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Inframundo por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

Avisos: Esta historia contiene Slash, yaoi, m/m, está basada en El Lienzo Perdido y en el inframundo de Saint Seiya Saga de Hades. Contiene las parejas Minos/Albafica, Thanatos/Manigoldo, Manigoldo/Albafica. Tendrá escenas de violación, sadomasoquismo y relaciones entre dos hombres.

Resumen: Hades se ha llevado la victoria y es el momento de recompensar a sus leales espectros. Minos y Thanatos desean al guerrero que los humillo como su esclavo y de ahora en adelante, Manigoldo y Albafica atravesaran un calvario que no parece tener fin. Minos/Albafica Thanatos/Manigoldo Manigoldo/Albafica

Inframundo.

Capítulo 24

La rosa negra...

— No te creo.

Pronuncio Manigoldo, permitiendo que Thanatos acariciara su mejilla, tratando de obligarle a mirarlo directamente a los ojos, el que se resistió al principio, para después obedecerlo con algo de recelo, sintiendo que los ojos negros del dios se apoderaban de su alma, cuya lujuria seguía pareciéndole demasiado aterradora.

— Sólo tratas de engañarme para que puedas lastimar a Albafica o a mi maestro, darme una lección más de cómo tú tienes el poder y yo solo soy un esclavo, eso no cambia, así que hazme un favor y no me trates como si realmente yo te interesara, eso no te queda.

Manigoldo parecía seguro de sus palabras, no creía que fuera de otra forma, pero al menos había logrado compartir algo de tiempo con él, disfrutar de su compañía sin que su consorte lo atacara.

— Tú lo has dicho Thanatos, yo no soy un estúpido ni un ingenuo, así que no volveré a caer en tus engaños.

Respondió dándole un manotazo, alejándolo de su cuerpo, esperando por su respuesta violenta, la que no llego, en vez de eso Thanatos llevo sus manos a su espalda, retrocediendo algunos cuantos pasos, para después voltearse como si estuviera seguro que no lo atacaría.

— Creo que es momento de darte un regalo Manigoldo, sólo así podrás caminar los túneles del inframundo de manera segura, aunque tendrás que ser vigilado por tu propio bien.

Hades les otorgo a sus dos espectros las armaduras doradas de cáncer y de piscis, las que bañadas con su sangre habían cambiado de color, volviéndose tan negras como las de sus espectros, cuyo verdadero poder no surgiría hasta jurar lealtad por el dios del inframundo, cuando no solo su cuerpo, sino su alma le pertenecieran por completo, un acto que ni la diosa Athena pudo prever, pero era posible, porque sí un ave de fuego nació de las cenizas de su leal espectro, entonces, el oro podía dejar de brillar.

— ¿Vigilado? ¿De qué diablos hablas? ¿A dónde se supone que voy a ir?

De pronto, lo que fuera hasta ese momento la armadura de cáncer se formo delante de sus ojos, pero esta era diferente, para Manigoldo se trataba de una imitación de su fiel compañera, la que poseía muchas más patas, picos punzantes, dientes, y algo que bien podría ser alas, figurándole un cangrejo demoniaco, cuyo resplandor parecía que se comía la luz a su alrededor.

— A donde tú quieras, por supuesto, yo nunca he sido afecto de los círculos del inframundo, aunque tal vez… tu sí lo hagas, todo con tal de separarte de mí.

Anuncio Thanatos al mismo tiempo que la armadura se separaba en sus diferentes partes, cubriéndolo con ella con la rapidez acostumbrada, sus cambios eran visibles, su armadura tenía púas en los nudillos y en las muñequeras, su casco unas mandíbulas pronunciadas que cubrían parte de sus mejillas y barbilla, su espalda unas alas que se formaban de cuatro patas de cangrejo modificadas de tal forma que parecían estar cubiertas por navajas afiladas, las que le recordaban las alas de la armadura de Verónica.

— ¿Qué? ¿Qué es esto?

Manigoldo le observaba con detenimiento, demasiado horrorizado para quitársela, Thanatos se detuvo a su espalda, colocando sus manos en los hombros de su amante, para llevarlo delante de un espejo, para que pudiera admirar la nueva imagen, la armadura bañada con la sangre de Hades actuando en armonía con su nuevo cosmos espectral.

— ¿Acaso no te gusta tu nueva armadura?

El espectro de cáncer negó aquello con un movimiento de su cabeza, llevando su propia mano al extraño reflejo en el espejo, comprendiendo que era él mismo quien se veía con sorpresa, de pie junto a Thanatos, quien en el espejo portaba su armadura, dándoles un aspecto que casi podría verse como si fuera un antiguo cuadro de una pareja.

— A mí sí…

Susurro en su oído al mismo tiempo que llevaba su mano a la suya, para besarla, restregándose poco después contra ella, todo ese tiempo sin perderse un detalle de la sorpresa de su consorte, quien bien podría estar portando su vestido de bodas, una idea que le divirtió, pero que no pronunciaría, no quería ganarse el enojo de su cangrejo espectral.

— Te ves hermoso...

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— ¿Dime que deseas que haga mi amor y lo hare?

Albafica tras pensarlo un poco, seguro que Minos le cumpliría su capricho, aunque lo encontrara absurdo, decidió confesar que extrañaba su vieja rutina, necesitaba seguir entrenando como antes, eso era algo que disfrutaba demasiado para poder dejarlo.

— Quiero entrenar como en el santuario, no me gusta ser un inútil, tampoco ser débil y si tú pudieras concederme este favor, yo te lo agradecería por siempre.

