Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Noche de tragos por MissLouder

[Reviews - 45]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

A diferencia del capítulo anterior, este será más corto. Con motivo de hacer tensión (¿?) jaja, broma. El motivo que sea más corto, es para ensamblar las ideas que tengo. Espero no traumarlos con el fin del cap, x'D

Advertencia: Ya les había mencionado que a partir de ahora, sólo será Mani x Alba, hasta el epílogo; donde volverán a salir los hermosos hielo y fuego. Hemos entrando en una nueva trama ^^

 

Noche de tragos.

Capítulo 5.

Sorpresa.

.

.

.

Costosamente, los santos lograron bajar la presión de la sangre que bombeaba chispeante en sus venas. Albafica mantuvo su tranquilidad, respirando hondo al principio y, al cabo de segundos más allá, logró estabilizar su organismo. Muy diferente a su compañero, que aún maldecía a los reclutas en voz baja. Se vistieron mecánicamente y al echarse las pandoras box al hombro, salieron de la habitación.

Les sorprendió al ver, como del cielo a pesar de la hora; una densa capa de nubes grisáceas lo cubría. Había un intenso frío que formaba nubes de vaho helado cuando respiraron el aire exterior. Manigoldo y Albafica lucieron algo perplejos, ¿niebla en pleno agosto?

La mente del italiano giró; era como si fuera arrancado del lugar cálido y seguro como lo fueron los brazos de Albafica, para ser arrojado a la congelada y vacía realidad.

—Esta latitud no debería estar a esta fecha —refunfuñó para sí. Los reclutas habían tomado pesados abrigos sobre sus hombros, donde también sus respiraciones formaban pequeños anillos que en cada jadeo pareciera que les arrancaran un pedazo de pulmón—. No estamos en la condenada Alaska.

—Esto es extraño —murmuró Albafica a su espalda. Y como si les hubieran leído la sorpresa, uno de los jóvenes aspirantes se les acercó.

—Santos dorados —La voz del muchacho temblaba, no sabían si era a causa del craso frío o alguna inquietud.

—¿Hace cuánto tiempo entramos en esta neblina? —preguntó el caballero de cáncer, anticipándose a una información que podría ser basura para sus oídos o, algo que no le interesaba saber.

—Dos horas, señor —contestó el subordinado—. Desde el puesto de vigía se alertó el extremo de Agrigento, pero dejamos de ver las tierras después de entrar en sus dominios. Puede que estemos dando vueltas en círculos, y las brújulas parecen poseídas ya que oscilan a una velocidad inquietante…

Manigoldo maquinó en su mente, estando en sus dominios conocía a la perfección sus comportamientos veránales. Si el primer día el trayecto, había sido perfecto con un tiempo veraniego que había invitado a los reclutas a bordos a pasearse con el torso descubierto, cuando él mismo lo hizo, ¿por qué el segundo día fue diferente? Además del inminente frío, que trepaba desde los tobillos hasta el cuello. Era en parte normal que hiciera algo de fresco dentro de un banco de niebla por supuesto, hasta él sabía eso, pero ese clima extrañamente inusual le había alertado el sentido analítico y perspicaz; que muchos ignoraban por su infantil personalidad.

—Sólo es niebla —dijo lacónicamente, ganándose la mirada escueta de su parabatai.

—Claro. Por supuesto —replicó el subordinado, cruzando una mirada nerviosa con el santo de Piscis, que fue mucho más elocuente que cualquier otra cosa que se pudieran decir.

—Mantengan el rumbo sin desviarse —añadió Albafica, confiando en las palabras de su compañero—. Si hace dos horas estábamos en línea recta hacia Agrigento, estamos en la ruta correcta. En cuanto salgamos de este banco de niebla, todo irá mejor.

El recluta pareció relajar los hombros, después de las palabras del santo. Una corriente de aire frío impregnada de humedad, hizo aletear los bordes de sus casacas alejando el calor de la conformidad que habían sentido hace unos segundos.

—Hagan sonar las campanas cada tres minutos, en vez de cinco. —ordenó Manigoldo, con voz aguda y directa—. No quiero chocar con ningún maldito mercante turco, que sólo quiere vendernos pescados al precio de un ojo. —Después de respirar un poco más, explicó—: Alguna corriente del polo o quien sabe qué mierdas, debió haber bajado la latitud, trayendo esta sorpresita consigo. No se cagen con esta niebla, y sigan el rumbo. O seré yo, quien los arrojé por la borda. —Miró al subordinado con aires poco amigables—. ¿Qué estás esperando? Vamos, muévete.

—Pero… señor, no se ve nada ahí al frente.

