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Inframundo por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

Avisos: Esta historia contiene Slash, yaoi, m/m, está basada en El Lienzo Perdido y en el inframundo de Saint Seiya Saga de Hades. Contiene las parejas Minos/Albafica, Thanatos/Manigoldo, Manigoldo/Albafica. Tendrá escenas de violación, sadomasoquismo y relaciones entre dos hombres.

Resumen: Hades se ha llevado la victoria y es el momento de recompensar a sus leales espectros. Minos y Thanatos desean al guerrero que los humillo como su esclavo y de ahora en adelante, Manigoldo y Albafica atravesaran un calvario que no parece tener fin. Minos/Albafica Thanatos/Manigoldo Manigoldo/Albafica

Inframundo.

Capítulo 33

Limbo.

Minos beso los labios de Albafica, quien no se lo evito, dejando que lo rodeara con sus brazos, tratando de fundirse en su cuerpo.

— Te regresare tus recuerdos y si me dejas, pasare los siguientes siglos buscando tu perdón, tal vez tu clemencia, pero por favor, solo dame una oportunidad y hare lo que tú me pidas, lo que sea.

Albafica comenzó a acariciar el cabello de Minos, apretándolo con fuerza, tratando de calmarlo.

— Lo siento, pero no puedo prometerte nada en este momento.

Fueron las últimas palabras que pronuncio Albafica antes de alejarse de Minos, quien permaneció en medio de aquel solar por demasiado tiempo, casi tanto que hubiera amanecido y anochecido diez veces de existir el sol en el inframundo.

Ignoro las campanadas y el posible castigo de su dios, tratando de encontrarle una solución a su dolor, a la terrible certeza de saberse solo, de nuevo, porque aparentemente no había nada en el que valiera la pena amar.

Y esta vez no podía culpar a nadie más de haberle traicionado, porque era él quien tuvo la culpa del odio de Albafica, del robo de su memoria, de los primeros días de insoportable dolor, del odio que su rosa sentiría por él una vez que recordara.

— No has cumplido tu deber.

Pronunciaron de pronto, una voz que hizo que se riera de su mala suerte, porque Radamanthys al no deberle nada podría acusarlo de insurrección o tal vez había llegado para asesinar a su rosa, la que estaba demasiado sigilosa, ignorándolo hasta el momento.

— Has venido a castigarme.

Radamanthys cruzo sus brazos delante de su pecho arqueando una ceja, había llegado porque no era costumbre de Minos ignorar sus llamados, ni descuidar sus deberes, él siempre actuaba con seriedad, aun después de haberse prendado de aquella rosa, hasta ese momento, en que notaba que los fuegos fatuos habían disminuido notablemente de cantidad, tal vez, a manos del mismo santo de piscis.

— He tomado tu lugar en los salones del juicio, Hades no ha hecho notar tu ausencia, pero estoy seguro que ya lo sabe, y Aiacos, él no dirá nada o tendrá que vérselas conmigo.

Minos estaba sorprendido, pero aun así no tenía la fuerza de voluntad para moverse, temeroso de la furia de la rosa, Radamanthys respiro hondo, tenía en sus manos la flecha de Cupido, la cual hasta ese momento guardo con demasiado recelo de que cayera en las manos de alguien más.

— Sabe que ha perdido los recuerdos y que yo tuve que ver, pero no sé como regresárselos, si pudiera lo haría, aunque sólo fuera para que termine odiándome.

Radamnthys entrecerró los ojos, sosteniendo al mayor de la túnica, elevándolo para que pudiera prestarle atención, furioso por esa apatía, ese no era Minos, él mejor que nadie lo sabía.

— Sólo hay un espectro, aunque más bien es un dios, que puede jugar con los recuerdos de los humanos, estoy seguro que si le das esta endemoniada flecha, lo convencerás de ayudarte.

Minos sujeto las muñecas de Radamanthys con fuerza, mirándolo fijamente sorprendido de que no hubieran usado la flecha de Cupido, según creía, decían que el segundo juez había tomado a uno de sus subordinados como amante, pero parecía que aun el fiero Wyvern podía llegar a sentir amor.

— Y sólo así sabrás si Albafica de Piscis te ama o no, porque sin sus recuerdos lo que tienen puede llegar a considerarse un espejismo, pensé que tú lo sabías mejor que los demás.

Minos se aferro a la flecha, sabía que Hypnos haría lo que fuera por una oportunidad como esa, aun deshacer lo que destruyo, dejándolo tal y como estaba antes de interferir, pero también sabía que un acto como ese significaba la condena del cangrejo.

— Tú nunca has sido un cobarde.

Una que tal vez no sería perdonada y si Albafica amaba a ese hombre, o su afecto era real, de todas formas le odiaría, así que, sólo el podría decidir si la intercambiaba por sus memorias o no.

— Aunque… podría ver su pasado con ayuda de esos fuegos fatuos, los que se esconden de ti, Minos.

El juez no los había visto con sus ojos pero si con sus sentidos, seres que al principio supuso acompañaban a su rosa, tal vez los habitantes de Rodorio, pero no era así, ahora lo veía, eran las almas, algunas de ellas, de la masacre realizada por Hypnos en contra de las ordenes de Hades, el día que traiciono a su hermano.

— Verlos todos dañara su psique, y muchos de ellos pueden o no, haberse fundido con el remanente del fuego fatuo, no son más que ilusiones.

Radamanthys asintió, aquellos fuegos eran inofensivos la mayor parte de las veces, pero otras ocasiones, la tristeza o la furia era aquello que los alimentaban, llegando a perder viajeros, logrando que se ahogaran en lagos o ciénagas, solo para compartir algo de su dolor.

— No creo que esa rosa te odie, nadie se atrevería a realizar tus extraños actos maritales si no fuera por amor o lujuria, o una mezcla de ambos.

Minos reunió cada uno de los fuegos fatuos, apresándolos en una esfera creada con sus hilos, aun sostenía la flecha en su mano derecha y se preguntaba constantemente si lo que realizaría no sería un error, uno que le quitaría a su amante.

— ¿Por qué haces esto?

Radamanthys medito aquella pregunta, no había una razón para su cambio de actitud hacia su hermano, tal vez su amabilidad hacia Valentine ablando su corazón, lo que fuera, no creía que fuera un error o que necesitara de una respuesta.

— Tómalo como una ofrenda de paz Minos, así como un acto de gratitud.

Minos al escuchar esas palabras sonrió, dándole la espalda e ingresando a su habitación, buscando a su rosa, quien estaba sentado en su estudio, recargado en sus rodillas y observando el suelo, tal vez meditando sus acciones pasadas o futuras.

