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YAKUZAS: Hell Butterfly (LIBRO 1) por ElleLover

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Notas del fanfic:

¡¡HOLA!! :D Aquí subiéndolo, de nuevo ^^ Repasado correctamente.

 

La Tríada. El dragón dorado. 2a parte, aquí:

http://www.amor-yaoi.com/viewstory.php?sid=155359

 

3a parte, triología:

*PRÓXIMAMENTE, EN PROCESO DE REPASO. LA HISTORIA ESTÁ TERMINADA, PERO ME GUSTA REPASARLA Y MEJORARLA*

Notas del capitulo:

¡¡A ver si se lee bien!!

Uno, dos, tres, ¿volviendo? :)

^^ Historia de Yakuzas.

Vale, ayudadme, si véis alguna falta de ortografía , ¿ok? :D para poder hacer, cuanto antes el formato en "libro", para quién quiera ^^

 

Si actualizo por aquí, poco a poco, me da menos pereza ir corrigiendo xDDDD

 

Besos, Ellelover

 

Aeropuerto de Narita (Japón)

06:15 h.

 

Un excepcional y complicado caso de la Interpol requería, de nuevo, de uno de sus mejores agentes especiales: un joven caucásico, apuesto, alto, de corto cabello (negro como el azabache) que miraba intensa y minuciosamente, de pie, a su alrededor... con sus vistosos ojos verdes.  Aquella vez iba de Yakuzas.

 

«Nadie»

 

Apenas tenía 27 años recién cumplidos (aunque aparentaba tener menos edad de lo que tenía; algo anormal en los agentes de la Interpol, los cuales siempre parecían ser mayores por el estrés crónico y el desgaste que aguantaban día a día en sus incesantes casos de corrupción, violencia, drogas, tráfico de armas, personas, fármacos, etc.; era difícil que toda esa presión no se reflejara en el rostro de uno de ellos, pero... pese a todo, como anteriormente se ha apreciado, ese hombre seguía manteniendo ese aire adolescente típico de los veinteañeros).  Miró su reloj. Odiaba la impuntualidad; o mejor dicho, odiaba perder su precioso tiempo...

«Otro minuto... perdido»

A pesar de ser uno de los agentes más jóvenes de la Interpol (durante su poca estancia en la organización), ese moreno había conseguido demostrar ser una de las personas más emocionalmente preparadas para ese tipo de casos criminales tan estresantes y urgentes. Nadie había visto alguien como él en años. Era un prodigio, como si de bien pequeño le hubieran entrenado para ello. Quizá sería por su curiosa personalidad: introvertido, inteligente, creativo... y, sin embargo (a pesar de ser una persona tan cerrada), sabía interaccionar correctamente con los otros; algo un tanto contradictorio, pero, sin duda, práctico: uno podía tener una actitud hostil en su trabajo y ser, por el contrario, una persona dulce en su vida personal/familiar y/o amorosa... Tener un temperamento distinto a la actitud que se representaba frente a los demás en cada momento, pues, era lo suyo. Sí. Sabía cómo actuar en cada ocasión para avanzar en los casos, eligiendo la actitud adecuada, sin mostrar mucho de su verdadera personalidad… aunque, algo de él sí se apreciaba:

Era un ser analítico y calculador.

Todo el mundo afirmaba, sin mucho fundamento, que la exitosa e increíble superación de unos traumáticos hechos en su vida pasada le parecía hacer ser más fuerte y resistente al estrés en comparación a otros,  aun cuando la mayoría sabía que los agentes con traumas o problemas infantiles serios solían ser inestables y él era todo lo contrario a aquello.

Era estable, controlador...

Nadie sabía, realmente, qué le había ocurrido al agente especial Allan Godfrey Miles, ya que solo unos pocos superiores habían leído su secretísimo historial clínico (muchos de los cuales no volvieron a ser los mismos tras hacerlo);  tampoco sabían si tenía amigos íntimos, familiares o pareja… pero, la crudeza de algo se evidenciaba en su gélido mirar: se veía en esos ojos verdes esmeralda tan fríos que vislumbraban el mundo; sin alma.

Resumiendo, lo único que sí podían reafirmar de ese hombre era, pues, que...

¡Era un atractivo misterio!

 

Allan observó de nuevo su reloj: 06:16 h. AM.

Habían sido unas interminables horas de vuelo y se sentía un poco entumecido. Necesitaba hacer alguno de sus ejercicios para poder estar al cien por cien en el caso: el ejercicio aumentaría su capacidad mental. «Si es que vienen a buscarme algún día», pensó, ahora sí, un poco molesto por la impuntualidad del supuesto ser que tenía que venir a recogerle.

¿Cuánto tardarían?

¡¿A-ah... etto… Ar’arn Godfer’ey Mair’ures?!

Un hombre japonés, castaño y de mediana estatura se le acercó, sintiéndose avergonzado ante esos ojos verdes que le miraban.

«¿Este hombre es un agente especial?»

 Se intentaron dar la mano; sin embargo, el joven agente moreno vio como el japonés llevaba una bolsa de una famosa marca de cafetería justo en la mano que no coincidía con la suya y a pesar de ser de preferencia zurda tuvo que saludarle con la mano derecha; que ese castaño no se diera ni cuenta de aquel detalle le parecía insultante... pero, el japonés seguía sonriendo e intentando saludarle, torpemente, como si nada. Casi estuvo a punto de caérsele el contenido de la bolsa.

Volvió a hablarle, tartamudeando:

—¡Pe-perdone por la espera...!

No supo por qué, pero, aquella encantadora y agradable sonrisa al agente le produjo... una sensación extraña.

—¡Ehm... etto...! A v-ver... ¡¿cómo se decía... e-en... inglés...?! ¡¿Hi?!

Allan se dio cuenta de que ese hombre era bajito comparado con él; bueno, no… Rectificó en su mente mirando a su alrededor: entre los japoneses, ese odioso ser que le sonreía y hablaba como un retrasado debía ser más alto y musculoso de lo normal; pues, era él mismo quién destacaba comparado con cualquiera de aquel aeropuerto. El agente extranjero se podría considerar hasta un gigante. Algunos japoneses podían llegar a ser tan bajitos…

—¡Etto! G-gomen-sai... ¿Du riu priferu... ingrish? —dijo el torpe castaño, en inglés, cuando ya le había hablado antes en su idioma.

Enseguida, se dio cuenta de la patética pronunciación que tenía su supuesto compañero (solo con haber dicho su nombre). Que los japoneses tuvieran menos fonética en su idioma no era excusa ni argumentación para seguir siendo un mediocre.

«¿Cómo puede ser agente internacional... con este inglés?

 ¿Lo contrataron tan solo por su cara bonita

 Pero, tampoco se sorprendió: por eso estaba él ahí, ¿no? Normal que no cazaran a criminales de la mafia japonesa si tenían a individuos tan incompetentes como ese castaño.

Era más atractivo que la media de japoneses; parecía rozar los treinta... Tal vez tenía más años que él; aunque, podía pasar perfectamente por la veintena… Le debía ver más joven e inexperto. ¿Por eso le sonreía? Allan odiaba que le trataran como a un chaval habiendo demostrado muchas veces lo alto, fuerte, resistente y maduro que era para su edad: superior en todos los aspectos.  Superaba en físico y mente a la mayoría de adultos con los que se había cruzado durante su vida desde que tenía uso de razón… y ese japonés no sería la excepción, desde luego.

—Sé hablar perfectamente inglés, italiano, japonés, ruso, español, chino, mandarín, holandés, árabe, francés, cientos de dialectos, lenguas muertas que me son útiles en casos de criptogramas y más... pero, tampoco quisiera aburrirte o sonar vanidoso, así que podemos hablar en japonés perfectamente; aunque ya lo esté haciendo, pues por algo me han enviado a Japón; sino, me hubiera limitado a enviaros información a través de la I-24/7 [1]¿no crees?

([1] I-24/7: es la red que permite a los investigadores acceder a la bases de datos policiales de la INTERPOL Los usuarios autorizados pueden buscar y cotejar los datos en cuestión de segundos, con acceso directo a presuntos delincuentes o personas buscadas, documentos de viaje perdidos, vehículos robados, huellas dactilares, perfiles de ADN, documentos administrativos robados y obras de arte robadas, etc…)

El japonés se quedó boquiabierto; mientras, esa voz melodiosa seguía arrastrando palabras, sin prisa, pero sin pausa, como un robot. No había terminado:

 —Es importante saber del lenguaje, la historia, la cultura, la sociedad del país de los criminales en su pasado, presente, futuro, ya que determina parte de su pensamiento, sus acciones y todo es vital para poder cazarlos. Todo queda determinado por éstos, además de, evidentemente, su historia personal, sus acciones, contactos y personalidad.

El japonés quedó hipnotizado; esa voz medio grave, joven, lenta y sensual... arrastraba las palabras monótonamente, con desgana, pero, siempre, muy bien pronunciadas... No había sonado nada pretencioso, sino, impresionante.

El castaño entendió de inmediato por qué habían transferido a ese joven ahí. «¡Uah...!». En un principio, al verle, estaba en contra de que alguien tan joven estuviera en un caso de ese calibre —precisamente cuando él mismo había tenido que esperar bastantes años para que le asignaran a este tipo de cargos tan complicados y complejos de rango de inspector, como para que viniera otro tipo cualquiera de otro lugar a darle lecciones—… pero, ahora se alegraba:

¡Ese joven era increíble!

 De echo, se esperaba encontrar a un viejo cerebrito, pero ¡qué sorpresa! ¿Cómo sería trabajar al lado de un joven-genio? Se sentía tan raro ante su presencia… Era algo nuevo para él. Soichiro siguió sonriendo, tímidamente:

 

—¡Ehm... esto es...  impresionante!—dijo, finalmente.

Por el contrario, Allan no pareció “impresionarse” mucho con su reacción: no estaba ahí para impresionar a agentes, sino por los Yakuzas.

El castaño, además, se había quedado estupefacto tras escuchar la perfección del japonés de Allan y por ese modo tan maduro de expresarse que tenía;  ese modo analítico, directo y frío (a pesar de su corta edad); mostrando esa seguridad innata que él mismo envidiaba... Solo con aquello, Soichiro  entendió que quizá sí sería de mucha utilidad en el caso; sentía una corazonada.

Intentó recuperar la compostura:

—V-vale. Etto... ¡¡L-lo hablas muy bien!! El japonés... digo... ehm... ¡Perdón! ¡Qué... torpe! Jajaja... no me presenté, ¿¡verdad!?

Le sonrió, amablemente.

—Me llamo: ¡Soichiro Kusakabe! Le he traído un latte macchito y unas galletas para que se las coma de camino ya que es tan temprano que la mayoría de tiendas de aquí están cerradas.

Soichiro respiró para evitar tartamudear más. Lo consiguió; se sintió orgulloso. Al fin podría parecer una persona normal. Sonriendo, más tranquilo, continuó:

—Perdón, vengo rápido del trabajo. Me han llamado a última hora. Te han anulado el avión que iba directo a Tokio, ¿verdad? Una avería o algo así… Entre el tránsito y todo creía que no llegaba. Desde aquí son un par de horas en coche a la sede. Menos mal que llego a tiempo, bueno… soy el encargado de llevarle: espero que nos llevemos bien. ¡Cualquier pregunta, no dude en hacérmela!

Allan le sonrió de una manera que ese castaño no esperaba. Soichiro lo encontró muy amable. Una sonrisa de película. Tenía los dientes blancos y perfectos.

—Gracias. Bien. Pues vamos, Soichiro...

«¿¡¡M-me ha... llamado por mi nombre!!?» pensó, éste, sorprendido.

Intentó tranquilizarse pensando que era un occidental.

Pero ese moreno debía conocer las costumbres japonesas tan bien como el propio idioma: ya debía saber cuándo podía o no usarse ese tipo de “confianzas”, ¿o no? ¿No le importaba?

Fueron hacia el coche. En cuanto Soichiro no le vio, Allan cambió de cara, amargamente:

«Genial… me ha tocado aguantar al agente más idiota»

Suspiró.

«Bueno, ¿habrá alguno que no lo sea?

290 policías por ciudadano y han dejado que un grupo estúpido de Yakuzas siguiera creciendo en Tokio»

 Se dirigirían al edificio principal del Departamento metropolitano de Tokio; un sitio con más de 40.000 agentes; la mayor fuerza policial del mundo, en la zona del Kasumigaseki.

 Soichiro, inocente de él, pensaba que realmente debía haber causado una buena impresión a su compañero después de ver esa encantadora sonrisa...  pero, dos horas de ininterrumpido silencio en el coche le hicieron pensar que tal vez... no había sido así...

 

*******

 

2 HORAS MÁS TARDE

Tokio (Kasumigaseki)

Departamento de Delincuencia Organizada

 Oficina de Investigación del Delito de la NPA

 

Oficina Central Nacional de INTERPOL

En la oficina central japonesa todo era muy nuevo y resplandeciente. Había pocos agentes trabajando para la INTERPOL en Japón: 50 eran la máxima unidad; formados por policías de otras regiones y prefecturas. Lo cierto era que el lugar era un punto activo de referencia mundial ya que circulaban organizaciones criminales internacionales, las cuales traficaban y se movían por todo el mundo… pero, ese departamento casi siempre se encargaba de casos internos de Japón, como todas las oficinas centrales de los respectivos países restantes.

Los policías de la metrópolis (Tokio) no tendrían mucha experiencia en mafias o casos complicados, realmente... aparte de los Yakuzas.

«Qué idiotez...»

Pensó Allan por enésima vez.

El índice de criminalidad de aquel país siempre había sido bajo: buena economía, leyes duras, penas de muerte para reincidentes, sociedad concienciada. Nada que ver con EE.UU., Alemania, Rusia, Francia... Allan aún se sorprendía de que no hubieran cazado a esos Yakuzas.

«Los de arriba se lo permiten: corrupción, como siempre. ¿Por qué estoy aquí, perdiendo el tiempo? Aunque los atrapemos, volverán a salir pagando las fianzas y volviendo a sus trapicheos después de pagarse el mejor de sus abogados…»

¿Para qué le necesitaban?

Para perder el tiempo, claro.

En un ambiente así era fácil reconocer dónde estaba la purria. Asimismo, los Yakuzas eran gente con unas características especiales: se tatuaban e iban por barrios o lugares obvios; tenían supuestas empresas con un sospechoso beneficio, permitiéndose un montón de lujos... la mayoría de gente ya les conocían e incluso les pagaban, dejándoles apoderándose del territorio y para evitar peleas; además, el dinero no era tan fácil de esconder o blanquear ahí (a no ser que lo hicieran en otros países...) y, para colmo, no todo el mundo podía conseguir una arma o delinquir tan fácilmente: ni los extranjeros podían irse a vivir dónde quisieran sin ser constantemente perseguidos por el estado… Por eso, aquello, era un problema interno: el sistema. Qué patético. Pero, en fin, cuanto antes solucionaran el caso, antes se iría a América, donde había casos de verdad.

Todo el mundo estaba en silencio en la sala de proyecciones.

 Allan había visto como ese tipo extrañamente patoso y raro se sentaba a un lado de la sala en la que acababan de entrar, dejándole un espacio en una de esas cómodas butacas, invitándole con un saludo amistoso y una sonrisa cálida... Allan permaneció de pie, serio, prefiriendo apoyarse en la pared justo en la parte trasera. Ni siquiera le devolvió el saludo.

