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Inframundo por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

Avisos: Esta historia contiene Slash, yaoi, m/m, está basada en El Lienzo Perdido y en el inframundo de Saint Seiya Saga de Hades. Contiene las parejas Minos/Albafica, Thanatos/Manigoldo, Manigoldo/Albafica. Tendrá escenas de violación, sadomasoquismo y relaciones entre dos hombres.

Resumen: Hades se ha llevado la victoria y es el momento de recompensar a sus leales espectros. Minos y Thanatos desean al guerrero que los humillo como su esclavo y de ahora en adelante, Manigoldo y Albafica atravesaran un calvario que no parece tener fin. Minos/Albafica Thanatos/Manigoldo Manigoldo/Albafica

Inframundo.

Capítulo 18

Memoria…

— Tú me amaras Manigoldo, tal vez ahora para ti sólo soy un monstruo depravado, un dios enloquecido, pero tú me amaras.

Thanatos rodeo su cintura con ambos brazos, sin dejar que se moviera, esperando que su fuego fatuo peleara por contradecirle, pero había una certeza casi absoluta en sus palabras, una verdad que poco a poco era descubierta, el era suyo.

— Porque tarde o temprano entenderás que este es tu destino y que no hay nada que puedas hacer más que amarme y servirme.

Seguía pronunciando aquellas mentiras como un mantra, tal vez pensando que si las repetía lo suficiente podría llegar a creerlas, convencerlo de obedecerle como lo hacía Verónica o cualquiera de sus ninfas.

— ¡Crees que algún día me tragare esa basura!

Respondió golpeando con ambos puños las muñecas de Thanatos, las que portaban la armadura, pero aun así lo dejaron ir, dándole la oportunidad de retroceder suficientes metros de varios saltos, quedando junto al barandal, demasiado cercano al viento del inframundo.

— ¿Qué alguna vez me comportare como esas ninfas o Verónica?

Eso sería agradable pensó por un momento el dios de la muerte, pero la verdad era que aquello que le encantaba era su rechazo, esa fuerza de voluntad, el reto de hacer que lo amara, no como esas ninfas o Verónica, sino de una forma que no tuviera nada que ver con el temor, estaba cansado de verlo reflejado en los ojos de sus acompañantes.

— Esos cobardes no te aman, te tienen miedo y yo nunca, nunca voy a temerte, hagas lo que hagas conmigo, ya no hay nada que puedas arrebatarme.

No necesitaba de nada mas para obligarlo a desearle, siempre lo había hecho, pero el testarudo humano quería negarlo, como si eso cambiara en lo más mínimo su destino a su lado.

— No tengo que obligarte para que me ames, tu pronto lo harás Manigoldo, tenemos toda una eternidad para hacernos compañía.

Manigoldo comenzó a respirar hondo, escuchando cada una de las palabras de Thanatos, las que comenzaban a grabarse en su memoria, las que le causaban temor y dolor, haciéndole creerlas de momento.

— Tú fuiste creado para mí, tú eres mío y nunca te dejare marcharte.

El santo de cáncer negó aquello con un movimiento de la cabeza, sintiendo la piedra del barandal contra sus piernas, ya no podría alejarse de Thanatos, quien parecía no escuchar su desesperación, ni entender nada de lo que tenía que decir.

— ¡Mientes!

Pronuncio, notando que Thanatos seguía impasible, sin prestarle atención a su furia, ni a su cercanía al viento del inframundo, ni a la barrera faltante que le permitía subir al barandal, sin importarle el peligro, lo único que deseaba era alejarse de su supuesto dios.

— ¡Yo no fui creado para ti, no soy tuyo, jamás lo seré!

El dios de la muerte no dijo nada pero comenzó a caminar en su dirección, obligándolo a retroceder, pero por un momento no lo hizo, había visto como esas ráfagas mortales destruían montañas del abismo, los espíritus vagando sin rumbo y creyó, por un instante, que él sería destrozado por ese mismo viento.

— ¿Qué debo hacer para que me creas, para que veas lo importante que eres para mí?

Thanatos trato de tocarlo y Manigoldo retrocedió el paso faltante, siendo recibido por el viento del inframundo, el que lo alzo al principio, para después dejarlo caer, como si se tratase de un remolino.

