Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Inframundo por Seiken

[Reviews - 200]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

Avisos: Esta historia contiene Slash, yaoi, m/m, está basada en El Lienzo Perdido y en el inframundo de Saint Seiya Saga de Hades. Contiene las parejas Minos/Albafica, Thanatos/Manigoldo, Manigoldo/Albafica. Tendrá escenas de violación, sadomasoquismo y relaciones entre dos hombres.

Resumen: Hades se ha llevado la victoria y es el momento de recompensar a sus leales espectros. Minos y Thanatos desean al guerrero que los humillo como su esclavo y de ahora en adelante, Manigoldo y Albafica atravesaran un calvario que no parece tener fin. Minos/Albafica Thanatos/Manigoldo Manigoldo/Albafica

Inframundo.

Capítulo 31

Odio.

— ¿Yo me preguntaría cual vida vale más, el encierro y la eterna soledad o la compañía de un amante con todos los lujos que tu le has dado?

Aquellas fueron las últimas palabras de Radamanthys, antes de que lo dejara solo, en compañía de sus fantasmas y de su propia desesperación.

— El me odiara…

Pronuncio Minos en el puente que daba al invernadero de su rosa, aquel cuarto que fue construido únicamente para él, para que pudiera disfrutar del sol y de un paisaje ajeno al inframundo.

— No puedo dejar que eso pase…

Minos había escuchado el consejo de su hermano y comprendido a medias sus palabras, sabía que los recuerdos de su amante tarde o temprano regresarían, el propio Hades lo predijo, pero aun así le temía a enfrentarse al odio de su rosa, quien no podría perdonarlo cuando recordara lo que hizo, como torció sus memorias y como dejo que casi matara al cangrejo.

Una traición compartida, porque Thanatos esperaba que eso ocurriera, que su hermano actuara en contra suya, dándose cuenta en ese momento que Hades tenia razón, los dioses gemelos lo habían utilizado, sus instintos se estaban perdiendo, todo por culpa de su obsesión por la belleza de su amante.

La que no abandonaría de ninguna forma, mucho menos, después de aquel maravilloso año en su compañía, la que le hizo ver su verdadero valor, uno que iba mas allá de su belleza pensó dando el paso que faltaba, esperando encontrar los brazos de Albafica rodeándolo como las últimas ocasiones, no un puño impactándose contra su barbilla.

Minos retrocedió un solo paso, aterrado con la perspectiva de que su rosa hubiera recordado su pasado, pero se dijo a si mismo que su ataque sería por mucho mayor si eso pasaba, por lo cual, no entendió ese recibimiento tan agresivo.

— ¿Por qué no me lo dijiste?

Pregunto sujetándolo del cuello de su ropa, estaba furioso y un tanto preocupado, Minos como por reflejo elevo sus hilos, unos que fueron contrarrestados cuando Albafica se apodero de sus labios, llamando su atención inmediatamente a la fruta que cargaba en su mano derecha.

— ¿Qué le prometiste a Hades para darme este regalo?

Minos le arrebato la granada, ese fruto era el único que alguna vez podrían tener y no quería que por algún accidente fuera destruido, por lo que poniéndola a buen resguardo supuso que era momento de contrarrestar esa pregunta con otra más.

— ¿Por qué no me dijiste que Radamanthys te ha estado visitando Albafica?

Su rosa sonrió, no estaba dispuesto a mentirle, no creía que hubiera alguna razón para decirle que eso no era cierto, después de todo, solo hablaban de tonterías y fue él quien le advirtió del peligro en que estaba su amante, uno que deseaba mentirle.

— Pensé que lo sabías, que después de mi pasado sabrías que no me gusta la soledad y ese sujeto es muy interesante…

Minos sintió celos de su propio hermano, pero inmediatamente los olvido cuando Albafica volvió a acercar la fruta que su juez alejo de su persona, usando las raíces de las rosas del inframundo, aquellas que no portaban veneno, porque no deseaba lastimar a su amante.

— Aunque no tanto como tu…

Minos al ver que de nuevo traía la granada, y que la trataba con excesivo cuidado supuso que no deseaba destruirla, pero tampoco alimentarse de ella, de lo contrario ya lo habría hecho.

— ¿Qué le prometiste a Hades?

Repitió la pregunta, esperando que esta vez Minos quisiera decirle la verdad, quien respirando hondo, ignorando las raíces y el peligro de la granada supuso que lo mejor era responderle.

— Que jurarías lealtad por él, que te alimentarias de la granada y que tú eras por mucho más poderoso que el cangrejo, porque solo existe una estrella negra sin dueño, sólo uno de ustedes permanecerá aquí, el otro, cuando termine la guerra se marchara.

Albafica jadeo al escuchar esa respuesta, recordando la armadura negra que portaba cáncer, la estrella en su frente cuando lo protegió Thanatos, hubiera supuesto que para ese momento, Manigoldo ya habría jurado lealtad a Hades.

— Sí no lo haces, mi buen juicio y mi lealtad por él, estará en entre dicho, porque te he dejado leer mis libros, pasearte en los círculos del inframundo, aun he logrado que Hades te de inmunidad, pero en cambio tú no te has entregado a nosotros, ni a mí, de ninguna manera que le haga pensar que estas dispuesto a olvidarte de tu diosa.

El santo de piscis no supo que responder, no estaba listo para abandonar a su diosa ni para comer de la granada, su amante debía saberlo, aun así no era justo que Minos pagara por su indecisión, una que no sabía cómo podría ser castigada.

— Tú sabes que te amo…

Pronuncio tratando de llegar a Minos, recorrer su mejilla con las puntas de sus manos, pero su juez no lo permitió, alejándose unos cuantos pasos, aparentemente molesto, defraudado por su indecisión.

— Pero no lo suficiente para realizar cualquiera de esos sacrificios, no como cáncer lo ha hecho con Thanatos.

Ese nombre logro que Albafica tuviera la respuesta que esperaba porque de un momento a otro, su amante le dio la espalda, alejándose unos cuantos pasos, guardándose sus comentarios, pero no su oído por el cangrejo.

— Yo no soy un traidor…

Minos en ese momento supo que si le dejaba recordar su pasado, su negativa de consumir la granada solo se volvería mucho mayor, tampoco querría portar la armadura negra, mucho menos jurar lealtad por su dios, así que lo mejor era esperar, aunque eso solo le ocasionaría más problemas en el futuro cuando, si por alguna desafortunada casualidad lograba recordar sin su ayuda.

