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Sonata a dos tiempos (Twincest) por Bastianxt99

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El apartamento que le había conseguido Franz era amplio para ser ocupado por una sola persona. Contaba con dos habitaciones, un baño, una cocina pequeña y una sala-comedor, y estaba amoblado con lo justo y necesario. Le sentaba perfecto para vivir todo el tiempo que quisiera, pero la sensación agradable instalada en su estómago que le había invadido desde que había arribado se desvaneció el preciso instante en el que escuchó el timbre y abrió la puerta.

—Buenas noches —saludó con un tono que distaba un poco de a ser cordial—. ¿Y el honor a la visita es…?

Enterarse que Kaulitz-promesa y compañía, al igual que incontable número de estudiantes de música y miembros de la Berliner Philharmonie, vivían en el mismo complejo de edificios no le había sorprendido. Lo que sí le sorprendía y le causaba hasta curiosidad era aquella visita.

—Tom me está haciendo pagar el haber interrumpido su valioso ensayo —replicó entre dientes. Obviamente Georg no estaba contento de estar ahí—. He venido a…

Bill sabía que no debía, pero sin poder consigo mismo, interrumpió a Georg.

—¿Ensaya para algo especial?

—Sí. —Georg afiló los ojos, como calibrando si podía contarle. Optó por hacerlo sin reclamar que Bill lo tuviera en el umbral de la puerta sin hacerle pasar como los buenos modales hubieran indicado—. Dentro de poco irá con el director Rattle a dar un concierto a la embajada alemana en Francia. Es un gran evento. Como te decía, he venido a algo en específico.

—¿Y eso es?

—Ofrecerte mi ayuda.

Bill sintió cómo el piso se abría y quería succionarle. La indignación bullía en su sangre pero se controló.

—¿Ayudarme? —esbozó una sonrisa—. ¿Ayudarme en qué?

—Ensayar, obvio.

Eso pudo con Bill, quien antes de registrarlo estaba vocalizando las palabras que su mente se encontraba formando:

—Sin duda Kaulitz es un tonto o considera que yo lo soy.

Georg se encogió de hombros.

Ver a Bill en las instalaciones de BOP como si supiera donde estaba y al mismo tiempo no al principio le había despertado algo parecido a un sentimiento de protección. Ahora quería acribillarlo hasta que se desangrara encima de su chelo. Ante la imagen mental sonrió de forma sardónica. Tal vez Tom tenía razón al afirmar que así como podía ser demasiado afable con los desconocidos, su rencor era exagerado una vez que alguien tomaba una actitud que le disgustaba.

—Ni uno ni lo otro —respondió Georg ignorando la mirada inquisitiva que su sonrisa maliciosa había suscitado—. En fin, ya cumplí, no quisiste.

—¿Cumpliste? —Ahora fue Bill el que mostró una sonrisa burlona—. ¿Eres su asistente?

—No, soy su pretendiente. Nada que te importe —dijo haciendo un gesto lánguido con la mano de despedida y dándose media vuelta para marcharse.

“¿Pretendiente?” Bill no tenía ni idea si tomarlo en serio o en broma, sin embargo, descartó eso de inmediato mientras los engranajes de su cabeza giraban señalándole que debía de adelantarse unos pasos.

La confianza en sí mismo iba y venía a un compás vergonzoso y que jamás admitiría en voz alta pero la verdad es que sentía que solo en sitios como la Filarmónica encajaría perfectamente. Ese era su lugar, y si ese era su lugar, Thomas Kaulitz se convertía en su rival número uno, esa persona a la que debía de quitar uno de los dos puestos de solista, para comenzar, y, para terminar, el de primer chelista.

—Georg —llamó, y tuvo que trotar un poco detrás del otro para alcanzarlo—. Espera, espera —pidió.

—¿Qué pasa? Acabas de declinar mi oferta.

—Cambié de opinión.