El cangrejo esperaba perder la vida, ser destruido por el viento, ser libre de la muerte, pero al mismo tiempo que caía se dio cuenta que un aura morada lo rodeaba y de haber tenido un espejo hubiera visto una estrella negra formarse en su frente, señal inequívoca de la protección de Thanatos.

Cayó dolorosamente contra el suelo, sintiendo que algunos de sus huesos casi crujían por el impacto, no obstante, pudo levantarse, observando la destrucción que transformaba ese valle de espinas cada segundo que pasaba, los cuerpos que parecían estatuas sufriendo los embistes, de lo que sentía como una pequeña briza.

Manigoldo se levanto con lentitud, comprendiendo poco a poco lo que significaba eso, la muerte lo protegía de cualquier daño, como dijo su maestro que ocurría y repentinamente, como si se tratase de una ilusión pudo verse en una cama, a su lado estaba Sage, sosteniendo su mano con miedo, como si creyera que de un momento a otro perecería.

Thanatos aterrizo con suavidad a sus espaldas, casi como si estuviera flotando, utilizando su sorpresa para sostenerlo por el cuello y uno de sus brazos, torciéndolo casi de forma dolorosa hacia su espalda, besando su mejilla, para después lamer su cuello.

— ¡Esto es una ilusión!

Se quejo Manigoldo, tratando de liberarse de las manos del dios de la muerte, quien le sostuvo del cabello con demasiada fuerza, obligándolo a mirar las imágenes que se presentaban ante sus ojos, como si estuvieran pasando justo en ese momento.

— ¡Detente!

Thanatos se rió, recorriendo su cuello con hambre, lamiéndolo y besando la poca piel que podía encontrar, maldiciendo su decisión de quitarle su túnica, no obstante, lo mejor era que pensara que tenía el control, porque lo hacía, Manigoldo estaba bajo su poder mucho antes de que siquiera comprendiera su existencia.

— Yo no estoy haciendo nada, es uno de los castigos del infierno, hacerte ver el pasado, tus pecados y uno de ellos fue el suicidio cuando besaste a ese veneno.

De pronto el dios lo mordió con fuerza, tanta que brotaron unos hilitos de sangre, parecía que el único que podía dañarlo era él, e intento concentrarse en algo más que aquellas caricias de las manos voraces de su dios, poso sus ojos en el bosque.

El que de pronto pareció tener caras formándose en ellas, todas gimiendo por el dolor de ser arrancadas, trituradas por el viento y vueltas a formar en otras construcciones de espinas.

— Observa bien, yo te protegí de tu obsesión por él y tu veneno donde estaba, en su templo, seguro de que se había librado de ti.

Manigoldo volvió a agitarse tratando de liberarse de Thanatos, quien ahora poso una de sus manos en su frente, al mismo tiempo que con la otra rodeaba su cintura, dejando ir sus brazos.

— Yo te salve…

Susurro Thanatos en su oído, lamiendo el lóbulo de su oreja, acercando a Manigoldo a esa manifestación de su pasado y de sus temores, notando que uno de ellos era no ser correspondido por su veneno, pero esa ilusión le demostraría lo que deseaba ver y eso era su constante rechazo.

— Yo te protegí.

Al mismo tiempo aquella imagen ocurría casi como había sido en realidad, Sage estaba sentado a su lado, sosteniendo su mano, recargando su frente contra su dorso, parecía que no se había movido ni un ápice de su lado, al mismo tiempo que Hakurei estaba muy serio, mirándolo fijamente.

— Debería estar muerto, pero no lo está y no se cual es la razón…

Sage no respondió nada al principio, no hasta que Hakurei coloco una mano en su hombro, parecía que estaba acongojado por el dolor de su hermano y por el destino que le deparaba a su discípulo.

— ¿Qué ocurrió?

Cuando el dios lo dejo ir, Manigoldo camino en dirección de su maestro, cayendo de rodillas, sus ojos casi perdidos en aquellas imágenes, seguro de que era lo que había pasado, fue cuando recibió su armadura, cuando beso a Albafica.

— Beso a Albafica.

Quien no estaba presente, el que no lo había visto después de aquel único beso, lo recordaba perfectamente, la forma en que lo rechazo poco después, pero al menos hubiera pensado que lo visito cuando estaba convaleciente.

— No te ama.

Volvieron a susurrar en su oído, Thanatos estaba hincado a sus espaldas, recorriendo sus hombros con delicadeza, aspirando su cabello, mostrando una gentileza que lo petrificaba.