Esa petición era casi imposible de realizar, a menos que el propio Hades lo hiciera posible para él, ya que tendría que abandonar esa ala del castillo por una mucho mayor, una que pudiera albergar un cuarto como el que su amante deseaba, una sala de entrenamiento o tal vez, una protección que le permitiera caminar en alguno de los círculos a pesar de no haber consumido de la granada.

— Hare lo que pueda, pero antes de eso, te llevare a ver a Lugonis, tu padre está desesperado por verte.

Albafica también extrañaba demasiado a Lugonis, llevaba tanto tiempo sin verle que no quería esperar mucho más tiempo, pero antes de eso necesitaba agradecerle por su esfuerzo.

Buscar a su padre, llevarlo a él y darle mayor libertad, era más de lo que su poder podía permitirle o eso creía, ya que su amante le había negado su primera petición para buscar otra morada.

Todo porque él se lo pidió, para hacerlo feliz y tal vez, un pequeño sacrificio podría brindarle mucho más placer a su amante, quien hasta ese momentos se había comportado como todo un caballero, gentil, delicado, amable, lo que necesitaba consigo, pero que parecía no ser suficiente para Minos.

— Tal vez será mejor que te cambies…

Susurro Minos, creyendo que la ropa de Albafica era demasiado sencilla y debían cambiarla por alguna prenda parecida a la suya, que hablara de su importancia, de su poder, necesitaba enseñarle a Lugonis que su hijo estaba en buenas manos.

Porque de esa forma aceptaría que su rosa estuviera a su lado, porque no creía que Albafica se conformara con una sola visita, eso era imposible, y así no trataría de separarlos, preguntarle por sus aliados, ni mencionar que sus recuerdos por lo tanto, su amor por el hasta el momento, no eran más que una ilusión creada por el dios del sueño, basada en sus recuerdos en compañía del cangrejo.

— Esta ropa me gusta, es lo que Lugonis vestía cuando era el santo de piscis, yo no le veo ningún problema.

La sonrisa de Albafica era hermosa pensó Minos, llevando las puntas de sus dedos a su mejilla, preguntándose qué pasaría si sus recuerdos por alguna razón que no podría controlar, resurgían, convirtiendo cada uno de sus esfuerzos en una mentira, comprendiendo que él mismo, de estar en la misma posición que su rosa, si supiera que la persona que pensaba amar lo engaño para creerse un soldado enemigo, entregarse a él usando sus recuerdos, no podría soportarlo ni perdonarlo nunca.

— Pero antes de eso… me gustaría agradecer todos tus esfuerzos…

Susurro llevando sus labios a su oído, lamiéndolo poco después con la punta de su lengua, escuchando un gemido apagado y notando como su amante se estremecía con esa caricia.

— Yo…

Comenzó a pronunciar, pero de pronto se sintió demasiado cohibido, desviando la mirada sonrojándose tal vez a causa de lo que estaba a punto de pronunciar, cuando el calor se apodero de sus mejillas, dándose cuenta que no sabía que pronunciar, como decirle a Minos, que estaba listo para dar el siguiente pasó.

— Yo estoy listo para dar el siguiente paso…

Finalizo, dándole la espalda al juez, quien al principio se quedo con la boca abierta como si fuera un pescado, abriendo y cerrando su boca, sin encontrar ninguna palabra coherente que decir, sin entender de que le hablaba su rosa.

— No entiendo.

Dijo, era cierto, no entendía que estaba diciéndole su rosa, quien camino en dirección de su cama, tomando algo que no pudo ver, logrando que se sintiera un poco nervioso, tragando un poco de saliva al ver un lienzo de seda roja, uno de los muchos regalos que su rosa no había querido probarse.

— Quiero probar algo de esto contigo…

Susurro mostrándole un libro de grabados que Minos guardaba en otro de sus libreros con llave, preguntándose cómo era posible que su rosa pudiera abrir cerraduras sin esfuerzo alguno, diciéndose que tarde o temprano tendría que decirle su secreto.

— ¿Estás seguro?

Albafica asintió ruborizándose todavía más, estaba seguro que ello era lo que deseaba pero al mismo tiempo, no sabía cómo pedírselo, ni siquiera si sería agradable para él, pero necesitaba recompensarle por sus esfuerzos.

— No, pero quiero intentarlo…

Lo mejor siempre era ser sincero, pensó Albafica, esperando la respuesta de su amante, quien le arrebato el lazo de seda con rapidez, enredándola en sus manos primero, como si fuera una cuerda, un arma con la que podría ahorcarlo si se lo proponía.

— Después de probar este placer, Albafica, no querrás otra clase de caricias…

Casi juro, relamiéndose los labios con hambre, rodeando el cuello de Albafica con la seda, acercándolo a él para besarlo, ingresando su lengua dentro de su boca, escuchando su gemido, que era una mezcla de placer y temor, estremeciéndose cuando el juez llevo sus muñecas a su espalda.

— Puedo asegurártelo…

Volvió a pronunciar, amarrando las muñecas de Albafica con la seda, al mismo tiempo que lamia su cuello, esperando que su rosa disfrutara de aquellos placeres tanto como él, recostándolo en la cama, cuando lo inmovilizo con ella, esperando que su amante no destruyera la pieza roja de seda.

— Mi belleza, mi dulce rosa…

Albafica cayó en el colchón con sorpresa, tragando un poco de saliva, notando el ligero cambio en su amante, quien se veía un tanto diferente, demasiado sádico, como si esperara provocarle alguna clase de sufrimiento.

— No temas, no te hare daño.