Si bien su madre había estado lejos de ser un modelo a seguir, desde pequeño le había enseñado algo que no había olvidado: “conoce a tu enemigo y a las personas que lo rodean más que a ti mismo”.

***

Bill le dio un sorbo a la copa de vino que el castaño le tendió minutos después de haber entrado ingresado al sitio y le ofreciera algo para tomar prácticamente a regañadientes. Habían caminado por espacio de cinco minutos y a diferencia del suyo, ese departamento contaba con dos pisos y era notablemente más grande.

—Lindo lugar —comentó por puro formalismo. Su chelo reposaba en uno de los sillones y apreció la dominancia del piano en la sala.

—Lo es —afirmó Georg sin ningún dejo de humildad—. Vuelvo en un momento —agregó desapareciendo escaleras arriba.

La estancia era una mezcla de dos estilos muy diferentes, había fotos en marcos de grandes músicos pero también había unas cuantas personas que no reconocía, familiares tal vez. Los discos que descansaban perfectamente en la repisa al lado del sistema de sonido eran los que cualquier instrumentista tendría, sin embargo, en otro aparador había bandas y cantantes que jamás había escuchado en su vida, y mirándolos con encima, ponía en tela de juicio que le interesara.

Esa sala se le hacía incomprensible, determinó.

Dejó de desvariar en cuanto escuchó sonidos en el piso superior, voces y una discusión inentendible. Georg bajó minutos después con el rostro indescifrable.

—¿Comenzamos? —inquirió el pianista como si no hubiese sucedido algo. Estiró los dedos y se dispuso a sentarse en el piano. Antes de cumplir su objetivo una tercera persona hizo acto de presencia.

—Buenas noches —fue la voz que lo sacó de la extrañeza que no le había abandonado al sacar su chelo de su estuche.

Era Kaulitz. Estaba con ropa distinta pero igual de ancha con el mismo estilo gueto que le ponía de los nervios y sus trenzas se hallaban sujetadas en lo alto de su cabeza descuidadamente.

Bill devolvió el saludo, contemplando cómo el recién llegado se acercaba a Georg y posaba su mano en el hombro de éste y apretaba con algo que a Bill le dio la impresión de ser una muestra de cariño. Estuvieron así unos cuantos segundos que le parecieron eternos. Siempre había sido un solitario y las interacciones sociales entre terceros se le hacían incómodas.

—Por cierto, olvidé decirte que tienes correspondencia de Charles —anunció Tom sacando un sobre de uno los bolsillos de sus jeans y depositándolo en la mano de Georg.

—Ya vuelvo.

Georg desapareció presuroso hacia la cocina y Tom arrugó la nariz en dirección a Bill.

—Necesita privacidad, asumo —dijo en un intento de justificar a su amigo. Bill alzó un hombro y vio cómo Kaulitz se sentaba a su lado y posaba la vista en su violonchelo—. Vaya pieza que tienes ahí —halagó resoplando—. Es hermoso.

—Gracias.

—Dije que el chelo es hermoso, no tú, a menos que lo hayas fabricado. —Tom sonrió y arqueó la ceja—. Es una broma.

—Lo sé, Thomas —dijo Bill aún sin imprimirle más que seriedad a su voz.

—Dime Tom. ¿Tienes capacidad de reírte?

—A veces sí.

—Ya entendí, eres un niño de estampa de libro de grandes clásicos de la música —observó y al no obtener respuesta continuó—: Puedo ayudarte, si quieres.

—¿Ayudarme? —repitió Bill. Era la segunda vez en el día que alguien le ofrecía ayuda y también la segunda que Kaulitz lo decía. Apretó los puños.

—Todos hemos recibido ayuda alguna vez… yo espero que no…

—Como quieras, Thomas —interrumpió impaciente—. Dios mío, hablas tanto, ojalá toques como hablas.

Tom sonrió.