— Albafica.

El santo de piscis levanto el rostro y volteo en su dirección con una expresión indescifrable que al menos no era odio, permitiendo que Minos se acercara con su red de fuegos fatuos, esperando que le diera permiso para dirigirse a él.

— ¿Tu me amas a mi o a mi belleza?

Volvió a preguntar sorprendiendo a Minos, quien ya le había dicho su verdad, el amaba la belleza de Albafica, porque él era eso mismo, ya fuera por dentro o por fuera, pero tal vez debería decirle lo que sentía con mayor claridad.

— No puedes separarlos como si fueran dos entes diferentes Albafica, eso es un error, porque tú eres cada uno de los aspectos que te conforman, como yo soy mis hilos y mis errores.

Albafica se levanto al ver como tenía todos los fuegos fatuos entre sus redes, preguntándose si acaso los destruiría, pero no lo haría se dijo, de lo contrario ya no habría mas de aquellas almas, o los remanentes de ellos, como le decía Manigoldo que eran.

— ¿Qué harás con eso?

Minos le mostro la flecha de Cupido, la cual no usaría en contra de su amante, sino para que Hypnos devolviera sus memorias a su lugar, mirándolo fijamente, dándole la decisión a su rosa.

— Esta es la flecha de Cupido, cualquiera que sea herido con ella se enamorara del perpetrador o de la primera persona que vea sí es el dios en persona quien la lanza, aunque tienes que tener suficiente sangre fría para lastimar a quien amas a traición.

Albafica la tomo entre sus dedos a punto de destruirla, preguntándose porque razón Minos se la enseñaba y no lo había atacado con ella, el juez como comprendiendo su pregunta sonrío de forma lobuna, relamiéndose los labios poco después.

— Sí yo te lastimo con ella, tu no me amaras, sólo será una ilusión, pero eso a Hypnos no le importara, lo que desea es a Thanatos rendido a sus pies, sin importarle sus deseos, sólo su propia lujuria.

Su rosa, aunque ya no debería llamarle así, sonrió con sorna, una expresión que uso en su combate, que le demostraba cuanto lo despreciaba, cuanto le odiaría al recuperar sus recuerdos.

— Como ustedes dos.

Minos asintió, eso era cierto, los dos habían ignorado los deseos de sus amantes y solo se preocuparon por su lujuria, aunque le dolía escuchar las palabras de Albafica, quien simplemente mantenía la flecha en sus manos, sin prestarle atención siquiera.

— Al ver tus recuerdos como lo has hecho, estos pueden llegar a mezclarse con los de aquellos infelices de una de las aldeas negras, cuyos habitantes son creyentes del señor Hades, y a la larga tu psique se verá afectada por ello.

Albafica le regreso la flecha sin decir nada, había escuchado de aquellos poblados, aun la isla en donde Luco residía era una de esas poblaciones consagradas a Hades, o al menos los enfermos que viajaban hasta ese sitio, pero no creía que tuviera algún sentido que Manigoldo hubiera nacido en una de ellas.

— Puedo intercambiar esta flecha por su ayuda para devolverte tus recuerdos, pero me temo que una vez Hypnos logre herir a su hermano, Thanatos dejara de cuidar a su consorte por lo que será asesinado por el dios del sueño o por el mismo dios de la muerte bajo las órdenes de su hermano.

Minos esperaba la respuesta de Albafica creyendo que no traicionaría a su amigo, que no dejaría que lo mataran por la oportunidad de recuperar sus memorias, ese amor tan puro le pertenecía al cangrejo, porque él no podría inspirar un sentimiento como ese.

— Estas diciendo que la única forma en que yo podre recordar terminara arriesgando la vida de Manigoldo, quien ha protegido mis recuerdos y no me ha dejado solo, a pesar de lo que trate de hacerle.

El juez asintió, esperando su decisión, la cual sería sin duda una que contradecía sus suposiciones, puesto que Albafica estaba seguro que una vez Hypnos tuviera el amor de Manigoldo, el sería libre, ya no habría razón para que lo asesinaran.

— No lo matara.

Pronuncio con seguridad, temeroso de seguir viviendo en aquella incertidumbre, comprendiendo que estaba traicionando a Manigoldo de nuevo, esta vez para conseguir un beneficio propio, uno más de los que Minos le había dado.

— ¿Y si lo hace?

Minos quería estar seguro de que comprendía su decisión, Albafica actuaba como lo hacia después de haber sido manipulado por Hypnos, antes de que recuperara algunos de sus recuerdos, sin su entrenamiento o las estrictas reglas de un santuario que los entrenaba para el sacrificio.

— No puedo seguir sin mis recuerdos, no soporto más esta incertidumbre.

El santo dorado de piscis sabía que había cambiado, ya no era el mismo del pasado, pero aun así, creía que podría regresar a lo que fue si recuperaba sus recuerdos, su orgullo se lo dictaba de esa forma, así, tal vez, podría olvidarse de todo lo que permitió que Minos le hiciera, así podría odiarlo de nuevo para poder vengar su honor y regresar a su solitario hogar en el santuario de una diosa en la cual ya no creía.

— Tengo que recuperarlos.

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— Te lo dije querida, el amor de esos dos santos no es tan puro como tú lo pensaste.

Ella estaba ligeramente molesta, cuando de pronto de un tablero con varias figuras estáticas representando cada uno de sus juguetes, tanto los espectros como los santos, aquel de cabello azul oscurecía un poco más, pero aun estaba el otro santo, el que ya casi era tan negro como la armadura de su esposo.

— Pero aún falta por ver, esposo mío, qué ocurre con el cangrejo.

Hades estaba seguro que no amaba a esa hermosa rosa, sino que creía que los dos eran iguales, que comprendía su dolor momentáneo al verse solo en una de sus aldeas favoritas, la que destruyo Hypnos, y por lo cual no había sido castigado, no de forma directa.

— No lo ama tanto como tú crees, el amor, esa clase de amor debe estar sazonado con lujuria y celos, con sentimientos que nunca ha sentido por esa belleza, sólo actuado con forme cree que es lo correcto.

Ella recorrió entonces la silueta del dios del sueño, el cual estaba a punto de caer en la trampa de Hades, atacando a su hermano como esperaba que lo hiciera, puesto que había logrado herirlo en lo más profundo de su ser, con aquello que deseaba pero nunca tendría.

— ¿No es muy hipócrita que lo castigues por el pecado del incesto, cuando la mayor parte de los dioses lo han cometido?

