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Delicatessen por Radhe

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Abismo

 

La vida era aburrida. Casi hubiera preferido volver al inframundo, donde su convivencia con almas atormentadas y las suaves dosis de dolor le hacían mantener la cordura. Allí, a solas en la casa de piscis no sentía el paso del tiempo y los días parecían confundirse entre sí.

A pesar de haberse redimido ante su diosa y estar en paz consigo mismo, no tenía ningún deseo de mostrar su cara frente a los otros Santos… no quería ver a nadie, le hacía latir mal el corazón la idea de que otros le hablaran...¿Qué iban a decir? ¿Qué podría pasar?

Se estremeció, no quería ni pensar en ello.

Había estado semanas vagando por su jardín, mirando las rosas estropeadas, la tierra yerma y el polvo revoloteando con el viento… no era un lugar pequeño, pero era siempre lo  mismo y siempre estaba sólo. Fastidiado de sí mismo, finalmente atravesó la puerta del templo y empezó a caminar. Se dio pisa por salir del santuario, pero aún entonces no se detuvo. Día tras día siguió su viaje, un paso tras otro, sin mirar nada realmente, sino sus propios pies.

Por eso cuando lo llamaron “¡Afrodita!” se sorprendió tanto que estuvo a punto de resbalar, había estado caminando sobre una delgada franja de tierra y el fondo del abismo estaba a kilómetros de distancia.

Mu lo aferró del brazo, sosteniéndole, evitando su caída y le ayudó a incorporarse. Se miraron un momento, la mirada del menor diáfana, clara y sin segundas intenciones, Afrodita había temido un encuentro con otro Santo, pero ese fue apacible y no le causó angustia.

– ¿Qué haces aquí?

Pregunto Mu finalmente, extrañado de recibir visitas en Jamil. 

–Vine a q repares mi armadura

Respondió de inmediato, casi automáticamente, a fin de cuentas tenía que decir algo y no tenía ganas de explicar sus verdaderos motivos.

–Ahh– Mu le recorrió con la mirada– ¿y dónde está?

Afrodita dio un paso atrás y comenzó a reír, Mu pensó que resbalaría de nuevo y lo sujetó vivamente, asombrado por esa respuesta hilarante. Pero realmente era una situación ridícula, ¿la armadura?

¡La había dejado en su templo!       Viaje
Visitar a Mu le había hecho bien. Se sentía más ligero, menos preocupado, mucho menos irritado. Quizá porque Mu no había estado realmente en el santuario, ni había jugado papel alguno en su vida, en realidad nunca antes habían hablado de manera personal: era un inicio limpio, una tierra nueva donde sembrar sólo cosas buenas. 

Con muchos de los otros tenía cuentas pendientes en uno u otro sentido, eran pocos los que no había conocido ya, generalmente en malas circunstancias. Pero quedaba otro, se dijo, con el que no había tenido contacto.

Así que dejó su armadura – ésta vez a propósito– y se encaminó a verle. Disfrutó bastante el viaje, moviéndose a la velocidad de la luz sólo a ratos, quería caminar como una persona normal, mirando los cielos y a la gente. Se detenía a comer y a dormir cuando se le apetecía. Y no se dio nada de prisa.

Le tomó tres meses llegar hasta los 5  picos y fue una auténtica sorpresa que cuando finalmente llegó, Dohko lo estuviera esperando. 

–Sabía que vendrías– le sonrió – he sentido tu cosmos acercarse desde que saliste del santuario. 

Afrodita no se había dado cuenta que lo había tenido encendido, era una sensación tan dulce y agradable, que le parecía natural. Se llevó los brazos al pecho y comprendió que esa dulzura venía de estar en paz consigo mismo. Se sintió purificado y devolvió la sonrisa. 

Pasaron la tarde en la cascada, nadando y hablando de cosas triviales. Fue increíble y novedoso para él sentirse tan aceptado y tan normal.  

Una semana después se despidió de Dohko y comenzó a caminar; se sentía mucho mejor, pero no solo por la visita, sino por el viaje, por todos esos días y por sí mismo. Estaba listo para volver a casa. 

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