—Tom, dime Tom. —Bill se mordió el interior de la mejilla para no pronunciar “Thomas” por el simple hecho de hacerlo—. Ya que estamos sin Georg, ¿por qué no empiezas el Preludio de la Suite n. º 1 en sol mayor de Bach? —propuso levantándose y sentándose en el sofá que estaba justo al frente del otro chico.

—Eso…

—Eso es una sugerencia.

—Es una sugerencia de mierda —replicó frunciendo el ceño—. Es simple, demasiado fácil, se toca sin…

—Nada es simple.

—Hablo de virtuosidad.

—Hablas de estupideces —ahora el que interrumpió fue Kaulitz sonriendo de nuevo y Bill se obligó a disimuladamente inhalar y exhalar aire. No le dejaría ganar, no se molestaría—. Si tan simple es, ¿por qué no lo tocas?

Bill no abrió los labios.

Si Thomas Kaulitz quería escucharlo tocar, lo escucharía y le demostraría que en realidad no necesitaba su ayuda ni sus consejos. Posicionó el chelo entre sus piernas, su arco y sus dedos encima de las cuerdas y empezó. Aquella era una de las primeras piezas que había aprendido y por la cual había recibido el primer asentimiento de aprobación de su maestro. Todavía había sido un niño y no había podido sentirse más satisfecho consigo mismo. Las notas seguían flotando en el aire y cerró los ojos por un instante. Cuando los abrió, se sentía lejos de esa sala y el oyente que le escuchaba maravillado no era más que otro objeto inanimado. Ni siquiera se percató de que Georg había regresado y se había detenido a mitad de la sala, también contemplándolo.

Bill tocó las últimas notas y se quedó quieto, respirando con tranquilidad hasta que escuchó un par de aplausos. Kaulitz-promesa aplaudía, y eso provocó que una fina arruga se pusiera entre sus cejas. Como había dicho antes, tocar eso no representaba ninguna dificultad. ¿Acaso se burlaba de él?

—Eso fue asombroso.

No había cometido faltas, es decir, ¿cómo hacerlo? Pero algo dentro de él le decía que Tom no se refería a eso.

—¿Asombroso? Es algo básico.

—Básico o no, fue asombroso. Creo que estarás bien. ¿Cuándo es tu audición?

—Dentro de pocos días.

Georg pasó en medio del campo visual de los chicos, deteniéndose al lado de Tom y mirando a Bill. No lucía contento.

—Necesito hacer algo urgente que irá para rato —dijo sin más—. No cambia nada si no ensayas conmigo, ¿verdad?

Bill asintió. No, nada cambiaba.

—¿Malas noticias? —cuestionó Tom a su amigo—. ¿Todo bien con Charles?

—Ya te contaré.

Tom enarcó una ceja a la vez que el pianista verificaba tener sus llaves y se despedía de Bill que no podía estar más indiferente.

—Algo me dice que cenaré solo —comentó Tom sonriendo y rascándose la nuca.

Bill sonrió.

—¿Te dan de comer en la boca?

—¿Eres hostil por…? —elaboró con genuinas ganas de saber.

—No soy hostil.

—Lo eres.

—Claro que no, tengo educación de la mejor y…

Tom levantó la mano como si no quisiera seguir una disputa boba.

—Vas a practicar de todos modos, ¿no? —Recibió una afirmación—. Hazlo aquí.

Bill torció los labios de un lado a otro, debatiéndose en la respuesta, pero se decidió a hacerlo. Iba a tocar su mejor repertorio, así Kaulitz podría darse cuenta que no era alguien que debía subestimar.

Tom le observó interpretar a lo largo de una hora sin pausas. Recorrió desde Strauss hasta Bach sin parar. “Le falta vida”, pensó de un segundo a otro en medio de una pieza de Mozart. Con un movimiento de cabeza alejó el pensamiento. No podía juzgarlo, no conocía a Bill lo suficiente.

—¿Puedo invitarte a cenar? —inquirió cuando Bill terminó su repertorio y lo anunció con un respiro.

