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Esclavo de Tu Amor por Arizt Knith

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Notas del capitulo:

Comentarios de la Autora: Bueno, hola a todos… e.e Aquí os vengo a dejarles otro capítulo de este fic, espero que les esté gustando~ Jejeje, quizás en el siguiente capítulo haya cosa buena, ya saben, lo sabrosongo lol Bueno, ya no los entretengo y les dejo que lean.

P.D.: Gracias por los reviews!!

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Esclavo de Tu Amor

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Capítulo 8: Memories

Part I

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Mientras tanto en el despacho de Aeneas

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El rubio se encontraba como león enjaulado en su oficina y caminaba en círculos. El pobre no había parado de pensar en qué hacer para encontrar a sus hijos, además, aquello solo había sido otra traba para su situación, ya estaba cansado de toda esa farsa que él y Krest habían mantenido por todos esos años. Ambos eran adultos, ya habían pasado por muchísimas cosas. Inclusive él se encontraba en una mejor situación que antes y ya no temía a la familia Verseau, ni tan siquiera a esa bola de ingleses frígidos de la familia Wyvern.

Su cabeza dolía y amenazaba con explotarle en cualquier momento, ¿acaso no podía ser feliz y tener al menos algo de paz? Al parecer no, porque los dioses se empeñaban con joderle la vida de una u otra forma.

Con suma delicadeza tomo el pequeño cuadro que descansaba sobre su escritorio. El marco era de plata, era fino y con bellos detalles pero lo más hermoso era la persona que aparecía en la foto. Aquella era una de las tantas fotos que tenia de Krest y sus amados hijos. No pudo evitar sonreír, fue en una de sus escapadas a Francia cuando se tomó esa foto.

Era Krest, su hermoso amante de piel nívea, ojos aguamarina, y de cabellos castaños rojizos aparecía junto con sus pequeños en el jardín de la casa, bajo la sombra de un frondoso árbol y con algunos arbustos de rosas en los alrededores. En ese entonces Degel apenas tenía siete años, Camus tenía cinco y Arizt apenas tenía cuatro añitos. Para ese viaje se había encargado de llevarles muchísimas cosas a sus pequeños y se había pasado toda una semana llevándolos a distintos lugares y demostrándole todo su amor a su bello Krest, quien siempre adoraba esas escapadas con su amante.

A veces se iban por horas, en otras, aprovechaban los días en que Ryan se iba del país para escaparse ellos con los pequeños e irse a la casa de campo que el rubio tenia. Aquel era el lugar preferido de ambos, los pequeños podían jugar sin ningún problema y ambos amantes eran libres de demostrar su amor en todo momento. A veces lo hacían por medio de abrazos, miradas, pequeños besos que transmitían grandes sentimientos o sino, esperaban a que el astro rey se ocultase y que los pequeños durmieran para que ellos dos se dieran a la entrega mutua, donde sus cuerpos, corazones y almas se fundían en uno solo.

Suficiente… -Nuevamente dejo el cuadro junto a los demás, el tacón de su zapato hizo un ruido sordo al girarse y caminar hacia su escrito y hacer unas cuantas llamadas. Si iba a arreglar todo eso, tenía que hacerlo desde la raíz y con tiempo.

Ahora él era un hombre de mucho poder y si se había abstenido todo ese tiempo, era porque Krest se lo había pedido, todo para no iniciar un enorme conflicto con su familia y la de su "esposo." Lo que Krest más temía era que la familia Verseau y Wyvern, fueran en contra de sus hijos y Aeneas, pero también temía por los otros hijos de este. Sabia de la existencia de ellos, los conocía por fotos y raras veces había tenido el privilegio de verles en persona.

Pero es obvio que muchos se preguntaran, ¿Cómo es que todo esto se inició? Pues la historia se remonta unos treinta años atrás.

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Hace 30 años

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Lo que muy pocas personas sabían, y cuando digo pocas me refiero solo a El Cid, Sheila y Calvera, una bella mujer que le había ayudado incontables veces y que de no ser por ella, ahora estaría en otro lugar o muerto quizás. El suceso más importante que marco la vida de Aeneas, fue cuando él se encontraba trabajando en una pequeña empresa petrolera y para ser pequeña, tenía muy buenas ganancias. El tan solo era un jovencito de dieciocho años que con suerte había llegado a ese país del cual todos hablaban por tener muy buena prosperidad.