Hades no lo castigaba por ese pecado, sino por todos los demás, en especial por creer que no se daría cuenta que usaba a su hermano como escudo, manipulándolo para que le diera la espalda, burlándose de él creyéndolo un estúpido y un ciego.

— Sabes que no lo hago por eso, Hypnos ha llegado demasiado lejos, pero esta vez encontré una forma de castigarlo, acaso no debo usarla.

Persephone asintió, eso era lo correcto, aunque sentía lastima por Hypnos al no ser correspondido por su objeto de deseo, aun así, estaba segura que el amor de Thanatos era real, así como el del cangrejo, por lo que esperaba que ese santo grosero y testarudo no cayera en la trampa del sueño, ni que su corazón siguiera latiendo por la ilusión de su amor por esa belleza enamorada del juez Minos.

— A veces pienso que nos estamos volviendo unos tontos sentimentales, ni siquiera los dioses del amor se divierten como nosotros lo hacemos.

Hades comenzó a carcajearse, eso era cierto, porque aquellos dioses jugaban con la muerte y la destrucción, con lo contrario de las fuerzas que ellos manejaban, por lo cual, no le veía nada de malo entretenerse con el amor o el deseo de los mortales.

— Tal vez, pero debes admitir que ni siquiera ese músico fue tan interesante como estos dos santos dorados, yo no creí que mis espectros pudieran caer a los pies de sus contrapartes.

Ella recorrió la mejilla de Hades con la punta de sus dedos, para después acercarse y besar los labios de su dios, permitiendo que este la atrajera hacia él, rodeándola con sus seis alas.

— ¿Cómo tu y yo?

Eso era verdad, ellos dos eran lo opuesto, la vida y la muerte, pero se desearon desde el primer instante en que se vieron, entregándose el uno al otro, por lo cual, creían los dos a su manera, que esta vez no sería diferente.

— Así es mi amor, como tú y yo, pero, aun no termina nuestra apuesta y aun está por verse, si esos dos santos con su moral inquebrantable pueden aceptar que se han enamorado de un espectro.

Aquella era la apuesta más interesante de todas, puesto que a los santos se les entrenaba para creer que nadie más que los seguidores de Athena, eran personas, ni las marinas, ni los espectros, ni siquiera los soldados de Odín lo eran, por lo cual, ellos no amaban, solo destruían y debían proteger al mundo de los demás dioses, así como de sus soldados.

— Sí en realidad son libres, lo aceptaran, a pesar del dolor inicial de su captura.

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Minos convoco con uno de sus subordinados al dios del sueño, un espectro llamado Lune de Balrog, quien parecía sentir demasiado aprecio por Minos, tanto que al ser convocado por el decía estar alagado, un sentimiento que Albafica no aprecio, mucho menos la belleza de aquel espectro, por quien casi en el preciso instante de mirarlo, sintió desagrado, algunos dirían celos.

Uno que guardo muy bien, como lo hacía con su dolor en el templo de piscis, uno que nadie más que Manigoldo adivino, pero que ni siquiera él pudo aliviar del todo, no cuando sabía que si se atrevía a tocarlo, ese tonto cangrejo perdería la vida, uno que aun persistía y que tal vez nunca desaparecería.

Pero aquella furia reprimida no pudo pasar desapercibida por Minos, quien simplemente la ignoro, necesitaba estar concentrado en Hypnos, para que esta vez el dios del sueño no lo engañara como acostumbraba.

Su hermano tenía razón, el nunca cumplía sus palabras a pesar de ser tan controlado y si era capaz de traicionar a Thanatos, lo sería con cualquier otro, aun Hades, quien seguramente ya lo sabía.

— ¿Por qué me has mandado llamar?

Los ojos de Hypnos, dorados como su armadura y su cabello, se posaron en la flecha de Cupido, la que resplandecía en la mano de Minos, a su lado estaba Albafica, con una postura diferente a la acostumbrada, parecía que sus recuerdos habían regresado de manera parcial.

— Necesitas mi ayuda.

Minos lo necesitaba y no le ayudaría hasta que no cumpliera su parte del trato, pero si esa flecha en sus manos era lo que pensaba que era, en ese caso, que mas daba que ese cangrejo viviera, Thanatos sería suyo cuando lo hiriera con esa poderosa arma del dios que su querido hermano detestaba tanto como él hacía con su amante.

— Como tú quieres la flecha de Cupido para obtener el amor de tu hermano para ti, Hypnos.

Cuando atacara a su hermano, tendría que ser por la espalda, pero no le importaba mucho tener que traicionarlo si el se volvía suyo, en ese momento Manigoldo estaría solo, puesto que su rosa no lo amaba lo suficiente para vivir en la incertidumbre del olvido y mantenerlo a salvo, que recordar, arriesgando su vida.

— Tienes mucho descaro para hablarle así a un dios, Minos, después de que me traicionaste.

Albafica estaba seguro que Manigoldo no sería asesinado, pero si Hypnos trataba de matarlo, su dios o el mismo Hades lo protegerían, a pesar de lo mucho que lo quería, de los sentimientos que aún conservaba por él, creía que no soportaría un segundo más de incertidumbre, debía recordar su vida pasada para así poder olvidarse de su afecto por Minos, de su deseo y recuperar su lealtad por su diosa Athena.

— ¿Quieres la flecha por los recuerdos de mi… de Albafica o no?

Minos no dejo que Hypnos pronunciara otro sonido, el dios del sueño sabía que pisaba suelo delgado en el inframundo en ese instante, su hermano le había dado la espalda, la pareja divina del inframundo lo tenía en la mira, todo por un desagradable humano, pero si lograba que fuera olvidado, ni siquiera tendría que matarlo, él ya no sería nada más que un recuerdo.

— Tu sabes la respuesta, solo no te vayas a arrepentir después Minos de Grifo, porque una vez los tenga de vuelta, ya no te amara, porque sabrá la clase de basura humana que tu eres.

De eso estaba seguro el juez del inframundo, pero aun así, no tenía otra opción que quisiera utilizar, creía que aun estaba a tiempo de reparar sus errores, de ganarse el perdón de su amante, o al menos, que ya no le odiara como seguramente lo haría.

— En ese caso, regrésale sus recuerdos.

Hypnos camino lentamente en dirección de Albafica, deteniéndose a unos cuantos pasos para después colocar la punta de sus dedos índice y corazón en su frente, convocando su cosmos para que las lagunas que había creado fueran reparadas, regresándole sus memorias al mismo tiempo que los fuegos fatuos iban perdiéndose en el olvido, así como los remanentes de la dorada energía de aquel cangrejo que pronto sería ejecutado por su propio hermano, para así restablecer su dualidad.

