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Esclavo de Tu Amor por Arizt Knith

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Notas del capitulo:

Lamento muchísimo el haberme tardado tanto en actualizar este fric, pero las cosas del hogar mas el trabajo entre otras e,e me lo habían impedido, pero aquí esta! ;) Espero que lo disfruten! Y gracias por siempre dejarme un review, en verdad lo aprecio mucho~ 

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Esclavo de Tu Amor

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Capítulo 13: Last Memories

Part VI

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Después de dicho reencuentro entre Krest y su amado hijo, no hubo día de Dios que en la mansión Skorpió reinara la paz y tranquilidad. Ha de aclararse que desde hacía días atrás, Aeneas había mandado a preparar una habitación para Krest, pues no iba a permitir que su amado galo pasara los últimos meses de embarazo en la soledad de aquella mansión. Y qué decir, debía admitir que estaba feliz pues por primera vez tendría la oportunidad de experimentar y presenciar el embarazo de su segundo hijo.

Más las cosas no acababan ahí todos en la mansión parecían felices con la presencia del galo, inclusive este se había ganado la confianza de los tres pequeñines, sobre todo la de cierto solecito radiante, el pequeño Kardia. Aunque claro aquello solo avivaba aún más la cólera de Helena Dalaras, la "esposa" por así decirlo, de Aeneas.

—¿Qué haces? —Pregunto el mayor de los hermanitos, desde hacía minutos atrás que Krest había sentido la presencia de este pero aun así decidió hacer como si nada. El mayor se encontraba preparando la masa para la tarta de manzana, sabía que era la favorita de Kardia y de sus hermanitos, por eso mismo había decidido poner en práctica sus dotes culinarios—

—Tarta de manzana —Respondió con una sonrisa, el pequeño rubio se fue acercando hasta donde el mayor, no sabía porque pero estar cerca de Krest le hacía sentir algo extraño, le hacía sentir muy querido, quizá, amado. Ni tan siquiera su madrastra o las nanas le habían tratado con tanto amor y devoción a como lo hacía Krest. Y eso que solo llevaba dos semanas viviendo con ellos—

—¿Tarta de manzana? —Repitió quedito, Krest pudo apreciar como la mirada zafiro del menor brillaba llena de emoción— ¿Puedo ayudar en algo? —Sus ojitos seguían cada movimiento del mayor, quien se detuvo al escuchar la vocecita de su hijo. Abrió el grifo del lavamanos para lavarse y luego secárselas en el delantal blanco que estaba usando–

El entusiasmo del menor era tan grande que Krest no tuvo que otra más que pedirle ayuda en las cosas más simples, pero por muy simples o pequeñas que fueran, aun así se sentía feliz. Inclusive las jóvenes empleadas habían notado una faceta distinta con el joven galo, una que nunca antes había mostrado al lado de su madrastra.

—Oigan, ¿Qué hacen? —Esta vez fue el turno de Milo por aparecer, el rubio mayor volteo a verle con el rostro ligeramente fruncido mientras que Krest soltaba un suspiro y acariciaba su vientre; debía admitir que siempre que el rubiecito mayor se encontraba cerca el pequeño Degel, quien aún seguía en su interior, parecía ponerse muy inquieto— ¡Huele bien! ¿Acaso es tarta?

—Sí, pero es mío —Declaro un orgulloso Kardia, su semblante era serio pero a al vez divertido, pues tenía las mejillas ligeramente rosadas e infladas. Milo hizo un puchero mientras cruzaba sus bracitos por el pecho—

—¡No es justo, yo también quiero tarta! —Ambos rubios se debatieron en un duelo de miradas ante los ojos de Krest. El mayor parecía más que encantado con los pequeños. Amaba a su hijo pero también había logrado tomarle un enorme cariño al pequeño Milo—

—Mami Krest, ¿verdad que si me dará tarta? —Las orbes celestes del pequeño se encontraron con las aguamarinas del mayor, quien lucía totalmente sorprendido por las tiernas e inocentes palabras—

—¿Mami? —Pregunto cohibido, Milo sonrió tierno y apoyo las manitas sobre las rodillas del otro—

—Si, se nuestra mami… La que tenemos no nos quiere y tu si

—¡Oi! Sabes que no es correcto hablar así de aquella mujer —El rubio menor torno los ojos, mentiras no eran y ambos lo sabían. Desde que aquella mujer de brillante y sedosa cabellera escarlata había puesto un pie en esa casa, se había dignado a hacer de menos a los pequeños rubicitos. Helena era una mujer de dos caras, frente a Aeneas se mostraba como toda una mujer ejemplar, que "daba cariño" al pequeño Kardia y Milo, más la verdad era otra. Inclusive con los empleados se mostraba como la mujer soberbia y altanera que era—