Pronuncio entonces, cambiando su postura de nuevo, besando sus labios con delicadeza logrando que olvidara aquel sentimiento, que casi le parecía demasiado familiar, acompañado de un dolor y una humillación que le helaron la sangre.

— Lo sé…

Respondió, aunque no estaba seguro de saberlo realmente, recordándose en silencio que aquel que le hizo daño no fue Minos, sino el traidor santo de cáncer, cuyo nombre aun se le escapaba.

— Sólo intenta tranquilizarte, mi hermosa rosa con espinas, no te hare daño.

Aunque eso mismo era lo que deseaba, le recordó una voz que sonaba como la suya, la que ignoro inmediatamente, cerrando los ojos, sintiendo como Minos empezaba a desabrochar su ropa con demasiada delicadeza.

— A menos que me lo pidas.

Descubriendo la piel delicada de su belleza, la que no deseaba tocar por el momento, esperando que Albafica se sintiera nervioso, anticipando sus acciones, pensando que faltaba algo más, tal vez una venda que cubriera sus ojos y una mordaza en sus hermosos labios.

— Pero ya lo hiciste no es cierto mi hermosa rosa, me has pedido que te muestre esta clase de placer, pero descuida, te mostrare un nuevo mundo que nunca hubieras comprendido como un santo de Athena.

Minos termino de desnudarlo con lentitud, alejándose de Albafica para admirar el temor en su rostro, buscando las piezas que podrían funcionar para su primera experiencia con aquellos placeres, buscando un antifaz negro, una mordaza y un fuete de color negro.

— No temas, esto será muy agradable para ambos.

Albafica permitió que le pusieran un antifaz negro y una mordaza en sus labios, sin prestarle atención a su temor, el que le decía que no debía permitirlo, que él no lo deseaba, que Minos de Grifo podía hacerle mucho daño, un daño terrible.

El juez ignoro su aprensión, desnudándose con demasiada lentitud, acomodando su ropa con cuidado en una sillita junto a su cama, sentándose junto a él primero, recorriendo su pecho con el frio cuero negro.

Recibiendo un estremecimiento de Albafica, el cual gimió cuando el fuete choco contra su cadera, dejando una marca rojiza en su piel, relamiéndose los labios al ver como se retorcía en la cama.

Besando la marca, lamiendo su pecho poco después con lentitud al mismo tiempo que recorría la cintura de su rosa con el instrumento de piel negra, decidiendo con lentitud donde daría el siguiente golpe, optando por uno de sus pezones.

Albafica se encogió al sentir el dolor, gimiendo cuando los labios de Minos besaron su cuerpo, rodeando su pezón con sus labios jalándolo con los dientes, al mismo tiempo que comenzaba a acariciar su cadera con ambas manos, deteniéndolas en sus muslos para abrirlos con cuidado.

Su rosa estaba sonrojada, gimiendo a través de la mordaza, la cual estaba llenándose de saliva al mismo tiempo que su sexo empezaba a despertar con lentitud, recorriéndolo con cuidado, propinando otro golpe en su cadera y otro más en su costado.

Escuchando nuevos gemidos a través de su mordaza, retorciéndose en la cama, al mismo tiempo que Minos lo giraba en el colchón, para recorrer sus nalgas con sus manos, en ocasiones con demasiada fuerza, logrando que su rosa intentara romper la seda, pero se controlara para no hacerlo, mordiendo cada vez la tubular pieza de cuero entre sus labios.

Minos de pronto, sin ninguna clase de aviso azoto una de las nalgas de Albafica, después la otra, recibiendo varios gemidos como recompensa, los que eran una mescla de dolor y placer, los que deseaba escuchar con claridad, por lo que liberando sus labios de la mordaza, lo beso con hambre, al mismo tiempo que lanzaba el fuete fuera de la cama.

Su rosa respondió besando sus labios, sintiendo como las manos de Minos acariciaban sus nalgas con delicadeza, abriéndolo y cerrándolo al compás de sus besos, ingresando una lengua en su pequeña entrada, recibiendo más gemidos de su vocal amante.

Minos se alejo de Albafica para voltearlo de nuevo, abriendo sus muslos, quitándole el antifaz para que pudiera verlo, saber quién era el que le estaba dando ese placer, notando como sus orbes azules estaban fijos en él.

El juez se relamió los labios y con un fuerte empuje de su sexo se abrió paso en su cuerpo, cerrando los ojos cuando por fin sintió aquella calidez rodeándolo, acostumbrándolo a él.

Cuando vio que su rosa comenzaba a relajarse inicio sus empujes, el vaivén dentro de aquel cuerpo colmado de belleza, quien lo recibió con delicia, sus ojos fijos en los suyos, sus piernas rodeándole con fuerza, sus manos desesperadas por recorrer el cuerpo de su amante.

Minos volvió a besarle, introduciendo su lengua en su boca, luchando contra la de su amante, tomando el control de aquellas caricias, escuchando como Albafica se liberaba de la seda, desgarrándola con un solo movimiento, para rodear su cuello con sus brazos, aferrándose a él con la misma fuerza de sus gemidos.

Escondiendo su rostro en el cuello de Minos, quien acelero sus embistes cuando su rosa apretó sus piernas con ímpetu, permitiendo que lo poseyera, entregándose a él como nadie lo había hecho, haciendo que casi pudiera olvidar que su amante no recordaba su pasado.

El juez se vació en su amante, quien lo mancho a ellos con su semilla, encajando sus uñas en su espalda, dejando un mapa de líneas carmesís en ella, escuchando los gemidos de Minos, sus promesas de nunca dejarlo ir, de hacerlo suyo por siempre.