— Espero que te arrepientas por eso, Minos.

Pronuncio, cuando el último de ellos regreso a donde debería estar, en la mente y en el alma de Albafica, quien había logrado mantener la calma solo porque toda su vida había mentido acerca de sus verdaderos sentimientos, su agradecimiento por Athena y su dolor, aquel que nunca dejaba que vieran.

— Albafica…

Susurro Minos, sosteniéndolo con ambas manos de los brazos, evitando que cayera al suelo cuando el último de ellos regreso a su mente en un torrente demencial que por poco se llevo su cordura, el dolor, la pena, la alegría, cada instante que ocurrió en compañía de Manigoldo, el santo de cáncer, el único que parecía realmente lo comprendía.

— Tengo…

Quien ahora estaba solo, porque lo había traicionado tres veces, la primera cuando intento matarlo en los campos elíseos, cuyo dolor aun estaba grabado en su memoria, la segunda, al entregarlo por le flecha de Cupido al dios del sueño, alejándolo de la muerte, su guardián y señor, la tercera, al no corresponder a sus sentimientos con la misma intensidad que su amigo, no cuando su libertad la vivió en brazos del juez, en cuyo arrepentimiento, aun a pesar de su entrenamiento, creía.

— Tengo que verlo.

Le ordeno al juez, tal vez como una prueba más, seguro de su arrepentimiento, sin comprender la razón de su falta de fe, ya no creía en la bondad de su diosa y haría lo que fuera para no regresar a ese monstruoso encierro del que escapo con ayuda de Minos.

— No te gustara lo que veras.

Eso no importaba, debía detener a Hypnos, no era justo que Manigoldo se quedara solo, sin él, sin su maestro y ahora sin su dios, el cual pudo ver cuando se interpuso entre ambos, que sus sentimientos iban mucho más allá de lo que pensó era posible en un espectro.

— Yo decidiré eso.

Minos asintió, lo llevaría con su cangrejo, no tenía nada más que hacer más que olvidarlo, diciéndose que tal vez si no hubiera realizado todos esos errores, si no se hubiera apresurado a juzgarlo y en vez de provocarle tanto dolor, le hubiera seducido, en ese caso, tal vez, con mucha suerte si Hades así lo disponía, su rosa correspondería sus sentimientos.


— Como tú quieras, Albafica.

Albafica no le miro siquiera, esperando que le indicara la forma de llegar con Manigoldo, al mismo tiempo que trataba de sopesar que condena había sido peor, los primeros días de su encierro o su absoluta soledad en la soleada tierra de Athena, encontrando, contra todo pronóstico, que volvería a pasar por ese momentáneo calvario a cambio de su libertad, una que le dio sabiduría, placer y compañía.

— Sólo espero que me perdones algún día…

Susurro Minos, antes de desaparecer en el portal, seguido de Albafica, quien sólo pensaba en llegar a tiempo, limpiar sus propias culpas, aquellas que aun le pesaban, porque amaba a Manigoldo pero no como a un amante, seguro de que amaba más a ese otro hombre que conoció cuando no sabía nada de si, descubriendo al mismo tiempo que de tener sus memorias intactas, su orgullo y su lealtad por Athena, no le hubieran permitido aceptar cualquier clase de cortejo, sin importar que tan sincero fuera el grifo con sonrisa de lobo.

— Limítate a llevarme con él…

Ordeno, siguiéndolo de cerca, memorizando el camino que daba a los campos elíseos, el cual como cada uno de los círculos del inframundo no existía como tal, sino que parecía ser otra dimensión a la que se entraba a través de un portal, el cual se habría con unos números secretos, llaves infernales de fuego, los que llevaban a túneles invisibles que los jalaban en la dirección esperada.

— ¿Cómo sabes donde hallarlos?

Pregunto de pronto, deteniéndose unos instantes, suponiendo que ni el mismo Minos lo comprendía del todo, temiendo no llegar a tiempo para evitar lo que Hypnos planeaba realizar, dejando al juez en la absoluta incomprensión, temiendo que no lo perdonaría, que prefería esa cárcel soleada a esa libertad en la penumbra del inframundo.

— No lo sé, los campos elíseos son el dominio de los dioses gemelos, solo ellos pueden ir y venir a su antojo, pero lo sabremos cuando comiencen a pelear.

Albafica no dejaba de pensar si este hombre o aquel con quien paso tanto tiempo a su lado, eran el mismo que lo recibió en el inframundo, si ese demonio sádico casi demente era Minos de Grifo, o el verdadero era el más sereno, quien coleccionaba conocimiento y estaba atrapado en su jardín de libros, completamente solo, ajeno a los demás espectros, almas o criaturas del inframundo.

— Pero en ese momento ya será tarde.

Minos negó aquello con un movimiento de la cabeza, no era tarde porque Hypnos desconocía un detalle de Thanatos, el dios de la muerte, así como la verdadera razón de que Hades, cuando el dios del amor y el deseo ataco el inframundo, le encomendó a él mostrarle la salida de la forma más violenta que pudiera imaginar, un secreto que su señor le confió en ese entonces, del que aun no estaba del todo seguro.

— Si lo es y el dios del sueño asesina a tu cangrejo, no me lo perdonarías, no me arriesgare a eso.

Lo único que le evitaba aceptar que ya no deseaba a Manigoldo como lo hizo en un principio era su orgullo, uno que le decía que abandonar a su amigo era ser derrotado por el dios de la muerte, a quien ya no odiaba del todo, sólo tal vez porque se imaginaba que su amor era una condena para su amigo.

Así como tampoco le permitía aliviar la pena de Minos, quien estaba haciendo todo lo posible para ganarse su perdón, buscar la ayuda de un dios, abandonar las ordenes de Hades, conducirlo en el inframundo para que llegara a los campos elíseos, creía que se enfrentaría con los dioses gemelos con el único fin de proteger a su rival de amores.

Sin contar que su vida en el inframundo no había sido tan mala, aunque si se entrego a los placeres que antes creyó mundanos, como la buena comida, la lectura de libros que santos como Shion pensarían eran profanos y Manigoldo aburridos, el sexo con un amante que parecía no tener suficiente de él, quien le había mostrado otras formas de amor más allá de aquellas que mencionaban en los libros que llegaron a sus manos.

Se sabía más sabio, mucho más maduro, por lo cual se preguntaba porque no lo odiaba por ello, porque parecía dispuesto a perdonarlo si su orgullo, ese que se sabía lastimado, quebrado con esas pequeñas naderías, no le exigiera un pago por su dolor aquellos primeros días.

