-Enserio que eres idiota- Nami azotó la puerta con furia y se alejó en dirección a la entrada. El peliverde cerró los ojos con frustración. A ese paso no iba a quedar nada del auto de Mihawk.
-Buenas noches y bienvenido al PirateShip club y Bar- un joven vestido con un smoking rojo y corbata negra se acercó hasta el auto. Después de darle las llaves al ballet parking y evitar que Luffy lo golpeara por que aseguraba era un ladrón de autos, por fin pudieron entrar al PirateShip
Zoro echo un rápido vistazo alrededor, realmente era un lindo lugar especialmente por que tenía dos bares y no uno. Se fijó en la tarima y vio como una mujer arrojaba un abanico y este era atravesado, en el aire, por un cuchillo quedando clavado en el fondo del escenario junto a otros varios, los aplausos resonaron, incluso hubo quienes se pusieron de pie.
-Nos perdimos el show- Luffy puso su típica cara de perrito degollado pero Zoro estaba demasiado distraído para notarla, y es que la dama de pie junto aquel extravagante hombre de la máscara era ¿Bella? No sabía cómo describirla, pero había algo en aquella chica que le gustaba y mucho.
Ella se revolvió sus rizos rubios y aun sin sonreír se retiró al backstage del escenario.
-Después de este increíble show es hora de que la pasemos ¡en grande!- rápidamente el telón se cerró y las luces de colores volvieron a llenar todo el lugar.
-Oi, Ussopp- el aludido volteo
-¿Qué pasa Luffy?-
-¿Viste al de la máscara? ¿Crees que sea un luchador o un superhéroe? Porque eso sería genial-
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Tocó la puerta varias veces antes de entrar, quizá más de las necesarias, solo por precaución
-¿Quién demonios es y qué demonios quiere?- si ahí estaba lo que temía y es que cuando Sanji se convertía en Gi no solo cambiaba su físico, varios aspectos de su personalidad tomaban una forma más bravía y femenina. La última vez que había entrado a su camerino sin tocar, un florero se había encargado de dejarle el mensaje muy en claro. Él y el ojiazul ya se había varias veces desnudos, compartían la mayoría de cosas y se conocían casi desde niños eran como hermanos, claro sin la desventaja de ser de la misma sangre, nadie conocía mejor el cuerpo de Sanji que Killer.
-Sanji, soy yo Killer- ante la falta de respuesta supuso que podía pasar y así lo hizo. Sanji estaba metido en una bata blanca que llevaba ceñida a la cintura, se había quitado la peluca y el maquillaje- Es bueno ver de nuevo tus cejas- aseguró. Sanji siguió viéndose en el espejo sin decir nada y se retiró los ganchos que le sostenía la parte delantera del cabello dejándose caer su típico mechón rubio sobre el ojo izquierdo.
-¿Podrías quitarte esa mascara?- el rubio que aún estaba de pie se tocó el rostro y se dio cuenta que aun la llevaba puesta. Se la quitó y su cabello de nuevo le cubrió la mitad de la cara.
-¿Qué vas a hacer más tarde?- murmuro como si no fuera un asunto relevante
-ese flamenco mierdoso me hizo rasurarme, ponerme esos zapatos incomodos, casi asfixiarme con ese maldito corcel así que me voy a tomar la noche y me importa una mierda si está o no de acuerdo- lo último lo dijo alzando la voz. Como si esperase que Doflmingo estuviera al otro lado de la puerta.
Se levantó y se dirigió hasta el armario donde en una bolsa plástica lo esperaba un traje pulcramente guardado, Killer detuvo su avanzar cogiéndolo de la cintura y acercándolo a él.
-¿No quieres ir al bar, a beber conmigo?-Sanji no necesitaba verle los ojos, su tono lujurioso y casi insinuante le decía por dónde iba la cosa. Realmente ni el mismo sabía cómo había llegado las cosas a este punto con su amigo, no eran amantes pero tampoco eran solo amigos ¿Habría algo para definirlo? ¿Amigos con beneficios tales?
-¡Ja! Habiendo tantas mujeres hermosas allá afuera ¿crees que me quedaría a enrolarme aquí contigo? Ahora suéltame antes que le parta a patadas- Killer frunció los labios, se apartó con brusquedad y salió sin despedirse y es que Sanji podía llegar a ser muy cruel, suspiro con resignación, estar enamorado sin ser correspondido era lo peor que pudo haberle pasado.
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Busco un asiento frente a la barra, la cual era de madera pulida ideal para deslizar tragos. Eran unos banquillos recubiertos de cuero bastante elegantes; pidió una cerveza y se dedicó a perderse en sus pensamientos.