El solo era un joven inmigrante y con deseos de salir adelante y olvidarse de su oscuro pasado. Sabía que al estar solo en ese país las cosas serían de por sí muy difíciles, pero algo que caracterizaba al rubio era que jamás se daba por vencido y siempre salía avante. El joven rubio tan solo se había llevado consigo una mochila con sus pocas pertenencias y el poco dinero que había reunido con los trabajitos que hacía en su tierra madre.

Al llegar a Abbad Sindria le había tocado hacer de todo. Desde limpiar los carros de aquellos magnates orgullosos, hasta ser el simple criado de estos. Muchas veces tuvo que morderse la lengua en no decir nada, cada que su jefe lo trataba como la mismísima mierda. Él era muy impulsivo, demasiado, casi siempre se iba a los golpes en vez de quedarse callado o pensar. Pero al ver su situación día a día, lo mejor que podía hacer era tragarse todo ese veneno y sonreírles de forma hipócrita a esos cerdos que se regodeaban en dinero.

Cerdos… –Mascullo entre dientes al ver a su jefe bebiendo de lo lindo con otros empresarios. Su nuevo trabajo consistía ser un mozo, un puto mozo que debía usar un puto traje incómodo con una puta corbata que le cortaba la respiración. Camisa manga larga blanca y de cuello, corbatín negro, pantalones bien planchados y zapatos bien lustrados del mismo color; además de que tenía que usar guantes blancos. ¿Es que acaso no se daban cuenta de que con eso solo le hacía sentir más calor?

Nuevamente volvió a bufar molesto. Ya se había cansado de estar parado y con bandeja en mano, llena de a saber cuántas copas vacías, llenas y a medio llenar por los borrachos que solo se las dejaban ahí.

–¿Te encuentras bien? –El rubio dio un respingo al escuchar a alguien a sus espaldas, casi haciéndole perder el equilibrio y tirar la bandeja con las bebidas -Disculpa… yo, no quise asustarte

–No… yo, fue mi culpa –Siguió disculpándose, sin siquiera reparar en la joven que solo le sonreía amenamente.

–Vamos, no tienes por qué disculparte en si fue culpa mía por no haberme fijado –La mirada amatista de la joven llevo a que el rubio se calmase.

La joven que tenía frente de si, sin duda era una muy hermosa. Era de piel blanca, cabello negro y muy largo. La joven, quizás de su edad o al menos unos dos o tres años mayor que él, llevaba un vestido algo sencillo pero hermoso. Era de un tono lila, con varias piedrecillas y revuelos en la falda poco pomposa, además de tener los hombros un tanto descubiertos. Aquella joven, a pesar de vestir de forma sencilla aun así lograba destacar entre las demás esposas o parejas del momento de los demás empresarios, pues la de cabellos ébanos tenía un cuerpo bien proporcionado, lo cual se podía notar a leguas.

–Calvera… –La joven de cabellera negra volteo a ver al nuevo invitado que se les había unido. La respiración del rubio se cortó cuando vio a aquel jovencito de apariencia angelical.

Aunque para ser exactos ambos jóvenes habían quedado prendados a primera vista del otro, Calvera solo sonrió al ver a su amigo y a aquel joven mozo con un tenue sonrojo en sus mejillas. El recién llegado era uno de los jóvenes más distinguidos de Francia, al ser el único hijo de Angelie y Alexis Verseau; una de las familias más poderosas de toda Francia, por así decirlo.

Krest Verseau, un joven de apenas dieciséis años. Algunos lo apodaban como descendiente del mismo Ganimedes, por ser poseedor de una gran belleza a tan temprana edad. Cabellos cortos y de un castaño rojizo, ojos a tonalidad como el mismísimo aguamarina, piel blanca y tersa, más que la mismísima seda, además de tener mejores curvas que la de una mujer. Su rostro aún tenía algunos rasgos infantiles, pero eso no le hacía menos atractivo al contrario, aquello solo sumaba muchísimos puntos en el menor.

