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El Refugio por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

¡Aquí está el capítulo número 7! Espero que lo disfruten como con el resto :D. Me está encantando escribir esta historia!!!!

No se habían encontrado con nadie en la ciudad, y Afrodita se empeñó en que quería arreglar una viejísima moto que habían encontrado en una de las calles.

                —Es una de las más modernas que me he encontrado nunca —le dijo a Máscara de Muerte, que le miraba con impaciencia.

                —¿Seguro que podrías arreglarla?

                —Quizás aquí no, pero con las herramientas de mi taller estoy convencido de que sí —con su taller se refería a una especie de cobertizo que había apañado en el asentamiento.

                —Como tú digas, pero no pienso ayudarte a cargarlo en el coche —le giró la cara, molesto, pero segundos después sintió los labios de Afrodita sobre los suyos y tuvo el impulso de echarle sobre el capó del vehículo, devorándole la boca como tanto le gustaba.

                —Ayúdame, por favor —le pidió Afrodita cuando se hubieron separado para respirar, susurrándole al oído con voz picaresca.

                Al final, fue Máscara de Muerte quien subió la moto, con poca ayuda del otro, sobre la parte trasera del coche, más parecida a un montacargas. Aun así, no se fueron todavía del lugar. Saga y Kanon les habían pedido que investigasen un poco más esa ciudad, ya que podría ser cierto lo que decían Aioros y Aldebarán sobre los puntos rojos del radar y tal vez hubiese gente perdida entre los edificios o en algún garaje subterráneo, protegiéndose de las deformidades, o mattes, como los llamaban ellos más a menudo.

                Horas después, ni mattes ni personas salieron a su encuentro.

                —Oye Masky —le llamó Afrodita—. Podríamos ir en busca de la moto de esos dos. Si la encontramos, seguramente nos sirva de mucha ayuda.

                —¿Y por dónde dijeron que la habían dejado? —Afrodita le señaló titubeante en una dirección.

                —Deberíamos separarnos para ello.

                —Ni hablar —gruñó el peliazul.

                —Ganaríamos mucho tiempo —le insistió, aunque ni él mismo estaba ya convencido sobre nada. Lo único que quería era echarse en la cama y dormir hasta el siguiente día, despreocupado de todo el mundo.

                —Será mejor que volvamos —le dijo, y no le costó mucho hacerle cambiar de idea.

                Regresaron al coche y se metieron dentro. Esa vez fue Máscara de Muerte quien se sentó en el asiento del conductor. Afrodita se preocupó bastante, pues él era el que mejor conducía de todos ellos, pero no tenía fuerzas ni para enfadarse con él.

                Antes de pisar el acelerador y ponerse en marcha, los gritos lejanos de una persona les llegaron a los oídos y se bajaron inmediatamente del vehículo, con la cabeza más despejada. A lo lejos, vieron una silueta recortada entre los edificios que corría hacia ellos, desesperada. A medida que se acercaba, la silueta se iba asemejando cada vez más a una persona. Más concretamente a un niño. Detrás de él, dos deformidades le perseguían disparando sin contemplaciones, pero el zigzag del niño le hacía esquivar todos los tiros.

                Sin pensarlo dos veces, corrieron hacia el niño ya con las armas preparadas y no dudaron ni un segundo en dispararlas una vez estuvieron lo suficientemente cerca, con cuidado de no darle al muchacho, que parecía enormemente aterrado. Pero ¿quién no lo hubiera estado?

                Los explosivos que lanzaron hicieron retroceder a los mattes, quienes, aturdidos, se cayeron al suelo el tiempo suficiente para que el niño pudiese escapar y reunirse con sus rescatadores. No era muy alto y tenía el pelo rojizo. Su rostro, completamente pálido por el pánico, los observaba como si acabase de descubrir a sus ángeles de la guarda.

                —¡¡Corre hacia el coche!! —Le gritó Afrodita, y él obedeció.

                Los mattes se habían vuelto a levantar del suelo y, aún atontados, caminaban hacia ellos tratando de apuntarles con sus enormes armas. Por suerte, el humo de alrededor les cegaba, y Máscara de Muerte no dejaba de disparar los explosivos hasta que se le acabaron. Entonces, sacó su pistola láser y, por la mirilla, comenzó a apuntarles, pero antes de apretar el gatillo el chico gritó, haciendo que él y Afrodita se diesen la vuelta para ver qué le pasaba.

                Vieron, con horror, que otros tres mattes habían aparecido a sus espaldas y habían destrozado el vehículo. El niño miraba en todas las direcciones sin saber qué hacer, y antes de que pudiera moverse Afrodita lo cogió por las ropas y le hizo salir corriendo de allí. Máscara de Muerte lanzó unos últimos disparos y una última granada de humo antes de seguirles.

