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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Bien... he tenido un gran dilema con este capítulo (y con su continuación que seguirá en el 23). Cuando inicié este fic tenía la firme idea de omitir lo que vais a leer. Todavía no sé si he hecho bien porque para ser claros esto es un cambio de perspectiva, y no tengo ni idea de como vais a ver a los personajes a partir de ahora. Me debatí mucho si poner este capítulo más al final, pero al terminar el anterior sentí que si lo tenía que colocar en algún sitio tenía que ser aquí. Como digo, no sé si lo he hecho bien, pero aquí esta.

Eso sí, el cariño que le he puesto nadie me lo quita xD

Capítulo 22. Silencio I

 

No gustaba a las personas y el sentimiento era reciproco. Irremediablemente mantenía trato cordial con algunos individuos, pero en general era huraño, receloso y le encantaba estar solo. Aún con esas, solía plantarse en la concurrida cafetería de la universidad y, con cualquier cosa para comer y un cigarro para después, sentarse a leer en un rincón al lado de la ventana, por donde la luz del sol se colaba de manera práctica y agradable.

Pero ese día, cuando iba para la que consideraba "su mesa", tuvo que pararse en seco. Estaba ocupada por dos alumnos de primero que reían, incluso carcajeaban, despreocupadamente. Poco le había costado reconocer, de rumores, a uno de ellos; un pelirrojo risueño que apenas empezaba el primer semestre y ya estaba en la lista negra de muchísima gente por ser una especie de activista irreverente y engreído. Rebufó y adelantó el paso. Al acercarse, tanto el dicho joven pelirrojo como su compañero desviaron la mirada hacia él. El presunto activista sonrió con amabilidad, calidez y confianza petulante.

–¿Podemos ayudarte en algo?

Su sonrisa almibarada le crispó hasta las sienes. Agarró el respaldo de la silla donde se sentaba el pelirrojo y lo tiró al suelo de un plumazo. Sin preocuparse lo más mínimo, volvió a estabilizar el asiento sobre sus patas y se sentó a leer. Alzó la mirada una única vez para amenazar al compañero del pelirrojo; bastó con eso para que éste, aturrullado, se levantase sin demora.

–¡Oye, tú! –se incorporó, por su lado, el supuesto activista–. ¿A que ha venido eso?

–A que este es mi sitio y lo estabas ocupando –le contestó con aburrimiento indiferente a la vez que pasaba una página de lo que estaba leyendo.

–¿Tú sitio?

–Shanks... –le avisó el otro–. Que éste es el que monta gresca todos los días en la cafetería.

–Espera un momento, Yasopp –le cortó, quizás ni le había escuchado, y se volvió de nuevo contra su contrincante–. ¿En dónde dice que sea tu sitio? ¿Pone tu nombre por algún lado?

–¿Acaso tienes tú una etiqueta con tu nombre en cada cosa que usas? ¿Podría yo libremente meterme en tu casa, comerme tu comida o vestirme con tu ropa sólo porque no llevan tú nombre escrito?

–Claro que no, eso consta parte de mi propiedad privada, no necesita ninguna pegatina que las señale. Pero esta mesa está en un sitio público, su uso y acceso está abierto para todos.

Tuvo que admitir que la respuesta fue buena. Pero él no se quedaba atrás.

–Si está abierto a todos eso me incluye a mí y a mi derecho de estar en esta mesa, y no en otra, cuando yo lo crea oportuno.

–A menos que haya alguien sentado –matizó el pelirrojo–. Nosotros llegamos antes que tú.

–Con esa premisa hemos de suponer que tienes más derecho a este sitio solo porque has sido más rápido, si ese argumento es válido también es válido decir que yo tengo más derecho que tú porque soy más fuerte. Te acabo de tirar de una al suelo.

–No te estoy hablando de rapidez, te estoy hablando de respeto de turnos.

De reojo, le echó una fulminante mirada con sus ojos dorados.

–Llevo viniendo a esta cafetería dos años más que tú, contribuyendo como cliente. Si quieres hablar de respeto empieza por considerar que el mejor asiento de toda la cafetería no debería estar para que se lo agencie un principiante.

Dio punto final al volver a su libro y perder el interés en el pelirrojo.

Como supo más tarde, el tal Shanks, también había oído rumores de él y de cómo, para simplemente entretenerse, despachaba a cualquiera que osara hacer uso en "su mesa". Por ello decidió sentarse justo ahí, para ponerle a prueba. Una prueba que, por lo que pareció, había sobrepasado con creces.

–¡Únete al club de debate! –le tomó de los hombros con entusiasmo.

–¿¡Pero qué co...!?

–¡Argumentas rápido, tergiversaras mis palabras y eres más retorcido que un viejo revenido!. ¡Ganaremos todos los concursos!

–¿¡Qué!?

Oyó un resoplo, el otro, Yasopp, se había llevado la mano a la cara con cansancio.

–Ya me parecía extraño que quisiera venir a la cafetería. Eh, tú, Dracule te llamas, ¿verdad? Será mejor que no te resistas, perderás menos tiempo y fuerzas de las que crees.

No siguió el consejo, de manera que el pelirrojo pasó automáticamente a ser su acosador personal. Daba igual cuantas veces le rechazara, no desistía, le seguía por todos lados y aparecía cuando menos lo esperaba, incluso cuando iba al baño. Consiguió, por goleada, que él también lo pusiera en su lista negra personal.

Jamás se le hubiese ocurrido que pasaría algo como lo de aquel invierno y aquella noche.