–Uhmm… ¿una bebida? –Ofreció el rubio de hebras doradas, sintiéndose algo estúpido al alzar la bandeja con bebidas hacia el menor quien retrocedió un poco. –Uh, lo siento…

–Krest, no deberías ser maleducado con el joven aquí –Musito Calvera, quien no se abstuvo en tomar una copa de champagne. Krest solo volteo a ver de reojo al rubio, no es que quisiera ser un maleducado, pero la mirada de aquel rubio le ponía muy nervioso.

–Yo… lo siento, no ha sido mi intensión –A continuación se atrevió a ver fijo al otro y a tomar una de las bebidas que el rubio tenía sobre la charola.

De ser posible Aeneas se hubiera quedado todo el tiempo del mundo para observar a aquel chico de mirada aguamarina, pero bien sabía que si su patrón llegaba a darse cuenta terminaría perdiendo su empleo y en esos momentos le urgía en demasía el dinero, por lo que se despidió con una leve reverencia, no sin antes ver por última vez a un sonrojado Krest.

La velada continua normal, Aeneas siguió sirviendo bebidas y algunos aperitivos a los invitados de su jefe, quien parecía feliz pues estaba haciendo un buen negocio con quien parecía ser el esposo de la señorita Calvera. La joven de mirada amatista no había logrado despegar la mirada de su amigo. En todo ese rato Krest no había dejado de observar a aquel joven mozo y cada vez que el rubio volteaba a verle, este evadía la mirada y se dedicaba a ver otra cosa o persona, haciendo de cuenta que era lo más interesante por ver.

Pero ninguno de ellos lograba engañar a Calvera, quien no le había dejado de observar en todo ese rato. La peli negra se sentía feliz y a la vez sorprendida, esta era la primera vez que su amigo mostraba gran interés por otra persona y mejor aún, por alguien que no era de la misma "categoría"

Odiaba eso, pero si las cosas eran como ella creía sabía que el destino de aquellos dos no sería un jardín de rosas; conocía a los padres de Krest, eran personas serias, frías y muy recatadas. Eran personas que por nada del mundo se acercarían a siquiera hablar con una persona de clase media mucho menos con alguien pobre. Y esas mismas cosas eras las que le habían estado inculcando a su hijo.

–¿Qué tanto ves, mi querido Krest? –El menor sintió como su rostro se ruborizaba, ¿acaso Calvera se había dado cuenta?

–N-nada… –Rogaba a los dioses porque así fuera, porque la otra no le hubiese atrapado en su travesura.

–Acaso… ¿acaso has estado observando a cierto mozo rubio? –¿Tan obvio era? Se preguntó a sí mismo. Calvera sonrió discreta y se juntó más al joven para susurrarle –Tranquilo, eso no tiene nada de malo…

–Sabes cómo son mis padres –Ella hizo un mohín y el, el volvió a buscar con la mirada a aquel rubio. Aeneas se encontraba entre unos empresarios, sirviéndoles varias bebidas y al parecer también le hacía de bufón por los comentarios hirientes que hacia su "jefe", cosa que hizo enojar aún más al de orbes aguamarina. – No es justo

–¿A qué te refieres? –Claro que sabía a lo que se refería, pero aun así quería escucharlo de la propia boca del menor.

–Me refiero a que no es justo que le traten así… eso, eso no es justo –Calvera no hizo más que sonreír, se alegraba de que su amigo se mantuviera así y que sus padres jamás le cambiaran la mentalidad que tiene. La mayoría de los ricos de ese país, mantenía muchísimos empleados y casi siempre les trataban mal de una u otra forma.

–Descuida, eso cambiara –Krest le vio con ligera confusión a lo que la peli negra le sonrió nuevamente y se encamino a hablar con su esposo; dejando a un pequeño francesito que no despegaba la mirada del griego.

Mientras tanto Aeneas se encontraba yendo de un lado a otro con la bandeja llena de bebidas o sino aperitivos, ya se estaba cansando. Sus pies dolían, los estúpidos zapatos le lastimaban además de que ya le dolía la cara por tanto sonreír. Pero al menos había algo que le daba más fuerza, y era aquella hermosa mirada aguamarina de ese pelirrojito. Desde hacía rato que había notado como, Krest, le miraba. No sabía porque pero, la mirada de aquel chico le hacía sentir, extraño.

