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Algo de Él por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

 

Debo agradecer por los comentarios recibidos, me emociona saber que les agrada la idea de ésta historia tanto como a mí ^^

Éste capítulo es un poco de transición, pero ya desde el próximo se verá la acción.

Sin más, espero sea de su agrado.

Brillaban. Simulaban ser dos gotas de agua que resaltaban en la oscuridad. Dos gotas que chocaban contra la superficie de un océano, tiñendo a través de sus halos, de turquesa su negrura silente. Tan intensos.

Parecían sonreír, parecían advertir y tranquilizar… no eran sus ojos, no eran los embravecidos ojos de Kardia, aquellos que me observaban no eran sus ojos… pero eran tan conocidos como los de él, tan vivaces, tan resplandecientes… llameantes.

 

Fuego…

 

Luego el fuego consumió todo. Luego el fuego se llevó todo y otra vez encerraba oscuridad.

 

El fuego se había llevado absolutamente todo… y ya nada podía hacer.

 

Dégel… Dégel… Dégel…

 

 

—Dégel…

 

Sísifo se acercó al cuerpo del francés, llamándolo. Era la primera vez en una semana que daba señales de vida, lo observó apretar sus parpados y removerse entre las sabanas mientras murmuraba palabras en francés que no entendió y luego llamaba a Kardia entre sueños. El castaño lo observó con pena, tomó el paño que estaba sumergido en un cuenco con agua para escurrirlo y limpiar el sudor del rostro de su compañero.

Era tan extraño observar a Dégel sudar, y con el cuerpo relativamente caliente. Luego de que su cuerpo se descongelara, había caído presa de una descomunal fiebre. Incluso el Templo de Acuario estaba sumido en un vaporoso calor sumamente extraño.

 

—No me dejes…

 

Sísifo detuvo su trabajo cuando lo escuchó hablar, por primera vez en griego.

 

—Descuida Dégel, no te dejaré, aquí estoy para acompañarte.

 

Claro que sabía a quién se dirigía el francés, pero aquella persona, muy a su pesar, ya no estaba entre ellos. Entendía a su compañero, entendía que se sintiera demasiado culpable por su muerte. Sísifo comprendía a la perfección ese sentimiento horrible de culpa, que a él – por distintas razones claro está – lo acompañaba siempre. Sísifo sentía en carne viva la culpabilidad y el dolor de observar a su Diosa triste, añorando encontrarse nuevamente con aquellas personas que él le obligó a abandonar.

Suspiró para despejar esa compunción y dedicarse a velar por el francés, mientras se recuperaba. Estaba por sumergir nuevamente el paño en el agua, cuando dio un respingo al encontrarse con las preciosas amatistas de Dégel completamente abiertas; había despertado.

 

—¿Qué…?

 

—Qué alegría que despertaras Dégel, nos tenías muy preocupados a todos, estuviste seis días inconsciente—.El francés reconoció la voz de Sísifo.

 

El de cabellos verdes parpadeó aún confundido y aturdido, no recordaba mucho, desde que había llegado al Templo de Escorpio para atender la afección de su amante. Fue ese recuerdo el que lo obligó a incorporarse bruscamente. El movimiento hizo que su cabeza pesara y doliera, se encontraba atontado, como si hubiera recibido una paliza tremenda o el ataque de algún enemigo poderoso. Se tomó el rostro con las manos, su vista ardía y estaba borrosa, su garganta parecía terreno árido, quemaba al tragar y su voz inclusive sonaba áspera.

 

—Los lentes…—se pasó la lengua por los labios partidos, humedeciéndolos—, mis lentes, ¿Dónde están?

 

Sísifo se asombró por esa pregunta, no recordaba que el acuariano usara lentes, pero enseguida los divisó en la mesa continua, los tomó y se los entregó en la mano a su compañero. Dégel se los colocó un poco más aliviado de poder distinguir más que sombras difusas y voces. Luego le entregó un vaso con agua que el francés no tardó en vaciar, sintiendo que su cuerpo le agradecía por el agua ingerida.

 

—¿Te sientes mejor?

 

Dégel observó a su compañero Dorado, el semblante de Sísifo era claramente de pesadumbres, trataba de ocultar sin mucho éxito la tristeza que se escapaba de sus verdes ojos. No estaba seguro de querer averiguar el porqué de esa tristeza. Pero no pudo más con la duda que lo estaba carcomiendo.

