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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Pues aquí de nuevo, creo que mejor no comento nada para no adelantar lo que vais a leer ahora. Solo que, como ya dije, volvemos al presente (o más bien un poquito antes de donde se quedó el capitulo 21) y vuelve a ser mixto.

El dique sigue abierto, que lo disfrutéis xD

Capítulo 24. Es tarde

 

Law se arrebujó en sus propios brazos. Las temperaturas eran más bajas de lo que había supuesto, no obstante, el silencio era reparador. Con un suspiro, se recostó de nuevo sobre una de las tumbonas de mimbre que había por la terraza; quedó con la mirada perdida en las luces y rascacielos de la ciudad, en el cielo nocturno. Si no pensaba que era el resultado de una sobrecargada contaminación lumínica, el paisaje podría considerarse incluso bonito.

Llevó su mano al bolsillo interior de su chaqueta, sacó una pulsera plateada; la analizó con gesto de profunda molestia. Esa birria era lo que le pretendía regalar a Luffy por su cumpleaños. Pretendía, puesto que cuando vio las diversas maneras en que todos y todas mostraban su afecto material por el chico se le pasaron las ganas.

El premio gordo en cuanto a regalos se lo había llevado parte de su tripulación; Zoro, Nami y Usopp se habían preocupado de más por organizar un viaje fuera de la cuidad, a cierto sitio dedicado al senderismo y alpinismo, lleno de leyendas sobre tesoros escondido, maldiciones y cosas parecidas, y (lo más importante) cerca de un pueblo abandonado donde, en las fechas del dicho viaje, se iba a montar una survival zombie de las gordas. Al enterarse, Luffy, se había pasado gritando de emoción más de veinte minutos. No había manera de competir contra algo así. Ni aunque hubiese querido, el segundo puesto se lo llevó Sanji con esa tarta de cumpleaños cuya preparación sugería que había sido iniciada con cinco meses de antelación; acompañada, además, por un banquete que no se quedaba atrás. Incluso regalos más normales; como la chaqueta de cuero de Ace; dejaban esa cutre y anticuada pulsera bajo tierra. Chistó con disgusto, ya podría habérselo currado un poco más.

–¡Torao! –escuchó a su espalda; casi no le da tiempo a esconder la pulsera en su puño antes de que Luffy le abrazara por el cuello y le diera un beso ventosa en la cara–. ¿Qué haces aquí pasando frío? Vas a coger un resfriaaado –restregó su mejilla con la del otro.

–Escuchar mis propios pensamientos sin que nadie me moleste –le dijo con retintín.

–Solo piensas en pensar –se rió y besó de nuevo el rostro de Law.

Se sentó entonces en el regazo del médico, se acomodó en su cuerpo y le abrazó por la cintura mientras dejaba descansar la cabeza en su hombro. Law rodeó la cadera de Luffy con su brazo y besó su frente.

–¿Te lo estás pasando bien? –le preguntó el chico.

–Sigues preocupado por eso. Ya me habría ido a casa si no.

–¿De verdad?

–Que sí.

Se dieron un pequeño beso en los labios. Luffy pasó sus dedos por la perilla del otro.

–¿Hum? ¿Qué escondes ahí? –preguntó al ver como Law guardaba su puño detrás de su espalda.

–Nada –le apartó, nervioso, la mirada.

–¿Y si no es nada porqué lo escondes?

–No escondo nada porque no es nada.

–...

–...

–¡Dame lo que llevas ahí!

Fue humillante de reconocer, pero el chico le ganó entre manoseos que se pasaban de cariñosos y cosquillas. Se resistió lo que pudo, estiró el brazo para dejarlo fuera de su alcance, pero la fuerza de su mano acabó por ceder y Luffy supo aprovecharlo.

–¿Una pulsera? –dijo cuando la tenía en su poder–. ¿Por qué me escondes una pulsera?

Law resopló. De perdidos al río.

–Es tu regalo de cumpleaños –se avergonzó–. No quería que lo vieras porque me parecía muy poca cosa. Quería darte algo mejor.

Observó al chico de reojo, como su gesto cambiaba y se llenaba de rubor. De nuevo, el cuello del médico fue abrazado; o ahorcado, Luffy usó un porcentaje alto de su fuerza.

–¡Me encanta! ¡Muchas gracias, Torao!

–¿Pero qué dices? –se trabó al hablar–. Si es una birria.

–De eso nada –se apartó para mirarle serio. Luego sonrió–. Es el primer regalo que me haces. Así que pónmela. Quiero llevarla a todos lados a partir de ya.

El médico alternó su mirada entre la sonrisa del chico y la pulsera. Se resignó, aunque el regalo siguiera siendo una chorrada, lo recogió y ajustó a la muñeca de Luffy. El chico giró su brazo hacía un lado y hacia otro.

–Me gusta mucho, Torao. La cuidaré.

Ahora el que se enrojeció fue Law. Luffy se entretuvo con ello; fue esparciendo pequeños besos en su cara, un poco de su cuello, y luego en sus labios. Se abrazaron y subieron un poco el tono.

–Sé que no soy quién para opinar, pero con este frío siberiano el ático de un hotel no me parece el mejor sitio para montárselo.

Ambos giraron su atención hacia esa voz que había sonado muy de hermano mayor. Indudablemente, era Ace; Ace con una sonrisa gélida que fijó en Law; Law con una mirada de indiferencia que fijó en Ace: Luffy que no se enteraba de nada.

–Oye, ¿sabes dónde anda Zoro? Hace rato que anda perdido.

–Se fue a casa –el pecoso se sentó en la tumbona de al lado–. Tenía cansancio acumulado y me ha dicho que me despida por él.

–Ah, vale, mañana le llamaré. O mejor, me pasaré por vuestro piso –le dijo a Law.

–La verdad es que tenía muy mala cara –siguió Ace–. En Competiciones tendrá que trabajar más de lo que ha hecho hasta ahora, me preocupa que no pueda con todo. Quizás ha ascendido muy rápido.

–No seas bocacabra, Ace. Si ha ascendido muy rápido es porque puede con todo –sonrió–. Además, es de Zoro de quién estamos hablando. Él no es de los que se rinden.

El pecoso también sonrió. Seguidamente, sacó su móvil para ver la hora.

