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El Refugio por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

¡Nuevo capítulo! Aquí sí que se enredan las cosas, ¡lo anterior era solo el calentamiento! jajaja. Espero que lo disfrutéis :3.

Se encontraban en las afueras de la ciudad. Miho sostenía ahora al bebé entre sus brazos y trataba de calmarle el hambre dándole de mamar. Afrodita y Máscara de Muerte observaban la escena sorprendidos. Nunca en sus vidas habían visto nada igual. Pero pronto el primero volvió a reunirse con el vehículo para echarle otro vistazo enfadado.

                —¡Esto es una mierda! —Exclamó dejándose caer sobre el capó.

                —¿No funciona? —Preguntó la otra chica con preocupación, que resultó llamarse Shunrei.

                Afrodita negó con la cabeza desesperado. No se veía ningún otro coche por los alrededores y se habían quedado justo a las afueras. Ni siquiera le funcionaba el gestor de desplazamiento que les indicaba por dónde tenían que ir.

                —Ha arreglado cosas peores —dijo Máscara sentándose en el suelo.

                —Vamos a tener que buscar otro. Lo he intentado todo pero es imposible. Creo que puedo quitarle el gestor ya programado y tal vez podría reconfigurarlo y encenderlo…

                —No entendemos un carajo —dijo Máscara tras repasar el rostro de todos.

                —Que igual puedo hacer que funcione el coso que nos lleve a casa sin el coche, pero tendríamos que ir andando o encontrar otro coche que pueda funcionar. Poner la dirección es muy difícil. Hay que buscar cómo se llamaba nuestro refugio cuando la ciudad todavía era una ciudad y no un hervidero de monstruos. Hay que hacer malabares con los ojos para visualizar lo que era antes y lo que es ahora, por eso no me gustaría perder este si puedo hacerlo funcionar…

                —La pregunta es: ¿podrás o no?

                —Dame una hora y te diré.

                Máscara se alejó de él evitando el inminente enfado de Afrodita. Se sentó de nuevo en el suelo mirando hacia el exterior de la ciudad apoyado en un trozo de metal que sobresalía de la acera. Invitó a las chicas y a Kiki a sentarse con él. Tenía muchas preguntas que hacerles.

                —¿Cómo es que estáis en esta ciudad? Si lo único que hay son mattes.

                —Vinimos de un refugio subterráneo que estaba quedando sepultado —dijo Shunrei—. Veníamos acompañados de varias personas más, pero lastimosamente no pudieron llegar tan lejos…

                —Uno de ellos era mi marido —dijo Miho ocultando las lágrimas.

                —Teníamos la esperanza de, entre todos, buscar un nuevo lugar en el que vivir y procrear para que la especie humana no se extinguiera —miró a Miho con una sonrisa tranquilizadora—. Yo también intenté quedarme embarazada pero no pude. Muchas de las chicas que venían lo estaban también. Entre nosotros había un doctor increíblemente especializado. Había viajado por muchos sitios hasta quedarse en nuestro refugio subterráneo, pero cuando salimos de allí, él quedó sepultado con las rocas.

                —Yo soy el más joven —dijo Kiki orgulloso—, bueno, sin contar con Erik.

                —Magnífica historia —dijo Máscara—, pero debo deciros que en nuestras líneas no tenemos la intención de cuidar de bebés y críos —les dedicó una mirada severa.

                —¡Pero no tenemos adónde ir! —Protestó Kiki.

                —Os sacaremos de aquí, pero no podréis quedaros con nosotros.

                —¿Sois muchos? —Preguntó Miho.

                —No los suficientes —se limitó a contestar.

 

                                                                                              ***

La constante penumbra y tranquilidad de los alrededores les amedrentaba el corazón. Todo parecía estar en una tensión permanente, como si algo fuese a estallar en cualquier momento. Y ellos lo único que querían era continuar su camino.

                —Nos buscaban a nosotros —dijo Shura sin apartar la mirada del horizonte gris.

                Sentado a su lado en un viejo banco de madera, Mu le miró con los ojos apagados, asimilando todo lo que les había pasado desde que escaparon de Monópolis, una vez más.

                —El mapa —asintió.

                —Si nos quedamos aquí, nos encontrarán y lo perderemos para siempre, así como nuestras esperanzas.

                —No podemos movernos sin causar la mínima sospecha.

                —Tenemos que escaparnos —dijo perdiendo las palabras en la penumbra como un suspiro en el aire.