«¿¡Pero qué le ocurre a este tipo?!», pensó Soichiro, un poco molesto ante esa respuesta evitativa tan mal disimulada.

Mientras, el extranjero pasó la mirada por toda la sala; inspeccionándola con su vista de halcón. Se dio cuenta de cómo destacaba entre tantos trajes. ¿Es que tenían complejo de ejecutivo? «Ni que el hábito hiciera al monje. Creo que han visto demasiado CSI».

Gradualmente, las luces se apagaron.

Súbitamente (tapando unas diapositivas con su enorme sombra) un calvo y gordo hombre con aspecto de cascarrabias empezó a hablar; parecía que fueran a ver una película. "Solo faltan las palomitas", pensó cínico, el inspector extranjero.

El calvo dirigió una mirada muy profunda al moreno, a la distancia, como si le hubiera escuchado mentalmente. «Bah… es imposible. No he puesto ninguna cara». Odiaba a la gente y las luces… eran tan fuertes; pero nunca expresaba esas emociones físicamente. Sino estaría todo el día con cara de asco. ¡Qué ganas de tenía salir de ahí!

De repente, la potente voz del calvo resonó en la sala:

—¡¡Y damos por empezada la reunión!! Un efusivo saludo a nuestro nuevo agente especial: el recién llegado señor Godfrey Miles. Es un placer que haya venido expresamente desde EE.UU. para ayudarnos en este caso. Alabamos sus intenciones... aunque, a veces, de poco sirven: necesitamos resultados, no niñatos que se creen que esto es un juego de policías y ladrones.

«Genial. Ahora toca el autoritario viejo tocapelotas

que cree saberlo todo...»

Allan sonrió, saludándolo con la cabeza; amable.

Las primeras impresiones eran importantes. 

La gente empezó a cuchichear, mirando a ese nuevo, atractivo y misterioso extranjero. Soichiro encontró que aquel recibimiento por parte del jefe había sido un poco grosero. Ciertamente, él mismo se había sentido un poco herido con la visita de Allan —¡y porque no había aceptado sentarse a su lado, ni le había dirigido “una mísera palabra” durante las dos horas interminables de coche después de comprarle “café y galletas”… ¡sin recibir siquiera un mísero “gracias”!—, pero, venir ahí no había sido elección suya, sino de los jefes directivos de la INTERPOL. Y aquello era excepcional; porque no había mucho tráfico de agentes internacionales en la Interpol. Solo en caso de terrorismo mundial, donde solían enviar bastantes personas de golpe, de todos los países. Era consciente de que ese tema de la Yakuza se estaba volviendo muy serio, pero... solo le habían enviado a él. Ese hombre debía ser muy bueno…

La gente seguía cuchicheando.

Nadie esperaba que Allan se atreviera a contestar al jefe; cuando hablaba siempre parecía estar enfadado y daba mucho miedo… pero, la voz de Allan resonó en la sala: tranquila... con mezcla de burla y descaro… encubriéndola con un tono que denotaba “modales”, sin llegar al sarcasmo (cosa que hacía dudar de sus intenciones, hábilmente):

—¡Tiene razón, Boss! No he venido desde California, ni para hacerle perder el tiempo, ni para dar ánimos o “servir cafés”... para eso creo que ya tiene gente cualificada en su departamento — miró a Soichiro, con una sonrisa irónica, luego levantó la mano, con cierto orgullo-. Por cierto, ¿esto no iba de “Yakuzas”?

El japonés castaño se sonrojó al sentir la parte de los cafés. Mas, cuando sus ojos se cruzaron, Soichiro no pudo aguantarle la mirada y la evitó.

¿Cómo podía transmitir tantos complicados tonos esa voz tan fría, con esa cara tan neutra? Se preguntaron todos. Qué descaro... a la vez que "sensibilidad", análisis, educación...

 «¡¿Q-QUÉ!? ¿¡Por qué me pongo t-tan nervioso!? ¡¡Encima que me insulta!! ¡¡“Él” debería avergonzarse de su actitud, no yo!!».

Aquella respuesta cayó en gracia a la gente, finalmente.

Después de un momento de incertidumbre. 

El jefe estaba con una cara mucho más de “poco amigos” que la habitual al ver como la gente contemplaba a Allan con ese mismo tipo de  estupor que Soichiro había sentido al verle en el aeropuerto.

De repente, a Soichiro se le apareció una imagen extraña: la estatua de Sadam Husein en el centro de Bagdad, desplomándose, el 9 de abril del 2003.

«Mi subconsciente debe ver al jefe como a un tirano».

Sonrió, ante la broma de su propia mente.

Pero dejó de sonreír... a pesar del perfecto acento japonés, siendo extranjero, fuera de admirar,como si fuera un nativo, y su chulería... no era razón suficiente para reírle las gracias a ese tipo. Estaba intentando ridiculizar al jefe. Pero aquello... poco les importaba a las agentes que ya suspiraban al contemplar su belleza occidental.

Aquello... hizo sentirse mal a Soichiro.

Miró con esperanzas a su jefe, aunque nunca hubiera sentido aprecio, sí sentía respeto por su carrera: sabía que no dejaría que Allan se saliera con la suya. 

El jefe alzó la voz entre murmullo de la gente:

—¡¡Silencio!! No nos hagas perder el tiempo, ¿¡me oyes?!— los modales disimulados pasaron a un discurso directo y feroz—. Aunque nos hayan enviado a un supuesto genio para hacer tus estúpidas prácticas policiales de rango 6, te aguantaremos: qué remedio... y, tranquilo, que no te apartaré del caso...— masticaba cada palabra—. Si la Interpol quiere que participes en esta operación, así será... pues ¿¡quién soy yo para oponerme, eh!?

La gente se sorprendió; nunca habían visto al jefe tan enfadado en apenas unos segundos. Era un récord. También era cierto que nadie se atrevía nunca a contestarle; por eso nunca le habían visto más enfadado de lo normal.

«No haber tentado a la suerte. Te las vas a cargar...» pensó Soichiro, sonriendo, apartando su culpabilidad durante unos instantes por tener esos pensamientos, viendo al jefe, quién se había tomado esa respuesta como una falta de respeto muy grande.

Subió más la voz, a la vez que la gente enmudecía:

—Claro, sí… ¿¡Quién soy yo?! : ¿¡ a parte del delegado del comité general de mi país!?; ¿¡el tipo más influyente de oriente!?. ¿¡Jefe de policía durante más de 40 años!?; ¿¡uno de los 5 elegidos encargados de representar al comité de la ONU durante estos 2 años!?; ¿un superintendente supervisor, de Rango 2, el cual se ha rebajado a dirigir este caso, sustituyendo a tres tipos, de rango 3, 4 y 5, después de sus estúpidas estrategias?: ¿¡QUIÉN SOY, eh?! . ¿¡A parte de uno de los seres de mayor competencia policial a nivel de la prefectura de Japón e incluso DEL MUNDO ENTERO?!

La gente dejó de reír. Se puso seria.  El jefe se calmó, sintiendo, al fin, el respeto que merecía. Se aclaró la garganta, volviendo a su "serenidad" habitual en la escala de su mala leche:

Quizá... no soy una joven promesa como tú; y quizá tampoco soy nadie para contradecir los caprichos de esta estúpida organización en decadencia (la cual prefieren a un crío que promete milagros antes que a un tipo viejo y gruñón, con una vida entera de experiencias y éxitos que le abalan)... pero, así es la vida…  así es...

Sabían que el jefe se había sentido ofendido, se le veía. Chilló, con más fuerza, dentro de lo que era su normalidad. No pudiéndolo evitar:

—¡ASÍ VA EL JODIDO MUNDO, CHICOS!  Es injusto. ¿Y? No me queda más remedio que aguantar: agantar a petardos como tú, a los criminales, a todos los caprichos de esta organización… porque yo sí sé lo que es la subordinación y el deber. Y, tal vez, si en algún momento llego a ser presidente, estas cosas no ocurrirán, o sí... pero menos, y mientras... a ir tirando... ¡¡A TRABAJAR!!

Soichiro sonrió, inspirado por ese valioso discurso; se giró hacia el moreno para ver su cara de humillación, pero... Allan seguía sonriendo. «¿¡Q-qué?! ¿¡Q-qué demonios…?!». Miró su cara… 

«¿¡No pensará e-en SERIO... EN contestarle!?»

«¡¡N-no contestes tras este discurso: no, no…!!»

Allan notó los esfuerzos de Soichiro para hacerle entender que se callara. Pero Allan seguía sonriendo. Y eso, al jefe... no le gustaba nada. Sabía que acabaría por decir algo más. 

« Jóvenes estúpidos y egocéntricos: o es un suicida insensato o alguien al mando quiere que este idiota muera. Siempre aceptando más riesgos de los que sus verdaderas capacidades le permiten. Bah, ya se lo encontrará...»

El jefe nunca había visto, en Japón, un agente especial tan joven, ni tan arrogante como ese. Ser occidental no era excusa para ese comportamiento. No era normal; su instinto y su experiencia le decían que no se fiara ni un pelo de ese hombre. Además, ver como adoraban a nuevas promeses tan jóvenes hacía desprestigiar esa carrera policial que tanto esfuerzo y años le había costado mantener y defender... odiaba los listillos... pero, como ya se había acostumbrado, no tenía que perder tiempo en aquellas tonterías.

 Finalmente, cuando el jefe quiso retomar el discurso pensando que tal vez ese tipo se lo había repensado, sabiamente, Allan le contestó, divertido. Parecía querer tener la última palabra, siempre. Era increíble ver cómo actuaba como si fuera él el veterano:

— Gracias por sus palabras, Boss. Pero, tampoco he venido aquí a que muestre sus medallas y cuente sus “batallitas” Me alegro por usted, pero… esto va de Yakuzas: ¿sí o no?

«¿¡CÓMO SE ATREVE?!»

La gente volvió a reír. Como si aquello fuera ya un show.

El viejo le miró con más rabia, aun: escuchando ese apodo que sospechó que se le quedaría: “Boss”… dicho con ese rin-tintín de burla encubierta con respeto. «¡Maldito bastardo!».

Quería ver cómo ese niñato estallaba en ira o empezaba a llorar, sucumbiendo a la presión social… pero, el moreno seguía impasible, aun con aquella sonrisa misteriosa en sus labios... como si nada le importara… «Bah... jóvenes...». Tenía que dejarlo pasar: no quería rellenar papeleos para devolverle; ya que había venido, que se quedara.El jefe regresó a su puesto para seguir hablando por el micrófono de su atril rectangular (el que supuestamente le remarcaba como a la gran autoridad que era).

Soichiro ahora entendía la razón por la cual Allan sonreía: «Es un genio. En vez de enfadarse, sonríe. Así evita tensiones. ¿Pero por qué me ha sonreído en el aeropuerto de este mismo modo?». No es que quisiera caerle bien desde el principio; apenas le conocía, pero, tampoco había hecho nada para que le odiara y evitara de ese modo.

«Oh, bueno. Él viene y se va: viaja mucho.»

«Claro, Soichiro... no está aquí para hacer amigos.»

Se avergonzó un poco, sorprendiéndose de lo maduro que podía ser esa joven promesa salida de la nada. En el mundo había gente increíble, desde luego; y también... increíblemente temeraria: ¡él nunca se atrevería a poner su trabajo en peligro, enfrentándose a alguien con tantos altos cargos como el jefe, solo por el orgullo de una batalla verbal!

«No sé si es que tiene huevos, o está loco.»

Aquello hizo pensar a Soichiro que quizá sí no debería haber perdido tiempo con el café y las galletas. Por suerte, antes de que se sintiera más avergonzado, las fotos de unos cuatro hombres se proyectaron en la pantalla blanca de en frente y todo el mundo prestó atención al caso.

«Es verdad, esto va de Yakuzas.», se dijo.

Tenía que centrarse en el caso.

La ancha figura del jefe se apartó y dejó de proyectar su sombra en aquellos seres que aparecieron ante ellos. Cuando habló en un tono más solemne que amenazante aquello asustó a sus subordinados ya que siempre estaban acostumbrados a escucharle gritar.

—Es la primera vez que os enseñamos a todos las caras de estos tipos. Recordadlas bien. Hemos esperado al señor Godfrey para que entre todos avancemos en las hipótesis e investigaciones, sin privilegios y sin perder tiempo. Para ser objetivos y efectivos. Ese es uno de los diseños que más me gusta utilizar. Primero, iremos por grupos. Ahora mismo están accesibles los datos por la I-24/7, solo para los de nuestra sección. Han sido cuidadosamente seleccionados. Ahora necesitamos resultados: ahí hay sus perfiles psicológicos y falta de pruebas para imputarles de cualquier tipo de relación con la Yakuza. Tenemos que ver quiénes pueden estar más arriba en la jerarquía y pillarles...  El mercado de la droga, la prostitución y la violencia está creciendo exponencialmente y si no hacemos algo por evitarlo será demasiado tarde. Hacía mucho tiempo que no nos encontrábamos con un caso tan alarmante... pueden llegar a expandirse globalmente, es serio...

Al moreno se le paró la respiración con la fotografía del tercer sospechoso. Ese tipo...

«¿Qué...? Imposible...»

Ese tipo no entraba dentro del estereotipo.

Sin prestar atención al discurso del Boss, Allan siguió leyendo sus datos.

Soichiro estaba más pendiente de ver a Allan en la distancia que de las fotografías de los sospechosos; al darse cuenta de ello volvió a poner la mirada en la pantalla, avergonzado. Tenía que tomárselo en serio. Era su primer gran caso. Pero... ¿le tocaría trabajar con él o no? No podía evitarlo, así que volvió a girarse para mirarle de nuevo.Fuera como fuera, estaba convencido que él sí seguiría en el caso. Dudaba más de sí mismo...

Pudo percibir la figura de ese moreno, observándolo con curiosidad:

Pose sobria, pero desinhibida, tranquila.

Cool, como un lobo solitario...

Como un atormentado agente de película;

destacando entre la multitud...

«Seguro que yo no me veo así ni retocado por ordenador», pensó, un poco deprimente, el japonés, preguntándose si la gente de ese tipo se daba cuenta de la envidia y la curiosidad que despertaban en el tipo de gente tan normal y poco interesante como él mismo.

Mientras, el moreno seguía analizando a ese rubio de la fotografía:

El sospechoso tenía los típicos rasgos japoneses, pero un poco más abiertos que la mayoría. Sus ojos eran de color ámbar, miel... los cuales daban un contraste espectacular con su pelo teñido de rubio y reflejos platino. Llevaba un corte moderno, medio-largo; echado para atrás. Piercings. Cocinero…

«Así no se le ven los tatuajes»

Vaya pintas llevaba el tipo. Un estilo muy punk o rockero. Le habían arrestado un par de veces por temas de prostitución y droga, pero nada grave; era un tipo que a pesar de ser alto y temible tenía unos rasgos dulces y amables; más que un criminal parecía un cantante de j-pop con toques visual key o un idol.

No podía ser de la Yakuza.

Años: ¿34?

Allan se sorprendió. Parecía mucho más joven.