Quizás por eso había procurado no cometer alguna torpeza enfrente de aquel bello ángel.

–"Que idiota soy" – Pensó mientras se detenía bajo el umbral de la puerta que guiaba a un sinfín de corredores. Tenía que ir por más licor para esos viejos buenos para nada, pero no pudo evitar ver de reojo al bello ángel de cabello cobrizo.

La velada transcurrió con normalidad y de a poco los comensales fueron despidiéndose de su anfitrión, los únicos que seguían ahí era la familia Verseau y la familia Iagouáros. Krest por su lado se encontraba aburrido mientras observaba a su padre hablar con el esposo de Calvera y aquel otro señor, mientras que su madre se encontraba a un lado suyo conversando con la peli negra, quien no había dejado de sonreír desde la charla que había tenido con su esposo.

Ya se sabía de memoria cuantas baldosas abarcaban el suelo, de qué color eran, cuando parecía medir. Inclusive ya había contado los tantos cuadros o adornos de toda la estancia. Debía admitir que ese tipo tenía un mal gusto para la decoración. La estancia era ni tan grande y ni tan pequeña pero aun así se había empeñado en llenarla con cuadros, adornos y tanta cosa que le mareaban.

–¿Desea algo de tomar? –Por un momento Krest creyó estar alucinando cuando escucho aquella voz, pero al voltear a verle supo que era real.

–Yo… –Ambos jóvenes se habían quedado sin habla. Krest porque sentía una gran vergüenza y Aeneas porque ya ni estaba seguro de las intenciones de la peli negra.

–Joven mozo, ¿Por qué no le muestra los jardines al joven Krest? Estoy segura de que algo de aire fresco le hará bien –

–Tranquila Angelie, que el chico solo llevara a Krest a los jardines –Aeneas pudo sentir como la mujer de hebras cobrizas le miraba con cierta altanería, era de esperarse. ¿Qué padre de alta categoría, dejaría a su pequeño cerca de un simple mozo?

La madre de Krest solo vio con desaprobación al chico y luego a su hijo, pero al ver que su pequeño retoño se encontraba un tanto pálido dio el visto bueno, quizás algo de aire fresco le haría bien para su retoño. Calvera no hacía más que sonreír al ver el sonrojo aumentar en el pobre Krest. El joven rubio hizo una leve reverencia a las damas y luego le indico al más joven para que le siguiera. Ambos se encontraban nerviosos, curioso.

–Esto… Disculpa las molestias – Aquellas palabras habían sonado más como un susurro, pero aun así Aeneas le alcanzo a escuchar.

–Descuida –Solo en la soledad de aquellos enormes pasillos, el rubio se dignó a sonreír de forma sincera, dejando embobado al jovencito de apenas dieciséis años, quien por primera vez en toda su vida, sintió como su corazón.

El resto del camino lo siguieron en silencio, Krest se dedicaba a ver cada una de las decoraciones de los oscuros pasillos de aquella mansión, nuevamente aceptando que el dueño de aquella casa tenía un pésimo gusto para decorar. Por otro lado, Aeneas iba unos cuantos pasos más adelante que el de orbes aguamarina, aquel chico era un peligro para el, podía sentirlo. Podía sentirlo con solo mirarle y con solo sentir ese suave y dulce aroma que desprendía Krest.

–"Demonios…"– Pero, ¿Qué podía esperarse? Ese era el encanto de los Verseau.

No había persona en ese mundo que se resistiera al encanto y sensualidad que estos desprendían con una sola mirada, con un gesto. Inclusive al caminar podías ver cuán elegante era su andar, sus voces eran dulce como las de los ángeles. Y la ropa, la ropa solo parecía como una segunda piel que se acentuaba muy bien a sus cuerpos.

Al cabo de unos minutos ambos pudieron respirar más tranquilos, sobre todo Aeneas, quien ya no aguantaba aquella sensación en su cuerpo. La fresca brisa de la noche meció los cabellos de ambos, Krest pudo sentir como la brisa acariciaba con cariño sus mejillas sonrojadas. Era un alivio. Pero el alivio les duro poco, ninguno de los dos sabía que más hacer o decir sobre todo el rubio, quien casi siempre estaba siendo humillado por los señoritos o cuanta gente con mucha plata; pero en todo ese rato Krest no le había visto o tratado mal, al contrario, el chico parecía uno de esos hámsters asustadizos, siempre evadiéndole la mirada.