                —No me lo quito de encima nunca, Shura —esta vez le obligó a mirarle a los ojos y le cogió el rostro con ambas manos—. Ellos no saben nada. Nadie sabe nada, salvo el gobernador y sus secuaces. Pero no podemos escapar pensando que no van a sospechar de nosotros. Shaka ya hizo mucho no delatando nada. Él sabe más de lo que aparenta, estoy seguro.

                —O quizá quiera aparentar más de lo que sabe —se deshizo de las manos de Mu con suavidad para volver a mirar al horizonte—. No podemos quedarnos aquí —insistió—, o todas nuestras esperanzas se verán mermadas. Tenemos que irnos cuanto antes, dejarles atrás con sus problemas, atraer a los guardias hacia nosotros y no hacia ellos. Saben quién eres —sentenció con tristeza.

                Shura se levantó e hizo ademán de marcharse, pero Mu se levantó justo a tiempo para agarrarle del brazo y mirarle a los ojos con el brillo del que carecía el cielo. Sin más, le besó apasionadamente y el moreno le correspondió tras recuperarse de la sorpresa. Entonces, Shura, se separó de él y deshizo el contacto de los ojos, pero Mu continuaba mirándole con la mente llena de preocupación y dudas.

                —¿Me sigues queriendo? —Le preguntó.

                Shura volteó la cabeza para no sentir su mirada clavada en él y comenzó a andar hacia el interior de la casa donde estaba el resto de La Resistencia. Mu se quedó allí, los ojos hacia el horizonte y el corazón a punto de derrumbarse. Las manos le temblaban, pero las lágrimas se contuvieron en sus ojos al borde del llanto. Volvió a sentarse y aguardó sin saber qué quería esperar.

 

                                                                                              ***

Aioria abrió la puerta de la habitación que le habían dejado a Shaka y se sentó en el borde de la cama, mirando con tranquilidad la figura del rubio que estaba embaucada en un escritorio, escribiendo en una libreta pequeña.

                —Si quieres decirme algo —dijo Shaka tras un rato—, dilo ya.

                —¿Puedo preguntarte qué haces? —Se levantó y se fue a apoyar en el respaldo de la silla donde estaba sentado.

                Shaka estaba dibujando una especie de mapa ignorando las cuadrículas de las hojas la mayor parte del tiempo y utilizándolas a veces para ayudarse a plasmar montañas.

                —Un mapa de nuestro escondite. Aquí está Monópolis —señaló con el dedo—. Y todo esto está borroso y muy lejos, que sería donde estamos nosotros ahora. No tengo manera ninguna de encontrar una referencia para saber más o menos por dónde nos dirigió el túnel, pero he estado escudriñando un poco en la distancia y he conseguido dibujar con bastante precisión los alrededores de este lugar. Hay unas montañas al sur —volvió a señalar y se giró para mirar a Aioria, quien tenía la vista fija en el lugar del mapa que le señalaba el rubio.

                —Uau —fue lo único que pudo decir—. Pues… perfecto.

                —Si nos dejasen salir de aquí, volvería a recorrer todo el túnel fijándome en las curvas y los desniveles, e intentaría dibujarlo.

                —Me temo que es una misión imposible. Además, el escondite de La Resistencia tiene que estar completamente vigilado. Quién sabe si no han encontrado ya el túnel —Shaka negó con la cabeza.

                —No lo encontrarán.

                —¿Cómo estás tan seguro? —El rubio se encogió de hombros.

                —No lo estoy —se levantó de la silla tras cerrar la libreta y atarle un lazo.

                Aioria se lo quedó mirando mientras este se quitaba la camisa y la dejaba en el armario. Entonces, el rubio se acercó a él y le apoyó ambas manos en los hombros, dedicándole una mirada azul intensa.

                El corazón de Aioria latía fuertemente al tiempo que sentía los labios de Shaka sobre los suyos y las manos del rubio deslizándose por debajo de su camisa hasta que se la sacó por los hombros y le dejó el torso al descubierto. Shaka le miró cada uno de los rincones de su piel y acarició sus lunares con la yema del dedo. Unos segundos después, empujó a Aioria haciéndole caer sobre la cama, sentado, y se sentó sobre sus piernas para continuar besándole y recorriéndole. El moreno pasaba las manos por la espalda desnuda de Shaka, primero arriba, y luego por dentro de los pantalones ajustados. Le quitó el cinturón y Shaka gimió cuando Aioria le mordió el lóbulo de la oreja.