–Bueno, señores, yo me voy a ir retirando. ¿Vais a esperar que abran las líneas de metro o queréis que os haga de chófer?

–¡De chófer!

–Ya me imaginaba.

No quedaba demasiada gente en la fiesta, sólo lo poca parte que tenía, en aquella gran ciudad, el lujo de cargar con menos obligaciones que los demás. Aún así, el ambiente de jolgorio se había ido difuminando y el que se fuera el anfitrión no extrañó a nadie. Había sido, además, una locura de celebración, tanto que el mismo Luffy cayó agotado en el coche de Ace, con la cabeza apoyada en las piernas del médico.

–Tengo que admitirlo –habló Ace con calma una vez empezó a oír los ronquidos del chico–. No me lo esperaba.

–¿A qué te refieres?

–A como te sigue Luffy.

–Tampoco creo que sea una novedad que Luffy persiga a alguien.

El pecoso soltó una risa suave.

–Tienes razón, Luffy siempre va de acá para allá detrás de alguien, pero no me refiero a eso –hizo una pausa–. Aunque sea él el que vaya a por los demás, es él el que se convierte en luz para el resto –le echó una mirada por el retrovisor–. Pero contigo ha sido un poco diferente. Te has convertido en alguien muy importante para él, espero que sepas estar a la altura.

Law bajó su mirada al chico, le acarició el pelo, después la muñeca adornada con la pulsera que le acababa de regalar. Sonrió.

–No me queda otra que estarlo.

Lo dijo más para sí que para contestar al pecoso, por lo que, sin ser consciente, Law había superado la prueba del hermano mayor. Al menos la de uno de ellos.

–Dile a Zoro que se cuide estos últimos días antes de entrar en Competiciones –le dijo una vez aparcó en el portal–. Aunque Luffy tenga razón y él pueda con todo también es un ser humano, tiene que recuperar fuerzas si quiere ir cien por cien.

–Se lo diré.

Subió por el ascensor, pensando que le hubiese gustado que Luffy se quedara a dormir, celebrar su cumpleaños de una manera más íntima; sobre todo porque casi seguro que Zoro no estaba "cansado", sino que se había ido con su adultera pareja. La casa habría estado absolutamente deshabitada para ellos dos. Suspiró, tampoco había mal porque bien no viniera; aprovecharía la soledad del piso para descansar con más profundidad. Salió del ascensor, sacó las llaves y las encajó en la cerradura.

Un grito al otro lado de la puerta le detuvo antes de abrir. ¿Zoro?

Le embistió un estruendo de cristales. En cuestión de milésimas, sacó el móvil de su bolsillo, con el número de la policía, preparado para llamar. Y, ahora sí, giró la llave y empujó la puerta.

No supo exactamente que esperaba encontrar, pero de igual manera, se sorprendió de ver al peliverde de pie en medio del salón y la ventana hecha trizas. De esto último, no le costó deducir que había sido porque habían arrojado la silla contra ella.

–¿Pero qué mierda te pasa?

Zoro se giró a mirarle, de manera mecánica, como si no se diera cuenta de que Law estaba allí. No reconoció su expresión, parecía embargada de dolor, de miedo.

–Nada.

–¿Nada? ¿Rompes una ventana y no te pasa "nada"?

No recibió respuesta, no parecía ni que estuviese en este mundo. Law se fijó en su lóbulo izquierdo, sin pendiente, sangrante. Una ruptura, pensó. Su boca se tornó en una mueca, si acaba de pasar entendía que el peliverde estuviese incluso en estado de shock, pero tanto por la ventana rota como por la autolisis le parecía exageraciones muy turbias. Cerró la puerta, se guardó el móvil y fue al cuarto de baño, si no recordaba mal, allí había algo de algodón que podía usar para curarle la oreja.

–Es Mihawk –le dijo el peliverde al cruzarse con él–. La persona con la que he estado todo este tiempo es Mihawk.

Aquella frase le acertó en picado. Mihawk, aquel hombre serio y casi inexpresivo que vio en casa de Luffy. Aquel que estaba casado con el padre de Luffy. Padre que admiraba y quería por encima de todo. Law miró a Zoro con incredulidad.

–Si intentas hacerme una broma de mal gusto te agradecería que por lo menos esperaras a que saliera el sol.

El otro, aunque le mantuvo la mirada, guardó silencio. La mandíbula de Law se apretó.

–¿Y por qué me lo cuentas a mí? ¿Por qué me lo cuentas ahora?

–No lo sabía.

–¿Qué?

–No sabía quién era Mihawk.

Law le agarró por el cuello de la camisa.

–¡Me tomas por imbécil! ¿Qué quiere decir con qué no lo sabías? ¡Nadie es tan gilipollas!

Tenía los ojos de Zoro muy cerca, tal vez, por ello, vio de primera mano un fulgor de ira, de odio. Apartó a Law de un empujón.

–¡No me vengas de moralista! ¡Cuando te lo conté te importó tres mierdas que estuviera con un hombre casado!

–¡Un hombre casado aleatorio! ¡No el jodido marido de Shanks Akagami!

–¡Me dijo que estaba casado con una mujer!

–¡Me la suda lo que te dijera! ¡Esa excusa de mierda te valdría si llevarais así dos semanas! ¡No más de seis meses! ¡Si no lo sabías debiste haberte preocupado por saberlo! ¡Es el padre de Luffy, joder!

Vio como Zoro se quebraba, como le embargaban los demonios. El peliverde retiró los pasos, hasta el sofá donde se dejó caer. Miró al suelo, se llevó una mano a la frente, la otra a su colgante. Estaba absolutamente perdido en sí mismo; pero no por ello nació la compasión en Law.

–Espero que todo este teatrucho que me estás haciendo signifique que no lo vas a volver a ver.

El peliverde le observó con un deje de rabia. El médico se encogió de hombros; en vez de dirigirse al cuarto de baño, fue a la cocina, a la encimera donde estaban las pastillas. Le lanzó a Zoro una caja de tranquilizantes.

–Si todavía te queda algo de conciencia te costará dormir. Tú ya decides cuantas te quieres tomar y para qué.