                Se metieron por una callejuela estrecha y, dando varias vueltas por unas cuantas calles más, se escondieron en un local que en sus tiempos probablemente hubiera estado colapsado de vida.

                Apuntalaron las puertas con todo lo que encontraron a su alcance que fuera lo suficientemente pesado, temiendo que pudieran haberles seguido hasta allí. Al darse la vuelta y recorrer un poco aquel lugar, se encontraron con innumerables pasillos llenos de estantes que habían dejado caer en el suelo toda su mercancía. Jarras, botellas, todo estaba lleno de cristales, tanto grandes como pequeños.

                En una de las secciones dieron con un montón de muñecos viejos y rotos. El niño se acercó a uno de ellos: se trataba de un corderito sucio pero suave, con los ojos semi descosidos.

                —¿Qué haremos? —Preguntó Máscara de Muerte.

                —De momento esperar a que pase la tormenta —Afrodita se arrodilló junto al niño y le acarició el cabello con una sonrisa tranquilizadora—. ¿Cómo te llamas, pequeño?

                El joven tardó unos largos segundos en contestar.

                —Kiki —dijo por fin.

                —¿Te encuentras bien? ¿Tienes alguna herida? —Kiki negó con la cabeza.

                —¿Qué demonios hacías ahí fuera? —Preguntó Máscara con rabia, y Afrodita le fulminó con la mirada.

                —No le hagas caso, lo más probable es que esté más asustado que tú —le dijo con una risa.

                —Bien, ¿y qué vamos a hacer? —Su fastidio era más que notable—. ¿Coger todo lo que podamos de aquí y esperar hasta que vengan a rescatarnos?

                —Pues es una buena opción —respondió Afrodita alzando el tono.

                —¡Claro! ¡Cómo no!

                —Cállate un poco y déjame pensar.

                —Yo… —empezó a decir Kiki en voz baja mientras los otros discutían—. Se puede salir por el aparcamiento…

                —¿Cómo dices? —Preguntó Máscara de Muerte.

                —Es un supermercado, hay un aparcamiento debajo por donde podemos salir, pero no sé dónde está la puerta.

                —La buscaremos —dijo Afrodita más animado—. ¡Menos mal que aún queda gente con dos dedos de frente! —Exclamó picando a Máscara, quien no quiso contestar pero sí dejó escapar un bufido.

 

                                                                                              ***

Su amo terminó dentro de él como todos los días, pero ese le pidió que se quedase con él abrazados en la cama durante un rato más. Shun le tenía mucho asco, y mientras su señor le abrazaba en su cabeza no dejaba de imaginarse a sí mismo matándole. Estaban completamente desnudos y a la luz de unas velas. Era de noche, pero siempre parecía ser de noche en aquel lugar.

                —¿Sabes, Shun? —Le preguntó—, me encanta tenerte exclusivamente para mí —iba bajando el tono de voz a medida que iba hablando—. Eres extremadamente delicioso… pero a veces me paro a pensar en que todos los humanos acaban por envejecer, y tú no serás una excepción —hizo una pausa escalofriante, y Shun comenzó a temblar—. ¿Qué pasará cuando ya no desee tu cuerpo? Por supuesto que no podría dejarte marchar de aquí, pero tampoco querría tenerte a la vista… quizá te dejase llevando a cabo cualquier tarea en las mazmorras —mientras hablaba enredaba sus dedos en el cabello verde de su esclavo, sonriendo con malicia, pero Shun no estaba cara a cara para verle el rosto, y tampoco quería.

                Unos segundos después, la mano de su amo se fue deslizando por todo su cuerpo, empezando desde el cuello y queriendo arrancarle a Shun débiles gemidos, consiguiéndolo sin mucho esfuerzo. El joven no sentía más que odio, pero si hacía cualquier cosa que no le gustase le acabaría pegando y no le apetecía soportar más dolor.

                Sin embargo, las manos de Hades no paraban de moverse, y tampoco cuando llegaron hasta su miembro. Para sorpresa de Shun, quitó la mano de allí y fue a jugar entonces con su trasero, que aún le ardía de hacía apenas un cuarto de hora. Pero tampoco hizo nada más.

                Su amo volvió a subir la mano rozando cada milímetro de su piel y entonces le obligó a girarse para mirarle a los ojos y devorarle la boca como si hiciera años que no le besaba. Shun solo se dejó llevar.

               

Cuando hubo bajado el último de los peldaños hasta su celda, recordó cómo hacía unos días se había aventurado a ir por un pasillo oscuro y cómo se había encontrado con aquella joven extraña. Sin apenas darse cuenta, volvió a hacer el mismo recorrido, pero no sabría si le sucedería lo mismo.