Los otros hombres eran feos, con caras hundidas u ojeras prominentes; por eso era tan sumamente extraño encontrarse a ese rubio tan atractivo como sospechoso... Más siendo sospechoso de ser el cabecilla, pues, a pesar de tener 34 años, esa cifra todavía seguía siendo ridículamente joven para tener un alto cargo en la mafia. Debería ser un puto genio o un oportunista con cierto talento. Y... no lo aparentaba en absoluto. Los otros superaban los 40 e incluso 60. ¿Por qué era él sospechoso…?

No parecía tener capacidad para matar o pensar en nada criminal; pero, Allan tampoco habría puesto la mano en el fuego… Había aprendido a no juzgar a los asesinos por su aspecto exterior. A veces...

…nunca acertabas.

Pasaron las horas.

Soichiro ya se estaba removiendo en el asiento, cansado. Bostezó.

¿Cuándo se terminaría la charla? Igualmente ya podrían leer los informes en casa. Con gran parsimonia el jefe se despidió de todos, al fin:

— ¡¡Y eso ha sido todo, señores y señoras!! Nos veremos mañana por la mañana: a primera hora. Confiamos en vuestras capacidades. Pueden irse. Ah, excepto tú: ¡¡el nuevo!!  ¡VEN!

 Se acercó a Allan antes de que se fuera.

La gente se iba levantando para marcharse a casa, aunque sintieran curiosidad por lo que le diría al extranjero. Ya estaban bastante casados. Las chicas preferían irse para poder cuchichear sobre él antes que verlo en directo.

—¿¡Seguro que eres italiano!? Tus apellidos no lo parecen.

 El moreno se movió, confirmando que no era una estatua que habían situado en su lugar. Había estado quieto durante más de 7 horas, contando los descansos, y... sí, era real... Su voz calmada hizo acto de presencia sin hacer comentarios sobre la pequeña trifulca anterior.

—Nací llamándome Alessio Bianchi Lorusso. Me lo cambié al emigrar a California; este dato debe estar en la...— fingió que se lo pensaba, pero no calculó bien el tiempo y lo dijo automáticamente, demasiado rápido— ¿…cuarta frase del antepenúltimo cuadro de referencias? ¿Algún problema con eso?

El jefe lo comprobó. Era cierto. Lo remiró, con sospecha...

— Aha... Sí... pero: ¿¡por qué...!?

— No quería un nombre tan obviamente europeo en EE.UU.; con lo xenófobos que son ellos (o incluso vosotros, los japoneses). Bueno, cualquiera. En definitiva; al quedarme a vivir ahí quería “pasar inadvertido”. Soy agente especial y detective en mis horas libres. Siempre me hacían preguntas sobre mi procedencia y quería pasar desapercibido; aunque, ya veo que ni cambiándome el nombre entero o disimulando el acento de mi nacionalidad logro que acabe saliendo este tema... yo ya no soy italiano. Solo nací ahí y sé del lenguaje. Cada vez que daba mi nombre me preguntaban y estaba harto.

El jefe calvo y obeso lo miró con cierta aversión.

¡Qué estúpido! ¿Acaso tienes algo que ocultar? Mentir a tus superiores es un delito. No quiero mentirosos que causen problemas, ¿¡me oyes, Godfrey?!

Allan vio como ese castaño con el que no quería tener relación alguna se acercaba a ellos dos; se apresuró a despedirse, andando hacia la salida, acelerando el paso:

—Como dicen en mi antigüo país: "le bugie hanno le gambe corte" [2]( [2]  Las mentiras tienen las piernas cortas). No se preocupe, Boss; no me gusta crear problemas, solo solucionarlos…

Sin esperar su respuesta, Allan se fue. El jefe empezaba a odiar cada vez más a ese impertinente ser, por más simpático o amable que pareciera sonar. Cuando Soichiro ya había llegado hacia él para “hacerle la pelota” al jefe, éste aprovechó la oportunidad:

—¡Kusakabe! Escuche... atentamente…

El japonés siempre había tenido que ponerse las manos en las orejas para no tener que escucharle gritar tan fuerte… pero, ahora hablaba bajito. Tenía miedo de que subiera el volumen sin avisar, así que dejó una distancia prudencial entre ellos. Sin embargo, el jefe lo agarró por la corbata, hasta llevarlo justo a su lado:

¡¡LE HE DICHO QUE ESCUCHE, NO QUE SE ALEJE!! ¿¡ESTÁ SORDO, INSPECTOR KUSAKABE?!

Con el tímpano a punto de sangrar, Soichiro se disculpó.

«¿Sordo? Ahora... tal vez sí»

El jefe siguió mirando la puerta por dónde había salido hacía unos instantes ese hombre tan peculiar. No estaba…

¡Kusakabe! Mantén a ese hombre vigilado. No me fío ni un pelo de este extranjero playboy.

«¿Trabajo extra? ¡Oh, no: no, no! ¡Hoy no...!»

—¡¡P-P-ero... J-jefe!! Hoy había quedado c-con una chica y...

El jefe lo agarró por la corbata, apretándole el nudo, cansado de que ningún agente le respetara desde la llegada de ese estúpido extranjero; ya había soportado demasiadas risas innecesarias como para que precisamente él (el agente que siempre tartamudeaba y asentía temeroso) le contradijera; así que aumentó sus decibelios y el tímpano izquierdo de Soichiro estuvo a punto de romperse.

—¿¡ES QUE ERES UN QUINCIAÑERO ESTÚPIDO!? ¡SON ÓRDENES! ¿¡ME HAS ESCUCHADO “BIEN” AHORA?!

«¿¡Cómo no escucharle, jefe?!»

El abatido agente suspiró. No tenía fuerza de voluntad para decir un “no”: nunca la había tenido…  y menos empezaría a usarla contra el jefe... Él no era un suicida, ni un genio encantador, como ese problemático y antipático agente nuevo... del que ahora... tenía que hacerse cargo por culpa de las neuras de su orgulloso jefe:

—¡¡S-s-sí, señor!!

 

*******

 

«Debería estar en una cita con una hermosa chica

de enormes pechos y...»

Por el contrario, Soichiro estaba al lado de un hombre que no le había dirigido la palabra desde que le había insistido en quedar para cenar y guiarle por Tokio.

«Qué desagradecido... nunca dice gracias; aunque lo sorprendente es que haya aceptado». Justo al salir de la reunión le había parecido casi como que quería huír de él. Por suerte, había podido pillarlo a tiempo, antes de que bajara hacia la boca de metro más cercana.

¿Y si era de los que no podían negarse si le pedían algo: cómo él?

Estaban por Shinjuku y un montón de rascacielos inmensos se desdibujaban en el paisaje mientras el sol se ponía. El ruido de los coches y el tráfico era presente. Allan seguía sin hablarle. Sochiro intentó romper el hielo.

«Sí. Puede ser. Puede que sea tímido... no tengo porqué odiarle...»

—Cerca... hay un observatorio de entrada gratuita en el que se puede ver la vista aérea de Tokio desde el piso 45. Mira: ¡ese de ahí!— le sonrió, amistosamente—. ¿Ves? En el edificio del gobierno metropolitano, de dónde hemos salido… ¿Te apetece ir? Aunque, oh, bueno... debería habértelo dicho antes, pero, podemos ir otro día, si quieres…

Allan hizo caso omiso a su simpatía. Sin forzar su amabilidad soltó un comentario que le hizo comprender que de tímido... no era, en absoluto.

—¿Por qué querría perder mi tiempo en Tokio viendo estúpidas lucecitas contigo? Todas las grandes ciudades son iguales de noche: carteles publicitarios, miles de hamburgueserías, rascacielos... ya lo he visto en New York o el barrio chino de London. Nada especial: simple hormigón y personas andando o conduciendo... prefiero los ambientes sin contaminación, pero este tipo de lugares cosmopolitas... apestan. Los lugares son lugares: piedra, simplemente esto. Son las personas quienes lo hacen interesante… y a veces, ni eso... así que, mejor dicho, los enigmas y los retos lo que hacen a un lugar interesante. Por eso estoy aquí; no para ver edificios... No estoy de vacaciones...

Soichiro empezaba a hartarse de esa actitud. Aquello era demasiado. “¿¡Y CÓMO QUIERE QUE LE TRATE, SEÑOR!?”.

—Entonces... ¡¿a-a dónde—DEMONIOS quieres ir?!

— A Kabukichô. Ya que insistes. A un restaurante de udon... Tengo hambre. Ahí hay un restaurante que me han recomendado…

Soichiro se dio cuenta inmediatamente de lo que quería hacer. Se había memorizado los datos de los cuatro sospechosos en apenas unos segundos. Su cara se puso seria:

 

—¿¡Al restaurante de ese tipo!? ¿Kazuo Takeshi?  ¡OH, NO!

 

Allan creía que no lo averiguaría hasta pasados unos días. Intentó no mostrar sorpresa, pero...  hacía años que nadie lograba sorprenderle.

—¿¡Estás loco!? ¡No podemos ir ahí! ¡¡Además, es el barrio rojo!! ¡¡Está todo lleno de prostíbulos y hosts...!!

Ahora le respetaba... un poco (solo un poco) más...

 «Interesante... este tipo tiene “hipermnesia”...

Comúnmente confundido con 'memoria fotográfica'.

Lo recuerda… absolutamente… todo…»

Allan contestó a la vehemente reprimenda con la rapidez de su agradable y monótona voz (totalmente contradictoria a su contexto lingüístico, claro):

—¡Venga, ya! Es un barrio normal. Vosotros no sabéis lo que es un verdadero barrio corrupto y peligroso. He estado en Japón varias veces. Eres un exagerando: en el barrio rojo también hay bares, pubs, discotecas, game centers, karaokes, cines, locales de Pachinko, restaurantes... Si fueras a EE.UU. no aguantarías ni 2 minutos, viejo... vas solo, sin compañero, y si no has matado a una o dos personas al día, no has hecho un buen trabajo. ¿Qué crees que hay ahí? Nada... si esto es el país de la piruleta, joder...

 Ya está... le estaba… enfadando… en serio:

¿¡Viejo!? ¡Tengo 35 años! ¡E-estoy en la flor de la vida! ¡¡Y AQUÍ TAMBIÉN HAY PELIGROS!! ¡¿TE CREES MEJOR POR MATAR A LA GENTE, O QUÉ?! ¡PUES QUIZÁS DEBERÍAS MIRÁRTELO!, IDIOTA.

—Solo digo la verdad. Yo hago mi trabajo. Pero el trabajo de ahí no es como el de aquí...

—Pues ahora estás AQUÍ, te guste o no...

El moreno se quedó callado. Suspirando. Así que… ¿era mayor que el rubio? Estaba sorprendido, por segunda vez. No lo parecía. A pesar del enfado, el castaño seguía conduciendo bien: al menos, en aquello no era patoso. No merecía la pena seguir con la conversación... No le convencería de nada: ese agente era idiota.

Soichiro intentó arreglar las cosas, para no sentirse tan mal, aunque el moreno apenas hubiera cambiado su cara. Le costaba controlar su enfado, pero intentó hacerlo lo mejor que pudo:

—Mira… no quiero mentirte: me han mandado vigilarte precisamente porque el jefe sospechaba que eras un impulsivo narcisista egocéntrico: ¡Y ASÍ ES! ¡¿Crees que yo querría acompañar a un grosero como a hacer un tour después de cómo me has tratado esta mañana?! ¡Eres un desagradecido y un maleducado! Y por tu culpa he perdido una cita con una chica increíble...— aquello no tenía que haberlo dicho, pero cada vez que lo pensaba se echaba a llorar.

Estaba harto de que nadie le tomara en serio, así que se descargó contra ese estúpido ser que apenas sentía emoción por nada, aunque no tuviera la culpa de que él mismo fuera un perdedor:

—A ver:¿¡quieres que le diga al jefe que hemos ido al restaurante a por uno de nuestros sospechosos?! ¿¡Y tú eres un genio!? No podemos hacer las cosas a tu manera,  por muy “especial” que seas, porque podrías poner en peligro  la investigación. Y-ya lo sabes: así que no me hagas repetírtelo y vayamos a otro sitiomientras finges interesarte por mi amable ruta turística... Y si, de paso, me dices un mísero “gracias”,  sería todo un detalle…

El moreno agarró un cigarrillo que sacó de la nada. Empezó a fumar sin pedir permiso, abriendo un poco la ventanilla del coche.

Con aires de superioridad, el moreno  le habló, entre calada y calada:

—Sé lo que ese gordo y calvo te ha dicho— sacó el humo, y continuó—... Le he leído los labios mientras te hablaba.

Soichiro se quedó en shock.

«¿¡POR ESO LE HE ALCANZADO!? ¿¡PORQUE SE HABÍA QUEDADO ESPIÁNDONOS EN LA DISTANCIA!?»

Con esa expresión tan fría parecía un maldito demonio.El moreno siguió consumiendo su cigarrillo, saboreándolo: como si fuera lo único bueno que hubiera hecho en todo el día:

"Mira"... si  no quieres ir conmigo al restaurante, déjame aquí; lo que digas, hagas o dejes de hacer me importa un pepino. Podrás irte con tu cita; aún es temprano. Así todos salimos ganando.

La tentación, el odio y la culpabilidad luchaban en la cabeza del japonés: ¿qué tenía que hacer? No se fiaba  ni un pelo de él. Ese joven era capaz de ir ahí y hacer cosas demasiado sospechosas. Tampoco podía fallar al jefe en su primera misión... p-pero... la cita...

«Ais... ¿pechos o no pechos? Esta es la cuestión...»

—¡V-vale! ¡¡Está bien...!!

 

*******

Restaurante de Udon

Nichôme, Kabukichô. 20:34 h.

«¿¡Qué hago aquí?! ¿¡POR QUÉ?!»

—Debería estar en una cita… con una hermosa chica de enormes pechos y… estoy –esa vez lo dijo, en voz alta. Sin tapujos.—… con el ser más antipático y frío del universo…

Allan hacía ver que miraba la carta mientras de reojo observaba la puerta entreabierta de la cocina. Cuando vio que no salía nadie de ahí se apresuró a devolverle el cumplido:

—¿Qué pasa? ¿No tienes novia? ¿La tienes muy pequeña?

La camarera se giró hacia ellos justo al oír algo sobre un miembro pequeño: aquella parte lo había dicho en voz bastante impostada.

Todos los ahí presentes se rieron. Soichiro negó, automáticamente, con la cabeza, intentando querer decir algo a alguien, aunque fuera solo a esa bonita camarera; pero, no se le ocurrió nada. Así que optó por taparse la cara con la carta del menú, rojo como un tomate y lanzar maldiciones contra ese déspota ser:

—¡SShh! ¿p-por qué dices estas cosas tan vergonzosas en voz alta? si hubiera podido, se habría ocultado bajo la mesa— ¿¡Quién demonios... t-te crees q-que eres, eh?! – Suspiró, avergonzado- Que sepas que con lo rarito que eres tú: ¡s-seguro que tampoco tienes novia! Y si la tienes: ¡pobre la chica que te aguante!

Allan le sonrió: parecía una sonrisa sincera.

—Es gracioso que te pongas así por esta tontería. Los japoneses sois muy vergonzosos, por lo que veo. ¿Novia...? ja... para qué. No me hace falta... nadie me aguantaría, igualmente. Cierto.