                Fuera de la habitación se escuchaban las conversaciones de las personas que iban y venían de sus habitaciones, pero no parecía importarles en absoluto.

                Shaka se deshizo del abrazo de Aioria y se arrodilló frente a él. Con manos habilidosas le desabrochó el cinturón y le bajó todo hasta que el miembro del moreno quedó al descubierto. Con la misma mano, lo agarró suavemente y acercó los labios a él, dándole cálidos besos primero, y lamiéndolo después de arriba abajo, de abajo arriba, escuchando los insistentes jadeos y gemidos de Aioria, quien le había posado una mano sobre el pelo y echaba la cabeza hacia atrás disfrutando de la sensación, ahora perpetuada por la mano del rubio.

                Shaka le miró a los ojos con expresión seria pero desafiante, y Aioria le apartó la mano de su miembro y se levantó de la cama. Acto seguido, echó al rubio sobre ella y apoyándose con las manos comenzó a rozarle solo el cuello con los labios hasta que el tacto se convirtió en un beso, y el beso en una absorción que le dejaría marca unos cuantos días.

                Shaka se revolvió bajo él, pero pronto le rodeo la espalda con las manos y le arañó la espalda cuando Aioria empezó a dilatarle, primero con un dedo, luego con dos. Así durante un rato que al rubio se le hizo eterno, pero no tan eterno como en el que el moreno le penetró. Fue despacio para no hacerle daño, pero los ojos de Shaka se apretaban más a medida que iba entrando en él. Se agarró con fuerza a las sábanas raídas y giró el rostro hacia los lados hasta que el dolor comenzó a confundirse con el placer y los movimientos de Aioria eran cada vez más acompasados y veloces.

                Afuera continuaban las voces de las conversaciones ajenas a ellos. Ninguno se acercaba a la puerta, y ninguno parecía escucharles. Pero todo eso seguía sin importarles lo más mínimo. En ese momento cada uno era el dueño del cuerpo del otro. El cabello rubio de Shaka se revolvía con cada embestida de Aioria quien le había posado las manos como tenazas en la cintura.

                Poco después, Aioria salió de su interior y se echó sobre la cama, mirando hacia arriba e instando a Shaka a que se sentara sobre él. Su mirada azul continuaba seria, pero más excitante que antes. Se sentó introduciendo el miembro con cuidado, ayudado por un movimiento de cadera de Aioria que consiguió meterlo por completo, robándole otro de los gemidos al rubio, quien se apoyó en el pecho del moreno y bajó hasta sus labios para besarle. Volvió a subir y dejó sus manos sobre las piernas de Aioria, tras su propia espalda, y comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo, escuchando de nuevo las exclamaciones de placer de él y sintiendo sin tocarlo el corazón acelerado de ambos y la agitación en todos los músculos de sus cuerpos.

                En una última arremetida, Aioria hizo bajar a Shaka hasta su torso y cogiéndole de la cintura dio su última exhalación de placer. El rubio le miró a los ojos y Aioria salió al fin de él, pero sin dejarle escapar del acto, aferró el miembro de Shaka hasta conducirlo también al éxtasis. Solo entonces se dejaron caer sobre el incómodo colchón, con las pieles sudadas, el cuerpo temblando y la respiración entrecortada y dificultosa.

                —Está bien —dijo Aioria tras minutos recuperando el aliento—. No encontrarán el túnel.

 

                                                                                              ***

Caminaron por las afueras de la ciudad. Afrodita estaba constantemente revisando todos los vehículos que se encontraban por el camino, con el gestor de movimiento en la mano, pero todos estaban claramente destrozados, y la mayoría no tenían motor.

                Se sentaron al borde de una acera para descansar. Desde allí se veía el final de la ciudad y no se distinguía más ruido que el de sus propios pasos y respiraciones, hasta que el bebé empezó a llorar. Máscara de Muerte se sobresaltó y fue corriendo a taparle la boca, pero Miho lo apartó.

                —¿Qué haces? ¡No es más que un bebé!

                —Un bebé que nos va a delatar a las asquerosas deformidades para que nos corten en pedazos —gruñó.

                —Máscara, déjala. Ella sabrá cómo calmarle.

                Shunrei se acercó hacia su amiga para ayudarla. Afrodita, por otro lado, revisaba ahora uno de los muchos vehículos que había abandonados en la carretera. Le faltaba una puerta y por dentro estaba todo raído, pero no parecía faltarle nada más. Abrió el capó con cuidado y alejó el polvo de un soplido y pasando después un trapo sucio.