—Entonces, deberían estar encendiendo el maldito cosmos y ver si con eso turbamos el aire para despejar esta jodida niebla —resopló cáustico—. Deja de perder el tiempo babeando frente a mí, y ve. Si chocamos con algo, juro por Athena que los estrangularé con mis propias manos antes de que el barco se vaya a pique y nos ahoguemos todos.

Albafica pareció ver una diminuta mueca en el rostro del italiano, la reconocía, algo le inquietaba. Aunque para principiantes como el que tenía en frente, era dar un paso enorme en la intimidad que, para sorpresa de muchos, guardaban entre ellos.

—Avisa a los demás para que te ayuden —congregó metódicamente el caballero de Piscis—. Si hay algún problema, avísennos y nosotros lo haremos.

—Sí, señor. —El subordinado alejó la mirada, evitando que sus ojos se fijaran en el piso como niño regañado. Manigoldo abrió su boca en son de burla, pero viendo la mirada de advertencia de Albafica, la cerró de nuevo. Sin mediar otra palabra el joven caminó hacia atrás, dándole la espalda después de una leve reverencia.

Una vez a solas, Manigoldo dejó caer los hombros en los bordes del barco, mientras perforaba la bruma con la mirada.

—¿Algo anda mal, Manigoldo? —le preguntó, entreviendo la patente preocupación en aquel rostro moreno. Aunque ambos, con el sentido de cuatro dedos de frente, podían atemperar aquella gélida y, extraña sensación de turbación, debían mantener seguridad en sus subordinados que no era algo de qué preocuparse.

—Nunca muestres debilidad ante tus subordinados —meditó sin apartar la vista hacia el horizonte—. Es lo primero que te enseña el viejo, cuando tienes críos bajo tu mando.

—¿Te resulta extraño este repentino cambio climático? —Estaba frente a él, con la pandora box en el suelo, cruzado de brazos viéndole con atención.

—Es inquietante. —contestó,  dejando salir a tiempo un suspiro en cuanto cerraba los ojos—. No es que sea de gran importancia, considerando que ya estamos cerca. Pero con un descuido, y podemos desviarnos del camino o quizás dar vueltas en círculos como unos pendejos. La posibilidad es remota, por no decir que es imposible.

Acercándose  al borde del barco, Albafica dejó descansar los codos en ella. No se dedicaron la mirada,  quizás buscando un indicio entre las típicas una respuesta para lo que,  había quedado a medias, podría tener conclusión después. Se mantuvieron en silencio, mientras la niebla se extendía en zarcillos húmedos y viscosos en todas las direcciones, haciendo que la pequeña luz del día brillara con un tono apagado y mortecino.

Los cosmos arderse alertaron sin expresión a los santos, quienes seguían con mirada imparcial hacia al frente. El mar que estaba en aquel momento liso como un espejo, sin la más mínima imperfección perturbando la superficie pareciendo el corazón de un lago dormido, pareció despertarse con el rugido de los cosmos. Ondas empezaron a rielarse sobre superficie, creando anillos de agua alrededor del barco. Fuertes ráfagas de aire sacudieron las velas y, la niebla que los arropaba como los brazos férreos de un oso, empezó a cortarse en tiras.

Finalmente, el puerto empezó a denotarse frente a los santos, que seguían con una actitud bastante sosegada y tranquila. Se escucharon suspiros de alivio, y risas entre muchos.

—¡Santos dorados, lo hicimos! —Se gozó el subordinado anterior—. ¡En diez minutos, estarán cómodamente desembarcando!

La emoción no pareció contagiarse, pero si aliviar un poco la pesada atmósfera latente entre ellos.

—Envíen un comunicado al viejo, infórmenle este cambio climático —decidió Manigoldo a tiempo que se incorporaba—. Y, no nos molesten a menos que ya nos digan que bajaremos de este puto barco.

Albafica aún con la mirada en la sábana de agua, cerró los ojos manteniendo la línea imparcial de sus labios, sin cambios. Tenían mucho de qué hablar pero diez minutos, no les servía para alargar una conversación concreta.

—Pareces del mal humor —dijo, sin mediar un poco su pequeño sarcasmo.

—No jodas, y la suerte me saca el culo. Lo que ando es echando chispas —gruñó sin mirarle—. Aunque ya tendré otra oportunidad. —farfulló en voz baja, haciendo que el mensaje no llegara conciso a los oídos de su compañero. Pero que no tuvo que esforzarse por deducirlo.

—¿De volverme a tener a tu merced, sin tener en cuenta la medidas de riesgo a la que te expuse? —adivinó, sin ápice de molestia pero tampoco de conciliación—. ¿Bromeas?

Sin embargo, ningún efecto desvaneció la sonrisa del santo de Cáncer.

