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Delicatessen por Radhe

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Acoso

 

Estar muerto no le resultó tan desagradable como había pensado. Ni siquiera había sufrimiento, al menos no uno físico. Su alma no tenía cuerpo propio, sólo tenía una imagen proyectada de sí mismo, el problema era que esa imagen no era él exactamente, si no que se parecía mucho a un antepasado de su signo, y una de sus víctimas no lo había olvidado. 

Eso no era una desventaja, todo lo contrario, pues el juez había impedido que fuera lanzado al círculo del infierno que le correspondía y lo mantenía a su alcance. A cambio era una molestia perpetua, que en cierta forma agradecía. 

Minos no podía hacerle daño físico –no tenía cuerpo– pero su presencia constante, sus palabras a veces mordaces, a veces amorosas –y siempre amenazantes– comenzaban a perturbar su estado mental. No es que prefiriera el frio eterno del Coquitos, pero hubiera dado su brazo derecho por poder callarlo y tener algo de paz y silencio.   Flor
Nunca había llegado tan lejos en las tierras de Hades, nunca había pensado que pudiera existir aquella pradera llena de flores y vida. Cuando vio a la muchacha encerrada en roca, sintió curiosidad y por eso se acercó. Para él fue una auténtica sorpresa el verla moverse. No se había fijado en que tan bella era, hasta que ella llevó el tema a su mente: 

–Que caballero más hermoso es el que se me acerca.

Afrodita frunció la frente, molesto por esa forma de hablar, hacia nadie y por su tono, ligeramente burlesco, pero ella continúo: 

– ¿Crees que tu belleza puede protegerte aquí? – Y le miraba con aquellos ojos profundamente negros, que hacían difícil saber a qué estaban dirigidos – Inspiras curiosidad en los jueces, por eso no te han enviado aun al Cocytos, pero no hay nada que pueda protegerte de sus voluntades. Tu apariencia física es solo una memoria en este reino, ten cuidado. Fue la contemplación de mi belleza lo que me causó este mal. 

Afrodita –por supuesto– no entendió nada, y se sintió ofendido por aquel sermón.

– ¿Qué estas diciéndome? ¿Que me convertirán en piedra a mí también? – se burló.

–Es posible –contestó sin inmutarse– si con eso consiguen hacer de ti un adorno grato, no dudes que es una opción.

Afrodita llegó a su límite de irritación, comprendiendo por fin su advertencia y sus buenas intenciones. Bufando se dio la vuelta para irse, molesto de tener que abandonar aquel hermoso lugar, pero diciéndose que a fin de cuentas aquel jardín no era nada comparado con el de piscis, apenas una vulgar pradera. Evitaba pensar en las palabras de la muchacha, nunca había sido bueno enfrentando las cosas que le causaban malestar.   Enemigo
–Así que tú eres el que usa mi nombre.

Afrodita evitó mirar, sabía el poder que tiene la belleza, la magia y la fuerza que esconde. Pero a fin de cuentas es una influencia que entra por los ojos, así que mantuvo la frente baja y no miró ni respondió. 

–Me disgusta y me ofende – tronó la voz por encima de su cabeza– ¿te has llamado así tú mismo?

–No – contestó sin más, sintiéndose de pronto incapaz de mentir – fue mi maestro… era una burla. 

La diosa elevó apenas un poco su energía y eso bastó para hacer que el caballero se sintiera débil, a punto de desmayarse, al borde de caer de nuevo en la inconsciencia. 

–Esa diosa tuya te reclama de vuelta.

Eso lo sorprendió, había estado encerrado allí tanto tiempo… casi había olvidado cómo era estar vivo. 

– ¿Ha terminado el castigo?

–Fue interesante verte… pero aun tú, que eres llamado el más hermoso de toda la orden, nunca sabrás lo que es la belleza de verdad.

Aterrado por esas palabras, abrió los ojos y lanzó la cabeza hacia arriba; pero ella ya se había desvanecido, y solo pudo ver el azul del cielo y el sol de mediodía, tan intenso que le hacía llorar los ojos. 

Se encontró en el suelo, junto a otros 13 cuerpos desnudos y débiles; incapaces de moverse. 

Y aunque Afrodita cerró los párpados, aun caían lágrimas por su rostro, ‘es por el sol’, se dijo ‘no es por ella’.

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