 

—Sí, gracias—hizo una pausa, mientras se incorporaba del lecho, sentándose en la cama—¿Dónde está Kardia?

 

El semblante del griego palideció a tal punto de alarmarlo, enseguida desvió el contacto con sus ojos y agachó la cabeza, resignado a tener que ser él, quien le comunicara la noticia.

 

—Ese día casi perdemos a dos compañeros… lamentablemente uno falleció y el otro—hizo una pausa de horrible silencio, mientras se decidía a enfrentar su mirada—, acaba de despertar.

 

—¿Qué dices?—Dégel estaba seguro que olvidó cómo respirar en ese momento. Él no era de ninguna manera tonto, pero se negaba a entender lo que su compañero le estaba diciendo.

 

—Kardia no pudo con su enfermedad, y aunque tú te arriesgaste a bajar la temperatura tanto que congelaste la habitación entera… con ustedes dentro, no pudiste lograr bajar la temperatura de su corazón.

 

Ridículo. Pensó. Kardia nunca se dejaría vencer. Aun así, Dégel abrió sus ojos incrédulo por lo que oía, negó con la cabeza repetidas veces, calmando su propio corazón que no dejaba de latir con fuerza. Y es que ¡maldita sea! Él lo entendía, pero su mente se negaba a aceptarlo.

 

—¿Quieres decir que Kardia está muerto?

 

Sísifo sólo se limitó a asentir mientras agachaba su rostro nuevamente. No… Dégel permaneció inmóvil mientras trataba de rastrear el cosmos de Kardia, para comprobar lo dicho por el castaño. Nada.

 

Absoluta y dolorosa nada. Dégel tragó lo que le pareció su propia bilis.

 

—Le he fallado…—Sísifo lo observó—les he fallado a Athena y a Kardia…

 

—No es tu culpa Dégel, por favor, no te atormentes, es una perdida lamentable, pero…

 

Dégel se incorporó de su cama y caminó el trecho hacia el baño.

 

—Gracias por preocuparte por mí Sísifo, en verdad agradezco tus cuidados, y no quiero parecer desagradecido, pero necesito que te retires, me asearé y luego iré a ver al Patriarca y nuestra Diosa.

 

No dijo más nada y se encerró en el baño, dejando un confundido griego en la habitación. Sísifo no entendía ese comportamiento del francés, esa obstinación de aparentar que nada es tan importante como para alterar su estado. Lamentaba que sea de esa manera, él sólo quería ayudarlo, pero si Dégel insistía en encerrarse el mismo en su propio ataúd de hielo, no podía hacer absolutamente nada para impedírselo. Salió del Templo abatido y cansado.

 

••

 

Lloró, como no recordaba haberlo hecho nunca. Sentía su pecho arder por el dolor que difícilmente podía mantener a raya, todo en su interior se comprimía al punto de extinguirle la respiración y estrujar su corazón, haciéndolo sangrar.

 

Dolía, cuánto dolía.

 

Su perdida, su perdida era lo peor que alguna vez debió afrontar. Estaba consciente que algún día llegaría pero se esperanzaba que no fuera pronto y que fuera como Kardia quería, aun a su pesar. Esa imagen no lo representaba en lo absoluto, esa piedra tallada, ese terreno recién arado, ese lugar no representaba a Kardia en lo absoluto.

 

Lapidas, flores, gente muerta; un cementerio.

 

Muerto.

 

Había ido a verlo antes de todo, no podía ni quería retrasar ese momento, su encuentro.

 

—Lamento todo esto—dijo con la voz en un hilo, perdiéndose en la horrible imagen del nombre de su amante en la piedra tallada—; lamento no haber llegado a tiempo, lamento ser quien te condenó a este lugar… y no poder dejar que cumplieras con tus sueños… dijiste que me amabas—torció su labios en una sonrisa lánguida—te despediste de mí con ese agradecimiento ¡me agradeciste Kardia! ¡Amarme era una forma de retribuir mis acciones, mis cuidados! ¡Maldita seas Kardia!