— Lo único que me consuela es que Thanatos no dejara que cáncer jure lealtad por Hades, eso sería dejarle libre de su protección y él es un dios posesivo.

Albafica de nuevo le observo, tratando de comprender la razón de aquella declaración, porque Thanatos no dejaría que cáncer jurara lealtad, como si creyera que de hacerlo perdería su poder sobre ese traidor, tal vez era ese el caso, al no necesitarlo, buscaría la forma de hacerse con un poder mucho mayor o tal vez utilizaría su armadura para buscar aquello que nunca tuvo en vida, cumplir su promesa de bañarse con la sangre de Minos, dándole la espalda al dios que lo había cobijado hasta entonces.

— ¿Estas molesto conmigo?

Pregunto su rosa, esperando escuchar la respuesta del juez, seguro de que si lo estaría, Minos sopeso su posible respuesta en ese momento, si debía serle sincero o esconderle sus verdaderos pensamientos, optando por lo segundo, sonriéndole como si no le preocuparan sus recuerdos o su renuencia a comer de la granada.

— No, no lo estoy, se que solo necesitas tiempo para comprender que tu vida en el santuario era un pequeño infierno, mucho peor que este.

En eso tenia razón, odiaba la soledad, el aroma de las rosas que se lo recordaba y la idea de permanecer alejado de sus semejantes por el resto de su vida, pero aun así creía que existía un motivo para ello, que la humanidad no tenía la culpa de su dolor, menos su diosa, quien aun en ese momento le brindaba su calor.

— Que tarde o temprano comerás la granada, porque esa sería una prueba de tu amor por mí.

Minos pronuncio, acariciando su mejilla para besar sus labios poco después, sintiendo como su rosa respondía con deseo a sus caricias, llevando sus manos a sus hombros, gimiendo cuando introdujo su lengua en su boca.

— Por eso seré paciente, porque sé que me amas.

Albafica le sonrió silenciándolo con otro beso, llevando esta vez sus manos al cuello de Minos, quien rodeo su cintura pegándolo a su cuerpo, desamarrando el lienzo que rodeaba su cintura, para después quitarle su camisa, descubriendo su cuerpo, uno que aun después de todos sus juegos y placeres, lucia inmaculado.

— Pero tendrás que compensarme por ello…

Susurro lamiendo su oreja, sonriendo al ver como asentía dándole la espalda para recargarse con los ojos cerrados contra uno de los ventanales, esperando porque su juez iniciara con sus placeres.

— ¿Tan ansioso estas por el beso del látigo mi querida rosa?

Albafica no tuvo tiempo de responder, porque inmediatamente sintió el lacerante beso del látigo formado por varios de los hilos del juez Minos de grifo, gimiendo cuando su piel se corto, esperando recibir poco después un beso o una caricia, la ternura de su amante, quien lamio la sangre derramada con deleite.

— Descuida, te daré lo que necesitas.

Minos con un movimiento de sus manos, usando sus hilos por primera vez en todo ese año, sujeto a su amante de las muñecas, con suficiente fuerza para dejarlo quieto, pero no tanta para cortar su piel.

Albafica se revolvió ligeramente, un recuerdo, un sentimiento borroso le indicaba que debía soltarse, dándole la apariencia de un pescadillo tratando de liberarse de un anzuelo, una imagen que su amante encontró demasiado erótica para darse cuenta de su desagrado.

— Te vez tan hermoso rodeado por mis hilos.

Pronuncio antes de azotarlo una vez, esta ocasión en la cadera, cortándolo con sus hilos, alimentándose de la sangre que manaba de su herida, la que fue seguida de varias mas, todas ellas veneradas por su amante, quien limpio la sangre con sus dedos y su lengua, deteniéndose cuando una quinta, corto su espalda, escuchando esta vez un quejido de dolor que no tenía nada que ver con el placer.

Albafica no sabía que hacía que esta ocasión fuera demasiado, que diferenciaba a los hilos de los demás juguetes, pero en ese momento en vez de sentirse excitado, sintió temor, como si su juez estuviera a punto de hacerle daño, uno del cual no podría recuperarse.

Minos lo dejo pisar el suelo entonces, recorriendo las heridas en su espalda, dedicándole la misma delicadeza que lo volvía loco, besando cada uno de sus músculos, para después apoderarse de sus labios, dejando que probara el sabor de su propia sangre, liberándolo cuando aquel sentimiento se perdió en sus recuerdos.

Albafica se recargo entonces en sus hombros, notando como Minos se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo, en medio de los ventanales y de la luz que entraba por estos, recibiendo su beso con agrado, así como rodeaba su cintura con sus manos, recibiendo un siseo cuando uno de sus dedos toco una de las marcas en su espalda.

— Dime que me amas, que eres mío…

Casi le suplico, recibiendo la misma respuesta que siempre le daba, él era suyo y lo amaba, pero no estaba dispuesto a comer de la granada del inframundo, aun no, por lo cual, mordisqueando el labio de Minos, esperando recuperar su lujuriosa atención, guardo silencio por unos instantes.

— Lo soy, soy tuyo, no de nadie más.

Minos acepto esa respuesta y comenzó a lamer el pecho de su rosa, recostándolo en el suelo para poder liberarlo de las prendas que aun le impedían recorrer su delicada piel desnuda con sus manos.

— Lo eres, mi rosa, tú lo eres…

Albafica estaba acostumbrado a sentir dolor, era una sensación que siempre estaba presente en la cama de su amante, quien al liberarlo de su ultima prenda, una de sus sandalias, beso la punta de su pie, chupando cada uno de sus dedos, moviendo su lengua entre ellos, logrando que su rosa se retorciera ligeramente.

Abandonándolo poco después para darle la misma clase de tratamiento a su hermano, recibiendo mas gemidos de su rosa, quien se levanto para tomarlo de su largo cabello, jalándolo en su dirección para besarlo, empujando su sexo contra el suyo, ese día se sentía especialmente necesitado de caricias tiernas, besos, la clase de mimos que su juez casi nunca usaba.

— Minos, por favor…

Minos sabía que cuando usaba ese tono de voz su rosa no estaba dispuesta a seguir sus órdenes, tampoco a actuar más de sus fantasías, sino que por el contrario, quería que lo poseyera con calma, con delicadeza, de una forma casi aburrida si su belleza no fuera tan impactante.