–Es una hermosa noche –La mirada de Krest se encontraba perdida en el basto cielo nocturno. La luna brillaba esplendorosa junto a las estrellas, dándoles el mejor espectáculo de todas sus vidas en aquel bello jardín bien cuidado.

–Sí que lo es… –Concordó, o así pareció. Pero el no había prestado atención a la noche o al jardín lleno de rosas y gardenias con algunos tulipanes y girasoles. Él tenía la mirada fija en él. Su mirada zafiro era tan intensa, quemaba demasiado que hasta Krest pudo sentirle.

–Esto… ¿Qué sucede? –No sabía porque pero la mirada de aquel chico le estaba poniendo por demás nervioso, sentía como una descarga eléctrica recorría cada fibra de su cuerpo y todo por aquella mirada intensa. El griego era apuesto y eso debía aceptarlo. A sus cortos dieciocho anos, Aeneas era un chico muy apuesto. Su cabello era de un color miel que relucía mas al exponerse al sol, su piel era de un delicioso tono tostado y sus ojos eran de un intenso zafiro, pero lo que más llamaba la atención de todos era ese cuerpo bien trabajado que tenía.

–No, disculpa es solo que – Pero lejos de responderle solo acordó la distancia. Tal era la cercanía entre ambos jóvenes, que le ayudo a notar los pequeños tintes en dorado en la mirada del más bajo. Sus cuerpos se rozaban un tanto, la fragancia de Krest golpeaba fuertemente contra él, avivando a grandes zancadas las hormonas alborotadas del joven griego que a pesar de ser codiciado por muchos aun así el no había tenido ninguna experiencia sexual y aquello le aterraba. Le aterraba que un chico como Krest alterara en demasía. Por otro lado, Krest era un manojo de nervios. El pobre chico tenía la cara completamente colorada.

"Lindo" –Fue el pensamiento que cruzo al ver aquella expresión. No sabía porque pero, tenía el presentimiento de que ese chico seria su total perdición. – Tenías esto en tu cabeza –Dijo, para luego quitarle y mostrar la pequeña hoja de abeto que había ido a parar a la cabeza del francés. En ese instante y en esa extrema cercanía no hubo más que decir.

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¿Alguna vez has escuchado de amor a primera vista?

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Tal vez muchos no creían en eso pero para el pequeño francés, aquello parecía real tan así como los cuentos de hadas que su nana solía contarle cuando era más pequeño. Los siguientes minutos ambos los pasaron platicando sobre muchas cosas, inesperadamente tenían muchas cosas en común. Krest se vio sorprendido por la madurez y buen gusto del otro. Y no era para menos, en el tiempo que Aeneas llevaba en ese país lo había estado aprovechando al máximo. Había aprendido muy bien el idioma que se manejaba ahí, además de que en cada oportunidad o tiempo libre que tenia se dedicaba a leer los tantos libros que su "jefe" parecía ir almacenando en la pequeña biblioteca.

–Me sorprendes

–¿A qué te refieres? –La mirada de Aeneas volvía a ser enigmática, quemaba, intimidaba.

Es solo que, tus gustos… Son muy buenos –Murmuro.

–¿Acaso te sorprende que alguien de mi categoría, tenga tan buenos gustos?

–No, yo, no me refería a eso –Ante el latente nerviosismo y las muecas que el mejor hacía en sus intentos de enmendar su error, Aeneas soltó una carcajada. Krest se sorprendido al escuchar aquella risa sincera, muy distinta a la que había escuchado cuando el rubio se encontraba con aquellos empresarios.

–Descuida, que no me has ofendido –

–Pero aun así, yo… -Nuevamente el rubio hizo un ademan con las manos como restándole importancia.

–Sé que no era tu intensión y de todas formas no es algo que me afecte

–Pero… aun así no es correcto –El mayor hizo un ademan para que le siguiera y tomaran asiento sobre una banca de madera que se encontraba junto a un pequeño estanque.