El joven chellista de largos cabellos negros estaba por negarse terminantemente cuando una vez más las palabras de su madre resonaron en su mente.

—Está bien —aceptó—, con tal que no sea nada de comida rápida.

Tom sonrió y emprendieron en silencio el camino hacia el departamento de Bill para dejar su chelo.

—¿Cómo comenzaste a tocar? —preguntó Tom. Habían hecho ya gran parte del corto trayecto. Bill hizo una mueca y negó con un meneo de cabeza. Ese era un tema sensible y no estaba dispuesto a compartirlo con un completo extraño. El de trenzas pareció comprender esto y carraspeó—. Lo siento.

—Es algo personal —dijo sacando sus llaves y abriendo la puerta. Encendió las luces e hizo que el otro hombre pasase—. Ayer me mudé —dijo disculpando maletas alineadas en medio de la sala y cajas varias—. No tardo.

Al regresar, el maquillaje suave de Bill era un poco más intenso y tenía un abrigo entre las manos.

—¿Te gusta la pasta? —Bill asintió—. Pasta será. Conozco un sitio cercano donde hacen comida italiana deliciosa. ¿Conoces bien Berlín?

—Poco y nada.

—Genial, te podré perder y asesinar en algún callejón —rió Tom, logrando que el rostro de Bill se contrajera en un mohín de desconcierto—. Realmente es difícil hacerte sonreír, uh.

Caminaron sumergidos en un mutismo pesado hasta que llegaron a una puerta nada elegante y con una inscripción en madera vieja. “La Molienda”, rezaba el grabado.

—Es agradable y muy tradicional. Seguro te gusta —se adelantó Tom advirtiendo su expresión.

Una vez que entraron al restaurante el interior se convirtió en algo surrealista. Los guiaron a un gran jardín con mesas redondas distribuidas por todo lado, cuadros de grandes músicos que formaban parte de la decoración algo rústica y de fondo sonaba algo de ópera.

Bill sonrió. Estaba gratamente impresionado.

—Veo a que te referías —dijo mientras los guiaban a una mesa—. Cabe la pena mencionar que no soy especial fan de Bizet.

—¿Bromeas?  ¿No te gusta ni un aria?

—No, es una completa… mariconada —respondió sin estar completamente orgulloso de su elección de término. El mozo los ubicó y ambos muchachos tomaron asiento.

Tom seguía riéndose carcajada.

—Me estás jodiendo.

—No, a menos que tú sí te creas algo tipo Carmen —dijo revisando la carta. Tom no respondió y Bill hizo su orden.

—¿Usted? —preguntó el mozo cortésmente.

—Lo mismo que él ha ordenado —dijo Tom con una sonrisa—, solo que en vez de una copa de vino tráeme cerveza.

El mozo asintió y fueron dejados solos. Al oír cerveza Bill había elevado las cejas en una clara señal de espanto. ¿Quién mezclaba pasta con cerveza? Era inconcebible.

—Volviendo a Carmen…

—¿Qué hay con eso? —dijo Bill, ladeando un poco la cabeza y mirando el decorado del restaurante una vez más. La pieza de ópera había cambiado adecuadamente a una de las arias de Madame Butterfly de Puccini. Era casi gracioso—. Nunca me han gustado las grandes historias de romances trágicos. En la escuela, cuando analizaban a Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, o personajes como Werther de Goethe no podía más que pensar que era como una grandísima estupidez. Sigo pensándolo.

Ahora el que parecía un poco atónito era Tom.

—¿Estupidez? ¿Crees que el amor es una estupidez o solo esa… clase amor, el apasionado que lo da todo por el ser que ama?

Bill abrió la boca para responder cuando el mozo que les estaba atendiendo volvió para dejar sus bebidas.

—Parece que eres un romántico, Thomas Kaulitz —apuntó Bill cuando de nuevo estuvieron únicamente los dos. Estaba neutro.