                —Tiene motor —le susurró a Máscara, que se había puesto a su lado. Sacó un trozo de metal de uno de sus bolsillos y con agilidad se montó en el asiento del conductor, metiendo el metal en el agujero de la llave, pero nada pasó—. Puedo intentar hacer que se encienda. Todos los pedales están en su sitio. La palanca… hasta tiene aún la radio, pero eso ya sería demasiada suerte.

                —Haz lo que quieras pero hazlo ya. Si no salimos de aquí cuanto antes nos encontrarán y no estamos precisamente repletos de munición —se quejó.

                —Me llevará bastante —volvió a girar el metal, pero todo continuó como estaba.

                —Iré a dar una vuelta a ver cómo andamos por los alrededores —caminó de nuevo hacia la acera y miró a Kiki de reojo—, cuidaos, no tardaré en volver —le revolvió el pelo.

                Cogió una de sus pistolas láser de la caja que se habían llevado con ellos. Guardó dos granadas de humo dentro de la chaqueta, se puso unos guantes de cuero y metió un puñal en el cinturón. Se despidió de ellos con la mano y se encaminó por una calle perpendicular a la que estaban. Como antes, no escuchaba más que sus propios pasos y no se esperaba encontrar a nadie humano, ya que les habían contado que solo quedaban ellos en aquel lugar, o eso era lo que creían.

                Entró en un edificio cuya puerta se encontraba destruida en el suelo de la entrada. Había una especie de recepción y unas escaleras a uno de los lados de esta. Era imposible distinguir nada de lo que podría haber sido aquel lugar, pero tampoco le importaba. Subió hasta el segundo piso y, con un objeto que parecía un lápiz sin punta, dio unos golpecitos en la pared y aguardó. Notó cómo el pálpito que había dejado el objeto se alejaba de la zona de impacto y recorría toda la pared hasta el siguiente piso, y hasta el siguiente, así hasta que llegó al último.

                Tras esperar varios minutos sin que nada ocurriese, salió del edificio y entró en el próximo que no estaba vetado para hacer exactamente lo mismo. Cuando se cercioró de que no había nadie ni nada en ninguno de los edificios, se encaminó para volver al lado de sus compañeros.

                Habían pasado casi tres horas desde que se había ido, esquivando los escombros de la ciudad. No sabía exactamente dónde se encontraba pero había estado dejando un rastro de marcas rojas para volver a encontrar el camino de vuelta. Sin embargo, cuando se dio la vuelta, algo en el suelo tembló y le hizo correr a esconderse con dificultad entre unos escombros de poca altura al lado de un edificio de dos plantas.

                Los pasos agigantados de un matte se acercaban hasta él provocando terremotos bajo sus pies. El corazón le latía desbordante con cada paso que daba la criatura. Se atrevió a asomar la cabeza ligeramente para ver qué era aquello, y lo que vio no le gustó nada: un matte de la altura del edificio de dos plantas caminaba con un arma láser enorme entre las manos. Tenía tres brazos, con uno sujetaba el arma y con los dos otros movía el aire sobre su cabeza creando vientos en todas las direcciones. En su cara deforme, el ojo derecho, rojo como si llorase sangre, miraba hacia los lados y el izquiero, que se había salido de su cuenca, colgaba de ella llenando el suelo de sangre negra. Su boca era un hervidero de putrefacción y toda la piel de su cuerpo se distinguía entre colores verdes, morados y rojos.

                Cuando la criatura estuvo demasiado cerca de su posición, Máscara de Muerte comenzó a moverse por la calle, huyendo de ello y ocultándose lo mejor que podía. Cada vez sentía más latente el olor apestoso del monstruo tras él, pero eso no le causaba tanto terror como el si le encontraba.

                Sin poder evitarlo, salió corriendo por uno de los lados de la calle sin pensar en que le viera. Tenía tantas ganas de salir de allí que no le importaba cómo. Escuchaba la respiración pesada del matte tras él y el temblor del suelo bajo sus pies mientras corría. Uno de los vientos que conjuraba la bestia casi le hizo perder el equilibrio. Máscara se dio la vuelta y le apuntó con la diminuta pistola láser que no parecía tener nada que hacer con el enorme arma del matte, pero aun así disparó varias veces hacia su cuerpo deforme. La criatura no se inmutó, sino que empezó a caminar con más rapidez hacia Máscara y sus ojos se fijaron especialmente en él.