Recordaba el frio, arrebujarse en su propio abrigo, y la cantidad de gente que iba cargada de bolsas y más bolsas a pesar de la nevada. Cortó camino por una callejuela y se encendió un cigarro para disfrutar por completo de esa paz fuera del bullicio. No tardó en percatarse de que le habían seguido.

–Eh, marica. ¿Qué haces por aquí tan solito?

–Irá a ver a su novio.

–¿Está tu novio por aquí, marica? Preséntanoslo.

Sin volverse a mirar, entendió que eran tres o cuatro. Poco le extrañó que fuesen a por él, se ganaba enemigos a pulso, pero que le llamaran de esa manera si le dejó algo más que inquieto. Mantuvo su talante y les ignoró, cosa que no les gustó para nada. Le agarraron del hombro y le metieron un puñetazo por la boca del estómago. Las piernas se le doblaron, perdió el cigarro, casi vomita; su rabia se incendió. Devolvió el golpe con el triple de fuerza a la nariz de su contrincante y lo tiró al suelo. Hubiese sido una gran victoria si no fuese porque quedaban otros tres más. Se defendió y atacó como pudo, pero recibía más golpes de los que daba. Lo pusieron de cara contra la pared.

Un silbido cortó el aire. Algo metálico arremetió contra uno de sus asaltantes; lo supo por el sonido del golpe, el quejido contenido de alguien al recibirlo y porque el agarre se debilitó en seguida. Aprovechó sin dudar y metió un codazo en la yugular de uno de ellos, seguido por otro derechazo. El silbido se propagó de nuevo y el ultimo cayó al suelo. Se volvió, encontrando a Shanks con una barra de metal y la respiración alterada.

Casi no pudo reaccionar, fue el pelirrojo el que, tras salvarle, le tomó de la muñeca y le obligó a correr lejos de allí. Luego, le llevó hasta su casa; un piso antiguo de estos con chimenea, alquilado para estudiantes. Discutieron, Shanks quería llamar a un taxi y llevarle al hospital; él no quería, le parecía una exageración.

–¿Te traigo un espejo para que te veas como te han dejado la cara?

Al final, el pelirrojo le convenció para que, al menos, durmiera esa noche allí; fuera arreciaba la nieve y no sabían cómo de escarmentados andaban los tipos que le habían atacado.

–¿Qué pasa con tus compañeros de piso? –lo intentó, cansado, por última vez–. ¿Invitas al que sea sin preguntar?

–Están todos de fiestas navideñas con sus familias. Solo estamos tú y yo.

Esa afirmación no hizo otra cosa que ponerle más nervioso y darle más ganas de salir de allí; sin embargo, entendió que no tenía escapatoria y que, por esa vez, debía ceder. Dejó que Shanks le prestara su dormitorio, así como un pijama, afirmando éste que a él no le importaba dormir en sofá. Empezó a quitarse el jersey para cambiarse; hubiese seguido si no fuera porque se dio cuenta de que el pelirrojo no había abandonado la habitación. Hizo un amago de decirle algo, pero se contuvo y se forzó a continuar con sus ojos sobre su nuca.

–Mihawk –le llamó justo cuando ya llevaba desabrochado tres botones–. ¿Estás bien? Te tiemblan las manos desde que salimos del callejón.

Se le cortó la respiración durante casi tres segundos. Si no hubiese tenido la cara masacrada se hubiese palpado la palidez de aquel repullo. Prefirió callar y apartar la mirada.

–Mihawk –le volvió a llamar de una manera tan suave que le irritó–. ¿Es verdad lo que te llamaron esos tipos?

Otra parada respiratoria.

–Ha sido casualidad, podrían haberme insultado de cualquier forma que les sonara humillante –no mintió al decir esto, él era muy discreto como para que esos lo supieran. Pero también era cierto que por muy discreto que fuese uno con su vida privada al final algo salía a la luz; y esos tipos habían ido directo a él, le habían llamado de una manera concreta. Y las palizas callejeras a homosexuales no eran raras en esos tiempos.

–Pues menuda pena.

Se quedó parado, mientras su cuerpo era recorrido por un tremendo escalofrío. Sin dar crédito, enfrentó la cara del pelirrojo. Shanks le soltó una carcajada tan fuerte que le despeinó.

–¡Vaya cara has puesto! –dijo, sin parar de reírl. Con las lágrimas saltadas– ¡Qué lástima haber gastado el carrete de mi cámara! –rió más fuerte– Como sea –se calmó–. Por lo visto eres tan orgulloso como para no darme las gracias por haberte salvado la vida, así que me lo tomaré como que me debes una muy gorda. Por lo tanto, cuando retomemos el semestre tendrás que pasarte por la sala de debate ¿vale? Durante una semana. Así estoy seguro de que le cogerás interés por tu propia cuenta –le dio dos palmadas de ánimo en la espalda–. Hala, a dormir que has tenido un día duro.

Y le dejó solo en su habitación; al largo rato fue capaz de entender lo que acabada de pasar. Después se acostó en la cama del pelirrojo y pasó, entre el dolor de las magulladuras, el olor de las sábanas y los trastoques que le provocaba ese cabrón engreído, una de las peores noches de su vida. Cuando regresó la luz del sol apenas pudo creérselo.

A las semanas después de ese incidente, tras terminar las vacaciones de navidad, se pasó por la sala de debate. Fue evidente la conmoción contenida que se creó al aparecer su figura allí.

–¿Se puede saber cómo lo has hecho? –le preguntó Yasopp a Shanks.

–Le convencí después de una paliza –contestó tan pancho y dejando atónito a su amigo. Mihawk tenía un volumen de leyes judiciales en la mano; Shanks se llevó un librazo en el cogote que casi le saca los ojos de sus órbitas.