—Y tú parece que eres distímico… ¿Amas a alguien? —Bill sonrió mientras hacia un ademán burlesco moviendo la mano en el aire. Su respuesta no verbal era muy clara—. No amar es de cobardes, Trumper —señaló Tom con gravedad—. Y dime Tom.

—A ver, Tom —dijo subrayando el nombre—, explícame lo maravilloso en esos grandes amores sufridos.

—Lo grandioso no es el amor ni el sufrimiento, si no la vivencia, la voz que te transporta y te lleva al sentimiento. Sin la pasión que te digo, ¿cómo interpretas? No debería tener que explicarte esto…

Tom ahora podía entender algo más de ese modo tan correcto y carente de vida de tocar que tenía Bill.

—¿No te interesó la escuela de teatro? —quiso saber Bill con cierto brillo en los ojos—. ¿Cerveza y pasta, ah?

—¿Y a ti no te interesó ser chef? —devolvió la broma Tom, estirando la pierna y dándole un golpe sin fuerza en la pantorrilla.

De un segundo a otro, Bill sintió que las mejillas se le acaloraban y se escondió tras su copa, dándole un sorbo a su vino, saboreando la dulzura ácida del Malbec que había ordenado.

Nunca antes había compartido sus pensamientos sobre el amor y lo insulso que le parecía con otra persona, mucho menos con alguien que tuviera una opinión tan diametralmente opuesta a la suya. Era extraño, era… incluso agradable. “¿Agradable?”, volvió a repetirse y tomó otro sorbo, esta vez buscando encubrir una mueca.

—¿Por qué empezaste a estudiar música? —preguntó, escapando de volver al mismo tema de conversación.

—Mi familia —dijo Tom—. En mi casa todos son músicos —se explayó—, se podría decir que la música corre por mi sangre, aunque el único chelista aparte de mí fue mi abuelo que falleció hace unos años.

Tom hablaba con tanta facilidad y con cierta alegría que Bill sintió vestigios de envidia. Su padre le había regalado su chelo, sí, y le había pedido a Horn que fuese su maestro, también de pequeño le llevaba a algunos conciertos… sin embargo, ahí quedaba el haber podido realmente compartir la música con un familiar, porque si bien a su madre le gustaba, desde el inicio vio su afición y dedicación como algo sin futuro.

Quedaron mudos, cada uno ocupado en sus bebidas. Tom escuchaba el aria que ahora inundaba el lugar. Bill tomó nuevamente otro sorbo de vino. Idomeneo siempre le había parecido lo menos decente de Mozart pero nunca se había atrevido a decirlo en voz alta así como tampoco a manifestar lo patético que le resultaba la primera parte del tercer acto.

—Me encanta esta parte —dijo Tom de pronto.

—No sé por qué no me extraña, es justo cuando confiesa los tormentos de un amor no correspondido —dijo Bill.

—Conoces la aria, por lo visto.

—Sé más de lo que quisiera. Soy metódico.

—¿En serio? —ironizó Tom guiñándole el ojo—. Si no me decías llegaba a la tumba sin adivinarlo.

Bill bufó, desviando la penetrante mirada del otro muchacho. Reparando en que demostraba lo alterado que podía ponerle Kaulitz, sin planteárselo reinició la conversación.

—Georg y tú…

—Georg y yo…

—Digo, ¿están juntos?

Tom se carcajeó un poco dándole un largo trago a su cerveza.

—No, soy solo su amor platónico.

—Eso suena vanidoso.

—No lo es, espera a conocerlo. Georg tiene pareja solo que anda lejos la mayoría del tiempo y como no tiene en qué enfocarse se le meten martirios imaginarios de amor no correspondido.

—Como en Idomeneo.

—Un tanto más patético y menos trágico —aclaró el de trenzas. Si dramatizaba más de lo que debía, Bill no podía saberlo.

—¿Le dijiste patética a tu opera favorita? —preguntó luego de masticar con lentitud.