—¡No me importa! Ella nunca nos da regalos o nos hace postres y él si —Tenia los labios fruncidos, apenas imitando un puchero mientras evitaba derramar aquellos lagrimones que contenía, pues a pesar de su corta edad, tanto Milo como Kardia no demostraban mucho de sus sentir, ni tan siquiera el pequeño Khian que apenas tenía un año—

—¡Aun así ella está casada con papá! —No quería aceptarlo, no frente a Milo y con timas frente a Krest pero el también detestaba a aquella mujer. Pero lo que más detestaba era aquel deseo de que Krest permaneciera con ellos, de que les siguiera mimando de aquella forma tan dulce como solo él lo hacía—

En todo ese rato de la pequeña discusión, el mayor se había mantenido en silencio y observando a los pequeños. Le dolía ver como aquellos niños se expresaban de aquella manera, aunque no les culpaba. No cuando el mismo había notado aquel frio trato de esa mujer, quien solo contemplaba y mimaba al pequeño Khian, cuando a los mayores les dejaba de lado, aunque cabe mencionar que solo era así cuando Aeneas no se encontraba cerca, pues cuando el griego mayor estaba ahí, la pelirroja se comportaba de manera distinta

—Krest, ¿verdad que no nos dejaras? —El estar metido en sus pensamientos le había llevado a olvidar donde se encontraba, ni tan siquiera había prestado atención ante la pequeña y nueva discusión de los hermanos— Dile a mi tonto hermano que no nos dejaras

—Yo que tu no prometiera cosas que no iría a cumplir… —Tanto el galo como ambos hermanitos voltearon a ver a la recién llegada. Fue ahí que el francés pudo apreciar la figura de la mujer que hacía llamar la esposa del gran Aeneas Skorpió. Aquella mujer de flameante cabellera escarlata miraba con gran superioridad al joven galo—

Desde que Krest había llegado a la mansión de los Skorpió y en todos esos días que llevaba viviendo ahí, esa era la primera vez que se encontraba cara a cara con aquella mujer. Por un momento se sintió intimidado por aquella mirada carmesí que le miraba con altivez. Debía admitir que Helena era una mujer hermosa de buenas curvas, su piel era pálida, y el tono brilloso de su cabello le hacía contrastar muy bien; además de tener unos prominentes pechos y trasero, pues claro, no había día de Dios que esa mujer no usara ropa bien ceñida al cuerpo y marcar sus atributos.

—Lamento desilusionarle pero, yo soy alguien que culpe sus promesas —No sabía de donde había sacado la voz y palabras para decírselas a la cara e inclusive el par de rubiecitos hermanos le habían mirado sorprendido—

—Jeh, eres una maldita zorra —No le importo que los pequeños estuvieran ahí presentes, es más ni tan siquiera se inmutaron; tal parecía que escuchar aquel vocabulario por parte de la pelirroja era algo normal. Sus rubíes recorrieron la figura del francés, deteniéndose en aquel abultado vientre de quizá cinco meses—

—¡Oye, no le digas así a mami Krest! —El rubio menor salto en defensa del francés, frunció el ceño y gruñendo para verse más amenazador— El hecho de que él sea más lindo que tú, no te da el derecho para decirle esas cosas

—¿Q-que has dicho?!

—¡Lo que escuchaste! —Repitió seguro para luego irse a esconder tras su hermano mayor, al ver el rostro rojo de la furia en aquella mujer, que intentaba mantener el temple mas no podía, no cuando escucho la pequeña risa escaparse de los labios del francés—

—Disfruta todo lo que quieras, "querido" pero recuerda que ante los ojos de MI esposo, solo seguirás siendo una vil zorra… Jeh…

—No sé de qué habl...

—A mí no me engañas y no con timas me trago el cuento de que eres un "simple amigo" de mi esposo —Con mucha delicadeza paso unos cadejos de hebras rojizas por detrás de su oreja, sabía que había dado en el blanco en cuanto vio la mirada del otro cambiar y llevar de manera inconsciente su mano al vientre— No importa cuántas veces te metas en la cama con él, aun así eso no cambiara el hecho de que él es mi esposo, mientras que tu… Jeh, tu solo eres un simple amante

Mentiría si dijera que aquellas palabras no le habían dolido y Helena lo sabía. La alarma que había dejado puesta para la tarta, sonó, sacando de sus pensamientos al galo que inmediatamente fue a sacarla del horno. Helena entonces aprovecho para salir de la cocina y con una radiante sonrisa al haber logrado su acometido. Si bien en esos días había evitado no ver al "invitado especial"

—…. —Tanto Milo como Kardia vieron a Krest abrir la cajuela y se colocarse los guantes para luego sacar la dichosa tarta, a su corta edad era obvio que no habían entendido para nada las palabras de su madrastra, pero por la expresión del otro sabían que no había sido algo bueno—