Quiso dar así por terminada la charla, pero aún quedaba algo:

–Ni siquiera sé cómo se lo voy a decir a Luffy –soltó el peliverde con voz temblorosa y abatida.

Law fijó sus ojos en él una vez más. Su cuerpo pudo haber colapsado de pura ira, de únicamente pensar en que Zoro desmoronaría la vida Luffy, la idea que tenía de su familia, de su amigo, por algo que había provocado sólo él. No obstante, logró contenerse.

–¿Por qué se lo ibas a decir?

Zoro le miró sin entenderle.

–¿Pretendes que no lo sepa?

–¿Y qué pretendes tú? ¿Buscar la absolución a la vez que cargas a Luffy con tu propia mierda? No es él el que la ha cagado hasta el cuello. El que tú te "sientas mal" no es su problema.

El otro se levantó.

–¡No puedo mentirle a la cara!

Law afiló la mirada.

–Vas de sincero y leal, pero no eres más que un cínico. Llevas mintiéndonos a la cara más de medio año. Si te queda algo de dignidad mantén la boca cerrada y vive con tu propio remordimiento.

Le dio la espalda otra vez. Sin embargo, se detuvo ante de llegar a su cuarto, miró al peliverde por encima del hombro.

–Y la ventana la pagas tú.

 

 

 

Se pasó el resto del fin de semana en la cama, entre la somnolencia que le provocaban las pastillas y el insomnio nervioso. Le pareció que en algún momento de la tarde del domingo oía la voz de Luffy, y la de Law diciéndole que no se acercara a su cuarto, que le dejara descansar. Mejor así. Luego llegó el lunes. Se levantó y fue a Grand Line, sin querer pensar demasiado, pero atormentado, acechado con las sombras de la presencia de aquel que impregnaban de arriba a abajo ese edifico. No estaba preparado para verle, no quería verle.

–¡Zoro! –le tomaron por el hombro–. Que te llevó llamando desde el otro lado del pasillo.

–Perdona, Ace, no estaba prestando atención.

–No, si eso ya lo veo. Oye, tienes peor cara que el sábado. ¿te encuen...?

Dejó la pregunta sin acabar. Zoro se dio cuenta de porqué. El pecoso se había fijado en su oreja, en que no llevaba los pendientes puestos y tal vez en la herida. Le apartó la cara para esconderla.

–Luffy dice que no le contestas lo mensajes ni las llamadas.

–No he tenido mucho tiempo –mintió. Estaban a miércoles, le había dado tiempo de sobra.

–¿Lo tienes ahora? Hemos quedado él y yo para comer por ahí –le informó en tono animoso.

–No lo sé, Ace. Tengo encargos que quiero terminar antes del traspaso.

–Venga. hombre, sólo será un rato, ni una hora perderás.

–No lo sé. La semana que viene ya...

–Y te invito a una buena cerveza.

Le observó de soslayo. Ace sonreía con esa amabilidad tan suya, con esa preocupación por los demás que le hacía tan él. Por un momento casi imperceptible, se sintió cobijado.

–Mis cosas están arriba, subo a por ellas y bajo.

–Estupendo, te esperamos en la entrada principal.

No sabía con qué cara miraría a Luffy, qué le diría; sobre todo, porque no creía tener derecho a tal cosa. Pero entablar vida con él era parte de lo que suponía ocultarle la verdad. Le gustaría saber cómo Law fingía delante de él, pero desde aquella última conversación no le dirigía la palabra.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó Robin cuando llegó a su mesa.

–Perfectamente, ¿por?

–Ah –se alivió– al ver tu cara pensé que estabas incubando una malaria, que nos contagiarías y moriríamos todos los que estamos en este edificio.

–Tampoco estaría mal.

Recogió su ordenador portátil para meterlo en su mochila portafolio, así como su cartera y otras cosas necesarias, dispuesto a hacer fuerzas de flaqueza para comer con Ace. Con Luffy. Por muy sencillo que pareciera, esas acciones se le hacían todo un mundo y, como últimamente todo en su vida, se le complicó todavía más.

–¡Hombre! –Yasopp le arreó en la cabeza con la mano abierta–. ¡Pero si es el periodista más joven e impertinente de Competiciones! –se rió y le revolvió el pelo. Dejó de hacerlo cuando el peliverde le lanzó una de sus miradas más asesinas–. ¡La madre que...! ¿A qué viene esa cara de drogadicto reventado?

–Es mi cara.

–Nunca te he visto esa cara.

–El otro día leí –comentó pensativa y en voz alta Robin– que el uso de ciertas drogas por parte de los jóvenes para rendir horas extras en el trabajo se estaba convirtiendo en un problema social. Sería una complicación que nuestra empresa se viera involucrada.

Era otra de sus peroratas truculentas, nada a lo que darle importancia, pero Zoro recibió un sobresalto al darse cuenta qué Yasopp le miraba con sospecha.

–¿Por qué me miras así?

–No sé... esa cara no parece de todo el redbull que te he visto pimplarte últimamente. Mucho menos de alguien que está a media semana de ser traspasado a la sección que tanto quería.

–¿Prefieres que me ponga a dar saltos sobre la mesa?

–... No, supongo que no –suspiró a la vez que se cruzaba de brazos–. Tal vez sea la forma en que una persona tan engreída como tú se pone nervioso, cuando te dimos la mesa también tuviese tu etapa rara –sonrió con nostalgia–. Cuesta creer que solo hayan pasado unos meses. A veces me pregunto qué hubiese pasado si Mihawk no te llega a dar el visto bueno.

Se le cortó la respiración, la sangre.

–¿Qué? ¿Qué dices? Fue Robin la te pasó el artículo de Zeff –de hecho, así se lo comunicó Yasopp, que Robin había intervenido para que le quitaran la etiqueta de becario en prueba; él se lo agradeció a ella y ella le pidió un café para estar en paz.

–¿Hum? Ah, cierto, no lo sabes: tu mal carácter y afán de protagonismo hizo que dudáramos mucho en hacerte fijo –resopló–. Al final fue Mihawk el que te dio la última palabra a tu favor.

Sintió una especie de mareó frío, que su cuerpo perdía la solidez necesaria para sostenerse así mismo.

–Pero eso no tienes sentido. ¿Por qué iba a hacerlo? No me conocía de nada –de nada que no fuera haberse acostado con él–, ni siquiera le había hecho de ayudante en Londres.

