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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Sin nada que comentar... el capitulo 20, mixto, espero que os guste ;)

Capítulo 20. Palabras sustitutas

 

Aunque nunca delante de nadie, Zoro tuvo que admitir que había pecado de sumo arrogante. Sabía desde un principio que trabajar para dos secciones de Grand Line no iba a ser fácil, pero se había sobrestimado así mismo dando por hecho que podría sacarlo todo adelante y además llevar una vida sana y equilibrada. Pobre iluso. El exceso de trabajo había llegado a un punto que, si quería comer, tenía que ser con el ordenador y papeles por delante; que si quería dormir, con suerte, serían de tres a cuatro horas por la noche, porque hasta sus siestas de antaño se habían convertido en un vago recuerdo; y que, incluso, si quería mantener una higiene, lo llevaba claro, porque más de una y más de dos tuvo que salir sin haber pasado por la ducha y con la ropa del día anterior por falta de tiempo. Y esos eran solo los daños colaterales de una situación de estrés que de por sí era agresiva. Entre Yasopp y Bellemere iban a acabar con él, como si se lo hubiesen propuesto entre los dos.

Pero, afortunadamente, aún podía darse el lujo de volver a su pequeño refugio que era aquel apartamento donde le esperaba Mihawk. El mayor; que desde aquel fin de semana se había vuelto mucho más efusivo, a la vez que el peliverde mucho más receptivo; le envolvía con fuerza entre sus brazos y le recibía con sus besos, le procuraba una comida en condiciones y unas bien merecidas horas de sueño. Sin que nadie se lo pidiera, Mihawk había tomado la decisión de cuidarle.

–Déjame que te mime un poco –le susurraba al oído después de acorralarle.

En esos momentos, Zoro, enrojecido hasta las orejas y tan nervioso que era incapaz de soltar palabra alguna sin el mínimo balbuceo, no le quedaba más remedio que ceder. No le gustaba mostrarse tan indefenso y a la vez sentirse tan sobreprotegido, pero Mihawk había llegado hasta ahí por su propio pie y parecía disfrutarlo, más incluso que el sexo salvaje.

–Eres un depravado –le soltó con timidez malamente disimulada mientras el mayor le quitaba la ropa a base de caricias.

Mihawk profirió una débil risa entre dientes y besó su mejilla. No dijo nada más, le miró a los ojos con una devoción tierna. Sus bocas, y mi milésimas después sus lenguas, se encontraron. Una calidez pasional los envolvió. La llegada al climax fue perfecto.

Era consciente de su adicción a esos respiros con él; a verle, tocarle, o simplemente descansar la cabeza en su pecho; se estaba extralimitando, sin embargo, Mihawk había derribado una a una, sino todas casi, las murallas que había levantado desde que Kuina se fue. Se le hacía demasiado necesario como para dejarlo atrás.

 

 

 

–¡Sexo, sexo, sexo! –entró Luffy cual estampida de elefantes en el piso cargando al hombro, como si de un saco de patatas se tratase, a Law, que no se privaba de lanzar quejas e insultos alborozados. Todo para llegar en menor tiempo posible a la habitación del médico.

No obstante, por muy impaciente que siempre resultase el chico, era siempre el mayor el que llevaba la voz cantante una vez se quitaban la ropa.

–Ah... –exhaló Luffy a la vez que sus manos apretaban con fuerza las sábanas. Se encontraba bocabajo en la cama, con todo el peso del cuerpo de Law encima. El médico ya le había penetrado, pero se guardaba de empezar con las estocadas; se mantenía, a pesar de su fervor contenido, calmado; y se dedicaba a marcar el cuello y hombro izquierdos de Luffy, a pasear y palpar con su mano derecha por toda la zona de las partes bajas del chico–. Torao... –se quejó, excitado, en un puchero–. Venga... Quiero sentirte.

Luffy no vio la sonrisa de maledicencia que puso el médico antes acercar sus labios a su oído.

–¿Es esto lo que quieres? –le preguntó en un susurro macabro. Movió un poco sus caderas; de la garganta de Luffy salieron un par de cortos gemidos.

–Sí...

–¿Y crees que te lo voy a dar tan fácil después de cómo me has traído hasta aquí?

–Torao...

–Quizás –el tono de su voz se tornó meloso, tomó la virilidad del chico y lo torturó un poco más con esas insinificantes porciones de placer que eran imposible que le saciaran– si me lo pides por favor...

–Por... Por favor, Torao... Estoy que no puedo.

Law tomó su barbilla para obligarle a girar el rostro hacia él. Devoró su boca con verdadera hambre.

–Yo tampoco –volvió a susurrar.

Se incorporó un poco para tener mas comodidad al moverse. Luffy alzó las caderas, sintió como las estocada empezaban lentas y con largas pausa, pero como poco a poco empezaban a tener un ritmo más rápido. Cada vez sentía más a Law, cada vez le era más difícil contenerse. Sus gemidos se elevaban, querían llenarlo todo, llegar hasta el último recoveco del todo el edificio.

Para lo bueno y para lo malo, Luffy, era un amante bastante escandaloso. En esa ocasión, más para lo malo.

–¡Iros a un puto motel! –irrumpió el peliverde con un portazo y rugido justo antes de que llegaran al clímax–. ¡Os pasáis follando veinticuatro siete! ¡Cada vez que pongo un pie dentro de esta casa o oigo! ¡Que tengo que trabajar, mierda! ¡Así no hay quién se concentre!

–¡Pues vete a otro sitio! –le replicó Luffy indignado por que le interrumpieran.

–¿¡Cómo que a otro sitio!? ¡Este es piso también es mio! ¡Law! ¡Te recuerdo que cuando firmamos el contrato fuiste tú el que dijo que nada de novios apalancados en la casa! ¡Luffy ya casi vive aquí!

–Ah, si, es cierto que lo dije –resopló el médico–. Nunca planeé que esa norma se volviese en mi contra.

–Pero yo no soy sólo su novio –habló con lógica el chico al peliverde–. También soy tu amigo –le sonrió enseñándole las encías.

Zoro entrecerró los ojos con cabreo.

–No me vengas con esas que la carta del amigo bien que la perdiste las doce horas seguidas que me pasé escuchando "Torao".

A Luffy se le cambió la cara.

–Pues a ver si le dices a tu novio que os veáis más de una vez por semana, que parece que estas amargado.

Y segundos después:

–¡Aah! ¡Socorro, Torao! ¡Ayúdame! –gritaba Luffy mientras corría, con la minga al aire y bailando de un lado a otro, para huir de Zoro y que éste no le partiese la cara como bien merecía.

Law soltó un resoplo de resignación y negó con la cabeza. Eso le pasaba por mezclarse con gente tan joven, él ya no estaba para los trotes de los críos.

 

 

 

Entró en el Starbucks con los hombros bajados del cansancio que llevaba a cuestas. Necesitaba una cerveza, o mejor, un whisky, pero se conformaría un café cargado, bien cargado.

–¡Eh, Zoro! –le llamó alguien una vez tuvo el café en mano–. ¡Ven, estamos aquí!

Se trataba de Ace, sentado a un par de mesas con Marco y Thatch, otro periodista perteneciente a la sección de Humor que le gustaba peinarse como un macarra americano de los años cincuenta, es decir, con tupé. Ninguno de los tres pudo evitar reírse cuando el peliverde se acercó.

–¿Problemas en el país de los jóvenes prometedores? –le preguntó el tal Thatch.