Soichiro sintió un vuelco extraño en su corazón, pero lo ignoró.

Se sentía culpable... por haber dicho aquello.

Incluso... ¿él tenía problemas en aquello?

"Pero... si podría tener a cualquiera..."

Mientras su compañero pedía la comida se dio cuenta de que—aunque a veces daba un poco de miedo— Allan parecía que podía ser...

¿…agradable…?

No. Atrayente y misterioso... eran las palabras. Sí.

 Allan era el típico hombre misterioso y varonil con rasgos femeninos y delicados con el que toda mujer soñaría. Un modelo de revista. El chico malo que tiene a todos encandilados.  Y él: bueno... él...

El japonés sintió una punzada de envidia.

Él… no tenía nada de especial... Era tan nervioso y tímido que como siguiera así nunca encontraría novia; y menos siendo un agente secreto.  Nunca encontraría... a nadie.

Moriría solo: solo...  y sin amor…

 

Suspiró, sintiéndose un inútil.

¿Qué hacía con su vida?

 

—¡Ah! Por favor,  traiga sake...— dijo Soichiro, a la camarera.

Ella afirmó y se fue. Allan tomó la iniciativa y habló (cosa que sorprendió al japonés; esperaba pasar unas horas de silencio, como en el coche):

—¿Sake en hora de servicio y conduciendo...?

Soichiro no tenía por qué disculparse o excusarse. Solo faltaría.

Miró la parte buena: "Qué bien que pueda deleitarme con su irónica y agradable-voz-tajante… más distraído estaré".

—¡Estoy fuera de servicio! Ya me quedaré por algún hotel de aquí. Si lo compartimos nos saldría más barato... ¿o ya tienes una hab..?

— ¿Quieres llevarme a un Love Hotel?

Soichiro se quedó sin respiración. Algo le forzó a subir demasiado la voz, sin darse cuenta:

¿¡PERO QUÉ DICES?!  ¡¡N-NO HE DICHO ESTO!! ¡NO ME MALINTERPRETES! ¡Dios! Y-yo no soy homosex...

Allan le sugirió que se callara con la mirada: estaban rodeados de homosexuales. Soichiro se enfadó. Su risa indicaba que se divertía y, por el comentario siguiente, que se había confundido a posta:

—¿Qué ocurre...? ¿Acaso odias a los gays,Soichiro...?- dijo, burlón.

¡¿Es que no podía hacer bromas normales!?

Soichiro miró alrededor, avergonzado.

Estaban en la parte oeste de Kabukichô, en Nichôme: una zona de ocio gay con bares y discotecas de ambiente; por eso, en aquel restaurante tradicional había mucho homosexual.

Algunos hombres se le habían quedado mirándo al escuchar aquello.

Shh... ¡para ya! — “¡CABRÓN! ¡No lo digas tan alto!”— No. Yo no soy de esos que odian a...b-bueno… el caso es que NO SOY DE ESTOS QUE..., ¡p-pero bueno, si lo fuera pues...! ¡NO P-PASARÍA NADA! El caso es que... Ehm, y-yo... ¿¡ Y POR QUÉ te estoy JUSTIFICANDO nada!?— “¡¡D-deja de reírte de mí...!!”.

Ese extranjero, con esos ojos, le hacía ponerse nervioso por nada.

Por culpa de sus bromas sin gracia cada vez se sentía más incómodo.

Apartando la mirada de sus ojos de demonio, Soichiro vio como un hombre le hizo un lascivo gesto, en la distancia. Volvió a mirarle, con miedo. 

—Me pregunto si venir aquí ha sido realmente una buena idea...—susurró, poniendo, al final, su mirada hacia la mesa—.

 «No deberías temer… de estos estúpidos... precisamente...»

Allan seguía sonriendo. Le había sorprendido con su memoria; pero ya no tenía más cualidades; pero por alguna extraña razón le parecía gracioso. Él no: el echo de meterse con ese tipo. Era tan surrealista. ¿Qué hacía ahí? No había tipos como él en los lugares que iba. Tal vez se había equivocado de trabajo. Pero bueno: ya se daría cuenta algún día, si apreciaba su vida... Tampoco había venido ahí para salvar idiotas y hacerse el héroe. Ya era mayorcito. 

 

 Cuando una persona salió de la cocina para engrasar la plancha, ambos escucharon como ese hombre empezaba a hacer un ruido metálico con sus utensilios de cocina. La razón por la que habían venido:

Kazuo Takeshi.

 

—¡E-es... él! —dijo Soichiro, apenas disimulando.

¡Pues claro que era él!

Allan había pedido ese tipo de comida para verle en la plancha.

Magnéticamente, las miradas de Allan y Kazuo se cruzaron.

Esa especie de atracción asustó hasta al propio agente: no podía parar de mirarle... como con la fotografía, pero, esta vez, era el verdadero. Y había feedback. No veía nada extraño en esos ojos, ni en esa mirada… no podía ser él... Era absurdo...

¿Tendría que ver ese rubio con la Yakuza?

Fue el rubio quien rompió el contacto visual primero; se volvió hacia su humeante plancha, haciendo la comida hábilmente y fingiendo no haberle mirado de arriba abajo. Soichiro volvió a hablar, sin haberse dado cuenta de esas miradas:

—Puedo acercarme a preguntarle algo, si quieres. ¿Estás seguro que no tiene el perfil, no?

¿Se podía ser... más idiota? Si le dejaba actuar... la cagaría.

—Creo que no sería buena idea que fueras, igualmente...

Soichiro iba a levantarse; Allan le paró, agarrándole por la mano. Su corazón dio un salto del susto al sentir sus frías manos.

— Oye, no le mires tanto, cariño... que me pondré celoso...

«¿¡Q-QUÉ HA DICHO!? ¿¡C-como q-que “cariño”?! ¿¡CELOSO!?»

Era imprudente entablar una conversación así de buenas a primeras con el sospechoso. Tan solo estaban ahí para verle a distancia. Allan no tenía pensado investigarle seriamente. Solo tenía curiosidad: era imposible que ese cocinero estuviera arriba, en la Yakuza.

Soichiro soltó su mano. Allan ni se acordaba que seguía agarrándosela. De pronto, le entraron las ganas de seguir con su encantadora broma solo para divertirse:

—¿Qué te pasa, amor? Se te ve nervioso...

—¡BASTA! — SE ESTÁ PASANDO— ¡N-nada me pasa! B-bueno, sí... algo sí: ¡q-que... el hombre de ahí...me ha hecho antes un gesto obsceno... y tus bromas no me hacen gracia!

 No quería darle el placer de saber que le afectaba tanto, riéndose otra vez de él, así que intentó cambiar de tema:

—Y creo que... no deberíamos quedarnos hasta muy tarde p-por aquí... —dijo, sin saber por qué tartamudeaba de nuevo.

Allan volvió a agarrarle la mano, con una medio sonrisita villana.

— Si te atacan, yo te protegeré, amor. No temas…—le agarró otra vez la mano. Notaba lo mucho que le disgustaba y alteraba.

Además, aquel rubio les estaba mirando… así que continuó e hizo una de sus mejores interpretaciones, ya que la gente normal apartaba la mirada cuando las parejas se profesaban mimos y frases amorosas «no me extraña, esta gente da vergüenza ajena» y no le interesaba que nadie se fijara mucho en ellos:

— Sé que suena precipitado y que nos acabamos de conocer, pero...  a partir de hoy, si estás de mi lado, yo te cuidaré. Te quiero tanto, amor mío.

Aquello había quedado tan pasteloso y gay que Soichiro sintió unos escalofríos inmensos. El rubio apartó la mirada, tal y como Allan supo que haría. 

—¡¡Basta ya con la bromita... ¡¡Tu humor es muy raro...!!

De un golpe se deshizo de su mano. ¿¡ES QUE NO SE CANSABA?! El moreno le había mirado con unos ojos tan sensuales al decir aquello que hasta se lo había creído. Su corazón empezaba a latir más fuertemente.

«Soichiro... por dios... contrólate: OBVIAMENTE...

¡ES UNA BRO-MA! Aunque no haga gracia... ¡N-NO LE GOLPEES! ¡ES TU COMPAÑERO DE TRABAJO!»

Bebió un poco de agua, aún nervioso. Pero ese tipo seguía…

—No lo entiendo. Creía que es lo que querías. Has sido el que ha empezado con invitaciones a hoteles indecentes...

Soichiro escupió el agua. Allan se quedó quieto y dejó de reír, asqueado ante aquello. Ambos… quedaron molestos.

—¡L-lo siento!

«¡LO QUE ME FALTABA!

Un crío riéndose de mí... y yo disculpándome…»

Se levantó, avergonzado. Totalmente rojo. De ira.

Cuando vio que ese hombre que antes le había hecho un gesto obsceno estaba dispuesto a seguirle hacia el baño, Soichiro optó por  dirigirse con temblor hacia el cocinero... escabulléndose de todo el mundo para ir a la boca del lobo. "Oh... no...". 

«¡NO, IDIOTA: HACIA ÉL NO!» pensó el moreno, después de limpiarse la cara, con disgusto, y no verle frente suyo. Nadie había logrado incomodar tanto a Allan en años, ¡y solo llevaban UN DÍA juntos!  

 ¿¡Cómo se podía ser tan patoso!?

Soichiro intentó iniciar una conversación; temblando. Al rubio parecía divertirle esperar: ¿qué cosa le soltaría? Simulaba estar atareado a pesar de haberse dado cuenta de su presencia.  Ais... ¿y a-ahora qué le digo? Soichiro se dio cuenta de que ese hombre era, también, bastante atractivo: ¿¡por qué tenía que darse cuenta ahora!? Era intimidador estar frente a personas tan guapas, teniendo el complejo de Don-Nadie que tenía él... era demasiado duro.

El mundo era... tan injusto…

«¡¡Vamos, Soichiro..!! Eres un maldito agente especial... NO UN MODELO, háblale, con VALOR».

Se acomodó la garganta antes y habló:

—Hola... ¿q-qué tal? ¿Hace mucho que cocina en este restaurante? Mi amigo, el de ahí, es extranjero... y se sorprende con casi todo, pero, reconozco que parece tener mucha experiencia. Lo hace muy rápido… ¿e-es un restaurante familiar... o algo?

«Bien... ¿¡le pides la tarjeta sanitaria, de paso,

también, Soichiro!?»

Le había salido bastante natural, pero había empezado demasiado fuerte. Por suerte, el rubio sonrió. Parecía un santo.

Cuando creía que nada podía ser ya peor, sus estúpidos pensamientos le quitaron todo tipo de seguridad ante esa sonrisa:

«E-espera. ¿¡Se piensa que intento ligar con él?!».

Soichiro se puso otra vez más nervioso. ¡¡Era culpa de Allan y sus estúpidas bromas sin gracia sobre homosexuales!!

«ESTÚPIDA MENTE: ¡Cállate! ¡¡Uah!»

—Cuántas preguntas, señor. Jajaja… Ahora le atiendo... un momentito, por favor.— dijo, con gran habilidad, mientras cocinaba.

 «Oh, venga... ¡¡que trabaje aquí no significa que sea gay!! Ni yo por venir aquí y hablar con él significa que le esté intentando seducir».

Soichiro se había percatado de que su voz sonaba más grave que la de Allan: más varonil, melódica... y mucho más expresiva. Tenía un ápice de algo en ella: como si bromeara. Era agradable. Energética.

El rubio volvió, después de mezclar una salsa con esos tallarines.

Bonito amigo, por cierto. ¿Y qué hace una bonita pareja como vosotros por estos lares… tan peligrosos?

Soichiro se quedó sin respiración, otra vez.

«“¿¡P-pareja?!... ¿B-bonito?” ...

¡Jah! ¡Si le quitaras su mal carácter!»

 Ante el gracioso silencio el cocinero volvió a hablarle, mientras movía sus manos por la plancha sin que se le quemara nada; a su vez, el olor empezó a extenderse.

Soichiro se distrajo con la comida... tenía muy buena pinta y olía muy bien… así que cuando el rubio contestó a sus preguntas anteriores,  el agente japonés ni se acordaba ya.

—He trabajado en la cocina con mi padre desde que tenía uso de razón. Este es mi primer negocio en solitario en Tokio. ¡Bienvenido! Y a tu amigo, también: ¡Jajaja…! ¿No me viene a saludar?;  ¿Es vergonzoso...?

Allan estaba a lo lejos, ignorándoles.

O más bien dicho: fingiendo que les ignoraba.

 «¿Qué hace? ¿¡De qué demonios hablarán?!», se decía el moreno, intentando ampliar sus bocas con el teléfono móvil, pero... el patoso de Soichiro no paraba de meterse en medio. No veía nada.

Suspiró, dándose por vencido.

Soichiro se quedó unos cuantos minutos más allí, hablando de tonterías y cuando el cocinero entró dentro de la cocina, con sus platos correspondientes, el castaño, al fin, volvió.

Por suerte, ese hombre pervertido, al recibir la indirecta de su rechazo— y quizás, también, al ver como hablaba con ese cocinero, propietario del local— se había ido de ahí. ¿Y la pareja de la mesa de al lado? ¿También se había ido? Bueno, mejor... no les inspiraba mucha confianza. Quién por suerte, o desgracia, sí seguía ahí... era ese moreno. El solitario genio egoísta y con gracia nula...

En cuanto su compañero de trabajo regresó a la mesa Allan dejó que primero hablara él.

—¡Qué cocinero más simpático! Ahora nos trae la comida.

Le agarró la mano, disimuladamente, por tercera vez en esa noche. ¿¡O-otra vez?!

Oye, ¿¡quieres parar ya!? ¡No me toques así como así!

—Nos tenemos que ir, Soichiro —dijo, arrastrándole, con fuerza, muy serio—. Disimula... venga, no bromeo. Vámonos.

El agente no entendía su extraño comportamiento. El lugar estaba silencioso. Tranquilo. ¿Por qué tenían que irse así, de repente? Serían más sospechosos si no pagaban por lo que habían pedido...

¿Pero qué dices? ¡Acabamos de pedir! ¡No podemos irnos así como así! Además, ese tío raro se ha ido y esa pareja extraña también. No quiero salir y encontrármelos fuera. Venga, la comida tenía muy buena pinta, aproveche..

 Allan notó un brillo. Un sonido metálico puso en alerta sus reflejos, constatando lo que su instinto temía.

Empujó al japonés.

¡¿Q-qué... haces?!— estaba en el suelo. Allan le había arrojado, sin que chocara con nada.

Al levantarse, Soichiro vio como en la pared había un enorme cuchillo, justo dónde estaba su cabeza. Sus piernas temblaron. “¿¡QUÉ!?”

—¿Qué hago?— dijo Allan, en pose de defensa— Salvarte la vida.

 

Su cerebro no era capaz aún de entender la situación.

Soichiro estaba... paralizado... de miedo.

 

Ambos vieron como varios de los que antes estaban sentados en las mesas salían de la cocina... atacándoles. Y ahí estaba ese ser que le había lanzado ese gesto lascivo...  Era horrorosamente feo. También otros hombres: cinco, en total.

 

—¿Q-qu…?— a Soichiro seguía sin salirle la voz.

 

El moreno se había abalanzado contra ellos, sin dudarlo, empezando a combatir con una técnica de lucha impecable; en menos de tres segundos ya tenía a dos por el suelo.