–Bueno, señores –llamó la atención la capitana del equipo, Bellemere, que poco interés prestó al asunto–. ¿empezamos o qué?

Mihawk, molesto y aburrido, tomó asiento. Se convenció de que era nada más que una semana, un pago paupérrimo en comparación con lo que Shanks había hecho por él. Después sería libre.

Sin embargo, cada vez que le tocaba el turno de debatir a Shanks se quedaba con la boca abierta. Nada tuvo que ver con la pueril riña que tuvieron en la cafetería; hablaba como el mejor de los oradores, con una retórica impoluta e implacable, de una manera que su contrincante acababa haciéndose un lio con las ideas que le tocaba defender o enfrentar. Conforme pasaban los días, Mihawk venía a verlo sólo a él.

–¿Por qué no pruebas a ponerle en su sitio? –le preguntó Bellemere una vez sentada a su lado–. La semana casi acaba, pocas oportunidades vas a tener.

Una voz le avisaba que debía denegar aquella oferta, pero su esencia competitiva se puso por encima de cualquier cosa. Cuando quiso darse cuenta estaban los dos tras sus respectivos estrados, cara a cara. Y lo disfrutó, tanto como para que después de aquella semana acabara yendo cada vez más veces a la sala de debates y al final unirse por completo.

Mientras tanto, conforme avanzaba el curso, Shanks y él se hicieron más cercanos; alimentaron una fuerte rivalidad y admiración en uno por el otro; le costó aceptarlo, pero el pelirrojo se había esforzado y había conseguido convertirse en su mejor amigo.

–Ya no puedes vivir sin mí, ¿eh? –le venía a chinchar el pelirrojo más que de vez en cuando. Cosa que, aunque le fastidiaba, acabó también por acostumbrarse. Shanks era así de confuso con todo el mundo, bien lo había visto con Bellemere e incluso con su profesor Ben.

Después, ocurrió lo de la final del campeonato nacional.

El árbitro indicó el tema a tratar de la última ronda de la competición: el matrimonio homosexual, y Shanks, la mejor baza de todo el equipo, debía hablar en contra. Fue su mejor discurso en todo lo que se llevaban conociendo.

Mihawk se quedó hasta escuchar como el jurado les consideraba los ganadores. Sin avisar a nadie se marchó a casa, decepcionado y sintiéndose muy imbécil. ¿Qué se había creído, que solo porque Shanks le llamara "amigo" iba aceptar lo que una sociedad entera era incapaz, que iba a ser o pensar diferente del resto? Algo presionaba su pecho.

El portazo que dio al cerrar la puerta le sonó como una campana de salvación, se envolvió en el silencio de su propia casa y respiró intentando recobrar calma. A los dos minutos llamaron al timbre.

–¡Vaya, vaya! Así que aquí estaba tu casa, que suerte haberte seguido –se rió un resplandeciente Shanks nada más abrirle.

Mihawk le miró como si fuese un alíen.

–¿Qué haces aquí? –logró decir aún sin dar crédito–. Acabas de ganar el primer premio.

–Podría decirte lo mismo –replicó a la vez que el mismo se daba el permiso para entrar–. Pocas personas tienen la reacción de marcharse a su casa cuando proclaman el nombre de su equipo –echó una mirada y soltó una pequeña risa–. Tienes todo lleno de libros, no sé por qué, pero me lo esperaba.

Observó como Shanks fue a una de las estanterías y pasó su mano por una fila de libros, sin tomar ninguno, sólo acariciándolos con cuidado.

Mihawk se estaba poniendo muy nervioso, no sólo porque no se le ocurriera nada bueno que excusara su comportamiento, sino por verle pasearse con esa confianza por su casa, tocando e inspeccionando. No tenía nada que esconder, pero, aun así.

Cerró la puerta con otro portazo, aunque más contenido; busco su tabaco y mechero. Lo primero fue fácil porque estaba en la mesa, el mechero no veía por ninguna parte.

–Mihawk, ¿te ha molestado algo de lo que he dicho en mi discurso?

Casi se atraganta con el cigarro que sostenía en su boca.

–No.

–¿En serio? –insistió–. ¿Nada? ¿Ni un poco?

–Sí.

Encontró el mechero, intentó encender el cigarro, pero por más que lo intentaba la llama no prendía. Shanks se acercó por detrás.

–¿Hasta cuando vas a fingir que no te gusto? –le susurró al oído.

Se volvió hacia él, con el pánico hundiendo su pecho. Que sea una broma, pensó, que sea una broma como la otra vez. Shanks sonrió y, con lentitud, le quitó el cigarro de la boca e intentó juntar sus labios, pero el otro le apartó la cara. Lejos de molestarse, el pelirrojo profirió una pequeña risa entre dientes. Tomó la barbilla de Mihawk para hacer que le mirara, cuyos latidos se echaron a la carrera mientras él quedaba totalmente paralizado. O casi, puesto que cuando Shanks intento besarle de nuevo, apartó la cara hacia el otro lado. El pelirrojo soltó un suspiró por la nariz y con ambas manos recogió su rostro para mirarle a los ojos una vez más; le apartó unos mechones oscuros de la cara.

–¿Quién te hizo tanto daño como para que me tengas ese miedo?

Mihawk le devolvió la mirada con un deje de indignación.

–Yo no te tengo miedo –se defendió.

Shanks sonrió una vez más. Acercó de nuevo sus labios. Como había pretendido, el pique sirvió para que Mihawk no se apartara. Roce a roce, lo deshizo y rindió.