–Y en Londres no es que hubiese vuelto soltando flores de ti –bromeó–. Aunque si lo pienso... precisamente por un par de cosas semi-buenas que dijo, hizo que Bellemere y Ryuma te prestaran un poco de más atención.

El color se le bajaba de la cara, el mareó se hacían más fuerte. Volvió a la madrugada del domingo, a los brazos de Mihawk que le atrapaban como los tentáculos hechos de ciénaga, de los que no podía escapar.

–La verdad es que es una actitud rara en él, lo prestarle esa atención a alguien, menos a un novato –se encogió de hombros y sonrió–. Te habrá visto desde el principio mucha materia prima como para dejarlo pasar por tu carácter. Después de todo, también fue él el que confirmó tu traspaso a Competiciones ¿sabes?

Se sintió como la ventana que había roto. Sin dar explicación alguna, si mirar a la cara de nadie, escapó al cuarto de baño, donde de un portazo se encerró en uno de los compartimentos. Se apoyó en la puerta. Intentó inspirar y expirar para normalizar sus respiración, pero se asfixiaba. Se llevó las manos a la nuca, se acuclilló sobre el suelo.

"Acaso le hiciste un trabajito por ahí en el reino anglosajón" recordó las palabras de Tacht, palabras que en su momento quiso ignorar, enterrar en lo más profundo de su ser; pero estaban saliendo a la superficie, abriéndose paso a través de las venas y órganos de su cuerpo como una perforadora. Lo peor, que le siguieron más: "Pensé que te negarías. Que en tus planes no entraban una relación de este tipo", "Porque no me fiaba de ti", "Pienso que harás lo imposible porque eso cambie", "No tienes que hacer ese trabajo si no quieres", "Sí has llegado a esa conclusión es que debes de estar bastante acostumbrado a hacer tratos así", " Dime que no quieres que siga", "Eres tú el que no ha hecho nada por no venir", "Ya no es que no entienda que se les pasó por la cabeza a Shanks y a Marco para decidir enviarte a ti. Es que menos entiendo como Ace se le ocurrió darte el puesto", "¿No tienes otra ropa?", "Creí que eras diferente", "Entonces largo. Cualquier otra revista es igual de buena para alguien como tú", "¿A qué demonios estás jugando?"...

Se incorporó, cerró su puño hasta dejar blancos sus nudillos, empezó a golpear la pared. Una vez. Y otra. Y otra más. Sin detenerse, aunque le doliera, aunque se despellejara, aunque sangrara. Siguió golpeando la pared. Mientras lo hacía, se preguntó qué pensó Mihawk, qué pensó cuando le habló de Kuina, de su promesa, qué pensó cada vez que corrompía su sueño dándole un trato de favor sólo por haberse acostado con él.

Golpeó una última vez la pared y dejó su puño entumecido en la mancha rojiza. Con la respiración aún agitada, cerró los ojos y apoyó la frente. Le dolían sus propias pulsaciones, el oxígeno en sus pulmones le cortaba por dentro. Aquel arpón en su pecho se retorcía con ganas.

–Imbécil... Soy un puto imbécil.

Todo lo por lo que había luchado, todo lo que creía haber logrado, todo por lo que se había sentido orgulloso se había reducido al fango, al hedor y la podredumbre.

El peso de su colgante estaba a punto de romperle la tráquea.

Su móvil sonó en el bolsillo de su pantalón, al principio no pudo hacerle caso, pero la insistencia de la llamada le hizo reaccionar. Tomó una bocanada antes de moverse. El que le llamaba era Luffy.

No descolgó, se quedó quieto, leyendo su nombre mientras el móvil seguía sonando. Recordó el brindis que hicieron en su cumpleaños; estar rodeado de todos dándole la enhorabuena; la alegría y orgullo que mostraba Luffy por haber conseguido entrar en Competiciones.

Una arcada le subió hasta la garganta.

 

 

 

–No contesta –dijo Luffy con un mohín de mosqueo–. Otra vez.

–Qué raro –comentó el pecoso fijándose en las personas que salían de Grand Line sin encontrar entre ellas al peliverde–. Me dijo que subía a por sus cosas y bajaba... ¡Eh! ¡Tacht! ¿Has visto a Zoro?

–¿A Zoro? Sí, hemos coincido en el ascensor, iba para el garaje.

–¿Al garaje? –se indignó el monito–. ¿Qué hace yendo al garaje? ¡Se ha vuelto a perder! Voy a llamarle –dicho y hecho–. ¡Ah! ¡No deja de comunicar!

Ace suspiró.

–Déjalo Luffy, la culpa ha sido mía por insistirle. Estaba claro que no tenía ganas de venir.

–Pero no es normal que haga estas cosas –se apenó y preocupó–, él no es así.

–Lo sé –hizo una pausa, tampoco le gustaba el cariz que estaba cogiendo el asunto–. Esta tarde iré a verle a su casa.

–Yo voy contigo.

–Es mejor que vaya yo solo. Si vamos los dos se sentirá presionado y no podremos hablar. Además, tú no eres lo que se diga una persona con tacto.

Luffy quiso replicarle, pero sabía que Ace llevaba la razón, agachó la cabeza, con la atención en su móvil, tan inútil para comunicarse con Zoro como él mismo. Ace vio lo que se le pasaba por la cabeza; le rodeó el cuello con el brazo y le atrajo hasta sí con exagerada efusividad.

–No te preocupes más, hermanito, que todo tiene solución, ya lo verás. Tú piensa en tu cita con Law.

–¡Es cierto! ¡He quedado con Torao esta tarde!

–Ains... algún día te olvidarás la cabeza. Suerte que estoy yo aquí.

 

 

 

Lo primero que hizo, nada más llegar, fue asaltar las latas de cerveza que había en la casa y mezclarlas con las pastillas que le había dado Law. Aunque pasó rato intentándolo, lo que durmió fue poco y, más que dejarlo un poco mejor, lo dejó soberanamente peor. Fue al supermercado de la esquina, compró más latas y volvió. Mientras se las bebía, entendía que eso tampoco iba a ser suficiente y sacó de su cajón la hierba que le quedaba. Siguió así, hasta que su cuerpo quedó para el arrastre encima del sofá y su cabeza seguía torturándole en la consciencia. Por suerte, al rato, aunque no dejó de pensar o recordar, empezó a lograr lo que quería, dejar de sentir cualquier cosa que no fuera el dolor de sus nudillos destrozados.