—Dije acto.

—Será el aire cruzado. Viste, hasta tú crees que es demasiado. —Bill añadió a pesar de sí mismo—: Lamento haber asumido algo.

—¿Lo lamentas? —Bill no respondió, sonriendo culpable y Tom devolvió la sonrisa—. Soy un romántico según tu visión. El amor no se ofende, Bill.

El hombre que tenía enfrente era muy distinto a todo lo que había conocido y a todo lo que estaba acostumbrado. Para su suerte, no tuvo que buscar qué responder porque su comida arribó justo en ese preciso momento. La pasta lucía apetitosa y Bill recién aceptó lo hambriento que se encontraba. Por estar instalándose en el departamento se había saltado el almuerzo y cualquier merienda. Dio el primer bocado y comprobó con satisfacción que sabía tan delicioso como lucía.

Lo de Georg le había llamado la atención y parte de él le hubiera gustado seguir cuestionando al respecto pero no lo hizo.

—No te mentí, ¿verdad? —habló Tom de repente—. Este sitio es como una reliquia y su comida es incomparable.

—Sí —dijo Bill, y estuvo por agregar “gracias” cuando el sonido del timbre de un teléfono le cortó. Era el de Tom.

—Disculpa —dijo éste viendo el ID y levantándose—. Vuelvo en un abrir y cerrar de los ojos.

Bill lo vio alejarse en tanto hablaba aparentemente agitado por el teléfono. Siguió comiendo sin prisas hasta que Tom retornó.

—Lo siento —volvió a excusarse.

Tomando asiento, Tom bebió su cerveza, pero ya no tocó más de la pasta. Era claro que quien fuera que le había llamado había perturbado su apetito a punto de no retorno.

—¿Está todo bien? —preguntó Bill por cortesía.

—Sí —dijo Tom mostrando una sonrisa—. Percances que siempre ocurren, personas que no faltan en mandar a la mierda… Lo normal.

—Si lo normal te deja sin hambre vas a tener problemas de nutrición pronto —remarcó Bill señalando el plato a la mitad.

Tom sonrió de buena manera. Era de una sonrisa tan fácil…

—¿Te preocupa mi peso?

—No, no planeo cargarte o semejante —respondió Bill ariscamente como impulso y sus mejillas cobraron color—. Erm, es decir…

—Debe de ser el vino —comentó Tom llamando al mesero—. Una botella de lo que el joven bebe para llevar —ordenó.

—¿Para llevar?

—Sí, ¿o no bebes nada después de la cena?

Bill se quedó callado. Kaulitz tenía capacidad sobresaliente de ponerlo nervioso.

Cuando les llevaron la cuenta, Tom se adelantó a sacar su billetera y notando que Bill estaba por reclamar que al menos le dejara pagar su parte, sonrió.

—Yo te he invitado, es lo justo.

En cualquier otra ocasión Bill se hubiese entercado en dividir la cuenta, y más considerando la botella de vino que le sumaba una buena cantidad de euros, pero no dijo nada, sintiendo que no quería empezar una querella sin sentido. Se sentía relajado y con renuencia aceptó que Tom había tenido algo de razón, el vino sí había tenido cierto efecto en él; solo había sido una copa, sin embargo, su resistencia a tomar alcohol en su casa excepto contadísimas oportunidades y que estuviera agotado había influido.

El camino de regreso no fue tan elocuente como la cena. Hacía un poco de frío y Tom estaba más entretenido en ver por dónde caminaban que en intentar entablar una conversación.

—Gracias por la velada —dijo Bill una vez que estuvieron en la puerta de su departamento.

—Todavía no termina y apuesto a que puede mejorar.

—¿Y por qué crees eso? —preguntó sonando miles de veces más curioso de lo que le hubiera gustado. Kaulitz parecía una caja de sorpresas que le hacía cuestionarse si imprevistamente saltaría ante sus ojos uno de esos payasos que le había regalado pesadillas gratuitas de infante.