— Sabes que debería estar muerto.

Fue la respuesta de Hakurei a lo que hubiera dicho su maestro, quien se levanto de la silla, recorriendo su frente con delicadeza, asintiendo, volviendo mucho más reales las palabras de Sage en el inframundo.

— Lo sé, parece que la muerte no se lo llevara.

Manigoldo trato de alejarse de aquella imagen, pero de nueva cuenta las manos de Thanatos se lo evitaron, restregando su mejilla contra la suya, al mismo tiempo que una estrella negra se formaba en su frente por algunos segundos, para después desaparecer, sin ser vista por su maestro y su hermano.

— No, porque yo te cuidaba.

La imagen de pronto se borro cuando una nueva ráfaga de aire destruyo las espinas que le rodeaban, las que parecían brotar sangre al mismo tiempo que un alarido casi destruye sus oídos.

— Esto es una mentira…

Repitió Manigoldo, logrando liberarse de Thanatos, quien sonrió notando como el santo de cáncer trataba de usar las espinas como escalones, huyendo de su presencia, ingresando en el inframundo, sin saber que podía localizar almas o personas aun entre dimensiones, que a pesar de servirle a Hades, sequia siendo un dios.

— Manigoldo, Manigoldo… cuando entenderás…

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Albafica despertó solo sintiéndose sucio en la cama que compartía con su amante, preguntándose si era eso lo que debía sentir después de yacer con la persona que amaba y sí, el dolor que quiso brindarle era correcto.

Encontrando que la respuesta era sencilla, no lo era, no le gustaba la forma en que lo tocaba ni lo que le hacía sentir, había sido placentero pero también humillante y para su forma de entender el amor, esos dos sentimientos no tenían que ver unos con otros.

El santo de piscis busco el cuarto de baño, preparando el agua para darse una larga ducha, tal vez con eso podría acomodar sus pensamientos, los que sentía como si fueran un panal de abejas que ha sido golpeado con una piedra.

Debía pensar en lo que había sentido, en lo que Verónica le dijo, en ese extraño mensaje que por alguna razón no alcanzaba a comprender, no creía que hubiera sido pronunciado por cáncer.

Cáncer, porque seguía pensando en el, que había de especial en ese santo y cuál era la razón que su traición le doliera tanto, no era solo por lo que le hizo, de eso estaba seguro.

Albafica cerró los ojos entonces, sumergiéndose en el agua, esperando que su calor pudiera quedárselo, ese cuarto oscuro le helaba los huesos, él estaba acostumbrado a las plantas, a la luz del sol, a la brisa del viento, no a esa pasmosa oscuridad.

Nuevamente al salir del agua vio una luz azul recorrer aquella habitación convirtiéndose en una docena, tal vez dos, de aquellas criaturas de fuego que susurraban palabras incomprensibles.

Las que se acercaron a él brindándole un calor que no podría ser emanado por aquellas criaturas, el que de pronto era como un cosmos dorado, tan cálido y tan amable que lo hacía sentir mejor con su sola presencia.

De ser posible creería que aquello era el cosmos de algún ser vivo, cálido, armonioso, el que lo complementaba de una forma que no lograba entender, que lo hacía sentir amado.

Albafica estuvo a punto de tocar una de esas esferas cuando repentinamente escucho el sonido de la puerta con el rostro, haciendo que se petrificara, al mismo tiempo que las esferas de fuego azul regresaban al sitio en donde se habían escondido con anterioridad, logrando ocultarse de quien fuera su visitante.

Cuyo cosmos no parecía ser el de Minos, por lo que se levanto inmediatamente de la tina, buscando su túnica, una de color verde que dejaba sus hombros y parte de su pecho al descubierto, con lienzos de tela que colgaban a la altura de sus brazos, así como dos aberturas a cada lado de sus piernas.

— ¿Así que tu eres la rosa?

Preguntaron con sorpresa cuando por fin salió del cuarto de baño, un hombre de cabello rubio y rostro adusto, quien estaba sentado en uno de los sillones, esperando por él, dándole cierta intimidad que su amante no le daría.

— Tú eres Albafica de Piscis.

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Manigoldo llego a un bosque negro que le recordaba el que destruyo al enfrentarse a Verónica, el cual más bien se asemejaba a un pantano, parecía que estaba transitando los círculos del infierno o tal vez, estos tenían más de una odiosa forma.

