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El Probador por Fullbuster

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Sasuke Uchiha

 

 

 

Mi padre me metió en el coche a empujones y cerró la puerta tras de mí caminando hasta la puerta del conductor y arrancando el coche. Vi a mi hermano por la ventanilla que venía corriendo pero no llegó a tiempo cuando mi padre salió acelerando del parking. Itachi tenía su coche en el parking y sé que lo cogería para venir a ver qué ocurría.

 

Me quedé callado en el coche cuando recibí otro manotazo y escuchaba a mi padre insultarme por lo que había hecho. Supongo que yo siempre sería el segundo hijo, el pequeño, el que entorpecía los pasos perfectos de mi hermano. Eso creía yo hasta que descubrí el verdadero motivo por el que mi padre siempre había pasado de mí y sólo tenía ojos para mi hermano y aquello… me cayó como un cubo de agua helado encima.

 

- No debiste haber nacido, sólo fuiste un maldito accidente – escuché que decía y abrí los ojos como platos.

 

Mis dieciocho años de sufrimiento y de trabajo duro tratando de que mi padre se sintiera orgulloso de mí acababan de aplastarme completamente, yo no tenía oportunidad de conseguir que se sintiera orgulloso, porque yo no era nada para él excepto un accidente, un hijo al que no deseaba tener porque ya tenía al hijo perfecto, ese era Itachi.

 

Vi que cogía la salida hacia el aeropuerto y me asusté, ¿De verdad iba a llevar su plan a cabo? ¿Iba a separarme de mi familia? ¿De mi hermano? Lloré y me armé de valor para conseguir articular palabra aún a riesgo de recibir otro bofetón de mi padre por el cabreo que tenía.

 

- Quiero ver a mamá – le dije – da la vuelta y vamos al hospital, quiero verla.

 

- No Sasuke, tú te largas ahora mismo. No voy a dejar que tengas otra oportunidad para irte con tu hermano.

 

- No me iré, quiero verla, ha tenido un accidente y quiero saber cómo está – le grité pero él me dio otro bofetón tirándome contra el asiento.

 

- Mantente calladito, espero que aprendas en el ejército lo que es la disciplina.

 

Mi padre sacó el teléfono del bolsillo y marcó un número. Le escuché hablando con alguien muy enfadado, diciéndole que me mandaba para allí ahora mismo. Creo que la persona al otro lado se quejó pero aún así, mi padre le hizo caso omiso y cuando llegó al aeropuerto ni se dignó a aparcar. Me sacó arrastras del vehículo y me llevó tras él agarrándome con fuerza del brazo hasta que llegó a la primera chica que vio tras el mostrador colándose de algunas personas que se quejaron al momento, pero a él le dio igual. Compró un billete para mí al condado de Washington, eso estaba a la otra punta del país, vivíamos en Maryland y él me mandaba a más de tres mil kilómetros de distancia, casi cuarenta horas en coche sin contar que mi hermano no sabría donde me estaba mandando.

 

- No lo hagas – le pedí por última vez.

 

- Vamos – me dijo arrastrándome de nuevo y metió el billete en mi bolsillo conduciéndome hasta la puerta de embarque, allí me empujó dejándome con el guardia – tú tío irá a recogerte al aeropuerto.

 

- Papá – grité tratando de convencerle pero él se giró marchándose como si yo no fuera su hijo.

 

El avión despegó conmigo y no dejé de llorar en todo el viaje, ni siquiera me había dejado pasar por casa a coger mis cosas, ni a hacerme una mínima maleta, tampoco me había dejado ir a ver a mi madre y estaba preocupado después de saber que había tenido un accidente. Empezaba a entender una cosa… mi padre jamás me había querido, él mismo lo dije… yo sólo fui ese chico que llegó de improviso, al que no deseaba tener y del que tuvo que encargarse por el error de no haberse protegido. Él sólo quería a mi hermano.

 

Cuando llegué al aeropuerto de Seattle caminé perdido hasta la puerta y allí encontré a un hombre de la edad de mi padre vestido con el uniforme militar, de cabello oscuro e imponentes ojos que tenía un cartel con mi nombre. Me identificó enseguida y me cogió de los hombros con dulzura.

 

- Vamos chico, vamos a casa – me comentó.

 

Por un momento… sentí que en todas estás horas que había estado con mi familia y yo sólo a once mil metros de altura, este hombre era el único que me había tratado con algo de dulzura y comprensión.

 

No hablamos en todo el camino, supongo que no sabía qué decirme y yo tampoco sabía de qué hablar con él, jamás le había visto hasta hoy y no quería contarle mis problemas en este momento, ni cómo me sentía al saber que sólo fui un chico al que ni su familia había querido.

 

- Soy Madara Uchiha – me dijo – soy tu tío.