— Lo sé, mi rosa, lo sé…

Susurro siguiendo un camino en dirección de su ingle con caricias delicadas, acompañadas de besos y de vez en cuando alguna mordida, recibiendo como recompensa los gemidos de su rosa, quien poco a poco dejo ir su cabello, mordiéndose el labio cuando Minos llego a una de sus tetillas, mordisqueándola con fuerza suficiente para que se pusiera roja, imitando sus movimientos en su hermana, al mismo tiempo que una de sus manos acariciaba su entrepierna.

Albafica movía sus caderas de arriba abajo, restregándose contra su mano al sentir como sus dedos de pronto, dibujaban piruetas en sus testículos y de nuevo, su otra mano rodeaba su sexo, en un movimiento que comenzaba a volverlo loco de placer.

Su rosa de pronto pensó en una idea, creyendo que ya era momento de que el también participara activamente en sus placeres, empujando a su juez contra el piso, quien le observo con curiosidad al ver como gateaba en su dirección, sentándose en sus muslos.

— ¿Puedo?

Pregunto, pero no le dejo responder aquella pregunta, porque casi inmediatamente sintió como la lengua de su rosa lamia su vientre, primero su ombligo para viajar cada vez más abajo, abriendo ligeramente sus piernas para acomodarse un poco mejor.

Albafica se detuvo en el acto, dibujando pequeños círculos en el vello blanco que rodeaba su sexo, relamiéndose los labios antes de colocar una serie de besos a lo largo, escuchando sus jadeos, sintiendo ligeros estremecimientos, los que eran provocados por sus dedos juguetones.

Minos se recargo en el suelo, permitiendo que la lengua de su rosa recorriera su sexo acompañada de sus manos, jadeando con mayor fuerza cuando de pronto, su boca lo engullo, rodeándolo con su humedad y aquel calor que lo enloquecía en sus besos.

Su rosa estaba dándole placer con su boca, por su propia voluntad, se dijo en silencio, permitiendo que le brindara placer, jadeando y gimiendo, pero cuando sintió que las manos de su rosa iban mucho mas allá de su sexo, decidió que ya era suficiente, cambiando su postura de pronto, recostando a su rosa con una sonrisa lobuna, la misma clase de mueca que uso en Rodorio.

— Eres una rosa muy traviesa, Albafica…

Susurro besando sus labios con hambre, llevando su mano derecha a su sexo, el cual estaba bastante despierto, empujando contra su cuerpo, al mismo tiempo que la izquierda empujaba uno de sus muslos, para hacerse espacio entre las piernas de su amante, quien estaba a punto de quejarse si no lo hubiera poseído con un movimiento rápido, con un ligero empujón que recibió el gritito de placer esperado.

— Tan, tan traviesa…

Albafica al sentir como el miembro de Minos se hacía paso entre sus piernas se aferro a su espalda, marcándolo con sus uñas, para después lamer su oreja, escuchando los jadeos entrecortados de su juez, sintiendo como se apoderaba de sus entrañas, brindándole placer con sus manos, las que rodearon su sexo para que pudiera vaciarse entre ellos.

Minos se separo de su rosa cuando esta se vació en su mano, dándole la vuelta para poder admirar sus marcas nuevas, las que pronto serian borradas, puesto que no le gustaba que su belleza fuera destruida por nada, ni siquiera sus propias manos.

Ingresando en su cuerpo otra vez, abrazando uno de sus muslos para abrir sus piernas, colocando su rodilla en su hombro, empujándose con fuerza para recibir más de esos deliciosos gemidos, los que se mesclaban con el dolor y algunos siseos de su rosa cuando recorría las marcas rojas de su espalda con sus dedos.

Derramándose en su interior con un último jadeo que fue acompañado de un gemido, derribándose en su rosa, apoyando su frente en una de las marcas, la que aun sangraba, manchándolo con su preciosa sangre, tan roja como los pétalos de sus rosas.

Albafica respiraba entre jadeos, apenas recuperándose de su orgasmo, gimiendo cuando de vez en cuando su amante recorría su espalda con la lengua, quien seguía casi vestido, puesto que no se quito más que lo necesario para yacer en sus brazos.

Al verlo casi inconsciente Minos lo cargo con delicadeza, llevándolo en dirección de su alcoba, no a su cama sino a su bañera, colocando con demasiado cuidado a su belleza en el agua caliente, para después seguirlo una vez que se hubiera desnudado, disfrutando del calor, de las burbujas y del rosado del agua alrededor de la espalda de su amante.

Albafica se recargo contra su pecho, sintiendo como el agua lavaba sus heridas, cerrando los ojos para quedarse completamente dormido poco después, todo ese tiempo sintiendo las manos de Minos, en sus piernas, en sus brazos, aun en su cabello, pequeñas caricias que para él lo eran todo, por las cuales permitía que su amante realizara sus extraños juegos de dormitorio.

Minos poco tiempo después salió del agua dejando a Albafica en la tina aun dormido, seguro de que Leuca curaría la espalda de su rosa, dirigiéndose a su estudio para leer uno de sus tratados, el único que no permitió que su amante leyera hasta el momento, en donde él mismo describía su obsesión por la belleza, por sus múltiples amantes a través de los siglos, en donde describía lo maravillado que estaba con su rosa, con su fortaleza y con su espíritu, pero más aun con su hermosura.

Albafica despertó solo en la bañera, rodeando sus rodillas al ver que su juez no espero por él ni lo despertó para que pudieran dormir juntos, levantándose con lentitud caminando en dirección de un espejo de cuerpo entero, observándose en este con detenimiento.

Las heridas que portaba eran diferentes a las anteriores, estas le hacían recordar algo, pero no estaba muy seguro de que era en realidad, llevando las puntas de sus dedos a sus muñecas, preguntándose por unos segundos si acaso estaban rotas, pero negando aquello con un movimiento de la cabeza, no había forma alguna en que pudieran estar rotas.

Regresando a su habitación, recostándose en la cama para abrazar una de las almohadas, recordando una ocasión, la primera en que durmió en los brazos de su amado, que lo lleno de gozo, una sensación tan sublime que por ella estaba dispuesto a realizar todos los deseos de su amado juez, quien seguramente estaba molesto porque no comió de la granada, quien no le había dado más que amor, complacido de todas las formas posibles.

Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo- Inframundo

— Tú eres la más cercana al dios Hades.

Ella se río amargamente, lo era, siempre y cuando Persephone no despertara, cuando lo hacía, a ella la expulsaban, siempre era lo mismo, ni siquiera sabía porque se esforzaba tanto para despertar a su hermano, si le pagaba de aquella forma tan cruel.