— Eres mío Albafica, di que eres mío.

Albafica respiraba con dificultad, recostado a su lado, tratando de recuperarse de aquel placer, ignorando el ardor en su cuerpo, gimiendo, siseando cuando Minos recorrió una de ellas, sintiéndose orgulloso por eso.

— Di que me perteneces…

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— Y de no prometer que te daría un poco de paz, querría tomarte en este preciso momento.

Manigoldo respondió a esas palabras destruyendo el espejo, dándose la vuelta poco después, a punto de quitarse esa blasfemia, pero siendo detenido por Thanatos, cuando una estrella negra de nuevo se dibujo en su frente, como en el puente cuando trato de hablar con Albafica.

— ¡Eres un maldito!

Pronuncio, moviéndose apenas unos centímetros, logrando que Thanatos sonriera más que molestarse, maravillándose con su fuerza de voluntad, la que pronto le pertenecería, dejando que se moviera cuando dio suficientes pasos en su dirección, retando a que tratara de dañarlo.

— Si eso quieres puedes renunciar a ella, yo no te estoy obligando a portarla... nunca te he forzado a nada que tu no quisieras hacer.

Manigoldo apretó el puño delante de su rostro por unos instantes, pero después lo bajo, aceptando aquel regalo con impotencia, todo era mejor que andar desnudo o con cualquier trapo que Thanatos hubiera ideado para él, al menos con esa monstruosa copia de su armadura podría alejarse de su dios.

— Podrás moverte a tu conveniencia, siempre y cuando tengas compañía, un espectro leal a mí que te vigilara, de todas formas, ya sabes que te sigue a cualquier parte, no es así mi dulce consorte.

Un enjambre de moscas ingreso en esa habitación como por una orden velada del dios de la muerte, Verónica había estado esperando ese momento con ansias, seguro que podría cobrar su promesa fuera de aquel castillo, en alguno de los círculos del inframundo, en donde Thanatos no podría protegerlo.

— Mi señor.

Algunos pensarían que permitirle a Verónica vigilar al consorte de Thanatos, era el equivalente a dejar a una zorra en un gallinero, sí la zorra fuera pequeña y la gallina muy grande, con demasiados dientes afilados.

— ¿Usaras a ese fenómeno como un chambelán?

Thanatos sonrió al ver la expresión de Verónica, quien estaba ofendido por su saludo y por ser subestimado por Manigoldo, pero al mismo tiempo recorría a su consorte de pies a cabeza, con un brillo de aprecio en sus ojos.

— Esa armadura te queda bien Manigoldo, te sienta mejor el negro, resalta el color de tu cabello y de tus ojos…

Thanatos le ordeno que se levantara, él por su parte estaba cansado de los círculos inferiores del inframundo, aquellos usados como cuartos de tormentos, necesitaba regresar a los campos elíseos y después de tomar una decisión, la cual contradecía las ordenes de Hades en persona, resolvió que ya no usarían más ese cuarto, sino su templo, en donde podría darle los lujos que su cangrejo agradecería, recordándose que era un guerrero y que una pocilga como esa no podría ser de su agrado.

— Verónica, de hoy en adelante obedecerás las órdenes de Manigoldo.

Susurro sin importarle la molestia de su leal espectro ni la sorpresa de su amante, cuya armadura resaltaba hermosamente el color de su piel, haciendo que las partes descubiertas de su cuerpo parecieran casi desnudas.

— Siempre y cuando no lo pongan en peligro.

Llegando a otra conclusión, hacerle una visita al patriarca del santuario, el humano sabría cómo llegar al testarudo corazón de su alumno, sí no quería que su eternidad a su lado fuera un tormento, porque él mucho mejor que Manigoldo, debía comprender cuál era el destino del tesoro que pulió bajo su cargo.

— ¿Qué hay de su hermano?

Pregunto Verónica, utilizando una postura femenina, retirando algunos mechones de su cabello dorado de su rostro, sonriéndole con coquetería al cangrejo, quien respondió a ese gesto, con un ademan muy poco amable.

— Yo me encargare de él, Minos o su veneno por otro lado… eso es lo que me preocupa.

Manigoldo dio algunos pasos en dirección de Thanatos, quien abrió un portal, dándole la espalda, siendo detenido por su consorte sujetándolo del brazo, el que seguía temiendo por la seguridad de su veneno, llenándolo de rencor, no por su fuego fatuo sino en contra de la rosa del jardín de Minos.

— Pero descuida, no recibirán ningún daño.

Le aseguro, ingresando en el portal, al mismo tiempo que Verónica sujetaba a Manigoldo de uno de sus brazos, advirtiendo que estaba a punto de pisar uno de los caminos de los dioses, en el cual no podría sobrevivir.

— Los perdonare, solo por tu bien Manigoldo, como una muestra de mi amor.

Pudo escuchar, haciendo que se preguntara si el dios hablaba en serio, si en verdad podría abandonar ese castillo, caminar por donde se le antojara, creyendo que debía buscar a su amigo, con esa armadura, podría liberarlo del inframundo.

— Thanatos realmente te ama.

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Minos dejo a su rosa en su habitación, estaba tan emocionado por ver a su padre, por que le permitiera salir de aquellos cuartos para que pudiera entrenar, comprender más de aquel mundo, pero dependiendo de él para mantenerlo seguro, que quiso compensarlo por ello.

Permitiéndole usar algunos cuantos instrumentos extra en su lecho, los que esta vez disfruto con la guía adecuada, brindándoles a los dos placer, ayudándole a acostumbrarse a ello, a esa nueva sensación en su lecho.