—Vivimos en un mundo donde si pasó una vez, pasará una segunda —Finalmente, una sonrisa más extensa se dibujó en su rostro, mirándole algo lascivo—. Y debo mencionar, que en mi caso es la tercera.

Su parabatai no respondió, manteniendo su mustia dignidad aún como bandera ondeante. Aunque por muy adentro, temía de que eso fuera verdad.

.

.

.

No hablaron mucho para cuando finalmente desembarcaron en Agrigento, pese a lo poco que hablaron, la sonrisa de Manigoldo había regresado. Enviándole por muy poco, la sensación del calor hogareño al caballero de Piscis. Así tenían que ser las cosas, aunque su relación estuviese entre línea y línea, le tranquilizaba que  volviera a tomar esa sonrisa por la cola.

A pesar de mantenerse alejado, por las palabras en rojo dibujadas con la sangre de su maestro en su mente como: «no, no puedes», había otra más grande que la tachaba a palos: «Cada quien asume su barranco». Parecía estar en un juicio, y él era el juez intentando decidirse a qué lado reclinarse.

Al salir, ya no era la niebla quien les daba la bienvenida, sino un cielo pintado de gris oscuro que diluviaba sin cesar. Cortinas de agua caían en ráfagas impulsadas por el viento. Las armaduras automáticamente se ensamblaron en sus cuerpos y, las mismas capas parecieron ser impermeables cubriendo sus cuerpos y, las corazas de oro.

Empezaron a caminar, con las gotas de lluvia desvaneciendo sus siluetas y confundiéndolas con cualquier ser autónomo de ser quienes quisieran ser. Más allá al final del callejón, un portón de verjas se balanceaba invitándolos a cruzarlo con el sonido tirirante del rechinar de las bisagras.

Lo atravesaron, como si cruzaran de un mundo a otro. Uno, el simple muelle repleto de montones de equipajes y todo tipo de cajas y cargas, con marineros de aspecto húmedo pululando a los alrededores. Y el otro, un pasaje de soledad total, dando la sensación de que nadie transitaba por allí desde hacía tiempo. Una pequeña plaza se mostró ante ellos, siendo cubierta por un manto de hojas tan brillantes como las escamas dejadas por una gran serpiente, que eran arrastradas por el viento. La maleza crecía entre los bancales, había una pequeña fuente en medio de la plaza siendo llenada por la lluvia, los faroles silbando como si se tratase de una orquesta, y el eco del aire que arañó los árboles, anunció que era un ambiente de abandono total.

A pesar de que la lluvia no cedía en su decadencia, Manigoldo miró sobre el hombro a su parabatai, que parecía decir algo.

—No hay mucha vida por aquí.

—En sus años, fue una de las plazas para tortolos —confesó el italiano con una sonrisa chispeante—. Ven, a los alrededores está un pequeño restaurante donde podemos esperar a que escampe.

Albafica le siguió taciturno. Caminando por las calles bañadas de agua, y con el barro salpicándole los pies. Se escuchó un arrullo que, por estar detrás de Manigoldo no logró ver de dónde venía. Sólo sintió como fue arrastrado hacia una especie de rincón, que no era más que un pequeño espacio de una división entre dos paredes.

Intentó preguntar qué pasaba con ese arrebate tan descarado, pero Manigoldo le tapó la boca y, se acercó lo suficiente como si fuera a besarle pero no lo hizo. Optó por observar nada más, para cuando se escucharon el chapoteo de unos pies apresurados y dos personas encapuchadas los rebasaron. No habló hasta que se aseguró que el sonido de las pisadas se escuchara lo suficientemente lejos.

—Nos venían siguiendo desde que bajamos del barco —respondió Manigoldo, observando sobre su hombro como los hombres desaparecían entre la lluvia—. Es muy temprano para buscar problemas. Quitémonos las armaduras y guardemos las capas, después de todo, creo que sólo vieron el oro de nuestras armaduras.

—¿Y qué pasa con eso? —preguntó Albafica, también mirando el vestigio de las huellas ser borradas por el agua.

—No tenemos tiempo para averiguarlo, pero sus energías no me agradaron. —Volvió su vista, y sus rostros estaban peligrosamente cercanos—. Recuerda lo que dijo el viejo: mantengan el anonimato. Creo que al ponernos las armaduras, rompimos esa regla. —Rió por debajo, después de citar lo que le había dicho el patriarca.

Albafica asintió, también percatándose que estaba cerca de Manigoldo, demasiado de hecho. Sus manos estaban en su pecho, y al darse cuenta de eso, alcanzó  la mirada de Manigoldo. Sus respiraciones salían en pequeños vahos de nubes, dando la sensación que estaban a punto de besarse.

—Estás temblando —le dijo sin tomar en cuenta que eso podía llegar a ser una provocación.