— ¿Ha que has venido?

Pregunto de nuevo, girándose, esperando su respuesta, Shion se descubrió la cabeza, respirando hondo, si ella no tenía alguna pista que le indicara que paso en el santuario, nadie podría darle las respuestas que necesitaba.

— Tengo que saber que paso durante nuestra derrota, Pandora...

Ella asintió, alejándose del espejo con modales refinados, caminando lentamente en su dirección, rodeándolo con algo de curiosidad pero más bien con desprecio, Shion no le prestó atención, permaneciendo inmóvil ante el escrutinio de la mujer de cabello negro.

— Pasaron muchas cosas el día de su derrota, tendrás que ser mucho más específico.

Shion creyó que no tenía las respuestas que necesitaba o que no quería compartirlas, y por un momento estuvo a punto de marcharse, pero recordando las enseñanzas de su maestro, en especial aquellas acerca de la importancia de la paciencia, aguardo por lo que Pandora tuviera que decirle.

— El templo de cáncer ha sido destruido, fue Hades quien lo hizo.

Ella al principio pareció no creerle, sin embargo, repentinamente comenzó a reírse en voz alta, llevando sus manos a la cintura, encontrando sumamente divertida aquella información, logrando que Shion comenzara a perder su compostura.

— ¿Qué es tan gracioso?

Pandora detuvo su risa de pronto, cruzando sus brazos delante de su pecho relamiendo sus labios, ella lo había visto todo durante la ceremonia, pero nunca creyó que aquellos santos pudieran rendirse tan pronto, mucho menos el de cáncer, cuyo maestro no era otro que el mismísimo patriarca.

— Nada, al menos para ti, lo que te diré no será gracioso en lo más mínimo, pero para mí, aunque estoy encerrada en este castillo, me alegra saber que mi hermano ha logrado otra pequeña derrota sobre su diosa.

Shion entrecerró los ojos ligeramente, apretando los labios así como sus puños a la altura de su costado, notando como Pandora, aquella que se suponía era la más cercana al dios Hades, de nuevo le daba la espalda, moviéndose con delicadeza, casi como si estuviera demasiada contenta para contenerse, aunque lo hacía, tal vez temiendo a su represalia.

— ¿No me preguntaras que es esto que me ha puesto tan contenta?

El santo de cabello verde, el joven lemuriano que había dejado atrás su puesto como patriarca para buscar respuestas, no repitió su pregunta, no le veía caso a jugar el papel que Pandora le exigía, considerando desagradable su actitud y su alegría, el poco respeto que demostraba por uno de sus oponentes, uno que podría matarla con demasiada facilidad.

— Aunque te lo pregunte, si no quieres compartirlo, no lo dirás…

Ella frunció el seño cuando el santo de Aries no realizo la pregunta que esperaba, preguntándose si estaba dispuesta a brindarle información, traicionar a su hermano que la abandono en ese castillo, solo por el placer de causarle dolor a uno de sus enemigos, porque a fin de cuentas, no podría ayudarles aunque lo intentara.

— Ustedes son tan aburridos.

Shion al escuchar esas palabras le dio la espalda, a punto de alejarse, pero sintió como una de las manos de aquella mujer de cabello negro se detenía en su brazo, con demasiada fuerza para su frágil apariencia, logrando que se detuviera por unos instantes.

— Pensé que deseabas saber lo que pasaba con esos santos de cabello azul, el que es tan hermoso como las rosas que usa como armas y aquel que puede caminar en el Yomotsu.

Al ver que Shion se detenía en el acto, Pandora camino varios pasos para detenerse delante del hombre de cabello verde, esperando ver como la desesperación se iba comiendo su corazón, pero el santo de Aries era experto en ocultar sus sentimientos, había tenido demasiados años para poder lograrlo, así como una búsqueda que hasta ese momento parecía no tener sentido.

— ¿Cuáles eran sus nombres?

Trato de recordarlos, notando como Shion parecía apartado, sin comprender realmente que era aquello que estaba a punto de decirle, temiendo por un momento lo peor, una condena eterna, un castigo, pero nada como lo que Pandora estaba a punto de decirle.

— Lo acabo de recordar, Albafica de Piscis y Manigoldo de cáncer…

Ella se detuvo para que Shion pudiera gravarse aquel momento en sus recuerdos, que pudiera contar cuantos años habían pasado desde entonces y como se había tardado en empezar a buscar las armaduras, así como a sus dueños.

— El día de nuestra gran victoria, el mismo día que yo fui desterrada, Hades, mi benevolente hermano premio a cada uno de nosotros, empezando por los dioses gemelos, Thanatos e Hypnos, después los tres jueces, el primero de ellos Minos de Grifo, después a mí, traicionándome al torcer mi petición de que mi amado Radamanthys me acompañara en mi exilio.

Eso no tenía ningún sentido para Shion, quien conto los años que habían pasado desde entonces, los cuales eran demasiados, casi los mismos que llevaba buscando información que lo llevo al castillo de Pandora, sólo porque escucho en sus sueños que ella podría darle información, sueños que lo perturbaron al escuchar de nueva cuenta la voz del dios del sueño, el pavorreal de plumaje dorado.

— Thanatos, el dios del sueño nunca había solicitado un premio, los encontraba poco interesantes, pero esta vez fue diferente…

Poco a poco una descabellada idea se formaba en su mente, pero era tan vaga que no se atrevió a conjeturar nada, sólo esperando a que Pandora finalizara con su explicación, notando como su sonrisa se ensanchaba con forme comprendía lo que estaba diciéndole.

— Minos, en ocasiones se ha prendado de la belleza de sus enemigos, tomando la decisión de hacerlos suyos, peticiones que Hades siempre le concede.

Shion negó aquella idea con un movimiento de la cabeza, no quería creer que Albafica hubiera sido víctima de los deseos de aquella repugnante criatura que logro destruir Rodorio, al que apenas lograron detener, retrocediendo un poco cuando Pandora, volvió a sonreírle, asintiendo como si entendiera sus dudas.

— Los pidieron como sus esclavos, estoy segura que porque se han prendado de sus enemigos, pero eso no es todo, con ellos mi hermano robo las armaduras que antes portaban, encomendándoles la tarea de someter a sus premios, para profanar los dos templos con su cosmos divino, librándose de la mayor defensa del santuario y del pasaje al inframundo, debilitando a su estúpida diosa en la siguiente guerra santa.