—Mami Krest, no estés triste… —Milo fue el primero en cortar el silencio e ir a abrazar al otro en cuanto hubo dejado la charola con la tarta sobre la mesa para que se enfriara. El pequeño se encontraba parado de puntitas e intentaba abarcar la cintura del oji aguamarina con sus cortos bracitos— Nosotros te queremos, inclusive el tonto de mi hermano te quiere…

—¡Oye! —No es que se hubiera sentido ofendido por la forma en la que su hermano se refería a él, lo que si le había afectado era que el otro sacara a relucir lo otro

—Te queremos mucho y queremos que tú seas nuestra nueva mami —Quizá era por las hormonas o por lo sucedido momentos antes con Helena, pero justo las palabras de aquel pequeño más sus intentos por abrazarle le habían terminado por hacer derrama aquellas lagrimas traicioneras—

—Bien hecho Milo, ya le hiciste llorar —El pequeño inmediatamente se separó y levanto la mirada para comprobar que las palabras dichas por su hermano eran verdad—

—¿¡Q-que?! ¡No! Y-yo… ¡Yo no quise! —Sus ojitos zafiros se fueron poniendo igual de acuosos, él no quería hacer llorar a su nueva mami—

—No pequeño, no llores… —Lentamente fue acariciando y limpiando aquellos rastros de lágrimas que descendían por las mejillas acaneladas del rubio menor, mientas que Kardia observaba aquellas escena, sintiéndose algo… ¿celoso?— Tú no tienes la culpa

—¿Entonces porque llorabas? —Pregunto quedito, su voz estaba algo apagada y su nariz congestionada—

—Es solo que tus palabras me han hecho feliz

—¿Llorabas por eso? —Pregunto ya más tranquilo y limpiando su nariz con la manga de su camisa, Kardia solo hizo un gesto de desagrado mientras que Krest buscaba con que limpiar al menor—

—Eso es porque algunas veces lloramos de felicidad —La explicación fue corta y sencilla, el menor respiro ya más tranquilo y con sus zafiros puestos en aquel par de aguamarina que siempre les miraba con dulzura—

—Entonces… —Ahora fue Kardia quien se hizo notar, no estaba seguro del porque había hablado pero aquellas palabras amenazaban con escapársele de su boca, era algo que no podía controlar— ¿Serás nuestra mami? —Palabras de inocencia pero llenas de veracidad salieron, mientras mantenía la mirada en el suelo—

Las palabras no fueron necesarias por parte de Krest, quien en su estado lo único que hizo fue sentir una enorme alegría y gozo mientras acunaba en sus brazos a aquel par de rubiecitos. Quizá Milo no fuera su hijo pero en el tiempo que llevaba ahí le quería como tal, justo como quería o mejor dicho, amaba a Kardia y al pequeño Dégel que ya estaba en camino.

Y desde aquel pequeño incidente con Helena en la cocina, los pequeños se habían vuelto aún más unidos con Krest. No había día de Dios que estos no aprovecharan para pasarlos con el francés, después de todo era la primera vez que se sentían queridos. Krest siempre se encargaba de jugar con los menores, aun cuando Aeneas le advertía que debía de descansar, ¿pero cómo podía hacerlo cuando ya les había agarrado un enorme cariño a los pequeños rubios? Inclusive a Milo a quien quería como a un hijo.

Tal acercamiento de los pequeños con el mayor, había causado una inmensa alegría en el griego aunque le molestaba un poco que Helena no dejara que el pequeño Khian se acercara a Krest, y cada que el pequeño pelirrojito gateaba a donde este, la mujer se ponía a gritar de forma histérica, ocasionando que Aeneas de paso levantara la voz por el comportamiento que estaba teniendo frente a su invitado especial.

—Aeneas, por favor… no discutas… —Y ese día no era la excepción, ese día se cumplían los tres meses que Krest llevaba viviendo en esa casa. Para entonces ya se encontraba con un vientre abultado de ocho meses. Y a pesar de que el rubio le había tratado como si de un rey se tratase, aun así las constantes peleas que el griego mantenía con su esposa, además de que cada que podía Helena aprovechaba para hacerle la vida a cuadritos, le estaba poniendo cada vez peor— No sigan…

—Tienes razón… lo siento… —El arrepentimiento era notorio en su mirada, pero más notorio fue lo que esta demostraba. Aquella profunda devoción y preocupación mientras iba hacia donde el francés para tomarle entre sus brazos, pues desde hacía un rato que el pequeño Dégel se encontraba inquieto, demasiado para su gusto—

—¿Te disculpas con él? ¡ESTOY CANSADA DE TODA ESTA SITUACION, AENEAS! —Los empleados que iban pasando o se encontraban por ahí dieron un ligero brinco por el susto que aquel grito les había causado, si bien ninguno era ciego y había notado dicho amorío entre el griego y el francés, aun así preferían que su jefe fuera feliz con aquel hermoso galo, que con esa histérica mujer— ¡DESDE QUE TRAJISTE A ESA MALDITA PUTA HAS ESTADO ASI!