–Aun así no me afecta, veras, desde que vine a este país he tenido que pasar por muchas cosas – Mientras empezaba a relatar algunas cosas por las que había pasado, mantuvo la mirada en aquel manto nocturno. En todo ese rato Krest se mantuvo en silencio y atento a las cosas que el otro le relataba, la voz de Aeneas era grave, varonil así como el aroma que el griego desprendía.

–Tu… tú has pasado por mucho –La mirada de Aeneas se vio sorprendida por el toque de aquellas finas y pequeñas manos. Krest había acunado las manos del moreno con las suyas, ambos, sintiendo el choque térmico de las pieles.

–Uh, descuida, eso ya pasó además, lo que no te mata solo te hace más fuerte –Pero lejos de tranquilizarle, la mirada de Krest lucia triste, llena de preocupación.

–Aun así, espero que las cosas mejoren para ti –Aquellos luceros brillaban con inocencia y esperanza, haciendo que el corazón del rubio se acongojara por primera vez.

–Espero que así sea… –Ambos, aguamarina contra zafiro se encontraron. Ambos jóvenes estaban demasiado juntos, la atmosfera era demasiado perfecta para ellos en aquel paraje lleno de bellas flores y bajo el estrellado firmamento.

La mano derecha de Aeneas se había deslizado hasta tomar la mejilla del otro y acercar su rostro. Por otro lado Krest no sabía lo que pasaba a su alrededor, lo único que si sabía era que no podía dejar de ver aquellos zafiros. Los cadejos de mechones rubios se mesclaron con aquellos de castaño rojizo, así como ambos pares de labios vírgenes. Esa fue la primera vez que ambos supieron lo bien que se sentía besar, para Aeneas, los labios de Krest eran más que perfectos. Eran suaves, demasiado suaves y finos. Ahora sí y más confiado de que el chico no le había rechazado, su otra mano acuno la otra mejilla y el contacto se hizo más íntimo.

Curiosamente Krest fue correspondiendo de a poco al beso y apoyo las manos sobre el pecho del rubio, quien se vio más incentivado a seguir. Su lengua fue delineando los labios ajenos, y uno de sus brazos se coló hasta rodear la pequeña cintura del más joven, quien dio un pequeño respingo, solo así, reaccionando de lo que estaban haciendo.

–E-etto… –Los rostros de ambos se encontraban colorados, ninguno de ellos sabía que excusa dar para lo que había pasado.

–Creo que es hora de que te lleve de regreso al salón –Murmuro el rubio mientras se levantaba y sin ver al más joven, quien solo asintió avergonzado y siguió al otro.

En todo el regreso ninguno de los dos dijo nada, ni tan siquiera se vieron por qué cada que sus miradas se encontraban sus corazones volvían a latir locos y rememoraban aquel beso corto. Afortunadamente ambos llegaron llegar a tiempo, los padres de Krest se estaban despidiendo de Calvera y su esposo, así como de aquel viejo gordinflón que era su jefe.

–Ten… ten una feliz noche –Krest solo le vio sorprendido y le dedico una amplia sonrisa, la más hermosa de todas a parecer de Aeneas quien le vio partir; dejándole con una extraña pero cálida sensación en su corazón. –Jeh, que extraño…

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Acabada la reunión con esos empresarios, Aeneas fue llamado al despacho por su jefe que según tenían que hablar de algo de suma "importancia" por un momento temió haber hecho algo malo. Quizás se habían dado cuenta del laxante que le había echado en la bebida de aquel viejo idiota que le había tocado el culo en más de una ocasión. Suspiro nervioso, tan solo esperaba que su jefe no se haya dado cuenta de eso. No es que el fuera malo, ¡pero en serio que ese viejo ya le había fastidiado demasiado!

–Ni modo, a mal tiempo buena cara – Susurro frente al despacho de su jefe con el corazón latiéndole a mil, si le iban a regañar pues que lo hicieran rápido.

Pero bueno ese era el tratando de engañarse a sí mismo mientras se daba los ánimos necesarios para abrir la puerta. Su mirada azulina se encontraba fija en el pomo, no quería perder su empleo, era el único que le había durado tanto además de que la paga era muy buena.