El santo de cáncer piso entonces una rama, la que se quebró bajo su peso y de la que broto un líquido pegajoso que parecía sangre, cuyo fétido olor provoco que se le revolviera el estomago, obligándolo a taparse la nariz, recargándose en el árbol que poseía aquella rama.

Repentinamente escucho un siseo gutural, parecido al de un ahorcado o un moribundo, el cual provenía directamente de aquel árbol, cuyas ramas se movieron en su dirección, como si fueran manos descarnadas tratando de hacerse con su vida.

Manigoldo retrocedió a tiempo, sintiendo como otra de las ramas rasgaba su abrigo y pudo ver varios ojos en los arboles, todos ellos supurando más de aquel liquido negro.

— ¿Qué diablos…?

Susurro, esquivando más de aquellas ramas, tratando de alejarse de ellas, ingresando en ese pantano, escuchando entonces el sonido de varios pasos corriendo, sintiendo como la atmosfera de aquel sitio cambiaba poco a poco, convirtiéndose en una aldea destruida, podía sentir el calor de las llamas, el olor de la sangre, el sonido de las personas exhalando su último aliento y pudo ver varios espectros recorriendo las calles de lo que alguna vez fuera su hogar.

— Esto… no es posible…

Manigoldo pronuncio, siendo atravesado por uno de los espectros, el que hubiera reconocido como uno de los hijos de Hypnos si acaso hubiera peleado contra ellos, no obstante, no tuvo que preguntarse por mucho tiempo que era aquello que observaba, porque inmediatamente pudo ver una armadura parecida a la de Thanatos, pero que parecía tener las plumas de un pavorreal, así como ese espectro de titánico aspecto tenía cabello rubio, era el sueño.

— ¡Búsquenlo, encuéntrenlo y mátenlo!

Ordeno, antes de marcharse, Manigoldo estaba en lo correcto pensó por unos segundos, los espectros querían matarlo, pero de pronto, sintió como una mano cubría su boca, al mismo tiempo que le señalaban a sí mismo, escondido en un hoyo con varios muertos en él, cuyos fuegos fatuos comenzaban a rodearlo.

— Así que eso fue lo que paso, por eso crees que yo deseaba matarte.

Aquello lo pronuncio demasiado divertido, aun esa imagen era insólita para él, pero no podía culpar a Hypnos por sus celos, aunque si estaba molesto de que hubiera tratado de asesinar a su elegido antes de que llegara a él.

— Pero como podrás ver, mis soldados llegaron demasiado tarde por ti, dándole la oportunidad a mi celoso hermano de intentar matarte.

De pronto se vio a si mismo escondido detrás de una pared, recordaba ese día, un grupo de espectros menores lo buscaban, pero pudo esconderse de ellos gracias a sus fuegos fatuos, que no eran otra cosa más que los habitantes de su aldea.

— ¡Búsquenlo!

Manigoldo sentía las caricias de Thanatos recorriendo su torso con cuidado, desabrochando los botones de su ropa, ingresándolas en su interior, sus dedos fríos robando su calor, sus labios dejando pequeños caminos en su cuello.

— ¡Lord Thanatos nos destruirá si no damos con ese mortal!

Habían pasado varios días, estaba cansado y hambriento, demasiado asustado para seguir adelante, pero aun así parecía que la muerte no quería llevárselo con ella, todo ese tiempo portaba una estrella negra en su frente, la misma que tenía Verónica en su rostro.

— No es verdad…

De nuevo pronuncio casi en un susurro, sintiendo como Thanatos lo giraba para poder ver sus ojos, como aquel circulo estaba funcionando sin que se lo propusiera, para convencerlo de que su destino era a lado de su protección divina.

— ¡Tu no me protegiste, esto es solo una ilusión!

Respondió chocando su cabeza contra la de Thanatos, cuando este trato de besarle en las ruinas de su aldea, propinándole poco después una serie de fuertes golpes que lograron que lo soltara más por la sorpresa que por el dolor que le brindaron, de nueva cuenta Manigoldo trataba de perderlo, atravesando esa ilusión y ese pantano con rapidez.

Tratando de borrar aquellas imágenes, las que le quemaban como hierros candentes y de pronto, un dolor sordo hizo que cayera, una punzada que era acompañada por otra imagen de la muerte.

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— ¿Y tu quien puedes ser?