Cerró los ojos, se sentía como si estuviese debajo del agua, en las profundidades donde no llegaba el sol. Se sentía dentro de una calma oscura y silenciosa. No quería salir de allí.

Llamaron al timbre, su chirriante sonido le hizo abrir los parpados. Con lentitud, giró el rostro hacia la puerta. No se movió. Volvieron a llamar. ¿Quién sería? Law tenía llaves y Luffy llamaba de una manera mucho más irritante cuando no le abrían a la primera. Sonó el timbre otra vez. ¿Quién sería? Se le apareció la imagen de Mihawk, el momento en que le abrió la puerta sin esperarle. Sus latidos volvieron a dolerle. Antes de que sonara por tercera vez en timbre, ya había tomado el manillar.

Su mirada se cruzó con la de Ace. El pecoso le sonrió aliviado.

–Un poco más y me planeo romper la puerta a patadas.

Después se fijó en el peliverde y, Zoro, por la expresión del pecoso, supo que su aspecto no era el mejor que el que mostraba por la mañana.

–¿Puedo pasar? –preguntó tras diez segundos de silencio incómodo.

No era la persona que hubiese querido ver, pero se hubiese conformado con un vendedor a domicilio; al menos a ese le hubiese podido cerrarle la puerta en las narices. Le dio la espalda y tiró de las mangas la sudadera que llevaba para esconder su puño herido. Se sentó de nuevo en el sofá y cogió el mechero para encender un porro que tenía a medio acabar. Ace adelantó sus pasos con cautela.

Emporrachándote un miércoles, por lo que veo –dijo el pecoso al cerrar la puerta, tras observar la ristra de latas vacía y el cenicero sembrado de colillas. Echó otra ojeada al apartamento–. ¿Qué le ha pasado a la ventana?

–Un niño con una pelota –explicó sin mucho entusiasmo, ni mucha intención porque le creyera, estaban en un cuarto piso, muy fuerte tendría que chutar un niño para llegar a la ventana, no digamos de romperla.

Otro silencio incómodo. Ace se quitó su abrigo, lo dejó sobre el respaldo del sofá y se sentó a su lado.

–¿Qué te pasó hoy?

–Que me fui.

–¿Sin decir nada?

–Ya lo viste.

Dio una calada prologada y, mientras exhalaba la nube, estiró el brazo hacia el cenicero y tirar la colilla. Al hacerlo, se descubrió una porción de sus nudillos. Lo advirtió rápido y volvió a cubrirse.

Ace le sujetó la muñeca con fuerza. Zoro pretendió quejarse, deshacerse del agarre, pero el otro se le adelantó a darle un tironazo que lo enmudeció. Dejó que le apartara la manga derecha. Si Zoro hubiese estado dentro de la franja emocional, puede que se hubiese estremecido; porque, aun sin decir nada, Ace empezó a emanar algo más que un simple cabreo.

Le soltó y se levantó del sofá, con movimientos tan bruscos que el peliverde pensó que su paciencia se había colmado y se largaría en ese mismo instante. Sin embargo, Ace, no recogió su abrigo ni tomó la puerta. Zoro le oyó trastear en la cocina, abriendo y cerrando cajones, sin un atisbo de preocupación en el estruendo que estaba haciendo. Regresó al salón con una bolsa de hielo casi gastada, un paño de cocina, servilletas y betadine.

–¿Cómo sabías donde estaba todo eso?

–Buscándolo.

Se sentó y dejó las cosas sobre la mesa. Volvió a sujetar la muñeca de Zoro, le quitó el canuto de entre los dedos, se lo fumó un poco y lo apagó en el cenicero. Le echó entonces el betadine sobre la mano y evitó con las servilletas que su contenido goteara al suelo. A continuación, envolvió el hielo en el paño y aplicó el frío los nudillos destrozados del peliverde.

–¿Ni siquiera te dabas cuenta de lo hinchado que los tenías? –le reprochó entre la indignación y la preocupación.

Zoro miró para otro lado. Ya se avergonzaba por todo lo que había hecho, pero Ace había conseguido que también se avergonzara de que le viera así, como si fuese una víctima que necesitara que le protegieran. Pero tampoco pudo apartarle.

Se formó otro silencio, pero, de alguna manera, menos incómodo que el anterior. Debía ser porque el peliverde notaba por el tacto como el otro se calmaba. Le cuidaba.

–Déjalo, Ace. Puedo seguir yo.

El pecoso le soltó y sostuvo él mismo el hielo.

–¿Tienes hambre? –le preguntó con suavidad–. ¿Quieres que te prepare algo?

–Estoy bien –respondió con la mirada en sus manos.

Hubo una pausa. Notó como la mano de Ace se posaba en su cabeza, acariciaba su pelo y bajaba hasta su oreja. Tomó su lóbulo entre su dedo índice y el pulgar.

–Pareces de todo menos bien.

Se apartó y le dio la espalda.

–Estoy medio borracho y medio ciego, Ace. ¿Qué es lo que quieres?

Oyó como se le escapaba una risa que se le hizo más un suspiro.

–Sigues pensando que lo único que quiero es aprovecharme de ti.

Zoro abrió los ojos, miró al pecoso. Le frunció el ceño.

–Soy yo el que puede acabar aprovechándose de ti.

Ace se lo tomó con calma, se encogió de hombros:

–Sí ese es el caso no me importaría.

Sintió un nudo en la garganta. Le dio la espalda otra vez.

–Imbécil, ¿qué esperas que te responda a eso?

–Lo que tú quieras.

–¡Lo que yo quiera es una mierda! Mis venas están llenas de él... Por más que quiera no puedo cambiarlo. No es el momento para que vengas a decirme que me aproveche de ti.

–Eres demasiado bueno.

–Y tú demasiado gilipollas.

–Zoro, no me importa –insistió–. No me importa si me usas, si ahora mismo sólo me ves como un sustituto del hijo de puta que te ha hecho esto.