                El suelo estaba resbaladizo, pero con tanta oscuridad no se veía si quiera la humedad bajo sus pies. Él simplemente continuaba caminando, como si solo le importase lo que se encontraba al fondo del pasillo. Como si solo desease volver a ver a aquella muchacha que parecía tan ausente del mundo como él. Quizá más.

                Le dio un vuelco el corazón cuando vislumbró una pequeña luz de vela en la oscuridad. Entonces, empezó a caminar más rápido para alcanzarla. Quería hablar con ella. Quería verle el rostro. Quería preguntarle adónde llevaba esa puerta.

                Pronto la silueta de la joven apareció ante sus ojos y cuando estuvo lo suficientemente cerca de ella estiró su mano y se la posó sobre el hombro, pero la chica no se giró, sino que continuaba caminando como si no sintiese nada sobre su piel. Sus ojos seguían ocultos por la capucha.

                —¡Eh! —Exclamó, pero ella no se detenía—. ¡Espera! —Su desesperación le llevó a retenerla con ambas manos, girándola bruscamente hacia él.

                Los ojos de la joven no se distinguían, pero podía apreciar la delicada piel a la luz de la vela. Con la otra mano sostenía las llaves de hierro.

                —¿Cómo te llamas? —Le preguntó, sintiéndose muy estúpido. Ni siquiera esperaba una respuesta.

                Sin saber por qué, estiró una mano titubeante y le destapó el rosto tirando de su capucha hacia atrás. Tuvo que contener una exclamación de sorpresa y admiración al mismo tiempo. Los ojos de la joven eran azules como las aguas del balneario a la luz de las estrellas y la luna imaginarias. Había ido muy pocas veces, y cuanto más miró sus ojos más tonta le parecía esa comparación, como si no hubiese nada en el mundo más hermoso que lo que estaba contemplando en ese mismo instante. Pero les faltaba algo.

                La joven se dio la vuelta, deshaciéndose del agarre de Shun, aprovechando su descuido. Siguió los pasos de la chica en la oscuridad hasta que la luz de la vela que portaba en la mano se desvaneció y se quedó tan solo como había entrado.

 

Regresó a su celda con pasos apresurados, temiendo que su amo se hubiera podido dar cuenta de su escabullimiento, pero este estaría demasiado ocupado como para prestarle más atención que la que le daba cuando estaban en sus aposentos.

                Se echó de costado sobre su cama y se arropó hasta el cuello, con la mirada perdida en la pared y la mente recordando una y otra vez los ojos de la muchacha.

                —Pero les faltaba… —susurró.

                Les faltaba brillo.

                Había sido como mirar en lo más profundo del cielo y del mar. Había sido como perderse en un mundo nuevo. Había sido como soñar despierto, pero soñar tanto que la realidad le había parecido, por unos instantes, pequeña y carente de importancia.

                Pero les faltaba el brillo. Sus ojos eran claros y resplandecientes, pero al mismo tiempo estaban tan llenos de oscuridad como la mismísima noche. Era como si no tuviesen luz propia, como si fueran los ojos fantasmales de una persona que había fallecido mucho tiempo atrás. Y ella estaba fría, fría como la roca de la pared, pero en la inmensidad de la oscuridad y el silencio, había podido escuchar claramente el latido de su corazón.

 

                                                                                              ***

Shura y Mu estaban sentados en un banco viejísimo de madera contra la fachada de una de las casas en ruinas. El segundo mantenía la cabeza apoyada sobre el hombro del otro, con los ojos fijos en el cielo negro. Le pareció ver una estrella.

                —Nos estamos retrasando demasiado —dijo Shura en voz baja.

                —Lo sé, pero no me apetece exponerme a la intemperie todavía. La gente me da valor.

                —Pero pronto nos empezarán a dar dudas.

                —Mi único deseo es llegar a El Refugio y ser feliz a tu lado —se volvió para mirarle intensamente a los ojos.

                —El mío también, lo sabes. Es por esto que no quiero quedarme más tiempo aquí. Quiero ser feliz cuanto antes.

                Mu le posó suavemente una mano en el pecho.

                —Solo un poco más. La espera merecerá la pena. Quizá consigamos ayuda de ellos, Shura. No tienen lugar en el que vivir.

                —No, Mu, piénsalo así: La Resistencia quieren regresar a Metrópolis en una especie de reconquista y salvar a sus ciudadanos mientras que los otros más bien preferirían construir una nueva ciudad con buenas personas. Y nosotros… nosotros somos dos estúpidos en busca del paraíso. No, nadie nos va a ayudar.

                Mu le miró tristemente a los ojos, sabiendo que en el fondo Shura tenía razón, pero él era de generar esperanzas e ilusiones dejando la lógica a un lado. Quería pensar que podrían convencer por lo menos a alguna persona de que el camino que ellos seguían era el camino hacia la felicidad que todos buscaban.