                Máscara de Muerte sintió, con pánico, el gigantesco láser apuntándole mientras corría, pero antes de que le diera se echó a un lado, esquivándolo, clavándose rocas de escombros en la piel y viendo cómo el suelo por el que había estado escapando volaba en pedazos y se calcinaba rápidamente.

Cerró los ojos tratando de recuperar las fuerzas y el aliento y se levantó de nuevo. Mientras corría cogió la granada de debajo de la chaqueta, aferrándola para que no se cayese, quitó el seguro con los dientes y la lanzó hacia atrás. Unos segundos después de que se estrellase contra el suelo, un humo espeso comenzó a inundar toda la calle y Máscara consiguió el tiempo necesario para escabullirse dentro de un edificio en una calle contigua. Subió hasta el tercer piso y se asomó discretamente a una de las ventanas. Los trombos del matte se escuchaban en todas direcciones, pero no se le veía desde allí. Pensó que esperaría a que pasase de largo y buscaría la forma de regresar con los demás, si es que continuaban donde los había dejado.

 

                                                                                              ***

La noche volvió a caer cuando el cielo se tiñó completamente de negro y no se veía nada más que oscuridad. Un farolillo con una vela en su interior iluminaba el banco de hierro oxidado donde se habían sentado, un poco alejados de la parte poblada del asentamiento.

                Shura había estado diciéndole que necesitaban irse cuanto antes, que su objetivo no era el mismo que el suyo, que sus pasos iban por senderos distintos. Aioros solo asentía con la cabeza sin dejar de mirar el cielo de tinta.

                —Lo sé —le dijo por fin—. Lo comprendo perfectamente, quiero creer que si os marcháis encontraréis la felicidad con la que tanto habéis soñado, pero tengo miedo de que no sea así y vuestros esfuerzos hayan sido en vano…

                —No son en vano. Hemos visto cosas que prueban la existencia de El Refugio. Si quisierais, podrías olvidaros de la reconquista de Monópolis y veniros con nosotros en su busca —trató de convencerle.

                —No puedo abandonarles —negó con la cabeza—. Aldebarán y yo hemos estado años convenciéndonos y convenciéndoles de que nos daríamos una vida mejor, y no solo a nosotros, sino a los habitantes de Monópolis, si conseguimos derrocar al gobernador. Piensa esto: tú crees que si no os marcháis vuestra aventura habrá sido en vano, pues yo creo lo mismo para mi causa.

                —La ciudad está podrida —dijo sin dejar de mirarle con seriedad—. Los guardias están por todas partes. Sin un ejército, no tendréis nada que hacer.

                Aioros le miró a los ojos por segunda vez desde que habían comenzado a hablar, y sus orbes azules brillaron con la luz del farolillo que les dejaba en penumbra. Hundió la mirada en el hierro del banco que los separaba y posó su mano en la de Shura, que sintió el corazón dándole un vuelco.

                —No quiero que te pase nada —le dijo en un susurro.

                —Estaremos bien —contestó ignorando la individualidad de su frase.

                Aioros levantó la mirada y la cruzó con la de él, sonrojándose sin que se diera cuenta. Entonces, una fuerza que jamás pensaron podría existir les fue arrimando poco a poco hasta que sus rostros quedaron a una distancia ridícula el uno del otro. Cerraron los ojos y se dejaron llevar por el roce de los labios que acabó transformándose en un suave beso.

                Shura se separó casi de inmediato al darse cuenta de lo que estaba sucediendo y se levantó del banco. Miró a Aioros que le observaba imperturbable, con los ojos aún brillando.

                —Lo siento —le dijo—. No debería haberte besado. Mu…

                —No tiene importancia —dijo Shura, quien sentía el corazón alborotado en su pecho—. Buscaré una forma de irnos de aquí. Gracias por haberte preocupado —se despidió con un gesto de la mano y se internó en la oscuridad hasta que su figura desapareció.

                Al poco tiempo Aioros se percató de la presencia de Aldebarán, quien se sentó a su lado y le pasó un brazo por detrás de los hombros, diciéndole que no se preocupase por Shura. Los ojos de Aioros brillaron todavía más cuando le escuchó decir:

                —Kanon quiere ayudarnos.

Notas finales:

Muchas gracias por leer. ¡Espero, como siempre, que os haya gustado! Pronto el siguiente :D.


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