Meses más tarde, confirmaron la relación y se lo comunicaron a sus amigos más cercanos. Bellemere les dio la enhorabuena con cierta apatía, por lo visto Mihawk y Shanks habían sido bastante evidentes y para ella no suponía ninguna sorpresa; Yasopp, por su parte, tardó en poder cerrar la boca de consternación después de tamaña declaración, en sus cálculos no entraba una declaración así, pero tampoco se opuso y en el fondo se alegraba.

Los años de universidad fueron pasando y con ellos, la citas, los besos, las riñas tontas, los viajes juntos, los premios de debate, el sexo... El hecho de que fueran rivales solo añadía más picante a la salsa.

–¿Cuándo me vas a dar una llave de tu piso, Mihawk?

–¿Para que la quieres si siempre te abro yo?

–Para asaltarte cuando menos te lo esperes.

–Oh, en ese caso por supuesto que ni hablar.

–¿¡Qué!? Venga hombre, merezco tener las llaves de la casa de mi "novio".

Mihawk hizo un quejido.

–Te dije que no repitieras esa cursilada de palabra.

–Lo sé, pero ahora depende de ti y de tus llaves, mi querido "novio".

Vio que no se iba a callar hasta que le hiciera esta estúpida copia de la estúpida llave, de manera que se la hizo, a condición de que las usara sólo en el caso de que supiera a ciencia cierta que Mihawk estaba en la casa o, en el caso de él no estar, que le pidiera un permiso previo.

–Me he enrollado con el tío más sexy y raro de todo el campus –se quejó el pelirrojo con resignación.

También, por aquella época, Shanks ya empezaba a mencionar un proyecto que tenía pensado para cuando fuera un periodista con todas las de la ley, lo llamaba "Gran Line".

–Estás loco –le dijo Yasopp.

–¡No me puedo creer que tú también me digas eso!

–¿También?

–Beckman y Bellemere lo han mandado a paseo –comentó Mihawk.

–¡Ja! Encima soy no el segundo sino el tercer plato. No, no, de ninguna manera que no.

–¡Pero Yasopp! ¿Dónde están tus ansias de aventura?

–¿Aventura? Con ser simplemente periodista ya tengo aventura más que de sobra. Además, en algún momento encontraré una preciosa chica, me casaré y tendré hijos, ¿qué tiempo les voy a dedicar si me embarco contigo?

–Mira, Yasopp, un tío que tiene toda la cara de decir que va a por tabaco para no volver no me puede venir con semejante embuste.

–¡Pero serás...!

Hasta el propio Mihawk le dijo que esa empresa que tenía montada en su cabeza era un proyecto excesivamente ambicioso. Contradictoriamente, Shanks acabó captando a todo el que se propuso; aquella idea loca empezó a ponerse en marcha incluso antes de que Mihawk se graduara.

–¿Qué haces con la corbata así? –le preguntó Shanks el día que decía adiós a su etapa universitaria.

–¿Así como?

–Con un nudo simple. Anda, trae, los hombres elegantes como tú deben llevar mínimo un nudo windsor.

–Y los hombres con pintas de vagabundo como las tuya no deberían preocuparse de tonterías –le espetó mientras el otro deshacía la corbata y se la ataba de nuevo.

–Ya está. Mira que guapo has quedado –sonrió con los dientes–. Te quiero mucho, Mihawk.

Correspondió la sonrisa.

–Y yo a ti.

La corbata quedó un poco más ajustada de lo normal. No le dijo nada y, mucho menos, se lo tuvo en cuenta; pensó que, simplemente, el pelirrojo estaba más nervioso que él. Después de todo, su graduación suponía una separación simbólica y, como para otras tantas parejas, incluía cierto peligro a la duración de su relación.

Por suerte, todo quedó en miedos infundados. Tanto por el proyecto que les unía como por si mismos siguieron juntos. Trabajaron codo con codo y por separado, dedicando su tiempo a sobrevivir de un empleo a otro, a sacar adelante Grand Line y, un poquito, a ellos mismos.

Un año después de que se graduara Shanks, lo que era una pequeña revista de deportes salió a la luz y ellos, a la par que pareja, se habían convertido en socios del 50%. Todavía era poco, pero se sentían muy orgullosos.

–¡Mihawk, Mihawk, Mihawk! –fue corriendo hacia él, casi se estrella–. ¿Qué es esto que has escrito? –le puso un papel por delante que sacó los colores al de los ojos amarillos.

–Son sólo garabatos que hice ayer, no es...

–¡Es genial! ¡Este modelo para nuestra sección de Competiciones nos llevará a la fama!

–¿Pero qué dices? Es inviable, costoso.

–¡Jajajá! No menosprecies la pasión por la aventura. Estoy seguro de que este modelo atraerá a más de un periodista, aunque su sueldo sea una mierda.

La casualidad y el milagro que tuvo razón. Patentado el modelo se les vino, ni nada más ni nada menos, que uno de los periodistas de más renombre de ese momento, Ryuma. No era ninguna tontería, medio año más tarde les pidieron una entrevista como "los jóvenes más prometedores del panorama periodístico".

–¿Otra vez con la corbata así?

–¿Qué más te da? Ya dejamos claro que tú ibas a ser el que saldría en la foto.

–La presencia es la presencia –dijo y le rehízo la corbata, un poco apretada como siempre–. Te quiero, Mihawk.

–Y yo a ti.

Cuando echaban la vista atrás, siempre recordaban esa época a cámara rápida. Todo lo que les sucedió, todo lo que consiguieron. Empeñaban hasta el alma en todo lo que hacían y los escalones de sus ambiciones no era nunca suficientes. Por esa época, también, Shanks le propuso que vivieran juntos.

–No tienes que dejar tu piso si no quieres; nos podemos permitir comprar uno nuevo sin que tengas que vender ese. Solo... Vente a vivir conmigo.