–Menuda cara traes –comentó Ace–. Anda, siéntate un rato con nosotros, no te vendrá mal.

–Tengo que volver al trabajo.

–Como todos –intervino Marco–. Pero descansar también forma parte de su obligaciones, siéntate.

–Uuh... –bromeó el de Humor–.Y eso lo ha dicho el jefe de secciones... Habrá que hacerle caso.

–A ti no te lo decía.

Insistieron un poco más y al final se tuvo que sentar, más por sus fuerzas cedidas que por no hacerles un feo.

–Bueno, ¿y de que estábamos hablando? –hizo memoria Thatch–. Ah, ya: Billy Wilder. ¿Cual decías que era tu película, Marco?

Con faldas y a lo loco.

–Esa es de la más divertidas que tiene –asintió Ace–. Con ese final de "bueno, nadie es perfecto". Seguro que pocos de la época vieron venir ese guiño.

–Lo más seguro. Ann y yo estuvimos hablando bastante de ello la primera vez que la vimos.

–Un momento –se contrario Thatch–, ¿la viste con tu chica?

–Fue nuestra primera película juntos –confesó sin darle mayor importancia.

–Pero eso no es elegir una película con criterio, hombre. Eso es como quien dice "oh, qué maravillosa canción –juntó las manos, iluminó su mirada hacia el techo y volvió su voz empalagosamente aguda–, es como si hablara de nosotros y nuestro infinito amor eterno que nunca, nunca, nunca, se romperá, porque si llevamos dos semanas seguro que duramos hasta más allá de nuestra propia muerte, la pondremos en el día más feliz de nuestra vida: el día de nuestra boda". ¿qué pasa si rompéis? –volvió a actuar normal–. ¿dejará de ser tu película de Billy Wilder? A veces se me olvida lo romántico que eres.

–Al contrario que tú, que lo haces todo en pos de la razón –ironizó–. ¿Cuál es tu película de Billy Wilder, listo?

Irma la dulce –contestó con orgullo, aunque acto seguido se le marcó un gesto lascivo–. Desde entonces tengo un fetiche con las medias verdes.

–Ajá, y deduzco que para ti eso es escoger con criterio –le pilló el jefe de secciones.

El periodista del tupé carraspeó con aires de disimulo y centró su atención en el pecoso.

–Bueno, Ace, ¿tú qué nos dices?

–Vais a pensar que me voy a lo fácil, porque siempre se ha dicho que es su película culmen, pero si tuviese que escoger escogería El apartamento.

–¿La del trepa que va dejando su casa de picadero a sus superiores para que lo asciendan? –recordó Thatch–. Sé que no se puede decir por ahí porque te fusilan, pero a mi se me hizo un poco larga.

–Es un poco larga, pero me encanta la ascensorista –confesó un poco ruborizado–. Ella mantiene una relación con el jefe máximo de la empresa, que está casado y la engaña haciéndole creer que es correspondida y que dejara a su mujer por ella. Es bonito y triste a la vez ver como se va quitando la venda de los ojos.

Zoro, hasta el momento, no había prestado demasiada atención a la conversación, pero el escuchar esa referencia a un película que no conocía por parte del pecoso le revolvió todo su interior; de poco no se atraganta con el café.

–Mucho tardó en quitarse esa venda –dijo el del tupé–. Ains... Las mujeres . Tan dramáticas siempre y tan poco prácticas.

–Habló el que pudo –soltó Marco la pulla por lo bajini.

–Vamos a ver –siguió–. Si un tío está casado y te da largas para divorciarse es, primero, que no le interesa separarse de su mujer y, segundo, que tú no le importas una mierda. Si no se acuesta contigo se acostará con otra, es de cajón.

La conversación estaba yendo por unos derroteros que nada le gustaban al peliverde, que le ponían nervioso. Ganas no le faltaban de decirle a Thatch que él qué sabía, que no todos los casos son así. Pero en breve pensó que era como si el mismo intentara autoconvencerse o justificarse. No, se decía, no tiene razón, si sólo fuera eso Mihawk no... A su memoria vino lo ocurrido en el fin de semana del puente, la llegada de Mihawk al piso, la manera en que no lo dejó solo, que aceptó su dolor y amor un una persona fallecida, que se quedó después de habérselo pedido... Si sólo fuese como decía Thatch, a Mihawk le hubiese sido muy fácil ignorarlo.

–Zoro –reaccionó al oír su nombre por parte de Ace, le miró–. ¿y la tuya?

–¿Qué? –preguntó algo desorientado.

–Tu película de Billy Wilder –contestó Marco–. ¿Cuál es?

–Ni sé quién es ese tipo –dijo con un desinterés lacónico y rotundo.

La reacción a esa respuesta fue la sorpresa, seguida por tres profundas miradas de tristeza y decepción hacía su incultura, que le hicieron sentir incómodo, realmente incómodo.

–A veces la nuevas generaciones me provocan tanta desesperanza que me entran ganas de tirarme por un puente –afirmó Thacht, que eso no fue lo peor, lo peor fue ver a Marco como asentía.

Por lo menos a Ace le pareció divertido.

–Era de esperar, este solo tiene en la cabeza "periodismo, periodismo, periodismo" –le dijo enlazando su brazo en el cuello del peliverde–. Mírate Primera plana, Zoro –le revolvió el pelo–. Te gustará, y así sabrás de quién estamos hablando.

–¿Primera plana, Ace? Si esta pone a los periodistas de vuelta y media.

–En esta vida hay que ser crítico con uno mismo.

–Y si a caso menos pedante.

Siguieron hablando de esto y de aquello. Zoro se mantuvo distante, sin hacerles mucho caso, la conversación le había calado demasiado. Intentó preocuparse más por terminarse su café, después de todo, tampoco es que tuviese mucho tiempo que desperdiciar, ni en esa mesa ni en esos pensamientos.

Miró la hora en el móvil, era la cuarta vez que lo hacía desde que se había sentado, cosa que de la que no se había percatado, pero los demás de su alrededor sí. Thatch no tuvo ningún problema en comentarlo.

–Ahora entiendo como has llegado tan lejos en tan poco tiempo, con esas prisas con las que vas a todos lados... ¡cualquiera! –rió.

–¿Perdona?

–Nada, nada. Sólo digo que tienes a todo Grand Line con la boca abierta. Ya fue bastante increíble que te dieran tan pronto un puesto fijo en Entrevistas, pero ahora incluso estás en Competiciones.

–Todavía no estoy en Competiciones –matizó un tanto cortante, no le gustaba nada el tono que estaba utilizando el del tupé–, me están poniendo a prueba.

–Ya, ya, pero a estas alturas sería raro que no lo consiguieras. Menuda carrera que llevas, chaval. Sobre todo desde que volviste del viaje de Londres con Dracule. Te ganaste ahí su confianza, eh.

De repente sintió la mandíbula demasiado tensa.

–¿A que te refieres? –pronunció con cierta fiereza–. Porque por lo que yo he visto, Dracule no tiene más confianza en mi que en cualquier otro empleado de Gran Line, y si me apuras te diría que hasta menos –por mucho que en sus encuentros clandestinos Mihawk fuera todo cariño y devoción, no se le olvidaba que cuando era su jefe se volvía frío y bastante receloso a posar su confianza en él.

–Eso no es cierto –intervino, para su sobresalto, Marco–. Es normal que no lo sepas, pero Dracule ha sido un apoyo esencial para tu promoción.

–¿Qué? –no daba crédito–. Pe... Pero, si él... si yo...