 

Cayó de rodillas sobre la tierra recientemente asentada, donde se podía apreciar la muerte, la muerte que se llevaba lo que adoraba por sobre su vida misma.

 

—Nunca me dijiste nada, nunca te interesé lo suficiente, siempre sobreviviendo para encontrar el maldito premio que te llevaría a la muerte, tu muerte digna… tu razón de vivir… y me amaste en tu último minuto, me amaste… y yo te amé tanto, te amo tanto… y ahora me doy cuenta que no te conocía en lo absoluto, nunca me dejaste ver más allá, pero entendí que era el miedo a verte débil, vulnerable… sentías miedo de que te viera en lo más crudo de tu esencia…

 

Se incorporó, pasando el dorso de su brazo, restregándose las lágrimas, apartándolas de su vista, de su rostro, buscando la forma de serenarse.

 

—No sé por qué te recrimino todo esto ahora, ya no tiene valor, no importa más, porque estás muerto, porque no pude ayudarte a encontrar vida dentro de ti…  siempre hablaste de trofeos, de premios que lograrían encender tu corazón, que te harían arder y sentirte vivo… pero nunca te diste cuenta que cada vez que lo decías, que salías y no me decías dónde, me matabas un poco más… ahora desearía poder decirte que me arrepiento de haber sentido odio por tu pasión y la vida que llevabas… pero no puedo Kardia, no puedo perdonarme… ni perdonarte… te he fallado…

 

Giró, dándole la espalda a esa lapida que no hacía más que revolverle el estómago, dio el primer paso alejándose del cementerio.

 

Hades era una amenaza real y el tiempo, inmisericorde, se llevaría todo con él… Dégel sabía que no podía detenerse a lamentar su dolor, a llorar, sabiendo que el mismo Kardia no se lo permitiría jamás.

 

—Buscaré ese trofeo, y en tu nombre, me entregaré a derrotarlo.

 

••

 

Siglo XX

 

A veces se sentía una completa inútil, incapaz de llevar las huestes de su ejército. Recordando que, desde su nacimiento se sucedieron más muertes de las que pasaron sin ella, en ese periodo de calma que vivió el Santuario después de haber sido reconstruido, claro, no había muchos habitantes dentro de él por ese entonces, pero aun así, la angustia que invadía los corazones de sus Santos era demasiada como para no sentir la carga en su espalda.

Sus guerreros todavía no se recuperaban de las inmensas perdidas que habían vivido, el Santuario era un lugar donde las sonrisas habían quedado atrás y sus fieles hermanos de Bronce todavía lloraban la perdida de Hyoga, ella misma lloraba por el ruso, recordando su inseparable aire melancólico, lo único que podía reconfortarla es que al fin podía volver a reunirse con su adorada madre y Camus estaría ahí también para velar su alma como siempre había sido.

 

Camus…

 

La muerte de su Santo de Acuario había llevado más de una mirada triste, ella no llegó a conocerlo, a saber cómo había sido él, pero a juzgar por el enorme respeto y cariño que le profesaba Hyoga, y la amargura reflejada en los Dorados sobrevivientes, podía intuir que había sido una persona querida y respetada.

 

Sobre todo por él.

 

Y allí se encontraba, inconsciente, presa de una extrema fiebre que no descendía ni con todos los medicamentos antitérmicos suministrados por los médicos. Había ordenado trasladar a Milo a la clínica de la fundación Graude, era menos llamativo llevarlo a Japón, que hacer ir a médicos al Santuario y revelar lo que allí se vivía.

 

Milo estaba inconsciente, con un cardiograma controlando su pulso y una sonda inducida por la nariz para ayudarlo a respirar. Era una imagen deprimente ver al gran Milo de Escorpio, postrado en una cama de un hospital, mostrando aquello a lo que todos temen; su parte humana, vulnerable y frágil.

Aioria estaba ahí, junto a Saori, mientras los médicos no se explicaban como una persona podía soportar temperaturas tan altas sin convulsionar y fallecer, ellos sabían que podía eso y más, pero no podían decírselo a los médicos.

 

—Tal vez no fue tan buena idea tráelo aquí—dijo al Diosa abatida.