Se fueron a vivir a lo que literalmente se podía considerar como un zulo. Era tan pequeño que Mihawk consintió que Shanks dejara algunas cosas, como sus libros, en su piso. Pero, aunque en las primeras pruebas de convivencia casi, y no tan casi, acabaron tirándose los trastos a la cabeza, lo superaron y descubrieron que, una vez más, se compenetraban perfectamente.

–Mihawk... –apoyó la cabeza en el hombro del moreno cuando estaban sentados en el sofá–. Estoy preocupado por tu salud.

–¿A qué viene eso? –pocas veces había enfermado desde que se conocieron y poco más que un resfriado.

–Quiero que dejes de fumar.

Como negativa, podría haberle dado la respuesta más emponzoñada que se le hubiese ocurrido. Sin embargo:

–Si tú dejas de beber.

Con la afición que tenía el pelirrojo a la bebida creyó que se olvidaría del asunto al instante. Por contra, a Shanks le pareció una gran idea, "un pacto que los une" o algo así dijo, y a partir del día siguiente ambos empezaron a luchar contra sus propios vicios.

Cuando Grand Line logró ir viento en popa con las nuevas secciones que habían incluido, sus honorarios fueron los suficiente para mudarse a una casa más decente y atesoraban una estabilidad emocional, física y psíquica, vino su próxima gran prueba.

–Creo que deberíamos pensar ya en tener hijos –comentó con simpleza a la hora del desayuno mientas Mihawk sorbía un café con el que de poco no se atraganta.

–¡Te has dado un golpe en la cabeza! Grand Line apenas nos deja respirar, no podemos descuidarlo ahora. ¡Ni tan siquiera pasamos de los treinta años!

–Tanto Yasopp como Bellemere han tenido hijos y se dedican a Gran Line sin ningún problema –dijo y añadió–. Aparte de que sus respectivos cónyuges también trabajan fuera de casa.

–Ellos no son los jefes.

–Qué clasista eres.

–No me vengas con eso. ¿Sabe lo que es tener un niño?

–Lo mismo que tú.

–No lo creo si hablas de esa manera tan inconsciente.

–¿Pero por qué no quieres tener hijos?

–Porque me parecen un coñazo. Sólo berrean, comen, duerme y defecan. Tampoco es que la cosa vaya a mejor después.

–Nunca dejarás de ser raro a la par que sexy.

–¿Raro? Mira, haz lo que te dé la gana, pero yo no quiero saber nada. Nunca. Lo que quiera que consigas adoptar te encargas tú.

Así fue. Mihawk intervino nada más que en una cosa. Por aquellos años el tema de la homosexualidad seguía siendo tabú, en temas de adopción inclusive. La manera más viable que se le ocurrió a Shanks de llevar aquello a cabo fue que sólo hubiese un padre en los papeles de adopción y le pidió a Mihawk que fuera él. Incluso después de decirle al pelirrojo que él no quería saber nada, entendió que era una especie de compromiso entre ambos. Aceptó. Eso no quitó que el que le dieran un bebé fuese muy difícil, más si los de la adopción se olían algo de los gustos sexuales que se procuraba.

Perona tenía ocho años cuando pasó a formar parte de sus vidas. Entró a la casa con la barbilla baja, aferrada a su osito de trapo y atravesándolo absolutamente todo con la mirada. Shanks la envolvió en arrumacos en cuanto pudo, con los cual la niña parecía más agobiada que contenta; Mihawk, como dijo desde un principio, no le hizo más caso que el que se le podía hacer a un gato.

Todo hubiese seguido así, sin ningún problema. Pero, como no podía ser de otra manera, llegó el momento, ese momento en que se tuvo que quedar a solas con Perona. Fue una tarde en la que todo se desarrollaba con suma paz y tranquilidad, no obstante, como a cualquier ser vivo, a la niña le entró hambre y, como a cualquier crio caprichoso, un antojo de tortitas.

Otra cosa no, pero Perona tenía unos pulmones envidiables. Coaccionado por sus berreos, Mihawk buscó si por casualidad en algún libro de cocina salía como hace unas estúpidas tortitas. Los oídos de poco no le sangraron, la cocina y su ropa quedó hecha un sumo desastre, pero para cuando volvió Shanks había conseguido recuperar la calma del hogar.

–¡Oh, pero míralos! –dijo el pelirrojo al verlos a los dos sentados a la mesa y Perona usando los cubiertos la mar de feliz–. ¡Estáis para una foto!

Mihawk le hecho la más asesina de sus miradas.

Algo cambió desde aquella tarde. Perona siempre se había mostrado muy retraída con ambos, pero desde esa muestra de "cariño" por parte de Mihawk al hacerle unas simples tortitas, su percepción de él cambió. Se esmeró por acercarse a él.

–¿Me lees este cuento? –le vino una vez cargando un volumen entre sus brazos.

–Ahora no, Perona, estoy trabajando.

–¿Y después? –la niña también se esmeraba por no molestarle en esos casos.

–Después sí, cuando te vayas a dormir.

Y la niña, también había que reconocerlo, le descolocaba con ganas, tanto por sus cosas de niños con las por sus extrañezas innatas e inherentes. Como cuando se daba cuenta que el libro que le había pedido que le leyera eran los Cuentos Macabros de Edgar Allan Poe.

–¿¡Pero qué haces tú con un libro así!? ¡Los niños de tu edad deberían leer otras cosas!

–¡Quiero ese! –exigió con amenaza de otro berrinche.

Al final se ponía a leer mientras ella escuchaba entusiasmada en su cama. Se imaginaba que después tendría pesadillas e iría a buscarle a su cuarto, cosa que hizo, pero no por el libro. Perona traspasaba más allá de su entendimiento.