–Dracule es muy estricto con todo el mundo, pero para los que le conocen es fácilmente interpretable. No es que haya dicho con palabras exactas que se te debiera dar una oportunidad en Competiciones, pero tuvo una conversación con Bellemere, yo estaba delante. Dijo pocas cosas, más de la mitad con reproche, aun así fueron las suficientes para que ella se interesara por ti.

No tenía sentido, no lo podía comprender. El mismo Mihawk fue el que le había dicho que no le gustaba que progresara tan rápido. ¿Por qué iba ahora a ayudarle a ascender? ¿Con qué motivo?

–Desde luego –volvió a hablar Thatch con algo de sorna– le caíste en gracia. O es que a caso le hiciste un trabajito por ahí en el reino anglosajón.

Se hizo un silencio después de que Thatch hiciese esa mala broma e incluso se riera de su propia ocurrencia, un silencio demasiado tenso incluso para respirar de manera ligera. Zoro apartó la mirada, sus nudillos estaban blancos de apretarlos debajo de la mesa; no quiso dar réplica alguna; tomó fuerzas para levantarse y adelantar sus pasos hacia la puerta de la cafetería.

Al salir dio una corta bocanada. Lo notó, su respiración estaba alterada, la presión en su pecho le dolía, la cadena de su cuello que le pesaba como un tonelada. Se llevó la mano a la frente a la vez que cerraba los ojos. Le estaba dando un puto ataque de ansiedad.

Agitó la cabeza para espabilarse y empezó a andar a paso rápido, como si eso le permitiera alejarse de toda la mierda que se removía en su interior. Cálmate, se dijo, ¡cálmate, joder! Pero tenía la cabeza llena, como si miles de pelotas de pimpon rebotasen una y otra vez en su contra su cráneo.

"Trabajito", esa pieza había encajado perfectamente en su cabeza. Un premio, un pago por ir dócilmente los fines de semana a su apartamento, eso había sido el apoyo de Mihawk para que le dieran Competiciones, igual que los pendientes o...

O el fin de semana del puente.

Sintió como un vació crecía en su pecho. Detuvo su pies, agarró la placa que llevaba de colgante. Volvió a apretar sus ojos.

–Zoro –le tomaron del hombro, se giró a la vez que se apartaba de manera brusca. El pecoso le había seguido. Se miraron un momento–. Oye, no le hagas caso a Thatch, se ha comportado como completo un gilipollas. Ni el mismo se daba cuenta de lo que te estaba soltando –resopló, le sonrió con calma–. Los que no suelen ser envidiosos no saben como lidiar cuando les irrita que uno tenga más éxito que ellos.

El peliverde no pudo responderle, tampoco mirarle. Su vista quedó fija en el suelo.

–Marco me dijo que estabas preocupado por que la gente pensara que me encandilaste para que te diera el puesto.

Al oír eso si que le miró. Ace se encogió de hombros

–Vaya, vaya, vaya –negó con la cabeza–. Qué mal. Me duele que tengas esa idea de mi ¿sabes? –puso los brazos en jarra–. Es verdad que conseguiste encandilarme, pero yo no soy el tipo de persona que daría un puesto pro eso.

–Yo no quería...

–Aunque así fuera, ¿cómo explicas que Yasopp te quisiera en Entrevistas? –le sonrió–. La verdad es que no me lo esperaba, y yo que creía que eras de esos tipos duros y confiados que no hacen caso a lo que la gente vaya diciendo por ahí.

Se ruborizó de la vergüenza al oír aquellas palabras. No encontró manera de defenderse, puesto que no le podía explicar que no había sido por rumores por lo que habían llegado esas ideas a su cabeza, sino por el propio Mihawk. Lo cual tampoco le dejaba en un buen lugar. De repente se sintió estúpido.

–Es normal que te entre la mala con todo el estrés que tienes encima. Pero intenta recordarte porqué escogiste Grand Line y no otra revista cualquiera; nadie nos consideraría los mejores si vamos ascendiendo a los nuestros por capricho. Ni Yasopp, ni Bellemer, ni yo –le dedicó una ultima sonrisa–. Y mucho menos alguien como el señor Dracule, en eso puedes estar tranquilo.

Su corazón había empezado a bombear con más fuerza. El vacío de hacía un instante había desaparecido sin dejar rastro. Eso hizo que su rubor cogiera terreno. De nuevo, le apartó la cara a Ace en un vano intento porque no se diera cuenta.

–No deberías preocuparte tanto por mi.

El pecoso rió.

–Me lo tomaré como un "gracias". De todas formas –le dio dos palmadas de ánimo en el hombro y se dio la vuelta para irse–. No creas que lo hago gratis. La próxima ronda la pagas tú.

El peliverde sonrió, ya más relajado.

–Hecho.

Ambos se despidieron alzando el brazo. Zoro resopló y se rascó por encima del cogote. Desde luego que el estrés le había jugado un mala pasada. Valiente mal rato que se había llevado por nada, más el tiempo que había perdido por ello. Se llevó un repullo, acaba de acordarse que en tres horas tenía que estar en la otra punta de la ciudad para hacer su siguiente entrevista. ¡E iba tarde!

 

 

 

¡Voy muy tarde! Se reprochó Luffy antes de hacer un sprint que lo metió de cabeza en el centro comercial. Tan vehemente estaba por llegar pronto que siguió hacia delante como un jabalí escaleras abajo, por mucho que estas fueran mecánicas y se dirigieran hacia arriba. Tras esto, y tras atropellar cual bola de bolos a todo caminante que se cruzara en su camino, dando igual sexo, edad o ideología, llegó a la planta baja del edificio, cuyo centro residía una fuente. Allí le esperaba Lami. Derrapó consiguiendo detenerse a paso y medio de ella. Tomo aire y:

–He llegado lo más rápido que he podido, ¿dónde está?

–¿El qué?

–¡El buffet libre de "como lo que te imagines"! ¡Me dijiste que lo cerraban en diez minutos!

–Ah, eso. Era mentira –le sonrió con dulzura.

–¡Quééééé! –casi se le salió el alma por la boca–. ¿¡Pero por qué me has dicho eso!?

–Sabía que era la manera más viable de que vinieras rápido y sin hacer preguntas –volvió a sonreír, con la misma dulzura otra vez–. Pero no te preocupes, tengo tickes regalo para un restaurante muy bueno que hay por aquí. ¿vamos?

–¡Wee!

Siguió a la chica hasta el restaurante en cuestión y se sentaron en una mesa que hubiesen cabido diez personas; Lami pensó que sería lo mejor para que Luffy pudiese abarcar todo el espacio con la comida que iba a pedir y quedase un algo para ella; en cuando empezaron a traer los condumios el chico empezó a zampar como acostumbraba.

Se fue desarrollando la velada a través de una agradable conversación. Hablaron de esto y de aquello y se permitieron conocer un poco más. Luffy se enteró de que Lami, de pequeña, quería ser enfermera, para ayudar a su hermano todo lo que pudiera, pero que una vez crecieron, ella se dio cuenta que odiaba recibir ordenes, así que optó por ser médico, como sus dos padres o el mismo Law; por su lado, Lami supo que Luffy había repetido curso y que si no se esforzaba, cosa que no parecía por la labor, podría repetir de nuevo, tampoco vio en él alguna meta o propósito para el futuro, nada excepto comer, pasárselo bien y estar con Law.

–Sois muy diferentes mi hermano y tú –observó con valor analítico–. Hasta resulta extraño que funcionéis bien como pareja.

