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Delicatessen por Radhe

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Notas del capitulo:

Perdonen por demorar la actualización, estuve sin conexión muchos días. 

Regazo

 

Se había mantenido alejado, fieramente escondido entre las paredes de su templo, porque la satisfacción de su venganza le había dado paso a un vacío en su vientre y le hacía sentirse amenazado ante cualquiera que le mirara. Había paz dentro de su hogar, entre los restos de las rosas y se escondía allí, día y noche. 

Pero estaba atrapado, rogaba a los dioses que Ella pasara de largo, pero la escuchó deslizarse despacio –como sobrevolando– por entre los rastrojos; encontró el camino hasta él y viéndolo a los ojos encendió su cosmos. 

Afrodita no pudo soportarlo, estando así de cerca era imposible… calló de rodillas; un dolor terrible azotó su cuerpo en la peor de las torturas. Ella desplegó su energía, no lo dejaría levantarse. Se acercó aun más y se arrodilló a su lado, poniéndole una mano –pequeña, blanca e infinitamente dulce– sobre el cuello, para ayudarle a respirar. Él jaló aire locamente, con una nueva corriente de dolor, como si desde su tacto miles de corrientes de fuego le recorrieran y cosumieran. 

–Sé que has sido tú…

Habló con voz dulce, pero  que él sintió penetrando profundo en su cráneo. Negó con la cabeza, profundamente atormentado. ¡No! ¡No admitiría nada! ¡No era posible se hubiera dado cuenta! Y además, había sido justo… él había sido lastimado primero. Era él a quien habían herido.

Se aferó a su falda, sabiendo que era su castigo, que aquel terrible dolor era merecido, que tenía que soporlo, aunque estaba aterrado. No duró mucho más y cuando pasó se quedó tirado allí, mareado, con el estomago revuelto, a punto de devolver y muy débil. La energía de la diosa se dulcificó. 

–Hyoga no tenía nada que ver con lo que pasó entre Camus y tú.

Afrodita no había amado a nadie más en toda su vida y no podía comprender el grado de dolor que había causado a su compañero. Pero sintió como si un hueco se abriera paso en su pecho, asfixiándolo.

–Basta… – suplicó finalmente, incapaz de respirar, con una angustia absurda que no venía de la diosa, sino de sí mismo. 

–Sé que has sido tú.  – repitió ella – Y él también lo sabe… pero no podrá olvidar lo que le obligaste a hacer. 

Eso lo golpeó duramente. Centrado sólo en Camus no había pensado en Hyoga,  darse cuenta de lo que le había hecho lo atormentó, porque ese dolor lo comprendía bien, el terror de ser obligado a hacer algo que no deseas, de creer que ansías hacerlo y no saber por qué. 

Comenzó a llorar a gritos, en un reclamo y una súplica que había tenido atrapados dentro de sí por años, desde niño. Se aferró al vestido de ella y se arrastró hasta apoyarle la cabeza en el regazo, tenía miedo de ser rechazado, pero ella le acarició con gestos suaves y le acunó. Él se dejó ir a una paz total, que no creía merecer, pero había necesitado toda su vida.   Continuará...   n n n n n n n n n n n n n n n n n n n n n n

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