— ¿Por qué me ayudas?

Pregunto deteniéndose de pronto, escuchando el cantico de una de las ninfas de Thanatos, quien recogía flores ajena a los dos intrusos en aquel templo, la que de pronto, al verlos se vio sumamente asustada, corriendo de regreso a donde seguramente estaba su dios.

— Ya te lo dije, quiero que me perdones.

Albafica no dijo más y siguió adelante, caminando con más sigilo, evitando que aquella ninfa llegara con su dios elevando las raíces que la encerraron en una jaula de madera con espinas tan afiladas que parecían dagas de color negro.

— ¿Qué ocurrirá si decido marcharme con Manigoldo del inframundo?

Minos se detuvo de pronto, desviando la mirada, para después recuperarse de aquella sensación devastadora de saberse abandonado, sí eso era lo que Albafica deseaba, entonces, eso era lo que él tendría.

— Les ayudare a escapar, como sabes, la granada y ese rito no significan nada si la persona que los sufre quiere marcharse.

Pero que ocurría si no deseaba marcharse y aun así Manigoldo esperaba que lo hiciera, sí el amor de su amigo seguía firme, en ese caso, no importaba su pasado o su futuro se dijo en silencio, le ayudaría a escapar de las garras de ese dios violento que lo castigo apenas se alejo de él en el puente, quien mando a esa mosca para amenazarlo, quien seguramente no era correspondido.

— Pero que harás tu si no te gusta lo que ves, si ese cangrejo se ha enamorado de la muerte, después de todo es su consorte y Thanatos, el dios de la muerte, solo paso un año encerrado, ha tenido tiempo de sobra para seducirle.

Sí eso era cierto, Albafica lo dejaría libre de cualquier sentimiento de culpa o responsabilidad que Manigoldo se hubiera inculcado, después de todo le juro que nunca lo dejaría solo.

— En ese caso, él se quedara con su dios de la muerte.

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Thanatos abandono a su amante plácidamente dormido en su cama, había visto la conversación que tuvo con ese anciano, su fuego fatuo sufría, eso era cierto pero no por las razones que suponía el antiguo patriarca, sino por el temor de defraudarlo a él y a ese veneno.

El temor de abandonarlo en las garras del sádico juez Minos, pero si lo que su espía decía era cierto, entonces, Albafica ya se había enamorado del primer juez del inframundo, borrándolo de su lista de amenazas, el único que quedaba por supuesto era el patriarca con su odio ciego hacia su divinidad.

— Le haces daño.

Sage se sobresalto al escuchar al dios de la muerte, cuyo descaro no tenía limite, puesto quien lastimaba a su alumno era él con su odioso deseo, al obligarlo a compartir su lecho y torcer cada una de sus enseñanzas.

— ¿Yo le hago daño?

El patriarca trato de convocar su cosmos pero era inútil, era como un humano cualquiera en esos campos, al menos su inteligencia aun seguía de pie, la que no le permitiría que lo insultara con una pregunta como esa.

— Tú lo secuestraste, lo violaste, lo has humillado de tal forma que piensa que solo existe para complacerte, no sólo eso, le has robado su fortaleza, su seguridad, tú sólo quieres destruirlo.

Thanatos escucho todas esas palabras en silencio, tal vez en un principio fue así, pero ya no lo era y creía que con el paso del tiempo había enmendado sus errores, realizado sacrificios por él, más de una vez le dio su libertada creyéndolo infeliz a su lado, pero Manigoldo no la quería, llegando a la conclusión que lo que le dolía no eran sus errores o su derrota como lo decía, sino defraudar a su maestro, quien le enseño a odiarlo desde muy joven, desde que era un niño pequeño.

— Manigoldo no es tu sombra y ha dejado de ser el mismo santo que tú entrenaste hace mucho tiempo, deberías aceptarlo.

Sage no lo aceptaría, eso era abandonarlo a su suerte y siendo su maestro, el responsable por su bienestar, era su deber ayudarle a salir de aquella trampa en la que lo habían encerrado, por su culpa, por la premura de su alumno, por haber perdido la guerra.

— No lo hare, Thanatos, no permitiré que mi querido alumno siga sufriendo por culpa tuya.

El dios de la muerte no violenta guardo silencio por unos instantes, para después asentir, dispuesto a abandonarlo en esos campos, sintiendo como Sage con algo de ayuda de su diosa, lograba incendiar su cosmos, atacándolo inmediatamente con él.

— Tú no tienes nada que decidir Sage, pronto reencarnaras y Manigoldo estará libre de tu control, libre de la culpa que conlleva desilusionarte, porque yo soy su dios, su compañero y tú no puedes hacer nada para separarnos.

Eso era absurdo, mucho más extraño aun que Thanatos no respondiera a sus técnicas, sino que solo las esquivara, usando sus alas, su cosmos, como una barrera que no podía quebrar.

— ¡Porque no me atacas!

Le grito entonces, notando como Thanatos abría uno de los caminos de los dioses, a punto de abandonarlo en esos campos, con la pena de abandonar dentro de poco a su alumno, cuyo dolor era verdadero, quien no podía estar enamorado de ese dios, ese no era el muchacho que entreno en el pasado.

— Manigoldo me lo prohibió, en realidad, mi dulce fuego fatuo me dijo que no podía molestarte, sabía que ni siquiera tratarías de escucharme cuando intentara hablar contigo, para ti no soy más que un demonio, pero me pregunto, porque no quiere su libertad cuando ya se la he ofrecido en más de una ocasión.

Sage se detuvo de pronto, eso era imposible, seguramente Thanatos estaba mintiendo, su alumno no rechazaría la libertad y el dolor que sentía era por tener que compartir su eternidad a su lado, no porque sintiera miedo de su rechazo o de su decepción.

— Es mucho más astuto de lo que todos ustedes atenienses le han dado crédito, él sabe que sí acepta que me ama, que mi cuidado no es tan desagradable y que desea pertenecerme a mí, ustedes le darán la espalda, aun su querido maestro que no lo ha utilizado como otra cosa más que un arma en contra mía.

El patriarca no lo veía como un arma, el era su hijo, su alumno, su orgullo, era leal a su diosa, era inquebrantable, pero no lo era también Persephone, ella no era la hija de la diosa Deméter y no fue ella quien comió de la granada, la que no escucho los llantos de su madre, la que se enamoro de Hades, el dios del inframundo.

— Cuando eso pase lo cazaran como a un traidor, aun Albafica lo ha sentenciado a la muerte, ese veneno que decía amarlo y que lo convenció de ello, esa rosa de ponzoñosas espinas que no ha hecho nada más que burlarse de su afecto.