—¡TE PROHIBO QUE TE DIRIGES DE ESA FORMA HACIA KREST! —Los tres hermanos dieron un brinco por el susto que les había sacado el grito furico de su padre, inmediatamente Sheila entro a la habitación para sacar a los menores y evitar que estos siguieran de espectadores de aquella escena—

—Señor… —La joven ama de llaves y nada de los pequeños, llamo con cierto temor a su patrón más su llamado no fue escuchado por causa de los griteríos de la mujer de cabellera escarlata—

—¡Estoy cansada, desde que trajiste a ese infeliz a esta casa has estado así!—El sonido de su tacón dar contra el suelo sonó, pero el rubio solo le vio con muchísima más ira en sus pupilas— ¿Acaso crees que no lo he notado? ¿Acaso crees que no les he visto como tenían sexo en tu despacho? ¡TODOS EN ESTA CASA LO SABEN!

—¡A MI ESO NO ME INTERESA! —Ambos puños golpearon con fuerza la mesa, su mandíbula estaba tensa y sus cabellos revueltos— ¡ESTA CASA ES MIA Y PUEDO HACER LO QUE ME VENGA EN GANA!

—Señor… —Nuevamente volvió a llamarle, inclusive los pequeños se encontraban preocupados al ver sudar demasiado a Krest y escucharlo soltar suaves quejidos mientras sostenía su vientre—

—¡SOY TU ESPOSA! —Contraataco—

—¡Pero no eres a quien yo amo! —El silencio se hizo sepulcral, la pobre de Helena quedo petrificada con las palabras tan hirientes pero verdaderas del griego, quien paso su mano por sus cabellos— Y eso es algo que ya deberías saber…

—¡Señor Aeneas! —Esta vez fue El Cid quien le llamo, ninguno de los señores de la casa se había dado cuenta en el momento que el otro había entrado, pero poco le importo al rubio en cuanto vio a su amado bañado en sudor y soltando quejidos—

—Es el bebé, lo más seguro es que esté a punto de dar a luz —Era seguro, las contracciones eran cada vez más seguidas, tenía la piel cubierta por una fina capa de sudor frio—

—¡PERO QUE ESTAN HACIENDO, LLAMEN A UNA AMBULANCIA! —Nadie se hizo esperar más, El Cid quien ya había previsto eso empezó a dar órdenes a todos los empleados de la mansión, los pequeños rubios buscaban ayudar en algo—

Los quejidos de Krest se hicieron más fuertes, las contracciones no paraban y el dolor no cesaba logrando desesperar aún más a Aeneas que no miraba llegar la dichosa ambulancia. Un minuto más y el rubio hubiera echado fuego por la boca si no miraba llegar a la ambulancia, por suerte estos se salvaron y rápido acomodaron al menor en una camilla para darle asistencia mientras lo llevaban al hospital.

—¡Ni siquiera lo pienses! —Aeneas estaba a punto de subirse al carro para alcanzar la dichosa ambulancia cuando sintió el agarre de la pelirroja en su brazo. El rubio solo le miro con aquella ira marcada en sus pupilas para luego soltarse del agarre—

—Date prisa El Cid, no quiero perderme el nacimiento de mi hijo —Los orbes rubíes de la mujer se ardieron en cólera cuando escucho aquellas palabras y vio que el otro cerraba la puerta del carro en sus narices y tomar rumbo al hospital central, donde ya se encontraba preparado el pequeño galo para dar a luz a su segundo hijo, pero aun así ansiaba tener a su amado Aeneas con el—

El gran Aeneas Skorpió se encontraba nervioso y apurando a El Cid para que aumentara la velocidad, pero al llevar a su jefe, a dos pequeños y a la joven ama de llaves que trataba de calmar a los tres rubios no servía de mucho; lo único bueno de todo eso era que de puro milagro las calles estaban libres así que podía ir a una buena velocidad. Si bien el hospital quedaba a cuarenta y cinco minutos, bien lo lograron hacer en veinte o quizá menos.

Ninguno de los presentes perdió tiempo, todos se bajaron ansiosos del automóvil, aunque quien más lo estaba era el rubio mayo que corrió rápidamente al interior del edificio para preguntar en donde se encontraba el joven Verseau. La joven enfermera le explico que ya se encontraba preparado en el quirófano, Aeneas no lo pidió, más bien le EXIGIO que le llevase, pues era el padre del bebé que el otro estaba a punto de tener. En eso que la joven le fue explicando las cosas que tenía que hacer, mientras llamaba a otros enfermeros, fueron entrando El Cid con Sheila y ambos rubiecitos, quienes preguntaban donde estaba su "mami"

—Todo estará bien pequeños —La voz reconfortante de su nana les tranquilizo un poco, pero aun así querían ver a Krest y saber cómo estaba el bebé—

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(***)