Su único temor era que debía solicitarle la libertad de su rosa a su señor, a su dios en persona, quien encontraría una forma segura para ayudarle a moverse en el inframundo, con la protección que él no podía darle.

Tal vez podría llevarlo a sus salones del juicio o crear un pasadizo que le llevara a un área en donde pudiera entrenar su cuerpo, mejorar sus habilidades y tal vez, crear algunas propias, que no tuvieran que ver con esa diosa débil.

Pero eso podría pasar solo si Hades le permitía realizar esos cambios, no lo veía tan difícil, sólo era cuestión de abrir una puerta a uno de los círculos del inframundo, el que fuera menos peligroso, cuyos habitantes fueran débiles o que su rosa pudiera destruir con facilidad.

Tal vez el de los suicidas o el de los orgullosos, esos pobres seres no eran tan peligrosos como para que su amante no pudiera destruirlos, y eran lo suficiente desagradables como para que no parecieran humanos.

Podría destruirlos una y otra vez, sin siquiera suponer que eran almas humanas, algunas de ellas tan insignificantes que nadie recordaba o tan antiguas que ya no eran más que monstruos.

El juez Minos de Grifo se detuvo enfrente del trono de Hades, hincándose inmediatamente, esperando que le permitiera pronunciar su nombre, mencionar su petición, esperando que su atrevimiento no fuera castigado.

— Has recorrido un camino muy largo para llegar a mi trono y cometido un atrevimiento muy grande al visitarme sin mi permiso, juez Minos de Grifo.

Minos se relamió los labios, tratando de encontrar las palabras adecuadas, las que nunca le habían fallado hasta ese momento, en el cual, su petición le parecía absurda, porque debería estar contento con su premio, disfrutarlo y nada más, sin embargo, quería que su rosa le correspondiera, necesitaba su amor.

— Es Albafica mi señor…

Intento pronunciar, notando que Hades abandonaba su trono, esta vez su esposa no estaba presente, haciendo que se preguntara cual era la razón de ello, los dos nunca podían separarse, a menos que lo que estaba a punto de pronunciar no pudiera escucharlo ella.

— ¿Acaso no estás contento con mi regalo?

Minos se levanto casi inmediatamente, levantando las manos como por reflejo, no deseaba que le quitaran a su premio, ni que le dañaran, pensando que tal vez ese fuera un error, visitar a su señor, preguntándose si acaso no debía arrepentirse en ese momento, pedir perdón a su dios Hades.

— No es eso, yo le agradezco su gentileza mi señor, pero es por él que me atrevo a venir a suplicar un nuevo favor.

El juez volvió a hincarse, posando sus ojos en el suelo marmoleado, negro como cada una de aquellas construcciones, sintiendo la mano de Hades en su hombro, en una clara invitación para que dejara aquella postura.

— Comprendo tus sentimientos Minos, cuando tienes la oportunidad de observar una belleza como esa, como mi esposa, no puedes más que desearle, pero cuando esa belleza va mucho más allá de su físico y te corresponde…

Hades guardo silencio para que pudiera pensar en lo que le había dicho, recordando la belleza de su esposa, lo mucho que la deseaba y lo feliz que fue cuando supo que también le deseaba.

— Tú te enamoras de aquella criatura… todos podemos caer en las garras de Eros, los dioses, los espectros, aun los santos, así que no temas, yo comprendo lo que sientes Minos y no puedo culparte por eso.

Minos pudo respirar por fin, acompañando a Hades, quien se recargo en un barandal, observando todos los círculos del infierno y mas allá de eso, tal era su poder que nadie podría imaginar hasta donde podría llegar, si acaso no fuera tan insensible así como apático.

— ¿Cuál es tu petición que piensas que no puedo cumplirla?

Minos guardo silencio por unos segundos, pero después sonrió comprendiendo que su petición sería cumplida, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, pero no importaba en realidad, Hades era un dios benigno, tan bondadoso que sólo quería proteger a sus espectros.

— Mi rosa se siente prisionera Lord Hades y me ha solicitado una forma de salir del cuarto, de la ilusión que usted creo para complacernos, me temo que su antigua vida sigue interponiéndose entre nosotros.

Hades observaba en ese momento el regalo de Thanatos a su consorte, quien había decidido escuchar el consejo de su esposa, mostrándose sensato por primera vez en mucho tiempo, casi desde su mera existencia, parecía que sin su hermano Hypnos susurrando en su oído, convenciéndolo de actuar en contra de su sentido común, el dios de la muerte podía ser juicioso para su forma de ser.

— Con la granada tu rosa podría caminar en los círculos del inframundo con demasiada facilidad, pero él se niega a consumirla y tú no quieres obligarlo, por lo que vienes a mí, para cumplir la promesa que tú realizaste a tu amante sin siquiera pensarlo, todo para hacerlo sentirse agradecido.

Hades no parecía molesto, sólo enumeraba los hechos sin mucho esfuerzo, Minos guardaba silencio, sin atreverse a interrumpirlo ni siquiera por un instante, su señor no apreciaba que eso sucediera.

— ¿Te sorprende que lo sepa?

Pregunto sin esperar una sola respuesta de los labios de su juez favorito, con quien había conversado en más de una ocasión, la primera de ellas cuando aún era humano y su esposa le traiciono, un acto que Minos de grifo no pudo perdonar, ya fuera cometido por la influencia de Poseidón o sin ella, de cuyo resultado de aquella unión blasfema se encargo con responsabilidad, realizando los actos necesarios para que una criatura como esa no desolara su reino, aunque nadie recordaba sus acciones de aquella forma.