Quizás, tan impresionado estaba con esa parte de su vida, que no se fijó en Shanks, en cómo, a pesar de haber sido él el que quiso adoptar, Perona solo tenía ojos para Mihawk. El pelirrojo nunca dijo nada, salvo en una ocasión:

–Me ha cogido manía, no puede ser otra cosa –se quejó en las copas después del trabajo–. Si hasta se esconde detrás de las piernas de Mihawk cuando me ve. Con lo que yo me esfuerzo en abrazarla, darle besos y hacerle regalos.

–Qué graciosa –rió Bellemere–. Es como un gato, se va con el que sabe que la va a dejar más tranquila.

–No te preocupes más, Shanks –le animó Yasopp–. Lo niños son raros, el mío sin ir más lejos me veo como un héroe.

–Vete al carajo.

Fue una conversación tonta a la que Mihawk no dio más importancia, como no se la daba al asunto; pensaba igual que Bellemere, que la niña solo buscaba la tranquilidad que no encontraba con el cariño agobiante de Shanks, que cuando creciera la cosa se normalizaría. No se daba cuenta de que esa lluvia estaba calando.

Una vez, Perona enfermó, llamaron a una canguro, una amiga de ambos llamada Makino, para que se quedara cuidándola.

–Estas son las medicinas que tiene que tomar, si le sube la fiebre llámame a este número.

–No te preocupes, Mihawk –le dijo ella con la niña en brazos–. Sólo es un catarro, ya he podido apañármelas con otros niños.

–Está bien.

Con un movimiento de barbilla le indicó a Shanks que ya podían irse. El pelirrojo se levantó y el empezó a darse la vuelta. Justo cuando Perona vio que su espalda iba a alejarse, le agarró de la manga por el codo para retenerle, la voz de la niña hizo eco:

–Quiero ir con papá.

Era la primera vez que le llamaba así. Debió haberlo disfrutado, dejarse embriagar por esa sensación cálida del pecho. Pero vio la aprensión en el gesto de Shanks. No supo que hacer, no supo que decir, esperó a que todo aquello se normalizara.

El pacto de no fumar y no emborracharse seguía vigente. Shanks comenzó a saltárselo y a salir el solo, y con Ben, siempre con Ben. O al menos así se lo hacía saber a Mihawk.

–Buenas noches –volvió, no borracho, pero sí con un par de copas en la cabeza. El moreno estaba leyendo en el sofá–. Uff... menuda juerga –se dejó caer cerca de él–. Nos lo hemos pasado...

–Ya veo. Me alegro –dijo, sin levantar la mirada del libro. Ya habían hablado de esas "juergas" que se montaba, de que no tenía veinte años como para montárselas y que convertirlo en rutina le parecía una gran falta de responsabilidad para con todo. Pero como había visto que Shanks seguía en sus trece, había decidido ignorarlo. Todos estaba en una edad propia para saber lo que hacían.

De cualquier modo, su reacción no dejó satisfecho a Shanks.

–Me lo he pasado muy bien con Ben, ¿sabes? Sí... me ha revoloteado para arriba y para abajo, por delante y por detrás, y después yo a él.

–Estupendo por ti –no era la primera vez que le intentaba poner celoso. No pensaba caer en ese juego.

Se produjo un silencio.

–Estoy harto.

Esa vez sí tuvo que alzar la mirada. Descubrió una turbieza sólida en los ojos de Shanks.

–Ya no sé qué hacer con tu indiferencia.

–No sé de qué me hablas.

–Claro que no, lo haces sin darte cuenta. Pero ahí está, aunque trabajemos juntos, vivamos juntos, tengamos una hija... No sé qué más hacer para no tener a todas horas esta sensación de que no soy importante para ti, de que en cualquier momento harás una maleta y te iras.

Se le frunció el ceño.

–Estás más borracho de lo que creía y no dices más que estupideces. Vete a dormir y mañana hablamos.

–No quiero hablar mañana. Y no estoy tan borracho.

–Entonces no entiendo cómo me vienes a estas alturas con esos reproches. La idea que te hayas hecho de mí en tu cabeza es cosa tuya, no mía.

Shanks sonrió, con sarcasmo, con tristeza.

–Mihawk, hace meses que se aprobó el matrimonio para nosotros.

Se le abrieron los ojos. Puede que, de todas las declaraciones que podían haberle hecho, esa era la que menos esperaba.

–¿Por qué no me lo has pedido? –insistió el pelirrojo.

Sintió nublado aquel momento, como si cargara con muchas sensaciones a la vez y al mismo tiempo con ninguna. Todo lo que pudo decir fue:

–Tú tampoco me lo has pedido a mí.

Fue, quizás, la mejor respuesta que pudo dar a Shanks, cuyo rostro se enrojeció y se iluminó antes de abalanzarse sobre él y abrazarle por el cuello.

–Te quiero –decía contra sus labios, conmocionado–. Te quiero más que a nada.

–Y yo a ti.

No pudieron permitirse una boda por todo lo alto; la sociedad cambiaba, pero muy poco a poco; se conformaron con reservar una finca apartada para sus más íntimos allegados y llamar al juez más discreto para que conformara su enlace.

–¿Se puede? –entró Bellemere en la habitación que le habían dejado para que se arreglara antes del gran momento–. Vaya, creí que era imposible, pero está más elegante que nunca.

–Gracias.

–Tu niña anda por ahí algo enfurruñada.

–Ah, sí. No le hace demasiada gracia este asunto de la boda. Al parecer ella tenía pensado casarse conmigo cuando creciera.