Soichiro, captó la situación.

Tenía... que moverse. ¡¡Pero no podía!!

Vio como agarraron a Allan por la espalda, entre dos.

No podía dejarle ahí... pero tampoco se atrevía... a luchar.

Todo parecía ir en cámara lenta.

Allan les abatía con unas llaves espectaculares, dejándoles en el suelo, y los gritos de esos hombres hicieron que Soichiro, al fin, recuperara la compostura. Corrió hacia la puerta, haciendo caso de su instinto de supervivencia. Giró la cabeza; esperaba encontrarse a Allan siguiéndole, pero, justo en ese momento, el rubio tan simpático con el que antes había estado conversando salió con un horrible bate de madera y pinchos oxidados, en pose amenazante.

 

En su expresión se veía la locura.

 

—¿¡Pooor qué tanta prisa, señores!? —su risa de psicópata llenó la habitación—. Te dije que no olvidaríais este servicio... ¿¡verdad, amigo!? ¡Jajajajajjajajaa...!  ¡¡Venga, chicos: a jugar un rato!!

 

Su risa era psicótica, contagiosa y temible.

Cada vez salía más gente tatuada, con armas y caras horribles. Consiguieron apresar a Allan. ¡Eran demasiados para él! No era justo. Soichiro no sabía qué tenía que hacer...

—¡¡¡ALLAN!!! —gritó, muerto de miedo.

El moreno le miró con una mirada convincente y seria:

—¡¡VETE!!—le contestó, con rapidez.

Con ese grito echó atrás a los cinco tíos que se le habían tirado encima, ganando tiempo y oxígeno, pues uno de ellos le estaba intentando ahogar. Dio una patada al de enfrente; luego, paró con su antebrazo derecho una patada lateral y dando un gran codazo al de la derecha ( y un puñetazo al de la izquierda), al fin, todos, restaron en el suelo, inconscientes. Los cinco hombres...

—Vaya, vaya... gaijin[3] no peleas nada mal. (3* Gaijin: extranjero. Palabra usada por los japoneses que indica un modo despectivo).

El rubio parecía que pudiera atraer a más sicarios en cualquier momento; Allan sentían pasos. Volvió a mirar a Soichiro para que se fuera. Entendió la mirada. El japonés, a contra corazón, cedió; temiendo que fuera la última vez que vería a su compañero en vida.

Ha sido... mi culpa...

Su pecho le dolía de la ansiedad y del miedo... pero, tenía que hacerlo. Con la poca valentía que tenía, gritó, intentando sonar convincente:

—¡Volveré! ¡¡Volveré a por ti!!

Y finalmente... desapareció, corriendo.

El rubio prestó toda su atención a ese moreno y con gran fuerza le golpeó en la espalda, hundiendo su querido bate en su carne.

—¡¡¡¡AAAAAH!!

Dos tipos más salieron de la nada y le agarraron. “¡HIJO DE...!”

—Jajajaja… Te sientan mejor los gritos, guapo. ¡No seas tímido!

Allan cayó en el suelo, exhausto: muerto de dolor.

Tenía el bate de pinchos incrustado en él.

Respiraba, acongojado, mientras la sangre salía por todas partes… Mas, el rubio no contento del todo con aquel sangriento espectáculo, lo agarró por su camiseta, lo tiró al suelo y pisó su mano con esas botas negras de punta de hierro que llevaba por simple gusto estético... Esta vez, contuvo el grito, porque se lo esperaba.

¿¡Ahora no gritas…!? No me decepciones, venga... házlo...

Cómo disfrutaba con su expresión de dolor...

Pero quería escuchar su grito... otra vez, así que el rubio hundió, lentamente,  el bate en su hombro:  viendo aumentar el cejo fruncido de esa cara tan perfecta... mostrando dolor. Pero no estaría satisfecho hasta oírle gritar de dolor. Aumentó de presión repentinamente encima del bate de pinchos y un grito horrible al fin surgió:

—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAARG...!!!

El rubio sonrió de oreja a oreja; ahora sí parecía complacido.

—Jajajaja ¡No es bueno ser tan orgulloso!, ¿eh? ¡Jajajaja...!

En el suelo, revolcándose ante el dolor, Allan solo tenía fuerzas para escuchar la voz de ese gilipollas: “¡Maldito… HIJO DE LA GRAN PUTA!”.

—Por lo que veo, tu amigo se ha ido rápido para salvarse el culo…— volvió a reír, como ido. — Creía que intentaría salvarte, pero, ha sido ver la lucha e irse: ¡ha sido listo: oh, sí! ¡Jajajaja! Y yo que le creía idiota.

Allan no podía quitarse los pinchos del bate él mismo, aunque quisiera, ya que podría desangrarse rápidamente.

La bota de ese idiota (bien presionada contra su mano) le impedía hacer cualquier movimiento. Intentó tomar el control de la situación. Vale: intentaría sacar el máximo de información fingiendo un acento italiano... así podría hacerse el tonto y hacerle creer que no entendía muy bien el idioma... y  así, tal vez, si le apresaba, le contaría cosas que no debería contarle, pensando que no lo entendía.

¿Ha habido... molto gente... torturati aquí...?

El rubio volvió a reírse; esta vez, por aquel acento tan gracioso.

— ¡Interesante! Sh sh... italianito, ¿¡crees que estás en situación de preguntarme nada?! Y menos, esto… jajajaja— le acarició la cabeza, como a un perro—No voy a matarte, tranquilo.  Venga, quédate quietecito, ¿sí? Y no te mees en los pantalones... que la sangre tiene un pase, pero lo otro, ya son palabras mayores... ¡JAJAJAJA!

El rubio dejó de pisarle y se volteó, sonriendo a la joven camarera que apenas unos minutos antes parecía tan respetable y normal (ahora, Allan se daba cuenta de que en realidad era una cómplice).

—Cierra el local, Sakura. Hemos terminado de trabajar por hoy...— esas fueron las últimas palabras que escuchó, antes de contemplar como su alrededor se teñía de negro.

 

Todo empezó a desvanecerse.

Perdía mucha sangre... la olía…

 

La sentía, caliente…

Húmeda...

 

*******

 

Y se despertó, como si tan solo hubieran pasado unos segundos.

Su cuerpo entero estaba entumecido. No podía volverlo a poner en pie, intentaba darse cuenta de su alrededor... pero todo estaba borroso y oscuro. ¿Qué hacía ahí? Lo último que recordaba Allan era el dolor de su hombro izquierdo. El suelo estaba duro… como sus músculos…

El dolor que sentía era más que cualquier resultado de sus más duros entrenamientos; era un dolor frío causado por un sobreesfuerzo, una herida y una mala postura: todo,  se notaba en su espalda… en sus extremidades, en su cuerpo...

Intentó levantarse. Pero no tenía fuerzas.

Rápidamente entendió el dolor del hombro y el cuello al ver cómo había estado durmiendo en una postura extraña en el frío y duro cemento. Intentó masajear un poco la espalda, por la parte del hombro que no tenía dañado. Pero le dolía demasiado, dejó de tocárselo.

Mirando alrededor vio cómo se encontraba en una especie de zulo, atado con cadenas en el suelo. «Mierda... ¿dónde coño estoy?» Parecía el escenario de una peli de terror de serie B.

Le dolía todo el cuerpo; pero, Allan había pasado por cosas peores, no se derrumbaría por aquello. Le dolía el hombro, la mano, la cabeza y todo el cuerpo; pero, ¿qué era aquello? Nada. No era nadaprácticamente le habían secuestrado desde bien pequeño y  aquella era una simple celda física, nada más.

Aquello no era el verdadero dolor.

NO ERA “NADA

Cualquier tortura no le intimidaría. No era alguien fácil de impresionar, no era normal. Había estado muchos años torturado por su propio padre pedófilo, sin ver la luz del sol... durante años.

Aquello no podría ser peor… nada podía ser peor que su pasado...

Sin embargo… aquello tampoco le hacía sentirse mejor...

ni le ayudaría… a salir de aquel lugar…

con vida…

Unos ojos verdes y azules se mezclaron en su mente en una especie de alucinación... acechándole, entre la oscuridad... La sonrisa de su padre se mezclaba con la de aquel rubio... y los ojos azules (de su madre) se entremezclaban con chorros de sangre, partes de cuerpos despedazados, un tren roto, un río, una pelota, lloros de niños, gritos… Una habitación oscura.

Estaba... alucinando... ¿o recordando?

Estaba... drogado.

 Al lado, tenía una especie de bol de comida para perros. Sintió el dolor en su brazo: le habían inyectado algo...

—¿Heroína...?— susurró, con debilidad, desde el suelo.

«Para aliviar el dolor.

Me quieren con vida... de momento.»

Allan ya se veía con cruces o señales en su piel, típicas de traficantes ilegales de órganos, por eso, se miró los abdominales, como pudo, subiéndose su camiseta. No encontró ninguna señal. Respiró, aceleradamente. Estaba... sintiendo... como nunca... la ansiedad. Hacía tiempo que no se encontraba tan encerrado... literal y figuradamentee y rió... como si fuera una estúpida broma del destino.

 «No es momento para reír»... Tenía que pensar rápido.

«No quieren mis órganos. ¿Entonces qué quieren de mí?”»

Al menos había descubierto que aquel japonés rubio sí era un criminal. El pelinegro no sabía si ese cocinero psicópata tendría mucho que ver con los Yakuzas, pero pronto le descubrirían y juzgarían por sus crímenes; Soichiro se lo comunicaría a la Interpol. Mientras tendría que jugar a hacerse la víctima durante un tiempo… a los asesinos les encantaba el sufrimiento y cuanto más débil se mostrara, más poderosos se sentían ellos: más dependientes de contemplar su dolor. No podía ponerse excesivamente “gallito” con él, ni excesivamente aterrorizado, o moriría rápido.

«Venga, Allan... céntrate»

La droga no le dejaba pensar con claridad...

Había visto la dominación en ese rubio y su risa le había impresionado y perturbado, a partes iguales... pero no se dejaría vencer por un loco; ya había tratado con muchos como él. Tenía que ir con cuidado... Nunca se sabía por dónde te podían salir; eran escurridizos como el humo y peligrosos, como una inquieta llama... pero no eran nada: “NADA”. Nada... en comparación a lo que era él...

Una cámara del zulo situada en una esquina se movió y segundos después una figura alta y corpulenta apareció en aquella habitación. Esa voz, juguetona, excesivamente emocional y con fingidas ansias de atención,  resonó en el lugar… recordando con odio su tono burlón.

—Uaah, ¡¿qué dormilona, eh!? ¿Qué tal?

Había una caldera junto a droga y bolsas dónde, supuestamente, debía haber el dinero que blanquearían y llevarían a paraísos fiscales.

En caso de que la policía les encontrara, un dispositivo especial se accionaba, quemando todas las evidencias. También había otra caja, llena de móviles rotos. Sí, parecía... estar relacionado con la mafia.

¿Pero el jefe: ese idiota…? No podía ser…

—¿Eo? ¡Bienvenido, caro amico!

Allan pudo enfocar bien los ojos cuando éste encendió una luz de neón que parpadeó, dando lugar a una habitación mucho más tenebrosa y asquerosa de lo que se apreciaba a oscuras.

Kazuo rió ante aquella mirada insolente que le ofreció al verle. Seguía empecinado en no mostrar su miedo: lo hacía bien. Hasta parecía no tener sentimientos.

—Por fin capto tu atención. Mira, seré breve: tu técnica de lucha me ha impresionado. ¡¡Únete a mí!!

Aquello había sido demasiado directo. Le estaba agarrando por la camiseta. Allan se quedó mudo. Al ver que no contestaba nada Kazuo se puso serio y molesto. Casi como un niño, puso ciertos pucheros en su expresión, haciéndolo ver cómico:

—Oye... va. ¿Me entiendes... o qué? Tú y yo podemos ser grandes amigos. Suficiente considerado he sido ya contigo al no desfigurarte la cara con mi precioso bate. Jajajaja... De nada...

El rubio sonrió y pasó parte de sus dedos por la sangre de su bate. Inmediatamente después,  puso su insistente mirada hacia ese ser que seguía mirándolo con descaro, sin poder ocultarlo. Era curioso, pero, ambos no podían apartar la mirada el uno del otro.

El rubio se acercó a su cuerpo, de improviso, tocando sus heridas con delicadeza y sensualidad... destapando su camiseta (peligrosamente); dejando al descubierto los pectorales y abdominales del moreno.

Allan estaba demasiado débil para oponerse; sin embargo, no apartó su mirada desafiante. Kazuo ensanchó aún más su sonrisa.

—Mgh... estás en forma... ¿Deportista de élite? No cualquiera da esas patadas, ni tiene este cuerpo...

Su prisionero no le respondía. El rubio le habló más fuerte, enfadado:

¿¡TÚ-MI-EN-TEN-DER “PE-DAZ-O DE MIEERDA ANDANTE”!?  ¿¡ESPECIALIDAD!? ¡¿DEPOOOOOORTE!?— El rubio sabía perfectamente que le entendía, ya que la arruga de la frente de Allan se había pronunciado un poco al escuchar como le insultaba.

El agente nunca se hubiera imaginado verse allí, escuchando los gritos de ese imbécil: aquello era tan... humillante. Estaba decepcionado consigo mismo:

«Y ese estúpido calvo estará contentísimo de reprocharme esta negligencia... si es que salgo con vida de esto.»

Como su prisionero seguía sin responder, el rubio siguió hablando con su jovial y melódica voz; con esa sonrisa malévola en sus labios y ese enérgico andar, yendo de un lado a otro, inquieto…

—Qué orgulloso eres: ¡me gustas! Jajajaja... Sé que me entiendes. ¡Bien que le hablaste a tu amigo cuando te dejó tirado para salvarse el culo! Oh, quizás no me hablas porque… ¿tienes miedo?— volvió a toquetearle, por debajo la camiseta— No... tú no eres un cobarde...

Allan estaba a punto de golpearle cuando le toqueteó, bajando por sus pantalones, pero cuando sacó de su bolsillo el pasaporte falso que siempre llevaba, no tuvo por qué hacerlo.

—Qué raro… creía haber escuchado que tu nombre era Allan...—dijo, mientras miraba el pasaporte— Jajaja... ¿qué, pensabas que te echaba mano? Ya te gustaría.  No... vaya, vaya...  ¿Pasaporte falso? ¿Para engañar a los de inmigración? Conozco bienquién ha hecho este trabajo y con quienes hace negocios...¿Eres un criminal? ¿Un sicario?

Allan tenía que decir algo, aunque le costase respirar, o sino... se cansaría de él. Con parte de su acento italiano, se atrevió a hablarle:

Te pillarán... mi amigo ya te habrá denunciado...

Intentó ver alguna ventana, pero solo había cemento y hormigón: era un lugar cerrado, sin luz y sin señales de en qué parte de Japón estarían.  El rubio sonrió ante la amenaza verbal.

—¿Pillarme? ¡Jajajaja! Lo dudo. Soy bueno en eso de evitar a los estúpidos polis. Tengo contactos y no soy tan idiota como para hacerme notar, aunque confieso que es mi hobbie favorito, entre otros muchos... —le sonrió, pícaramente— Como sea: ¡digamos que la burocracia y su estupidez... van de mi lado! ¿Me pillas? Jajajaja....