–Sí, yo a veces también me lo pregunto –rió fuerte y siguió engullendo.

–Será cosa de polos opuestos. Supongo.

Al rato, Luffy terminó de comer y pagaron la cuenta con los tickets, lo que al dueño le sentó igual de bien que una patada en los testículos. Lami guió el paso por el centro comercial, tranquila, haciendo parecer que sólo miraba escaparates. Luffy, en breve, empezó a aburrirse y a punto estuvo de decir que si eso era todo que se iba para su casa, o para casa de Law que tenía que aprovechar que Zoro estaba con trabajo de campo. Pero ella tomó antes la palabra:

–Luffy, ¿Va todo bien entre mi hermano y tú?

–¿Hum? Claro que sí, ¿por?

La mirada de ella se hizo algo taciturna y cabizbaja. Luego, sonrió una vez más.

–Vayamos a por el postre, ¿no te parece?

Salieron juntos a la calle y fueron al parque, allí se acercaron a un puesto de helados y, con sus tarrinas pedidas, se sentaron en un banco con la mirada al lago. El cielo empezaba a coger colores los cálidos del atardecer.

–¿De verdad está todo bien entre vosotros? –repitió la pregunta.

Luffy la miró, con los carrillos llenos y la boca manchada de helado. Tragó antes de hablar.

–Estupendamente –sonrió a la vez que soltaba una risilla–, lo hacemos todos los día, bueno, todos los día que no esté Zoro para echarnos la bronca –especificó con retintín.

La chica suspiró con cansancio, se puso un poco más seria, inquieta.

–El otro día quedé con mi hermano. Le noté raro y le sonsaqué un poco. Por lo que entendí: estaba preocupado, dijo algo de que a lo mejor te cansabas de que él porque no te respondía de la manera que esperabas.

–¿¡Qué!? ¿Todavía sigue preocupado por eso? ¡Pero si yo...! –calló con algo de angustia, con algo de resquemor. Quedó cabizbajo.

–¿Luffy? ¿Estas bien?

El chico se mordió los labios. Era cierto que lo había aceptado, el no escuchar esas palabras, el no poder decirlas para no hacer más daño al médico, pero...

–Torao dijo que no puede decirme "te quiero".

No vio la expresión de la chica, pero el silencio que guardó antes de hablar fue bastante elocuente.

–Para él, decir esas dos palabras, es algo difícil –explicó apenada, de la misma forma que su hermano–. Pero eso no significa que no te quiera.

–¡Ya lo sé! y tampoco es que haga falta pero... ¡es que a veces es como si todo el rato fuera a escaparse! ¡Y es frustrante! ¡Ah! –devoró con más rapidez lo que le quedaba de helados.

Por su parte, Lami, quedó algo pensativa y distraída; jugaba a enredar y desenredar uno de los mechones de su pelo en su dedo índice.

–Law, de pequeño, era muy retraído, más o menos como ahora pero un poco más raro –se divirtió al hacer memoria–. Algunos niños de su edad le tenían miedo porque se empeñaba en pedirle a sus profesores que le dejaran diseccionar ranas. Y él, más raro que un perro verde, decía que lo prefería así –hizo una pausa–. Siempre ha sido muy solitario e independiente. Salvo con Cora.

El pecho de Luffy pegó una sacudida. ¿Cora?

–Era un amigo de la familia –recordó ella con cariño–. Cada vez que no estaba de servicio le daba por vestirse con zapatos diferentes, lo que hacía que se tropezara todo el rato, y no había manera de que encendiera un mechero a derechas.

–Pues vaya un tío raro.

Lami rió.

–Tienes razón, pero también, todas esas cosas, solo hacían que lo quisiéramos más, sobre todo Law, lo adoraba como si fuese su hermano mayor, aunque siempre se cuidaba de que no nos diéramos cuenta –hizo un pausa antes de seguir–. Era policía, uno de los mejores según dijo su jefe una vez a mis padres. Tal vez por eso nos dejó tan pronto. En su último caso tuvo que hacer de agente doble y gastaron un cartucho de balas en su pecho –tomó aire, suspiró con aprensión–. Como verás, es algo difícil de superar, incluso para alguien tan fuerte como Law.

La chica se forzó en sonreírle, Luffy miró al suelo. Las manos, que aún sujetaban las tarrinas, le temblanban. Vislumbró a Law, en el porche de aquella cabaña que alquilaron. La manera en que le habló de "una persona que ya no está aquí" todavía le retorcía el estómago. Sintió un pinchazo en el pecho.

–Lo último que le dijo Cora a mi hermano fueron esas dos palabras y, desde que falleció, Law pasó a un limbo emocional, es cierto que de aquí a hará unos tres años empezó a mejorar, pero sigue siendo una ameba. Aún así, Luffy, estoy segura de que si te ha dicho que te quiere.

–¿Qué dices? Que va, para nada.

–Te digo que sí –insistió–, lo que pasa que no con esas palabras porque, para él, esas dos palabras siempre significaran algo diferente a lo que tu buscas. Pero, conociéndole, podría apostar que ha encontrado unas sustitutas, unas perfectas para decirte lo que estás buscando, y seguro que espera a que tu te des cuenta.

Observó a la chica sin mucha seguridad a lo que le decía. A continuación hizo un mohín bastante feo, resopló enteramente como un caballo.

–Siempre lo hace todo a lo difícil –se quejó.

–Uy, y lo que has visto es sólo la punta del iceberg.

 

 

 

Las farolas iluminaban el anochecer de la calle para cuando Luffy llegó al piso. Al abrirle Law, le acarició un aroma rico y apetitoso; abrió las fosas nasales para olisquear.

–¿Que estás cocinando? –le sonrió–. Huele bien.

–Yo no lo llamaría cocinar –se rascó por encima del cogote–. Como me dijiste que venías estoy calentando una pizza de estas que vienen congela...

Antes de que pudiese terminar la frase, Luffy se le enganchó en un abrazo.

–Gracias, Torao –decía sobando con su cara el pecho del médico–, eres el mejor.

–Oye, oye –le dijo, avergonzado y molesto por igual–. No te me pegues así por esa chorrada, me hace sospechar que lo harás con cualquiera que te alimente un poco.

Luffy se rió.

–Eres raro.

–Habló el que pudo –le afiló la mirada.

Los ojos del chico quedaron en la trayectoria del mayor. Sin darse cuenta, en su abrazo, Luffy aferró la sudadera de Law por la espalda; se mordió los labios en un gesto más preocupado que sorprendió al otro.

–¿Ocurre algo? –preguntó al acariciarle el pelo y dejar la mano en su mejilla.

Luffy se obligó a sonreír, a negar con la cabeza; alzó sus tobillos para alcanzar los labios del médico. Ambos cerraron los ojos para sentir el beso.

A la vez que entraban en la boca del otro, Luffy puso sus manos en la cara de Law y luego las enlazó tras su cuello; el médico le rodeó con sus brazos por la cintura, atrayéndole a su propio cuerpo mientras que, de una patada, encajó la puerta que daba al rellano. Resguardados por la intimidad, empezaron a jugar a tocarse un poco más.

Acabaron en el sofá, Law sobre Luffy, besándose con cada vez más tenacidad. El chico sintió las yemas de la mano izquierda del médico bajo su ropa, mientras que la derecha subía por su pierna, hasta su trasero; apretó un agarre a la vez que juntaba cadera con cadera. La calidez les hacía sentirse demasiado bien.

Un pitio les cortó el rollo.

–Mierda, la pizza –masculló el médico–. Espera un momento, ahora vuelto.

