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Delicatessen por Radhe

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 Satén

 

–Esto es tan degradante.

Se quejó agriamente, apretando los labios hasta que perdieron su tono rosado.

–No digas eso, Él lo encargó para ti especialmente.

– ¿Por qué mejor no te lo pones tú?

Afrodita le dirigió una mirada iracunda, pero la cara de Shura no mostraba ninguna sorna ni emociones malsanas; estaba decaído; Saga solía fornicar con él también. A ninguno les gustaba cuando el Patriarca los llamaba a solas a su recamara, quizá Death Mask lo disfrutara, con lo loco que era; pero Afrodita se irritaba profundamente cada vez que debía acudir sin compañía al templo principal. Aunque también sentía cierta emoción, pues sus encuentros no siempre eran eróticos, y hablar con Saga y participar de sus planes valía para él todos los sacrificios del mundo. Incluso aquel nuevo capricho, porque ese día su venerado líder le había indicado cómo debía vestirse para él. 

Asintió con la cabeza y tomó la vestimenta entre sus brazos, era un túnica sencilla, de agradable forma, lo que le molestaba era la tela, demasiado brillante, no apropiada para un varón.

–Te verás bien

Dijo Shura por decir, sin querer animarlo realmente, y eso lo hizo enojar

– ¡Pruébatela! – Ordenó tendiéndosela de regreso. 

–Es para ti…–repitió, temiendo de pronto que Piscis quisiera mandarlo en su lugar. 

–Yo la usaré para él si tú te la pones para mí ahora. 

El guardián de Capricornio le miró, había jurado fidelidad a Saga, eso implicaba buscar complacerlo  y eso a su vez implicaba convencer a Afrodita de ponerse la maldita túnica. 
Así que se quitó la suya, y tomando la túnica de satén de vuelta se la echó por la cabeza sin demasiado cuidado.

Afrodita se sorprendió, le había visto el torso desnudo muchas veces… pero aquella prenda le iba bien, el color hacía resaltar el de sus labios y su cabello, le remarcaba los amplios hombros y estaba seguro que le afinaría el talle, quiso asegurarse y cogiendo el cinturón trenzado le pasó las manos por detrás para amarrarlo en torno a su cintura

– ¿Qué haces? –preguntó Shura porque la cercanía lo ponía nervioso. 

–Ya –dijo cuando terminó de hacer el nudo –quiero ver que tal estás. 

Y poniéndole una mano en el hombro, con un gesto suave pero imperativo le hizo dar la vuelta.

Había algo… algo que nunca había visto en Shura pero que lo hizo conmoverse.

–Quítatela – exclamó dándose la vuelta – ya es hora.

El español estaba confundido, pero le devolvió la tela y no dijo nada cuando lo vio marcharse.

Por su parte, Afrodita no se quejó cuando Saga lo ató a su cama, su mente seguía repasando la imagen de Shura… y fueron sus manos y su cuerpo los que imaginó sobre si esa noche.    No
–No– dijo Camus y retiró la cara. 

Afrodita lo miro con ojos fijos y brillantes, sorprendido por su súbito cambio de opinión, pero por terquedad trató de besarlo de nuevo

– ¡No! – repitió el menor y acompañó sus palabras de un fuerte empujón, que lo hizo  a trastabillar dos pasos hacia atrás; incrédulo miró al aguador acomodarse rápidamente la túnica.

Hacía sólo un rato había sido él quien iniciara el contacto; quien llegara de sorpresa y se mostrara incitante. Había sido él quien concretara el primer beso y desajustara las ropas de ambos. Y cuando las cosas declaraban ir en cause directo a la cama, sin ninguna advertencia de por medio, había cambiado de parecer. 

–Esto fue idea tuya

Recriminó Afrodita, sumamente frustrado. Si bien le había pasado por la cabeza la idea de acostarse con Camus –una o dos veces–nunca había imaginado la situación real; ahora que había tenido esa oportunidad y que aquel lo rechazaba después de provocarlo, se sentía ofendido. 

–Sí, creí que quería… –murmuró Camus, sintiéndose confuso–  pero no… no quiero que me toques tú. 

El sueco frunció el seño, sintiendo como si algo caliente y denso creciera dentro de él con cada palabra que escuchaba.

– ¿Qué no lo haga yo? ¿Acaso de deseabas a otro en tu cama y conmigo sólo estabas practicando?

Su tono fue frío, firme y muy bajo; a Camus se le pusieron todos los pelos de punta, porque sus palabras eran verdad. Trató de explicarse atropelladamente, pero resultó en algo peor:

–No creí que te importara. Es que… tú siempre estás dispuesto y yo pensé…
– ¿Siempre dispuesto? Ah… ¿te das cuenta de lo que estás diciendo?

Su tono era tan agresivo y amenazante que Camus se estremeció, pero también se irritó, así que cogió fuerzas y contestó con el mismo tono.

– ¡No finjas decencia ahora!, ¿con cuántos de nosotros no has estado? ¿Por qué no ibas a querer hacerlo también conmigo?

Eso fue más de lo que Afrodita pudo soportar. Los golpes fueron rápidos y cargados de odio. No se había sentido tan insultado en toda su vida. Pero Camus, aunque más joven también era fuerte y si Death Mask no los hubiera separado habían podio iniciar una guerra de mil días. 

Aun que la pelea terminó tan rápido como comenzó, no fu el final de la situación: Camus estaba en el templo siguiente y vigilaba todos sus movimientos, de eso Afrodita estaba seguro y le pagaba con la misma moneda. 

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