–Soy yo el que se ha hecho esto –le cortó.

–Zoro.

–¿Qué?

–Aunque soltaras en voz alta su nombre mientras estás conmigo, no me importaría. De verdad.

Se le bajó el color de la cara. El nudo se extendió a su pecho. Sus pulsaciones se hicieron más dolorosas. Le miró. Ace se había acercado mucho a su cuerpo; su mano acarició el rostro del peliverde, su boca y ojos volvieron a sonreírle con ternura.

–Déjame besarte otra vez –le susurró.

En alguna parte de su cabeza, hubo una intención de resistirse. Pero al ver que los labios de Ace se dirigían a los suyos, su cuerpo quedó quieto y sus párpados cerrados. Fue nada más que una presión, una leve presión boca con boca. Le hizo sentir bien.

Ace separó sus labios, Zoro abrió los ojos. Se miraron el uno al otro, se sonrieron con cariño, con timidez. Sin embargo, la sonrisa de peliverde no pudo mantenerse por mucho.

–Se está haciendo tarde, es mejor que te vayas.

No era lo que Ace esperaba oír, lo vio reflejado en sus iris, como la preocupación, la pena. Quiso parar, mandarlo todo al cuerno, volver a besarle y olvidarse de todo. Pero no podía depender de él como había dependido de Mihawk, no se merecía que lo esclavizara a sus propias cargas.

–Es tarde –y vio como como le hacía daño, como sus ojos se humedecían. Debía aguantar, sólo sería un momento. A la larga sería mejor. Debía aguantar.

Ace bajó la mirada. Luego, Zoro no supo cómo sacó fuerzas, pero el pecoso le sonrió una vez más.

–Llámame sin necesitas algo. Lo que sea. Vendré lo más rápido que pueda.

Intentó responder con un "claro" o un "gracias", pero esas palabras no salieron de su boca. Ace le dio una caricia en sus cabello y luego en su mejilla antes de levantarse; recogió su abrigo y se dirigió a la puerta. Miró a Zoro.

–Nos vemos en el trabajo.

–No vemos.

Su espalda desapareció al cerrar el apartamento. Eso fue todo. Después, por más que se quisiera contener, por más que quisiera hundir todo en lo más profundo de su ser, tiró el hielo de bruces contra el suelo; gritó; le pegó una patada a la mesa desperdigando así las latas y los restos de colilla; enfrentó la pared y volvió a destrozarse los nudillos.

 

 

 

Luffy devoraba con gula, pero sobre todo con indignación.

–¿Te pasa algo? –se atrevió Law a preguntar lo evidente.

El chico dejó de zampar para mirarle.

–Zoro está raro. No me contesta los mensajes ni las llamadas.

Law no estaba ingiriendo nada, aun así sintió una especie de atragantamiento

–Me lo dijiste, pero ya sabes cómo es él. No es una persona que le preste mucha atención al móvil.

–Ni un mensaje ni una llamada, Torao. No me contesta nada. Le pasa algo y no me lo quiere contar.

–Yo le veo como siempre.

Luffy quedó cabizbajo.

–Esta mañana iba a comer con Ace y conmigo, pero nos plantó. Se escapó por el garaje y nos dejó esperando. Así sin más.

A pesar de que su cabreo con el peliverde no había mermado ni un ápice, el médico no quedó indemne a aquella información. Quizás esa haya sido la respuesta del peliverde, apartarse de Luffy. La culpabilidad debía de estar matándolo si llegaba a ese extremo.

–Creo que te preocupas de más –le contestó al chico–. Para mí que solo está nervioso porque la semana que viene le traspasan –dudó de decir lo que iba a decir–. ¿Acaso ya no confías en él?

Luffy dio un repullo, como si hubiese recibido una descarga eléctrica.

–¡Claro que confío en él! ¡Es mi amigo! ¡Más que eso! ¡Si de verdad fuésemos una tripulación el sería mi segundo de a bordo!

–¿Tú segundo de a bordo? Pero si a Nami y a los otros dos los conoces desde hace más tiempo, ¿no?

–Pero ellos no pueden serlo, me quedaría sin navegante, francotirador y cocinero, y eso no puede ser. Es de cajón, Torao. No sé cómo una persona tan inteligente como tú no lo puede entender.

–...

Luffy había recogido a Law a la salida del hospital para ir a merendar, lo que quería decir que con la razón de optimizar el tiempo juntos se habían quedado por la zona donde trabajaba el médico. Por tanto, tomaron la misma línea de metro para volver a casa.

–Gracias, Torao –le dijo en el traqueteo del vagón–. Por intentar animarme. Tenes razón, debo confiar en Zoro. Y en Ace.

–¿En Ace?

–Me dijo que iría esta tarde a verle y a hablar con él. Seguro que ya le ha hecho entrar en vereda –profirió una risilla.

Law no las tenía todas consigo, pero se abstuvo de comentarlo. Se conformó con que Zoro le hiciera caso y mantuviese la boca cerrada, que no hubiese ningún río de información abierto que llegara al chico. Aunque también... Pensó qué si Zoro había tomado la decisión de alejarse de Luffy, su relación con Ace quizás tomara el mismo camino. Era muy posible. Law no supo por qué, pero no vio justo que el peliverde perdiera tanto.

–Oye, Torao, ahora que lo pienso: Ace seguirá en vuestra casa lo más seguro. Si te vuelves ahora los molestaras. Vente a la mía.

–¿Por qué a la tuya?

–¿Y por qué no? –le contra-argumentó con una sonrisa de las suyas.

Law no quería ir a esa casa. Sabía demasiado para ir a esa casa. Sin embargo, más tarde o más temprano, debería presentarse en ese lugar a fingir ignorancia; era parte de proteger a Luffy. Cruzó los dedos para que no hubiese nadie cuando llegara o que, por lo menos, no tuviesen que interactuar demasiado.

–¡Ya estamos aquí! –pregonó nada más llegar.

Shanks estaba hablando por teléfono; con un par de señas les dijo que esperaran, que enseguida estaría con ellos. Luffy asintió repetidas veces en silencio. Law padeció un déjà vu, y algo más, cuando el chico le guió hasta la terraza. Su hermana Perona no estaba, pero sí aquel hombre. Mihawk permanecía como la última vez, sentado en la mesa, delante del ordenador, concentrado en su trabajo.