—Mi cuerpo es bastante sensible cuando se trata de lluvia —Sonrió de medio lado, donde su armadura volvió a la pandora box al segundo siguiente—. Es de familia.

—Con esta lluvia, cualquiera temblaría, Manigoldo —Albafica hizo lo mismo, quedando en sus ropas de típica etiqueta, gabardina, botas altas, corbatas de pañuelos y se cubrieron con las capas para no mojarse. Más de lo que estaban, al menos.

—¿Entonces para qué carajos me preguntas? —Se dejó reír con picardía cuando Albafica le ignoró, y se apartó de él.

Salieron de su escondite después de volver a escanear el terreno, volviendo a arrimar el paso en silencio. Eso fue hasta que un olor refrescante le llegó a las fosas nasales, y Manigoldo le tomó otra vez de la muñeca para caminar un poco más rápido, llegando finalmente, a un pequeño restaurante casual con una pequeña carpa tapando la puerta de vidrio, y la alfombra junto con el pequeño pino que había a su derecha.

Albafica recuperó su mano cuando se detuvieron en frente y estuvo tentado a decirle que no hiciera eso de nuevo, pero ya Manigoldo abría la puerta siendo recibido por una pequeña campana que  anunció su entrada. Se encontraron con mesas circulares apiladas en filas, pequeños faroles colgaban del techo, y guirnaldas envolvían los pilares. El lugar reposaba de un acogedor calor que no hacía afuera, siendo algo reconfortante para ellos.

Al entrar, captaron la vista de varios comensales y al divisar el rostro de Albafica, muchos más centraron su atención en ellos. Los ignoraron sin mucho esfuerzo, buscando una mesa un poco aislada para comodidad del pisciano, que ya repetía su discurso de mantener las líneas. Y era por ello que eligieron  una de las esquinas cerca de la vidriera que mostraba el exterior. Una mesa circular para dos personas, con altos taburetes de madera.

Se sacudieron las capas y un poco los cabellos, haciendo que el agua que chispeó de ellos, hipnotizara a medio restaurante.

—Condenado tiempo. Mierda de clima, maldita lluvia. —Ignorando todo a su alrededor, barboteó Manigoldo entre dientes. Palabras que eran claramente agudas para los oídos de su parabatai, quien después de advertir que se veía bastante... «Por Athena, Albafica, cálmate»—. Para la próxima le diré al viejo que nos envíe para un país donde no se vea ni una puta nube. —añadió cuando le vio volar sobre sus pensamientos, trayéndolo de vuelta.

Albafica le miró largamente, para luego revelar una pequeña sonrisa. Era la primera vez que se reía de uno de sus chistes... No dejó pasar ese gesto de tranquilidad, que casi nunca mostraba más que su fría indiferencia. Se dio cuenta que ese caballero  se permitía sonreír de vez en cuando, y eso lo volvía más humano de lo que se permitía ser.

—¿Qué? —pareció articular, al sentir la punzante mirada del italiano.

De repente un brillo travieso fugaz como chispazo atravesó ojos de Manigoldo, quien respondió:

—Nada. —se limitó a decir, intentando cuidar sus palabras con una gran sonrisa—. Sólo pienso que luces menos intimidante cuando sonríes.

Albafica quien cruzó los brazos sobre la mesa, bajó un poco la cabeza ocultando otra un poco mas extensa, siendo arrastrado por la sinceridad y la alegría desbordante de aquel santo.

—Supongo que debo tomar eso como un cumplido, ¿no? —le dijo, dejando caer su peso en los brazos cruzados en la mesa, con destellos indescifrables en sus ojos.

—Dependiendo de cómo sería tu reacción —El tono de su voz lo  delató—. No quiero cargarme tu riña, sabes.

Antes que Albafica respondiera algo, una pequeña mesera de contextura regular, llegó hasta ellos. Tenía un vestido negro con su respectivo delantal, con un pequeño blog y una pluma en su mano.

—¿Puedo tomar sus órdenes? —se anunció, con un tono de voz tan repetitivo cuando las mujeres veían a Albafica, que fue Manigoldo quien respondió.

—Dos cafés, uno sin azúcar y el otro con todo el saco. —Sonrió, guiñando el ojo a la mesera pero que no iba dirigido totalmente a ella—. Y cualquier aperitivo de pan que se te cruce en frente. Te daré a elegir qué, así que, no me decepciones.

La mesera sintió el frío de las palabras del caballero congelarle el estómago, por lo cual sólo inclinó la cabeza y se retiró.

—Si que puedes ser un pesado cuando te lo propones, Manigoldo —comentó después de dos segundos.

—Te hice un favor —respondió, cambiando su tono severo a su típica aspereza.