— No deberías, ya sabes que yo lo veo todo, ni siquiera el propio Hypnos puede escapar de mi atención.

Aquello sorprendió a Minos, quien pensaba era Thanatos el traidor, el que actuaba a las espaldas de su señor sin ninguna clase de respeto, la clase de acto que debía ser castigado, empezando a comprender, la razón por la cual fue premiado con su cangrejo.

— En quien confías aunque no deberías hacerlo Minos, permitiendo que su memoria fuera modificada, encontrándote sin saberlo en una guerra contra el fantasma de un recuerdo, la cual me temo podrías perder, pero…

Esa advertencia logro que Minos sintiera pánico, comprendiendo entonces que no debió permitir que Hypnos tocara a su rosa, después de todo, él siempre actuaba para su propia conveniencia, aun procediendo en contra de su propio hermano.

— Pensando en eso, tengo dos regalos para ti, porque tu lealtad es inamovible y porque Hypnos ha colmado mi paciencia con su último engaño.

Del cual Minos aun no sabía nada, pero creía que su castigo sería ejemplar, preguntándose que podría haber hecho que todos los actos de su hermano, no se comparaban con ello.

— El primero de ellos… le concederé protección a tu rosa en el inframundo, nadie podrá dañarlo, ni siquiera los dioses gemelos…

El juez sonrió agradecido inclinándose para besar la mano de Hades como muestra de su gratitud, eso era lo que necesitaba, si su rosa era libre de acompañarle a sus salones del juicio o a los círculos del inframundo, ya no se sentiría atrapado en ese sitio, en realidad, hasta podría llevarlo a los campos elíseos sin que sufriera ningún daño al pasar por los portales.

— El segundo de ellos, cuando tu rosa recuerde su pasado, y lo hará, sí acaso no logra perdonar el tormento y la mentira a la que le sometiste, podrás usar una de las Flechas de Cupido, la única que existe en el inframundo, pero recuerda, utilízala sólo si tu rosa no te ama, no sí no se comporta como desearías que lo hiciera.

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Luco al escuchar las buenas noticias de los propios labios del juez Minos en persona, se apresuro a buscar a su hermano, quien desesperaba con cada segundo que pasaba, encontrándolo casi en el mismo lugar, sentado en compañía de Sage, el que se limitaba a rodear sus hombros con ambos brazos.

No quiso interrumpirlos, pero no tenía otra opción, no sabía cuánto tiempo tenía para prevenir a su hermano gemelo de no actuar en contra de los designios del juez Minos, ya que si bien decía que Albafica se encontraba a salvo, sus palabras fueron demasiado cripticas para poder entenderlas.

Carraspeo un poco para anunciar su presencia, esperando que el gran Sage tratara de atacarlo, tal vez que condenara sus acciones como el gran patriarca del extinto santuario de una diosa muerta, pero tal parecía, que el antiguo santo de cáncer, sufría tanto como su hermano, porque al verlo, lo único que hizo fue liberar a Lugonis, posando su mirada en el pasto moviéndose a causa de un viento imaginario.

Lugonis camino con rapidez cuando Luco sostuvo su muñeca, guiándolo a un sitio de aquellos campos que creyó podría ser seguro, libre de cualquier mirón, aun sus aliados, pero en especial uno de largo cabello blanco.

— Minos ha concedido tu petición, podrás ver a tu hijo, pero…

Su hermano por un momento temió cual era ese pero, porque Luco estaba tan nervioso, a menos que algo muy malo le hubiera pasado a su milagro, un acto que no podría perdonar o ignorar, que sería demasiado terrible para sus ojos.

— ¿Pero?

Luco respiro hondo, era en ese momento cuando le convencería de guardar silencio, de actuar con cautela, o su hermano jamás podría volver a ver a su hijo, quien le necesitaba a su lado, o al menos, su propio hermano debía decirle todo aquello que no pudo a causa de su deber, de su lealtad a su diosa, así podría tener algo de paz en esos campos que se suponían debían ser un paraíso.

— Dijo que Albafica lo amaba, que no intentaras alejarlos, que debías guardar respeto y que así, sí jurabas no interferir con su amor, te permitiría verlo.

Lugonis creía que su hijo sufría, las palabras de su gemelo eran de dolor, de una preocupación que podía helar su sangre, pero trataba de engañarlo, hacerle creer que Albafica estaba seguro, pero no era así, de eso estaba seguro.

— ¿Qué le han hecho?

Pregunto, abrazándose a sí mismo, mordiéndose el labio poco después, para tratar de ignorar el dolor de su corazón, de sus temores, aquellos que le decían que no estaba seguro, que ese juez no podría ser amable con su pobre milagro.

— No lo sé, no he podido verlo Lugonis, así que tal vez tu hijo se ha enamorado de Minos, es poderoso, sabio, hermoso a su manera, es la primera persona que ha podido tocar, eso no puede ignorarse con demasiada facilidad.

Eso era imposible, como podría enamorarse de un juez del inframundo, de una criatura que le pidió como esclavo, que le obligaba a permanecer con él, que seguramente le había hecho daño, sin importar los muchos dones que pudiera poseer, la lealtad y el orgullo de su hijo eran inamovibles.

— No creo que ese sea el caso.

Susurro más para sí, recordando el profundo afecto que poseía por Manigoldo, el mocoso que no tenía sentido de supervivencia e insistía en ingresar en los rosales, visitar a su hijo, para nombrarlo de formas un tanto ridículas, todo para verle sonreír, o eso era lo que pensaba el hombre de cabello rojo.