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Mientas tanto Aeneas ya se encontraba con la típica bata azul esterilizada y cuanta cosa para entrar al quirófano, el embarazo venia medio complicado pero aun así pensaba estar en todo momento con su amado Krest, pues no quería que se volviera a repetir de cuando este dio a luz al pequeño Kardia

—Todo estará bien —El menor entreabrió con mucho pesar los ojos en cuanto escucho aquella voz y sintió las tiernas caricias de su amado, en la cabeza— Aquí estaré contigo…

—G-gracias… —Nuevamente cerro los ojos pero esta vez fue al sentir una fuerte contracción, el pequeño estaba inquieto y ansioso por salir de aquel lugar para por fin conocer a sus padres y descansar en los brazos de su tan amada madre—

—Muy bien, mi nombre es Agnar Zali y yo me estaré a cargo de su parto… —El doctor rondaba por los cuarenta quizá, la poca piel que quedaba expuesta era de color canela y sus ojos eran de un intenso verde. El doctor Zali comenzó a explicarles el procesamiento de lo que tenía que hacer, además de dar unas cuantas órdenes a los demás colegas para que chequearan cada tanto los signos vitales del menor— Yo le daré la orden para que puje por diez segundos y luego tomara un descanso y así sucesivamente. —Hizo una leve pausa— Por el momento la posición del bebé se encuentra bien así que, comencemos señores

Si bien Krest era un joven de complexión delgada y muy fina, Aeneas debió admitir que también podía tener una terrible fuerza. Pues en cuanto empezó a pujar, sintió como este le apretaba de manera horrible la mano. Los quejidos, insultos y terribles apretones siguieron por varios minutos, el sudor nuevamente volvió a cubrir la faz nívea del menor mientras su rostro adquiría un tono rojizo por la fuerza que ejercía al pujar, pero por más que lo intentaba no habían buenos resultados. Había algo que no estaba bien e impedía que el bebé empezara a salir.

—Tendremos que practicarle una cesárea —Aeneas le vio confundido, ambos hombres se encontraban alejados del menor mientas este era preparado por los enfermeros para la operación. En varios casos la cesárea se practicaba ya fuera porque la madre así lo quería pero en otros se debía mucho por alguna complicación, y al ver que no había resultados de que el bebé quisiera salir, Aeneas temió lo peor—

—¿Por qué una cesárea? —El doctor le vio con un deje de preocupación al otro—

—Aeneas… —El doctor Zali le llamo con la entera confianza que se tenían, puesto que se habían hecho muy amigos después de haber sido el quien atendiera los partos del pequeño Milo y el pelirrojito de Khian— Hay algo que está impidiendo que el bebé salga, lo mejor es practicarle una cesárea y así evitarnos algún riesgo como desangramiento…

—Pero…

—Es la única opción que tenemos…—No entendía muy bien esos términos pero aun así decidió confiar en las palabras del doctor. Una vez que todo se encontraba preparado, el doctor volvió a al quirófano acompañado de un preocupado Aeneas, quien tomo con mucho cuidado la mano de su amado—

—Todo estará bien… —Murmuro con mucho cariño y depositaba un beso sobre la frente del otro, Krest solo sonrió antes de cerrar sus ojos y hundirse en la oscuridad absoluta—

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(***)

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Los minutos continuaron pasando hasta convertirse en tediosas horas donde El Cid, Sheila y los pequeños se encontraban esperando. El español lucía un preocupado y cada tanto miraba el reloj para corroborar la hora, mientras que Sheila buscaba calmar y distraer a los pequeños, aunque por las emociones del día y el aburrimiento en aquel lugar, terminaron cediendo ante los brazos de Morfeo, apoyando la cabeza en cada una de las piernas de la mayor quien velaba sus sueños, mientras que lo restante de su cuerpo descansaba en el mullido sofá.

El tiempo siguió pasando hasta hacerse insoportable y ansioso para algunos, mientas que para otros como era el caso de Helena, la esposa de Aeneas, parecía estar echando espuma por la boca. Nunca imagino que el rubio le iba a rechazar de aquella manera como lo había hecho, y peor aún, ¡enfrente de la servidumbre! El pequeño Khian solo observaba a su madre en silencio desde su corralito, a pesar de tener un año de vida aun así habían muchas cosas que el entendía o quizá presentía.

—Algún día… algún día te hare pagar muy caro lo que me has hecho… Aeneas Skorpió… — Muchos de los de ahí le podía tachar de loca enardecida por el desplante del griego, pero quizá, en un futuro, aquellas palabras terminarían haciéndose la peor realidad para el rubio—

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(***)

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Mientras tanto en la sala de espera El Cid seguía inseminado en sus pensamientos mientras miraba a la ama de llaves y nana de los pequeños, velar por el sueño de estos.