Besó su frente y se levantó antes de que se quemara la casa. Luffy tomó aire y resopló. Se incorporó para quedar sentado. De un gesto instintivo, sus ojos, fueron hacia la puerta de la habitación de Law. Una presión pinchó de nuevo en su pecho, quiso ignorarla pero no pudo. Se metió en el cuarto y, de manera directa, miró hacia la mesita de noche que acompañaba la cama del médico. Los párpados se le abrieron.

–Lami –le había preguntado a la chica antes de que se despidieran–. ¿Cómo era ese Cora?

La chica sonrió suspicaz.

–¿Y esa pregunta? Ya te he dicho que Law lo quería como un hermano, no tienes razón para estar celoso.

–¡No esto celoso! –se defendió con poca credibilidad debido al rubor de su cara–. Es sólo que... bueno... eso... –agachó la cabeza, escuchar como ella se reía con su característica dulzura no ayudó.

–Era como te he dicho, algo excéntrico, le gustaba ir de tipo serio aunque luego hacía más payasadas que nadie, además, era algo torpe.

–Pero... ¿el físico?

En eso Lami se sorprendió.

–¿No lo has visto? Quiero decir, Law tiene una foto suya en su mesita de noche.

Como suponía, allí no había nada más que una pequeña lámpara. Aunque Luffy no prestara atención a esos detalles, se había pasado suficientes tiempo en el cuarto de Law como para al menos saber que había una foto en la mesita de noche. Sintió un nudo en la garganta. No creía que el médico se hubiese desprendido de esa foto como si tal cosa, no después de lo que había escuchado.

Se fijó otra vez en la mesita, ésta tenía un cajón. Se acercó sin pensárselo demasiado y se arrodilló para abrirlo. Allí estaba.

La sacó con cuidado y tomó el marco con ambas manos a la vez que se ponía en pie. A pesar de que solo era un niño, reconoció a Law a la primera. No pudo evitar soltar una pequeña risa, pasasen los años que pasasen su cara de mosqueo era la misma. Y luego estaba Cora, tal y como se lo había descrito ella aunque no llegase a imaginarlo así. Se le veía una persona agradable, aunque esa sonrisa haciendo el símbolo de la paz con los dedos era un poco rara; su otra mano revolvía el pelo a Law con cariño.

Tan absorto se había quedado con la foto que se había olvidado que no estaba sólo en ese piso. Lo recordó al sentir a Law abrazarle por la espalda y apoyar la barbilla en su hombro.

–Lo siento –le dijo el médico en voz baja–. No deberías haberla visto.

–¿Por qué dices eso?

–Son parte de mis cargas. No quiero que te preocupes de más por ellas.

El chico se apartó del él y le miró a la cara. Abrió la boca para replicar, pero se lo pensó dos veces.

–Luffy, escucha –le habló en todo tranquilizador–. No es para tanto. Antes era mucho peor –tomó la foto con cuidado de las manos del chico y la analizó con cuidado, con cariño nostálgico–, a veces, incluso, se me olvidaba que había muerto.

–¿Se te olvidaba?

El médico le miró con una sonrisa extraña, se sentó en la cama, volvió a fijarse la foto.

–Veía o escuchaba algo, pensaba "eh, seguro que le hará gracia cuando se lo cuente" –cerró un momento los ojos, inspiró y expiró por la nariz–. entonces me paraba un momento y me decía "ah, no" –se fijó en Luffy, se encogió de hombros–. Pero ya no me pasa, así que estoy mejor.

Otra vez ese pinchazo en el pecho, otra vez ese estomago revuelto. Se atrevió a hablar.

–Torao, tú no lo sabes aún pero Shanks no es mi padre biológico.

Al médico, por alguna razón que el chico no entendió, se le crispó la expresión.

–Bueno, algo me olía.

Luffy continuó.

–Él era un amigo de mi abuelo, cuando él murió pidió los papeles de mi adopción para hacerse cargo de mi. Eso no cambia nada, yo quiero a Shanks como un padre, pero tampoco quiere decir que, a veces, no eche de menos al viejo.

Observó la foto en manos del otro.

–Si me dices que también le echas de menos a él para mi no es ninguna carga, al contrario, quiero que me lo cuentes, no solo eso, quiero que me cuentes todo lo que se te pasa por la cabeza –puso sus ojos en el médico con determinación–. ¡No voy a salir corriendo! ¡Soy tu compañero!

Vio como Law daba un repullo, seguidamente miró para otro lado y se llevó la mano a la boca, estaba enrojecido. Exhaló un cruce entre risa y sollozo. Le sonrió a Luffy y tendió la mano, el chico se la tomó y dejó el médico le arrastrara hasta él. Law, entonces, pegó la frente en el vientre del chico. Luffy le abrazó por la cabeza, también algo ruborizado.

–Vale –dijo en un suspiro–, tu ganas.

Se miraron una vez, con las mejillas encendidas, con los ojos húmedos. De un arrebato, el chico besó al médico, le agarró del pelo y se inclinó sobre él. Se tumbaron en la cama y terminaron lo que habían empezado en el salón. Por más extraño que fuera, Luffy, no se acordó ni de que había una pizza esperándole.

 

 

 

¿Por qué sería que conseguía mantenerse en pie, por qué sería? Tal vez por la emoción palpitante de su corazón, tal vez por los dos cafés y cuatro redbulls que se había pimplado, ¿qué podría saberlo? El caso es que estaba allí, en el lugar indicado a la hora indicada. De hecho había salido ridículamente pronto para perderse las veces que hiciera falta y aún así llegar a tiempo. Había llegado antes de lo previsto incluso. Estaba entusiasmado consigo mismo, o quizás era el redbull, ¿quién podía saberlo?

–Vaya, muchacho, si has llegado antes que yo. Parece que esos rumores de tu orientación no estaban tan fundamentados.

Se volvió para que encontrarse con aquel periodista veterano. Se trataba de Ryuma, el mejor considerado en Competiciones. Por ese mismo anciano se encontraba en esa oportunidad, porque le había hecho llamar y con sus propias palabras de su propia boca le había pedido que le acompañara al último partido de la temporada de la Liga Nacional, ¿de qué? De fútbol. Así era, iba a entrar como periodista a la puta Final del la Liga del país. Sabía que sólo estaría ahí de ayudante, pero ardía en electrificantes ganas de probarse así mismo, y de paso a algunos más, de lo que era capaz de hacer, o quizás era el redbull en sus venas.

–Toma –le pasó Ryuma una tarjeta con una correa enganchada–. Es tu identificación, no la pierdas.

Se encaminaron al estadio, junto con las enormes masas de aficionados e hinchas. Aun no estaban dentro y ya ver tanta gente producía claustrofóbia. Pasaron con sus acreditaciones y llegaron a la zona reservada para los periodistas.

–Buff... –soltó el peliverde de la impresión, la vista era increíblemente buena.

–Espabila, muchacho –le dio el otro dos palmadas amistosas en el hombro–. Tenemos mucho trabajo que hacer.

Como cualquier periodista de Competiciones el encargo era de idea sencilla y ejecutación compleja.

Había de transcribir todo, absolutamente todo lo que fuera a suceder antes, durante y después del partido: integrar valoraciones objetivas de la trayectoria y planteamientos de los miembros de los equipos y sus entrenadores de cara al encuentro, fijarse y anotar cada detalle y hecho del partido para describir y hacer conclusiones y, finalmente, entrevistar post-partido a los más relevantes y hacer una predicción de cara al futuro.