 

Aioria no contestó, estaba sumido en sus propios pensamientos. Sabía que Milo era incapaz de dejarse vencer por una – en apariencia – simple fiebre, que aquello no lo dejaría tirado en una cama inconsciente por casi una semana, algo más había allí, algo que no le terminaba de cerrar y gustar.

 

—Con su permiso, iré a verlo una vez más antes de regresar al Santuario.

 

Hizo una pequeña reverencia e ingresó a la habitación, al parecer el griego de azules cabellos estaba teniendo una especie de sueño, pues murmuraba cosas y se removía de vez en cuando. Se acercó para comprobar si la fiebre había subido y por ello deliraba, al parecer todo estaba estable.

 

—No me dejes…

 

—¿Milo?—Aioria acercó su rostro al de su compañero pero éste parecía ignorar por completo su presencia en la habitación.

 

—Camus…Ca…mus, no me dejes…

 

Aioria suspiró, se preguntaba hasta cuándo sufriría Milo la perdida de Camus ¿acaso sería eterna?

Se incorporó de sobresalto cuando Milo abrió sus ojos, nublados por la película acuosa que se había formado de las lágrimas que no podían escapar, se alarmó al darse cuenta de la situación en la que estaba, le dolía el cuerpo entero y su pecho parecía llevar dentro una caldera que bullía, las sienes le palpitaban y la boca se encontraba terriblemente seca.

 

—Toma.

 

Un vaso se posó sobre sus narices, para luego darse cuenta que era Aioria quien se lo estaba entregando, sorbió unos tragos por la pajilla, aclarando así su garganta.

 

—¿Qué mierda hago aquí?—dijo de mala gana, tratando de incorporarse.

 

—No deberías hacer eso, permaneciste una semana inconsciente y la fiebre no ha descendido con nada—Milo trató de prestarle atención a lo que decía pero tenía un malestar de los mil demonios. Aioria se encontraba a su lado, sentado en un banquillo junto a su cama, lo observaba serio, y algo preocupado, bufó, no quería responder las preguntas que seguramente le haría—.No te estás alimentando bien, tienes un rostro peor que un demonio, tu aspecto perdió masa muscular y tu piel tiene un color enfermo…

 

—Descuide doctor, comeré algo enseguida—dijo con sarcasmo.

 

—Milo, no quiero entrometerme en tu vida, pero deberías…

 

—Ni se te ocurra mencionarlo—amenazó.

 

Aioria sabía que a su amigo no le agradaba la idea de que lo vieran con lastima.

 

—Sólo digo que esta fiebre que tienes no es normal y deberías dejar que los médicos se encarguen.

 

—Ya pasará y al parecer son unos incompetentes—dijo sin mucho ánimo, desviando la mirada hacia el otro lado de la cama.

 

—Milo…

 

Se calló al percatarse de la profunda amargura que envolvía al griego de cabellos azules.

 

—¿Dónde estoy?

 

—En Japón, Athena estaba preocupada por ti y decidió que te trataran en la fundación que ella comanda.

 

—Dile que regresaré al Santuario, no me siento cómodo aquí ¡y ya deja de poner ese rostro que no estoy muerto!

 

Gritó amargado y furioso, sintiendo que todo lo que padecía no se debía a nada más que a Camus y su estúpida muerte. Estaba harto de tribularse por su perdida, de despertarse llorando como un niño sin su madre. Incluso y con una sonrisa irónica se imaginaba que Camus le estaría diciendo cobarde, y otras cosas no tan agradables, mientras le pateaba el trasero por estar así.

No podía depender de Camus, y él lo sabía, por más que sufriera lo indecible, por más que su corazón se desgarrara y aguijonara, Camus ya estaba muerto. Se llevó la mano al pecho con rabia, tan sólo evocar esa imagen le bastaba para precipitarse sin escalas a un vacío tenebroso, por primera vez se sentía perdido, solo y aterrado.

Y el maldito dolor en su pecho que sólo empeoraba más y más… cada vez un poco más.

Notas finales:

"...Y deseo poder dejarte conservar el poder y seguir viviendo pero no puedo perdonarme Hyoga…no puedo..."

Sí, sí... si lo que dijo Dégel les sonaba de alguna parte... no es exactamente, pero en el mismo contexto... un pequeño homenaje XD

Espero hayan disfrutado de la lectura, será hasta la próxima. Gracias por leer.

 


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