Thanatos dio el primer paso en dirección del túnel que transitaba debido a su sangre divina, escuchando como Sage daba un paso en su dirección, inseguro si los sobrevivientes entenderían el sacrificio de su alumno o no lo harían, condenándolo a la muerte por traición, como las pruebas así lo dictaban.

— Todo esto es culpa tuya.

Eso era cierto y él mejor que nadie comprendía el futuro, así como muchas de sus ramificaciones, de eso se trataba la clarividencia, no sólo su hermano lo quería muerto, el patriarca de Lemuria igual pensaba que se trataba de un traidor, por lo tanto, de llegar a perder la guerra, probablemente su aliado lo mataría.

— Y es por eso que solamente yo puedo protegerlo.

Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo- Inframundo

Manigoldo despertó en su habitación como cada una de las ocasiones que dormía con su dios, contento, saciado, sintiéndose como alguien nuevo, quizás era como su maestro lo decía, la única forma en que logro sobrevivir a ese dios, pero no estaba del todo seguro y eso era lo que le atormentaba.

Porque se sabía con demasiada certeza que se trataba de un traidor, la clase de santo que fue el primer alumno de su maestro, a quien le dio caza en Venecia, cuyo destino compartiría dentro de poco o mucho tiempo, no lo sabía con claridad.

Lo que si comprendía era que su maestro al saber que había cedido, que no tuvo la fuerza de voluntad suficiente para resistir el amor del dios de la muerte sabría la clase de traidor que entreno y le daría la espalda.

El espectro de cáncer rodeo sus rodillas, tratando de pensar que era mejor, a quien debía complacer, a su dios o a su maestro, encontrando que aunque le dolía demasiado el odio de Sage, aquel que era la persona más importante de su vida, tampoco quería decepcionar al dios de la muerte.

Tenía miedo de aceptar su destino, de saberse sin ninguna opción, pero más por que él mismo las destruyo al rendirse al amor de la muerte, quien en su extraña forma de cuidarlo le había otorgado algo que no sabía que necesitaba con tanta desesperación.

A él, que hasta el momento no era otra cosa más que el santo de cáncer alumno del patriarca, un acto que siempre agradecería, pero a veces veía como si se le fuera robada su autonomía, en otras ocasiones la grandeza de Sage lo eclipsaba, su sabiduría y su poder.

Ni siquiera sentía como suya a su armadura, aquella era la de su maestro, un préstamo que no duro demasiado tiempo, no como el cangrejo negro, el que permanecía dormido en medio de su habitación, esperando que se decidiera a vestirlo.

Thanatos le prestaba atención, sin importar lo absurdo de sus comentarios o su impertinencia, en ocasiones esperaba paciente que realizara cualquier movimiento en el tablero, sin dar por sentada su victoria, sino por el contrario meditaba cada uno de sus movimientos como si en realidad le prestara atención a su inteligencia.

A su astucia como le gustaba decirlo, su sentido común le decía que eso era incorrecto, que él era un espectro, que estos no podían amar a nadie, mucho menos un dios, pero sí ellos estaban equivocados, si los espectros no eran más que soldados enemigos, como el antiguo alumno de su maestro, como Verónica o como esas ninfas, aun el hermano de Thanatos parecía capaz de amar a sus semejantes, aunque no era correspondido.

Su maestro le había solicitado que pensara con detenimiento si amaba a ese dios, si su compañía era lo que deseaba y si sus acciones pasadas podrían ser perdonadas con tanta facilidad como lo hizo.

Pero él protegió su cuerpo a sabiendas de que resultaría castigado por ello, lo había cuidado mucho antes de que se cruzaran sus caminos, su pasión por él era como ninguna que hubiera visto, nadie, nunca lo había tratado como alguien hermoso, alguien digno de seducir y cuando hablaban, a pesar de que muchos de sus recuerdos Albafica estaba presente Thanatos lo escuchaba, su mirada fija en el, prestándole atención como nadie jamás lo había hecho.

Tampoco podía decir que deseaba un amante débil o sumiso, puesto que encontraba su sumisión aburrida, esperaba que se le enfrentara a cada instante, incluso le había entrenado, mostrándole la forma de abrir portales, de pasearse en el inframundo como si fuera su campo de juegos, uno por demás extraño, lleno de peligro, pero suyo a fin de cuentas.

Sí su maestro esperaba hacerlo flaquear con aquella pregunta, mostrarle lo equivocado que estaba, cometió un error, porque al recapitular, se daba cuenta que le gustaba estar a su lado y que aquello que le dio la oportunidad de notarlo fue aquel sacrificio que realizo en los campos elíseos.

Repentinamente sintió un cambio en la esencia del inframundo, tal vez solo era una ilusión o un sentimiento injustificado como le decían sus antiguos compañeros de armas, pero estaba seguro de que el peligro se acercaba.

Manigoldo se levanto con rapidez, cubriéndose con la túnica que le diera su dios para entrenar, para después convocar su armadura, seguro que sus instintos no le fallaban, era el mismo sentimiento que lo atormento antes de la guerra, escuchando el sonido de un portal abriéndose, suponiendo que se trataba de Thanatos.

Recibiendo un golpe de un cosmos aterrador, tan poderoso que destruyo parte del templo de Thanatos, del cual apenas logro escapar usando uno de los portales que su dios le enseño a crear.

Escapando del celoso hermano de su dios, quien gruño al ver que no logro lastimarlo, esa endemoniada armadura negra y las técnicas de su hermano lo protegieron, pero no por mucho tiempo, ya no tenía porque preocuparse del odio de Thanatos, puesto que con la flecha de Cupido podría convertirlo en amor cuando su iluso hermano intentara salvar a su consorte, colocándose heroicamente como un escudo humano.

Si es que llegaba a tiempo, ese humano no podría derrotarlo y esa pelea no sería causa de castigo, puesto que Manigoldo, esa basura humana, no era un espectro, ni su sangre, ni su muerte ocasionaría la ira del dios del inframundo.

Thanatos al fin seria libre de aquella criatura, de ese supuesto fuego fatuo, el que sería efímero, tanto como aquellas esferas sin poder ni belleza, las que eran destruidas con demasiada facilidad.

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Dohko no se acostumbraba a su papel de patriarca del santuario, a veces pensaba en sus dos compañeros de armas, Albafica y Manigoldo, pero la mayor parte de las veces sus pensamientos estaban enfocados en Shion, el cual no había regresado en todo ese tiempo.