                Se levantó del lado del moreno dándole un suave beso en los labios y se fue dentro de la casa diciéndole que empezaba a tener frío. Minutos después, por entre la oscuridad de la calle, apareció Aioros con unas muletas de madera. Se sentó a su lado con dificultad y miró hacia el cielo como si sus ojos pudiesen ver más que el color negro y gris.

                —Hace una noche bonita —le dijo.

                —Es como todas las demás.

                —Mi mente me dice que es una noche bonita y tranquila —se encogió de hombros—. Mi cuerpo podría continuar inerte en la ciudad en vez de estar aquí sentado a tu lado, aunque sin apenas poder caminar —rio, contagiándole una pequeña sonrisa.

                —Es una suerte que os encontrasen. ¿No visteis nada más, verdad? —Aioros negó con la cabeza.

                —Caos, ruinas, desesperación, calles apestadas de melancolía y recuerdos que solo ellas poseen. Aun así, fue increíble verla con mis propios ojos: no se parecía nada a Monópolis. Los edificios eran altísimos y estaban por todas partes, y no eran de madera, sino de una gran variedad de materiales. Había vehículos extraños por todas las calles, y estas eran muy anchas y estaban pintadas —Shura le observó unos segundos con interés, tratando de imaginar todo lo que le estaba contando.

                —¿Era más grande que Monópolis? —Aioros asintió.

                —Era inmensa, tanto que nuestra vista no alcanzaba a ver más allá de los edificios, por lo que no sé exactamente cuán de grande sería. Si existió un paraíso en el pasado, estoy seguro de que era ese, o al menos lo más parecido a un paraíso.

                —Pero ahora está en ruinas.

                —Igual el paraíso que buscas también está en ruinas. Quizás algunas personas, antaño, buscaban esa ciudad refiriéndose a ella como un paraíso y se encontrasen con ruinas.

                —O tal vez la encontraron y estaba bulliciosa de vida, hasta que un día se quebró —Aioros le miró con los ojos brillantes.

                —En ese caso, espero que si algún día encontráis El Refugio, viváis mucho tiempo allí antes de que se quiebre también.

                —Lo encontraremos —asintió levemente—, pero no podemos continuar nuestro camino…

                —¿Por qué? —Creía intuir la respuesta, pero quería asegurarse de ello.

                —Por todo esto —estiró los brazos hacia cada lado abarcando el lugar y a las gentes.

                —Si te soy sincero, no quiero que os vayáis.

                —Lo sé.

                —Necesitamos gente.

                —También lo sé.

                —Pero no puedo ataros contra vuestra voluntad, solo convenceros.

                —No nos vais a convencer.

                —Puede que necesitéis ayuda para viajar por lo menos hasta la mitad del camino —se acercó más a él torpemente y le acarició una mejilla.

                —¿Lo haríais? —Le preguntó con sorpresa—. ¿Acompañarnos?

                —Después de que nos ayudéis a tomar Monópolis.

                —Ni hablar. No pienso regresar allí ni con esas. Sería volver hacia atrás, un paso innecesario y una pérdida de tiempo —apartó sus dedos de un manotazo, despidiéndose del calor que emanaba de Aioros.

                —Tal vez no lleguéis nunca si no os ayudamos.

                —Puede ser, pero no pienso arriesgarme —se levantó ágilmente y se fue dentro de la casa sin siquiera mirarle.

                Aioros se quedó allí sentado mirando al cielo y dándole vueltas a todo en su cabeza. Un rato después, cuando decidió irse a dormir lo que le permitiera el dolor, escuchó hablar a Saga y a Kanon, sentados alrededor de un fuego pequeño.

                —No han regresado… —murmuró Saga.

                —Tenemos que ir a buscarles.

                —Esperemos un poco más, quizá solo se les pinchase una rueda.

                Aioros estuvo a punto de preguntarles de quiénes hablaban, pero recordó entonces que dos de ellos, Afrodita y Máscara de Muerte, habían vuelto a la ciudad aquella mañana en busca de personas, provisiones, o cualquier cosa que les pudiese ser de utilidad.

                Entró en su habitación, por fin, dejando las muletas apoyadas contra la pared y se echó sobre su cama, arropándose hasta cubrirse la cabeza. Quiso llorar, como muchas veces, pero sus lágrimas no salían nunca de sus ojos, sino que se transformaban en miradas perdidas en la oscuridad de su mente y del mundo de su alrededor.

Notas finales:

Muchas gracias por leer. ¡¡¡Espero que os haya gustado!!!

La semana que viene subiré el siguiente. Gracias de antemano también por los posibles comentarios *guiño* *guiño*.


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