Se oyó un gruñido de perro por lo bajini. Al no tener constancia Law de que allí hubiese un perro, y de saberse bien la frecuencia de ese gruñido, miró directamente a Luffy, el cual tenía las manos sobre su estómago.

–Es que hemos merendado muy poco... ¡Voy a prepararme algo más, Torao! ¿Quieres algo?

–No, gracias, estoy bien.

–¿En serio? Sólo te has tomado un café. ¡Te puedo preparar un súper bocata! Ah, no, que no te gusta el pan... ¡Pues un súper bocata sin pan!

–Si no tiene pan no puede ser bocata –suspiró–. Vete a hacértelo, yo te espero aquí.

–¡Vale!

No supo por qué dijo eso, por qué de repente estaba dispuesto compartir el mismo espacio que aquel individuo; tampoco por qué, habiendo más sitio en las tumbonas, se sentó en una de las sillas que rodeaban la mesa de la terraza. El otro, evidentemente, no dijo nada. Law le observó de reojo como tecleaba inalterable sobre su ordenador. De algún modo, esa impasibilidad, le provocó sarpullidos internos.

Le llegó desde el interior de la casa la risa de Shanks. Claro, el pelirrojo no debía de saber nada. Ni él, ni Luffy; claramente su hija tampoco. La vida de Mihawk no cambiaba nada, con o sin Zoro. El peliverde había sido solo un añadido, un adorno que no alteraba la estructura de nada, del que podía deshacerse si se aburría, si quería otra cosa.

Y mientras tanto, Zoro se apartaba de Luffy, de Ace y de quien sabe más; salía echo mierda cada día a trabajar cuando tendría que estar pletórico por su traspaso; y la ventana de su apartamento lucía un parche para que el frío no entrara por donde la habían hecho añicos.

–Me das asco –arrastró con saña sus palabras.

Mihawk paró de teclear. Alzó la vista, la dirigió hacia Law. El médico quedó desprevenido, no porque le mirara, sino por como lo hizo. Su expresión era muy similar a la que vio en Zoro cuando llegó la madrugada del domingo al apartamento. Entre el dolor, entre el miedo.

–¿Qué le has dicho a mi marido?

Casi le da un infarto al oír esa voz a su espalda. Giró el rostro. Shanks tenía su atención fija en él, tan fría, tan amenazante, que parecía una persona totalmente distinta, capaz de lanzarse a su cuello y partirle el cuello con una sola mano.

–Creo que no me lo ha dicho a mí, Shanks –interfirió Mihawk en ese ambiente de tensión–. No me estaba ni mirando. Más bien se le ha escapado al pensar en otra cosa.

Se sucedieron un par de segundos hasta que el pelirrojo volvió a mostrar su cara de siempre, sonriente y amable.

–Ah, sí. El pequeño síndrome de Tourette que tenemos todos, a mí también me pasa: Me voy acordando de cosas que no me hacen gracia y de repente hago que la gente de mi alrededor pegue un bote del susto que les he dado con mis improperios en voz alta. Lo peor es cuando son insultos, que más de uno se da por aludido.

Y se rió. Law intentó tragarse ese surrealismo. Pero la tensión y la amenaza aún rondaban por ahí. Se levantó.

–La verdad es que lo que he recordado requiere de mi cierta urgencia. Si me disculpan.

Se despidió lo más formal y educado que pudo. Volvió al salón.

–Torao, ¿a dónde vas? –le interceptó Luffy con su bocata grotescamente grande.

–Lo siento, Luffy. Tengo que irme. Ha pasado algo y... Luego te lo explico –no pensaba explicarle nada, pero por lo menos ganaría tiempo para inventarse lo que fuera.

Salió del apartamento, llegó hasta el ascensor, pulsó el botón.

–Torao –el chico le llamó desde la puerta, preocupado, angustiado, con la voz quebrada–. Si no confías en mí no puedo hacer nada.

Se le formó un nudo en la garganta. No dijo nada hasta que el ascensor no se abrió.

–Confío en ti.

Entró en la cabina. Por alguna razón, sentía que él también iba a desparecer de la vida de Luffy.

 

 

 

Acercó la llave a la rendija, titubeó antes de ajustarla. Ace podría seguir allí, o no. Fuera como fuese el estado mental de Zoro venía muy desequilibrado desde el sábado. Lo que le esperara dentro del piso era una gran variedad, ninguna buena. Y él tampoco es que estuviera para lanzar cohetes.

Tomó aire y giró la llave dentro de la cerradura. Había calculado la posibilidad de tener que tragar una de las peores situaciones, por lo que ver al peliverde limpiando le desconcertó bastante. Aunque no le costó entender que lo que limpiaba eran los restos de un ataque de ira. Además, por las latas y colillas era deducible que había bebido y fumado una cantidad considerable.

–Hola –le dijo éste cuando abrió la puerta. Por lo menos parecía que el ataque que había tenido le había quitado la ebriedad de un golpe.

–Hola.

Zoro siguió a lo suyo. Law cerró la puerta. Se paró en seco de camino a su habitación. En la pared había una mancha. Le dio un vuelco. Analizó a su compañero de piso, vio su puño destrozado. El peliverde se percató.

–Ahora la quito –se refirió a la mancha de sangre–. Voy a acabar primero con esto.

Law entendió lo que estaba diciendo, por una parte, por la otra era como si le hubiese hablando en arameo.

–Siéntate en el sofá. Ahora.

–¿Pero qué...?

–He dicho que te sientes.

Recogió entre el cuarto de baño y la cocina los utensilios necesarios para atender su mano. Al ser médico, le atendió mucho mejor de lo que había hecho Ace hacía un rato, aunque no lo supiera. Incluso usó gasas para vendarle los nudillos. Se alivió al ver que, por lo menos, no se había roto la mano; en el hospital había visto casos en los que tuvo que escayolar hasta el codo. Mientras tanto:

–Lo siento –sonaron raras esas palabras en boca del peliverde, seguramente no estaba acostumbrado a decirlas.

–¿Por qué te disculpas conmigo?

–Porque tenías razón. Te hice participe buscando una especie de perdón; y si no me llegas a detener le hubiese hecho lo mismo a Luffy. Nadie debe cargar con esto más que yo.