—¿Familiares y amigos del joven Krest? —Rápidamente El Cid volteo a ver a la joven enfermera que salía de la sala, la joven sonrió para darles las buenas nuevas además de que más detrás de ella venia un muy sonriente Aeneas— El joven Krest será transferido inmediatamente a una habitación para que se encuentre mas cómodo, en cuanto eso suceda me encargare de informarles en donde será, con su permiso…

—G-gracias… —El español pudo notar como la voz del otro temblaba, el temple serio de Aeneas se había ido al carajo, y ojo que eso solo sucedía en la privacidad con su amado galo o cuando se encontraba jugando con sus hijos—

—Señor, ¿se encuentra bien?—El griego negó con la cabeza para luego sonreírle amplio al otro—

—Me encuentro de maravilla…

—¿Ya es de día? —Ambos adultos voltearon a ver al pequeño rubio mayor, quien se restregaba los ojitos mientras que Milo buscaba la manera de acomodarse bien y seguir durmiendo mientras babeaba—

—¿Dónde… donde esta mami Krest? —Pregunto el menor mientras se levantaba y limpiaba la baba que escurría por su barbilla— ¿Y el bebé? ¿Ya vino la cigüeña a dejarlo?

Los demás rieron ante las ocurrencias de los pequeños y antes de que alguien más pudiera decir algo, la misma enfermera de hace unos momentos llego a decirles que el joven Krest y el bebé se encontraban en la habitación 109 del segundo piso. Apenas dicho y los pequeños saltaron de donde se encontraban para insistirle a su padre a que les llevara a ver a su mami. Tal insistencia provoco que el mayor cediera y les llevase, todos estaban emocionados pero por sobre todo el padre y los menores que no cabían de felicidad por verle.

Mientras tanto Krest se encontraba acostado en la cama, su respiración era tranquila y agradecía que parte de la anestesia aun tuviera efecto en él. El pequeño bebé que sostenía en sus brazos se había empezado a remover un poco, el francés sonrió al ver aquel pequeño de piel ligeramente rosada, fruncir los labios y cerrar las manitas.

—Bienvenido al mundo, mi hermoso Dégel Verseau… Skorpió —El pequeño infante acomodo la cabeza sobre el pecho del pelirrojo, quien le mecía un poco y tarareaba una canción de cuna

—¿Dónde está el bebé? —El joven dejo de tararea aquella canción en cuanto escucho la puerta abrirse y escuchar la vocecita de Milo, quien miraba con curiosidad la habitación del galo—

—Apártate que también quiero ver —Chillo el mayor de los hermanos mientras empujaba al otro— Niños, dejen de pelearse indeseados

—¡Pero el empezó! —Chillaron ambos al mismo tiempo que se señalaban—

—Pero aun así deben aprender a que…

—Aeneas… —La dulce voz mancillo al griego, que no perdió tiempo y fue al encuentro de su amado, sentándose con mucho cuidado sobre el borde de la cama y así destapar apenas un poco para observar de nueva cuenta el rostro de su amado hijo—

—Es hermoso… —El pequeñito se removió mas al escuchar la voz del rubio, sonaba un tanto diferente a cuando estaba dentro de su madre pero sabía que era el, sabía que era su padre—

—¿Eh? ¿Ese es el bebé? —El menor de los rubios fue acortando la distancia hasta acercarse para ver más de cerca al pequeño, mientras que Kardia no había movido ni un solo musculo. El mayor de los hermanos se sentía ansioso y a la vez muy extraño— Mira Kardia, ¡el bebé es muy pequeño!

—Ven Kardia, ven a ver a tu… —Negó y volvió a llamarle para que se acercara, por un momento estuvo a punto de decirle que el pequeño Degel era su hermano y aunque eso era algo que deseaba hacer, sabía que aún no era tiempo para revelar tales cosas—

—Uh… es… está bien —Sus pasos eran inseguros mientras buscaba una respuesta para aquella extraña sensación que sentía. Mas toda duda y misterio desapareció en cuanto vio a aquel pequeño bebé, su mano se movió de forma inconsciente hasta tocar la pequeña manita del bebé, quien pareció reaccionar ante aquel toque—

—Uh… que extraño —Murmuro Krest, Kardia inmediatamente aparto la mano, creyendo que había hecho algo malo—

—¿Qué sucede? —El recién nacido entonces comenzó a removerse más entre las mantitas celestes, dejando entrever algunos mechoncitos de cabello—

—¿Acaso hice algo malo? —Pregunto de manera inocente, Krest negó y volvió a pedirle que tomara la mano del pequeño Dégel, fue ahí cuando el menor volvió a removerse más. Su pequeña manito entonces atrapo el dedo índice derecho del otro y sus hermosos ojitos se abrieron, para dejar ver aquel par de gemas violetas que tenía por ojos. Los tiernos soniditos extraños no se hicieron esperar—

—No pequeño, no has hecho nada malo —El menor solo le vio confuso y sin entender, hasta que sintió aquel pequeño agarre en su dedo y vio asombrado aquel par de ojitos violetas que le miraban con curiosidad—

El Cid y Sheila sonrieron al ver aquel cuadro tan adorable que formaban y decidieron dejarles a solas. Tanto Milo como Kardia admiraban al pequeño Dégel, sobre todo este último que no podía quitarle la mirada de encima y al parecer el pequeño infante tampoco podía. Lamentablemente una enfermera tuvo que llegar a interrumpir, diciendo que tenían que hacerle unos cuantos exámenes al recién nacido pero que luego lo traerían de nuevo.

