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Delicatessen por Radhe

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Ilusión

 

Sintió movimiento dentro del templo pero no prestó atención. No tenía motivos para temer con Atenea y el patriarca en el Santuario y todos sus compañeros en sus templos. Además estaba ocupado replantando los rosales, que nunca parecía terminar de recuperarse, por más que aireara la tierra y plantara los retoños. Suspiró limpiándose el sudor de la frente, y cogiendo las tijeras para podar; el jardín había sufrido muchos destrozos desde la guerra, y a pesar de que había sido su refugio, recién comenzaba a cuidarlo.

Así que ese cosmos aproximándose le importó bien poco, al menos hasta que el rayo de energía entró por su nuca y penetró en su cerebro. Entonces todo se volvió una pesadilla… 

Hubo un poco de dolor, un poco de angustia y luego nada; estaba allí, con las rosas en las manos. Se levantó asombrado, se sacudió la tierra y entró al templo, ¿de quién era ese Cosmos? ¿Quién se atrevía a atacarlo así? Y lo más importante, ¿por qué?
No encontró a nadie en los pasillos ni en las cámaras privadas, fue hasta su alcoba para asegurarse y… se sintió desesperado, el espejo al lado de la cama, lo reflejaba, pero aquello no era él. 

No había fealdad allí, no había nada. No es que no se viera... se veía... pero al tratar de enfocar la vista era como si se topara con un hueco terrible que lo absorbiera todo. Era negar su existencia. 

Completamente fuera de sí, se desesperó y gritó, se llevó las manos a la cabeza y se arrancó el cabello, se arañó la cara, ¡estaba allí! ¡Estaba vivo! El dolor era real y él existía. Pero seguía sin poder verse, sin poder tocar nada, no respiraba, nada, ¡nada!

Encendió su cosmos, para protegerse, y eso lo ayudó a pasar por aquel amargo final que esperaba… su ser consumiéndose, destrozándose a sí mismo con desesperación, hasta morir.

Luego respiró con tranquilidad y bajó las tijeras, que aun le temblaban en las manos y colocó suavemente los botones recién cortados en el suelo antes de ponerse de pie y enfrentar a su agresor. Ikki no tenía una postura desafiante, pero le miraba intensamente, sorprendido por la visión que había causado su técnica en el caballero de piscis. 

– ¿Eso era necesario?

Preguntó éste con calma.

– ¡Casi lo mataste!

Retó Ikki. Afrodita tuvo que reírse, comprendiendo de inmediato que se refería al Santo de Andrómeda.

–Vaya que tomas la venganza fría… Él me mató a mí, no casi, realmente me mató.
Ikki frunció el seño, no importaba, en realidad no estaba haciéndolo sólo por su hermano, tenía un resentimiento especial contra el doceavo guardián, y no pudo callárselo.

–Hyoga.

Afrodita se puso serio y asintió, preparándose. No regresó el ataque, aunque sabía que tendría pesadillas con aquella visión por mucho tiempo. Sabía que era merecido. 

–Vaya, entonces sí era necesario. ¿Quieres seguir con esto?

Ikki lo consideró, no tenía miedo… pero la Ilusión le había parecido suficiente castigo. Se fue sin decir más.

 

 

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