 

Esa risa era tan perturbadora.

No es que tuviera miedo, pero a Allan le hacía revolverse el estómago, sintiendo ese vértigo que no sentía desde hacía mucho tiempo, como si tuviera un nudo en la garganta…

—¿Y qué tal, bambino...? ¿De vacaciones por Japón? Qué pena, otro turista metido en un problema de bandas de Yakuza. Me pregunto cuánto me daría la gente por este estupendo cuerpo que tienes… Mucho, sin duda... porque tu cara tampoco es que sea fea...

Allan volvió a sentir esa sensación extraña. Le estaba tratando como a un objeto y eso le hacía sentir... cosas extrañas.

—¿Qué prefieres?: ¿mujeres u hombres? ¿Ambos? Espero que no seas asexual: serías un desperdicio… Jajaja...

La mirada del moreno se volvió más gélida que nunca ante las referencias sexuales. Kazuo no se esperaba esa reacción y se puso serio al ver que ese tipo no perdía ni una pizca de autocontrol.  

Allan prosiguió, con su falso acento extranjero:

—¿Prostitución ilegal? ¿Drogas? ¿Cuándo hace que estás en esta banda? Te matarán como a un perro. Yo de ti cortaría lazos con ellos.

Cambió su postura seria y el yakuza volvió a reír con los mismos ojos de loco que cuando agarró el bate en el restaurante.

—Creo... que el que no entiende la situación aquí no soy yo…  ¿Por qué querría dejar a los Yakuza…? — sonrió—  ...¿si soy el jefe de la banda más grande de Japón? ¡Tengo más de 40.000 miembros a mi servicio! Prácticamente: ¡¡domino Japón en la sombras!! ¡¡Jajajajaja!!

Allan abrió los ojos, como platos.

— ¿¡Ahora sí pareces entenderme!? Exacto: ¡soy amo y señor de los Yamaguchi-gumi! Jajaja ¿Creías que era un mierdas, eh? Pues no…

Era un payaso. Tenía que serlo. Seguro.

No podía ser posible... ¿que él tuviera a toda esa organización? Era absurdo: un villano de pacotilla queriendo fanfarronear con mentiras. Sus próximas palabras le descolocaron aún más.

—Y te quiero...

 ¿Qué… ha… dicho? 

El moreno no entendía nada.

—Has luchado contra cinco de mis mejores Yakuzas bastante cómodamente. Únete a mí: venga, tío… seamos amiguitos, ¿sí?

Fuera el jefe, o no, ese tipo no era nada serio.

¿Bromeaba o se estaba riendo de él?

—No me gustan las amenazas, pero es que con tipos como tú las cosas solo pueden ir así. Iremos rápido: dime que te unirás a mí o te haré el esclavo sexual de mis sicarios ahora mismo. Yo siempre obtengo lo que quiero. Dime, ¿sí o SÍ?

Se veía que era un hombre que no aceptaba un no por respuesta.

Pero se había cruzado con la persona equivocada.

—Nunca.

Kazuo sonrió ante esa respuesta, como si ya se la esperara…

—Ops. Vale... creo que el que no escucha bien ahora soy yo…

 Le masajeó la espalda con su mano derecha y sus vendajes empezaron a teñirse de rojo.

¡¡Mgh gah!! – justo en su herida…

Pero Allan seguía igual: sin decirle nada. El rubio se enfureció:

—Dilo; no te me hagas de rogar… aunque me encanten las personas obstinadas en ciertas circunstancias, ésta no es una de ellas… ¡no tengo tiempo para tonterías! 

Pero Allan no dijo nada. Siguió callado.

El rubio odiaba que le ignoraran; con el bate lleno de sangre que había recogido de una bandeja de extracción (en la que algún supuesto médico lo había depositado, después de curarle) golpeó con fuerza un cuadro viejo.

La jeringuilla (que habían usado para inyectarle la droga) voló de esa bandeja y se rompió en mil pedazos por el suelo. Allan ni se inmutó.

Sabía que aquel lugar empezaría a serle familiar durante bastante tiempo debido a esa respuesta... o tal vez: no. No sabía qué opción sería peor... pero, justo cuando creía que ese bate iría directo a su cabeza, el rubio volvió a sonreír, dejando el bate en el suelo, dando un golpe seco que hizo que su corazón se acelerara más.

Sonreía, cada vez más animado.

—Tal vez... no entiendas la generosidad de mis palabras. Aunque no te lo parezca, yo también soy un tipo duro… y orgulloso, esto también está siendo difícil para mí... pero, te lo repetiré…  

El rubio volvió a acercárse, tocándole sus tersos abdominales. Allan respiró, confusamente. Todo le daba vueltas; como si tan solo con sus palabras y su mirada...o su presencia, le quemara y le consumiera.

“¿Es la droga... o... es él?”

El moreno estaba entrando en calor. El rubio no quería llegar a la intimidación, era pérdida de tiempo, pero... lo probó una vez más:

Cada día… te follarán cada uno de mis perros, tanto y cómo quieran... hasta que aceptes unirte a mí. No te van a matar, oh, no... Te aviso que son gente muy degenerada: al último le introducían cigarros y cúters en sus queridos y virginales orificios, solo por diversión; no quiero ni imaginar qué instintos salvajes desatarán al ver a alguien... como tú...

Se paró estratégicamente, sonriendo, con gran sensualidad.

 

—A no ser, claro que te unas a mí…

 

Allan hacía años que no sentía ese tipo de... ¿excitación?

«¿Por qué… está tan interesado en mí…?

Eso es bueno… no me matará, pero...»

El rubio amaba que esos ojos esmeraldas no mostraran ni una pizca de miedo. Sospecha,  lucha. Vaya tío… le amenazaba con la violación de sus asquerosos sicarios y seguía mirándole como cuando había entrado. ¿Cómo era posible? Se sentía hasta irrespetado. No conseguía dominarle... ni hacerle sentir miedo, ni interés...

¿¡Se creía que era una broma!? ¿Qué era un payaso?

El rubio lo agarró por el pelo con violencia para que le mirara a los ojos. La voz de Allan, esta vez, sin su acento italiano, sonó muy cerca de él: fría y sensual… con un japonés tan impecable que Kazuo entendió que se había estado riendo de él, mostrando más valor de lo que creía, en ese tipo de situación.

 

—Prefiero morir antes que ser un estúpido perro Yakuza…

 

Sus alientos se mezclaban. Kazuo no podía evitarlo: las palabras de ese moreno y su desfachatez... le estaban gustando más de lo esperado, así que siguió con ese juego... sonriéndole, cerca de sus labios... a pesar del odio que sentía, a la vez...

—Eso lo que dices ahora...

 

Ambos sentían una inexplicable

subida de adrenalina al estar tan cerca.

 

Kazuo sonrió y se apartó, sin girarse para mirarle.

Con un chasquido de dedos unos hombres entraron, empezando a desabrochárse los pantalones a su paso. El pelinegro intentó debatirse, mordiendo y golpeando a unos cuantos, pero pronto le pusieron un artilugio sexual en la boca...

—¡Sean gentiles, chicos! Sé que es imposible, pero no quiero que me lo matéis. Sino... ya sabéis... —señaló su dedo meñique.

Todos asintieron, riendo, perversamente.

Los hombres empezaban ya a masturbarse frente a él; uno ya estaba a punto para entrar en su interior, sin dilatar ni preparar nada, quitándole el cinturón y los pantalones con violencia. Allan intentó no chillar de dolor, aunque le acabaran de desgarrar su parte trasera. El rubio disfrutó con ese grito ahogado y habló, sin ningún tipo de remordimiento, mientras se alejaba:

 

—Qué pena...—Allan sentía unas ganas de despellejarle entero, vivo— Creía que serías más inteligente... A ver qué me dices dentro de unas semanas...

 No sentía ninguna pena, de echo, sonreía. 

Como si ya lo hubiera sabido de antemano.

El jefe yakuza ni siquiera se quedó ante aquel aquelarre de perversión en el que, uno tras otro, penetraban a un desvalido y humillado Allan, el cual iba conteniendo sus gritos de dolor.

— ¡¡Venga, abre un poco más las nalgas!! Jajaja ¡Estás un poco estrecho...!! ¡¡Así, más... oh, sí...!! ¿¡Duele, eh?!

Los hombres empezaban a reír; no se sentían nunca saciados. Uno tras otro iban toqueteándole, penetrándole... e incluso se meaban y defecaban encima de él.

Allan ahogaba sus gritos ante aquella bola:

dura y fría... como su corazón.

Esos golpes… violentos y asquerosos…  le hacían recordar las repetidas violaciones que sufrió de pequeño... Imágenes de su padre: queriéndole, sonriéndole... ¿burlándose? Su hermano… su madre… Ni siquiera sabía por qué, pero, empezó a llorar. Todas las imágenes se mezclaban. El dolor no se iba...

 

Hacía tiempo... que no lloraba.

Tal vez fuera por el odio, por el cansancio...

Por todo...

 

No fue tu culpa. Él era el adulto, tú un niño; no podías evitar sentirte confundido... Es normal sentir placer ante algo sexual, y aquello te confundió... y te bloqueó... La vergüenza y la incomprensión te impedía decir nada”

Le había dicho un psicólogo, tiempo atrás. Pero...

 

« No pueden entender... nada. Nadie… puede.»

 

No lloraba ya por su infancia perdida, ni por esos perros que le follaban... ni siquiera sabía por qué lloraba, pero lloraba, descargando toda su incapacidad para entender algo de aquel mundo que no tenía ya sentido alguno.

¿Es que acaso elegía la muerte? ¿Lloraba por aquello? Su existencia en el globo era como ya estar muerto: ¿qué más daba todo?

—¡¡Mirad, ha empezado a llorar!! Jajajaja. Al fin, empezaba a pensar que eras un frígido Jajaja

¿Estaba sintiendo “pena” por él mismo?

Nunca lo había hecho... no podía hacerlo. No podía derrumbarse.

¿Por qué lloraba, realmente...?

—¡¡Mmh... sí, nene!! Llora: cómo me pone esto… Vamos a hacer que te corras: ¡venga, disfruta con nosotros! Jajajaja…

Una asquerosa boca empezó a succionar su enorme miembro.

«Estoy harto. Vacío. Roto

¿Pero... por qué sigo aquí?

¿Hay alguna razón?» 

—¡¡La tiene enorme!! Vamos, gaijin, entréganos lo que tú ya sabes... Jajaja ¡Dios mío, cómo me pone... joder...!

Pero sabía que en sus ojos verdes... ese brillo seguía en él.

Un brillo natural y luchador que le hacía mantenerse en pie.

Pudo volverlo a sentirlo: la repulsión y el odio, como cuando le suplicaba a su padre que parase, y tan solo podía hacer lo que le decía, aumentando el paso,  para que se corriera y le dejase en paz. Volvía a sentir… ese sufrimiento repulsivo. Pasados unos minutos se corrió ante aquellos cerdos; intentando pensar en algo que no fuera aquella habitación, ni aquellos hombres que quería matar uno tras uno. Solo pensó en el odio que invadía su cuerpo y en lo maravilloso que sería salir de ahí para hacérselo pagar a cada uno de esos cerdos...

Al menos aún tenía esa capacidad. La fuerza… el alma del guerrero. El orgullo estúpido y sin-sentido…  pero, en su mente solo había una imagen. Alguien a quién pronto... haría su vida imposible:

 “Kazuo... Takeshi... ”

*****

Pasada una hora, los últimos iban alejándose, al fin.

—Así me gusta, guapo...— ese cerdo gemía, excitándose con ese beso de despedida, en la bola que cubría su boca—Eres tan guapo... ojalá pudiéramos follarte sin tenerte atado para besarte… pero, luego te escaparías, ¿verdad? O me morderías. Tus ojos… qué ojos. Y tu voz. Me gustaría oír qué dices... Una pena, me encanta que me insulten… me pone muy burro jajaja… ¡Hasta la próxima!

El último tipo se corrió en su cara y  mientras se reían de Allan, éste se dejó caer en el suelo: exhausto.  Había sido violado una y otra vez. Tenía sed, así que empezó a beber agua de ese cuenco; como un perro.

—Jajaja... ¡Nos veremos mañana, perra!

Y solo quedó el silencio, mientras lamía el agua.

Hacía tiempo que le habían quitado el orgullo y, sin embargo, aún era capaz de llorar; aquello le sorprendía. Pero... solo era estrés físico... no significaban nada: eran lágrimas de cocodrilo. Eran sentimientos pasajeros.

Se dejó caer al lado del bol. Estaba tan cansado...

 Una semana, diez días o un mes... lo que fuera... aguantaría: impasible como el cemento de aquellas paredes.

Entonces, Soichiro le encontraría… Tan solo  tenía que aguantar a esos cerdos con el máximo de dignidad posible.

Pero pronto su racionalidad le dijo lo que tanto temía: 

“¿A quién pretendo engañar? Estoy muerto...”

 

*******

El rubio seguía con sus trapicheos de tráfico de drogas, armas y prostitución. Esta vez, él mismo había secuestrado dos extranjeras para uno de sus pubs y hosts más cercanos. Había sido tan fácil seducirlas que hasta había sido... aburrido. Pensó en quedarse en su despacho y ver ese idiota sufriendo. Le encantaba ver cómo aguantaba…

Antes de encender las pantallas se quedó un momento mirando los gráficos estadísticos de su ordenador, los cuales predecían sus beneficios y pérdidas. Los elaboraba él mismo. Aunque era cansino, le gustaba asegurarse de que no hacía elecciones idiotas en cuanto a los negocios. No era tan impulsivo como hacía creer a la gente. Ni tan loco. Desde fuera tal vez lo parecía, pero cada palabra y cada acción… todo había sido analizado con sumo detalle.

La puerta se abrió, asustando al yakuza.

—Hermano...

La japonesa entró a su despacho personal.

—¡Sakura...! ¿¡Qué te he dicho!?– el rubio siempre había querido lo mejor para su hermana, por eso no dejaba que ella supiera mucho de los detalles más escabrosos de sus negocios, ni dejaba que frecuentara mucho sus lugares de trabajo.

El secuestro de esos tipos había sido algo totalmente improvisado, porque no solían venir tipos tan guapos a su restaurante y tenía que aprovecharlo para su negocio. Tenían pinta de hosts, desde luego. No había podido resistirse… aunque sabía que aquello había sido la gota que colmaba el baso... en Sakura.

Aún así, fue él quien la regañó:

—¡¡No deberías ir por aquí a estas horas: sabes que es peligroso!!

La chica lo miraba, con preocupación. Sonrió. A pesar del último encuentro. Al ver que estaba en el despacho y no en lugares menos decorosos... estafando o dañando a gente, ayudaba. Ver lo que había visto en ese restaurante, le había animado a tomar aquella decisión...

—Lo sé. To… no quiero mezclarme en tu trabajo. De eso quería hablar. Hermano, he conocido a un chico y me ha pedido que me vaya a vivir con él. Hace meses que quería decírtelo… pero, no encontraba el momento… adecuado. 

El rubio se quedó en un silencio de ultratumba.

—Es un buen chico. No es… alguien...

—¿”Como yo”?—dijo, sonriendo, el dolido hermano.