Pregunto orgulloso, cruzando sus brazos delante de su pecho, notando como ese hombre rubio lo miraba de pies a cabeza con una ceja arqueada, casi como si lo estuviera juzgando y no le gustara lo que veía.

— Mi nombre es Radamnthys.

Fue la respuesta cortante del intruso, quien estaba recargado en el respaldo del sillón como si tuviera todo el derecho a eso, a invadir su santuario, o más bien cárcel, le dijo una voz que sonaba demasiado parecida a la suya.

— Supongo que eso debe significar algo para mí.

Radamnthys comenzó a reírse al escuchar esa respuesta, levantándose del sillón, mirándolo de pies a cabeza, esta vez sin siquiera molestarse en ocultarlo.

— Eres muy hermoso, lo admito, pero si fueras un guerrero de verdad no te vestirías de aquella forma tan… femenina.

Antes de que pudiera responder a ese insulto, enseñándole que no solo era hermoso, sino que también era un guerrero Radamnthys se detuvo, rascándose la barbilla como pensando, quitándole las piezas de joyería de su cabello con rapidez, asintiendo de pronto admirando su tarea.

— Mucho mejor…

Albafica llevo una de sus manos a su cabeza, recordando una ocasión en la cual alguien más jugó con su cabello de aquella forma, su mirada perdiéndose de momento en los ojos del juez rubio.

— ¿Minos eligió esta ropa para ti?

La expresión del Santo no paso desapercibida por el espectro, quien le tomó como respuesta, preguntándose como un hombre con tantas fallas era el principal juez del inframundo.

— Minos no sabe cómo tratar a un guerrero, pero quién soy yo para juzgar sus acciones, después de todo eres su premio, no el mío.

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— ¡Basta!

Grito desesperado, de pronto, pudo sentir la luz del sol, el aroma de las flores, el viento mesando su cabello, haciendo que pensara que había regresado a los campos elíseos y al abrir los ojos vio un campo de hermosos colores.

— ¿Por qué huyes Manigoldo?

Preguntaron a su espalda, el dios de la muerte parecía no dejarlo solo en ese círculo, Manigoldo apretó la tierra, relamiéndose los labios, dudando por algunos instantes si aquellas imágenes eran reales o solo una ilusión, uno de los múltiples tormentos, porque estaba seguro que Thanatos no poseía ese don, el de modificar los recuerdos ni los pensamientos de los mortales.

— Aléjate de mí…

Thanatos negó aquello con un movimiento de su cabeza, acercándose a él, sosteniéndolo de su barbilla para besar sus labios, recostándolo en el suelo, inmovilizándolo con su peso, riéndose cuando Manigoldo comenzó a retorcerse, tratando de liberarse, quemando su espectral cosmos para alejarlo de su cuerpo, sin lograr moverlo un solo centímetro.

— No.

Fue su respuesta, al mismo tiempo que escuchaban unos pasos a sus espaldas, Manigoldo inmediatamente pudo liberarse, parecía que el propio Thanatos estaba sorprendido, puesto que su mirada estaba posada en la imagen a sus espaldas.

— ¿Has regresado?

¡Esa voz! Pensó Manigoldo, volteando con rapidez, observando con sorpresa e incredulidad a Shion, deteniéndose en el jardín de rosas, recordaba ese día, fue cuando Albafica visito una isla que decían curaba a los enfermos.

Había tratado de recibirlo después de aquella misión en solitario, encontrando que Shion se le adelanto, parecía que no se movió de su puesto en todo ese tiempo, el santo de Aries cargaba el casco como era su costumbre, mirándolo de pies a cabeza con una expresión que lo hizo sentir inquieto.

— Así es…

Shion se acerco al santo de Piscis y supuso que sería rechazado, pero en vez de eso, por un momento creyó que permitiría que lo tocara, pero no lo hizo, sin embargo, actuó como si quisiera restregar su mejilla contra la mano de su amigo.

Deteniéndose a pocos centímetros de distancia, no se tocaban pero de poder hacerlo, Shion hubiera acariciado la mejilla de Albafica, besado sus labios con delicadeza y este lo hubiera permitido.

— Lo siento, no acepte la cura…

El carnero sonrió, recorriendo su cabello con las puntas de sus dedos, sorprendiendo a Manigoldo, quien podía sentir las caricias del dios de la muerte, pero las ignoraba, perdido en aquella tortura, ya fuera un recuerdo o una ilusión.