Shion inmediatamente sujeto a Pandora de los brazos agitándola con fuerza, pero no suficiente para lastimarla, tratando de que negara aquellas palabras, que le dijera que solo eran una broma, que Albafica no había sido transformado en la cortesana de ese monstruo, olvidándose de momento de Manigoldo, cuyo templo ya no existía más.

— ¡No es verdad!

Pandora por un momento creyó que Shion le haría daño, pero no lo hizo, soltándola inmediatamente, alejándose de ella con pasos rápidos, deteniéndose de pronto para mesar su cabello, todo ese tiempo, pensando en la tortura que Albafica debía estar soportando, en el dolor de su amigo y en cómo podría liberarlo.

— ¡Albafica no ha sido resucitado!

Ella comenzó a reírse entonces, era de suponerse que la belleza de aquel santo de piscis embelesara a más de uno, pero no creyó que la preocupación del patriarca estuviera solo enfocada en aquella belleza.

— Pero lo fue, Shion de Aries, y estoy segura que el templo está a punto de demolerse, nadie soporta el amor de Minos por tanto tiempo.

Shion al escuchar aquellas palabras, supuso casi inmediatamente que eso era lo que había pasado con el templo de cáncer, que Manigoldo los había traicionado, un pensamiento que lo lleno de pesar, pero no tanto como el que Albafica tuviera que soportar la tortura del amor de Minos, cuando en el pasado nunca tuvo la oportunidad de amar a nadie más, de tocar a cualquiera, mucho menos darse el lujo de querer, puesto que esto solo le causaría dolor, o la muerte de aquella persona que eligiera como su compañero.

— ¿Dónde lo tienen?

Pregunto de pronto, mirándola fijamente, encontrando su sonrisa satisfecha tan horrenda como el destino de su hermoso amigo, notando al mismo tiempo como el espectro de apariencia felina, trataba de actuar como un escudo para defenderla.

— En el castillo flotante en el inframundo, pero no hay forma de llegar a ellos, así que mejor prepárate para tu derrota en la siguiente guerra santa.

Shion negó aquello, diciéndose que debía haber una forma de llegar a ese castillo, alejándose de ella con un paso demasiado rápido, escuchando como Pandora comenzaba a reírse, para después, detenerse de pronto recordando la traición de su hermano, como utilizo sus palabras en su contra.

— Debe haber una forma…

Ella ya no le prestó atención recordando el día de su exilio, recargándose en la ventana, escuchando los pasos de Shion, como se marchaba con rapidez de aquel castillo, tal vez de regreso al santuario, en realidad, ya no le importaba en lo absoluto, no cuando ella estaba envejeciendo y su hermosa apariencia no era más que una ilusión.

Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo- Inframundo

Ella se hinco delante de su hermano, quien le había dicho que sería recompensada con una vida plena en el castillo Heinstein, alejada de su protección, todo para cumplir los deseos de su esposa, quien no le miraba, porque no la consideraba digna de su atención.

Pero al menos deseaba que su protector le acompañara, el Wyvern había sido su fortaleza durante aquella guerra y era una petición demasiado pequeña para su hermano, quien ya no necesitaba de sus jueces, a menos no de todos ellos.

— Antes de que te marches querida hermana, cuál es tu petición… que puedo darte para compensar tu gran sacrificio.

Ella estuvo a punto de suplicarle quedarse a su lado, pero no pudo pronunciar aquellas palabras, una fuerza ato su lengua evitándoselo, así como sus recuerdos le hacían entender que no importaba lo que dijera, su hermano no querría cambiar de opinión.

— Deseo que mi leal guardián me acompañe en mi exilio, eso es todo lo que te pido, mi señor.

Hades asintió, recorriendo con delicadeza su mejilla para colocar un casto beso en ella, el que sintió como una orden de ejecución más que una despedida, una forma de decirle adiós, un acto que con cada reencarnación le parecía mucho más doloroso que la vez anterior, pero que por alguna razón creía que no realizaría hasta que era demasiado tarde.

— Exilio es una palabra muy fuerte Pandora, yo lo llamaría descanso, pero está bien, cumpliré tu petición, tu guardián te acompañara en el castillo Heinstein, será tu protector y tu enlace conmigo.

Ella esperaba que fuera Radamanthys quien le acompañaría, sin embargo, cuando la ceremonia termino y aquellos espectros se llevaron a sus futuros esclavos, su amado no estaba por ninguna parte, solo se alejo sin mirar atrás.

Pandora se alejo de la sala del trono, viendo como Hades le esperaba junto a su carruaje en donde estaba Cheshire aguardando por ella, haciendo que comprendiera que de nuevo su hermano no cumpliría con su promesa, le había engañado, como cada una de sus vidas.

— Cumpliré tu petición, querida hermana, pero me temo que mis jueces no pueden marcharse del inframundo, así que Cheshire te acompañara en tu descanso, sólo espero que puedas aceptarlo como el deseo de tu dios.

Pandora pudo sentir el cosmos de la harpía, suponía que se reía de su desesperación como lo hacía Persephone, esa bruja malvada que se había apoderado del amor de Hades, siendo ella una diosa y no una simple mortal.

— Sí mi señor…

Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo- Inframundo

Pandora maldijo en silencio, aun le dolía la traición de su hermano y como fue lanzada del inframundo, sentimiento que le hizo tomar una decisión, escuchando como los pasos del santo dorado se alejaban, como estaba a punto de marcharse del castillo.

— ¡Espera!

Grito, empezando a correr en dirección de Shion sosteniendo su falda, esperando poder alcanzarlo, abandonando la ilusión que cubría su cabello, el cual tenía una franja blanca manchándolo, una muestra del paso del tiempo en su antigua belleza antinatural.

— ¡Existe una forma de salvarlos!

Shion se detuvo, dándose la media vuelta, notando como los pasos del tiempo habían hecho merma en la belleza de la mujer de cabello negro, cuya franja gris era demasiado visible.

— ¡Sí hallas la puerta que conduce al infierno y convences a Caronte de que te ayude a cruzar el rio, podrás ingresar en el inframundo!

Al principio no supo si creerle, pero no tenía ninguna alternativa como tampoco pregunto las razones que tenía para darle aquella información, suponiendo que su exilio era la causa, después de todo, que clase de dios castigaba a sus soldados por haber realizado su deber.

— Pero solo podrán marcharse si eso quieren, sino, no importa lo que pase, no podrás salvarlos.