Haciendo que se preguntara más de una vez si seguía con vida y si comprendería mucho mejor que él, otro cambio en el santuario, el de la doceava casa, la que parecía estaba a punto de caerse en pedazos, cuyas flores, junto con todas las del santuario simplemente dejaron de florecer, quedando en su lugar zarzas negras y retorcidas que se aferraban a las paredes, las que emanaban una energía negra, desagradable.

Las que más de una ocasión trato de destruir, pero resistían con la misma fuerza inquebrantable que asociaba al santo de piscis, a quien no conoció del todo, porque su deber y su sangre lo mantenían alejado de los demás.

El santo de libra se encontraba sentado en el escritorio, con varios pergaminos abiertos, libros por doquier, seguía buscando de manera infructuosa cualquier señal que pudiera ayudarle a Shion a encontrar pistas, las que se desvanecían con el pasar de los años, así como su cabello se iba llenando de canas.

Marcas inequívocas de la edad y del pasar de los años, los cuales transcurrían mucho más rápido en la tierra oscura que en el inframundo, uno de los castigos de los dioses, del mismo Zeus, acortando el tiempo del sufrimiento de la raza que protegía Athena, como el de sus almas en el inframundo, permitiendo que el encierro de Hades, uno de los tres dioses supremos del universo, fuera menos tedioso.

— ¡Patriarca Dohko!

Gritaron de pronto, una voz emocionada, ese era el santo de Tauro, quien ingreso antes de recibir una respuesta del amable patriarca, quien siempre tenía las puertas abiertas para sus discípulos, quien a su vez, había ordenado que varias reglas fueran modificadas, haciéndolas un poco más flexibles, como aquellas relacionadas con los gemelos de géminis.

— ¡Patriarca Dohko!

El se levanto con rapidez, prestándole su atención al joven santo de tauro, quien le traía buenas noticias, un pergamino que avisaba del retorno a salvo de Shion, parecía que la suerte les había sonreído, que dentro de poco habrían algunas respuestas.

— ¿Esto es de Shion?

Dohko asintió, la carta no decía nada importante, solo que dentro de unos meses el lemuriano regresaría con ellos, que tenía información referente a sus camaradas, nada más que eso fue escrito, suponía porque deseaba darle aquellas noticias en persona.

— Muchas gracias, puedes regresar a tus labores.

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Las suposiciones de Minos fueron correctas, porque el inequívoco sonido de un enfrentamiento fue aquello que les indico el sitio a donde ir, así como los despavoridos gritos de las ninfas, que trataban de huir, temerosas de Hypnos, así como de ese demonio de cabello azul.

Supuso que ese debía ser Manigoldo, quien apenas lograba esquivar los ataques de Hypnos, el poder de su amigo era mayor que en el pasado, suponía que eso tenía que ver con la granada del inframundo y esa armadura negra que se asemejaba a la de cáncer.

Albafica no supo qué hacer en ese momento, atacar a Hypnos o proteger a Manigoldo, optando por lo segundo al mismo tiempo que Minos, actuando en contra de todo pronóstico trato de detener al dios usando sus hilos, los cuales fueron cortados al mismo tiempo que las raíces, las zarzas endemoniadas de su rosa recibían el poderoso impacto del dios del sueño.

Quien se detuvo observándolos a los tres, riéndose de aquel absurdo, creyendo que Minos era un estúpido por ayudarle a su traicionera rosa a defender a su amante, Manigoldo al verlo entrecerró los ojos, inseguro de que debía hacer.

— ¿Vienes a terminar lo que empezaste?

Pregunto con sorna, alejándose de Albafica, quien trato de revisar su cuerpo en busca de heridas, esa era sin duda la primera vez que Manigoldo lo rechazaba y estaba en su derecho, después de todo trato de matarlo cuando lo vio en los campos elíseos.

— Vine a verte, necesitaba hablar contigo.

Manigoldo entrecerró los ojos, apretando los dientes con fuerza, ese no era el mejor momento para eso, no después de su intento de asesinarlo, mucho menos en compañía de Minos, o en el templo de su dios, quien trataría de matarlo al creer que se marcharía con él a la primera oportunidad, seguro de su odio, confundido por su extraña actitud para con él.

— Tú y yo no tenemos nada de qué hablar.

Pronuncio cuando los hilos de Minos cedieron de nuevo bajo la presión del dios del sueño, quien se detuvo al ver que dicho juez trataba de usar su propio cuerpo como un escudo, ganándole tiempo a su hermano para que pudiera interrumpirlos.

— Sí no hubiera prometido no hacerte daño, te mataría por tratar a mi rosa con ese desprecio, estúpido cangrejo.

Albafica estaba a punto de decirle que no era una rosa, pero de pronto, Hypnos se interpuso entre ambos, golpeándolo con el dorso de la mano, sonriendo al ver que Minos corría a su encuentro, esperando que no hubiera sido lastimado.

— No sabes porque Albafica ha venido a verte no es verdad, yo te diré la razón, porque sé que no amas a mi hermano, que solo trataste de usar su deseo por ti, una basura inferior, en su contra.

Manigoldo se cubrió con el fuego demoniaco, atacando al dios que se movía de la misma forma que su señor, impactando su puño contra su mejilla, para después darle un rodillazo en el estomago, logrando que Hypnos enfureciera, atacándolo con una de sus poderosas técnicas, la que lo lanzo en contra de unas columnas que fueron cortadas por los hilos de Minos, quien estaba seguro su amada rosa no deseaba que ese humano fuera lastimado por nada, ni nadie.

— Te lo he advertido Hypnos, más de una vez, pero tú no me escuchas y nunca lo harás, no es verdad, hermano.

Al fin Thanatos se presentaba ante ellos, notando a la rosa en los brazos de Minos, los hilos que cortaron las columnas que hubieran lastimado a su cangrejo, el cual estaba enfundado en su armadura, cubierto de llamas, enfrentándose a un dios, el cual solo estaba jugando para prolongar su sufrimiento.

— El no te ama, sólo yo puedo amarte, porque no lo comprendes.

Albafica se levanto poco a poco, sintiendo los brazos de Minos a sus costados, sosteniéndolo con demasiado cuidado, sus ojos fijos en los suyos, sus hilos protegiéndolo del dios del sueño.

— Te llevare con él, sólo confía en mi Albafica, te daré la oportunidad de explicar tus acciones.

Minos relamiéndose los labios tocando el hombro de su rosa convoco a su armadura negra, la que parecía ser la representación oscura de un pez abisal, tan negro como el abismo del cual escapo.

— Ve con él, yo te protegeré de esos dioses.