-una margarita por favor- una elegante y masculina voz se dejó escuchar a su lado derecho. Podía sentir como el recién llegado lo estaba mirando.
-¿Decepcionado?- Zoro dejo su cerveza en la mesa y se trono los nudillos y el cuello ¿Por qué este día precisamente todo mundo se encontraba muy conversador? No podían dejarlo beber tranquilo.
-No ¿Por qué lo dices?- le respondió sin mucho animo
-Bueno, llámame loco pero cuando es la noche de inauguración de un club y ves a alguien sentado en la barra con…una, dos, tres, cuatro botellas de alcohol vacías, con rostro tan apesumbrado como el tuyo debería ser normal imaginar algo así ¿Podría traer otro trago para el cabeza de alga? Ese va de parte mía- Zoro gruño muy bajito. Solo esa noche 6 chicas y 4 chicos se había acercado con la intención de coquetear con él, todos habían fallado….pero indudablemente este era el peor de todos ¿acababa de insultar su cabello?
-¿¡A quien rayos…!?- y su pregunta murió en el aire. Al levantar la vista se encontró con los ojos del desconocido, era realmente apuesto. A pesar de las luces y la oscuridad pudo notar que su cabello era dorado, le cubría la mitad de la cara y lo más curioso era su ceja visible en forma de espiral, la piel clara como la porcelana, facciones finas como lo era su nariz respingada y sus labios delgados, llevaba unos pantalones de vestir que se amoldaban perfectamente a sus kilométricas piernas, una camisa formal color rosa pastel (tenía que ser ese estúpido color) y encima un chaleco negro con tres botones dorados. Francamente ese chico si sabía cómo lucir su figura esbelta.
-¿Decías algo?- le pregunto el rubio ya un poco incómodo de la mirada tan directa de Zoro, quien claramente seguía pasmado. No todos los días te encuentras con un tipo tan sensual y con un aire tan masculino al mismo tiempo; el tiro de gracia fue cuando el elegante de blondo cruzó una pierna y recargo su peso en el codo que acaba de acomodar en la barra. Sacaba una caja de cigarrillos y con mucha elegancia tomaba uno y se lo colocaba en los labios.- ¿Podrías dejar de retener agua cabeza de cactus y prestarme atención?- le dijo al tiempo que su encendedor generaba una chispa y se la acercaba al cigarro que amparaba su boca. Jodido rubio…Zoro se sintió avergonzado, pero trato de disimularlo.
-¿Eh? ¿Decías algo?- cactus… ¡por favor! Él no era una puta planta.
-Te pregunte si querías uno- le dijo al tiempo que le enseñaba la cajetilla, el musgo pensó en decirle que no, pero que más daba. Agarró uno y sin pensarlo tomo la cabeza del rubio y la jalo hacia sí; con la otra mano le sostuvo la barbilla de este para acercar el cigarrillo encendido de él y prender el propio. ¡Un momento! ¿Qué acaba de hacer? Una vez encendida su colilla se alejó y miró al rubio, quien solo atinaba a tener una expresión de sorpresa. Por suerte para este las luces del antro no dejaban ver su sonrojo, estaba seguro que estaba muy ruborizado.
-Lo lamento- se disculpó Zoro. Tomo el cigarro y apoyo la mano en su rodilla.
-No…no hay problema Marimo- dio una larga y pausada calada. No iba a negar que el muscínea le había atraído; pero en ningún momento esperaba que hubiera algún tipo de coqueteo entre ellos.
-Oi cejas rizadas, tengo nombre ¿sabes? Me llamo Zoro, repite conmigo ZO-RO-
-Me llamo Sanji, marimo idiota- el recién presentado sonrió y miro retadoramente a Zoro
-Tsk eres un presumido, estúpido cejas de caracol- el rubio gruño y siguió fumando. Zoro regresó su mirada a la barra en donde su bebida llevaba un rato olvidada, se la tomo de un solo trago y se llevó el cigarro a la boca
-Sé que estas aburrido alga con patas, pero no deberías combinar nicotina y alcohol al mismo tiempo-
-Mira cejillas- apagó el cigarro en el cenicero que estaba en la barra- Primero que nada, es tu culpa por ofrecerme un poco de tu vicio- Sanji hizo cara de ofendido- segundo, soy muy tolerante al alcohol, así que deja de preocuparte y por último, deja de insultar mi cabello- contrario a lo que pensó, el rubio comenzó a reír. Sus dientes eran muy blancos y su boca tomaba una forma adorable además, su risa era contagiosa. El peliverde, que hasta ese momento no lo había notado, pensó en lo familiar que se le hacia ese rostro.