El santo de Aries asintió, sintiendo como ella le daba una moneda de plata, tan antigua como el mismo tiempo, Pandora no sonreía, tampoco estaba complacida, solo molesta con su actual destino.

— Con esto podrás pagarle al barquero, pero ten cuidado, el inframundo no es un campo de juegos y puedes perderte en uno de sus muchos círculos.

Aquello era más que suficiente pensó Shion, quien debía regresar al santuario, ver que había logrado encontrar Dohko en las bibliotecas, en los pergaminos sagrados y quienes fueron aquellos que lograron sobrevivir.

— Gracias.

Ella asintió, alejándose del santo de Aries, quien sólo le dio la espalda sin decir nada más, sin notar que Pandora se detenía a la mitad del pasillo, deseándole suerte.

Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo- Inframundo

Algunas horas después, al otro lado del mundo, Albafica salía de su bañera portando las marcas de la pasión de su amante, habiéndose acostumbrado a ellas como lo hizo con las esferas luminosas que lo seguían a cualquier parte en donde no estuviera Minos presente.

Como cada ocasión Leuca se hacía presente en el balcón, esperando que le diera el permiso para entrar y curar sus heridas, haciendo que más de una vez se preguntara porque su amante no dejaba que las conservara, suponiendo que disfrutaba de realizarlas tanto como él de dormir a su lado.

Fijando su vista en la granada, aquella omnipresente prueba de su amor por él, un sacrificio que Minos deseaba que realizara, para el cual, a pesar de los años que habían pasado, aun no estaba listo, algo en su corazón se lo evitaba, así como las pequeñas luces que susurraban con mayor fuerza cuando trataba de partir la fruta a la mitad, unas voces que casi comenzaba a comprender, acompañadas del calor del cosmos moribundo de cáncer, su energía vital que no lo dejaba solo, aun en ese momento en el que lo culpaba de su dolor.

— Mi señor Albafica…

Albafica se sentó en uno de los bancos para permitir que Leuca realizara su tarea, la pobre ninfa que parecía ansiosa por decirle algo pero nunca encontraba el valor para ello, riéndose de su absurdo cuando le preguntaba cual era la razón de su aparente dolor.

— ¿Cómo puede permitir que lo dañe de esta forma?

Pregunto Leuca, deteniéndose de pronto, tocándolo por primera vez en todos esos años que había pasado siendo su única compañía, además de Minos, quien aunque lo deseaba debía cumplir sus deberes en el salón del juicio, o las tareas que Hades a veces le imponía.

— El me ama.

Fue su respuesta segura, seguida de un silencio que lleno la habitación, imprimiendo una desagradable aura alrededor de ellos, quienes hasta el momento se limitaban a ser corteses entre si, en especial Leuca, quien nunca se había atrevido a realizar aquella pregunta.

— ¿Y usted?

Albafica le observo de reojo, esa era una pregunta por demás extraña, en especial viniendo de aquella ninfa, la que siempre se veía acongojada por una razón que él no alcanzaba a comprender.

— Por supuesto, esto es lo que siempre quisimos, pero…

Al finalizar sus tareas Leuca dándose cuenta que había dicho más de lo que se suponía tenía derecho a pronunciar, desobedeciendo las ordenes de su dios, se mordió el labio dándose la media vuelta, dispuesta a dejarle solo de nuevo.

— No es lo que me imaginaba…

Ella temió decir algo más que estuviera fuera de lugar e intento marcharse, siendo detenida por las raíces que Albafica ya manejaba con la misma destreza que Minos de grifo, obligándola a permanecer a su lado.

— ¿Por qué me has hecho esa pregunta?

Albafica se levanto de la silla, cubriéndose con su túnica, mirándola fijamente esperando por su respuesta, ella de pronto cruzando sus brazos, desviando la mirada, apretó los labios, como si pensara si debía responder a esa pregunta o no.

— Tú has cambiado, ya no eres el mismo que cure en el pasado, pero supongo que el amor nos hace diferentes…

Las mismas palabras fueron pronunciadas por Lugonis, muchos años atrás, la última vez que lo visito, cuando intento decirle que no era el mismo de antes, que ese juez le había hecho algo, que no sabía lo que era, pero que se lo pagaría por eso.

Ese mismo día trato de hablarle de Sage y de su traicionero alumno, palabras que no quiso escuchar, por lo cual se marcho, sin dignarse a regresar, creyendo que su padre estaba en un error, que Minos no sería capaz de hacerle daño.

— Márchate…

Le ordeno de pronto, dándole la espalda al mismo tiempo que las raíces cubiertas por espinas afiladas se hundían en el suelo, como si nunca hubieran existido, ignorando el temor de la ninfa, quien se alejo algunos pasos antes de marcharse por uno de aquellos portales.

Tratando de encontrarle sentido a las palabras de esa ninfa y a las de su maestro, su temor, aquel que en un principio creyó que era decepción, pero no lo era, en realidad su padre estaba preocupado por su bienestar.

Albafica trato entonces de nombrar el nombre de Minos, abrir una de las puertas, la que no quiso abrirse, cuyos ojos rojos brillaban con intensidad, como si estuviera juzgando sus acciones, haciendo que se sintiera atrapado.

Un sentimiento que le recordó el santuario, del cual deseaba escapar, ingresando en su paraíso soleado, bañándose con la luz del sol, uno que nunca dejaba de brillar y cuyo paisaje nunca cambiaba.

El santo de Piscis coloco las puntas de sus dedos en el frio cristal, recargando su frente contra esta, tratando de borrar el desconcierto que una sola pregunta había formado en su mente y en su corazón, escuchando los endemoniados susurros de los fuegos fatuos, aquellas esferas luminosas que iban perdiendo su energía.

En especial una de ellas, la que trato de golpear pero logro esquivar su manotazo, pero pudo atrapar entre sus dedos como si se tratase de un insecto para intentar destruirla, logrando lo opuesto, liberando uno de sus recuerdos con ese golpe repentino, al tocarla y enfocarse en ella.

Uno que llego con el dolor del pasado, con la fuerza de la energía que aun alimentaba ese fuego fatuo, esa pobre alma de uno de los habitantes de la aldea de Manigoldo, quienes aun deseaban protegerlo del dios de la muerte y los que, cumpliendo el último deseo del santo de cáncer antes de convertirse en un espectro, cuidaron de los recuerdos de la llama que había alumbrado su camino cuando casi había perdido toda esperanza.