No era raro en un periódico o revista comentara un partido ya sucedido, pero Grand Line era la única con ese elaborado formato que lo hacía tan reconocida, por lo que Zoro, junto con Kuina, desde muy jóvenes habían sentido el interés de, e incluso se habían prometido el uno al otro, convertirse en periodistas.

–¿Te ha quedado claro, muchacho? Vienes aquí tanto de aprendiz como de ayudante, así que tu labor es mirar qué hago y cómo lo hago, así como traerme todas las cosas que me hagan falta, desde una cerveza hasta un orinal, ¿entendido?

–Sí... –lo único que podía fallarle ahí era su orgullo, si odiaba el término ayudante como para imaginarse el término aprendiz.

–Vaya, Ryuma –sonó una tercera voz–, ¿qué tenemos aquí? ¿por fin has decidido delegar alguna de tus funciones?

Al virar, Zoro se encontró con uno de los tipos más extraños que había visto en su vida, y eso que había visto bastantes. Parecía partido por la mitad, puesto que por un lado su pelo y su vestimenta era blanca y por el otro naranja, como si Cruela de Vil se fuese de juerga carnavalera. Además, era extraño porque no había ciencia cierta de que fuera exactamente un hombre o una mujer.

–De eso nada, Inazuma –le respondió el veterano–. Éste viene a aprender a como cortarle la cabeza a un dragón. Y más importante que eso: ¿qué hace aquí un periodista de la Revolutionary? Creí que los deportes se os hacían de los más trivial y superfluo.

El tal Inazuma suspiró.

–No tienes remedio. Es la Final de la Copa Nacional, según su ideología política las personas apoyaran a un equipo o a otro, por no hablar –señaló la grada donde se sentaban los "importantes" de verdad– de que están presente parte de los alcaldes y ministros más relevantes en los últimos tiempos. Esto es caldo de cultivo para nosotros.

–Ya veo, ya.

Siguieron hablando mientras tomaban asiento y preparaban sus enseres. Mientras tanto, el estadio se iba llenando más y más.

–¿Donde están los otros periodistas? –preguntó el peliverde, sabido de ante mano que encuentros de esa categoría Grand Line solía mandar a más de una persona–. ¿Cubriendo los otros flancos?

Tan el viejo como la cruela le miraron altamente sorprendidos; esta segunda persona dejó escapar una risa.

–¿Pero no le has explicado?

–Creí que se daba por entendido –respondió el viejo en todo de ofensa.

–¿Entendido el qué? –intervino Zoro algo ofuscado por ese "chiste" que compartían entre los dos.

–No van a venir más periodistas –le explicó el/la de Revolutionary–. Ryuma trabaja solo.

Lo ojos del peliverde se abrieron como platos en dirección al viejo, que se limitó a encogerse de hombros. ¿Solo? ¿Él solo? ¿Para el partido entero? ¿incluso la prorroga? ¿siguiendo el modelo Grand Line? ¿Pero que cojones tenía ese hombre, un ojo de águila, una panorámica de cabra, drones teledirigidos con su cerebro?

–No te sorprendas tanto –le dijo Ryuma–. Es cierto que soy el único que trabaja individualmente en estos casos, pero cualquier periodista de Competiciones debería poder hacerlo si se le dan las circunstancias –le sonrió con algo de sorna altanera–. Quédate callado y observa. Si te portas bien te dejaré hacer las entrevistas cuando el partido acabe.

–Vaya, ¿Lo dices en serio?–volvió a intervenir Inazuma sacando un par de cervezas de una bolsa–. Parece que hasta los hombres como tú se hacen viejos.

–Hasta los hombres como yo no hacemos viejos, pero a mi todavía no me toca.

–Sí, sí... Anda, tomad –alzó las cervezas–. Por que sea un buen partido.

Y las lanzó, una a Zoro, que la cogió perfectamente al vuelo; y otra a Ryuma, que también, solo que en realidad no era tan joven como pretendía convencer a los demás y, al hacer el movimiento, su cuerpo le jugó una mala pasada. Porque la espalda le crujió por diez lados diferentes.

Los otros dos no se dieron cuenta hasta treinta segundos después, al percatarse de que el viejo se había quedado en la misma postura. Con exclamaciones hicieron venir a una camilla y se lo llevaron, por decirlo mal y pronto, "cagando leches" para el hospital más cercano. Zoro, como presunto aprendiz, estuvo a punto de acompañarlo, pero el propio Ryuma le detuvo.

–Te tienes que quedar.

No dijo nada más. La ambulancia se fue.

Zoro, desde el aparcamiento, miró hacia el estado. Por lo que podía oír, el primer himno de uno de los equipos había empezado. Tragó saliva, nervioso. Cualquier otro echaría a correr, nadie se lo reprocharía, era un trabajo imposible en sus condiciones.

Pero eso sólo hacía que fuera con más ganas.

Sonrió con suficiencia. No había dudas, aunque hubiese más de un noventa y nueve por ciento de que se cayera con todo el equipo; no tuvo miedo, tuvo decisión determinante; no tenía sangre en las venas, tenía cuatro redbulls paseándose por su cuerpo.

 

 

 

El pecho de Luffy se hinchaba con cada estentóreo ronquido. Estaba en el séptimo sueño, y así hubiese seguido de no ser porque empezó a atragantarse con su propia saliva, de ahí a toser, de ahí a incorporarse despierto del todo.

–Uff... que susto.

Se limpió con el brazo y miró a su alrededor. Permitió que se le iluminara la sonrisa. Estaba en el dormitorio de Law; más que eso, desnudo en su cama; más que eso, con su talón del pie derecho clavado en la mejilla del médico... Lo quitó rápidamente en un por si acaso.

–¿Torao?

Estaba dormido, o inconsciente porque quién sabia con que fuerza había acabado el pie de Luffy en su cara. El chico volvió a sonreír, se acercó y acurrucó en el pecho del médico. Le abrazó a la vez que inhalaba su ahora, e incluso le apretujó un poco.

Era extraño, no sentía que las incertidumbres se hubiesen ido, que se hubiese aclarado nada. Sí lo pensaba un poco, la sensación era de que Law había conseguido desviar su atención del asunto para echarle tierra; y ahí seguía, sin ninguna prueba de que no se fuese a evaporar.

Observó sus tatuaje; primero el de hombro izquierdo, el cual acarició, después el del pecho, empezó a delinearlo con el índice, hasta que empezó a notar como al otro se le ponía la piel de gallina. Se detuvo y, entretenido, tiró de la perilla del médico.

–Estás despierto, ¿verdad?

Law abrió su ojo izquierdo para mirarle, alzó una de sus comisuras. Luffy rió bajito y fue a por él. Se enzarzaron entonces en ver quién calentaba más al otro.

–Espera –le apartó el médico–. Creo que Zoro llegó ayer de madrugada. Oí la puerta.

–¿Y qué? –hizo un mohín–. Que se aguante al menos una vez.

–No lo digo por eso. Lo digo porque no quiero que nos interrumpa en lo mejor, otra vez.

–Puff... Tienes razón. Además tengo hambre –se lo repensó–. No puedo tener buen sexo si tengo el estómago vacío.

Se vistieron un mínimo; Luffy menos que ese mínimo, co una camiseta, únicamente con una camiseta, hasta que el médico le dijo que eso era lo más anti-erótico que había visto en su vida, así que se puso unos calzoncillos; y abandonaron la habitación.