La mujer rió al oír eso.

–Las hijas son siempre así con sus padres, deberías ver a Nami y Noyiko el pedestal en el que tienen a Genzo –observó como Mihawk se colocaba la chaqueta, listo así del todo, y se fijó en su corbata–. ¿Hum? ¿Un nudo windsor? ¿Ha venido Shanks por aquí?

–No, me la he puesto yo. Me la va deshacer de todas maneras si me ve con el nudo simple otra vez. Además, él siempre me la ata muy fuerte.

Dijo eso, pero no dejó, ni durante toda la ceremonia ni durante todo el convite, de tirar de su corbata como si esta le asfixiara. Al menos, se alivió al ver como la turbieza en los ojos de Shanks desaparecía.

En aquel mismo año, sucedió algo más. Garp D. Monkey, un viejo amigo y un gran benefactor para lo que había sido Grand Line, cayó gravemente enfermo. Fue un duro golpe para todo el mundo cuando se anunció que su situación ya no tenía retorno; aquel anciano había desprendido una fortaleza inhumana y resplandeciente, el hecho de que ese resplandor se fuese a apagar dejaba un vacío denso en el pecho. Lo peor era que todo el mundo sabía a quién dejaba atrás.

–Hoy he visitado a Garp –le comunicó Shanks.

–¿Cómo está?

Hizo un amago, pero se lo pensó mejor, para Mihawk eso fue respuesta suficiente.

–Me ha pedido que me haga cargo de Luffy.

Aquella información fue como una pequeña descarga eléctrica. No solo por lo inesperado; era cierto que cuando había coincidido, Shanks se había llevado muy bien con ese niño, pero incluso Garp le había reprendido por meterle demasiados pájaros en la cabeza; también por lo que suponía para sus vidas aceptar algo como aquello.

–Eso es mucha responsabilidad –le advirtió.

–Lo sé, pero no quiero dejar a ese niño solo. Me sobrepasa.

Mihawk suspiró por la nariz. Una parte de él temía con creces que pasara lo mismo que con Perona y Shanks lo volviera a sufrir.

–Sí es lo que quieres no tengo nada que decir.

Los papeles de adopción quedaron listos en un tiempo mínimo; antes de la muerte de Garp, Luffy había pasado a vivir con ellos. Tenía tan solo seis años, dos menos que Perona cuando la adoptaron, tal vez por ello la pérdida de su abuelo le fue más fácil de superar que si se tratase de un adulto, sin quitarle mérito a Shanks que se preocupó bastante porque a su nuevo hijo no le faltase momento para reírse o fantasear.

De cualquier manera, el chico parecía haber heredado la vitalidad y luz de su abuelo; nada que ver con el carácter taciturno y melancólico de Perona; encajaba muy bien con Shanks. Estaban unidos desde antes, pero a partir de vivir bajo el mismo techo habían creado un lazo irrompible. Aunque, por otro lado, con Mihawk no encajaba demasiado. Le costó entender a Perona en su momento, ni hablar del terremoto que era Luffy. Esta vez, sin embargo, iba con ánimo de intentarlo desde el principio, de educarle de la mejor manera que estuviera en su mano como había hecho con Perona. Puede que, por ello, Luffy le cogiese tirria a él. Y no solo fue eso.

–¿Quieres dejar de regañarle? –le reprendió Shanks después de que Mihawk le dijera al crío que no sorbiera la sopa–. Déjale que coma cómo le dé la gana.

No era esa ni la primera ni la última que Shanks le decía algo parecido. Al final, comprendió lo que estaba sucediendo: de la misma forma que Perona no había reconocido a Shanks como padre, Shanks no quería Luffy reconociera a Mihawk. Recordó entonces, la conversación que habían tenido antes de decidir casarse. Shanks seguía asustado y necesitaba algo que fuese suyo, suyo y no de ambos. Le dolió en cierta manera, pero creyó que Shanks estaba en su derecho, que eso quitaría sus miedos hacia él y lo dejó pasar.

Los años transcurrieron. Grand Line creció aún más, Ben se jubiló, un joven Marco le sustituyó, los niños crecieron, se mudaron a otra casa más grande, Perona le comunicó su deseo de ir a Londres a estudiar publicidad, la dejó marchar con aire de orgullo y preocupación. Todo iba bien, aunque a veces sintiera la corbata más ajustada de lo normal; todo iba bien, o eso creía.

–¿Qué es esto? –preguntó en voz alta al encontrar un papel sobre la mesa. De instinto se le formó una mueca–. Las notas de Luffy...

–Sí –suspiró el pelirrojo–. El chico no tiene remedio, pero aún estamos en el segundo trimestre, él siempre remonta al final.

–No deberías ser tan condescendiente. El año que viene entrará en bachillerato.

–Eso si acaso –rió–, sabes que ahora hay muchos módulos para después de la secundaria, a lo mejor le da por otra cosa.

"A lo mejor", se lo hubiese creído si el chico hubiese mostrado en esos años un interés mínimo por algo concreto, pero dudaba mucho que a esas alturas le diera un chispazo y se decidiera por unos estudios específicos en algo.

–Yo solo te lo aviso, incluso para Perona el bachillerato fue complicado. Y si Luffy no lo tiene claro...

–¿Qué quieres decir con "incluso para Perona"? –le cortó con una frialdad abrupta–. Luffy es tan capaz de lo que sea como cualquier otro.

–No te estoy diciendo eso –se defendió–. Pero Perona siempre ha tenido capacidad para los estudios y Luffy ha estado a punto de repetir curso en más de una ocasión. Si no...

–Crees que es culpa de mi condescendencia. No todos los niños son igual de capaces que Perona, Mihawk, ni yo puedo ser un padre tan perfecto como tú. Cada uno va a su ritmo.