Ese recuerdo lo derribo al suelo, el cual desquebrajo con la fuerza de sus dedos al mismo tiempo que aquel primer beso, el cual fue dado por ningún otro más que Cáncer, transcurría como si de nuevo lo estuviera viviendo.

Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo- Inframundo

— Sólo danos una oportunidad.

Pronuncio Manigoldo con esperanza en su voz, sus ojos brillando con un amor que nunca antes había visto, el que rivalizaba con el de su padre y aun el de su mejor amigo, estuvo a punto de responderle que podrían intentarlo, cuando repentinamente, el santo de cáncer escupió sangre.

Cayendo de rodillas poco después, llevando sus brazos a sus costados, derrumbándose con tanta rapidez que apenas tuvo tiempo de sostenerlo entre sus brazos, cargándolo con mucha facilidad, no por nada era el santo del doceavo templo, a pesar de su apariencia era fuerte y solo no usaba sus puños como armas, porque temía lastimar a sus compañeros, a sus amigos.

El cuerpo de Manigoldo casi no pesaba en sus brazos, a pesar de su fortaleza, los dos aun no cumplían los dieciocho años, eran demasiados jóvenes para pensar en el amor, o eso era lo que Sage les había dicho más de una ocasión.

Pero él sabía en el fondo porque les pedía darse tiempo, no era por su juventud, sino por su sangre venenosa, porque sabía mejor que nadie que si dejaba que sus sentimientos por su compañero de armas se apoderaran de su razón, su alumno terminaría muerto.

A quien en ese momentos llevaba en sus brazos, esperando que resistiera lo suficiente para que su maestro pudiera hacer algo, debía haber un contraveneno, alguna cura, algo que salvara a su amor del suyo, de su veneno.

— ¡Patriarca!

Grito depositándolo en la cama que encontró, temiendo que fuera tarde ya, que ocurriera como con su padre que murió en sus brazos, permitiéndole al patriarca encargarse de la locura que ambos habían realizado, notando su temor y como trataba por todos los medios de curar a su discípulo, limpiando unas lagrimas que no sabía derramaba desde que lo vio caer, todo porque se atrevió a besarlo.

— Por favor…

Susurro, sin saberlo estaba de rodillas, como si eso le brindara fuerzas a su amado, sosteniendo su mano con nerviosismo, temiendo que de un momento a otro dejara de respirar, perdiéndose en los brazos de la muerte.

— Tiene que salvarlo…

Los movimientos de Sage eran tan rápidos y su desesperación tan grande que en lo único que tenía puesta su mirada era en la mano de Manigoldo, escuchando sus latidos y su respiración entrecortada, creyendo que dentro de poco su diosa se lo llevaría consigo, que lo había matado.

— Manigoldo te vas a poner bien…

Susurraba aferrado a la mano de Manigoldo, cerrando los ojos cuando Sage finalizo con sus intentos de salvar su vida, sentándose al otro lado de la cama, observándole con detenimiento, con demasiada pena como para pronunciar cualquier palabra.

— ¿Qué paso muchacho?

Albafica no pudo responder nada al principio, sólo lloraba sosteniendo la mano de Manigoldo con fuerza, atreviéndose a besarla de vez en cuando, recargando entonces su frente contra su dorso, sin moverse ni un centímetro, ni pronunciar sonido alguno por tanto tiempo que pensó Sage les dejaría despedirse.

— ¿Qué ocurrió Albafica?

Volvió a preguntar el patriarca, colocando una mano en su hombro, logrando que despertara de su ensoñación, alejándose apenas unos centímetros de Manigoldo, quien seguía respirando contra todo pronóstico.

— Lo bese…

Fue su respuesta, al mismo tiempo que Sage colocaba su mano sobre la frente de su alumno, pensando que debería estar muerto, pero por algún milagro no lo estaba, tal vez debido a la bendición de su diosa, pero el temor que reflejaba su rostro para Albafica, era como si la misma muerte no quisiera llevárselo.

— Sabes que debería estar muerto.

Pronuncio, no lo culpaba por ello, al menos no abiertamente, pero no era necesario porque Albafica comprendía el peligro en el que estaba su amado, pero que Manigoldo no aceptaba, ya que siempre seguía a su lado, sin dejarlo solo un instante, pero ya no podía permitirlo.

— Pero… parece que la muerte no se lo llevara.

Aquello dibujo una sonrisa de sus labios así como un último beso en el dorso de su mano, antes de alejarse, jurándose nunca más permitirse acercarse a él, no porque no lo deseaba, sino por el contrario, a veces pensaba que la tentación era demasiado grande para soportarla.

— Juro que no volveré a permitirle acercarse a mí.

Juro casi en un susurro, Sage trato de detenerlo, pero se fue tan rápido como pudo, utilizando su cosmos para ello, creyendo que por culpa suya Manigoldo moriría.

— Prefiero romperte el corazón a verte muerto, espero me perdones.

Susurro al viento, antes de encerrarse en su templo, sin permitirle a nadie acercarse a él, mucho menos a Manigoldo, quien poco a poco comenzó a alejarse, pero que aun así, lo seguía de cerca, solo para asegurarse de su bienestar.

Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo- Inframundo

Albafica cerró los ojos, recargándose en el suelo, respirando con dificultad tratando de asimilar ese recuerdo, así como el hecho de que aquellas llamitas, los fuegos fatuos que siempre rondaban a Manigoldo, seguían cuidándolo.

Cientos de ellos, aunque su amigo ya no estuviera a su lado, a quien había tratado como un traidor, como un monstruo, culpándolo de lo que no podía controlar, recordando su temor, su dolor, la incomprensión en sus facciones.

Pero si él casi lo mato con uno de sus besos, porque Manigoldo lo ataco, que había cambiado en su amigo para que realizara un acto tan ruin, de pronto sacudió su cabeza, negando aquellos recuerdos, creyéndolos una treta mas de cáncer, otorgándole habilidades que no poseía.

Controlando su respiración al mismo tiempo que los fuegos fatuos iban ocultándose uno a uno, sintiendo la presencia de Minos de Grifo, quien no adivino lo que había ocurrido, dando un paso en su habitación, aquella que compartía con Albafica.

Quien como queriendo borrar esa dolorosa imagen, su confusión, sin poder congeniar a los dos cáncer, el que lo ataco y al que casi mata, dos veces, una con sus besos y otra con sus raíces, lo rodeo de pronto con sus brazos, besando su boca con desesperación.