El solo hecho de pensar que la única familia que le quedaba se alejaba de él... le dolía en el alma... pero, era inevitable… y lo sabía.

—¡Yo...! ¡No, Kazuo! ¡Quería decir que yo… le quiero y él a mí! Y claro, es un hombre bueno... sé que es el elegido... —¡dijo, con cierta culpabilidad, Sakura.

El rubio le dio un abrazo bien fuerte.

Fue tan repentino… No eran de muchos abrazos, pero ella le correspondió: era una “despedida” a toda regla y Sakura temía echarse a llorar desconsoladamente si seguía abrazándole de ese modo, así que Kazuo volvió a hablarle, acelerando la situación. No quería ver como uno de los dos se derrumbara; recordando tonterías del pasado.

—Gracias por todo. Ahora: sé feliz. Y que sepas que no dejaré que nadie te haga daño, ¿me oyes? Sea quien sea, estarás vigilada por mis sicarios y si cualquiera te hace daño... le mataré.

Aquello había sonado muy amenazante, pero aun así... enternecedor. 

—Por favor, no quiero que sigas con esto, Kazuo, ¿podrías...?

El rubio le dio una tarjeta, ignorando sus incesantes e inútiles consejos. Hacía años que iba a su bola, pero ella… tenía que intentarlo. Aunque fuera por última vez…

— ¡¡Sí, sí!! yo también te quiero, bla-bla-bla: toma. Te prestaré dinero y todo lo que necesites. Es una tarjeta negra, si hay problemas, tírala. Está a mi nombre, pero puedes usarla perfectamente: saben quién eres. Pero tranquila, me aseguraré bien de que nunca nadie pueda llegar a saber que estás relacionada conmigo. Quiero que al menos tú puedas tener una vida normal. Yo ya estoy metido en esto y tampoco se está tan mal. Jajaja...¡Siempre he sido la oveja descarriada de la familia!, ¿no? Así que no te preocupes por mí. Tendría demasiado que cambiar para fingir ser una persona decente, supongo… Jajajaja ¡Este es mi mundo!  Dentro de poco lo voy a conquistar, ¿eh? Más allá de Japón...

La hermana se separó. Conmocionada.

Siempre se ocultaba tras su sonrisa y sus bromas; pero no quería verle metido en más secuestros o cosas horribles, sufría por su vida. No quería separarse de su hermano menor… y pedirle que cambiar a esas altuas sería pedirle demasiado. Y no sería feliz. ¿Cuándo había cambiado todo tanto? Solo le quedaba mirar por ella misma, pero...

—Yo… Kazuo…

Pronto se echó a llorar, encima de su hombro, perdiendo la compostura. Kazuo intentó aguantar, con los ojos vidriosos.

—Te echaré… mucho de menos, hermano mayor…

— Sakura...—le hubiera gustado decirle “Yo también, hermanita”... pero, tan solo pudo abrazarla para no echarse a llorar.

Sabían que no volverían a verse nunca más; por eso el abrazo se alargó e intensificó, como nunca. No hacían falta palabras, después de todo lo que habían pasado... Más palabras: no. Solo haría que doliera aún más la separación. 

Con los ojos rojos y Sakura se apartó y se fue, con una sonrisa. 

Kazuo se la devolvió, como la primera vez que nació.

Cuántos años...

En cuanto se aseguró que Sakura se había ido, sintiendo cómo bajaba por las escaleras... el rubio... se desmoronó en la mesa.

Aquello había sido todo.

Ya era oficial: “no tenía familia”.

—Completamente… solo.

“Este día tenía que ocurrir, Kazuo, venga. Sakura se merece ser feliz... después de pasar por tanto...”.

Aún, en shock, para consolarse, miró el vídeo en el que estaba su prisionero. Pronto la impotencia y frustración se apoderaron de él.

Cuánto le irritaba....

Su ira se canalizaba en él.

Ese extranjero estaba en una postura muy parecida a la suya, abatido, desesperanzado... aun así no se veía tan patético como ahora mismo él se veía: en ese despacho tan lujoso, teniéndolo todo, pero estando solo y amargado. Le molestaba...

¡¡ERA TAN ASQUEROSAMENTE TERCO!!

“Lleva dos semanas aguantando  horribles violaciones (que hasta a mí me dan asco cada vez que las veo) Y: ¡¡NADA!! Por la mañana le despiertan con la manguera, con agua helada; le dan comida para perros... ¿¡Qué COÑO le pasa a ESTE TÍO!? ¿¡Es que no tiene suficiente humillación!? ¿¡Está insinuando que todo esto es mejor que ser lo que YO SOY !? ¿¡Por qué COJONES no acepta formar parte de la Yakuza!? Ni que fuera un jodido po...”

Espera… claro…

¿¡Cómo había estado tan ciego!?

 Sí, ahora todo cobraba sentido... 

Pero... aunque lo fuera, ¿cómo aguantaba todo aquello? A pesar de tenerle secuestrado en condiciones horribles, era Kazuo quién sentía que sus sentimientos le desbordaban; mientras él aguantaba un calvario que ni los militares secuestrados por terroristas yihadistas hacían contra ellos, con sus propios “métodos americanos”, tal cual hacía la CIA: con bolsas y cubos de agua fría, con esa horrible sensación de “ahogo”, podrían aguantar. Y él, seguramente, si le metieras ahí o delante un huracán o un tiburón…  seguiría mentalmente cuerdo, fuera cual fuera la tortura que le dieran. ¡Era ilógico!

Lo odiaba. Le hacía sentirse inferior...

“¿Cómo? ¿¡Cómo coño se controla este tipo!?”

Era inhumano... 

 Llamó a sus sicarios. En menos de un tono de llamada le contestaron. Su voz le salió más seria que nunca:

—Hoy no hace falta que vengáis, chicos...

— ¿¡Qué!? Oh, jefe... vamos, ¡no nos quites la diversión!

El rubio les cortó, sin dar explicaciones:

— Hoy me ocuparé yo...

 

Ti-ti-ti-ti...

 

*******

Allan sentía la debilidad en su cuerpo. A pesar de sus ejercicios de capoeira, meditación y yoga— los únicos ejercicios que le permitían realizar esas cortas cadenas—… estaba perdiendo masa muscular y por culpa de las constantes violaciones de esos salvajes tenía el culo hecho un verdadero mapa; le dolía tanto que incluso se despertaba de dolor durante las noches.

Al oír, otra vez, la puerta se mentalizó. “Allá van...”. 

Se quedó quieto. Mirándolo, desafiadoramente.

“Kazuo Takeshi...”

Su mirada asesina apareció de nuevo.

—¿Tan temprano y ya empezamos con tus miraditas? Um... ¿qué? ¿No esperabas encontrarme, verdad... Allan?

¿Cómo había descubierto su nombre? Con todo ese ruido no habría podido escuchar a Soichiro, a no ser… que también pudiera leer los labios a la gente, como él mismo. «Vaya, tiene golpes escondidos…». 

—He intentado averiguar algo más sobre ti y me sales como que no estás en el mapa. Empiezo a pensar que el encontrarnos no fue por casualidades del destino…

El agente seguía con su mirada inaccesible. Se permitió el lujo, incluso, de forzar una expresión de desprecio hacia Kazuo, el cual estaba a punto de perder los estribos ante aquello.

«No me cabrees  más, bonito... no tientes a la suerte.

No ando muy fino como para aguantar tus delirios de princeso»

Hoy… no ha sido un bonito día... Dame algo por lo que valga la pena seguir. Dime que sí; que te unes a mí. ¿Aceptas mi oferta, Allan? ¿O te gusta tanto tu estancia en este bonito lugar que no has tenido tiempo suficiente para pensártelo? Venga, no te hagas el "poli malo"

Kazuo rió, burlonamente, cuando Allan levantó las cejas ante aquella última frase. «Lo sabe…»

—Jajajaja... venga, ¿sigues creyendo que tu amigo te rescatará y comeréis perdices y toda esa mierda de maricones caga-arcoíris? Yo no contaría con eso… La vida es injusta... ¿sabes? 

Allan notaba como el rubio estaba de un humor extraño. Su seriedad se contradijo, rápidamente, con la sonrisa que tenía. Resentimiento. Odio. Era un torbellino extraño de emociones.

— Estás.... siempre tan tranquilo. Como si hubieras venido ayer...—apretó sus dientes y empezó a desvestirse—… ¿Cómo lo haces? Tu psique es increíble. ¿Qué es? ¿Odio? Odias al mundo entero. Yo también, pero tú más: se nota en tus ojos. ¿Has visto la podredumbre humana? ¿La peor parte? Créeme, puede ser mucho peor... ¿Aburrimiento? Te controlas… eres tan desafiante: cuerdo… ¿pero... por qué no te diviertes un poco? Ven conmigo. Quiero a alguien como tú en esta "empresa"... No hay muchos currículums tan buenos como el que tengo aquí mismo frente a mis ojos, aunque no sepa nada de ti. Eres.. increíble: cualquiera ya estaría loco en tu situación... 

Las ojeras, la delgadez y el mal estado físico se notaban en Allan, pero, ciertamente, una persona normal estaría loca, desesperada y enferma en su misma situación. El moreno lo sobrellevaba como podía. Ese odio que sentía... bien podía ser el sustento que necesitaba.

"Kazuo... Takeshi"

 Entonces, Kazuo pensó en si era aquello que decían sobre que las personas que eran torturadas se acostumbraban al dolor; a pesar de las torturas horribles, no sufrían tanto como uno se imaginaba: el dolor psíquico acababa por ser menos que el físico.

¿Era aquello normal en las víctimas que sufrían ese clase de acoso?

No era de los que alargaban esa mierda para comprobarlo... le gustaba hacer las cosas rápida. Era impulsivo y enérgico. No tenía mucha paciencia. ¿Tal vez se había acostumbrado al dolor? ¿Era eso?

Ese moreno se mantenía… frío y consciente… como si pudiera aceptar la muerte en cualquier momento.

¿Tal vez ya estaba "muerto por dentro"?

Era... terrorífico. Kazuo también quería… también quería ser así… Estaba harto del dolor, del sufrimiento, de la ira... ¿Como podía dejar de sentir como él? Le hacía enfadar más... de lo que ya estaba.

 “¿¡CÓMO LO HACE!?”

—Oh, ya sé... —le habló, prudentemente, observándole— A ti te gusta todo esto, claro… Eres de los que les va el dolor. Porque nacieron con ello. Ay, cuánto me ponen los desviados sexuales como tú. Hasta había pensado que eras un tipo de superhéroe, cuando simplemente eres un enfermo... Jajaja... Conozco esa gente, he tenido que lidiar con unos cuantos en mi vida…— evidenciaba deseo hacia el moreno, pero éste notó cómo esos “desviados sexuales” no debieron satisfacerle mucho al yakuza, porque un rictus de asco contenido se le dibujó momentáneamente, a pesar de fingir no importarle.

Cuando el moreno sintió una caricia en su cuello… se estremeció de arriba abajo. Había sido delicada. Nada violenta. No lo esperaba. Su expresión también había cambiado de repente.

Le había… gustado. Kazuo aprovechó ese momento de debilidad para mirarle a los ojos y sacar una voz bastante íntima y más verdadera:

—Esta reacción ha sido...  muy interesante...

El rubio estaba ya completamente desnudo, andando descalzo por ese lugar, de un lado a otro. Allan tan solo podía mirarle a los ojos.

 

«¿Va a violarme…?»

 

El rubio empezó a susurrarle al oído:

Ya sabes: “si quieres las cosas bien hechas, hazlas tú mismo”. Quizá lo que te hace falta es un poco de cariño y dulzura. ¿El mundo te ha tratado mal, eh? Así que debes odiar las caricias y la cercanía con la gente: es como si ya te conociera... lo veo...

Su boca se acercaba ya a sus labios; Allan quiso hacer algo para impedir cualquier tipo de contacto… pero, aquello ya lo había previsto Kazuo: Allan no había visto esa afilada hoja de navaja que le apuntaba, a su cuello, justo en la yugular.

Ssh... soy capaz de matarte. Y lo sabes su voz era la de un completo loco, sin embargo, mostraba un tipo de desesperación aniñada que le hacía sentir algo extraño… Si me muerdes o haces daño... ten seguro que te mataré. Y no queremos que esto suceda, ¿verdad, Allan?

Allan empezaba a sudar.

No le gustaba que dijera su nombre.

Su corazón empezaba a latir tanto que ni siquiera podía escuchar atentamente lo que ese asesino le decía: lo que sí sabía es que no tenía que moverse. ¿Por qué le sonreía de ese modo? Cuanto más sonreía, más rápido latía ese músculo potente en su pecho: ¿era miedo? Ese estúpido loco… le miraba como si quisiera adueñarse, incluso, del compás de su casi-siempre-calmado corazón. 

¿Era placer...? ¿Peligro?

Esa sonrisa seductora lo empeoraba todo...

Curioso. He visto todos los vídeos de tus violaciones y en ninguno de ellos pones una expresión como esta. Jajajaa. ¿Puede ser que yo te guste?

Allan dio un salto ante la idiotez que acababa de decir. Si le miraba a los ojos le entrarían las ganas de matarle ahí mismo, así que el agente apartó la mirada. El jefe yakuza sonrió ante aquello.

Eh, mírame cuando te hablo... Me gusta que me mires... con esos ojos... llenos de odio... te hacen más humano...

Esperó a que Allan mismo le mirara, sin forzarle. 

Kazuo sonrió al verle de nuevo.

A Allan nunca le había gustado obedecer a nadie, pero sentía una especie de exaltación, un gusto extraño, que le hacía querer obedecer, por primera vez, a ese tipo; tal vez por su locura… estaba siendo prudente: sabía que había llegado a un punto crucial en el que “podía morir”. Ese tipo ya no estaba para juegos. Por eso estaba ahí.

Sin embargo, no entendía el motivo de esa charla.  

 ¿Qué idioteces le contaba?

No le conocía, en absoluto.

Pero... le temía...

Subió la mirada y mostró un poco de debilidad ante él: no entendía nada, estaba como un niño perdido a la espera de las órdenes de un adulto, (aunque fuera un degenerado, tenía que hacerle caso). Kazuo sonrió, como cuando le había golpeado y pisado su mano. Al fin notaba una verdadera sumisión ante él. Aquello le encantaba…

Le apartó el flequillo, para poderle verle bien la cara:

—Muy bien... tienes unos ojos preciosos ¿sabes? Me gustan...

El moreno no dejaba de mirarle ni un segundo. Esos segundos se estaban volviendo una eternidad y el rubio sonreía... disfrutando. "Haz lo que quieras, pero hazlo... imbécil". Le estaba humillando. Allan lo odiaba… 

No… no son tus ojos...

Odiaba todo: que hablara sin tapujos, que creyera que le conocía, que realmente pudiera ser el jefe yakuza... ¿Es que ese ser no tenía vergüenza o sentido alguno del pudor? Odiaba cómo le hacía sentirse.

—Es porque eres de los míos. Te limitas a existir y a deambular de un lado a otro, aburrido y solo… mostrando alguna emoción espontánea de vez en cuando... pero eres un cascarón... un actor... un bufón.

El rubio observó la cicatriz de su espalda y la tocó tiernamente, con su caliente y grande mano. Esta vez, no le hizo daño. Allan no entendía nada...