— No importa…

Repentinamente se alejaron, Albafica dándole la espalda a Shion, quien permaneció a lado de la columna del templo de piscis en silencio, escuchando como unos pasos se acercaban, destruyendo ese hermoso encuentro.

Manigoldo sabía perfectamente de quien eran esos pasos, porque fue él quien los interrumpió, tratando de tocar la mejilla de Albafica con su mano vendada, siendo repelido inmediatamente.

— ¡No me toques!

Inmediatamente Manigoldo se vio de nueva cuenta en ese pantano, el dios de la muerte a sus espaldas, guardando absoluto silencio, esperando ver cuál era su reacción, esta vez sin decir nada de aquella imagen.

— Esto…

Thanatos estaba a punto de pronunciar que las imágenes no las había creado él, ignorando convenientemente que estas eran recuerdos modificados, una ilusión creada por el propio infierno, torciendo los hechos para que fueran dolorosos, después de todo, era el bosque de los suicidas y estos debían bañarse en su dolor, en la soledad y en los sucesos que les llevaron a atentar contra ellos mismo.

— Solo…

Repentinamente el cosmos negro de Manigoldo se encendió, destruyendo todo a su paso, formando una esfera oscura plagada por fuegos fatuos, consumiendo toda su energía en ese golpe, gritando a causa del dolor.

— ¡Es una ilusión!

El dios de la muerte espero por que Manigoldo se calmara y cuando lo hizo, golpeo su sien con la punta de sus dedos, logrando que perdiera el conocimiento cayendo en sus brazos, no podría seguir protegiendo a su consorte en el inframundo por más tiempo, debía regresarlo al castillo para que se recuperara de la pérdida de energía sufrida.

Ya que ese bosque no solo destruía, también drenaba la fuerza de sus habitantes, llevándosela con él, dejándolos secos, como si no fueran más que unas ramas retorcidas, negras, sin follaje ni vida.

— No lo es Manigoldo… tú lo sabes.

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Albafica se relamió los labios, no le gustaba ser el premio de Minos, esa mera idea era una afrenta para su orgullo, el cual en esos momentos estaba por los suelos.

— ¿A qué has venido?

Pregunto con seriedad, esperando que ese Radamnthys fuera sincero ya que había llegado a destruir su ilusión de paz, haciéndolo sentir como un simple esclavo, aunque este era el hombre que supuestamente lo amaba, pero que debía ser una mentira, porque ninguna persona que amara a otra, podría esclavizarle.

— Quería comprobar si eras tan hermoso para que Minos pierda la cabeza por ti, pero veo quien ha perdido más que la cabeza por él, eres tú, rosa.

Repentinamente Albafica apretó el puño con tanta fuerza que corto la palma de su mano, de la cual brotaron algunas cuantas gotas de sangre, las que fueron a impactarse contra la mejilla del juez, cuando grito furioso, cortando el aire con la rapidez de su movimiento.

— ¡No soy una rosa!

Cortando su piel, sorprendiendo al juez gratamente, al menos ese guerrero no era solamente hermoso, sino también muy fuerte, sin embargo, el sonido de las campanadas le avisó que Minos estaba próximo a regresar con su amante, así que dándole la espalda comenzó a marcharse.

— ¡Espera!

Radamnthys se detuvo, mirándolo fijamente, esperando a escuchar aquello que tenía que decirle.

— No… olvídalo…

Quería preguntarle si aquello que le decía Minos acerca de que eran amantes, que siempre se habían deseado era cierto, pero prefirió guardar silencio, escuchando el sonido de la salida del espectro y poco después, de la entrada de su amante, quien se sorprendió al verlo en el barandal, sin los tocados que tanto trabajo le había costado conseguir.

— Belleza…

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Manigoldo despertó en su cama, el tálamo estaba casi cerrado evitando que las luces flotantes lo incomodaran durante su sueño, se sentía demasiado mareado, como si hubiera perdido una gran parte de su energía, haciendo que le doliera la cabeza y se preguntara si acaso aquellas dolorosas imágenes eran una pesadilla o realmente piso uno de los círculos del inframundo sin recibir daño alguno.

Podía sentir una mano sosteniendo la suya, estaba cubierta por una fría armadura y su tacto era mucho más frío aun, sus ojos se posaron en la figura negra, sin reconocerla en un principio, haciéndole recordar aquella ocasión en la cual pudo probar los labios de Albafica, como despertó junto a su maestro, aquella persona emanaba la misma clase de preocupación por él.