–Ni modo –Después de cinco largos segundos de haber estado en una batalla mental, decidió abrir la puerta que cambiaría su destino.

La mirada del griego denotaba sorpresa al encontrarse a la peli negra de hace rato. Calvera solo le sonrió amablemente desde su asiento junto a su esposo, que igual le sonrió. Le pareció demasiado extraño pero aun así decidió hacer caso omiso y dejar que su jefe hablara.

–Bien Aeneas, me alegra que hayas llegado a tiempo –Por alguna extraña y perturbadora razón, el tipo lucia emocionado. Por un mísero Aeneas sintió algo de miedo, aquel tipo le aterraba –Bueno, los señores Iagouáros aquí presentes me han dicho en lo interesados que están en ti

–"Así que de eso se trataba" –Pensó. Ahora ya sabía a qué se debía la presencia de esas otras personas y de que su jefe se mostrase así de amable con él.

Los siguientes minutos parecieron ser eternos, el señor Iakolos no dejaba de hablar acerca de la buena acción que la familia Iagouáros había tenido para con él al haberle comprado. Claro, lo había olvidado. Los don nadie de ese país así eran tratados, cualquiera con suficiente dinero podía comprarles a cualquier precio. Al principio le había molestado demasiado por ser tratado como un simple objeto, pero con el tiempo y con los distintos trabajos y jefes que había estado teniendo, entiendo que así era como se realizaban las cosas ahí.

–Entiendo y me siento honrado –Su voz sonaba monótona y si hizo una leve reverencia ante los presentes era por simple costumbre.

–Jajaja, me alegra que lo entiendas. Ven, él es un chico muy inteligente –Claro que lo era, había aprendido mucho en ese tiempo y lo que más le importaba era tener un trabajo, comida y un lugar donde dormir, ah, y que la paga fuera buena aunque eso significara caer rendido cada noche por los trabajos forzados.

–Bien es hora de irnos –El ahora ex-jefe de Aeneas se levantó de su asiento para darle la mano y despedirse de sus "compradores" jamás había imaginado que podía sacar provecho de aquel chiquillo, pero se alegraba de que por fin había podido deshacerse de él y como bono extra había recibido dinero a cambio.

–Oh, fue un placer haber hecho negocios con usted –Aeneas hizo una mueca de desagrado y espero a sus compradores a que salieran de la estancia.

–Ve por tus pertenencias –Dijo ella una vez fuera del despacho –Te estaremos esperando enfrente de la casa, no tardes mucho.

El rubio solo se quedó tiempo aun tratando de digerir lo que estaba pasando, si situación actual, su cambio de trabajo, de dueños, de todo. No había nada que hacer, lo único que esperaba era que sus nuevos jefes no fueran de la cagada y que la paga fuera buena. A paso tranquilo se fue a su habitación, recogiendo apenas lo poco que tenía y metiéndolas a una mochila medio gastada que tenía. En cierto modo se sentía feliz de irse de ahí, al menos así ya no tendría que aguantar las borracheras de aquel viejo infeliz. Con una nueva mentalidad reviso por última vez de que nada le hiciera falta y se encamino a la salida, viendo por última vez aquella pequeña habitación y cerrando la puerta tras de sí.

Mientras caminaba por los pasillos que dirigían hacia la puerta principal, tuvo la extraña sensación de que las cosas mejorarían en aquel lugar, con esas personas. Tal vez era por la poca esperanza que albergaba o quizás por las palabras del bello ángel que había conocido hoy.

–"Krest" –No lo sabía, pero fuera lo que fuera esperaba que saliese bien.

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No sabía porque pero se sentía extraño por la gran amabilidad de sus nuevos jefes, era extraño, por sobre todo la señorita Calvera quien en todo el camino a la casa se dedicó a preguntarle algunas cosas pero sin llegar a incomodarle mientras que el esposo de esta apenas y le había preguntado alguna cosa, pero mejor para él, ese había sido un día muy largo y tedioso. Pero entonces un par de gemas aguamarina llegaron a su mente, no pudo evitar sonreír embelesado al recordar a Krest. Calvera quien observaba de reojo al rubio tuvo una vaga idea del porqué de aquella sonrisa.