Minos no comprendió aquella bienvenida, solo que amaba ese lado salvaje de su rosa, en especial aquellas ocasiones en las que su dios Hades le encomendaba tareas que duraban más de un día o unas horas.

Siendo el su juez favorito, fue él quien salió en busca del santuario de Athena, el que desapareció como por arte de magia, o más bien, a causa de la diosa encerrada en la vasija, una protección que muchos de los dioses utilizaban.

El juez no sabía que había pasado, solo que Hades había cambiado de opinión, no perdonaría la vida de los santos ni les permitiría reagruparse, no esta vez, pero lo increíble era que a pesar de que Athena no existía más, seguía protegiendo a sus santos, a todos menos a su rosa y al cangrejo.

— Veo que me extrañaste…

Albafica asintió, lo había hecho y aquel recuerdo no hacía otra cosa más que reafirmar el odio que sentía por Manigoldo, quien a pesar de lo mucho que le amo o lo que decía sentir por él, le uso de aquella forma, para después entregarse al dios de la muerte, el acto que para su subconsciente era el peor de todos.

— Lo hice, siempre lo hago…

Respondió besando sus labios de nuevo, esperando que Minos le ayudara a olvidar aquel engaño, esa crueldad de Manigoldo, ignorando como una pequeña vocecita le repetía que estaba cometiendo un error, que debía ver cada uno de aquellos fuegos fatuos, para saber si amaba o no a su juez, quien cargándolo de la cintura lo llevo directamente a la cama.

— No quería alejarme tanto tiempo, pero Hades me ordeno realizar una búsqueda en la tierra, pero me temo que falle mi misión y que no estará contento conmigo por eso.

Le explico besando su cuello, separándose cuando Albafica no respondió como cada ocasión, tratando de adivinar que era lo que le preocupaba.

— Mi padre dice que he cambiado…

Minos sonrió, ese santo no comprendía que el amor de su rosa era suyo y que lo mejor era sentirse orgulloso de ser el padre de su amante, pero ese era su problema, así como su disgusto en el supuesto cambio en la actitud de su amante, el cual, para él era para mejorar.

— Lo has hecho, pero todos cambiamos Albafica, los deseos de la juventud se vuelven los arrepentimientos de la madurez.

Albafica asintió, eso era cierto, pero que pasaba con los deseos de la madurez, aquellos se volvían los remordimientos de la vejes o permanecían intactos, no había forma de saberlo, sólo que temía tocar los otros fuegos fatuos, porque si aquellos eran parecidos al que vio, no sabría cómo reaccionar.

— ¿Tu me amas?

Minos no respondió aquella pregunta al principio, estaba seguro que amaba la belleza de su rosa, su espíritu, todo su cuerpo lo encontraba hermoso, lo único que a veces no le gustaba, cuando recordaba aquel combate era su orgullo, una virtud y un pecado de los círculos del inframundo, aquel que no le dejaría perdonarlo.

— ¿Me amas a mi?

Albafica de pronto necesito saber aquella respuesta, sin encontrar alguna razón más allá de las palabras que alguna vez pronuncio Manigoldo, que decía lo amaría aunque ya no fuera hermoso, aunque su sangre fuera venenosa, aunque no pudiera tocarlo, todas ellas mentiras.

— ¿O amas mi belleza?

Minos se alejo entonces, apenas unos centímetros para recorrer su mejilla con ternura, antes de besarlo con delicadeza, casi como si encontrara divertidas sus preguntas.

— Te amo a ti, Albafica, porque tú eres tu belleza.

Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo- Inframundo

Habían pasado varios años, tantos que Sage comenzaba a creer que jamás volvería a ver a su alumno, que Thanatos cumpliría su promesa de no verlo más, aquella perspectiva fue dolorosa, pero mucho más el no saber que era del destino de su querido hijo, porque aquel era el sentimiento que albergaba en su corazón al pensar en Manigoldo, ese pequeño granuja era su hijo.

Sin importar que su sangre no estuviera unida de ninguna forma, al cuidarlo, al protegerlo y enseñarle lo que sabía, eso lo convertía en su hijo, uno que traiciono de formas que nunca podría pronunciar en voz alta.

Sage no hablaba con nadie, ni se movía, ya ni siquiera el propio Lugonis lo visitaba, sintiéndose culpable por las acciones de su hijo, quien actuando bajo el hechizo de los espectros trato de matar a quien estaba seguro lo amaba.

Repentinamente el sonido de un portal abriéndose lo alerto, pero no se movió un ápice, no hasta que un par de brazos lo rodearon por el cuello, recargando todo su peso en sus hombros.

Sage abrió los ojos observando dos manos blancas, una de ellas con un tatuaje plateado, al voltear, vio la sonrisa de su alumno, él que vestía una túnica blanca, la que estaba adornada con motivos plateados, así como un collar de tela que rodeaba su cuello, una imagen que no era la de su querido alumno, a quien no habría reconocido si no fuera por su sonrisa sarcástica.

— Maestro…

Sage se levanto de prisa, abrazando a su muchacho con fuerza, quien regreso el gesto cerrando los ojos, tratando de ignorar que Thanatos les observaba fijamente, sintiendo celos de aquel afecto tan puro, que no estaba dedicado a él.

— Pensé que no volvería a verte…

Manigoldo guardo silencio por unos momentos, notando como su maestro comenzaba a contar cada una de las marcas de su cuerpo, resultado de la lujuria del dios que lo tomó como consorte, quien para cumplir su promesa les dio algo de privacidad.

— No lo soportaría…

Fue su respuesta, recargando su frente contra el hombro de Sage, quien poso su mirada en el dios de la muerte, el que parecía furioso, aunque trataba de ocultarlo.

— Y él lo sabe…

Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo- Inframundo

Poco a poco los santos dorados comienzan a caer en la trampa del dios Thanatos y del juez Minos, sin embargo, aun existe la posibilidad de que recuperen su libertad, por lo que seguimos con la misma pregunta de siempre.

¿A quién le gustaría que los espectros terminen seduciendo a sus premios, por lo tanto, que se ganen el perdón de sus amantes?

Más otras…

¿Minos escuchara las palabras de Radamanthys?

¿Qué creen que pase con la odiada flecha de Cupido?

Si tienen alguna duda o sugerencia por favor déjenmela saber y tratare de responderla en el siguiente capítulo, por pequeña que sea, siempre me da ánimos saber de ustedes.

Por el momento me despido, muchas, muchas, gracias.

Bye.

Seiken.

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).