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Noche de tragos por MissLouder

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Notas del capitulo:

No diré mucho, salvo que me divertí con ustedes haciendo esta historia por dos largos años. Gracias a quienes me apoyaron hasta aquí y disfrutaron de las ideas de esta humilde escritora de medio tiempo. Fue todo un placer traerles material de la pareja, en una idea que empezó siendo sólo un oneshot de comedia y miren en lo que se convirtió. Debo decir que crecí creando esta trama, elaborando las personalidades de los personajes en el intento de “canonizarlos”, ya que estaba nueva en el fandom cuando comencé; el principio nunca es fácil jaja. Sin embargo, mejoré con el avance y la práctica, y si tal vez el ooc fue grotescamente descarado así como los giros de trama, reciban las disculpas.

Fue divertido, lectores, realmente lo fue. Los dejo con el final de Noche de Tragos.

 

Noche de tragos.

Epílogo

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Viajó entre las nubes de la inconciencia, surfeando entre olas de voces que lo llamaban y en el calor en forma de caricia que desplegó sus alas en su mejilla, tiñendo su piel de  tranquilidad producto de los dulces dedos que lo trajeron de regreso. 

Albafica terminó por abrir los ojos.

El cielo fue lo primero que vio, con desgarrones de luz que rompieron la neblina negra que desapareció las estrellas. A lo lejos, el sol alzaba con sus luminosas extremidades y se asomaba por el horizonte estirándose, empezando a derramar sus rayos sobre las gruesas ramas de los árboles.

Parpadeó un par de veces, y antes de incorporarse, sintió una presencia a su lado.

—Señor Manigoldo, despertó… —dijo una voz débil, que a pesar de ser casi inaudible, se percibió el ápice de emoción.

Unos pasos agujeraron el silencio de las hojas húmedas y al ladear  cabeza lentamente para enfocar su visión, una figura de rasgos reconocibles y ojos que destilaban preocupación se arrodilló junto a él.

—¡Alba-chan! —gritó éste al verle en la fluctuación de una vacilación trémula—. ¡¿Estás bien?!

Manigoldo. Lo reconoció. Tenía el rostro marcado de cansancio, y líneas sobre su piel que daban un  aire de derrota y vacío que le restaron espacio a la pequeña sonrisa que formó.

La exaltación de su voz no llegó con todo el elevado volumen, sino una mínima partícula  de todo lo que contuvo la pregunta. Se sostuvo primero el cuello, sintiendo la venda que lo enfundaba en un delicado arco. Le dolía la cabeza a horrores, y los recuerdos no cruzaban la barrera de la confusión para llegar hasta él.

—¿Manigoldo? —balbuceó, tratando de incorporarse con ayuda de sus codos y antes de que le respondiera, añadió—: ¿Qué… ocurrió?

—Nos enfrentamos a Afrodita y…

Albafica enarcó una ceja.

—¿Afrodita? ¿Quién es Afrodita?

—¿Cómo que quién… —No culminó, trancándose a media oración cuando un chispazo vio a él. Los ojos se le abrieron más de lo que hubiese hecho antes y compartió  una mirada con el hombre que estaba a su lado, como si le preguntara qué diablos pasaba.

—¿Señor Albafica? —llamó el segundo hombre que yacía apoyado al árbol igual que él.

—¿En dónde estamos?  —Empezó a girar la cabeza y tratar de ubicarse en ese plano que no tenía coherencia. No le gustaba para nada las reacciones que se le dibujaban en frente, y sólo porque necesitaba saber, agregó—: ¿Y, quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?

Manigoldo perdió toda expresión.

No sentía nada, pero algo dentro de él, pareció quebrarse en un cruel chillido, así como la dicción de aquellos dos.

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El regreso al santuario fueron días de silencio, Manigoldo poco le dirigía la  palabra y las veces que lo hizo fue para despedirse del hombre que anteriormente llamó como “Boris Cazzaniga”.

Le contó que estuvieron en una misión en busca de un cofre, y que en su batalla con la diosa, ésta lo noqueó dejándolo inconsciente. Le había preguntado por qué no recordaba nada de ese encargo porque lo último que su mente alcanzaba; era una noche llena de tinieblas y dos santos sentados en el pórtico de su templo, invitándolo… a algo.

Y su compañero sólo le había soltado:

—Pregúntale a los malditos dioses. Suelen ser expertos en jugar con ello.

Desde entonces no le dirigía la palabra. Lo escuchaba maldecir al cofre que escondía  entre sus manos y no sentía las ansias de preguntar sobre la cordura de ese sujeto.