— Pero y si lo es, le pedirás que se aleje de Minos porque tuvo la mala suerte de ser un espectro, yo mismo lo soy hermano, sacrifique mi lealtad por el bienestar de mi alumno, tal vez, de alguna manera, el juez pudo enamorarlo.

Esa noción era absurda, pero, podría ser posible que Albafica se hubiera enamorado de Minos, aunque, no podría creerlo hasta no verlo con sus propios ojos, siendo muy difícil para él, que olvidara con tanta facilidad al joven alumno de Sage.

— No creo que tenga otra opción de todas formas Luco, necesito verlo, decirle cuanto lo amo.

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— Cualquiera estaría celoso de ti, Manigoldo, tienes demasiada suerte.

El no creía que por lo que había pasado hasta ese momento fuera suerte, ni siquiera sabía cómo llamarlo, sólo que Verónica trataba de convencerlo de aceptar esa mentira, Thanatos no le amaba, sólo estaba obsesionado de él, quería humillarlo, destruirlo, nada más.

— Yo no le llamaría de esa forma.

Pronuncio Manigoldo, apretando los puños a su costado, su orgullo casi destruido por aquella nueva armadura, por haber comido de aquella bandeja, ignorando que esa delicia fue construida por Thanatos, que al comerla le estaba dando un pequeño e insignificante placer, como aquella armadura negra.

— ¿Cómo lo llamarías?

Pregunto Verónica acercándose al cangrejo, quien seguía observando su armadura con demasiada aprensión, ignorando como el espejo se volvía a formar sin la presencia de Thanatos en aquella habitación, una de las características de ese castillo.

— Esto es una pesadilla… eso es lo que es, y sé que no podre despertar nunca.

La imagen que le veía en el espejo era la de un espectro, ni siquiera su maestro podría reconocerlo, él ya no podría reconocerse, relamiéndose los labios cuando Verónica se acerco a él, colocando sus manos en el cuerpo de Manigoldo, recargándose con algo de afecto sobre él, acariciando su mejilla con la punta de su dedo índice.

— Yo lo llamaría un sueño erótico Manigoldo, eres el amante de un dios, uno que jamás había sentido deseo, que te considera como un tesoro, algo digno para cuidar y poseer, un guerrero, puesto que te ha dado esa armadura.

Manigoldo no empujo a Verónica, quien guio su rostro en dirección del espejo, esperando que se admirara en el, riéndose cuando desvió la mirada con asco, alejándose algunos cuantos pasos del espejo.

— Y tú piensas que esto es una pesadilla, yo no lo llamaría de aquella forma…

Verónica le dio la espalda al reflejo del espejo, cruzando sus brazos delante de su pecho con demasiada delicadeza, riéndose de la desesperación de Manigoldo, quien dio varios pasos largos, tratando de alejarse de los tres.

— Yo digo que deberías estar agradecido, esto no es otra cosa más que un sueño hecho realidad.

Manigoldo no estaba dispuesto a escuchar aquellas mentiras, lo único que deseaba era recuperar algo de normalidad, de su vieja vida, necesitaba ver una cara amiga, quería ver a su maestro, el era el único que podía comprenderlo.

— Pero si quieres un consejo, sería esté dulzura…

Verónica se detuvo a su lado, dibujando un corazón sobre su pecho, frunciendo sus labios en algo parecido a una sonrisa, como si recordara el pasado, uno que seguía fresco en su memoria.

— Mientras más rechaces a Thanatos más te deseara, pero si le das lo que desea, tarde o temprano, te dejara ir, serás libre como yo, como Leuca y como cada una de sus ninfas.

Sí se rendía, entonces Thanatos lo dejaría solo, pero si lo hacía, que caso tuvo pasar por toda esa pesadilla si se convertiría en una de esas criaturas de ojos muertos, sin alma ni esperanza, de que sirvió sobrevivir en su aldea, entrenar como lo hizo, de que serviría su honor, de nada, convirtiéndolo únicamente en una cortesana.

— Ustedes no son libres, están atrapados en el inframundo, son sus juguetes y yo no seré eso, no me destruirá, no me usara como un juguete.

Verónica se río de forma escandalosa cubriendo su boca, mirándolo casi como si fuera un niño pequeño realizando un berrinche completamente irracional, casi como si le tuviera lastima, un sentimiento que le dio nauseas a Manigoldo.

— Pero ya te usa a su antojo Manigoldo, porque no obtener algo a cambio por ello, además, tú eres especial para él, Thanatos nunca había caído presa de los placeres de la carne y por lo que he logrado ver no ha tenido suficiente de ti, le gustas demasiado.

Para Manigoldo aquello no era más que una muestra de su lujuria, comprendiendo tal vez que nunca lo dejaría marcharse y que en toda su vida, nunca había sufrido una angustia semejante, tanto dolor, tanta desesperación, que de momento creía que perdería el juicio, que se volvería irremediablemente loco.

— Así que… es cierto, nunca podre marcharme.

Verónica ignorando su dolor se detuvo a sus espaldas, rodeándolo con sus brazos a la altura del cuello como si tratara de consolarlo, recargando su frente contra su espalda, ellos tenían una estatura parecida, así como un físico casi idéntico, lo único que los diferenciaba era su femineidad y la masculinidad del consorte de la muerte.

— Pero no deberías estar tan triste, eres el amado de la muerte y esta siempre va a cuidar de ti.