No, nadie más no. Mihawk también debía pagar su parte, pero no lo iba hacer y tampoco había manera de mandarle la factura por daños y perjuicios. Recordó la mirada que aquel hombre le echó antes, todavía se preguntaba que significaba o si se la había imaginado. Lo que estaba claro es que cuando intervino por él delante de Shanks sólo pretendía salvarse así mismo.

–Law, debes ir buscando un nuevo compañero de piso.

El médico paró de curar para mirar a Zoro. Ahora si creyó que le estaba hablando en otro idioma.

–Te pagaré mi mitad de este mes, la ventana, y me llevaré mis cosas en cuanto pueda.

–¿Te rindes?

Soltó un suspiro que, a pesar de sonar como un sollozo, acompañó con una sonrisa. Qué cansado y derrotado se le veía.

–No sé si me estoy rindiendo o no. Pero no puedo seguir más en este lugar –hizo una pausa–. Ace vino antes; ha intentado cuidarme, salvarme. Hasta se ha ofrecido como pañuelo de usar y tirar. Si sucede otra vez no sé si voy a tener las mismas fuerzas que hoy para decirle que se marche –se le escapó una risa a desgana–. Dejo de acostarme con el padre adoptivo de Luffy y me meto de lleno en una relación con su hermano honorífico. Sería de chiste.

Law continuó curándole. Los dos quedaron callados un par de segundos. Era evidente que Zoro no solo hablaba de Ace, también de Mihawk; no podía asegurar que en un momento de debilidad volviera a contactar con él y crearan un círculo vicioso lleno de culpa, remordimientos y adicción. Entendió que el peliverde necesitara esa separación, cualquier persona la hubiese necesitado, pero también le creyó más fuerte que eso.

–¿Qué pasa con tu trabajo?

–Ahora escribiré una carta de renuncia. La entregaré mañana.

–¿Después de todo lo que has luchado?

Terminó de vendar sus nudillos y permitió que Zoro recuperara su mano. El peliverde fijó la vista en ella.

–Tampoco es que haya luchado tanto.

 

 

 

La tarde había sido buena. Aun así, conforme se escondía el sol una brisa fría se hacía paso en la terraza. Luffy, abrazado a sus rodillas en una de las tumbonas, miraba al horizonte con aprensión. Sonó entonces un pitido melódico. Sacó su móvil. Eran mensajes de Ace:"He hablado con Zoro. Solo está nervioso por su traspaso. No te preocupes."

El gesto de Luffy se remarcó. Ace le decía que no pasaba nada. Law le decía que confiara en él; y quería hacerlo puesto que el médico le prometió que le contaría todo. Pero la realidad era que habían pasado cuatro días y no había visto, oído o leído a Zoro.

–¿Pero qué hacéis los dos todavía aquí? –salió Shanks a la terraza. Con "los dos" se refería tanto a Luffy como a Mihawk, que seguía trabajando con su portátil–. Vais a coger un resfriado –se sentó en la misma tumbona que el chico, le acarició el pelo en gesto paternal–. ¿Qué te pasa?

–Zoro –contestó por segunda vez en ese día–. Desde que se fue de mi cumpleaños no sé nada de él –nadie se dio cuenta, pero el ruido del teclado de Mihawk se detuvo un segundo–. Ni por móvil.

–Vaya, eso sí que es raro. Yasopp me dijo que tenía encargos que terminar antes de ir a Competiciones, si fuera sólo eso entendería que estuviera muy ocupado, pero, por lo que entendí, la semana pasada incluso había adelantado trabajo. Qué raro...

–Ace dice que está nervioso, Torao también me ha dicho hoy que está como siempre.

–Ya veo –en silencio, acarició la espalda del chico en señal de animarle–. Luffy, sé que es duro de oír, pero deberías replantearte cual es la verdadera personalidad de Zoro.

El chico le miró.

–¿Qué dices? ¿Qué personalidad?

Shanks cayó un momento.

–Luffy, eres el hijo del jefe. Ya te lo dije una vez, eres una amistad muy conveniente. No dudo que Zoro haya trabajado más y mejor que nadie, pero eso no quita que pudiese haberte guardado como baza. Y es mucha casualidad que haya dejado de hablarte justo ahora. ¿No es así, Mihawk?

El otro paró de escribir, miró a Shanks, luego a Luffy.

–Sí –contestó–. No sólo por ti, también por Ace. Zoro tiene ese tipo de carisma del que dudo que sea inconsciente para usarlo.

–Pero...

–Oye, Luffy –hablo Shanks de nuevo–. No te digo que sea verdad lo que te estoy diciendo. Sólo te digo que estés preparado por si acaso. No es lo mismo recibir un golpe de frente que por la espalda.

Luffy hizo un intento de réplica, pero el mismo se silenció, bajó la mirada a sus pies. Shanks le revolvió el pelo.

–Venga, seguro que al final no es nada y todo se resuelve. Entra antes de que se te pase la hora de la cena.

–Sí –dijo, pero se quedó quieto mientras el pelirrojo volvía al interior de la casa.

Una persona como él, se hubiese levantado de un salto, hubiese corrido hasta la primera boca de metro y se hubiese plantado en el piso de Law y Zoro; hubiese abierto la habitación del peliverde y hubiese solucionado las cosas a su manera. Pero esa vez tenía miedo; de lo que nadie le contaba, de lo que Shanks deducía, de que parecía ser el único al que Zoro estaba dando de lado. Como aquella semana en que Law no le habló, tenía miedo de que fuera su culpa.

 

Continuará...

Notas finales:

Recuerdo que en un par o más de comentarios anteriores se me dijo algo así como "estoy tranquila por Law y Luffy, seguro que ellos van a acabar bien" y yo pensé "¡JA!". xD

En fin... La verdad es que este capitulo y el que viene los tenía planeado como uno solo, pero iba a quedar hiper-largo, y creo que ya hemos tenidos suficientes capítulos hiper-largos, al menos yo xD En cualquier caso la historia ya acaba en el siguiente (habrá epilogo).

No sé como os ha dejado este, pero espero que en algún sentido lo hayáis disfrutado xDUu. Nos vemos en el siguiente, Bye!


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