Albafica no sabía porque sentía un dolor en el pecho cuando veía a Manigoldo, cuando sus miradas se encontraban y veía en sus ojos palabras que su lengua se negaba a dejar salir. Tenía la expresión robada, como si le hubiesen roto el alma a martillazos y algo dentro de él le decía que era su culpa.

Llegar finalmente a la tierra ateniense no mejoró la situación, abrió más terreno de la barrera que había entre ellos y ninguno de los dos se atrevía a cruzar los muros para llegar al otro. Casi avergonzado de su propia cobardía y de la turbia sensación de preguntar algo que no debía, dejó que el silencio los quebrara lentamente.

Los hiciera pedazos.

Estaba ansioso por rozar los peldaños del salón patriarcal, porque sería el momento donde Manigoldo entregaría el reporte con detalles incluidos que con él se había reservado.  Quería saber qué había pasado, qué era lo que el cosmos de su compañero gritaba y no era capaz de oír.

En el camino rumbo a la cima, se encontraron con varios de sus compañeros entre los cuales un par le llamó la atención. Kardia y Dégel le saludaron con una extraña familiaridad, que él evidentemente había cuestionado y se había apartado con recelo.

Kardia desconcertado, le hizo la pregunta a Manigoldo con la mirada, y éste se encogió de hombros pasándole por un lado.

—Metete en tus asuntos —La respuesta no hizo el efecto que Cáncer quiso imprimir, a cambio, abrió una grieta en la armadura de su expresión y Escorpio pudo verla.

 Desilusión.

La charla con el Patriarca no fue lo que precisamente Albafica había esperado, la decepción que tuvo que masticar le trituró el estómago dejándolo en porciones. No se atrevía a preguntar más, a indagar en aquel relato vago que no tenía una estructura endeble para que le diera la satisfacción del convencimiento. El Patriarca tampoco insistió en complementos, conformándose  con recibir el cofre entre sus manos y cerrar la conversación con las palabras que lo bañaron de culpa.

—Buen trabajo, caballeros.

“A mí no, patriarca, no me lo merezco”, pero no lo dijo en voz alta y se conformó con oír el eco de los pasos de Manigoldo alejarse en el silencio del alba.

Regresó a su templo con el silencio  cociendo su boca y destrozando su consciencia. No recordaba, ni una palabra, ni una sombra que contuviera la explicación que él tanto deseaba.

Manigoldo lo evadía desde que llegaron al santuario y no es que él fuese el tipo de persona que buscara saciarse con respuestas a medio de interacción, pero sentía dentro de él una vena frenética que le exigía recordar. Era por sentado que no era experto en sociabilizar, mucho menos era algo que permitiría por respecto a la tilde que era su sangre. Se sentía esclavo de sus preguntas y no sabía si la decisión correcta era dejar los fragmentos rotos tales y como estaban.

Sin embargo, una vocecita en su interior le decía que el acto de  hablar no traía consigo calamidad que antes creía, ya había interactuado con Manigoldo sin crear cicatrices que lo hicieran lamentarse. Podría intentar hablar con él… decirle… ¿por qué le oprimía el pecho con sólo verlo? ¿Por qué le estremecía la piel?

Se presionó las sienes con fuerza, y su mirada cayó al piso junto con la malla de su cabello de exorbitante color celeste rozándole los pies. Tenía que recordar.

Sentía que había dejado atrás algo importante. Algo que él quería y necesitaba. Su corazón latía con martillazos en su pecho, como si quisiera romper los ladrillos de un muro que él no llegaba a ver. Sus heridas también se lo decían, había una pequeña pieza que esa forzada amnesia no era capaz  de tirar a la basura.

«Manigoldo, ¿qué me estás ocultando?»

Abrió los ojos en par.

«Nada, Alba. Coño, deja de moverte y déjame que termine de lavarte el maldito cabello, aún lo tienes sucio»

Apretó los párpados con fuerza, necesitaba más, había más, tenía que haber.

«¿Desde cuándo eres inmune a las rosas demoníacas?»

«No soy inmune, sólo soy resistente»

Estaban llegando, distantes y desordenadas, pero estaban alcanzando su mente.

Un escalofrío le hormigueó en los tobillos, deslizándose hasta su columna encorvada que le despertó otro vago recuerdo que se retuvo para cuando habló sin levantar la mirada.

—No deberías estar aquí, Dégel.

El sonido de las botas hacer eco en su silenciosa habitación no le inmutaron de incorporarse, no tenía la fuerza en los huesos para hacerlo. Quizás también podía culpar a la herida que surcaba su costado.

—¿Estás bien, Albafica? —Su voz estuvo cubierta de un abierto deje de inquietud.