Al otro lado del vidrio, llovía a cántaros y Manigoldo dejó que sus pensamientos se perdieran entre las grietas del viento. Albafica le miró de reojo, preguntándose en qué estaría pensando. Volvió a bajar la vista, encontrándose con la punta de la serpiente que se arrastraba en la piel de ése santo, como marca de un cruel pasado. Con las ganas tiritando, su dedo, trémulo, le corrió un poco la tela, y una vez más, la descubrió para contornearla con la mirada. Aún se preguntaba porque su atención era tan vilmente tomada por esa marca, parecía seducirlo como todo buen cortejador.

—Al final, nunca me dijiste cómo te hiciste esta cicatriz. —Aún viéndola, su boca por primera vez, fue la culpable en ahuyentar el silencio entre ellos. Manigoldo regresó la vista hacia él.

—Esa me la hice intentando salvar a un amigo —respondió, mirándole directamente. Masticando dolorosamente sus palabras—. Resbaló hacia el acantilado, y cuando le sostuve una de las piedras filosas como un maldito vidrio, me agrietó la piel.

No añadió más, y Albafica supo la trágica línea a continuación. Siendo escrita a través de los ojos de su compañero.

—Te admiro, Manigoldo. —Apartó la mano, y le miró finalmente—. Eres un sobreviviente como todos.

Una sonrisa sinuosa apareció en ese rostro italiano.

—¿Me preguntarás el porqué de cada cicatriz, Alba-chan?

En un momento de silencio, la mesera llegó hacia ellos, callando toda respuesta progresiva que Albafica sabía que no tenía. La chica dejó  dos tazas de café soltando nubes vaporosas de su interior, con una canasta de diferentes bollos de pan  que parecían tener sorpresa en su interior. Manigoldo sólo sonrió en modo aprobatorio de la pequeña ración que había traído, y con un gesto espontáneo le hizo dar a entender que era suficiente su presencia.

—¿Quieres? —le ofreció, tendiéndole el café con una mano y en la otra daba un sorbo al suyo.

Antes de responder, el estómago del caballero de Piscis rugió como un león hambriento, haciendo que su amigo le mirara con los ojos abiertos. Fue tan impactada como burlona esa sorpresa, que Albafica se dio cuenta de cómo la sangre se le agolpaba en las mejillas.

—¡Me gusta que seas tan claro conmigo! —bufó con una carcajada, acercando la canasta de bollos con el café—. ¡Vamos, come conmigo! ¡Ambos estamos muriendo de hambre!

Cerrando los ojos con la vergüenza carcomiéndole, tomó lo que le tendían, no había cenado después de todo. El bollo al ser apretado entre sus manos soltó un suave crujido, al mismo tiempo que un delicioso aroma a pan recién horneado impregnó el aire.

—Vaya, ¿es mi imaginación o es el mejor aroma? —acotó el italiano, evaporando de manera mágica aquella atmósfera tan silenciosa—. ¿O será el hambre haciendo de las suyas?

—Sí… Y, creo que es más que todo, es la segunda opción —De su voz un pequeño hilo de carisma le delató. Al parecer también quiso reírse.

Manigoldo sonrió por debajo, bebiendo otro sorbo del regocijante café que pareció degustarle en las papilas.

—En fin, volvamos al tema —dijo tomando otro bollo para digerirlo con un apetito voraz—. Hasta ahora, no sabemos dónde se localiza la mansión, ni mucho menos tenemos contacto con alguien que sea familiar de uno de los desaparecidos. Así que, para nuestra mierda de suerte, estamos en un punto vacío.

«Vacío», se repitió Albafica en su mente, mientras bebía un poco de café. Esa palabra que usaban para especificar que debían llenar ese vacío ellos mismos. El punto donde debían empezar encontrando el punto de salida.

—Tenemos que encontrar la mansión, o al menos un indicio de su ubicación —repuso él, después de dar una pequeña mordida al pan, apoyó la taza de café sobre la mesa y juntó las yemas de los dedos—. Preguntar por los alrededores, podría darnos al menos una señal que seguir.

—La carta no especificaba en qué lugar la habían visto, ni tampoco tenía remitente —Manigoldo se reclinó en la silla con gesto de impaciencia—. Ni siquiera sabemos si una cosa está ligada con la otra.

—Quizás a eso se deba el mantener el anonimato.

En ese soplo de segundo, la campanita del restaurante sonó anunciando que otras víctimas del tiempo, se refugiarían en ese lugar. Albafica estaba de espaldas hacia el contorno de una mujer que traspasó la puerta de vidrio, acompañada de lo que parecía ser su consorte. Manigoldo alzó la vista al divisar a la mujer, que más que su cuerpo anguloso y perfectas curvas, su cabello como catarata a su espalda le captó la atención. Su parabatai ladeó la cabeza al ver los ojos estáticos de su compañero, no quiso ser indiscreto y girar la cabeza para ver qué cosa tomó de esa manera tan amarrada. Por lo cual, alzó una ceja incrédulo.