Nada más salir encontraron al peliverde, pero de una extraña guisa que les produjo un repullo. Zoro estaba sentado en la silla, dormido, roncador y babeante, con la cabeza pegada a la madera de la mesa; delante de su cara estaba su portátil, encendido, y tras este, un montó de latas desperdigadas.

Luffy, de más cerca, descubrió que su amigo se había apropiado de sus cascos de orejeras que ya llevaban un tiempo perdidos por esa casa; se los quitó para que estuviera más cómodo y, descubrió también, que tenía puesto tapones para los oído.

–Que exagerado es.

El médico, por su parte, se puso a averiguar de que eran esas latas, encontrando, para su sobresalto inoculado de cierto temor que eran todas de bebidas energéticas: Redbull, Burn, Monster...

–¿¡Pero se puede saber que haces, energúmeno retrasado!? –agarró del cuello al peliverde y empezó a traquetearlo–. ¡Beberte todo esto no es diferente que chupar un helado de coca espolvoreado en speed con esencia de MDMA!

–Que puesto estás en drogas, Torao.

–¡Soy médico, tengo que saber de estupefacientes!

–Sí, ya, será eso.

–¿Por qué mierda gritáis...? –se despertó el tercero entre gemidos lastimeros, con el ceño fruncido, a la vez que se llevaba la mano a la cabeza–. ¿Ya es de día?

De golpe se despertó, se deshizo del agarre de Law y fue al ordenador, todo con puro pánico. Pero al instante inspiró una gran cantidad de aire, como un naufrago que había encontrado su salvación.

–Logré mandarlo a tiempo.

Dicho esto, su cuerpo cayó al suelo, como si se desinflara.

–¡Zoro! ¿Estás bien? ¿Quieres que llamemos a un ambulancia?

–Déjalo –le aconsejó el médico con una de las latas en la mano–. Si todavía no le ha dado un paro cardíaco con todo esto es que ya está fuera de peligro.

Zoro se despertó de golpe, otra vez, y se incorporó como si le hubiese dado una descarga eléctrica.

–¿Qué día es hoy?

–Sábado.

–¿Y hora?

–La una y media pasada.

–¡Joder! ¡Hoy habíamos dicho de quedar antes para comer juntos! ¡Aún si salgo ahora le voy a tener esperando! –se levantó, rápido pero con tambaleos.

–¿Hablas de tu novio?

–Pero estoy hecho un asco –le ignoró adentrándose más en sus propia neuras–, tengo el pelo grasiento... ¡ah! Necesito una ducha, necesito... otro Redbull, pero no queda, me los bebí todos, mierda... ¿qué hago...? ¡A la ducha! ¡Me voy a la ducha! ¡Si llego tarde que por lo menos sea oliendo bien!

Y se metió en el cuarto de baño de un portazo.

–A partir de ahora las bebidas energéticas quedan prohibidas en esta casa –anunció el médico temiendo que deber semejante porquería al peliverde le hubiese dado un ataque psicótico.

 

 

 

Estuvo durmiendo la mayoría casi completa de todas las horas que compusieron aquel fin de semana consecutivo al la Final Nacional. Nada más llegó al piso, cayó como un peso muerto en los brazos de Mihawk. El mayor, lejos de cabrearse, lo respetó. En todo ese tiempo que estuvo cobijado en su cama, no le molestó nada más que en un par de ocasiones.

–Zoro –le llamó en un susurro, con los labios pegados a su oído–. Despierta, tienes que comer algo. Te he preparado la cena.

Por lo demás se limitó a quedarse a su lado en la cama. En sus sueños se intercalaba el sonido de las caladas de su cigarro, el pasar de las hojas del libro que tenía entre manos; la sensación de cambio de peso en el colchón cada vez que se se sentaba o levantaba para lo que fuera; el tacto de sus caricias en el pelo de vez en cuando; sus besos puntuales y esporádicos en su cara, hombro o espalda; el olor y su calidez cuando le abrazaba. Le produjo un remanso de paz sin tan siquiera darse cuenta. Ojalá hubiese tenido más fuerzas, aunque fuese únicamente para corresponderle un beso.

 

 

 

Como cada semana, volvía a ser miércoles. Estaba muchísimo más recuperado, no solo gracias a lo que pudo dormir entre el sábado y el domingo sino a que, desde el lunes, solo había tenido que lidiar con encargos de Entrevistas; Competiciones, por su parte, no había requerido de él. Esto en verdad, lo tenía rodeado de dudas, pero prefirió que, por sus salud mental, solo debía luchar contra lo que podía directamente. También decidió que, por su salud física, iba a dejar las bebidas energéticas y volver a sano alcohol.

–¿Pero qué es esto? –dijo al llegar a su mesa y ver que estaba con tres pilas de papeles.

–Tus nuevos encargos –le comentó con cierto autoritarismo Yasopp.

–¿¡Tantos!?

–Si no te gusta haberte ido a otra revista más pequeña donde sus precarios recursos te obligarían a buscar(mendigar) las entrevistas por tu cuenta.

–Vale, vale. No hace falta que pongas así de buena mañana.

Yasopp estuvo a punto de regañarle. Sin embargo, Marco apareció en escena.

–Zoro –su voz era sería, su tono no abría paso a réplica o reproche–. Te esperan arriba. Sube.

Y se fue, mientras todo el mundo se quedaba un poco en ascuas.

–Ni se te ocurra decir uno de tus comentarios sádicos –le avisó a Robin cuando vio que esta separaba los labios para hablar.

–Solo te iba a desear suerte –le sonrió. El peliverde sintió como si hubiese omitido "porque la vas a necesitar".

Entró en el ascensor y pulsó el botón del último piso. Se notó tenso. Movió los hombro y el cuello para relajarse, de poco le sirvió. No había tenido noticias de Ryuma, ni nada referente al artículo que escribió por él. Posible era que alguien se hubiese dado cuenta que no tenía la esencia acostumbrada del autor. Posible era que fueran a despedirle, justo cuando iba a conseguir por lo que tanto había trabajado.

Un aura de depresión le rodeo, al final no hacía falta el comentario sádico de Robin para ponerle los cojones de corbata.

Las puertas se abrieron. Irguió las espalda, no era momento para mostrarse débil. Tragó saliva y dio el primer paso hacía delante, lo siguientes le imitaron hasta llegar a la sala de reuniones, el mismo sitio donde le comunicaron que había ganado su puesto fijo en Entrevistas, y más tarde su modo de prueba en Competiciones. Le esperaba Bellemer, y también Shanks, ambos de pie, apostados como dos celadores listo para guiar al al pelotón de fusilamiento. El pelirrojo era el que más le intimidaba entre los dos, algo natural, era la primera vez que tenían un cara a cara desde que se encontraron en el piso de Mihawk.

–Marco me dijo que subiera.

–Así es –contestó la mujer–. Toma asiento.

Obedeció, esperando que alguno de los dos hiciera lo mismo en frente suya, o a alguno de los dos lados, pero no fue así. Se mantuvieron donde estaban.

Bellemer aporreó con fuerza la mesa con un fajo de papeles que dejó caer delante del peliverde. Le bastó leer el titular y las primeras frases para darse cuenta que era el artículo que había escrito de la Final Nacional. Se contuvo para no tragar saliva otra vez.

–Las cartas sobre la mesa –dijo ella–. ¿Quién ha escrito este articulo?