Finalmente, Albafica levantó la cabeza y echó su cabello a cubrir su espalda. Su rostro y su mirada compensaban una fatiga que se contraía dentro de su estómago, haciéndole perder el estribo de su control.

—No lo sé —fue su respuesta y sonó tan cansada como se veían las líneas que dibujaban sus ojos—. No recuerdo nada, Dégel, es frustrante.

—Conozco el sentimiento —contestó Acuario sentándose en la silla que yacía apoyada contra la pared—. ¿No recuerdas cuando fuimos a visitar el bar de la señorita Calvera?

¿Calvera?

Un pinchazo vino a su cabeza y jadeó de dolor. Dégel se había precipitado a él, pero no podía oírlo. Imágenes ennegrecidas querían decirle lo que quería oír, pero la presión en su cerebro borró todo de nuevo.

Suspiró con amargura, esbozando una sonrisa enervada. Odiaba estar en esa situación, mendigando un atisbo o un recorte de figura de Manigoldo y el dulce regaliz de su voz.

—Tengo imágenes borrosas y Manigoldo ni siquiera me ve a la cara —Se dio unos toques en la sien, entrecerrando los ojos, estaba empezando a despertar un crudo dolor por el esfuerzo—. No entiendo por qué. ¿Por qué no recuerdo nada respecto a esa misión?

Dégel  se compadeció de él, y lo observó detenidamente antes de volver hablar.

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—¡¿Cómo que no recuerda nada?! —El grito de Kardia abrió el tranquilo ambiente fantasmal que se paseaba con susurros por los pasillos de Cáncer—. ¿Ni siquiera cuando se revolcaron?

—¿Tengo que repetírtelo, animal de tierra podrida? —Manigoldo tenía los ojos ensombrecidos atrapados en el techo, dibujando más a la luz de las velas el desaliento que se adivinaba en sus líneas—. No recuerda una mierda.

—¿Crees que otro golpe en la cabeza le haga recordar? —A Escorpio se le encendió la mirada—. Yo podría ofrecerme como voluntario.

—Tú debes tener agujerado el cerebro —bufó, echándose a la silla—. Esto no es tan simple, idiota. Si fuese perdido la memoria, ¿por qué me reconoce? ¿Por qué nos reconoce? No soy intelecto como tu novio, pero no sé qué mierdas hizo Albafica para sólo olvidar lo que hicimos en la misión.

—Oigo envidia en tus palabras —Sonrió su compañero, señalándole con la uña—. Y no digas algo tan patético como “novio”, qué esperanzador suena y asquerosamente cursi. 

—Como sea. Me lleva Hades.

—¿Qué piensas hacer?

—¿Tengo cara que pienso hacer algo, imbécil? —Se levantó de la silla y maldijo una vez más, que incluso Kardia sintió pena por él—. Estoy casi seguro que Albafica hizo algo cuando estuve inconsciente en la celda… Tenía que haberse enterado de algo… —Miró a su compañero—. Algo con ese maldito cofre de mierda.

—Exactamente  —habló una voz solemne, y cuando los santos giraron la cabeza al hueco de la entrada, Sage caminaba con pasos lentos hacia ellos—. Para que un humano pueda abrir el cofre, debe entregar el sentimiento más fuerte de su corazón. Albafica entregó su corazón para sellar a Afrodita.

Un silencio incomodo cayó en la habitación, y debido a eso, ellos  notaron la presencia de un reloj en  la habitación.  Tic, tac, tic, tac… incapaz de soportar el sonido extrañamente fuerte de la aguja de los segundos, Manigoldo habló:

—Qué lindo este cuento de hadas —dijo después de la pausa, con una extraña sonrisa—. Athena siempre irá por delante de nosotros. —No fue un reproche, tampoco tuvo aires de lamentos—. Nada mal, me gustan los finales trágicos.

—Lo siento, Manigoldo. —La mano de su maestro se dejó caer en su hombro.

—No hay nada qué lamentar, no me he muerto aún —le respondió y miró a su compañero con aire de cómplice.

—Mientras estemos vivos. —Sonrió éste—. Al menos, conquistaste las espinas de la rosita.

—No tienes idea de todo lo que sufrí.

Se echaron a reír.

Esa  noche cuando Kardia y su maestro le dejaron a solas, los gemidos de las almas se hicieron más agudos, más audibles, más sofocantes en el borde de su oído.

