto al tablero, recargándose en la mesa, furioso, sin comprender la verdad de sus palabras, demasiado confundido para el dios de la muerte, quien seguía tranquilo, sin prestarle atención a su molestia.

— ¿Por qué intentaron matarme entonces?

Thanatos reacomodo las piezas en el tablero con un movimiento de su mano disfrutando de su poder liberado por la victoria de Hades, dejándolas exactamente como estaban, con un rey solo frente a una buena parte de piezas negras, entre ellas una reina a punto de lograr el jaque, justo como ocurría en esos momentos, cuando su amante se negaba a creer en sus palabras, pero que poco a poco comenzaban a hacerse un lugar en su mente, encontrándoles sentido ahora que comprendía su verdadero poder.

— No intentaban matarte, de hacerlo no habrías escapado a mis soldados.

Manigoldo se recargo en la mesa, inseguro de que Thanatos mintiera, preguntándose como logro sobrevivir tanto tiempo, una hazaña que mucho tiempo adjudico a su diosa benigna.

— Tu más que nadie debe comprender que un solo espectro es mucho más poderoso que un niño pequeño, solo, en una zona de guerra.

Thanatos realizo el último movimiento, colocando su reina delante de su rey, dejándolo sin opciones reales, acorralado, como en ese momento en que no sabía que decirle para contradecir sus mentiras, porque tenía razón, alguien o algo interfirió en su destino, protegiéndolo el tiempo suficiente para Sage lo salvara, ese alguien debía ser Athena, no la misma muerte que no quiso llevárselo.

— Ellos te buscaban para traerte a mí, un premio de Hades como pago a mi lealtad.

Manigoldo negó aquella información con un movimiento de su cabeza, retrocediendo varios pasos, encontrándola imposible de creer, demasiado aterradora como para no escucharla.

— Pero Athena se interpuso mandando a ese humano, al que debo agradecerle tu educación, en mis manos no serias tan cautivante como ahora lo eres, con toda esa influencia ateniense y esa divertida insolencia.

Thanatos se acerco a él, abandonando el tablero en la mesa, recorriendo el cabello azul de su amante con las puntas de sus dedos, su mejilla y después de su cuello, sonriendo cuando Manigoldo empujo su mano, esta vez no le dejaría tocarlo.

— ¡Todo eso es basura y tú lo sabes, sólo no estoy muerto porque tuve suerte, porque Athena y Sage me protegieron de los espectros, de bastardos como tú!

No lo escucharía, no estaba dispuesto a eso, porque de ser verdad lo que Thanatos vociferaba como un demente, significaba que nunca tuvo una opción, que su destino siempre fue servirle como su esclavo, sin forma de escapar o negarse a ello y que aunque pudiera encontrar una forma de alejarse, se lo evitarían los hados del destino, sin importar que no hubiera comido ese fruto.

— ¡Solo tratas de engañarme para que traicione a mis creencias!

Manigoldo convoco su cosmos, solo era una advertencia, la que Thanatos no estaba dispuesto a escuchar, después de todo, quien estaba equivocado era su amante y aunque su lealtad por esa débil diosa fuera cierta, de todas formas ya no tenía nada que hacer, era suyo, sin importar que su propia diosa intentara arrebatárselo.

— ¡Seré un maldito espectro pero mi lealtad es de ella, mi gratitud de mi maestro y mi amor de Albafica!

En ese momento Thanatos comenzó a reírse, la desesperación en su amante era divertida, mucho más porque estaba seguro que comprendía lo absurdo de aquellas palabras, al ser un espectro era el enemigo de su diosa y Albafica compartía el lecho de alguien más, sólo dudaba cual sería la reacción del maestro de su amante, lo rechazaría también o aceptaría el regalo que le dio.

— ¿Por qué tienes tanto miedo Manigoldo?

No era miedo lo que sentía, se decía una y otra vez, desesperándose como nunca antes, retrocediendo cada paso que Thanatos daba en su dirección, esperando poder mantenerlo alejado esta vez.

— No será porque sabes que nunca tuviste una opción más que amarme, que eres mío y que siempre lo serás.

De pronto eso fue suficiente para que Manigoldo sintiera que su sangre hervía en sus venas y ataco a Thanatos, convocando su fuego demoniaco y su cosmos, tratando de alejar al dios de su cuerpo.

— ¡No te tengo miedo!

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Por un lado ese supuesto regalo de Hades a su hermano era indigno de la devoción que le estaba dedicando, parecía que había perdido la cabeza, aun sus ninfas estaban extrañadas por su caótico comportamiento, llevarlo a su templo, fornicar en el agua otrora pura de su santuario en los campos elíseos, todo porque no le mostro ninguna clase de respeto.

O tal vez porque él no pudo matarlo en el momento oportuno, no estaba seguro quien le había protegido, la diosa de la tierra que estaba a punto de renacer o su hermano, cuya curiosidad había sido exaltada por el dios que debían proteger, el que aun estaba en la urna, medio dormido, pero atento a los acontecimientos del abismo.

Hypnos, el dios del sueño por primera vez en toda su existencia estaba indeciso, sin saber qué hacer, podría matar al premio de su hermano, sumirlo en un sueño del que no pudiera despertar o ayudarle de alguna forma a liberarse del amor de su hermano mayor, tal vez, perdiéndolo en el inframundo en donde no podría encontrarlo aunque así lo quisiera.

No obstante, lastimar al humano del que estaba seguro pronto se hartaría Thanatos, sólo le separaría de su querido hermano, quien seguramente no podría perdonar sus acciones, por lo que, sin duda alguna su lazo inquebrantable sería mermado por una pequeñez sin importancia.

Una acción que le convendría al dios que debían proteger como castigo de Zeus, la que los debilitaría, relegándolos al papel de un espectro común, ya que solos no eran tan poderosos como cuando actuaban como lo que eran, una misma entidad representando dos lados de la oscuridad.

Su otra opción era brindarle ayuda para que su hermano pudiera seducir a su amante, de aquella forma se cansaría de su actitud sumisa con demasiada facilidad, tan rápido como aquel humano llamó su atención.

Y si su hermano lo deseaba, quien era él para quitarle aquello que añoraba, aunque fuera indigno e insignificante, sólo un montón de basura sin destino alguno más que el peor de los círculos del inframundo.

Su hermano lo tendría como lo deseaba, de rodillas, consagrado a su existencia divina.

Para lograrlo primero debían alejarlo de una pieza del juego sumamente importante, a la que en su premura por vengarse de su elegido y de su maestro, descarto con demasiada prisa, entregándosela a Minos.

El juez que menos le agradaba a Thanatos, pero que Hypnos consideraba sin duda como el mejor de los tres, el primero era demasiado violento, el segundo muy apático, pero este, este tenía la mezcla perfecta entre control y sadismo para realizar las acciones necesarias para obtener la victoria o darle un castigo adecuado a los humanos que pisaban el abismo.

Minos de grifo estaba cometiendo un error al pensar que el terror funcionaria con una criatura tan orgullosa, por lo cual, lo mejor era brindarle un poco de ayuda, mostrarle un camino menos tortuoso para ganarse su confianza, usando lo mucho que había aprendido de los humanos, después de todo no por nada era dueño de los sueños, las pesadillas y fantasías de los humanos, a diferencia de su hermano, había comprendido su verdadera naturaleza.

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