— ¿Has despertado?

Manigoldo llevo una mano a su rostro y froto sus ojos con cansancio, tratando de ordenar sus pensamientos, escuchando como la cortina del tálamo era plegada, dejando que algo de la luz mortecina iluminara su lecho.

— Me tenías sumamente preocupado mi dulce fuego fatuo…

El santo de cáncer se soltó de pronto, alejándose todo lo que pudo, escuchando el delicado sonido del metal contra el metal, un sonido al que no le prestó atención en un principio, recargándose contra la cabecera de esa ostentosa cama, notando que estaba desnudo.

— Ni siquiera yo puedo protegerte por tanto tiempo si vagas en los círculos del inframundo, pudiste haber sido destruido.

Manigoldo desvió la mirada, cada una de aquellas ilusiones repitiéndose ante sus ojos, algunas dándole la razón a Thanatos, otra, mostrándole que Albafica parecía no amarlo a él, sino a Shion.

Pero eso era absurdo, ellos solo eran amigos, aunque su presencia no le molestaba tanto como la suya y por lo que recordaba, siempre fue amable con él, pero eso no importaba, no cambiaba ni un ápice su amor por su hermoso amigo.

— Solo son mentiras.

Pronuncio, esta vez inseguro, sintiendo como Thanatos se acercaba a él acariciando su mejilla con la punta de sus dedos, besando su hombro y poco después su pecho, llevando su otra mano a su cadera.

— Ya te lo dije, yo no tengo ese poder, esas imágenes, por dolorosas que sean son la verdad, tu veneno no te ama y yo siempre te he protegido de ti mismo.

Thanatos se quito su armadura, manteniendo su apariencia divina, con sus alas negras en su espalda, quedando magníficamente desnudo, al mismo tiempo que recorría su torso con ambas manos.

— Eso no es cierto.

El dios de la muerte comenzó a reírse en voz alta, encontrando demasiado divertida la necedad de su amante, quien parecía que aun después de aquellos recuerdos seguía firme en su rechazo, aun así no le temía ni le estaba agradecido.

— Eso me gusta de ti, esa fuerza de voluntad que posees…

Pronuncio llevando su mano a su cuello con delicadeza, tirando de algo que estaba enredado en la cabecera de la cama, llevándolo a su cuello con lentitud, al mismo tiempo que se apoderaba de sus labios.

— Tengo curiosidad…

Thanatos sólo abandono sus labios para pronunciar aquellas palabras, cerrando el eslabón de la cadena sobre otro más, encadenando a Manigoldo a su cama con una delicada pieza de joyería forjada en plata.

— ¿Qué hace que esto sea tan placentero para los mortales?

Manigoldo empujo al dios con fuerza, sintiendo que algo delgado y frio colgaba de su cuello, notando con horror que se trataba de una cadena de plata, tan delicada que debía romperse con facilidad, de la cual tiro sin poder abrirla.

— Al menos un juez parece afecto a esta clase de placer…

Aquello le recordó la última vez que pudo ver a Albafica, todo el daño que ese juez le había hecho y comenzó a retorcerse, tratando de arrancar esa cadena con su fuerza, cortando la piel alrededor de su cuello pero sin lograr moverla ni siquiera un poco.

— ¡Eres un bastardo!

Thanatos llevo la cadena a sus muñecas, enredándolas con ella, inmovilizando sus brazos enfrente de su pecho, alejándose apenas lo suficiente para ver su odio reflejado en sus ojos, como su rostro se contorsionaba presa de la furia y su cuerpo se tensaba.

— Tus insultos solo me parecen divertidos Manigoldo, en realidad me excitan.

Respondió besando su entrepierna, sosteniéndolo por los muslos con fuerza, abriéndolo para él, escuchando sus jadeos y maldiciones como respuesta a sus caricias, riéndose cuando se separo algunos centímetros, lamiendo el sudor de su vientre.

— Pero tus gemidos… esos son música para mis oídos, como la más dulce de las canciones.

Pronuncio, antes de regresar a su entrepierna, alzándolo un poco para poder colocar sus rodillas sobre sus hombros, riéndose de sus absurdos intentos por detenerlo, los que eran acompañados por más de aquellas canciones de placer.

— No…

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