Las horas en su templo se convirtieron en días, negándose a abandonar el recuerdo todavía vigente en su piel. Aún tenía la imagen de Albafica en carne viva, aquella de su última mirada, sonriendo y susurrando con el lamento de su último aliento:

«Perdóname »

Albafica ya estaba versado en el área de jugar con sus emociones, con sus sentimientos y parecía no importarle aplastarlo sin piedad. Esbozó una sonrisa triste y en la soledad de su habitación, en la frialdad de las sábanas, giró la cabeza sobre la almohada para deleitarse en la rosa marchita que reposaba sus pétalos muertos sobre el buró.

La rosa que Albafica le había regalado. Muerta como sus emociones hacia él.

Se llevó una mano al cuello para enredar entre sus dedos el colgante de piedra ahuecada, era el único recuerdo figurativo que le quedaba. Creyó que ahora estaría condenado a soñarlo y a esculpir su recuerdo en mi memoria con ese viaje de imágenes que rozó su cabeza, despertando el frío ardor de la rabia y resignación para ese resultado tan poco estético.

Era inútil, no tenía sueño, ni ganas de tentarlo. Estaba acostumbrado al insomnio, a las pesadillas y al cruel naufragio de las despedidas que no le era extraño que minutos después de levantarse, se encontrara caminando fuera de su templo como una sombra más.

La noche patrocinaba una luna estelar que brillaba como un relicario de luz dorada, que emanaba navajas que perforaban las tinieblas del santuario que dormía.

No le fue difícil confundir su esencia con la de un roedor, porque sabía perfectamente a dónde quería ir. Sus pasos fueron rápidos y certeros que para el conteo de cinco minutos, ya estaba en el mar de lapidas que daba el descanso a los muertos.

Unas gotas de llovizna le salpicaron el rostro y vio estrellas en la noche más negra de su vida. El mismo día que había llegado, sin que nadie le viera o preguntase, se encargó de abrir una piedra con inscripción para darle honor y recuerdo a aquella doncella que dio su vida por ellos.

Fue la única que cavó en aquel lugar santo, porque dentro de él sabía que Nicole se lo merecía. En Agrigento antes que el sol saliera, la mansión Hellaster había desaparecido junto con sus cenizas, dejando sólo un vago espacio muerto de su existencia.

Sólo el invernadero había quedado presente, pero él sólo había regresado para buscar a Dina cuando Boris corrió a buscarla apenas regresó en sí. Le hicieron una lápida que merecía su nombre, pero para Manigoldo no era suficiente con Nicole.

Por eso había decidido hacerlo en tierra santa y guerrera, a sabiendas que era el único honor con voto de agradecimiento que podía hacer por ella.

—Mocosa, hoy te traje una rosa marchita —dijo, cuando estuvo frente a la piedra—. Quizás creas que soy un tacaño, y puede que lo sea, pero ese no es el caso.

Se agazapó y se sentó en la fragilidad del pasto con una curva de bordes misteriosos en sus labios.

—Esta me la regaló Alba-chan hace ya un tiempo. Quizás no demasiado, pero con todo lo que vivimos, ya todo parece un espejismo —Tomó una bocanada de aire—. Él... no te recuerda, así que yo tomaré la responsabilidad de acordarme de ti. Y de cómo nos salvaste en aquella mansión de quinta... —El aire se le empezó a dificultar—. Fue una locura, y aún así esta mierda me resulta divertido. Fui el sentimiento más fuerte de Albafica, puedo vivir con eso. Nos paseamos con un extraño amor en esa mansión, nos conocimos mejor que antes, nos quisimos como ningún otro pendejo lo haría, pero al parecer está destinado a olvidar todo lo que compartimos. ¿Recuerdas cuándo te percataste que era un hombre?, aún tengo la imagen en mi cabeza y la persecución que tuve que cargarme cuando me tocó ajustarle el vestido. —Se rió sin aire de gracia—. También recuerdo cuando se lo quité, cuando conocí nuevamente su cuerpo, cuando… hablamos sobre lo que pasaría después de la misión. —Mierda, el nudo en la garganta se estaba tensando, encogiendo sus palabras —. No olvidaré su valentía de madrear a Rinaldi aun con vestido, cuando sanó mis heridas. Aquella noche en el barco y nos vimos la cicatrices… Me da un poco de risa porque ahora, ambos tenemos la misma en el costado… —Finalmente la presión en su voz se granizó.

Recordó las palabras de la madre de su compañero, casi como un cuchillo a su corazón:

«El amor no es frágil », y si era como creía, aún faltaba vida para empezar de nuevo.

—El amor no es frágil, dijo su madre —Tomó una forzosa bocanada de aire—. Le haré recordar lo que vivimos y lo que fuimos. Demostraré que esa perra de Afrodita perdió en todos los malditos sentidos,  y...