Albafica estaba sorprendido, más que por la armadura, por las acciones del juez, asintiendo, dejándolo atrás con los hilos elevados para protegerle de Thanatos e Hypnos, el primero parecía concentrado en su hermano, pero estaba seguro que a la primera oportunidad atacaría a su rosa.

— Pero yo no comparto tus deseos Hypnos, jamás lo hare, pero eso a ti no te interesa, no eres más que un traidor y tu amor, no es verdadero, si lo fuera, no tratarías de obligarme a ceder ante ti.

Hypnos comenzó a reírse, señalando al humano que corría en dirección del amante de su hermano, esperando que eso lo distrajera el tiempo suficiente para atacarlo por la espalda, Thanatos al ver que ese veneno se acercaba a su amante, lo ataco, actuando justamente como el dios del sueño supuso, pero fue repelido por los hilos, los que destruyeron a las calaveras sonrientes.

— Eso piensas, por eso has obligado a ese humano a ceder ante ti, aun a costa de su propia seguridad.

Los ojos negros de Thanatos se abrieron desorbitadamente, así como los de Manigoldo, quien negó aquello con un movimiento de la cabeza, ese era el mayor acto de amor que cualquiera hubiera hecho por él, no podía ser un engaño, pero parecía, que era exactamente eso lo que ocurrió en los campos elíseos.

— Sabias que yo había cambiado sus memorias, que yo germine el odio en sus recuerdos, que no sabía quién era él y que trataría de matarlo apenas lo viera, como sabías que ese estúpido mortal que piensa que realmente lo amas, que no es un juego para ti, no podría dañarlo.

Thanatos gruño y voló en dirección de Hypnos, atacándolo de lleno, tratando de silenciarlo pero era demasiado tarde ya, esa dolorosa verdad había llegado a los oídos de Manigoldo, quien observo a Minos, así como al santo oscuro de Piscis, quienes asintieron.

— El dice la verdad, yo hice que modificaran sus memorias para que no me odiara a mí, sino a ti, Manigoldo de cáncer, queríamos separarlos y esa fue la única forma de lograrlo.

Estaba hecho se dijo Minos, había entregado a su rosa en los brazos de su antiguo amor, quien cerrando los ojos permitió que Albafica recorriera sus facciones con las puntas de sus dedos, tratando de decidir si lo amaba o no, si era al juez que le dio libertad aquel que sobrepaso la ilusión del amor que sintió por el cangrejo, el que estaba inmóvil, sin querer creer que su dios nunca hubiera cumplido una de sus promesas.

— Manigoldo, no sabía quién eras tú…

Manigoldo llevo una de sus manos a la muñeca de Albafica, su rostro contorsionado por el sufrimiento, sin saber que hacer o que decir, inseguro de cuál era el verdadero motivo de los juegos de Thanatos, tal vez, sólo quería engañarlo, permitiendo que su amigo lo besara, un beso puro, casto, que les brindo… nada, un sentimiento vacio, no aquello que les recorría cuando recibían las caricias de sus espectros, abriendo los ojos, mirándose fijamente con aquel conocimiento.

— Manigoldo… yo…

Minos al ver aquel beso les dio la espalda, marchándose de allí con rapidez, le había dicho como salir del inframundo a su rosa, como usar su cosmos para escapar, también le había dicho que Radamanthys los esperaba para conducirlos a la salida, una que estaba plagada de peligros, que les daría la libertad.

La misma que le causaría un terrible castigo al traicionar a su dios, probablemente sería destruido, pero eso era mucho mejor que vivir sin su rosa, la cual seguramente escaparía llevándose a su cangrejo consigo, una vez que Thanatos fuera herido con la flecha, porque solo un mero raspón era suficiente para perderse en el amor falso de Cupido.

Manigoldo abrió los ojos, observando la pelea que se realizaba a sus espaldas, como los dos hermanos no se daban tregua, Albafica estaba dispuesto a marcharse del inframundo, si acaso su amigo lo deseaba consigo, se sacrificaría por su bienestar, él no se merecía el amor del dios de la muerte.

— ¿Me amas?

Pregunto el cangrejo con un dejo de certidumbre en su voz, ya sabía la verdad, solo era cuestión de que Albafica fuera sincero, quien después de unos minutos de silencio, los cuales parecieron una eternidad, cuando temía por el bienestar de su dios, quien destruía los campos elíseos, manchándolos con su sangre, insultando de nueva cuenta al dios del inframundo con esa actitud belicosa en un sitio que debía ser sereno, el cual era nada menos que el regalo de su esposa.

—Yo…

Manigoldo le sonrió, el juez había desaparecido, aquel beso no había significado nada para ninguno de los dos, ambos lo sabían, por lo cual, besando esta vez su frente, abrazándolo con fuerza como si se estuviera despidiéndose de él, permitió que se fuera.

— Descuida, no es tu culpa…

Pronuncio, dándole la espalda, al mismo tiempo que Albafica comenzaba a correr, regresando por donde había pisado con anterioridad, recorriendo el camino de regreso a sus habitaciones en el castillo, esperando darle alcance a Minos, quien había demostrado en esas pocas horas un amor verdadero, uno que como decían los dioses del abismo, también estaba acompañado de lujuria, dándose cuenta que su veneno en realidad solo fue una excusa, que ellos trataron de finalizar la historia que sus maestros dejaron inconclusa, confundiendo la amistad con el amor.

Al otro lado de los campos, Manigoldo incendio su cosmos espectral cuando vio que Hypnos hería a Thanatos con un instrumento dorado, que baño las flores de los campos elíseos con sangre roja y como la flecha dorada se esfumaba en una nube de humo negro.

— ¡Maldito Bastardo!

Grito, propinándole varios golpes a Hypnos, quien se incendio con una de sus técnicas por poco tiempo, el que comenzó a reírse al ver que había dañado a Thanatos con la flecha de Cupido, quien sostenía su costado, sus ojos cerrados, su expresión serena, pensando que por fin había conseguido que su amor le perteneciera.

— Mátalo, mátalo mi amado hermano, mata a Manigoldo.

Thanatos abrió los ojos, fijándolos de momento en el santo de cáncer, quien estaba confundido, sin saber que había pasado, para enfocarse poco después en Hypnos, con una expresión casi perdida.

— Eso era la flecha de Cupido, con ella Thanatos me amara, la muerte es mía basura humana y tu, tu ya no existirás más.

Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo-Inframundo- Inframundo

Aun quedan dos capítulos más, uno el final, y el otro un epilogo.

Por el momento me despido, muchas, muchas, gracias.

Bye.

Seiken.

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