 

- Sasuke – le dije sin mirarle aún viendo cómo llovía a través del cristal del coche.

 

- Aquí suele llover con frecuencia – me explicó - ¿Te gusta la lluvia?

 

No contesté, dejé simplemente que mis oídos se centrasen en el chirrido de los limpiaparabrisas que se movían con violencia por culpa de la intensa lluvia. Llegamos hasta el control de la base militar y Madara enseñó su identificación mientras yo veía como abrían la barrera y nos dejaban pasar. Me sorprendí al ver el barrio residencial, tenían de todo, un supermercado, tintorerías, lugares para hacer deportes… era como una ciudad sólo que con vigilancia las veinticuatro horas.

 

Madara llegó hasta su casa y metió el coche en el garaje. Permanecimos unos segundos inmóviles con el motor apagado hasta que tocó mi hombro pese a que yo no le había mirado aún.

 

- Tu padre es…

 

- No es mi padre – le dije serio limpiándome las lágrimas – ya no es mi padre – le dije saliendo del coche y él resopló unos segundos antes de salir.

 

- Ven, te enseñaré la casa. He preparado un cuarto para ti y mañana iré a hablar con el superior para intentar que puedas ir al instituto – me dijo.

 

- Voy a la universidad – le dije serio – tengo dieciocho años.

 

- Vale… mira chico, yo no soy tu padre y no puedes verme como a tu tío porque apenas nos hemos visto, la última vez que te vi estabas en brazos de tu madre mamando, así que yo tampoco tengo la culpa de que estés aquí, pero no puedo mandarte sin dinero y sin nada de vuelta a casa, tú padre haría algo mucho peor, así que habrá que convivir. Si tanto deseas volver tienes dos opciones… puedes coger esa puerta y buscarte la vida o puedes permanecer aquí, tratar de aprender a sobrevivir con lo que te enseñe en el ejercito y volver allí a demostrarles de lo que eres capaz, pero esta es tu decisión. Yo me voy a dormir, tú cuarto es la tercera puerta del pasillo a la derecha. A las cinco de la mañana hay toque, te vistes y sales a formar. Te he dejado el uniforme encima de la cama. Buenas noches.

 

Mi tío se marchó a dormir y tras varios segundos sin saber qué hacer, me marché hacia la tercera puerta a la derecha para ver mi habitación. En algo tenía razón, no podía irme sin dinero, sin familia y sin nada, ahora mi nueva vida era esto y si quería enfrentar a mi padre… tenía que sobrevivir. Quizá mi padre pensase que aquí tendría la disciplina que me faltaba, pero no se daba cuenta del error que cometía, iba a volver más maduro y tendría que tragarse sus palabras, porque iba a ser mejor de lo que jamás sería su primogénito, iba a conseguir sobrevivir por mi cuenta ya que él no quería ser mi padre.

 

Madara me había dejado un pijama también encima de la cama y me lo puse dejando el uniforme en una silla para mañana. Supongo que ya no sería abogado… ahora estaba en una base militar a más de tres mil kilómetros de mi casa y nadie sabía dónde estaba yo, mis cartas no llegarían, no habría llamadas, no tendría a mis antiguos amigos, estaba solo.

 

Tal y como dijo mi tío, a las cinco de la madrugada pasó alguien con la trompeta despertando a las filas, yo aún no tenía que formar, de hecho… ese día me llevó Madara a hablar con el sargento de la base para que pudiera acceder a la instrucción. Pasó una semana hasta que me dieron el visto bueno y fue un martes cuando empecé mi primer día. Estaba harto de despertarme a las cinco, al menos los primeros días, luego me acostumbré.

 

Cuando llegué a la academia el primer día ya con el uniforme puesto, todos los novatos estaban allí hablando y gastándose bromas, pero uno de ellos frenó en seco y no apartó sus ojos de mí hasta que me senté.

 

- Ese es mi sitio – me dijo con prepotencia.

 

- Pues búscate otro – le dije yo.

 

El chico sonrió y se sentó tras de mí. Estaba muy callado y cuando me giré a ver qué ocurría, le vi mirando mi tatuaje en la parte baja de la espalda.

 

- De los Raven – me dijo sonriendo - ¿Baltimore? Eso está muy lejos de aquí ¿Qué hace un cuervo de Maryland por aquí?

 

- Revolotear – le dije con ironía.

 

- Los Raven nos ganaron el último partido a los Washington Wizard. Estás volando muy lejos de tus amigos ahora.

 

- No me extraña que perdierais si vuestro equipo se llama así – le dije sonriendo y él trató de golpearme pero alguien paró su puñetazo y vi ese cabello rubio.

 

- Vuelve a tocarle y todos los cuervos caeremos contra ti – le dijo Naruto y yo abrí los ojos por la sorpresa.