Un crujir sigiloso de unas hojas le llegó a los oídos. Se incorporó de inmediato, girándose como un rayo, porque no podía permitir que alguien le viera lamentarse. Sin embargo, frente a sus ojos, una silueta de curvas exigentes y largo cabello estaba a unos metros de él.

Albafica. No dijo nada, estaba demasiado sorprendido  viendo como éste le marcaba con la mirada. Perlas de cristal bajaban por sus párpados, cristalizando aquella pálida piel, mientras se presionaba la mano que estaba en su pecho.

No parecía percatarse de ello, porque algo que caracterizaba a ese hombre era que nunca dejaba que le vieran débil.

—Manigoldo..., yo… —susurró y dio un paso al frente.

«El amor no es frágil »

Cáncer se puso de pie, con el viento agravando el silencio para producir susurros entre los árboles. No sabía por qué, pero algo en la mirada de Albafica le dio una estima a su corazón. Un latido, una emoción, le miraba como si...

¿Acaso él…?

No formuló toda la pregunta, cuando ambos  tanteaban en el terreno para acercarse. Con pasos vacilantes y ansiosos a su vez. Manigoldo

—No es lo que… —“¿Parece?”, ¿era la palaba correcta?

Pero antes de decir algo más, su compañero apresuró sus pasos a él y lo abrazó con fuerza. Manigoldo abrió los ojos par, perdiendo el equilibrio, cayendo de espalda contra el pasto. Eso nunca se lo esperó, es decir, Albafica, Albafica de Piscis lo estaba abrazando, ocultando el rostro en la curva de su cuello.

Sea lo que fuera, recordara o no, Cáncer entendió que el amor definitivamente no era frágil. No volvió a preguntar, ni mucho menos hablar,  cuando cubrió las mejillas de Piscis y lo encerraba en un beso que contuvo todo el discursó que se había lanzado. Todo el sentimiento que palpitaba sobre sobre su piel,  y con el cierre de otra sonrisa cómplice, rodeados por la muerte y soledad que tanto los unía a ellos; reconocieron que lo suyo era realmente amor desde hacía mucho.

—No vuelvas a hacer eso —musitó Manigoldo, juntando sus frentes.

Una sonrisa adornó los labios de Albafica.

—No te prometo nada.

FIN.

 

Notas finales:

 Y eso fue todo, damas y caballeros. Gracias a todos aquellos que siguieron la historia, y me disculpo por las lagunas mentales que les causé. Siempre soy así, escribo un capítulo sin plantearme el siguiente jaja, me gusta improvisar. Quizás haga un OMAKE de una idea que tengo rondando de los 4 soñadores ya juntos, pero actualmente ya estoy trabajando, así que no prometo nada.

Había empezado con hacer un final trágico, pero dos lectoras que me tienen en whatsapp me regalaron una hermosa hilera de insultos y maldiciones. Así que dejo un final abierto e interpreten si Albafica recuerda o no.

Despedidas y agradecimientos:

Despedirme suena dramático, por lo que sólo me resta decirles que ya nos veremos en los caminos de Saint seiya. No soy de promocionar fic, cada sinopsis compra al lector pero para quienes quieran volverme a ver escribiendo ManiAlba, existe un Semi-Au en emisión que pronto retomaré (: pueden conseguirlo fácilmente en mi perfil como “A tu lado”.

Agradezco a todos los lectores que pasaron por acá, fue un placer traerlos hasta acá y que disfrutaran la historia. Es un honor leer sus huellas, y claro que también me despido de los lectores fantasmas, ¡fue un placer!

Gracias a las artistas: Kary  & Henahera, que animaron escenas de esta humilde historia.

Kary, gracias por las hermosas imágenes que hasta entonces me dedicaste, todas las tengo guardadas en mi memoria y en mi corazón x’D Ya he impreso varias, y llenaré mi habitación de ManiAlba jjaja

Paola, quiero decir que siempre me sorprendías con tus reviews porque siempre eran inverosímiles. Me sé todos nick de los lectores que me siguen y cuando mi correo alertaba un día inesperado tu aparición me quedaba “¡Omg, sigue viva!” jaja La primera vez que me dijiste que querías dibujar la pelea de Manigoldo y Albafica, me dejaste sorprendida y claro que me alegré por ello cuando me mostraste las 44 hojas que dibujaste.  ¡El ManiAlba sigue expandiéndose! Estaré ansiosa por verlo, sin duda. Gracias por apoyarme y preocuparte por mí.

¡Gracias a todos! Y… esto fue:

Noche de tragos, porque todo comenzó por una noche que reveló el corazón.

 

 


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