—¿Manigoldo? —llamó intentando recobrar la atención.

Pero de la boca de éste salieron puros balbuceos, haciendo que Albafica se viera en la obligación de ladear la cabeza y buscar el punto de atención. Una vez que su vista se ajustó como el calibre de un telescopio, entendió la sorpresa de su compañero. Haciendo que él también abriera los ojos desmesuradamente. Regresó la vista, bajando la cabeza cuando la mujer pareció ser consciente de las miradas que viajaban por su figura; tanto como su largo vestido azul rey, guantes hasta los codos y un paragua de juego entre los dedos, daban el perfecto encaje con el color celeste de su cabello.

El hombre que la acompañaba parecía bastante gigante para ella, robusto, de grandes proporciones musculares, con piel bronceada y, con ciertas salpicaduras blancas en el cabello. Vestía un traje de etiqueta con perfecto pañuelo encajado en su cuerpo, los botones finamente en su lugar y su vestimenta sin una gota de agua en su superficie. Pero ése hombre les importaba poco, era como una presencia invisible que sólo notaron porque estaba junto a aquella mujer. Que su sonrisa, tan pequeña y perfecta alumbró a todos los comensales, tal y como había hecho Albafica.

No era difícil advertir el tremendo parecido de aquella mujer con Albafica. Los mismos labios sobre una tez pálida, casi transparente. El mismo talle, esbelto y frágil como el de una figura de porcelana. Los mismos ojos de ese potente azul, tan profundos que parecían no tener fondo.

—Alba-chan… ésa mujer…

—No lo digas… —interrumpió, sintiendo un latigazo desgarrador en su corazón. Cerró los ojos y su mano con ciertos temblores soltó la taza de café—. Si no lo dices, yo puedo pensar que sólo es un desvarío de mi mente.

Manigoldo le cubrió la mano con la suya, y su mirada tan suave se concentró en sonreírle.

—Sólo mírame a mí —le dijo, tomándole del mentón haciendo que su compañero le mirara—. No mires a nadie más…

—No te aproveches de la situación —musitó, bajando un poco la cara.

Su atención volvió a recaer en esa silueta angulosa, pero el italiano le regresó la vista hacia él. En esa cercanía, sin poder cohibirse, apreció como su expresión en los ojos cárdenos que le miraban, tomaban un color grisáceo, delatando su tristeza. Se acercaron sin mediar que los vieran, y con un suave roce, Albafica se olvidó un poco de su alrededor, dejándose llevar al vacío de su mente.

Se concentraron en el otro, con la misma lentitud y, pudieron percibir que el mundo se olvidó de ellos ante la presencia de la mujer.

—Vámonos, Manigoldo —Firmes y convincentes, salieron esas palabras—. Nunca me importó mojarme.

—A mí tampoco —repuso al momento, entendiendo todo—. Pagaré y nos vamos.

Albafica bajó la cabeza y la dejó descansar en sus brazos sobre la mesa, aún sosteniendo los dedos de su parabatai que, con el pulgar le acariciaba el dorso de la mano. El afecto le hizo sentir un poco más conforte.

La mesera llegó casi al momento, y por un minuto, tanto como ellos, se sorprendió al sólo distinguir las dos melenas celestes en ese lugar. Dio un sonido ahogado, tapándose la boca.

—Sí, sí —se adelantó Manigoldo—. Tráenos la cuenta, y puedes ver la urgencia en que la necesitamos.

La chica asintió, y salió corriendo recogiendo sus pasos hacia el mostrador. Manigoldo dio una última vista a la mujer que había tomado asiento a unas cuantas mesas más allá de ellos, y no parecía advertir la presencia de ellos entre las demás personas que no sea el hombre que tenía en frente. Al cabo de dos minutos más, la mesera llegó con la bandeja en la mano con la cuenta y, un sobre que extrañó al italiano.

—¿Y eso?

Albafica subió la vista al escuchar ese tono de duda. La mesera se encogió de hombros.

—Estaba en el mostrador, si puede leer la parte de arriba —Señaló con el índice el borde del sobre—: Dice, para los hombres encantadores de la esquina.

Manigoldo la tomó dejando a un lado ese asunto con impaciencia, pagó la cuenta y le dio señas a su parabatai para que se levantara, quien lo hizo con parsimonia al segundo siguiente.

Tomaron sus pandoras box, y después que el lugar se alumbrara por los potentes rayos que surcaron el cielo, la mujer giró su vista hacia el cristal; percatándose, finalmente, de la presencia de los caballeros. Ahogó un grito al detallar a uno, dejando caer su taza en la mesa haciendo que su esposo se sobresaltara. Albafica cerró los ojos y siguió su camino, pero fue Manigoldo quien le dedicó una mirada a la mujer y le lanzó una advertencia con ella.