La mente se le quedó en blanco un instante. No sabía que responder, él no se consideraba un mentiroso, pero esa oportunidad le había tocado de pura casualidad, de mala suerte para Ryuma, que hablando de él no creía que fuera muy justo contar lo que seguro se tomaba como una derrota por causas externas a su persona como lo podía ser el propio paso del tiempo.

–Ryuma –contestó.

–¿Ryuma? –siguió ella–. ¿De verdad crees que este artículo tiene la calidad del mejor periodista que tenemos en Competiciones? ¿Estás seguro de ello?

Si pensaba achantarle con eso, lo hizo bastante mal, porque, a pesar de todo, Zoro seguía siendo un sumo arrogante.

–No veo porqué no.

Declaración como esa no pudo sino sorprender a Bellemere. Zoro se esperó alguna represalia, sin embargo, la mujer se echó a reír.

–Menuda cara tiene este muchacho.

Justo decía eso, una mano se puso sobre su cabeza, la de Shanks, que también reía. Le revolvió el pelo.

–Ya sabíamos que Ryuma no había escrito el articulo. Alguien tan maravillosa como nuestra jefa de Competiciones es capaz de ver cuando uno de los suyo se sale de su estilo.

–Yo misma le pregunté que había pasado y me contó todo lo sucedido. Está muy avergonzado y muy agradecido de que finalmente ocuparas su puesto.

–¿Entonces... qué hago aquí?

Shanks y Bellemer se miraron un momento, de manera suspicaz y cómplice.

–¿Sigues interesado en Competiciones? –preguntó el pelirrojo.

Dudó de haber entendido bien la pregunta.

–¿Qué quiere decir? –fue con cautela.

–Que si después de haber soportado el tiempo de prueba, aún sigues en tus trece –explicó la mujer–. No porque lo hayas visto un trabajo duro, si no porque hayas descubierto que Entrevistas es más tu estilo.

–Para nada. Valoro el trabajo que se hace en entrevistas, hay muy buenos periodistas ahí. Pero mi meta es Competiciones, y no voy a cambiar en eso ni un ápice.

Otra mirada cómplice por parte de la parejita, en su casa debían de ser un matrimonió de lo más repelente; a saber como los aguantaba Luffy. Bellemere se encogió de hombros.

–Entonces, bienvenido seas. Eres el nuevo periodista de Competiciones.

De poco no le dio un paro cardíaco.

–¿Qué?

–A tu artículo –empezó a explicar Shanks– le faltan algunos flecos, pero en general podría haber sido escrito por Ryuma en su buenos tiempos, él sigue siendo admirable pero, como se demostró el otro día, la edad no perdona, hay que ir haciendo paso a las nuevas generaciones. Y a Competiciones le hace falta regarse con sangre nueva.

–Así es –siguió la mujer–. Necesitaba tu confirmación, pero visto que lo tienes tan claro, hablaré con Yasopp para tu traspaso. Seguramente él te tenía algunos proyectos reservados, pero en las próximas semanas como muy tarde seras uno de los "nuestros".

No se lo podía creer, no podía entender que eso estuviera pasando. Era como si todo fuese una película y el estuviese de espectador, para nada como protagonista. Como un destello, Mihawk se le vino a la cabeza; recordó como se puso la última vez que coincidieron en esa sala. De reojo, miró hacia la puerta, temiendo que él apareciera y le echara por tierra eso que aún no las tenía todas consigo de que estuviese pasándo.

–Mihawk está de acuerdo –comentó Shanks como si le hubiese leído la mente–. Nadie se opone a este cambio de directrices.

–¿De verdad? –preguntó casi sin pensarlo, sobrecogido.

Los dos volvieron a reír.

–No te nos hagas de rogar, Zoro –el pelirrojo le tendió la mano–. Todos sabemos lo que has luchado por llegar aquí.

El corazón le bombeó con fuerza, se levantó con rapidez y sujetó la mano de Shanks para terminar el apretón.

–Sí –asintió con determinación.

Se despidió de ambos y abandonó la sala de reunión. Su cabeza no era capaz de hacer los cálculos necesarios de que aquello era un hecho, pero algo producía una efervescencia en su interior. Su sueño, su promesa, se había cumplido.

Entró en el ascensor, pulsó el botón que lo llevaba de nuevo a Entrevistas. Suspiró, de una alegría mayor de la que podía abarcar en su pecho, que le rodeaba e hizo que se evadiera; tanto que, cuando alguien entró en el ascensor, echando a un lado las puertas para que no se cerraran en sus narices, se llevó un sobresalto. Era Mihawk,

El mayor pulso el botón del garaje y las puertas se cerraron con éxito. La cabina fue descendiendo, mientras ellos dos guardaban silencio y evitaban mirarse. Otra vez con esa indiferencia fría, pensó el peliverde. Dudó de las palabras de Shanks, que de verdad Mihawk hubiese estado de acuerdo con su ingreso en Competiciones. A lo mejor, incluso, le cabreaba.

–Enhorabuena –le oyó decir, con suavidad, con calidez. Al mirarle, estupefacto, el peliverde descubrió sonrisa amable, tierna del mayor dedicada a él–. Ahora entiendo porqué viniste tan agotado el sábado. Lo que hiciste no lo hace cualquiera, debes de estar orgulloso.

Jamás hubiese esperado algo como eso; casi no podía creer que le hubiese estado apoyando desde la sombra; jamás hubiese esperado esas palabras de Mihawk para él. Quizás, por ello, no pudo controlarse.

Besó al mayor, con el brazo derecho rodeando su cintura y la mano izquierda en su nunca para profundizar más aquel arrebato. Un parte de su mente, pequeña, casi ignorada, le advertía de que la reacción de Mihawk podría ser negativa, que podría apartarle o incluso repudiarle.

Casi se muere cuando notó como el otro le correspondía, como le aferraba y disfrutaba de manera reciproca de su boca, como lo acorraló en la pared, con fuerza, con pasión.

Se separaron para tomar aire; con la respiración alterada se observaron a los ojos. Se sonrieron. Mihawk besó su mejilla.

–Tranquilo –le susurró.

Cerró los ojos. Esa palabra; esa sola palabra entonada por su voz, en ese ascensor, rodeado por su brazos; pudo haberle matado.

Se volvieron a besar y, tal vez, se hubiesen desnudado allí mismo. Pero la cabina se abriría en breve, eran mínimamente consciente de ello. De esta manera se contuvieron sin separarse hasta que sonó el "pin" de la planta de Entrevistas. Entonces, en los últimos segundo antes de que las puertas se abrieran del todo; entre pequeñas risas furtivas, como si aquello fuese un juego; se recompusieron la ropa, el pelo, retomaron su posición anterior y de dieron una ultimas mirada de reojo.

Para cuando las puertas se abrieron sus máscaras de seriedad profesional estaban restauradas de cara el público.

Continará...

Notas finales:

Bueno, capítulo super-extra-mega-infinitamente-largo, espero que os haya cundido xD y eso que pensé que quedaría en la mitad. Es decir, que todo lo que habeis visto ahora, en los planteamientos de mi cabeza, eran medio capitulo. Y al final ¡PAPÁN! Quince páginas a word, letra times new roman y letra a doce. Si yo he llegado a escribir algo tan largo como capítulo de verdad que no me acuerdo xD

Además que creo que ha sido un poco raro, es como si fuera de transición y a la vez no... Pero beh, lo que sea xD espero que por lo menos no se os haya hecho muy aburrido.

Nos vemos para el siguiente, bye!

PD:¿Sabeís que a veces cuando escribo esta historia se me viene a la cabeza la canción "ahora es tarde, señora" de Rocío Jurado?


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