 

- ¿Ha venido todo el equipo o qué? – se quejó el chico de cabello blanco.

 

- Lárgate – le dijo Naruto – y tú deja de abrir así los ojos, me das miedo.

 

- ¿Qué haces aquí Naruto?

 

- Seguí a tu padre hasta el aeropuerto, cuando supe que te traía aquí les dije a mis padres que quería ser militar, me he alistado. Es lo que hacen los buenos amigos ¿Verdad?

 

- Creí que me odiabas o te daría asco después de lo que viste.

 

- Me conmocionó verte, eso no puedo negarlo, era extraño y… una locura, pero sigues siendo mi mejor amigo y no pasarás por esto tú solo. Hagámoslo bien en el adiestramiento y demostrémosles lo que pueden hacer un par de chicos de Baltimore – me dijo sonriendo sentándose a mi lado.

 

- Claro – le dije sonriendo – oye Naruto… me alegro de que estés aquí.

 

La instrucción era dura, no iba a negarlo y los chicos de aquí no nos lo ponían nada fácil. Madara llevaba un grupo de veteranos pero para llegar hasta su escuadrón, debíamos pasar y dejar de ser novatos. El muro siempre se me atragantaba y cuando llegaba a casa, mis manos sangraban y estaban llenas de heridas y callos por la cuerda que debía coger todas las mañanas para ayudarme a subir ese maldito muro. Me dolían mucho las manos, Naruto no estaba mejor que yo. Las rodillas estaban destrozadas, mi cuerpo dolía por el duro entrenamiento y en las clases se me cerraban los ojos por las madrugadas, pero seguía aquí tratando de conseguirlo, tratando de aprender y aún no sabía para qué iba a servirme todo esto.

 

Cuando acabé tras la primera semana la instrucción primera y me fui a la ducha, me volví a encontrar con aquel chico de cabello blanco que se había metido conmigo el primer día. Yo llevaba aún la toalla enrollada a mi cintura y cuando pasé volvió a mirarme el tatuaje, ahora ya me daba igual quién lo viera, nadie sabía lo que significaba excepto Naruto… y él ya me había pillado, me apoyaba aunque no me entendía, pero era mi mejor amigo, sabía que siempre estaría a mi lado.

 

- ¿Por qué el número diez Raven? – me preguntó el chico, ese que yo había descubierto en clase que se llamaba Suigetsu, pero él seguía llamándome “Raven” por el tatuaje. Mi tío ya me había avisado de los motes que solían poner y una vez puesto… era imposible que me lo quitasen, pero no me importaba mucho - ¿Era el número de tu camiseta? – me preguntó.

 

- Yo jugué contra los Raven el año pasado y el diez era el número del capitán – dijo otro chico de cabello oscuro llamado Neji, siempre iba con Suigetsu.

 

- ¿Por qué tatuarse el número de su capitán? – preguntó Suigetsu con ironía - ¿Te excitaba tu capitán?

 

- Era mi hermano, capullo – le dije tirándole mi toalla cuando ya me había vestido y todos se sorprendieron.

 

- Jugaba bien tu hermano – dijo Neji de golpe serio y eso me extrañó.

 

- Sí… él lo hacía todo perfecto, supongo que soy la oveja negra de la familia – le dije saliendo de allí y cogí el teléfono volviendo a marcar el número del hospital donde estaba mi madre, llevaba dos semanas tratando de hablar con ella, pero estaba en coma, es la última noticia que sabía de ella, pero yo seguía llamando con la esperanza de que un día me dijeran que había despertado.

 

Mi madre falleció una semana después, con mi hermano no pude contactar y es que según me comentaron las enfermeras, Itachi no aparecía por allí, seguramente mi padre lo habría llevado a otro lugar o lo tendría castigado. De mi padre no volví a saber nada pero me dio igual, yo sentía que ya no era mi padre, él nunca me curó ni una herida, no estuvo orgulloso de mí pero mi tío… él sí se preocupaba, me curaba las heridas del adiestramiento, trataba de animarme y me apoyaba para salir adelante y demostrarles a todos… que yo podía ser quien quisiera que fuera, mi vida empezaba aquí, para mí… Madara y el ejército… se convirtieron en mi familia.

 

El día que me dieron la noticia de mi madre… sólo mis compañeros de instrucción estuvieron a mi lado y me apoyaron, estuvieron conmigo animándome y supe… que ellos eran mis hermanos, que siempre estarían cuando la familia fallaba. Supe que contaba con ellos cuando me caía y odié a mi padre, le odié por no haberme dejado despedirme de mi madre tras aquel accidente, por haberme traído aquí sin mi consentimiento, pero a la vez… me alegraba de estar aquí, porque ahora tenía una familia, o yo me sentía así.

 

 


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