Sólo sus labios que brotaron palabras mudas, fueron suficientes para que la mujer cayera desmayada al suelo. Para cuando el hombre giró la vista, los caballeros ya habían desaparecido con el segundo rugido que dejó un resplandor en el cielo, ahogando los gritos del lugar.

"Está vivo".

.

.

.

La lluvia no había cesado ni un poco, y a pesar de tener las capas de las armaduras para cubrirse, a Albafica poco le importaba mojarse. Su pandora box reposaba en su hombro y teniendo la mano metida en el bolsillo, la apretaba con fuerza incrustándose las uñas. Se encontraban en un lugar alto, donde a sus pies mucho más allá, una cala en forma de media luna abrazaba el mar transparente por donde habían llegado.

Manigoldo estaba detrás, sumido en un rincón de silencio que casi nunca frecuentaba. Observando el cabello celeste ondear en su frente, mientras Albafica veía desde esa altura, como introducían a la mujer desmayada en el carruaje que había llegado.

—¿Estás bien, Albafica? —le preguntó con una mirada afligida.

«Albafica», deletreó el santo en su mente. Manigoldo nunca le decía por su nombre a menos que fuese un asunto bastante serio. Se limitó a asentir, restañando discretamente una lágrima furtiva que amenazaba con escaparse. Aunque con la lluvia caer a caudales sobre ellos, no alertaría ni siquiera a su compañero.

—Era ella, Manigoldo… —Tocó el punto que ambos sabían que estaba ahí. El que se habían limitado a deducir y no decir. Ni siquiera la aparición de Luko le había caído tan lleno… Porqué sabía que Lugonis estaba muerto, pero nunca pensó que esa mujer, pudiese estar viva. O al menos, reconocerla.

Manigoldo no respondió.

Cuando iba a dar vuelta para emprender, algo detuvo el agua que le martillaba la cabeza. Subió la vista viendo la capa de la armadura de cáncer alzada, cubriéndolos a ambos, para luego ser abrigado por aquellos brazos.

El italiano esperó el inminente rechazo, que para su sorpresa, nunca llegó. El shock debió ser lo suficientemente noqueador para que provocara que Albafica dejara caer la frente en su hombro, unos minutos más antes de alejarse. Manigoldo le sujetó con fuerza, como si así, pudiera evitar que la mente del caballero de Piscis, se hiciera pedazos.

—Estoy bien.

—Yo sé que lo estás —le dijo al oído—. Eres más fuerte que nadie.

Creyendo que ya era suficiente la cercanía, Albafica y le susurró que los riesgos ya eran bastantes. Manigoldo le dejó ir, sólo porque quería e implantarle un beso en la frente.

—Basta de esa idiotez... —susurró, acercándose a sus labios. Albafica le tocó el hombro, y ladeó la cabeza para mirar el carruaje que ya emprendía su camino. Ambos observaron en silencio despedir las últimas huellas en el  barro dejadas por las ruedas del carruaje, ante de volver a desnudarse con la mirada.

Notó su cuerpo pegado al de Manigoldo, como si fueran dos extensiones de una misma entidad imposible de separar. Sus frentes se juntaron, aspirando el aliento húmedo y en su contrariedad; cálido. De alguna forma le tranquilizó tener la cercanía de Manigoldo en ese momento. Era como su lágrima de sol, en aquella tormenta que deseaba devorárselo. Volvió a tener frío, ese frío atroz que se colaba en los huesos y le robaba el aliento, pero que se alejaba por donde los brazos de su compañero le rodeaban.

—Albafica —suspiró el caballero de cáncer, rozándole tenuemente los labios debido a la cercanía—. ¿Te vas a quedar ahí hasta que escampe, martirizándote por algo que si deberías martirizarte —Le sonrió intentando contagiarlo—, o dejarás que te bese esta vez?

Levantando la vista, el santo entrecerró los párpados, repitiéndose esas palabras en su cabeza. Combatiéndolas con el “ser o no ser, el regido santo de Piscis, atado a la soledad”. Recordó los últimos acontecimientos que habían sido tan marcados en par de días. Y en como había dejado su pacto, quizás creando una traición a su maestro. Había salido a compartir “unas copas” con sus camaradas, se había besado con algunos, había compartido habitación con otro…

Dobles emociones se arremolinaron en su interior, unos llenos por ese cóctel de calidez que tanto le ahogaba de ese santo, y los otros de pena, honor, vergüenza y falla que fue casi olvidada automáticamente cuando sintió que le subían la barbilla y entonces, en un gesto inconsciente, levantó la cara y entreabrió los labios. Recibiendo con añoranza el reconfortante abrigo del fénix.