—Déjame pasar, saca una copa de vino y verás —afirmó guiñándole el ojo.

Bill abrió la puerta pero giró y se quedó sin permitirle la entrada al otro. Se había dado cuenta de lo persuasivo que podía ser Tom y si la caminata no hubiese hecho que el poco alcohol que tenía se evaporara, sabía que no le pondría trabas.

—Tenemos un par de problemas con tu hipótesis —declaró. Tom pasó la lengua por su labio interior, retándole de alguna manera—. Para comenzar, no tengo copas —siguió Bill sin darle relevancia a que hubiese dicho copa en singular y no en plural—, y para terminar, nunca me han interesado las personas —hizo una pequeña interrupción pero sonrió y completó— como tú.

—¿Como yo?

Bill alargó la mano y cogió entre sus dedos una de las trenzas de Tom, quien no se apartó, y sintió la textura del cabello. La aseveración que acababa de hacer era muy cierta, nunca le habían interesado las personas que representaban lo opuesto a él en ciento ochenta grados, y no estar tan seguro de qué era lo que Tom buscaba le hacía sentir receloso.

—Como tú —repitió Bill, dejando caer su mano.

Tom sonrió de forma pretenciosa.

—Qué bien, al fin tenemos algo en común —comentó empujando suavemente la puerta tras Bill—. Con tu permiso —dijo colándose dentro del departamento.

Bill cerró la puerta tras de sí solo para ver al de trenzas asaltando los entrepaños de su cocina, tomar un vaso y servir lo equivalente a la medida adecuada para un tinto de ese tipo.  Al terminar de verter el líquido, lo olio y jugó la mezcla, observando el color a través del cristal.

—Este no es un Vinecol Malbec, al menos no el de la reserva que pedí —murmuró molesto. Bill hizo una gesticulación que podría interpretarse como un “qué más da” y le señaló—. No soy de tomar vino —se excusó avanzando hacia la sala y entregándole el vaso con vino.

—Si no lo tomas, ¿cómo así sabes de vinos?

—Tuve una relación con un chico que era catador —dijo sin apuro, restándole valor.

Con un asentimiento, Bill tomó un trago del vino y no comentó que su paladar no sentía la diferencia entre ese y el que había estado tomando en el restaurante. Estaban en los sillones rodeados de cajas y desorden.

—Dijiste que la noche podía mejorar y… —No concluyó de hablar por ser evidente.

—¿Quieres que te sea sincero? —preguntó Tom después de reflexionar unos segundos—. Iba a seducirte —reveló suelto de huesos. Bill abrió los ojos de sobremanera para a continuación fruncir el entrecejo—. Lo pensé desde que te vi por primera vez y por eso mismo chantajeé a Georg para que te buscase y te ofreciera ensayar cuando me enteré que te habías mudado aquí.

—Y por eso también la cena —dedujo Bill. Tom asintió—. ¿Y ya no piensas seducirme? —preguntó. Beber vino nuevamente tenía secuelas en su humor.

—¿Esa es una invitación a hacerlo o qué? —preguntó a su vez Tom, y ante la turbación de Bill, rió.

—No. Creo que es hora de que te marches, Thomas… Tom, lo que sea —dijo Bill finalmente. Lo que sucedía se le había salido de sus manos y estaba lejos de agradarle la dirección que podría tomar. Había querido estudiar a Kaulitz, no involucrarse.

Tom no se movió ni un centímetro de la posición en la que se hallaba.

—Me siento atraído a ti por tu manera tan sistemática de pensar e intentar comportarte, y por cómo eso influye en tu forma de tocar y… —Bill no supo qué tanto quería que Tom finalizara lo que quería decir hasta que éste se cortó abruptamente—. Tienes razón —dijo sonriendo—, es hora de irme. Ha sido un día largo y me espera una buena pelea con Georg al llegar a casa.


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