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Delicatessen por Radhe

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Afrodita se rió, su risa cristalina reverberó entre las paredes de la amplia cámara del templo de Virgo, pero su único habitante no reaccionó en absoluto. 

Shaka meditaba, sentado simplemente sobre el suelo, llevaba días en un estado de pura concentración que no podría ser interrumpido ni siquiera por el fin del mundo. 

El caballero de Piscis no había tenido intención de ir hasta allí, ni de encontrarse con él. Era al caballero de Cáncer al que buscaba… de cualquier forma si el destino le ponía en una situación así, no iba a ser tan estúpido como para desperdiciarla. Acercándose a su compañero le empujó fuertemente del hombro… Nada, Shaka no reaccionó. Rió de nuevo y empujó con mucha más fuerza, obligando a aquel cuerpo lánguido y vacío a recostarse sobre la piedra. La respiración de Virgo no cambió, ni hubo perturbación en su cosmos, seguía en un estado de profundo trance. 

Con gestos rápidos le deslizó la túnica hasta recogerla sobre su vientre, descubriéndole las caderas. Le observó con malicia, ¡maldito virgo!, siempre mostrándose altivo y orgulloso, como si fuera mejor que todos ellos, y allí donde importaba – debajo de la ropa – era igual a cualquiera. 

Afrodita le cogió con mano firme –y violenta– y comenzó a estimularle, pero no pasó nada. A pesar de que masajeaba rápidamente aquel miembro, sencillamente no había respuesta. La respiración y la expresión de Shaka seguían siendo neutrales, su cuerpo estaba relajado, en contraste con el sueco, que comenzaba a surcar debido al esfuerzo y a ruborizarse debido a la irritación. 

Usaba tanta fuerza que hubiera lastimado a cualquier otro, pero no sucedía nada. Finalmente se sintió tan frustrado que con un movimiento brusco le acomodó la ropa al otro caballero y salió del templo. 

Cuando días después Shaka terminó su meditación se sorprendió un poco de encontrarse acostado sobre el suelo y no sentado, pero no pensó mucho en eso, los días pasados en el nirvana le habían debilitado y necesitaba alimentarse. 

Afrodita en cambio rumió la experiencia mucho tiempo, se sentía frustrado y molesto, y extrañamente, también amenazado. A partir de entonces evitó con cuidado acercarse a la casa de Virgo. Pero nunca nadie se dio cuenta.      Extraviado
No sabía dónde estaba, todo le parecía irreal y horrible. Era amenazador, tenía la sensación de que un ataque podía llegarle en cualquier momento y venir de cualquier dirección; como si hubiera un enemigo detrás de cada árbol. Porque aquello se parecía al bosque al pie del santuario, pero no era, no podía ser; Afrodita estaba seguro; no recordaba haber dejado el templo de Piscis, y además algo no se sentía bien, era inexacto y no encajaba. Y no podía quitarse la idea de que si ponía demasiada fuerza en sus pasos, saldría volando, despegado de la tierra… se sentía como un sueño.

Ante la idea comprendió: realmente estaba soñando, por eso aquel lugar no se sentía real y  él no se sentía como él mismo. Nunca había tenido un sueño tan lúcido y supo que esa anormalidad era provocada.

– ¿Quién eres? – preguntó por fin, a esa presencia que parecía acosarlo detrás cada sombra. 

El hombre que salió de entre los arboles le resultó desconocido y no pudo identificarlo; alto y ancho de hombros, con una capa que le cubría por completo y una estrella en la frente.

–Soy un sueño – dijo con voz profunda que hizo temblar al muchacho, que no contestó, inseguro de si debía atacar. – ¡Eso no te servirá aquí! – Reprendió el hombre, leyendo sus intenciones – yo soy el dios de éste lugar. 

Afrodita se estremeció, trató de encender su cosmos, pero no valió de nada, ningún cambio se percibió en el ambiente. Y dudaba que la fuerza física tuviera efecto siquiera. Se sintió terriblemente amedrentado por un momento, al comprender que si había sido arrastrado hasta allí por algún motivo poco inocente. Pero luego sin más, su mente dio un giro y comenzó a reír: ¡era sólo un sueño! ¡Que se jodiera el dios, los sueños no pueden hacer daño!

– ¡Quiero despertar! – dijo con plena seguridad de que sus deseos serían obedecidos y al momento abrió los ojos en su templo, aun riendo. 

No sabía que en realidad los sueños sí podían hacerle daño, sólo que Hypnos aun estaba sellado y era incapaz de usar todo su poder. Sin embargo, tarde o temprano, el dios iba a liberarse.

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