La capa que los cubría se deslizó hasta sus hombros, mientras sus bocas se tocaban con lentitud, sin prisas, el tiempo aún era de ellos. O eso quería creer. Los brazos del italiano le abrazaron con fuerza, eliminando cualquier abertura entre sus cuerpos. Escuchaba esos fuertes latidos del corazón golpearle el pecho, haciendo que se hundiera más en sus labios, abriendo una pequeña tranquilidad que viajó por su cabeza, transmitiéndole el mensaje de que él también podía tener ese calor humano para él. Le rodeó el cuello con los brazos, y la pandora box cayó a la tierra salpicándole las botas.

Un beso bajo la lluvia. Cualquiera pensaría que eran un par de tórtolos en una cita que salió imprevista.

Al cabo de unos minutos más, interminables pero efímeros a su vez, se apartaron jadeantes. Permanecieron allí, a la distancia de tres dedos antes que Manigoldo hablara:

—Albafica, yo puedo amarte más en un día, de lo que te pudo amar esa mujer en toda una vida. —le susurró con la nariz sumergida en esa melena celeste.

Apartándose, Albafica le sostuvo la mirada, y no quiso pensar más. Si lo hacía, si consideraba el pecado que estaba haciendo, debía alejarse para siempre de Manigoldo. Cerró los ojos, y dejó que la ímpetu que hasta ahora empujaba a su parabatai, lo envolviera con sus tenaces garras. Ampliando a todo lo daban sus labios, Manigoldo tomó eso como la luz verde que siempre había esperado. Le tomó del mentón y volvió a besarle con un poco más profundidad, pasándole los brazos por la cintura y dejar que tanto la lluvia, sus labios, sus anhelos y sus mismos nombres se mezclaran perdiendo las esencias.

Con la respiración entrecortada, Albafica habló:

—¿Hasta dónde llegaremos con esto? —Sus frentes volvieron a unirse, compartiendo el mismo aire, el mismo pecado.

—Hasta las últimas consecuencias, mi estimado Alba-chan —setenció—. Hasta las últimas. —Con una sonrisa compartida en los labios de ambos, dieron la certeza quizás… que si vendría un tercer intento.

Hubo un silencio después que se alejaron, decidiendo si romper esa línea de, si seguir besándose o tomar la consideración que ya ambos estaban completamente empapados de agua.

—¿Qué es eso, Manigoldo? —le preguntó viéndole repentinamente el sobre que tenía en el bolsillo.

—Ah, no los dejaron en el restaurante —Se acordó del papel, y lo sacó.

Lo abrió frente a su parabatai que permanecía curioso con la capa rodeando sus cuellos. Manigoldo la alzó para cubrirse las cabezas, semejándolo a un velo que ninguno reparó por pensar en el contenido de la carta sin que ésta fuese estropeada por el agua.

Era una sola línea lo que se leía, siendo escrita con carboncillo:

"Sobre la mansión Hellasther, sé bien quien podría fiarles información que podría serles de utilidad."

Ambos santos se miraron, y al voltear la hoja, un pequeño mapa estaba dibujado. Desde el lugar del restaurante de donde habían estado, marcado en rojo, indicando entre las calles descritas a mal pulso hacia una casa que parecía según el mapa, cerca de ahí.

—En marcha. —animó Manigoldo—. Tenemos cosas más importantes que tratar. —Le tomó nuevamente de las caderas y lo amenazó con la cercanía—. Mucho más importantes.

—Creo que deberías reordenar tus prioridades.

Continuará.

 

Notas finales:

Bueno mis niños, es todo por hoy (¿?) jajaja, ¡Espero que les haya gustado! ¿Sigan el próximo cap? –música de fondo–

Debo recordar 3 cosillas:

1. Ya empecé clases, para mi mala suerte, y ya me están arrinconando t.t. Y este es hasta ahora, el cap más corto con 5.720k+. Y me temo que los demás seguirán así porque no tendré mucho tiempin, y alargar la espera un mes, lo deciden ustedes ^^

2. Actualizaré Piezas de recuerdos el domingo, que ya tiene ehh ¿dos cap listos? –Aplausos–

3. ¡Nueva trama ha empezado con esa mansión!

Aclaraciones: Luko era el hermano gemelo de Lugonis, quien aparece en el gaiden de Albafica. Y, éste al principio lo confundió con su maestro y su reacción fue tan –snif– así que si su reacción fue así tan "shock" con su maestro, encontrar a su posible madre sería algo un poco más -desmayo- (? jaja ok, no

Es todo por hoy mis niños, y ¡hasta la próxima actualización!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).