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Albafica trato de mantener la calma memorizando cada uno de los símbolos que Minos utilizaba en las puertas, los que trato de mantener ocultos de su mirada, pero no pudo, provocando que su rosa sintiera curiosidad, diciéndose en silencio que cuando pudiera les buscaría en la biblioteca de su amante.

Su sexto sentido se lo indicaba, aquellos túneles, esos símbolos, todo eso era de suma importancia para poder escapar de aquel infierno, si algún día deseaba hacerlo, porque de aquella manera los espectros podían ir y venir dentro del inframundo, con ayuda de aquellos portales con luces que le recordaban algo importante, pero que no podía terminar de pronunciar.

Al pisar los campos elíseos Albafica vio toda aquella belleza con un dejo de disgusto, era de día pero el sol no existía, el pasto se movía cadencioso pero no existía ninguna clase de viento, las flores eran exactamente iguales, hermosas, pero falsas.

Como todo lo creado en el inframundo, haciendo que recordara lo que Minos le dijo, que Thanatos, el dios de la muerte, aquella entidad que odiaba tanto, se llevaría a cáncer a ese sitio, como si quisiera cambiar su prisión, pensó repentinamente, sacudiendo su cabeza para borrar esos pensamientos, él era un traidor, no tenía porque preocuparse por él.

— Este lugar es hermoso, no es así, Albafica…

El juez al ver que estaba demasiado absorto en sus pensamientos creyó que se debía a la belleza de aquellos campos, no por un temor que comenzaba a comerse su corazón, sin importar sus recuerdos, sin que pudiera pronunciar el nombre de aquel que necesitaba, el que no era Minos, a pesar de lo mucho que le amaba.

— Lugonis esta esperándote Albafica, sígueme…

Pronuncio tomándolo de la mano, un acto que no pudo pasar desapercibido por otra alma, una de cabello blanco, demasiado largo para ser un guerrero, el que inmediatamente noto que había un cambio en el guerrero de la rosa, preguntándose que había pasado para que sus ojos hubieran cambiado tanto, ya no brillaran como antes, creyendo que algo más que la brutalidad de sus captores era lo que ocurrió con él.

— Albafica…

El guerrero ignoro aquella mirada comenzando a sentirse demasiado nervioso repentinamente, sin saber cuál sería la reacción de su padre, si acaso aceptaría su relación con el juez Minos de grifo.

No tuvo que esperar demasiado para saber lo que su padre haría una vez que le viera caminando en los campos elíseos, porque repentinamente, una persona se acerco a él abrazándolo como siempre quiso hacer, con tanto afecto, tanto amor, que le hizo olvidar sus temores.

El cambio no paso desapercibido ante los ojos de Lugonis, como todo buen padre amoroso noto que su hijo era diferente, aquel hermoso brillo en sus ojos era más opaco, su sonrisa estaba cargada de tristeza, pero por fin podía verle, rodeando sus hombros con cariño.

— Mi pequeño milagro…

Pronuncio entre lágrimas, sintiendo como Albafica se aferraba a su cuerpo, llorando de la misma forma, todo ese tiempo ajeno a la ligera molestia del juez Minos de grifo, quien comenzaba a sentir celos de un amor tan puro, aunque solo fueran padre e hijo.

— Te he extrañado tanto, no tienes una idea de lo preocupado que estaba por ustedes dos…

Albafica se alejo un poco de su padre, preguntándose cuál era la razón de su temor, por cuales dos se preocupaba, pero inmediatamente Luco le hizo una seña a su hermano para que guardara silencio, una orden que debía obedecer.

— ¿De cuales dos hablas? ¿Quién más está aquí?

Pero ya era tarde, su atención estaba fija en sus palabras, preguntándose por quien mas temía su padre, quien era una buena persona y siempre se preocupo por los demás, ignorando la molestia de Minos, quien le había advertido a Luco sobre eso, diciéndole que debía ser respetuoso, suponiendo que así eran todos los santos de Athena, nunca comprendían cuando guardar silencio.

— Ya debes saber que Manigoldo está aquí…

A Lugonis no le importaba el castigo que recibiría del juez Minos en persona, su hijo debía comprender que estaba pasando, recuperar el brillo de sus ojos, pero parecía que fue un error, porque su milagro enfureció repentinamente al solo recordar el daño que le hizo, como los traiciono entregándose al dios de la muerte, convirtiéndose en una sucia ramera después de abusar de su confianza y respeto.

— ¡El sólo es un asqueroso traidor y espero que su dolor no tenga fin!

Aquella respuesta complació a Minos, quien perdono la necedad del santo de piscis, después de todo, no podía dañar las almas de los campos elíseos, y al mismo tiempo, esas palabras, aquella crueldad, lleno de horror a Lugonis, quien llevo una mano a la mejilla de su hijo, preguntándose si acaso eran ciertas sus palabras.

— ¿Qué te han hecho?

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Hola de nuevo.

Regreso con la misma pregunta de siempre, aunque la balanza se inclina más a favor de que los espectros obtengan a sus premios para sí, aunque por muy poco en realidad, aunque estoy segura que los espectros lograran ver algunos de sus errores, lo que está por verse es sí no han pasado por demasiado dolor para poder perdonar lo que hicieron contra ellos…

¿Los santos sabrán o podrán perdonar lo que les han hecho? ” ¿Sus acciones serán imperdonables para los dos santos?

Por lo que, de nuevo… aunque parezca disco rayado:

¿A quién le gustaría que los espectros terminen seduciendo, convenciendo, obligando, o quedándose a sus premios?


Por el momento me despido, muchas, muchas, gracias.

Bye.

Seiken.

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