Kardia y Milo se fueron a sentar a un sofá para luego quedarse dormidos, el día había estado lleno de muchas emociones y sorpresas; Aeneas les vio dormir y sonrió al ver a sus hijos a los cuales arropo con el saco de su traje.

—Lo hiciste muy bien… —Su voz apenas como un murmullo atrajo la atención de Krest, quien a pesar de cansado quería permanecer despierto junto al otro— Es un bebé muy hermoso

—Y es nuestro…

—Claro que si —Hizo una leve pausa— Te amo…

—Yo también te amo —Ambos acortaron la distancia para fundirse en un corto beso, uno que no pasó desapercibido para dos pares de ojitos que miraban aquello con gran emoción, si bien no habían escuchado la plática de los mayores, bien sabían lo que un beso significaba. Con aquella emoción del día volvieron a quedarse dormidos, esperando que las cosas mejoraran entre su padre y a quien ellos llamaban su "mami"—

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(***)

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A los tres días Krest fue dado de alta con su bebé, Aeneas como siempre había pedido a todos las mucamas que preparan bien la habitación de su invitado, además de que había mandado a El Cid con Sheila para comprar las cosas necesarias para el bebé. Desde una hermosa cuna con bellos detalles, hasta ropita, biberones, pañales, todo lo esencial que un bebé podría necesitar. Todo el mundo se encontraba más que emocionado, a excepción de Helena que prefería mantenerse encerrada en su habitación o salir con sus amigas y gastar el dinero que se le viniera en gana, aunque lo que ella no sabía y tarde se vino a dar cuenta, era de que Aeneas le había cerrado su cuenta, ósea no tendría dinero para gastar.

—¿Estás seguro de esto? —El mayor volteo a ver al pequeño francés mientras se mecía en la mecedora con su bebé en brazos— Es decir… ya ha pasado mucho tiempo y…

—Sabes que ese tipo no regresara dentro de otros meses, tú mismo lo escuchaste cuando te llamo por teléfono —El menor le vio con preocupación pues a pesar de que eso era verdad aun así no podía evitar sentir algo de temor al permanecer tanto tiempo fuera de Francia—

—Krest, déjame disfrutar por un poco más de tiempo tu compañía y la de mi hijo —El claro de su mirada se llenó de tristeza, el menor solo vio como el otro se postraba sobre sus rodillas y tomaba una de sus manos para besarla con delicadeza— Lo que más deseo es disfrutar todo lo que pueda de ti y de mi pequeño hijo

—Pero… tú esposa…

—Ella puede ser mi "esposa" pero tú eres a la persona a la que amo, tu eres con quien he tenido dos hermosos hijos —En momentos como esos era que no entendía porque se había casado con aquella mujer, y luego recordaba que era para mantener las apariencias. Pues cuando su fama comenzó a hacerse notar más en el mundo de los negocios, era importante mantener una buena imagen de sí mismo y ser padre soltero de tres hijos no se miraba bien, al menos no en ese país—

Desde entonces las cosas continuaron de manera "normal entre todos ellos, al menos hasta el día en el que Krest tuvo que regresar a Francia con el pequeño Dégel de apenas dos meses. Ni Aeneas y los pequeños querían que se fuera, pero los mayores sabían que así debían de hacer además de que se habían prometido estar siempre en contacto y volverse a ver. Cuando hubo regresado a Francia las cosas continuaban normales en la enorme mansión Wyvern, a diferencia de que esta se encontraba muy limpia y con la servidumbre de nuevo, quizá porque el rubio británico no tardaría en regresar.

Y así fue a los días Ryan Wyvern término regresando, aunque este término ignorando que ya había nacido la "cría" del francés, pero así estaba bien. Ambos preferían ignorarse en casa y mantener una imagen de "familia feliz" cuando estaban fuera, además de que todos habían celebrado el nacimiento del pequeño Dégel, quien mantenía rasgos de la familia Verseau así como de la familia Skorpió, pero aquello era algo que preferían culpar a la genética para mantener una pantalla. Fuera de eso les era indiferente el otro.

Cada que Ryan se iba de casa por largos periodos Aeneas y Krest podían, ambos junto con los pequeños, se iban a aquella casa que el griego había comprado. Ese lugar apartado de los demás y fuera del conocimiento de ambas familias, ese lugar en el que podían disfrutar y ser una familia feliz, aunque los pequeños, ignorasen aquel hecho de que en verdad lo era.