–¿Qué estas tramando? –Pregunto su esposo en un susurro, quien ya conocía esas sonrisas y miradas de su esposa.

–Nada malo, querido mío –Respondió ella de igual forma.

–No sé por qué pero, cada que dices eso es cuando tramas alguna travesura –Calvera no dijo más y se dedicó a observar del paisaje y cada tanto volteaba a ver de reojo al rubio, quien ya venía cabeceando por el sueño.

Ni tan siquiera se dio cuenta en qué momento se había quedado dormido, pero por lo que había echo en todo el día, la brisa nocturna dando contra su rostro y moviendo sus cadejos de rubios lo llevaron al mundo de los sueños. Ni tan siquiera se dio cuenta en el momento que el auto se había detenido a la enorme casona de la familia Iagouáros, de no ser por Calvera, quien le despertó de manera amable él hubiera seguido en el mundo de Morfeo.

–Ven –Era extraño para la tanta amabilidad, nunca antes la había recibido desde que había llegado a ese país, al menos no de personas de alta categoría.

Se sorprendido al encontrar a varios empleados de distintas nacionalidades, todos esperando en la entrada a los dueños de la casona para recibirles. Más de uno se le quedo viendo sorprendido, era de esperarse, más al verse más joven que todos los de ahí. Después de una corta presentación la mismísima peli negra se encargó de hacerle un corto recorrido al rubio, al menos para ir a ensenarle en donde quedaban las habitaciones de los empleados y la suya en concreto. El menor miraba atento y memorizaba cada pasillo mientras cargaba consigo su mochila con las pocas pertenencias y ahorros que tenía.

–Esta será tu habitación –Declaro la peli negra mientras abría la puerta, sorprendiendo así al rubio quien no cabía del asombro.

–¿Es en serio? –Su nueva habitación era mucho más grande que la anterior. Las paredes estaban pintadas en un color crema, el piso era de madera y una parte de él se encontraba cubierto por una alfombra negra. Tenía una amplia cama y con una mesita de noche a cada lado, también había un ropero, un escritorio, dos estantes con algunos libros y un pequeño baño. –Wow, esto es mejor que el lugar que me había dado aquel viejo

–Me alegro que estés satisfecho –La mirada de Calvera seguía siendo la misma, era cálida, era tierna. –Bien, te dejo para que descanses. Mañana tendrás el día libre, pues aún hay algunas cosas que deben estar en claro, descansa

–Señorita Calvera –La joven se detuvo apenas unos pasos de salir de la habitación. No lo quería aceptar, no quería precipitarse pero tampoco podía ser descortés por la amabilidad de la otra –Gracias, yo… gracias por todo

–No tienes de que agradecer, Aeneas –El menor no dijo nada más, tan solo hizo una leve reverencia, haciendo sonreír a Calvera por la formalidad del otro y minutos después dejarle en la soledad de su habitación.

Una vez solo dejo sus pertenencias aun lado de la cama y se echó a esta, sonrió al sentir la suavidad del colchón. El día había sido demasiado pesado, quizás más que los anteriores y sin olvidar toda la gama de sensaciones por la que había pasado. Nuevamente la escena del beso llego a su mente, haciéndole sonrojar y preguntarse mil veces, ¿Por qué lo había echo?

–Geeez… -Con su brazo izquierdo cubrió sus ojos y el otro lo dejo reposar sobre su abdomen, no quería pensar en eso, pero era difícil, más cuando aquel suave tacto seguía latente. Se pasó un buen tiempo pensando en porque lo había hecho y justamente porque con ese chico, al final, termino cayendo presa del cansancio y termino soñando con el que sería el dueño de su vida y destino.

   
Notas finales:

Gracias a todas esas personitas que estan siguiendo este fic y que de paso se toman la molestia de dejar un review, creanme que eso lo aprecio con todo mi corazon.

Se que en este cap no hay nada de nada, pero, me quise tomar la molestia de que Aeneas y Krest, tambien tengan una buena historia que contar~ Cada momento de ellos, desde los primeros encuentros, citas, todo!! Jejeje, bueno, solo quedan dos caps de estos tortolitos, pero seran largos~ Mas por los momentos de amorsh~ que son en los que mas ahem... me enfoco lol 

En fin, gracias por leer!


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