—Veo que está mejor tu herida —dijo, señalando el bate que estaba a un lado (el que no podía alcanzar, por culpa de las cadenas).

Kazuo le habló con una mirada seria… como si estuviera lejos de ahí:

—Aún no te he escuchado darme las gracias. Los destinatarios de mi preciosidad no suelen salir vivos... pero, supongo que no quería herir tu precioso rostro. Apunté en un lugar sin puntos vitales; seguro de que te has dado cuenta de que tu encierro y secuestro no es algo que haga usualmente. Te quería para un host, incluso para follarte de vez en cuando... pero, no suelo secuestrar a nadie por estas mierdas, personalmente. No soy de los que dejan entrar... en su círculo a gente desconocida, así como así. Ni siquiera... me llegan a importar las personas... no sé ni porque estoy haciendo lo que hago... contigo...

 Allan no podía estar más tenso, esperando a que atacara... odiándolo con todo su ser antes de empezar. Cuando el rubio se le acercó, cerrando los ojos, lentamente, como para besarle, Allan no se movió: permaneció quieto, controlando cada músculo de su cuerpo. Kazuo le susurró en su oreja al verle temblar por primera vez. Le encantaba ese juego de falsa-sumisión y dominación.

— Bésame... hazme sentir algo o te mato…

Sucedió lo inesperado.

 El rubio vio como esos ojos que se escondían tras su flequillo se acercaban, para finalmente cerrarlos fuerte y dejarse llevar por un beso impredecible y profundo.

En un estallido de energía enigmática y electrizante, entremezclaron las lenguas, profundizando en el descontrol de la situación y la sorpresa, aumentando el ambiente con sus vaivenes, alargando ese beso hasta que llegaran a necesitar aire; su interior el calor se expandió, sintiendo esa clase de vértigo que no creían que pudiera durar tanto, si no fuera en una atracción o un deporte de riesgo. 

Aquello había sido... increíble. Al separarse... no se lo creían aún.

El vértigo, era poco, para poder describir esa sensación.

Cojieron aire, ambos.

Sintieron como sus corazones estaban completamente acelerados y el cuerpo revolucionado, todo en apenas unos segundos.

El rubio estaba realmente caliente; por eso se había separado, antes de excitarse completamente. No estaba con los ánimos. Y sin embargo, lo había logrado...

Habían llegado a olvidarse de todo.

Los respiros de ambos... lo empeoraban todo.

Tenían.. ganas de continuar...

 

El silencio... también era excitante. 

Se miraban, sorprendidos.

Kazuo intentó recordar qué hacía ahí, desnudo, resistiéndose a él, después de ese beso... pero, era cierto: no había venido ahí para violarle. Aquello no sería un castigo para él.

Intentó volver a su personaje, serio:

—No voy a follarte... a saber la de enfermedades venéreas que puedes haber pillado. No me fío de mis sicarios y tengo que vivir muchos años.

El odio se incrementaba en Allan, el cual  estaba tan excitado como él. Y aquello le molestaba mucho más que ese parón… y esa maldita tensión sexual que empezaba a surgir entre ellos.

—Tampoco... te lo he pedido…

Era la primera vez que hablaba desde su última conversación y su voz estaba ronca y débil. Era... sexy. Kazuo se excitó ante aquella contradicción. Miró hacia sus pantalones...

—Sí, ya... no me hables para negar lo obvio… Confiésalo: no estado nada mal...

Allan volvió a mirarle: en sus pantalones se veía su paquete completamente abultado. La evidencia no le avergonzaba:

No te equivoques. No quería morir. Por eso lo he hecho... 

Su frialdad era verdadera. 

El rubio estaba un poco confundido; había sentido un inmenso placer con ese beso... y al mirarle, otra vez... volvía a sentir ese odio inmenso: no, mejor dicho: hielo... era como una pared.

Ambos se enfadaron ante la reacción del otro. Y, aunque los dos deseaban más, por orgullo, no podían dejarse llevar. 

—Dejando aparte mis encantos sexuales los cuales niegas de palabra: ¿te interesa saber cómo llegué a esto?— dijo el jefe Yakuza, cambiando de tema—. Puede que así me veas como a una persona y no como a un simple objeto sexual irresistible… o un mafioso malvado...

Allan se había hartado de callar, necesitaba hablar de lo que fuera. Así no sentiría el latido de su estúpido corazón acelerándose, ni los estúpidos comentarios de ese tipo. Él también quería cambiar de tema:

—Nada justifica esta mierda que haces. Eres débil. Te dejas llevar por tus impulsos. No elegiste bien en su día. Y sigues equivocándote…

El rubio se puso, otra vez, la ropa: agarró una llave que había en sus pantalones y… ¿le quitó los grilletes?  Allan le miró, extrañado. "¿Que ha sido esto, un streap tease o algo?". Y el rubio siguió hablando solo, como un loco, mirando a la nada:

— Tenía una sola persona en el mundo a mi lado; solo una. Eso bastaba. Y ahora... me siento como un padre desolado... Siempre he sabido que estaba solo, pero, ahora es de verdad... y duele.

Ni siquiera le estaba amenazando; seguía hablándole, como ensimismado en sus pensamientos.

¿Y si se fuera ahora...? Miró el bate, estaba libre. Pero apenas podía mantenerse en pie y menos podría luchar contra ese hombre tan grande; además, un tipo de ansiedad estúpida le inmovilizaba. Las piernas le temblaban. El beso… le había debilitado…

— ¡¡Lo hice todo por ella...!! Llegué a convertirme en lo que soy y ahora se va con otro; uno que no se sacrificará ni una tercera parte de lo que yo, pero,  le hará inmensamente feliz: qué injusto es. ¡Oh, sí! Vete: ¡es genial... que yo estaré bien! Y sigo dudando... Dudando de que alguna vez me haya querido... sin temerme o despreciarme. Nunca lo ha hecho... seguro, siempre una carga... una mala influencia...

Su discurso empezó a alargarse, por sorpresa de Allan, sin entender nada de nada. ¿Qué es lo que había venido a hacer allí? Se desnudaba, le explicaba sus penas...

-Nunca seré esa persona respetable que tanto ansía día y noche. Aunque quisiera no podría recuperarla. Soy como una fotografía borrosa... estropeada. Cualquier burda imitación, sería pusilánime: ¿quién está detrás? Quién sabe. Nunca lo sabremos. Sin negativos, sin nada que te permita ver más allá de unos manchurrones que permanecen, como esas manchas de sangre que cuestan tanto de quitar…  Mis crímenes… no se pueden olvidar: son mis paisajes sin forma.

Su discurso parecía un diálogo imaginario entre varios personajes en su interior, Allan... estaba... sin poder creérselo:

-Bueno, pero los acepto. ¡Nunca podré ser esa persona tan clara y nítida que quiere! Su hermano mayor: feliz, honrado... nunca, nunca más... por más que queramos ambos. ¡Creía que ya lo tenía aceptado, pero no! Es tan patético querer a las personas por lo que nunca serán, por lo que esperamos de ellas: y sin embargo, yo la quiero y la quise y, siempre, la querré. Por lo que era, por lo que ya no es: “por lo que fue”.

Esa vez tocó una parte depresivamente emotiva:

- Era mi hermana... antes estaba ahí, siempre, conmigo;  me peleaba con ella, la odiaba, la quería… Pero ya no: no importa, vete... hermana, vete... Vete…  avergüénzate de mi ser. Recuerda lo que soy. ¡Lo que creíste que sería! Lo que ambos no pudimos salvar o cambiar. Ten en mente esa fotografía que nunca seré y nunca fui. Ama a mi fantasma: ese niño, antes de que todo pasara. Ese fantasma… ama a ese Kazuo estúpido… adolescente… que no sentía lo que hoy siento. Ella solo ama mi recuerdo... Lo que hoy soy… no le gustaría jamás...Y yo ya no me siento como ese fútil fantasma... pasan... tantas cosas en mi cabeza, en la vida... en la calle...

«¿Qué me cuenta... este pirado, ahora?»

Allan no sentiría compasión por ese grandísimo hijo de puta que le había dejado que le violaran durante toda una semana unos tíos desagradables. ¿Qué pretendía contándole todo aquello? ¡ESTABA LOCO!

Pero al verlo llorar ya sí que su sorpresa fue mayor.

—¡¡Y hállame hoy aquí: qué ironía...!! —sus lágrimas bajaban lentamente— Frente a un capullo que ha aguantado un puto infierno soltando apenas dos putas lágrimas y mírame a mí:  llorando desesperadamente... sintiendo como si me muriera... sintiendo el peso de mi cuerpo que ya no podrá volver a levantarse del mismo modo por la simple separación física de mi hermana, aunque apenas nos viéramos ya: es el simbolismo, el principio del fin.  Sí… ¿Se puede ser... más patético?

Allan estaba... muy descolocado.

"¿Más.. aún... no, por favor...?"

Ni siquiera me arrepiento de todos los asesinatos que he cometido: lloro por mí. Soy tan patético y egoísta; me siento tan solo... miserable, pequeño... y asqueroso. ¡Falso! Triste… Solo, solo... incomprendido...

 

¿Era amor... incestuoso o familiar?

¿Qué pretendía decirle con todo aquello?

 Pensó, Allan. Sin saber qué decir.

 

 El jefe yakuza se tocaba la cabeza, llorando. No era solo por su hermana, era por todo. Y, de repente, dejó de llorar. Miró a varios lugares, con una mirada vacía.

Y luego miró al moreno... como en trance:

— Tu sola... existencia... –Ahora se veía furioso-  ¡¡Tu insolencia!! Tu convicción en no caer en la trampa que yo caí hace tiempo. ¡¡TODO TÚ!! ¡Me haces sentir humillado…  ¡¡Es culpa tuya!!

«¿La trampa? ¿Acaso le obligaron a ser lo que era?

¿O simplemente era un ingenuo?

¿Y a mí que COÑO me importa?»

Sus ojos casi se le salían. Se tocaba la cabeza. Gritó con un odio desesperado. Allan retrocedió dos pasos, hasta tocar la fría pared de cemento:

— ¡¡¡MEEE ESTRESAAAAS, JODER!!! ¡¡SO-CAPULLO, RE-QUE-TE-IMBÉCIL!!! ¡¡¡ENGREÍDO!!! ¡¿POR QUÉ COJONES NO TE UNES DE UNA PUTA VEZ A MÍ!? ¡¡DI ALGO!!

¿Y ese era el temido gran jefe Yakuza?

«No tiene cojones…»

—Está bien, ya me he cansado. Te voy a matar...

Allan no vio ese golpe de efecto inesperado.

¿Qué...?

Los ojos del agente especial sintieron el horror más fuerte de su vida.

Parecía ir todo en cámara lenta.

Ese ser sacó una pistola del interior de su pantalón.

Su discurso seguía, psicóticamente, mientras le apuntaba: se arrepintió de no haberse interesarse un poco más por su discurso, tendría de haberlo tranquilizado antes... ¿eso es lo que quería? ¡No tenía sentido! ¡Era su prisionero, su contrincante! ¿¡Estaba loco!?

¿No le quería en la Yakuza, ya se había cansado de él, qué quería?

¿Por qué cambiaba tan rápido de parecer?

Ese tío parecía estar bien, pero… estaba… como una regadera.

Matando... me siento bien... ¿sabes?

Allan no quería que su vida acabara así...

Sintió la parálisis en el cuerpo, las piernas temblando… Su patética y horrorosa vida pasaba frente a él. Flash backs deprimentes: sangre y perversiones. Soledad e incomprensión…

Kazuo le dijo lo que sabía que sería su última propuesta, con una sonrisa y lágrimas cayendo por su cara:

—A no ser que…  te unas a mí...

 

Sin cerrar los ojos, dijo su respuesta:

 

—No.

 

 

Sintió un clic.

Y Kazuo apretó el gatillo.

 

 ******

 

Allan abrió los ojos, respirando aceleradamente.

Todo había pasado muy rápido.

  

— Vaya... qué suerte… la tuya.

Al ver que seguía vivo,cayó en el suelo; hacía mucho tiempo que nadie le hacía temblar de miedo. Se tocó todo el cuerpo: intacto. 

—Ruleta rusa. Esta vez no te ha tocado. Ya veremos... mañana. Jajajaja...

 

Su sonrisa demoníaca lo decía todo...

Era un loco sádico; había jugado con su mente…

Soltándole todas esas chorradas...

Haciéndose la víctima, haciéndose el loco... siéndolo o no...

se burlaba de él... solo quería burlarse... 

 

"Kazuo... Takeshi"

Allan sintió que debía dejar de lado su estúpido orgullo.

Estaba harto de que jugaran con él: de que lo usaran, abusaran y humillaran. Debería haberse rendido hacía tiempo: ¿qué pretendía demostrar? ¿Lo idiota que era? Tenía que aceptarlo. No podía ganar siempre. Habían jugado con lo último que había pensado y jurado que podrían jugar... con su mente.

Pero hoy ya no era un niño. Ni un adolescente. Se trataba de su vida...

“No quiero morir”

Era un hipócrita: había antepuesto su orgullo a su vida.

¿De qué le servía la INTERPOL, la justicia, la venganza u el odio que hubiera sentido en su vida pasada si moría? 

NO HABRÍAN SERVIDO PARA NADA.

 Nadie había logrado jugar con él de ese modo desde hacía tiempo e irónicamente se sentía... VIVO. 

Durante mucho tiempo había estado actuando como un gilipollas... ahora se daba cuenta…

Aún seguía respirando, aceleradamente.

Mientras Kazuo se iba... sonriente...

— ¡Espera...!

El rubio se giró, esperando un escupitajo o algún insulto; pero, desde el suelo, con gran dignidad, escuchó las palabras de ese ser que creyó que jamás podría pronunciar:

 

—Acepto. Quiero ser un Yakuza…

 

La expresión del japonés no podía ser más incongruente.

 

Sus lágrimas seguían en su cara, secas, pero una sonrisa indescifrable se dibujó en el jefe Yakuza, estaba en éxtasis. 

 

“Al fin. Dios ha muerto...”  

pensó, burlón, el japonés, citando a Nietzche. 

 

Kazuo constató así lo que ya sabía...

 

En todos había debilidad.

 

—Y pronto lo dirás de verdad, amigo mío

 

Cuánto odiaba a ese ser.

Pensó que después de aquello podría salir de ese antro de mala muerte, pero pronto acudió a él la doble humillación y la debilidad al ver cómo le cerraba, con un enérgico portazo.

 

— Maldito... hijo de perra...— susurró para sus adentros... cansado.

Ese sentimiento del que creía haberse hecho inmune, hacía tantos años… la humillación… no era agradable... pero sí era mejor que estar muerto. Hacía... lo correcto.  Lo más  sensato.

 

Notas finales:

Jajaja ¿Song del capi?  Ouh, yeah... 

LET'S ROCK. 

Para quienes no hayan leído ya esta historia ;) ssh... en los comentarios xDDD no seáis malas, shh... no spoileres.

 

EMPEZAMOS CON UN SONG LIST ADECUADO, se?!

:D Si tenéis alguna canción apropiada, ponerla, también jajaja 

Beautiful Dangerous:

https://www.youtube.com/watch?v=UCAbZ7xF-Ps&list=RDUCAbZ7xF-Ps


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