—Oye Dégel, ¡ven aquí! —Chillo un enojado rubiecito, el menor de apenas un año volteo a verle con el ceño fruncido—

—No quiedo —Kardia dio un hondo suspiro mientras frotaba el puente de su nariz—

—Vamos ya te dije que lo siento, ¿Qué más quieres? —El pequeño le vio con aquellos enormes e inocentes ojos violeta mientras pensaba en algo—

—Dulce, quiedo dulce

—¿Acaso no pudiste pedirme algo más sencillo? —El menor le vio sin entender— Olvídalo, quédate aquí e iré por tus dulces, ¿ok?

Cosas como esas eran las que se repetían dia a dia cada que se encontraban y la felicidad aumento cuando la cigüeña volvió a darles la enorme noticia de que habría un nuevo miembro en la familia Verseau, pero el único inconforme ahí era Ryan. Desde el día de su boda y hasta la fecha, el británico no había puesto ni un dedo sobre el francés y cada que se iba por largos periodos, al regresar recibía la "hermosa" noticia de que este se encontraba en espera.

—¿Cómo que estas esperando otro hijo? ¡Ni tan siquiera te he tocado! —El francés le vio con simpleza mientras miraba a su hijo jugar en su corralito—

—Ya deja de gritar que vas a asustar al pequeño

—¡Me importa un carajo! Siempre que regreso me sales con que estas embarazado, ¡ni que fuera del espíritu santo! —Pero fuera o no del espíritu santo al final a Ryan le terminaría importando poco, con tal de que el otro no dejara salir a la luz aquella relación clandestina que mantenía con el empresario griego, todo bien—

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—¡Si, ya era hora de que me dieran un hermanito! —El pequeño Milo no hacía más que saltar de la emociona al ver a Krest con su vientre abultado de seis meses, y aunque ignoraban completamente la relación que el galo mantenía con su padre, aun así estos seguían llamando mami al francés y hacían de cuentas que los hijos de este eran sus hermanitos— ¿Y ya saben cómo se llamara?

—No, aun no… ¿te gustaría ayudarnos a escoger un nombre? —Los zafiros del pequeño se abrieron más, Kardia solo miraba la escena mientras jugaba con su "hermanito"—

—¿En serio puedo? —Krest asintió— Uhm… está difícil, que tal…

—¿Adrián? —El rubio menor solo hizo un gesto— Hay ok, no era necesario que pusieras esa cara de limón agrio

—Uh… eso es porque debe de ser un nombre bonito y no Adrián!

—Entonces, ¿Cuál será? —Pregunto Aeneas mientras entraba a la sala con unas humeantes tazas de chocolate caliente sobre una bandeja—

—Que tal… ¡Camus! —Los mayores se vieron entre si—

—¿Camus? Me parece un bonito nombre, ¿no es así mi pequeño? —Cuando hubo preguntado su mano se posó sobre su vientre, el pequeño aun dentro se removió inquieto, al parecer dando el visto bueno para lo que sería el nombre—

—Jejeje, ¡si le gusto! Soy bueno con los nombres —La taza de chocolate caliente con malvaviscos quedo en el olvido sobre la mesa de caoba, mientras que el dueño de esta corría a abrazar al francés y a acariciar el vientre de este— ¡Ah! ¡Se está moviendo!

—Eso es porque está feliz del nombre que le has dado —Exclamo Aeneas—

—¿En verdad lo crees, papi? —Pregunto con inocencia mientras le miraba, el mayor solo asintió con la cabeza— ¿Tu que dices Camus? —Y como si en verdad entendiera, el pequeño empezó a moverse muy inquieto desde el interior alegrando al pequeño rubiecito mientras sentía en sus manitas esos movimientos—

Momentos como esos eran la gloria misma donde podían ser felices sin ninguna preocupación, ser una familia aunque los pequeños lo ignorasen. Disfrutarse mutuamente, amarse en cada instante para ambos mayores y ansiar el tener al nuevo integrante con ellos, era lo que les daba fuerza para seguir adelante aunque luego del nacimiento de Camus las cosas terminaron cambiando un poco. Poco a poco se les fue dificultando el verse más, para Aeneas todo fue haciéndose más difícil cuando sus empresas y nombre, iban ganando fama mientras que Krest sufría por culpa de sus padres y de su tan "querido" esposo.

Pero nada de lo que se pusiera en el camino de estos impediría que se siguieran amando, pues luego de que Camus cumpliera un año, las buenas noticias de un nuevo miembro en la familia, no se hicieron esperar, con ellas vino el nacimiento de Arizt y luego, dos anos después vino el nacimiento del pequeño Jean. Cuatro hijo y todos por causa del "espíritu santo" según Ryan, que seguía sin siquiera tocar territorio francés, pero mejor así.

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(***)

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Fin del Flashback

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