–Eso ya lo sé, ¿se puede saber qué te pasa?

Shanks le miró con furia. Luego le apartó los ojos.

–Nada –contestó, y pareció que la cosa iba a quedar ahí. Sin embargo–. Sólo que no entiendo a qué viene ahora tu interés por Luffy, nunca te ha importado demasiado.

Al oír eso, la furia también fue a los ojos de Mihawk.

–¿Qué nunca me ha importado demasiado? Fuiste tú el que parecía incómodo con que yo hiciera de padre.

–¿Hacer de padre? ¿Cuándo has hecho tú de padre para él? ¿Cuándo le echabas broncas cada dos por tres?

–Dilo como quieras, sabes que fuiste tú el que se preocupó de que no nos viéramos nunca como padre e hijo.

–¿Yo? –rió incrédulo–. No me puedo creer lo que estás diciendo. Bien que te faltó tiempo para adueñarte de Perona y aislarme en un rincón. Y eso que ni querías hijos.

–"Adueñarme" –su tono de voz se elevaba–. "Aislarte". ¿Te estás escuchando acaso? Yo nunca hice algo parecido.

–Ah, claro, la culpa es mía, como siempre. ¿Intestaste alguna vez que ella me viera con otros ojos, que me cogiera cariño, que me llamase "papá" como hacía contigo?

–¡Fuiste tú el que te rendiste! ¿qué pretendías que hiciera, mentirle a mi hija diciéndole que tenía dos padres cuando claramente uno no estaba por la labor?

–¡Tampoco hubiese estado mal! ¡Ahora tal vez me querría tanto como a ti!

Fue el colmo, se olvidó de medir sus palabras:

–¡No puedes obligar a la gente a que te quiera!

Fue, quizás, la peor respuesta que pudo dar. Observó como en una especie de cámara lenta, la cara de Shanks iba mostrando su resquiebro interior. Como la turbieza de sus ojos se hacía más densa que nunca. Por un instante, pensó que se desharía ahí mismo.

El pelirrojo cogió su chaqueta y salió de la casa con un portazo. Mihawk se quedó quieto, paralizado.

A la mañana siguiente tenían un viaje de negocios programado; Mihawk se presentó en la estación de tren a la hora acordada, pero Shanks no dio señales de vida. Desde el vagón contactó con todos los que pudo para encontrar su paradero; se tranquilizó a dar con Yasopp.

–Sí, está aquí, con una cogorza del quince. Pero vivo y durmiendo la mona.

–Vale, gracias.

Aún así no pudo respirar bien en toda la jornada. Para cuando terminó la reunión pactada decidió que no volvería esa noche a casa, no tenía fuerzas. Reservó un hotel, dejó su maleta en la habitación, se deshizo de la corbata, de su alianza, tomó el coche que había alquilado y salió a dar una vuelta. Pensó que el conducir le relajaría, pero no fue así. Sentía ansiedad. Encontró un parking donde dejar el coche. Caminó, caminó sin saber a dónde dirigirse. Encontró ese bar.

No supo por qué entró. Tal vez estaba cansado, o sediento. Tal vez el jazz suave que tenían de música de ambiente le hizo pensar que allí podría volver a recuperar la calma, cordura y sensatez. Se sentó en uno de los taburetes de la barra, pidió que le sirvieran un cubata. Dio un trago largo, pero no sirvió de nada.

No lo entendía, no sabía qué más podía hacer, qué más necesitaba Shanks de él. Por su mente pasó todo: las corbatas, la empresa, las mudanzas, el tabaco, los hijos, la boda, los "te quiero". ¿Qué era lo que faltaba?

En realidad, lo que faltaba era algo muy sencillo, algo que Shanks siempre había sabido, pero él no. Pero eso, aunque no se diera cuenta de manera consciente, empezó a cambiar esa misma noche, cuando, al oír la puerta del bar abrirse, giró la mirada y se topó con un joven de cabellos verdes y ojos negros, cuya placa a modo de colgante oscilaba de un lado a otro delante de su pecho.

 

Continuará...

Notas finales:

Notas Finales: A lo mejor os ha parecido que todo iba muy rápido en más de una ocasión, pero es que... o aligeraba o me salía otro fic de 22 capítulos xDUu

Aún queda la mitad del flash-back (la parte que corresponde a Zoro), pero tanto por esa parte como por esta que acabáis de leer puedo decir, sinceramente, que no tengo ni idea de lo que pensaís ahora. Mira que a veces hago deduciones, a veces acertadas y a veces no, pero en esta ocasión es que no puedo deducir nada, no soy capaz de imaginar lo que ha pasado por vuestras cabeza D:

Por cierto, avisé que este fic terminaría por el capítulo 25, con estos dos añadidos los más seguro es que, si no se me alarga más, termine por el 27.

En fin... Espero que os haya gustado. ¡Bye!

¡Ah! Antes de que se me olvide, cuando subí el capitulo 21 la pagina sufrió unas turbulencias y se borraron algunos de los comentarios que me mandasteis. Uno era el de kuromei, que dijo que no sabía que pensar de Mihawk por lo borde que se ha comportado, que necesita saber de Shanks y que le encantó lo que era la fiesta; además de que no es que odie a Hancock pero le gusta verla desilusionada (de Mihawk no sé que piensas, como he dicho, de Shanks ya sabes un poco más y de Hancock... eso es como decir "no te odio, pero sin andarlas sedienta por el desierto y yo tuviese la única botella de agua, la derramaría en la arena" xD). El otro era de un anónimo que decía "¡Esto tiene que seguir!"


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